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Día Doce: Interrogatorio


Observé la hora, situada en la esquina inferior del ordenador, mientras monitorizaba la bandeja del entrada del email, al que había podido acceder gracias a la conexión a Internet que la policía había instalado en la casa.

Ya eran las diez de la noche, el día había terminado y, pese a que debía sentirme aliviada y hasta casi satisfecha, no lo estaba en absoluto porque Yoon Gi se encontraba peor que nunca y esta vez no me dejaba ayudarle.

Desde la improvisada sesión que Jimin y yo habíamos tenido que organizar para sacarle del impacto que le había producido ver los cristales manchados de sangre, se había vuelto extremadamente frío, cortante y esquivo, tanto que empezaba a dudar de lo adecuado de permanecer en aquella casa. El espacio había sido una baza fundamental para anular a Pang Eo pero entre esas cuatro paredes hasta el más insignificante de los estímulos podía provocarle una crisis y, por lo tanto, no era el sitio indicado para trabajar en exposiciones graduadas.

Actualicé la pantalla. En cuanto enviaran el dictamen preliminar con la sentencia, cancelaría la terapia y volveríamos a Seúl. Era lo mejor para él y, por descontado, también para mi porque, desde que había empezado a aislarse y a responder con hermetismo, las lágrimas se me saltaban cada dos por tres.

Me aparté del portátil y revisé las aplicaciones de mensajería del teléfono, por si me avisaban de algún error o retraso con la documentación. El mensaje que había recibido de Seok Jin cerca del mediodía, cuando mi mente todavía estaba completamente centrada en Yoon Gi y en su pérdida de la realidad, seguía allí, leído y esperando contestación.

"Debería odiarte por no haberme dedicado ni cinco miserables minutos de tu excelso tiempo. Por si no te has dado cuenta, he estado dos días enteros detenido en un juzgado de tres al cuarto, en una habitación sin baño y con una cama mueble que da asco. Cuarenta y ocho horas he pasado allí. ¡Cuarenta y ocho! ¡Cuarenta y ocho horas arrestado por culpa de las triquiñuelas de tu adorado paciente y no has venido a verme!"

Repasé el texto, con el ceño fruncido. Podía leerlo de forma más calmada que cuando lo había recibido pero, así y todo, seguía siendo complicado responder. Su mal tono me superaba.

"Sin embargo, quiero que sepas que, aunque tu injusta indiferencia me ha lastimado más que mil puñales en el pecho, he decidido ser comprensivo. Entiendo que estás tan afectada por todo lo que está pasado que no te das cuenta del error que estás cometiendo".

Solo le faltaba poner que, por suerte, estaba él ahí para orientarme.

"Te has ido a Daegu, ¿verdad? No te habrás quedado sola con el psicópata ese, ¿no? ¿Quién está en la casa contigo? ¿Ha ido Jimin también? ¿Cuánto tiempo piensas estar allí?"

Cielos. Suerte que su interés de entrevistador y el aire egocéntrico que se gastaba se habían ido esfumando ante mi ausencia de respuesta porque el último mensaje, enviado dos horas después, era bastante más normal.

"Por favor, solo dime que estás bien. Es lo único que realmente necesito saber".

En esas letras sí percibía tristeza y preocupación, y por un instante, le recordé en la cafetería, presumiéndome con la tablet las diapositivas de su siguiente sesión clínica o las fotos de uno de sus cruceros por Europa, llamándome la atención como un poseso cada vez que intentaba desviarle del tema. Recordé el día de la primera fiesta de profesionales en formación, cuando fuimos a una discoteca y terminó peleándose conmigo en medio de la pista porque eran las cuatro de la madrugada y no quería irme a dormir, o el día de la celebración de Navidad con el equipo, en el se había pasado cerca de veinte minutos criticando la comida de todo el mundo para a continuación adueñarse del plato que había hecho yo porque era "lo único masticable".

Sí, era un idiota pero había sido parte de mi vida diaria durante todo un año y le echaba de menos, a pesar de ser sospechoso y a pesar de que no olvidaba que no había sido capaz de decirme la verdad ni una sola vez. Pero no se merecía que le respondiera. No.

Solté el teléfono y actualicé de nuevo el email. Nada. Repetí la operación tres veces más y reinicié la cuenta, con el mismo resultado. Uf. Esperaba que no se retrasaran mucho más.

