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Día Cuatro: Asfixia

Aquella revelación no sólo me impresionó sino que también me inundó en un mar de dudas. Acababa de encontrar un motivo o, como solían decir en las series policiales, un móvil para el crimen y, con ello, la posibilidad de que Yoon Gi hubiera actuado debido a un trastorno mental se eliminaba. Eso era lo que hubiera dicho Seok Jin y, seguramente, también el jefe Dark Ho y, sin embargo, a mis ojos, algo fallaba. Si lo había hecho por venganza, ¿qué sentido tenían las fotografías de los animales muertos? ¿Y qué había de la otra víctima?

—No lo denunciásteis —continué—. ¿Por qué?

—Lo íbamos a hacer pero eran las dos de la madrugada y, no sé en en tu barrio, pero en el mío los agentes de la ley se mosquean mucho si les despiertas —expuso, con un atisbo de ironía—. Por eso acordamos ir cuando se hiciera de día.

—Debió ser duro esperar.

—Mucho —confirmó—. Mi hermano se acostó pero al rato se levantó y decidió salir por ahí, con un amigo muy fiestero que tiene, para despejarse, y yo, que no estaba menos agobiado, me puse a jugar a los videojuegos. —Ahogó un suspiro—. Lo siguiente que recuerdo es estar en el coche de policía, esposado y camino de los Juzgados de Guardia.

—¿Tienes alguna imagen, aunque sea vaga o difusa, de aquel lapso de tiempo?

Negó con la cabeza.

—¿Y dónde te encontraron?

—En la casa de Yarek Seong, ¿dónde si no? —contestó, como si fuera algo evidente—. No sé cómo llegué allí pero mientras me arrestaban sí que recuerdo haberme visto la camisa teñida de rojo. —Me pareció que le centelleaban los ojos y me estremecí—. Gracias a la información de la enfermera, ahora sé que era sangre. Por lo visto le descuarticé salvajemente.

Su tono me llamó poderosamente la atención. Sonaba tan distante que no parecía haber vivido nada de lo que había contado, salvo lo de su hermano, y, por fin, mi hasta entonces poco firme hipótesis empezó a tomar fuerza en mi cabeza.

—Oye...

Me devolvió una mirada cargada de atención.

—¿Has sufrido antes episodios parecidos?

—¿Parecidos a qué?

—Me refiero, por ejemplo, a no saber lo que has hecho o aparecer en un lugar y desconocer cómo has llegado hasta allí.

—No, claro que no —se mostró rotundo—. ¿Me tomas por loco o qué?

—No es una cuestión de estar loco. — Recordé lo que me había pasado a mi al ver el cuerpo de Nam Joon—. Las personas sanas pueden sufrir disociaciones por estrés —expliqué—. ¿Estás seguro de que no te bloqueas? ¿No te quedas en blanco?

—Ya te he dicho que no.

—¿Nunca?

—¿Me estás llamando mentiroso?

—Sí —le enfrenté, a las claras. Igual se enfadaba pero el vínculo que habíamos establecido exigía, ante todo, sinceridad—. Tómatelo así si lo prefieres.

Se revolvió en la cama, incómodo, unos segundos que se me hicieron eternos y en los que me observó fijamente, con una intensidad electrizante, hasta que, de repente, cambió de registro y se echó a reír.

—Eres increíble, ¿lo sabías? —Su simpática sonrisa iluminó la habitación—. Con esta ya son dos veces las que consigues sorprenderme hoy. —Se inclinó hacia mi—. Es muy interesante hablar contigo. Eres directa. Eso me gusta.

—Te lo preguntaré de otra manera. —Ignoré su apreciación. Su encanto era, desde luego, atrapante e incuestionable pero no podía, ni quería, dejar que me arrastrara—. Espero que seas sincero.

—Me ofende que pienses que no lo estoy siendo. —Su mano rozó la mía, con suavidad—. Esto va de confianza mutua, ¿no? Tu confías en mí y yo hago lo mismo.

Me obligué a fijar la atención en un punto muerto entre las sábanas. Me empezaba a sentir incómoda y, sobretodo, nerviosa. Quería indagar en mi hipótesis pero me daba la impresión de que lo que él pretendía era desviarme a su atractivo físico para que no lo hiciera. Desde luego, era muy hábil.

"Las cosas muertas son demasiado hermosas para resistir a ellas" —recité—. ¿Por qué te interesa tanto la muerte?

—¿Qué?

Apartó la mano, de golpe, y la cama se tambaleó de tal forma que poco faltó para que la lata de refresco se le cayera y se vertiera sobre el suelo.

—¿A qué viene eso? —Logró sujetar la bebida y la dejó en el suelo, junto a sus pies—. A mi no me interesa para nada la muerte. Que haya asesinado a aquel maldito violador no significa que me gusten los muertos.

