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Día Diez


Las agujas marcaron las ocho en punto de la tarde. Las ocho.

Resoplé, aparté los papeles de escritorio y dejé caer medio cuerpo sobre él. Me sentía al borde de la extenuación, en todo el sentido de la palabra, y la situación no tenía miras de mejorar.

No sabía nada de Seok Jin más allá de que el jefe estaba en los juzgados, removiendo todo lo habido y por haber a fin de aclarar las cosas con el forense y que le dejaran libre, y yo me encontraba fatal por no haber sido capaz de haberme ofrecido a ir con él. Todos mis compañeros, sin excepción, se había posicionado a su favor y habían llamado o escrito a Kim Woo Kum con quejas menos yo. Por supuesto, entendía que lo debía de estar pasando muy mal, que la desaparición de su hermana era un hecho terrible y que le había marcado mucho  pero, ¿hasta qué punto? ¿Qué sentido tenía deshacerse del testigo que podía meter a Yoon Gi entre rejas? ¿Acaso, en su delirio narcisista, quería ser él personalmente el que impartiera esa justicia?

Las palabras de Sun Shee me lo habían dado a entender. Mantener el orden que se creía correcto mediante los actos incorrectos. Matar a Nam Joon para preservar el equilibrio entre el bien, que debía reflejar Seok Jin, y el mal, que representaba Yoon Gi.

¡Uf! Lo lamentaba pero no podía apoyar algo como eso. No.

Y, para rematar el día, seguía sin recibir ninguna respuesta de la fiscalía sobre el informe que les había enviado y la petición que había incluido en él, y el hecho de que no hubiera podido dormir ni media hora tampoco ayudaba a que me sintiera mejor. Desde la detención de mi compañero, no me había movido de la planta más que para ducharme, cambiarme de ropa y bajar a Secretaría a revisar el fax, no fuera ser que el papel se hubiera quedado atascado, como ocurría a menudo, y que por eso no llegara mi ansiada respuesta.

Los ojos me empezaron a picar.

Yoon Gi...

Los cerré, con fuerza.

Yoon Gi...

Lo de él era, con diferencia, lo que más me había afectado. Le había perdido y, por mucho que leyera y releyera artículos, investigaciones y terapias, seguía sin tener ni idea de cómo hacerle volver.

Yoon Gi...

—¿Todavía estás aquí? —Suni entreabrió la puerta, con cuidado, y me sonrió—. ¿No quieres irte a descansar un rato aunque sea a la sala de guardia?

—No.

—¿Y tampoco me aceptas un café? —Me mostró el vaso humeante—. Puede venirte muy bien.

—Tampoco, gracias.

Desde que había tomado conciencia de lo que había estado a punto de ocurrir por culpa de su metedura de pata con el tema de la "hibristofilia", no había dejado de asomarse y de preguntar por mi estado ni de ofrecerme comida o bebida a cada rato, a pesar de que ya le había dicho mil veces que no estaba enfadada y que cualquier persona asustada en su lugar hubiera hecho lo mismo.

—Mei, anda, entonces acompáñeme a comer.

—No tengo hambre. —Y, de hecho, no la tenía—. Y, por cierto, tú también deberías estar en casa. —Le señalé el reloj de pared—. ¿Has visto la hora que es?

—Sí pero he estado ocupada atendiendo al hijo de Sun Shee —explicó—. Fíjate lo mal que estoy haciendo mi trabajo últimamente que estaba convencida de que era soltera.

—Yo también lo pensaba.

Hubiera jurado, de hecho, que era una de esas personas que se refugiaban en su enfermedad para huir de la soledad que les ahogaba. Me resultaba difícil   imaginarla con una familia.

—Quizás lo hemos supuesto porque parece joven —reflexioné; recordaba haber leído su historial pero nada a cerca de su entorno en concreto—. Y tampoco es que hayamos tenido lo que se dice mucho tiempo para repasar datos.

—Entre asfixias, bolsas e interrogatorios no damos para más. —Suni trató de bromear, más abatida que otra cosa.

—Informes, desapariciones, psicópatas... —le seguí—. No nos privamos de nada, ¿verdad? —Soltó una carcajada, que a su vez logró arrancarme otra a mi.—. Después de esto, te aseguro que nuestra pericia profesional se va a disparar por mil y vamos a estar hiper cotizadas en el mercado sanitario de la Salud Mental. 

