Día Doce: "Se rompe. Te rompes"
—Un flexo de estudio con luz rosa es un suicidio ocular. Yo no me gastaría el dinero en ese despropósito de lámpara, a menos que necesites convertirte en ciego para hacer una película.
El comentario de Yoon Gi me llegó cuando empujé la puerta de la cocina y, con mi entrada, interrumpí lo que parecía ser una distendida conversación entre hermanos que generó que Jimin cambiara su gesto divertido por una máscara de desconcierto. Lógico; mi cara debía de estar más roja que un tomate y mi aspecto general hecho un desastre porque, tras los inquietantes mensajes de Pang Eo, me había puesto lo primero que había pillado y, sin peinarme si quiera, me había metido un épico sprint por el pasillo.
—Buenos días. —El saludo de Yoon Gi, frío y bastante impersonal, me escoció pese a saber que tenía que ser así. No podía evitar que la distancia se me hiciera una losa, después de todo—. ¿Cómo estás?
—Bien. —Clavé la vista en el suelo; era mejor no mirarle porque, de lo contrario, me quedaría idiotizada y se me notaría demasiado—. Gracias.
—Espero que hayas podido descansar. —Jimin cambió su asombro inicial por una sonrisa afable, de esas que siempre se sacaba de la manga, y me señaló la silla frente a él—. ¿Quieres sentarte? ¿Tienes hambre?
Estaban a la mesa, uno al lado del otro, delante de un recipiente de barro que desprendía un delicioso aroma a pollo especiado, un enorme bol de arroz y una bandeja de verduras trinchadas que me recordó que llevaba cerca de veinticuatro horas sin probar bocado y que mi estómago había protestado ya en varias ocasiones.
—Sí.
Tomé asiento, tan despacio como me permitieron los nervios. No me pasaba desapercibida la silueta del policía que se recortaba junto a la ventana, y, por supuesto, a Yoon Gi tampoco.
—Me gustaría desayunar algo, si es posible.
—¡Claro que lo es! —Jimin se incorporó de un salto, plato en mano, y, en un segundo, ya me había plantado una cuantiosa ración de pollo delante de los ojos mientras me observaba con amabilidad—. Lo he hecho yo. Espero que te guste.
Su cabeza rubia se inclinó en una pequeña reverencia y le dediqué la mejor de mis sonrisas. Me seguía sintiendo fatal por lo que le había obligado a hacer en la sesión y encima aún no se lo había agradecido de forma apropiada.
—Por cierto...
—No, no me des las gracias —adivinó—. En todo caso soy yo el que te las debe dar a ti y, además, tengo que pedirte perdón por no haberte hecho caso ayer cuando te interesaste por mi estado —se excusó—. Estaba muy nervioso y demasiado extenuado, y no tenía ganas de nada. Por favor, discúlpame si te resulté desagradable.
—No te preocupes. —Le quité importancia—. Lo entiendo. Da igual.
El vapor de los alimentos me inundó las fosas nasales y busqué los palillos, más incómoda de lo que me hubiera gustado. Me acababa de dar cuenta de que el agente que nos vigilaba era el mismo que había estado paseando por el pasillo de los dormitorios y no me quitaba el ojo de encima. ¿Se olería algo? No pude evitar buscar a Yoon Gi, con aprehensión.
—No te mira a ti. —Éste se inclinó por encima de la mesa, buscando la proximidad de la conversación—. Solo está preocupado de que haya cambiado mi "modus operandi" y que ahora me dé por envenenarte para que no puedas escribir sobre mis turbios y enfermizos instintos. —Me sonrió de medio lado, con ese tono desenfadado pero a la vez serio que tanto me gustaba—. Ya sabes que soy el aterrador psicópata de Daegu, una mente criminal certera y sin parangón.
—¡Hyung! —Jimin ahogó una exclamación—. ¡Pero cómo puedes hablar de eso con tanta tranquilidad!
—Las cosas son como son. Yo simplemente las digo.
—No, no, no... ¡Ay, de verdad! —Se escandalizó el menor—. ¿Qué va a pensar ese señor si escucha que te auto proclamas de esa forma? ¿No te das cuenta de lo malo que podría ser?
—El tipo seguirá pensando que soy un destripador así me ponga una aureola de santo en la cabeza.
Jimin se mordió el labio, para nada conforme, y su disgusto se multiplicó por dos cuando Yoon Gi se volvió al policía.
—¡Eh, amigo! —le llamó—. Me parece genial que me observes. A fin de cuentas, tu trabajo es vigilarme y te pongo un diez en cuanto a compromiso y empeño se refiere pero, ¿sería mucho pedir que la señorita aquí presente pudiera almorzar sin que la veas masticar? —me señaló—: Necesita desayunar tranquila. Es muy molesto que te miren mientras comes.
