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Dia Diez: Tercera Exposición


Regresé al despacho en un estado de alteración máxima, di un portazo y me lancé a vaciar la estantería. Tenía muchos artículos impresos en papel, grapados y sin clasificar, y, aunque ya los había mirado todos, quería asegurarme de que no se me hubiera pasado alguno que tuviera algo importante sobre "represiones post- terapia".

"Lo único malo del asuntito es que no se ha tomado las revelaciones muy bien que digamos".

Claro. Después de toda una vida de amnesias y borrones, contactar con una parte de la verdad le había producido un tremendo choque emocional y ese elevado estrés había propiciado que ahora Pang Eo campara a sus anchas como si fuera la identidad original.

¿Qué hacer ahora? ¿Cómo restaurar las cosas? ¿Cómo?

No encontré nada que ya no hubiera leído. Uf. Encendí el ordenador y me metí en los fondo de la biblioteca on line. Busqué la lupa. "Represión de identidad en Disociación", tecleé. Un reloj de arena comenzó a moverse por la pantalla y...

"Su búsqueda ha obtenido 0 resultados".

Vale. Lo borré. "Dificultades en terapia con una disociación". Nada. "Terapia de exposición en cuadros disociativos". Tampoco. "Trastorno de Identidad Disociativo". Vaya, un resultado sobre... ¿Posesiones? Genial. Irónicamente hablando, claro. Esos fondos no estaba actualizados.

Abandoné la planta por las escaleras de espiral, esas que siempre me daban una sensación tremenda de pérdida de equilibrio pero que constituían la ruta más rápida si quería evitar tener que hacer intercambio de ascensor entre Ginecología y Oncología, y aterricé en el semisótano. Allí estaba la biblioteca física general, un lugar solitario con olor a humedad y polvo a toneladas, que estaban a punto de cerrar porque los de Informática se habían dado a la tarea de digitalizarlo todo y deshacerse del formato papel, aunque aún quedaba material almacenado para dar y tomar.

Por eso tenía la esperanza de encontrar algo. Un libro viejo o un capítulo, un estudio de caso, una reseña o lo que fuera. Sin embargo, la mujer que custodiaba las estanterías, una señora con un enorme moño y cara de no tener ningunas ganas de hablar, me miró extrañada cuando me acerqué.

—Disoci... ¿qué? —Negó con la cabeza—. No sé lo que es eso pero de Psiquiatría no tenemos nada, lo siento.

Vaya. Una cuerda menos de que agarrarme. Ya solo me quedaba buscar el consejo de otro profesional y, como el jefe estaba en el juzgado, mi única opción válida fue telefonear a Min Hoo, la psicóloga más preparada de todas las que conocía. Tenía cerca de treinta años de experiencia, había sido mi tutora en consulta externa y además era profesora de Universidad. Si alguien podía orientarme esa era ella.

—Así que tienes dudas con un caso. —Su voz pausada resonó al otro lado de la línea—. ¿Qué terapia estás usando?

—Exposición con narrativa pero... —titubeé; tampoco quería darle demasiados detalles—. Mi duda no es en sobre la técnica. Lo que quiero saber es qué se puede hacer cuando un paciente rechaza el insight.

—Entiendo que tu usuario ha tomado conciencia de lo que le pasa pero ha huido emocionalmente y activó el mecanismo de negación.

Más bien activó su otra identidad pero, sí, la idea se le aproximaba.

—Algo así —confirmé—. ¿Qué es lo que podría hacer para contactar otra vez con él? —Y añadí, a modo de explicación—: Está replegado en "modo defensa" y me resulta completamente inaccesible.

Se hizo un breve silencio que me pareció eterno.

—Creo que lo idóneo sería que le volvieras a mostrar la realidad de la que huye todas las veces que hicieran falta —concluyó—. Te costará mucho reestructurar sus ideas al respecto pero, en un momento dado, se abrirá un escollo emocional en alguna parte y por ahí podrás entrar.

—¿Un escollo emocional? —repetí.

—Me refiero a algo que le resuene, que le importe.

No. Nada de eso funcionaría con Pang Eo. Él había nacido precisamente de esa realidad tormentosa y estaba encantado. ¿Cómo reorganizar algo que generaba placer? Y tampoco tenía ninguna arista emocional por la que atacarle. Era demasiado difícil, imposible diría, y de ahí que el desánimo se hubiera apoderado de mí.