Nos reímos. No estaba mal hacerlo de vez en cuando, para variar.

—Oye, y hablando de otra cosa, los de prensa del hospital han dicho que van a intentar que que no se filtre nada de lo sucedido al exterior. —Me miró, con inquietud—. ¿Sabes algo nuevo de Seok Jin?

—Nada —suspiré—. Lo último que me ha llegado no es exactamente sobre él. Sun Shee está custodiada en Interna y no permiten que ninguno de nosotros vaya a verla porque Kim Woo Kum dice que podemos influir y alterar su testimonio.

—Ese hombre es de lo más desagradable. —Mi amiga arrugó la cara, asqueada—. Cada vez que me acuerdo de cómo utilizó mi información para buscarte las cosquillas me hierve la sangre.

—Es su trabajo. Debe estar acostumbrado a que le oculten cosas —repliqué—. Aunque yo también hago el mío. —Eché un rápido vistazo al teléfono colgado, implorando que me llamaran de una vez los de Admisión—. Ya he movido todo lo que tenía que mover en el juzgado y estoy esperando contestación.

Su repentina cara de angustia me lo dijo todo.

—Dime que hoy te irás a casa a dormir, por favor. Llevas casi dos días aquí metida y tienes que permitirte un respiro.

"Lo hice yo... Yo lo hice todo.... Todo... No puedo pararlo. ¡Haz que se vaya! ¡Arráncamelo! ¡Mátalo!"

La vista se me emborronó.

—No puedo irme ahora.

—¿Y entonces cuándo, Mei? ¿Cuando te llegue la respuesta? —carraspeó, contrariada. Mi implicación con Yoon Gi le seguía sin agradar, por mucho que se esforzara en disimularlo—. ¿Cuando el psicop...? —Se interrumpió; era consciente de que no debía hablar así—. ¿Cuando el chico ese que tanto que te gusta regrese a "la normalidad"?

—Más o menos —asentí—. Esa es la idea.

—¡Pero tienes que descansar! —Su tono me recordó al de mi madre cuando tenía quince años y me regañaba por desvelarme jugando a los videojuegos, con la diferencia de que esta vez, al menos, la preocupación me parecía más lógica—. No por el hecho de que te quedes como un centinela va a ocurrir antes. 

"Yoon Gi, tu eres demasiado blando, amiguete. Tengo que ser yo".

—Es que... Aún no ha vuelto, Suni... No ha vuelto... —Mencionarlo a las claras me embargó en un profundo pozo de desánimo—. No consigo recuperarle,  ya he intentado todo lo que se me ocurre y lo único que me queda es no dejarle solo. —Tuve que hacer auténticos esfuerzos para no ahogarme en mis propias lágrimas—. ¿Para qué me sirven tantos libros si no encuentro la respuesta? ¿Para qué tantos cursos y tanto tiempo de estudio si no soy capaz de que vuelva? ¿Para que demonios quiero yo tener la Excelencia Académica si no puedo ayudarle?

Sentí que me acariciaba el brazo pero no me moví. 

—Nena, no es tu culpa.

Sus palabras, cálidas y amorosas, me resultaron, a pesar de todo, amargas. Claro que lo era. Yo le había llevado a eso.

—Eres una psicóloga excelente y deberías estar orgullosa de ti misma. —Me agarró de la muñeca y me obligó a mirarla—. Lo que has logrado es de verdad increíble y, si necesitas descargarte un rato y llorar, gritar o lamentarte, hazlo pero luego levántate y sigue adelante —me recomendó—. Si dejas que el desánimo te venza tu mente se apagará, te quedarás sin recursos y ahora necesitas de tu creatividad más que nunca.

—Mi creatividad... —Mi propia voz me sonó a burla—. Mi creatividad está bloqueada. No soy capaz de pensar, ya no se me ocurre nada. No puedo. No puedo contra él.

Y realmente me sentía así, como si tirara de una cuerda llena de nudos, en la que cada vez que conseguía deshacer uno, con increíble esfuerzo, me encontraba con otro peor que me exigía aún más, y así continuamente, hasta la extenuación. Y, sin duda, el más grande de todos, el que me había dejado al borde del colapso, era el que me había encontrado en la habitación quince a primera hora de la mañana.