—He visto tu colección. —Y recalqué—: La he visto "entera".

—¿Mi colección? —Parpadeó—. ¿Qué colección?

—Dan, tu perro —empecé a enumerar—. Mussy, el gato de tu abuela. El loro, la ardilla, otros perros, conejos, pájaros...

Abrió la boca, atónito. Parecía no entender ni una palabra.

—¿Has visto a Dan? ¿Dónde?

Me saqué la foto del bolsillo. La había llevado conmigo porque creía que podía ser la que más contenido emocional ocultara, al encontrase el animal descabezado de mismo modo que las otras dos víctimas humanas.

—Aquí. —La levanté a la altura de sus ojos—. Este es Dan, ¿no?

La revisó con minuciosidad, como si buscara el truco, sin atreverse ni a tocarla, y, tras unos minutos, me devolvió una expresión de desconcierto.

—Yo no... —titubeó—. Es la primera vez que veo esto. ¿De dónde la has sacado?

—Eso es lo de menos —busqué centrarle—. Lo que quiero saber es por qué le arrancaste la cabeza.

—¿Estás de broma? —Me pareció que empezaba a temblar—. Yo adoraba a ese perro. Fue mi compañero en los peores momentos de mi vida.

Se mordió el labio, en un intento de frenar las incipientes lágrimas que empezaron a resbalarle por la cara.

—¿Crees de verdad que yo lo hice? —continuó—. ¿Yo, que estuve tres meses pegando carteles por la calle después de que desapareciera? ¿Yo, que me negué a tener más perros solo para no olvidarle?

—Es una posibilidad muy alta.

—No... —Agitó la cabeza a ambos lados—. ¡No, no puede ser! —exclamó—. ¡No puede ser! ¡Sólo tenía diez putos años y amaba a ese perro!

Retiré la foto y traté de tranquilizarle apoyando mi mano en su brazo pero entonces se replegó hacia atrás y me lo impidió.

—¡Yo no fui! —insistió—. ¡No pude haber sido yo, maldita sea!

—Es posible que, después de todo, sí sufras bloqueos, Yoon Gi.

Se llevó las manos a las sienes, como si le dolieran y quisiera aliviar la presión, antes de volver a erguirse, esta vez con una mirada opaca que no me dejó traslucir ningún tipo de emoción.

—Vete —murmuró—. Déjame solo.

Agachó la cabeza y la escondió entre los brazos. Era muy probable que nuestra conversación le estuviera revolviendo las emociones negativas que tan bien atadas había tenido hasta entonces. No era agradable, lo sabía, pero los inicios de un tratamiento eran duros.

—No me puedo ir ahora.

—Hazlo. Por favor, solo hazlo. Márchate.

—Yon Gi...

—¡Que te vayas! —Se levantó, con los ojos ardiendo, presa de una intensa angustia que casi me hace caer de la silla—. ¿Es que no lo entiendes? ¡Déjame solo!

Dio un puñetazo a la pared que dejó unos puntos rojos en la pintura blanca. Me incorporé de un salto.

—¡Fuera! ¡Fuera! —bramó— ¡Ya!

—Regresaré dentro de un rato. —No me quedó otra que acceder, claro—. Volveré para asegurarme de que estás bien.

No respondió y salí, tirando de técnica para que no se me notara que lo hacía alterada y con la liberación propia del que ha estado conteniendo la respiración mucho tiempo. Me fui derecha a la sala de estar del control y me dejé caer en el primer sillón que pillé, junto a la auxiliar de guardia que veía la televisión mientras mareaba con la cuchara un yogur.

—No sabía que andabas por aquí —dijo, sin apartar los ojos de la película—. Cuando quieras ir a alguna habitación, infórmanos.

La contemplé, en silencio. No tenía ganas de hablar. Me sentía como si las neuronas hubieran corrido una maratón y necesitaran reposo urgente. Un reposo que encontré en la comodidad hundida del cojín del respaldo. Uf; qué gusto. Con lo mal que había estado durmiendo, ese tresillo viejo me parecía el Paraíso. Cerré los ojos.

—El hermano del paciente de la quince ha estado aquí.

¿Jimin? Me enderecé ligeramente.

—Pobrecillo. —siguió comentando—. Es un chico guapísimo y de lo más educado. No se merece pasar por el sufrimiento de tener a un loco asesino como familia directa.

—En lo de educado y guapo estoy de acuerdo. —Me levanté a hurgar en el mostrador, en busca del papel—. En cuanto a Min Yoon Gi, no es bueno que saques conclusiones tan a la ligera.

—No me digas que lo estás defendiendo.