No podía hacer nada. Nada.

—¡Mei! —La enfermera Min entró entonces como una exhalación, sin llamar, y su presencia me hizo dar un bote y me obligó a recomponerme—. ¡Por favor ven! —rogó—. ¡Min Yoon Gi ha estrellado la bandeja de comida contra la pared y se ha quedado con el tenedor! —expuso, a toda velocidad y con el miedo reflejado en las pupilas—. ¡Tiene un tenedor! —repitió, angustiada—.¿Qué hacemos? ¿Le contenemos? ¿Le inyectamos? ¿Y si cuando nos acerquemos nos lo clava en el cuello?

Pang Eo ya estaba dando la nota. Algo quería. Nunca hacía nada porque sí.

—¿Dónde está?

—En su habitación —aclaró—. El policía de fuera está vigilando que no salga pero ninguno de nosotros se atreve a intervenir porque no tenemos medidas de seguridad.

—Lo entiendo. —No le faltaba razón, claro, pero el único protocolo posible implicaba atarle a la cama y eso solo serviría para disparar sus ganas de dañarnos—. No te preocupes, voy a evaluar la situación.

Había llegado el momento de hacer algo. No tenía nada preparado ni, por descontado, idea alguna de cómo iniciar un contacto útil con él pero saqué fuerzas de flaqueza y, en un abrir y cerrar de ojos, ya estaba en la Unidad de Observación, con la bolsa de plástico de las sesiones anteriores en un bolsillo y la colección de fotografías en el otro, en donde también había metido las de Yarek Seong.

—No quiero que entre nadie —le advertí al agente de la puerta, que observaba el interior muy recto y con la mano en el arma del cinturón—. A menos que yo pulse la alarma usted no debe intervenir.

—Si le ataca, mientras agoniza en el suelo y se desangra, se acordará de que me prohibió la entrada y se arrepentirá. —El hombre arrugó la nariz, desdeñoso, pegó me obedeció y se retiró a su asiento—. Todo por mantener la tontería esa de que los ingresados son cosa exclusiva de los sanitarios así sean asesinos.

—Si me desangro y no he pulsado la alarma será mi problema por no haber sido lo bastante rápida. —No me resultó difícil replicarle—. Solo déjeme ahí y asunto arreglado.

—Es cierto lo que dicen de que los psicólogos están más locos aún que sus pacientes.

Ni siquiera me tomé la molestia de responder a semejante tontería. Simplemente le ignoré y me metí en la habitación de un portazo. Bueno, a por ello.

—Dijiste que solo volverías cuando quisiera colaborar pero no te he llamado y, sin embargo, estás aquí. —Pang Eo, semi tumbado en la silla junto a la ventana, dio varios golpecitos rítmicos a la pared con el tenedor, como si tocara el ritmo de una canción, con un gesto de completo aburrimiento—. ¿Ves como vendrías tu solita?

Ya.

—Solo lo he hecho porque me han dicho que no te ha agradado mucho la comida de hoy —contesté, fría—. Y también porque he creído necesario recordarte que, si quieres que Yoon Gi salga bien parado, tendrás que esforzarte un poco y abstenerte de hacer algo que le pueda perjudicar.

—¿Por "hacer" te refieres a esto? —Me mostró el tenedor, antes de dejarlo caer al suelo con su sonrisa sarcástica habitual—. ¿Por quién me tomas? ¿Crees que soy un salvaje incapaz de valorar la conveniencia de mi conducta?

Era un psicópata primario. Por si me quedaba alguna duda, lo que había dicho me la acababa de disipar.

—Si no cojo el tenedor y monto mi escena me habrías dejado aburrido hasta mañana como "castigo" por no acceder a contestar a tus preguntitas terapéuticas. ¿Me equivoco?

No, no lo hacía.

—Quiero mis fotos —exigió—. Las veo en tu bolsillo así que dámelas o me pondré muy triste y pagaré mi depresión con el policía comebolitas de fuera.

Un nudo me atenazó la garganta. No iba a hacer nada. Solo me quería poner nerviosa pero no podía negar que las amenazas se le daban fenomenal.

—¿Por qué las haces? —Las saqué y las agité en el aire, para que las viera de lejos—. ¿Son importantes para ti?

—El arte es un lujo que merece la inmortalidad pero mis obras son perecederas al paso del tiempo porque la carne se corrompe —respondió—. Fotografiarlas es la única forma de consagrarlas en lo eterno para que la belleza de la vida sacrificada no quede en el olvido.