Los de Seguridad me habían prestado un juego de llaves para entrar y llegar allí, y ver a Yoon Gi por fin despierto, sentado en la cama y mirando por la ventana, me había generado una explosión emocional tan inmensa que a punto había estado de tirarme a abrazarle, olvidando nuestro acuerdo, el Código Ético y el importante hecho de que habían reactivado las cámaras de vigilancia. 

—Hola, Yoon Gi. —Reprimí la necesidad de proximidad que me quemaba bajo la piel—. ¿Cómo te sientes? ¿Te duele mucho? ¿Estás bien?

—Eres extraordinariamente madrugadora, psicóloga. —Su forma de hablar  hizo que el mundo se me viniera encima—. ¿Tan preocupada estás  como para presentarte aquí a las ocho de la mañana? —Sonrió, mordaz—. Generalmente te gusta hacerle esperar.

Pang Eo. Maldición. 

—Buenos días —me recompuse, a duras penas. 

—¿Te decepciona verme? —No le costó captar mi cambio de estado—. Me dueles, amor. —Se cruzó de brazos, con fingida indignación—. Esperaba un pelín más de entusiasmo. Soy muy sensible al rechazo.

Se estaba burlando de mí. Amplia y claramente. Y eso me escocía. Lo hacía porque, aunque sabía quién era, mis sentimientos no parecían querer entender de identidades disociadas. Mal asunto.

—¿Por qué estás aquí? —ignoré su comentario; no podía mostrarme transparente y arriesgarme a que se percatara de lo que pensaba—. ¿Por qué, Pang Eo?

—¡Oh, si recuerdas mi nombre y todo! —aplaudió—. ¡Muy bien! ¡Premio a la bella dama por su excelente memoria!

Me dirigió una mirada divertida y hasta casi juguetona, y yo le devolví el gesto más inexpresivo que pude.

—¡Ay, vamos, amor! —Hizo un puchero—. Te estoy halagando, deberías sentirte orgullosa de haberte ganado mi respeto. —Ladeó la cabeza—. Créeme, no suele pasar.

—¿Por qué estás aquí? —Me limité a repetir la pregunta. Me imaginaba que una conversación con él tendría toda la brillantez de Yoon Gi usada sin reparos y con un extra de crueldad que estaba segura que no podría manejar y quería ahorrármela—. ¿Qué amenaza a Yoon Gi para que hayas tomado el control?

—Tu terapia, psicóloga, ¿qué si no?

¿Yo? No, no era verdad. Se estaba mofando otra vez.

—No lo entiendo —objeté— Tu querías que le ayudara. —Y recalqué—. Me pediste que no le dejara solo, que no lo abandonara, y eso es justo lo que he tratado de hacer.

—Me refería a que le ayudaras a salir del hospital. — Su mueca de medio lado me pareció más irónica que nunca—. Nunca dije que le revolvieras la cabeza de esa manera porque, sinceramente, para manejar todas esas mierdas ya estoy yo.

O sea, que Seok Jin había tenido parte de razón. ¿Me había buscado solo para utilizarme con el alta?

"Te ha atrapado en su red de falso amor para asegurarse de tenerte en el bolsillo y que lo saques de aquí".

Maldición. Ya solo me quedaba rezar para que no hubiera acertado también en lo del "falso amor". No creía que mi actual estado pudiera soportarlo.

—De todas formas déjame decirte que tu trabajo ha sido magistral —prosiguió—. ¡Qué manera de guiarle en el camino del autoconocimiento! Hasta me has hecho visible a sus ojos y eso es algo que nunca creí que fuera posible. —Se llevó el dedo a la sien y lo giró en círculos—. Lo único malo del asuntito es que no se ha tomado las revelaciones muy bien que digamos. En fin; ¡qué le vamos a hacer!

—Una pena, sí —busqué la ironía—. Se te ve muy disgustado ante la idea de ser la identidad al mando ahora.

—Gracias a ti, amor.

Sentí que me faltaba el aire y mi desasosiego le hizo esbozar una amplia sonrisa.

—Y, ya que estamos, ¿me podrías traer mis fotos? —Cambió de tema—. Así las reviso, fantaseo un poquito y no me aburro.

—Me gustaría poder hablar con Yoon Gi.

