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Día Nueve: Acusación


—Mira que te advertí que era peligroso. —Las palabras de Seok Jin se me antojaron huecas, carentes de sentido y vacías pero, por encima de todo, muy fuera de lugar—. Te piensas que hablo por hablar pero yo siempre tengo razón y ahora lo estás comprobando.

—¿En serio crees que con esta actitud me ayudas? —Me esforcé por responder, arrastrando las palabras—. Si quieres hacer algo por mi deja la prepotencia un rato.

Frunció el ceño y se revolvió en la silla.

—Así me agradeces que te cuide —se indignó—. Qué bonito.

—Ya ves.

Lo mejor era que ni siquiera se lo había pedido. Kim Woo Kun, el médico forense a cargo de lo de Nam Joon, me había llamado a declarar y Seok Jin se había asignado él solito el papel de cuidador y se había empeñado en acompañarme, algo a lo que, por otro lado, no había podido negarme. Después de conocer su historia y comprender lo mal que lo había pasado, lo que había sufrido, me había propuesto no tomarme tan a pecho sus salidas de tono y empezar a valorarle un poco más. Pero, claro, una cosa era eso y otra muy diferente que me exigiera un reconocimiento máximo que rozaba la devoción. Eso ya era pasarse.

—Bueno. —El forense, sentado en mi lugar de trabajo, me dedicó una mirada cargada de desconfianza por encima de las gafas antes de dirigirse a mi compañero. —Usted es Kim Seok Jin, psiquiatra en formación de tercer año, ¿verdad? —Se mesó la barbilla—. ¿Cuántos años tiene la especialidad?

—Cuatro —respondió éste, tan altanero como siempre, mesándose el cabello hacia atrás. Ni siquiera delante de un investigador era capaz de moderarse—. Ya lo sé todo en el campo de la Salud Mental. Solo me falta un año para terminar.

—Pero puede que se le alargue, ¿no? —Leyó las notas sobre la mesa—. En su expediente dice que está en suspensión temporal debido a lo de su hermana. Por cierto, lo lamento profundamente.

—No pasa nada. —Seok Jin le quitó importancia al asunto—. Estoy bien.

No. No lo estaba. Se le notaba en los ojos, enrojecidos a pesar de la ingente cantidad de lágrimas artificiales y de parches fríos que se había puesto para disimularlo.

—La suspensión es un descanso que espero no dure mucho.

—Esa es una buena respuesta. —El investigador echó otro vistazo a la carpeta y murmuró, con la cara pegada a las letras—: Yo también espero que esto se resuelva rápido.

Cogió otro documento procedente del montón que tenía a su derecha, lo abrió y su vista se posó en mí. Debía de ser mi currículum.

—Y usted es Eun Mei Te y está en primer año de la especialidad de Psicología Clínica, ¿es correcto?

Asentí.

—En su historial se detalla que le adelantaron de curso en Secundaria debido sus "altas capacidades intelectuales" —continuó—. Se nota que es una persona muy brillante. Sus calificaciones de la carrera son realmente espectaculares.

—Gracias.

—Sin embargo, señorita Eun, por buena e inteligente que sea, la realidad es que sigue siendo una jovencita de tan solo veintidós años que acaba de aterrizar, como quien dice, en el difícil mundo de los trastornos mentales. —De nuevo me escudriñó por encima de los cristales—. ¿No le parece que le falta mucha experiencia y madurez como para poder desenvolverse adecuadamente ante una persona como Min Yoon Gi?

—¿Se refiere al otro "jovencito de tan solo veintidós años"? —No pude evitar parafrasearle, cosa que, al parecer, le sentó muy mal, a juzgar por la forma tosca en la que dejó caer los codos sobre la mesa—. No, la verdad, no lo creo.

Aquella no era la primera vez que me cuestionaban por la edad ni por mi apariencia física, quizás demasiado juvenil para la seriedad del trabajo que realizaba. Estaba más que acostumbrada a que se agarraran a eso para tratar de restarme una profesionalidad que me veía obligada a demostrar continuamente. Que el investigador también lo hiciera no era ninguna novedad.

—Además, tiene que tener en cuenta que se me exigió llevar el caso desde la Jefatura, pese a que dejé claro que no deseaba hacerlo —recalqué—. Yo me negué.