Los investigadores habían regresado a eso de las seis, sin comer y con caras de evidente frustración tras el estrepitoso fracaso con Nam Joon y, quizás por eso, se mostraron más resueltos que nunca a concluir con el interrogatorio y poner punto y final al caso. Al menos, eso dijeron nada al verme, justo antes de convocar una reunión con todos en el salón para que expusiera el VICAP a viva voz ante el acusado.

Había sido difícil. A parte de convertirme en el centro de atención de todo el cuerpo policial, me había terminando saltando las cosas que no tenía terminadas, y explicar mis teorías me había resultado bastante incómodo, con Jimin al lado enviándome miraradas recelosas sin parar y con Yoon Gi cabizbajo y medio ausente acomodado en un rincón del sofá.

—Debo admitir que la diferencia entre los crímenes es asombrosa aunque, al mismo tiempo, imperceptible si no se es experto en la materia.

La fiscal Lee Min Sou revisó las fotos de los animales, una por una, antes de extenderlas sobre la mesa, sin quitarle ojo a la de la cabeza de Yarek Seong.

—Lo de las cuencas de los ojos es abrumador —reflexionó—. Es cierto que parece un perfil temperamental muy diferente a la personalidad disociada del detenido pero... —Posó su mirada sobre mi y sentí que se me cortaba la respiración; algo no le estaba convenciendo—. No es un perfil opuesto a la personalidad primaria del señor Min, ¿o sí?

La pregunta me dejó bloqueada. ¿Qué narices estaba insinuando?

—No, Min Sou, sí lo es. —La voz antipática del forense me pareció, por una vez, música para los oídos. —En la reunión que tuvimos en el hospital ya nos explicó que la personalidad del acusado tenía una base sumamente racional. —Levantó la foto del perro y sus ojos enjutos y arrugados me observaron con un respeto que nunca hasta entonces le había notado—. Creo que esa característica es incompatible con impulsos de este tipo.

Lo que eran las cosas. En contra de todo pronóstico, el que siempre me había cuestionado e incluso acusado días atrás, ahora era el más coherente y accesible de los dos.

—No sé. —Su compañera se mostró dubitativa—. A mi juicio Min Yoon Gi es una persona bastante emocional pero su inteligencia le permite disimularlo.

¡Rayos! Y pensar que hasta ayer mismo había confiado en su apoyo... Gracias a Suni ahora sabía que lo que le importaba era encontrar la forma de proteger a su "ahijado".

—Yoon Gi no es impulsivo —le defendí—. Tiene una enorme capacidad de autocontrol.

—No sé hasta qué punto se puede afirmar eso en alguien que padece disociaciones, lo que, curiosamente, supone perder el control, ¿no?

¿Que qué? Y ella qué sabía. Demonios.

—Me sorprende que la cuestiones de ese modo. —Kim Woo Kum agitó el pendrive en donde había guardado el documento, con énfasis—. Yo no estaba por la labor de pedir este tipo de "cuentos analíticos" pero ahora que lo he escuchado reconozco que está muy bien argumentado —le hizo saber—. El acusado padece un trastorno mental grave debido al cual ha realizado actos condenables pero no es responsable en modo alguno de los mismos.

La fiscal se mordió el labio.

—No es el autor de ninguno de los delitos que nos ocupan —concluyó—. Eso es así y no hay más que rascar.

Por fin lo veía. Por fin.

—No te equivoques, querido, yo soy la primera que ha reconocido que el análisis del modus operandi es brillante —remarcó la mujer—. Brillante pero insuficiente.

¿Insuficiente? ¿Y qué quería que le consiguiera? ¿Una confesión grabada en vídeo del propio Pang Eo?

—No estoy de acuerdo —me escuché protestar—. Y sé que en el fondo sabe que tengo razón.

—Doctora, de verdad que aprecio muchísimo su dedicación y su entrega, pero solo se puede hablar de un asesinato cuando hay un cuerpo —me corrigió, con solemnidad—. Los modus operandi servirían si tuviera el cuerpo de ese "padre", si es que se le puede llamar así, para compararlo con el otro.

—Hay una foto —objeté—. Ya se la he dado.

—Una foto de "alguien" sin identificación puede ser cualquier cosa, desde un montaje hasta una persona diferente que no tenga nada que ver con esto.

—Tampoco tengo los cadáveres de los animales y eso no lo pone en duda.

—Porque los animales ni quitan ni ponen a la exculpación de un delito.