—Quisiera que me las explicaras, si no tienes inconveniente, para extasiarme y poder admirarlas yo también en todo su esplendor.

La verdad, ni yo misma no sabía a ciencia cierta lo que acaba de decir pero me daba lo mismo. Necesitaba introducirle en terapia a como diera lugar así que lo primero que se me ocurrió fue seguirle el rollo, sentarme en el suelo y empezar a disponer en hilera las imágenes, bajo su atenta mirada. Si reproducía elementos de sesiones pasadas quizás pudiera encontrar el recoveco emocional que me llevara hasta Yoon Gi.

—Soy una psicóloga muy rara —repetí sus palabras cuando me vio en esa posición y estiré la bolsa sobre la baldosa—. Prefiero usar el suelo a la silla.

—¿Y eso a quién le importa?

—Eres el único que sabe que me disocio —continué evocando la conversación de aquel día—. Y, para serte sincera, el motivo de que te lo haya contado es que siempre he confiado en ti.

—Eso sí que es una buena broma —me cuestionó—. Usaste tu síntoma solo para ganarte su colaboración, no ofendas mi intelecto, amor —me soltó, mordaz, y añadió—: Lo que ocurrió fue que luego te diste cuenta de que eras como él y fue eso lo que te hizo confiar.

Parpadeé. Maldición.

—Haces grandes esfuerzos para parecer "normal" y te construyes cada día en lo correcto de la estúpida sociedad que nos rodea pero, por mucho que lo intentes, por mucho que luches, no puedes cambiar el hecho de que eres su compañera de vida y también su compañera de muerte. —Sus pupilas oscuras se fijaron a las mías como imanes—. Y eso, amor, que ahora te parece el peor error de tu vida y de tu recta profesión, es lo que te salvará de terminar siendo una masa de sangre informe. Un elemento sin fuerzas. Un ser inerte sin gracia. Un vacío sin nada.

Me sentí temblar por dentro. Me incomodaba que detectara mi parte más escondida pero me incomodaba aún más que la conversación fuera por dónde él quisiera y no por dónde quisiera yo.

—Pensaba que amabas lo inerte porque está muerto —reconduje sus palabras—. Y creo que disfrutarías enormemente sacándole fotos a mi cuerpo descuartizado.

—¿Por qué iba yo a querer hacerte eso? —Su pregunta retórica me dejó claro que, tal y como había supuesto, no asesinaba sin razón—. Te quiero viva — aclaró—. Digamos que me gusta tu mediocridad respiratoria lo suficiente como para cuidar de ti.

¿Cuidar de mí?

—¿Y por qué lo harías? —seguí tirando—. No te importa nada ni nadie.

—No te falta del razón —reconoció—. ¿Por qué lo haría entonces?

Guardé silencio.

—¿No lo sabes, amor?

—No con seguridad —admití—. Tengo un par de posibilidades.

—Oh, vaya... —siseó, entre risas—. Y yo que pensé que se notaba... —Se llevó la mano al pecho y se lo golpeó en la zona izquierda—. ¡Acabas de romperme el corazón!

No me lo pensaba decir. Había llegado a punto muerto. No me quedaba más remedio que cambiar el foco de atención o no podría seguir indagando.

—Este de aquí es tu padre, ¿verdad? —Señalé la imagen de la cabeza sobre la mesa—. ¿Fue tu primera fotografía? —La observó, pensativo—. ¿Podrías definirme un afecto para él?

—Déjate de rollos psicoterapéuticos. —Se arrodilló y cogió la imagen—. Ya sabes que papaíto fue el primero y también sabes por qué.

Cierto. Pero ya le tenía en el espacio de terapia y eso era lo que realmente quería.

—Me gustaría saber cuántos martillazos le diste y qué hiciste después con el cuerpo —me forcé por parecer fascinada—. Tu obra de arte ha despertado mi máximo interés y admiración.

— Le di quince, entre las sienes y el cuello y, aunque parezca que lo hice cegado de rabia, me aseguré de no dañarle la cara porque ya tenía la idea de fotografiarle después. —Me pareció que se enorgullecía—. Quería usar su cabeza como centro de decoración en la mesa de la cocina y, aunque lo hice durante un rato, me quedé con las ganas de ponerle sobre un plato de sopa porque mamaíta ya la había tirado toda antes de irse.