—Se negó pero ahora no hay quién la aparte del chico. —Emitió una mueca sarcástica—. ¿No es así, Doctora Eun?

"Quédate conmigo".

Uf. Respiración, venga. Ahora más que nunca era importante mantener la calma.

—No entiendo lo que trata de insinuar.

—Claro que lo entiende. —Pasó las hojas de mi currículum, una a una. Había impreso todo, desde las notas de mi examen de ingreso hasta el listado de todas mis consultas, en orden de realización—. Demasiado bien lo sabe, creo yo.

"¿No te parece que el hecho de que desee desesperadamente que tu me veas, que puedas leer en mi interior y que me tomes en serio significa que siento algo importante por ti?"

Los ojos se me humedecieron ligeramente.

—La fiscal Lee Min Sou cree haber encontrado una mina de oro en usted. —El hombre soltó los papeles y se apoyó en el respaldo del asiento—. Está entusiasmada con el informe pericial y piensa que su diagnóstico será suficiente para resolver adecuadamente el asesinato de Yarek Seong. Por contra, en mi investigación, su papel no tiene miras de ser tan favorable.

Le observé, ajena. Aún estaba medio disociada y el Valium, un ansiolítico que me habían inyectado por recomendación de Seok Jin que, para mi mala suerte, me había visto al borde del colapso a través de las cámaras de la biblioteca, apenas me había hecho efecto. Seguía obnubilada, como si nada fuera conmigo, pero al mismo tiempo con una enorme angustia que se negaba a salírseme del pecho.

No podía quitarme de la cabeza la imagen de Yoon Gi retorciéndose las tijeras en las entrañas. No podía dejar de pensar en su desesperación al contactar con su personalidad alternativa. No podía dejar de ver su rostro lloroso murmurar mi nombre sin cesar, pidiendo una ayuda que no había sido capaz de darle. No podía dejar de sentirme fuera de mi cuerpo, como cuando le sostuve de las manos ensangrentadas mientras los enfermeros le daban las primeras atenciones médicas en el suelo para a continuación llevárselo en un camilla a todo correr.

"Quédate conmigo. Quédate"

Sí, eso quería y no tenía ni la más mínima duda al respecto pero, para ello, primero tenía que conseguir sacarle del hospital. Ya había obtenido información más que suficiente en la sesión como para intentarlo y la fiscal parecía ser una de esas personas que escuchaban de modo que creía poder entenderme con ella. Solo esperaba que Kim Woo Kum no me lo echara todo por tierra.

—Era la terapeuta de Kim Nam Joon y, casualidades de la vida, resulta que también es la de Min Yoon Gi. —Me señaló, satisfecho como si acabara de descubrir la pieza fundamental de su rompecabezas policial—. ¿Verdad que tiene una gran confianza con sus pacientes y que ellos le cuentan todo lo inimaginable?

Me limité a observarle, en silencio.

—¿Verdad que Kim Nam Joon le confesó que era un testigo del caso Daegu? — Un nudo me atenazó la garganta—. Se lo dijo poco antes de que tuviera una entrevista con Min Yoon Gi, momento que él utilizó para pedirle ayuda a través de un mensaje que escribió en su pizarra, tal y como usted misma reflejó en el evolutivo. —Se inclinó sobre mí—. ¿Para qué quería su ayuda?

—No lo sé.

—¡Oh, no me venga con esas! ¡Claro que lo sabe! —me cuestionó—. Quería que le ayudara a deshacerse del único testigo que podía delatarlo.

—No.

—¿Sabe la cantidad de personas que nos piden ayuda a diario? —Seok Jin intervino, con el ceño fruncido y cara de malas pulgas—. Ayudar es nuestro maldito trabajo.

Uf. Por fin. Menos mal que me apoyaba en algo. Menos mal.

—Ya, claro, claro, eso lo entiendo. —El forense dejó escapar un suspiro —. Lo que no comprendo es lo de Min Yoon Gi. Ese chico se negaba a hablar. Estaba cerrado como una caja fuerte hasta que apareció en escena la doctora, que, como ya he dicho, era la misma del testigo y... —Extendió los brazos en el aire y simuló tirar fuegos artificiales—. ¡Entonces se obró el milagro! No solo habló con ella sino que incluso se sometió de forma voluntaria a una de las terapias más difíciles de soportar que existen.