El hombre se irguió, con los pulgares en los bolsillos del pantalón del uniforme, y salió a grandes zancadas, despacio y con una mueca de desagrado mal disimulado. Dio un portazo y los hombros se me liberaron. Uf. Por Dios.
—En serio, yo no doy crédito. —Jimin se pasó las manos por la cara—. ¿Te parece normal hablarle así sabiendo de lo que se te está acusando? —le regañó—. Deberías quedarte callado y aguantarte. Tienes que colaborar y no dar mala imagen.
—La imagen con la quieran verme depende solo de ellos.
Una buena afirmación, sí, y muy realista. A veces dudaba de que fuera estudiante de Cirugía; sus expresiones eran más propias de un psicólogo que de un médico.
—Pues... —El menor me dirigió una suplicante mirada, pero me encogí de hombros y mi falta de apoyo le hizo hundir la cabeza, resignado y con los ojos castaños fijos en el borde del plato—. Sí... Ya... Entiendo...
Vaya. Ahora que fin los estaba viendo juntos, era inevitable apreciar que eran tan opuestos como la noche y el día. El mayor, con esa inteligencia afilada a la que sabía sacar provecho magistralmente, era de talante seco pero al mismo tiempo también mucho más auténtico que Jimin, que valoraba más la opinión social y que, por lo mismo, tendía a mostrar un gesto complaciente que no dejaba traducir lo que realmente estaba pensando. Era muy curioso. Uno no tenía miedo de nada y el otro, en cambio, parecía temerle a todo.
—¡Esto está buenísimo! —Me introduje un trozo de pollo en la boca y cambié de tema con lo primero que se me ocurrió. No tenía ningunas ganas de que se tensaran los escasos momentos de tranquilidad que teníamos—. ¡Buenísimo de verdad!
Yoon Gi esbozó una sonrisa y se recostó sobre el respaldo, dándome a entender que estaba de acuerdo en zanjar la conversación, pero Jimin lo que hizo fue dedicarme un gesto inquieto que no me gustó nada. No iba a ser posible relajarse, no.
—Oye... Mei... —Su titubeo me hizo parar de masticar y levantar la vista de la comida—. Verás... Yo... Es que... —resopló, buscando cómo expresarse—. Quisiera estar al tanto del proceso de intervención ya que he colaborado en todo lo que me has pedido con mi mejor esfuerzo.
¿Cómo? Mi mirada confundida se cruzó con la de Yoon Gi.
—El proceso es un asunto muy amplio, que abarca muchas y diversas cuestiones —contesté; necesitaba hacerme una composición de su intención antes de valorar cómo responder—. ¿Qué es exactamente lo que te interesa?
—Me gustaría que me explicaras lo que vas a poner en el informe.
Rayos.
—Sé que me dijiste que era confidencial pero entiendo que eso ya no se puede aplicar conmigo —siguió—. Me nombraste "coterapeuta" ante el juzgado y, hasta a donde sé, los ayudantes deben de estar al tanto de las intenciones del profesional al mando, ¿no es así?
Vaya por Dios. Había estado investigado al respecto.
—No me malinterpretéis, por favor —añadió, al sentir la profundidad de la mirada de Yoon Gi sobre él—. No me gusta meter las narices en lo que no me atañe pero estoy muy agobiado con el asunto del juicio y de la sentencia y necesito saber qué esperar.
Lo imaginaba. Estaba preocupado y buscaba una respuesta que le tranquilizara. Lo malo era que la solución seguramente le pondría bastante peor de lo que ya estaba.
—Mi intención es sencilla. —Solté los palillos y me aclaré la voz, en busca de la frase más concisa posible—. Quiero utilizar lo que pasó con vuestro padre para demostrar que el autor del crimen de Yarek Seong es otra persona.
—¿Vas a contar lo del sótano?
Asentí. Me pareció que contenía la respiración.
—¿Y cómo vas a demostrar el incidente?
—Tengo la foto que Yoon Gi le sacó a la cabeza del señor Min en la cocina.
Poco le faltó para que se le salieran los ojos de las órbitas.
—¿Cómo? —El cuerpo se le sacudió de arriba a abajo—. ¿Cómo puedes...? ¿Cómo es que la tienes tu? —Sus pupilas se convirtieron en dos ascuas ardientes y, antes de que pudiera explicarle que había sido él mismo el que me la había entregado, continuó—. Ay, Dios... No es posible. Esto no es posible. Yo la aparté. La aparté. —Se llevó las manos a la cabeza—. ¿Seok Jin? Claro... Me la quitó él... Cómo no me di cuenta... Cómo...