—No se puede todo en esta vida, psicóloga. —Se incorporó, sin atender a la herida de su abdomen, y, cuando me quise dar cuenta, ya le tenía a pocos centímetros, examinándome las marcas que me quedaban en el cuello—. Te estás haciendo de nuevo común y corriente. ¡Qué pena! —Su mano me acarició las puntas del cabello—. Aún así me sigues resultando interesante. —Se inclinó. Su aliento rozó mi mejilla—. Y ahora tráeme mis fotos.

—Si las quieres me tendrás que explicar algunas cosas antes.

No era la situación que hubiera deseado pero, ya que estaba, tenía que aprovechar. Pang Eo sabía mucho pero estaba segura de que no colaboraría a menos que se viera obligado a hacerlo. 

—¿Estás intentado chantajearme, amor? —Sus labios me acariciaron el lóbulo de la oreja—. Mal —siseó—. Muy mal.

Me aparté instintivamente, conteniendo la respiración.

—¡Uy! —Se mordió el labio y su penetrante oscuridad me obligó a desviar la mirada al suelo—. ¡Cuánto orgullo detecto aquí! ¿Te ofende que yo no sea Yoon Gi?

—Me marcho. —Le di la espalda—. Volveré cuando quieras colaborar conmigo.

—Con que te marchas, ¿eh? —Le escuché, jocoso—. Pretendes dejarme aquí aburrido todo el día, ¿verdad? Me conozco bien tu manera de actuar.

—¿Y qué más te da? —No pude evitar contestarle y, bien pensado, tampoco estaba tan mal comprobar cómo se tomaba una confrontación directa sobre su persona—. Si no vas contarme lo que quiero saber no sé por qué tengo que soportarte.

—¿Soportarme, dices? —Se carcajeó, con ganas—.  Eres, sin duda, muy estimulante. Me plantas cara sin problema. Me encanta.

Tomé nota mental. Le gustaba que le desafiaran y se lo pusieran difícil.

—Espero tu llamada —me despedí—. Si gustas hablar, regresaré.

—No —negó—. Vas a volver tu solita, amor, ya lo verás. La cuestión aquí es cuánto tiempo te vas a permitir aguantar antes de hacerlo. 

Sus palabras se me antojaron como un reto pero lo ignoré. Si entraba en sus provocaciones, no marcaría los límites que quería marcar.

—Por cierto, me parece que te olvidas de lo más importante.

¿Olvidarme? 

Un ruido metálico a mis pies me hizo detenerme. Mis ojos otearon el suelo, confundidos. Le había pegado un puntapié a... A...

Mierda.

—No pierdas las llaves esta vez. —Mi cara, muda de asombro, contempló la de Pang Eo, que me guiñó el ojo, socarrón, desde el marco de la puerta—. Cualquiera las podría coger coger y entonces se desataría la catástrofe.

Maldita sea.

Mil veces maldita sea.

Seok Jin ha sido detenido y la planta parece haberse sumido en una quietud de suma tensión tras los impactantes sucesos del día anterior.
Mei, destrozada, tiene que enfrentarse ahora a la dura realidad de las secuelas terapéuticas: Pang Eo se ha hecho con el control y  no parece tener ninguna intención de colaborar.
¿Cómo recuperar a Yoon Gi?
Todo esto y mucho más en la próxima actualización de Disociativo.
No te lo pierdas. Tendremos una nueva sesión de terapia.


N/A:

Cuando un paciente es sometido a un insight muy fuerte (recuerden, insight es tomar conciencia del problema), es posible que se activen ciertos mecanismos de defensa. Los más habituales son:

-  Negación: negar que sea verdad aunque se sepas.
- Proyectar: echar la culpa de tu problema a otra persona en vez de asumir que el enfermo eres tu.

En el caso de Yoon Gi la Disociación es un mecanismo de defensa en sí mismo,  así que al entrar en insight, se activa la Identidad Secundaria. Eso significa que él está en estado de shock, que su identidad original está "reprimida", escondida, porque el impacto ha sido demasiado intenso para asimilarlo.

Este es un problema importante en el tratamiento de los Trastornos Disociativos porque: ¿cómo eliminar una defensa tan fuerte como Pang Eo para llegar a Yoon Gi de nuevo? Tendremos que descubrirlo.

P.D: Hoy quiero agradecer a todas las personas que le están dando visibilidad a Disociativo a través de agregarla a sus lista de lecturas. Al despublicarla y marcharme por un tiempo, desapareció de todas partes. Gracias por hacerla presente de nuevo. Muchas gracias.

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