Día Nueve: Plan
(Voz narrativa: Jung Kook)
—Te veo muy desanimado, niñito.
Di un bote y terminé en pie del tremendo subidón que me dio. Yoon Gi, sentado en la cama, se arrancó la vía de la medicación del brazo y procedió a examinarse la herida cosida del estómago, con una expresión más parecida al hastío que a cualquier otra cosa.
—¿Has visto qué chapuza le han hecho a Yoon Gi? —Se señaló el abdomen—. Esta pandillita de medicuchos no tienen ni idea de coser. Le van a dejar una cicatriz del tamaño de un gusano.
Asentí, histérico. Al principio me había chocado que hablara de sí mismo en tercera persona pero ya me había acostumbrado y ni raro me parecía. Total, yo quería hacer impermeables para peces, que era mucho peor.
—¡Yoon Gi! ¡Ay, Yoon Gi! ¡Ay, Yoon Gi! ¡Deja el gusano y atiende! ¡Atiende! —Liberé toda la ansiedad reprimida—. ¡Mi amigo! ¡Mi amigo! ¡Y Mei! ¡Esto va muy mal! ¡Muy mal!
—Cálmate, bebito, no te angusties o la vas a fastidiar —le escuché decir—. ¿Has hecho lo que te dije? ¿Han llamado a la esquizofrénica a declarar?
—Sí, lo han hecho pero... Es que.... —Rompí a sollozar—. Esto es mucho para mí y no puedo... No puedo... No puedo... —Tuve que abrazarme los brazos. Parecía flanes bailando en un plato—. ¡No puedo más!
Su respuesta fue sonreírme y guiñarme un ojo, en una actitud divertida con la que me dio a entender que me estaba ahogando en un vaso de agua.
—Chiquitín, sí te pones dramático impides que tu cerebro saque tu potencial lógico y te frenas en la mediocridad. —Observé cómo se arrancaba las vendas del costado y se acomodaba la camiseta del pijama, con una tranquilidad pasmosa—. Tienes que aprender a mirar más allá de tu miedo. Solo así podrás leer bien las situaciones que se van presentando y anticiparte a las acciones de los que te amenazan.
Ver más allá de mi miedo... Leer las situaciones...
—Sin ir más lejos, por ejemplo, mira, ahí tienes la cámara desenchufada. —Señaló el aparato colocado en una esquina del techo—. Cualquier mente simplona concluiría que es normal eliminar la vigilancia si un tipo está gravemente herido y sedado. —Sus labios dibujaron una media sonrisa—. Pero no cualquiera podría deducir que alguien se clavó unas tijeras para forzar que eso ocurriera y quedar libre como un pajarillo.
¿Eh? ¿Lo había hecho a posta?
—Y, como el afecto hace descuidadas a las personas, llevarles al extremo es otro punto que nunca se debe olvidar porque te brinda oportunidades interesantes.
Metió la mano bajo el colchón y extrajo un juego de llaves, que me mostró como si se tratara de un sonajero.
—¿Entiendes a lo que me refiero, bebito?
Me llevó unos instantes procesar que tenía las llaves del hospital y otro tanto más asociar que eran las de Mei. ¡Cielos! ¿Cómo había sido capaz de hacerle algo así?
—Espera, espera... —La mandíbula se me desencajó—. ¿Has... ? ¿Has hecho todo esto deliberadamente?
Me observó, con la cabeza ladeada.
—¿Acaso crees que Yoon Gi, con su deslumbrante cantidad de recursos mentales, se intentaría suicidar o que yo usaría un instrumento punzante con tanta torpeza? —Se carcajeó—. No, nenito, no. Si quisiera morir me seccionaría directamente la femoral.
El comentario me dejó tiritando y eso provocó que se riera aún más fuerte.
—¡Ay, chiquitín! Entiende esto: quiero sacar a Yoon Gi de la puta mierda en la que le han metido y joder al que se ha atrevido a joderle, simple y llanamente. —Tragué saliva; empezaba a comprender que, a pesar de su faceta amable y confiable, en realidad era un tipo bastante peligroso—. Y haré cualquier cosa para lograrlo, desde clavarme unas tijeras hasta follarme a la psicóloga en el camino si hace falta.