—No le eches la culpa de esto a Seok Jin —me escuché reprenderle—. Intentaste esconder una prueba crucial mientras al mismo tiempo me pedías que ayudara a tu hermano. —Siempre había tenido ganas de encararle con esa cuestión pero la situación no se había prestado hasta ahora—. ¿Cómo esperabas que pudiera trabajar bien, con la mitad de la información oculta?
—No quería engañarte... —musitó, en un hilo de voz—. O sea... Sí... Pero no con mala intención... O no lo sé... —rectificó—. A veces ni yo mismo sé qué es lo mejor y...
Me crucé de brazos. Se notaba a la legua que no sabía cómo salir airoso de la tesitura en la que le acababa de poner.
—Yo solo quería que lo rompieras... —balbuceó—. Que eliminaras esa tendencia hostil que tiene...
"Se rompe, te rompes".
—Conocías la existencia de Pang Eo, aunque no supieras exactamente lo que era, y querías que lo matara, si se puede decir así.
—No, no... Bueno, sí...
—Querías que lo anulara con terapias sin decirme del todo la verdad —le confronté, sin miramientos—. ¿Por qué?
—¡No lo sé! —exclamó, de golpe—. ¡Lo único que tengo claro es que no puedes contar lo de papá! ¡No puedes!
Un incómodo silencio se hizo eco entre las cuatro paredes antes de que buscara, desesperado, la complicidad de su hermano.
—Hyung, ella no puede hacer eso. No puede. ¡No puede! —bramó, presa de la ansiedad—. ¡Díselo tu! ¡Dile que no! ¡Que no!
Aquel histerismo me alarmó tremendamente. Parecía una caldera sobrecalentada a punto de explotar.
—Yo no le voy a decir a ella cómo hacer su trabajo. —La calma de las palabras de Yoon Gi contrastaron de forma abismal con la angustia de su hermano—. Mei pondrá en el informe lo que crea conveniente poner y ni tu ni yo vamos a interferir.
—Pero Hyung... —La cara de Jimin se desencajó por completo—. No puedo creerlo... No puedo creer que estés de acuerdo...
Dio un pequeño golpe en la mesa, contenido, y su mirada evidenció algo parecido a la ira.
—¿Eres consciente de las consecuencias que tendrá esa confesión para él? —Se volvió hacia mí—. ¿No puedes justificarle de otra manera que no sea hablando de eso? ¿Quieres airear la desgracia de nuestra infancia y señalarle como un brutal asesino?
Por supuesto que no pero mentir solo empeoraría los síntomas disociativos y dificultaría el adecuado tratamiento.
—Lo que yo quiero es ayudarle —objeté—. Además, no puedo analizar un modus operandi sin un crimen. Necesito pruebas materiales.
—Pruebas materiales... —La mirada se le perdió en algún punto del aire—. Esos son los animales... Mi hermano mata animales pero solo animales. Solo animales. Animales —recalcó—. Solo mata animales y papá se fue. Nos pegaba y se fue.
Madre mía. ¿Realmente era capaz de engañarse de esa forma con tal de mantener su patológica idea de protección?
—No pienso decir otra cosa ni ante la fiscal ni ante el juez —finalizó—. Me da igual la verdad, la mentira, la terapia y hasta los crímenes. Me da igual todo. Todo. Él solo explora con animales y papá se fue.
—Jimin, ya basta.
La firmeza de Yoon Gi le hizo dar un respingo.
—Entiendo cómo te sientes pero Mei tiene que decir la verdad —explicó y, aunque la cabeza rubia se meneó varias veces seguidas en una rotunda negativa, siguió como si no lo hubiera visto—. No se puede vivir en una mentira —determinó—. Puede que a ti te dé igual pero a mí no. A mí me importa hacer la terapia que se requiera, durante el tiempo que se requiera, y tu vas a dejarte de tonterías y angustias ridículas y vas a empezar a vivir con normalidad, como siempre debiste de haber hecho, sin imponerte velar por mi a cada segundo que respiro.
—No me lo impongo, quiero hacerlo. —Me pareció que los ojos se le humedecían—. Por favor, Hyung, no lo hagas... No lo hagas... —suplicó—. No lo hagas... No te delates así...
—Cuando la fiscal te pregunte, dirás la verdad, y lo harás porque es lo correcto. —Yoon Gi se inclinó y le sujetó el brazo, que ya le convulsionaba sin control en el regazo—. Ahora soy yo el que te lo suplica.
Su hermano retiró la vista, azorado, y la clavó en las rodillas.
—Por favor, Jiminnie, no quiero seguir vivir como hasta ahora.
—Sí, Hyung. —El murmullo apenas se escuchó—. Como tu digas, Hyung.
Uf. Qué mal sonaba aquel abrupto y repentino sometimiento.