Si hubiera podido, le hubiera estampado la cara contra la mesa y le hubiera roto la nariz. La sangre y los gritos amenizarían mi tarde y le darían un toque más emocionante, eso por no mencionar que el color que adquiría la mesa añadiría un punto alegre a... No. Basta. Basta. Esa idea procedía de los restos de mi estado disociativo, que pataleaba por salir de nuevo, y no de mí.

—¿Sabe qué pasó con el cuerpo del señor Min?

El investigador aprovechó que nos habíamos callado para dirigirse a Jimin, que no había abierto la boca y no dejaba de estirarse las mangas del jersey como si quisiera esconderse dentro como un caracol.

—¿Vio usted lo que ocurrió?

—Yo... —El aludido ocultó las manos en la lana—. Yo... Yo... Bueno... La verdad es que...

—Los restos están enterrados en la ladera de la montaña, en el bosque de la entrada. —La voz de Yoon Gi, alarmantemente vacía, zanjó el tema y atrajo la atención de todos como un poderoso imán—. Supongo que no quedará más que el cráneo y algún que otro hueso porque hace muchos años de eso y yo troceo las cosas en pequeñito.

Jimin dio un respingo, con los ojos como platos y le miró, sin aire en los pulmones.

—Hyung... —murmuró—. ¿De qué estás hablando?

Eso mismo estaba a punto de decir yo. Pang Eo no sabía nada del cuerpo porque su hermano se había deshecho de él con la ayuda de alguien. Lo de la ladera y el bosque no pintaba nada en la historia.

—¡Vaya! ¡Qué interesante es escucharle hablar! —se congratuló Kim Woo Kum—. ¿Sería tan amable de responderme a algunas cuestiones?

Yoon Gi le dirigió una inexpresiva mirada y se hundió en el sofá, sin una sola palabra al respecto. Me temí lo peor.

—¿Podría confirmarme que admite tener el trastorno que la Doctora Eun ha descrito? —El forense se inclinó en la silla, con el cuerpo hacia él y todo su interés—. Si firma ahora los papeles, podremos tramitar su ingreso en un centro especializado mientras buscamos a su padre donde nos ha indicado.

Ninguna respuesta.

—¿Es consciente de padecer disociaciones? —insistió el investigador—. Su psicóloga ha expuesto que ha podido establecer cierto contacto con la identidad de nombre Pang Eo.

La habitación mudó en un tenso silencio solo roto por los aspavientos contenidos de Jimin y de la fiscal, que no parecía menos sorprendida que él ni que yo misma. Estaba tirando por la borda todo lo que habíamos pasado, trabajado, hablado y sufrido. ¿Por qué? Yoon Gi, ¿por qué?

—¡Haga el favor de responderme, que es importante para su absolución! —Kim Woo Kum se incorporó, con la cara roja de frustración, y le amenazó con el dedo—. ¿No va a colaborar?

Nada. Ni un gesto, ni una mirada. Nada.

—¿En serio no quiere aprovechar la extraordinaria defensa que le ha brindado la doctora? —parpadeó durante unos instantes y se volvió hacia mí, sin entender—. ¿Qué es lo que le ocurre?

—Está un poco disociado —respondí, con el corazón agarrotado y la mente envuelta en un torbellino de ideas—. Hemos tenido una improvisada sesión esta mañana y los síntomas no han desaparecido del todo.

Aquello era lo único medianamente coherente que podía decir para justificarle.

—Llévelo a descansar entonces. —La fiscal relajó el rostro y me sonrió; a pesar de nuestro choque, no era mala persona, y se había dado cuenta de la seriedad de su estado—. Nos podremos arreglar con el señor Min Jimin.

Éste se estiró más aún de las mangas y se revolvió en la silla, agobiado, pero no le quedó más remedio que aceptar mientras Yoon Gi y yo abandonábamos el lugar en dirección a la habitación del fondo, la que había sido de sus padres.

Atravesamos el pasillo, en un incómodo silencio que se me hizo una losa espantosa, hasta que abrí la puerta y el olor a rancio de la estancia me golpeó en la cara. El espacio estaba ocupado casi por completo por una cama de matrimonio muy antigua cubierta con una manta muy sosa de color grisáceo y dos almohadones a juego. Una cómoda con dos sillones, un armario y un espejo de cuerpo entero completaban el mobiliario, junto a unas cortinas polvorientas recogidas con cuerdas que colgaban de un techo cuarteado por una enorme humedad en las esquinas. Por eso olía así.