Sin duda, todo un arte en materia "venganza" calculada.

—¿Y el cuerpo?

—Eso pregúntaselo al hermanito inocente. — Depositó de nuevo la imagen en el lugar que yo le había asignado—. Aunque dudo que esa patética y lacrimosa personita vaya a colaborar contigo para algo más que para dar pena. —Abrió los brazos, y, de repente, pareció a punto de declamar un poema de elevada carga dramática—. ¡Pobre y dulce niñito! ¡Tan dedicado siempre y tan sufridor!

Ya me había dado cuenta de que no simpatizaba en absoluto con Jimin pero, ¿por qué? Él le había encubierto, había limpiado sus barbaridades y encima le defendía.

—¿Te disgusta Jimin porque destruye tus creaciones?

—Si lo dejo visible es por algo —contestó—. Pero, ya que te interesa, lo que de verdad no soporto es su falta de autenticidad y de elegancia.

—¿Elegancia? —repetí, sin comprender.

—¡Anda! —De repente, se pegó a la tira de fotos, con con un repentino interés en la mirada—. ¡Al final no quedó tan mal!

Se refería a las tomas del cuerpo de Yarek Seong. Lo comprendí cuando las cogió, expectante, y procedió a analizarlas como si las mirara a a través de un microscopio, deleitándose ante cada trozo de carne y ante cada mancha de sangre. Ante cada órgano y ante pedazo de piel desgarrada.

—No pude terminarlo. —Me mostró la de los intestinos amontonados en la silla, junto a una bolsa oscura que parecía contener restos de sus extremidades—. ¡Pero, así y todo, es bastante bueno! —Tomó la del torso mutilado—. ¿Qué opinas?

Fruncí el ceño. ¿En serio? Vale, tocaba dejarse llevar por mi "verdadero yo". Si fingía, se daría cuenta y todo se acabaría.

—Es bonito pero, sinceramente, en mi opinión, luce bastante mediocre, en el sentido de que se nota a la legua que está inacabado. —Me centré en las fotos—. No es tan buena como la de "papaíto", a pesar de que te esforzaste mucho por mejorar tu estilo arrancándole la cabellera y los ojos.

—Me gusta tu sinceridad pero tu conclusión es errónea, psicóloga.

Vaya... Si esos puntos no eran la evolución de su forma de matar, entonces ¿qué eran?

—¿Por qué lo mataste? —Se me ocurrió preguntar. —Sé que era muy mala persona y que le hizo daño a Jimin pero no me cuadra que lo hicieras por él, teniendo en cuenta que hace un momento has admitido que no te agrada en absoluto.

—Excelente apreciación, como siempre. —Me dedicó una penetrante mirada, oscura e indescifrable—. Que le hiciera daño al mierda del hermanito simpático no es motivo suficiente para sacar mi arte a pasear. —Sonrió—. Además, por si no lo sabías, al nene bueno le fascina la idea de que que lo aten, le violen y demás idioteces parecidas.

—¿Me estás diciendo que Jimin es un parafílico masoquista?

No daba crédito. Si era cierto, la teoría del móvil del crimen dejaría de tener sentido.

—No puede ser.

—Las putadas de papaíto todo lo pueden.

Sí, tenía sentido. Ser maltratado te podía convertir en muchas cosas, entre ellas el transformarte en alguien capaz de adaptarse al dolor al punto de convertirlo en una fuente de placer, aunque eso solía conllevar una bomba de emociones desorganizadas añadida brutal. Y Jimin cuadraba. Cuadraba con ese lado masoquista que nos había mostrado al autolesionarse con la cuchilla y cuadraba con su estilo pasivo que, sin embargo, viraba a la defensa más agresiva en cuanto percibía una amenaza hacia Yoon Gi, como le había pasado con Seok Jin.

—Asesinar con esto es un insulto a la belleza de la muerte. —Pang Eo acarició con los dedos la bolsa de plástico, antes de asirla y retorcérsela en la muñeca hasta que la piel se le enrojeció —. ¿No lo crees?

Aquella apreciación me transportó al contenido del informe policial. Yarek Seong había muerto asfixiado y trasladado posteriormente al comedor, en donde había sido descuartizado pero la bolsa era una ofensa al verdadero arte.

No era su estilo.

Un fuerte pitido en los tímpanos me cortó la conciencia y el mundo se alejó de mi.