—Es nuestro paciente —le recordé—. Y hasta que el Juez no dicte lo contrario, es inocente.

"Mei Te, por favor, me gustaría hablar contigo". Por fin, localicé la nota. Estaba entre medias de los cuadernos de incidencias, escrita en bolígrafo negro, con una caligrafía preciosa y muy cuidada. "¿Serías tan amable de llamarme cuando te sea posible? Te dejo mi teléfono. Gracias por todo. Jimin".

—Por cierto, el Dr. Kim también quiere hablar contigo. Dice que le llames pero ya. Para ayer.

Puse los ojos en blanco. ¡Seok Jin y sus exigencias! Ya estaba otra vez en plan "soy rey de la Unidad" cuando no era más que un simple médico, como yo, en formación. Se merecía que le siguiera ignorando pero como seguramente ya habría entrevistado a Jung Kook y eso me interesaba, me resigné a aguantar y encendí el teléfono. Me saltaron dos llamadas y cuatro mensajes.

"¿Cómo te atreves a apagar el móvil cuando tenemos un caso tan importante entre manos?"

Rayos. ¿Pero cómo podía ser así? Era realmente odioso.

"Somos un equipo, ¿no? Quiero que trabajemos juntos, puedo aportarte mucho".

Si por equipo se refería a él en el papel de jefe y a mi en el de aprendiz obediente, iba listo.

"He hablando con Jung Kook. En cuanto le he preguntado por la bolsa, ha enloquecido y me ha roto en trocitos todos los folios que tenía en la mesa con el argumento de que ha aprendido a hacer edificios con los pedazos. Parece que no estaba tan centrado,después de todo, así que no le he podido sacar nada".

El estabilizador inyectado aún no debía de haber hecho efecto. Tendríamos que esperar.

"Y otra cosa. Me he enterado de que van a intentar despertar a Nam Joon del coma. Te espero en mi despacho para bajar a la UCI".

¡Cielos! ¡Después de todo, sí que era importante!

Me faltó tiempo para salir corriendo por el pasillo pero, cuando estaba a punto de llegar a la puerta de cristal recordé que no había cerrado con llave la habitación de Yoon Gi ni había dejado por escrito lo de la retirada de la contención. ¡Ay, de verdad, pero qué mala praxis! Volví sobre mis pasos. El paciente de la demencia por VIH me interceptó nada más pasar por delante de su puerta. Seguía con la sábana en la mano, jugueteando con ella, y, a juzgar por su mirada, no estaba en el mejor de los momentos para razonar.

—Dijiste que hablarías conmigo.

—¿Serías tan amable de esperarme aquí un segundo? —Sonreí, cordial—. Ahora mismo vengo.

—No —sentenció—. Ya no espero.

Vaya.

—Será solo un momento, de verdad.

Le di la espalda y abrí la puerta de la habitación quince, con la intención de echar un ojo y comprobar cómo seguía Yoon Gi antes de echar la llave, pero no me dio tiempo ni a entrar. Una fuerte presión me atenazó la garganta y me tiró hacia atrás. Caí de espaldas al suelo y el dolor me atenazó los músculos pero no me quedé quieta. Me llevé las manos al cuello y tiré con todas mis fuerzas de la tela que me cortaba la respiración mientras mi agresor me arrastraba hacia el dormitorio.

Traté de gritar. No me salió ningún sonido. Me revolví y me retorcí. Me estaba ahogando.

—Mala. —Se sentó a horcajadas sobre mi, con la sábana con la que me estaba estrangulando enrollada en la mano—. Eres mala.

Busqué el botón de seguridad pero estaba en la pared, muy lejos, y, aunque la cámara nos grababa, el circuito era externo. Eso significaba que la finalidad era más disuasoria que real; la empresa a donde llegaban las imágenes no estaba en el Hospital ni se mantenía veinticuatro horas pendiente de los monitores así que, con suerte, tardarían al menos unos diez minutos en darse cuenta de lo que pasaba. Y eso era demasiado tarde para mi.

Volví a patalear, frenética, sin ser capaz de quitármelo de encima y tanteé el móvil en el bolsillo. Había dejado la pantalla abierta y desbloqueada en el número de Seok Jin. Quizás pudiera marcarle.

— Das tu palabra, la cumples.

Mi agresor sonó demasiado lejano. Estaba perdiendo el conocimiento y no podía evitar pensar si realmente ahí se acababa para mi. ¿Era cierto? ¿Ya no podría hacer nada más?

Papá... Sentía no haber estado a la altura de lo que había esperado de mí. Sentía que hubiera tenido razón. Papá...

Alguien...

Ayuda...

La situación de Mei es extrema.
¿Se dará alguien cuenta de su estado?
No te lo pierdas.

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