—¿Hablas en serio? —Eso significaba que lo de Mei también había sido una puesta en escena—. ¿Cómo puedes ser así?
—Yo no tengo emociones —respondió—. No siento dolor ni siento nada. Soy como una línea plana que solo reacciona ante situaciones muy intensas, como la muerte humana, por ponerte un ejemplo. —Y añadió—: Te lo explico porque me gusta que se entiendan bien las cosas, no vayas a orinarte encima llegado el momento.
—Ya pero... —Busqué desviar la conversación. Necesitaba que dejara de mirarme de aquella forma tan siniestra—. Pero... Pero... ¿En serio no sientes ningún remordimiento? —elegí las palabras con cuidado—. Mei ha estado toda la mañana a los pies de tu cama. Parecía destrozada y tu hermano estaba también muy afectado. Eso no...
—¿No es correcto? —Se anticipó—. Nene, el mundo no es correcto. Lección de vida número uno.
Se lamió el labio superior antes de guardarse las llaves en el bolsillo. No le faltaba lógica pero su visión era un tanto oscura y me negaba a aceptarla. Prefería creer que había cosas buenas por las que merecía la pena hacer lo correcto.
—De todas formas ella está bien, ¿verdad? —le escuché murmurar—. No le ha pasado nada, ¿no? — La pregunta me tomó tan de improviso que no contesté y, de repente, le tuve delante, con los ojos cargados de impaciencia— .¿Verdad que ella está bien?
Vaya. Si decía no sentir nada, ¿por qué se ponía así?
—Está con el Doctor Kim.
—¿Y por qué está la psicóloga con el amiguito Narciso? —Su cara mudó en una expresión contrariada—. ¿Por qué?
—Le está administrando Olanzapina.
Eso fue suficiente para que diera un golpe a la puerta y saliera embalado al pasillo.
—Espera, oye, ¿a dónde vas? —No me hizo ni caso y eso me obligó a subir el tono, con el peligro subsiguiente de poner en riesgo nuestra clandestinidad—. ¿Yoon Gi? ¡Yoon Gi, espera!
Menos mal que, para mi alivio, no tomó la dirección del control sino que tiró hacia el almacén del fondo, un recoveco medio escondido y apenas sin luz, alejado de las zonas habilitadas. Allí, según había podido averiguar bromeando con la de la limpieza, una señora de lo más amorosa que me trataba como a un hijo, era donde se guardaban los suministros de la planta.
—Guarda silencio y vigila el pasillo —me chistó, sin mirarme, y añadió, ya desde el quicio—: Vamos a adelantar el plan.
Ir con tantas prisas no era propio de él. Además, ¿no me había recalcado hasta la saciedad la importancia de hacerlo de noche, cuando hubiera menos personal?
—Pero ahora hay mucha gente —me atreví a protestar—. Es la hora de la comida y es muy arriesgado.
—Quiere apartarla de Yoon Gi.
¿Ah?
—Busca ganar, a cualquier precio, y eso incluye borrarla, anularla y dañarla con tal de joderme a mi. —Rebuscó en los estantes—. Jamás lo voy a permitir. —Sus ojos relampaguearon como dos ascuas ardientes cuando se giró, con un rollo de esparadrapo en la mano—. Antes lo abro en dos y lo cuelgo del techo por los intestinos.
—¿Hablas de... ?
La verdad, no sabía cómo tomarme sus palabras. Le creía perfectamente capaz de hacerlo y, obviamente, me parecía una atrocidad. Y, sin embargo, ahí estaba yo, colaborando con él, aferrándome a esa parte humana y fascinante que le había visto y que creía que mantenía escondida en alguna parte.
—¿A qué... ? —No me atreví a terminar—. Es que... Mira... Yoon...
Se guardó un par de cosas por dentro de la goma del pantalón pero no alcancé a distinguir lo que eran. Estaba demasiado alterado como para fijarme.