—¿No prefieres estar en la otra habitación? —Arrugué la nariz ante la vista de la pintura desconchada pero, cuando me quise dar cuenta, ya se había acostado y se afanaba en estirar la colcha—. Oye... —le llamé—. ¿Por qué no me quieres contar lo que has recordado?

Estaba tan acostumbrada a que me confiara todo que esa repentina distancia me estaba asfixiando.

—Se nota que estás mal —le señalé—. ¿Qué ha sucedido?

—No, no estoy mal —negó—. Yo siempre he sido así.

—Conmigo no.

Me sostuvo unos instantes la vista y me pareció percibir que el brillo en su ojos se había apagado. Sentí dolor contenido y ganas de abrazarme pero no solo no lo hizo sino que me dio la espalda y se cubrió con la colcha hasta el cuello.

—Vete. —Su tono amargo me alarmó todavía más—. Me gustaría dormir.

—¿Qué es lo que has visto? —insistí—. Puedes contarme los que sea, cualquier cosa, incluso que te has bañado en la sangre de alguien. —Soné demasiado aprehensiva pero no me importó—. Lo sabes, ¿verdad?

Me pareció que temblaba bajo la colcha. Rayos. Algo le pasaba y era importante.

—Estoy contigo. —Se me empezó a secar la garganta y un hormigueo me subió por los dedos de las manos—. Lo resolveremos juntos.

—Te has autoproclamado mi "salvadora" sin preguntarme si quiero que me salves.

Su respuesta me dejó helada y el estómago se me encogió. ¿Cómo? No. No, no, no.

—Yoon Gi... —No podía creérmelo; realmente no podía—. A ver... — titubeé—. Tu me pediste ayuda el día de la primera sesión.

Mi cabeza voló a aquel momento y me vi tumbada sobre el frío suelo del despacho con él a mi lado susurrándome que no me fuera.

—Y has afianzado tu promesa conmigo varias veces después —proseguí—. La última fue ayer mismo por la noche —le solté, sin respirar—. ¿Te parece eso una "autoproclamación"?

—Tienes razón. —Por fin se sentó en la cama y me miró, con el gesto tornado en una expresión indescifrable—. He sido yo el que ha estado detrás de ti todo el tiempo y el que te ha pedido ayuda también muchas veces.

Suspiré, esperanzada en que el análisis le devolviera a la normalidad. Sin embargo, lo siguiente que dijo fue peor que si me picaran el corazón con un punzón.

—Olvídalo todo.

—¿Qué?

—No quiero que me ayudes más. —Su aspereza volvió a hacerse palpable y me descubrí rezando por ser capaz de mantenerme en pie—. No quiero hablar contigo, no quiero contarte mi vida y ni mucho menos deseo que estés a mi lado.

—¿Cómo que no?

La garganta se me cerró. Empecé a ahogarme.

—Lamento la desilusión pero la franqueza es importante. —Volvió a tumbarse—. Y admito que ha sido culpa mía —me aclaró—. La historia me fue de las manos.

Me hubiera gustado gritarle y enfadarme, chillarle y salir de un portazo pero no pude hacer nada porque la ansiedad me paralizó y el familiar olor a quemado me inundó las fosas nasales.

—Quiero que te vayas, Mei.

Bajé la mirada. Distinguí los pies de mi "yo" infantil, con la sangre de la cabeza de mi amiga goteando entre sus manos, pero me negué a mirarla.

—¿En qué sentido quieres perderme de vista?

—En todos.

Busqué aire pero no lo encontré. Mis manos se hicieron ajenas, al igual que mis pies, y mis oídos, embotados, ya solo eran capaces de escuchar mis propios pensamientos en voz alta o, mejor dicho, los de mi disociación, que se revolvió sin que pudiera evitarlo.

"Se le fue de las manos".

No. Yo sabía que no.

"La negación solo lleva a la autodestrucción, tesoro".

Negación.

Justo como la de Jimin.

Negación.

El dictamen del Juzgado está a punto de conocerse.
Mei se aferra a Yoon Gi pero su voz disociada parece tener una visión diferente.
La negación nos convierte en ciegos emocionales y nos impide ver la realidad. 

Todo esto y mucho más en la próxima actualización.
No te la pierdas.


N/A:

Negación: se ha hablado mucho a lo largo de la historia de esto. Se trata de uno de los mecanismos de defensa del Psicoanálisis descrito por Freud. Consiste en enfrentarse a los problemas negando su existencia. Por cierto que  Freud también describió ya por esos tiempos la disociación como otro de los mecanismos. Posteriormente otros autores de la corriente han ido ampliando esa lista.

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