—¿Y eso qué? —Escucharle cuestionarle de esa forma me puso el estómago del revés—. ¿No entra en su cabeza la posibilidad de que quiera mejorar porque se haya dado cuenta de que tiene un problema y hayamos logrado entendernos?

—Obvio que sí, de hecho creo que se entiende con él a las mil maravillas y que le tiene una ciega fe —contestó—. No por nada se saltó el protocolo marcado por nuestro juzgado y le liberó de la contención sin valorar el riesgo al que con ello exponía a sus compañeros y al resto de los ingresados.

—Me salvó la vida.

—Y luego se encaró con un policía y amenazó al mismísimo jefe de planta con hacer una obra de arte con sus grasa corporal. —Chasqueó la lengua—. Y, de nuevo, en medio de todo ese caos, usted fue la única que logró que colaborara y se pusiera las correas. —Su sonrisa se me antojó una burla—. ¿Debo darle la enhorabuena?

—Mei no tiene nada que ver con los actos de ese loco. —Seok Jin volvió a interceder por mí, cada vez más enojado—. ¿Es que no lo ve?

—¿Qué no veo, Doctor Kim?

—Que Min Yoon Gi es un psicópata primario y, como tal, nos maneja a su antojo —expuso—. Está jugando con nosotros como si fuéramos fichas de ajedrez porque así se entretiene y se divierte. Su única motivación en la vida es no aburrirse y conseguir la exculpación, y emplea sus mejores artimañas en utilizar a Mei y a quien sea para su fin.

Seguía sin creerme. Me había prometido aceptar mi hipótesis pero no lo había hecho.

—¿Te piensas que soy una niña influenciable que no sabe detectar el engaño? —Me dirigí a mi compañero, contrariada—. ¿Tan estúpida me crees? —Su mueca me terminó de sacar de quicio. Tuve que hacer verdaderos esfuerzos para controlarme y no darle un empellón—. No sabes ni la mitad de las cosas y, por supuesto, no tienes ni idea de cómo es Yoon Gi.

—¿Y tu sí? —Alzó la voz—. ¡A lo mejor yo sé mucho más que tu, lista!

—¡A lo mejor deberías contármelo todo de una buena vez!

—¡A lo mejor no me apetece!

Se puso tan rojo que, si hubiera sido una olla a presión, seguro que se le hubiera salido todo el vapor acumulado por las orejas.

—Hablaré contigo solo cuando salgas conmigo. —De repente, cambió el tono, esquivó mi mirada y dirigió la vista al techo—. A las novias se les cuenta todo.

La boca se me abrió cual buzón de correos. ¿Me estaba poniendo condiciones? Y, para colmo, ¿ese tipo de condiciones? Idiota.

—Puede parecer egoísta pero míralo de esta manera —continuó—. Tengo que usar todo lo que esté a mi alcance para que me aceptes. Estoy muy solo. Convivía con mi hermana casi todo el tiempo y... Está visto que no lo puedo superar... Y... Te necesito en mi vida... Sabes que me gustas... Sabes que me preocupa que ese... Ese... —titubeó—. Bueno, da igual. No quiero que juegue contigo. No podría soportarlo.

Me quedé en silencio. Sus palabras sonaban preciosas pero no me creía ni una sola. Menos mal que el investigador carraspeó y tamborileó con los dedos en la mesa, y, con ello, nos obligó a devolverle la atención. De lo contrario me habría costado rechazarle sin hosquedad.

—No estamos aquí para que me muestren sus diferencias ni tampoco para debatir sobre el diagnóstico del chico —nos recordó—. Estamos aquí porque la Doctora Eun ha sido acusada por una paciente que asegura que instigó a Kim Nam Joon a suicidarse bajo la amenaza de que, de lo contrario, Yoon Gi lo descuartizaría. —Y matizó—: Vivo. Lo descuartizaría vivo.

—Yo no hice nada.

—¡Y yo no doy crédito! —Seok Jin se levantó de un salto—. ¿De verdad va a tomarse en serio la declaración de una persona que no puede distinguir lo real de lo imaginario en vez tener en cuenta lo que digamos nosotros, que somos los profesionales? —Estuvo a punto de dar un golpe pero frenó, volvió a sentarse y se agarró a los brazos de la silla—. Esto es cosa tuya, Min Yoon Gi, tiene tu firma. Maldito seas, tu y y todas tus manipulaciones de mierda.