—No te agobies, pequeñín. La hora de comer también es válida porque todos están ocupados —me indicó—. Empieza.
Lo hice, con el cuerpo hecho un manojo de nervios. Atravesé los pasillos, me metí en el comedor, con la mirada pegada en las bandejas del menú y cogí la primera que pillé. Tenía la sensación de que si me fijaba en alguien, quien fuera, la cara me delataría.
—Tu final. —Sun Shee no dudó en dirigirse a mi—. El juicio se ciñe sin piedad sobre los delatadores que amenazan la integridad de aquel que quiere dictar el orden.
Ya me esperaba una reacción similar pero no por ello la que soltó me dejó indiferente. Aún así hice de tripas corazón, la ignoré y me senté con mi ración en el rincón más apartado, solo, y de ahí no me moví hasta que se marchó. Solo entonces me atreví a devolver los platos al carrito y a comenzar a deambular, sin aparente rumbo, mientras mis compañeros se retiraban, a cuentagotas, hacia sus dormitorios. ¡Ay, qué agobio! ¿El tiempo era siempre tan lento? ¿Y si no veía la señal? ¿Y si lo hacía pero no podía cumplir? ¿Y si era Yoon Gi el que no cumplía?
Pasaron veinte agónicos minutos. Dos enfermeros seguían en el comedor, con los pacientes que aún estaban comiendo, y un tercero apuntaba los partes individuales en el cuaderno del mostrador. ¿Y los auxiliares? Uno, almorzando dentro de la sala de estar y el otro... El otro... ¿Dónde estaba el otro? Avisté un mono blanco recogiendo sábanas en la habitación veinte. Ah, vale, ahí.
—¡Jung Kookie! —Milly me dedicó un abrazo por la espalda que, dado mi estado, me alarmó demasiado—. ¡Me voy de alta! ¡Me han dado el alta!
—¿En serio? —Me esforcé por disimular los nervios. Me alegraba pero llegaba en el peor de los momentos—. ¡Es una noticia increíble! ¡Qué suerte!
—¡Sí, estoy muy feliz! —Me soltó y se me plantó delante, con una bolsa de ropa en la mano y los ojos rebosantes de alegría—. Pero no es suerte, en verdad he trabajado mucho mis ideas. —Se señaló la sien—. He concluido que para mantener una buena estabilidad mental es importante centrarse en el momento presente y no pensar demasiado en el pasado ni tampoco en lo que aún no ha llegado —explicó—. Y también ayuda marcarse un objetivo fácil, que sepas que puedes conseguir para evitar la frustración, y, poco a poco, ir subiendo el nivel.
Ya. Así dicho sonaba ideal.
—¿Y qué meta te has propuesto?
—Que me dejes venir a verte hasta que salgas. —Me sonrió y bajó la cabeza, roja como un tomate—. Y, después, convencerte para que salgas conmigo.
¡¿Ah?! ¿Qué?
—Es que yo... —Me entró un calor de lo más sofocante; ¿qué se suponía que se debía decir en ese tipo de casos?—. Sabes que tengo Trastorno Bipolar.
Las luces del techo de la Unidad de Observación se apagaron y el área quedó en penumbra, a pesar de ser por la tarde. Las pocas ventanas que había estaban selladas por seguridad y no daban al exterior sino a los pasillos de fuera de la planta. Era la señal.
—Yo también tengo una enfermedad mental. —Milly me zarandeó el brazo para que le prestara atención—. Creo que nos podremos entender.
—Vale —respondí, sin mirarla.
—¿Vale? —Parpadeó—. ¿Vale a que saldremos o vale a que me dejarás que venga a verte?
Los dos auxiliares que faltaban en mi recuento abandonaron el Control de la zona oscura, protestando.
—¡Qué asco! —exclamó uno—. ¿Ahora se van la electricidad? ¡La televisión se ha ido en lo mejor!
—Voy a revisar los contadores. —Su compañero pasó por nuestro lado, bostezando sin cortarse lo más mínimo a pesar de nuestra presencia—. Tu llama a los de mantenimiento.