—Gracias, hermano.
—De nada, Hyung. Lo haremos como digas.
Bajé la vista al plato y contemplé mi ración. La escena me había cerrado el estómago y no creía poder seguir comiendo. Meneé la carne, abstraída, mientras el sonido de los cacharros a mi alrededor me resultaba molesto y hasta ensordecedor, y veía por el rabillo del ojo cómo Jimin, ya más sereno, se dedicaba a apilar los platos sucios. Me daba tanta lástima su situación... Tanta... Pero a la vez era tan necesario afrontar la realidad...
—Ya no tienes hambre, lo siento. —La mano de Yoon Gi se posó sobre la mía y su calor, aunque me reconfortó, me hizo dar un bote y volverme hacia la puerta cerrada, con aprehensión—. No hay nadie, descuida — me tranquilizó—. Y Jimin solo está asustado. Nada más. Discúlpale.
—Lo sé.
Su sonrisa me recordó la suavidad de su piel contra la mía y su aliento bailando por mi cuello. No pude contenerme y me incliné, en una proximidad que él también buscó y, en un segundo, nuestros rostros se encontraban tan cerca que casi nos podíamos rozar con la nariz.
—Todo va bien —susurró—. Lo único que no va es que el día acaba de empezar y yo ya estoy desesperado por bes...
El estruendo de algo al romperse nos hizo separarnos y mirar a nuestro alrededor.
Sangre. Cientos de salpicaduras de sangre habían teñido la blancura del mantel y Jimin, frente a nosotros, nos observaba, con las manos abiertas llenas de cortes de los que emergía esa energía roja tan fascinante, en medio de un mar de cristales impregnados de tonos similares, que se esparcían desordenadamente entre la comida y el suelo, mientras el agua derramada de los vasos empapaba la tela de la mesa hasta el borde, organizando una caudal que terminaba en un charco sobre la baldosa.
—Se me ha explotado el vaso en las manos... —sollozó—. Perdón... Se me ha explotado... —insistió—. Se explotó y se me cayeron los demás...
Cogí un par de servilletas blancas y me apresuré a limpiarle las heridas.
—No te asustes —presioné contra su piel—. Aunque sean muy aparatosos son cortes superficiales y...
Me interrumpí. El lugar en donde se había clavado el cuchillo no solo no estaba vendado como debía estar sino que lucía en carne viva. Se había arrancado los puntos.
—¿Por qué lo has hecho? —Traté de sonar suave, pese a lo impactante del descubrimiento— ¿Te estás lastimando a propósito?
—Mei.... Papá... —ignoró mi pregunta—. La sopa... Como hoy, en ese entonces también manché el mantel... Lo manché...
—No importa —respondí—. Los objetos, si se estropean, simplemente se tiran. —Me centré en mis palabras para evitar que disociarme con aquel festival de colores, como me había ocurrido con Sun Shee días atrás—. Las cosas que se compran con dinero tienen un escaso valor.
Por toda respuesta, se inclinó sobre mi, y su aliento sobre mi oído me llenó de inquietud.
—Yoon Gi, ¿hay antiséptico en algún lado? —inquirí—. Si tienes, dámelo, por favor. Hay que desinfectar las heridas bien.
No respondió. Mi ansiedad se multiplicó por mil.
—No puedes estar con él. —El susurro de Jimin me caló en el tímpano y provocó que el molesto estallido del recuerdo de la explosión de gas me dejara sin aire. No, ahora no. ¡Ahora no!—. No puedes.
Me aparté de él y retrocedí un par de pasos. Me estaba empezando a marear y los gritos de las personas que huían de la piscina me empezaban a bombardear. Veía la verja de la salida y los guijarros de la pared caer como lluvia. No. ¡No, no, no!
—Yoon Gi... —Le buscaron por la habitación—. Yoon Gi...
Estaba detrás de mi y mantenía los ojos puestos en la sangre del mantel, hipnotizado por completo.
—¡Yoon Gi! —Le abracé pero no pareció sentirme porque ni se inmutó—. Lo dijiste, ¿te acuerdas? Ahora tienes un anclaje que puedes usar. Nosotros, ¿verdad? —Le acaricié la cara y también el cabello—. Yoon Gi, por favor... Nosotros...
—Se ha roto —musitó, como inerte—. Ya se ha roto.
Aquellas palabras me sacudieron el pecho con violencia.
"Se rompe, te rompes".
Entramos la recta final de Disociativo.
¿Te la vas a perder?
N/A: Una lectora realmente estupenda ZeyM120 me ha enviado estas ediciones de la historia que me han gustado mucho. N tenía ningún motivo para hacerlo, pero me dedicó su tiempo y me emocionó mucho con su lindo detalle hacia mi.
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