—Seok Jin —musité—. Cálmate.

—¡No me da la gana, Mei! —bramó—. ¡Tu eres una víctima y te quieren convertir en culpable! —Clavó sus pupilas oscuras en las del forense—. ¡Qué mierda de justicia! ¡Sois unos investigadores patéticos que no sabéis ver más allá y eso es justo lo que él necesita!

—Le recomiendo que guarde las formas y se serene. —El hombre, obvio, le amenazó, con el rostro enturbiado en indignación—. De lo contrario, me veré obligado a denunciarle por injurias y calumnias.

Mi compañero resopló tres veces, con demasiada intensidad, y ya se disponía a responderle con alguna de sus altanerías cuando le corté.

—Nam Joon me contó algo de lo que le había pasado —reconocí—. Pero solo me dijo que fue un testigo auditivo y Yoon Gi me pidió apoyo emocional durante el ingreso.

—¿Le conocía de antes?

—No.

—No... —meditó— ¿Y tampoco mantiene con él una relación sentimental aquí?

"Te quiero. Y es así, como suena. Puedes considerarlo loco, exagerado, precipitado, impulsivo y darle todos los adjetivos negativos que quieras pero eso no cambia que anhele estar contigo".

Contuve la respiración. Seok Jin, más recto que el palo de una escoba, apretó la mandíbula cuando mi interrogador, que sin duda estaba muy curtido en la materia de sonsacar datos, nos extendió ante las narices la orden que nos obligaba a colaborar, y me dejó entre la espada y la pared.

—Responda.

—No. —Traté de mantenerme serena, a pesar de que me estaban entrando unas increíbles ganas de llorar. No la tenía pero deseaba tenerla—. No mantenemos nada más que un vínculo de terapia.

—¿Y qué es eso de la hibristofilia entonces?

Antes de que me diera tiempo a parpadear, había arrojado mi cuaderno abierto en la mesa y había plantado la mano en mi último escrito.

—"Enamorarse de un asesino" dice aquí —masculló—. ¿A cuántos asesinos conoce usted de los que pueda enamorarse?

Tragué saliva, sin saber qué decir. Yo... Yo...

—Acompáñeme al juzgado.

"Si hay algo seguro es que cuando salga de aquí no podremos estar juntos y entonces nos arrepentiremos de no haber aprovechado el tiempo. Vamos a intentarlo".

No pude evitar que las lágrimas se me desbordaran. Era el fin.

—¡Incompetentes! ¡Malditos idiotas! —Seok Jin se enzarzó en una retahíla de improperios contra el investigador—. ¡Aficionados!

—Por lo que veo, me parece que va a tener que venir usted también.

Un grito desgarrador, agónico y escalofriante retumbó entonces en el pasillo y nos dejó a todos temblando y en un silencio aterrador. Y, tras él, las voces y los pasos frenéticos del personal calaron a través de la pared como si estuvieran dentro. Había pasado algo. Algo gordo.

Seok Jin y yo casi nos chocamos al intentar salir al mismo tiempo. Jimin, que se había quedado esperando fuera a que el interrogatorio terminara para invitarnos a tomar algo y charlar, contemplaba con el rictus desencajado y las pupilas teñidas de miedo la zona de los ingresados.

—No... No... No...

—¿Qué pasa? —Seok Jin, tan confundido como yo, siguió la trayectoria de su mirada—. ¿Qué ha...? —La respiración se le cortó—. Joder.

Era Sun Shee.

Caminaba pálida y descalza por el rellano, con los brazos levantados sobre la cabeza, exhibiendo las muñecas abiertas de cuajo y dejando una reguero de sangre tras ella, con el camisón teñido de rojo y la mirada perdida mientras, a su paso, los demás pacientes corrían despavoridos. Estaban desbandados, enloquecidos y huían en todas direcciones, como si escaparan de un terremoto, y gritaban. Gritaban mucho.

La implicación de Mei con Yoon Gi ha pasado factura antes de lo esperado. Ahora ella es la la principal sospechosa del intento de homicidio de Nam Joon pero Sun Shee no ha muerto y ella parece conocer la verdad.
El plan de Pang Eo está en marcha. ¿Qué tiene en mente?
No te lo pierdas.

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