—Eso vagos no cogen nunca el teléfono. —El otro desapareció por el Botiquín—. Pero, bueno, por intentarlo que no quede.
—¿No te vas a dormir un rato, Kookie? —Un enfermero salió entonces del comedor con el carrito de las bandejas y se me quedó mirando con cara de extrañeza—. Sueles ser de los primeros en irte. —Arqueó la ceja, preocupado—. ¿Estás bien?
No, no lo estaba. Estaba a punto de lanzarme de cabeza a una piscina que no sabría si tendría agua.
—¡Claro, sí, sí, sí! —Me embalé por el pasillo y dejé a Milly atrás—. La importancia de descansar... ¡Importantísimo! ¡Ineludible! ¡Inconmensurable! ¡In..!
¿Inadmisible? No, rimaba pero no venía a cuento. Por si no tenía bastante con las alucinaciones y los chubasqueros de los peces, la fuga de ideas ya empezaba a ser inminente. ¿Inminente? Ah... Qué bien quedaba esa palabra, con su poderoso sonido. In - Mi- Nen- Te. Nente con mente. Mente con lente.
—¡Jung Kookie! —La voz de Milly me llegó lejana—. ¡Espera! ¡Aún ni me has respondido!
Obvio que no. No me encontraba en mis cabales y no quería herirla con alguna de mis tonterías. Lo mismo me daba por pedirle que saltara como una rana o que me demostrara su amor bailando como en las películas americanas antiguas, en plena calle. Era mejor así.
—¡Kookie!
Torcí la esquina y llegué a la puerta de mi habitación, sin aliento.
—Chiquitín, no seas tonto y fóllatela. —Yoon Gi, de brazos cruzados, me observó, con su característica medio sonrisa. Desde luego, no se le escapaba nada—. Está deseándolo y, sinceramente, no creo que te convenga cerrarte los horizontes del orgasmo.
Abrí la boca hasta el suelo. ¿Que qué?
—N... —tartamudeé. —No...
Se llevó el dedo a los labios y me señaló la habitación. Estaba dentro. Ay. ¡Estaba dentro! Tragué saliva.
—Hazlo. —Su fría mirada me dejó muy claro que, si no lo hacía, me las tendría que ver con él y eso, desde luego, era lo que menos quería en la vida—. Vamos.
¡Diantres! Abrí, muy despacio. La persiana estaba bajada otra vez y los huequecitos apenas dejaban entrever un par de puntos de luz que parecían estrellas. Todo estaba tal y como lo había dejado: la cama hecha, el cuaderno de dibujo abierto en la mesa, los lápices desperdigados encima... Eché un vistazo rápido al aseo. Estaba abierto. Uf. Cogí aire y me aproximé a la cama, como si caminara sobre cristales, sin mirar a los lados, hasta que el baño quedó atrás y escuché un arrastre de zapatillas. Dios. Dios... Cerré los ojos. Yoon Gi... Por favor, Yoon Gi...
No me dio tiempo a más. Un plástico me cubrió el rostro y me cortó la entrada de aire de forma tan abrupta que, por unos momentos, entré en un estado de confusión. ¿Iba a morir? ¿Iba realmente a morir? Me llevé las manos al cuello y traté de arrancarlo pero mi atacante no cedió y el forcejeo hizo que terminara de bruces en la cama, presa de un desconocido y frenético pánico que, sin embargo, apenas duró un instante.
—¡No! ¡No!
Escuché un alarido y, de repente, me descubrí sentado en el colchón, con el plástico en la mano, el aire circulando por mis pulmones con normalidad y la risa de Yoon Gi taladrándome los oídos.
—¡No, por favor!
Mi compañero empujó a Sun Shee contra la pared y le cubrió la boca con un grueso esparadrapo que le impidió seguir suplicando. Ya estaba hecho. Por fin estaba hecho.