"¿Juegas conmigo?"

Me quedé bloqueada durante unos breves instantes hasta que sentí el plástico en el cuello y el rostro de Pang Eo aproximándose al mío mientras me arrastraba hacia él, imitando lo que yo misma le había hecho a Yoon Gi días atrás.

El agua me acarició los pies y la sonrisa juguetona de Dae bailó ante mis ojos.

"¡Voy a casa a por la pelota! ¡No te muevas!"

No. Por favor no. Ahora no. Con él delante no.

"No me apetece jugar ahora. ¡Dae! ¡Dae!"

Contemplé mi imagen infantil mientras los guijarros de ladrillo y cemento, mezclados con la carne de mi amiga, caían a mi alrededor y me percibí inmóvil, anestesiada. Esta vez no estaba teniendo un flashback. Me estaba viendo a mí misma reflejada como en un espejo del pasado. ¡Me estaba viendo!

—Dime, amor, ¿cuáles son tus monstruos? —La cercanía de Pang Eo me ayudó apartar la atención de los síntomas—. Yo los puedo destruir y liberarte por completo.

Lo sabía. Él tenía la facilidad de desestabilizarme pero a la vez de afianzarme en la conciencia de mi propia existencia mejor que cualquier otra cosa, quizás porque me hacía sentir muy viva.
Rebusqué en sus ojos oscuros y en el contacto de la bolsa en mi cuello, en su cercanía y en el calor de la habitación. Analicé mi corazón desbocado, el hormigueo que me recorría la piel y la ansiedad que me empujaba a la idea de que él, al fin y al cabo, no dejaba de ser una parte del mismo Yoon Gi.

—¿Por qué mataste a Yarek Seong?

—Tienes que ayudar a Yoon Gi —susurró, mientras el roce de su nariz aspiraba mi piel—. No le dejes caer. No lo merece.

Mi yo infantil, detrás de nosotros, me mostró la cabeza de Dae con una exultante sonrisa pero pude ignorarla.

—Tu no lo mataste —concluí—. No lo hiciste.

Una mueca de satisfacción se le dibujó en los labios segundos antes de acariciar levemente los míos. No... La cámara de vigilancia... El contacto me estremeció pero apreté los puños y evité corresponderle. La cámara... La cámara...

—Ya no estoy de acuerdo con lo que mencionaste el otro día —susurró entonces, pegado a mi boca—. Dijiste: "Yo te quiero y se puede matar lo que se ama" —recordó—. Pero yo no podría hacerte daño. —Su suavidad electrizante se grabó de nuevo en mis labios—. No lo haría ni aunque tu me lo hicieras a mí, Mei.

El corazón me dio un vuelco.

¿Mei?

—Yoon Gi... —No pude evitar abandonarme a su beso—. Yoon Gi... Por fin... Por fin has vuelto.

La tercera sesión de terapia ha revelado que Pang Eo no fue el autor de la muerte de Yarek Seong y que el móvil del asesinato no es el que en un principio parecía.
Se abre un nuevo abanico de posibilidades. Mei necesitará esta más entera y firme que nunca y para ello necesita recuperar a Yoon Gi.
Todo esto y mucho más en la próxima actualización.
No te lo pierdas.

(Que vuelve nuestro afamado y humilde psquiatra a escena)

(Les dejo mi edición favorita. La hizo Sae y a mi ojos es perfección)

N/A:

- Diálogo socrático: Hemos cambiado de enfoque terapéutico. Hasta la fecha todo lo que hemos visto en la historia ha reflejado la Terapia Constructivista (construir la realidad). Esto tenía que ser así porque Yoon Gi no recordaba nada. Sin embargo, con Pang Eo como paciente, la cosa cambia porque él sí recuerda, de modo que ahora de lo que se trata es de "indagar y debatir la realidad" y no de "crearla". Esto es lo que se hace en la Terapia Cognitiva. Una de sus técnicas es el Diálogo Socrático, que consiste básicamente en dialogar con un paciente para llegar a un punto objetivo. No es lo mismo que la Reestructuración, que, si recordamos, es lo que Mei hizo con Nam Joon en el capítulo dos. Cuando "reestructuras" buscar cambiar la forma de pensar, y cuando "dialogas" solo quieres indagar y buscar puntos en común.

Obviamente la terapia cognitiva requiere que los pacientes tengan un cierto nivel intelectual.

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