—"No, no, por favor, no lo hagas, por favor". —Yoon Gi imitó a la mujer, con aire burlón—. No sabes cómo detesto ese tipo de lamentos plañideros que no van a ningún lado. —Le acarició la garganta con un cuchillo de cortar gasas y ella se estremeció—. Quien desee matarte lo hará, sin importar nada, amiguita.
Sun Shee no se atrevió a moverse y él aprovechó para atarle las muñecas con cuerdas de paquetería y acomodarle el cabello a los lados, con pulcro cuidado.
—Vamos a ver si he entendido correctamente lo que está pasando aquí —prosiguió—. Me admiras pero al mismo tiempo deseas inculpar a mi estimado Yoon Gi asfixiando pacientes con una mierda de bolsa, que, no es por nada, le quita bastante elegancia a un asesinato. —Se dirigió a mí, con una seriedad apabullante—. ¿Verdad que el asunto pierde calidad, Jung Kook?
¿Yo? ¿Y qué esperaba que fuera a decir yo?
—Sí —respondí pero, como su cara lució como la un profesor enojado, decidí ampliar el concepto—. Porque no ha sangre y eso es muy... ¿Soso?
—Aprendes rápido, querido pupilo. —Se volvió hacia a ella—. ¿A ti no te parece que es un nene digno de aprender de la belleza de la muerte?
Sun Shee, con los ojos invadidos en lágrimas de pánico, movió la cabeza en señal afirmativa varias veces seguidas.
—Menos mal que aún se puede remediar el patético escenario que se ha montado aquí, con un medio cadáver carente de esa roja vitalidad que da el toque necesario para que resulte perfecto. —Ladeó la cabeza—. Me apasiona hurgar en los estómagos, y más si es merecido. —El arma se deslizó a lo largo del gaznate de la mujer—. ¿A que no le has dicho la verdad al forense? ¿A que no?
Sun Shee volvió a asentir y él, triunfante, le retiró una parte del esparadrapo de la boca.
—¿Qué le has dicho? —siseó—. Habla.
—La psicóloga... —La respuesta apenas se escuchó—. Le dije que la psicóloga Mei convenció en la consulta a Nam Joon para que se suicidara.
Me levanté de un salto, alarmado. ¡Ay, madre mía! Miré a Yoon Gi. Pensé que se echaría a reír o se mofaría, como siempre, pero lo que me encontré fue una expresión hierática que trasmitió una sequedad muy intimidante.
—Esa argucia es estúpida y sin sentido —escupió—. Pero esos incompetentes te han creído, claro.
—Así es — contestó ella, crecida de orgullo ante el evidente éxito—. Quizás no lo hubieran hecho pero la señorita Suni les contó algo sobre una... —dudó—. Histofobia.
—Hibristofilia —corrigió él, con tono contrariado—. Joder.
—La justicia divina siempre gana aunque tu seas el Dios de la Muerte.
Yoon Gi le acomodó de nuevo el esparadrapo y le cortó las ataduras de las manos y observé, con horror, cómo le agarraba del brazo y se lo estiraba, sin miramiento ninguno.
—Amiguita, me temo que, de entre todas las personas posibles, has ido a molestar a la única que me importa. —Su fulgor en los ojos no dio margen a dudas sobre lo que pensaba hacerle—. Nadie jode a la psicóloga.
—¡No! —exclamé—. ¡No, Yoon Gi, no lo hagas!
Mi reclamo de nada sirvió. En un solo parpadeo, el chorro de sangre salía despedido como un grifo a presión.
El plan no ha salido según lo esperado y Mei ha sido señalada como responsable del intento de homicidio de Nam Joon.
El cambio de los acontecimientos ha desencadenado que la esencia de Pang Eo se muestre por completo ante un asustado y paralizado Jung Kook.
¿Qué esperar ahora?
N/A: Hola, hola!! Hoy quería antes de nada desearles un feliz año nuevo. Les deseo mucha felicidad y éxitos. Les dejo un vídeo- tributo que hicieron con mucho cariño sobre el Min Yoon Gi de esta historia. ¡Espero que les guste!
¡Nos leemos el año que viene!
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