Final
(Voz narrativa: Yoon Gi)
La secretaria de moño alto, la misma que siempre andaba de un lado para otro cargada de vasos de café y carpetas hasta los topes, extendió sobre la mesa un par de documentos impresos que me limité a apartar, sin mirarlos.
Que les dieran. Por mi parte se podían ir todos a la mierda.
—No sea terco y por lo menos léalo. —Kim Wo Kum carraspeó y los colocó de nuevo frente a mí—. Es una oferta muy buena.
—Supongo —respondí sin ganas—. Pero el caso es que sus ofertas, buenas o malas, me dan lo mismo.
La verdad no sabía ni por qué había accedido a reunirme con él. Llevaba más de una semana sin dormir y prácticamente sin comer, con los ojos ardidos en llanto y el maldito sonido de los disparos grabado a fuego en los tímpanos, y lo único que quería era que me dejaran en paz. Sin embargo, aquel viejo no había parado de telefonearme ni un solo día y, aunque le había mandado a la mierda incontables veces, el coreano se debía de haber convertido en un idioma desconocido para él porque se había hecho el loco y había seguido insistiendo.
—No se lo tome como una oferta laboral. —Se echó hacia delante, en un intento de cercanía—. Le estoy ofreciendo un sueldo y un techo donde dormir mucho más adecuado que el motel ese en donde se ha encerrado pero, por encima de todo, lo realmente importante es que le va a venir de perlas tener la mente ocupada en algo para encontrarse mejor.
—¿Y quién le ha dicho a usted que quiero encontrarme mejor?
Se quedó rígido.
—Pues....
Le clavé una mirada áspera, opaca.
—A ver... —Se rascó el mentón—. Sé que no es fácil y que le va a llevar un tiempo recuperarse. Ahora está en el peor de los momentos y solo desea aislarse y llorar, y es lógico, pero no puede olvidar que...
—¿Qué? —Le interrumpí— ¿Qué la vida sigue? ¿Qué el dolor pasa y tengo que ser fuerte?
No pretendía sonar hosco pero estaba muy pero que muy jodido y, además, pasaba de tragarme uno de sus discursos motivadores, cargado de mentiras que no servían para nada más que para huir de la realidad.
—¿Se hace una idea de lo cansado que estoy de hacer eso? —continué—. Mi historia ha sido una sucesión de mierdas encadenadas y hasta ahora creo que he aceptado con bastante entereza y no poca resignación todas y cada una de ellas. —Un intenso amargor se apoderó de mi garganta—. Lo hacía porque, aunque fuera difícil, me quedaban cosas importantes, pero ahora...
Desvié la vista a los papeles. Las lágrimas se me estaban empezando a salir.
—Ahora no tengo nada —finalicé—. Ya no tengo nada.
Ni yo me reconocía hablando de esa forma pero tanto daba. Necesitaba que volviera. Que se sentara a mi lado y me preguntara cualquier tontería o que simplemente me sonriera como siempre lo había hecho. Solo quería eso. Solo eso.
—Créame que lo lamento. —El tono del forense se suavizó de inmediato—. Sé lo mucho que se querían.
No contesté.
—Y... —buscó las palabras con un tiento innecesario que me hizo sentir aún peor—. ¿Cómo está su herida? —se interesó entonces—. Un balazo de esta magnitud en el abdomen no es para que vaya por ahí como si no tuviera nada pero, por lo que tengo entendido, no quiso ingresar y tampoco sigue las recomendaciones médicas.
—No me duele.
El silencio se apoderó de la habitación. La secretaria se retiró y Wo Kum, sin argumentos y con el rictus propio de un funeral, desvió la vista a la solapa de su agenda de piel, carraspeando como si con el sonido pudiera matizar el ambiente hasta que, tras un tiempo indeterminado en el que trasteó todo lo que tenía en la mesa, abrió uno de sus cajones y me tendió un puñado de fotos.
—Las encontré en la clínica de la doctora cuando buscaba las historias de las pacientes fallecidas. —Me invitó a cogerlas—. No sé por qué se traspapelaron y terminaron en uno de mis portafolios pero he supuesto que le gustaría tenerlas.
No las tomé. Él volvió a mover la mano, esta vez con más energía, pero le ignoré.
—De veras, señor Min, que con usted no hay forma. —Las depositó encima del contrato y se levantó—. Voy a ver si se ha autorizado el traslado de Yoo Hyeon a Tokyo. —Cogió su americana—. Quédese aquí, relájese y mire las fotos, o no lo haga y váyase. Total, le diga lo que le diga, va hacer lo que le dé la gana.
Los goznes chirriaron al cerrarse y me quedé solo, con los ojos como dos imanes sobre las imágenes, acompañado de zumbido de la ventilación del techo y de una lejana radio en donde sonaba una balada que no alcancé a reconocer.
Cogí la primera. Jimin y Mei posaban con aire divertido y energético, señalando el rótulo azul de la puerta de su consulta, y un nudo se me formó en la garganta. Se veían tan bien los dos... Miré la segunda. En ella mi hermano lucía sentado en recepción, con el mono blanco de trabajo y una sonrisa de oreja a oreja, y mostraba a la cámara su placa de coterapeuta.
Joder; mierda. Rompí a llorar.
Jimin. ¿Por qué? ¿Por qué tu? ¿Por qué, maldita sea?
—Hyung. —Su eco, tenue y congestionado, me saltó, sin que lo pudiera evitar—. Hyung, por fin... He hecho algo bien...
En ese momento había caído al suelo y yo, de rodillas tras el impacto de la primera bala y la cabeza zumbando por el estruendo del gatillo, había tardado un par de segundos en comprender que, pese a mi empujón, se las había arreglado para interponerse entre la fiscal y yo y había recibido todo el cargador en mi lugar.
—¡Hermano! —Me olvidé de mi propio dolor y me arrastré hacia él—. ¡Hermano!
Tenía el abdomen perforado en dos puntos por donde apenas emanaba un hilo rojo pero lo peor no estaba ahí sino en los múltiples orificios que le salpicaban el pecho, a la altura de los pulmones, en donde la pérdida de sangre le debía de estar encharcando por dentro.
—¡No te muevas y háblame! —Me quité la sudadera e improvisé un tapón para frenar la hemorragia—. ¡Cuénteme algo, lo que sea, pero no te quedes callado!
No me respondió y el pecho se me convirtió en un volcán a punto de erupcionar.
—Háblame... ¡Háblame!
Apenas alcanzó a parpadear.
—¡Mierda, Jimin! —Las lágrimas me eclipsaron la voz—. No me dejes tirado —rogué—. Estoy muy orgulloso de tener un hermano como tu y aún tienes que seguir haciéndolo bien muchas veces más.
—¿De verdad...? —Sus pupilas, llorosas, me buscaron—. ¿Lo estás?
—Siempre lo estuve.
—Yo... —Su mano rozó la mía, que aún seguía comprimiendo la sangre—. Tanto tiempo he deseado morirme y... Y ahora... Ahora que está pasando resulta que... Quiero vivir.
Un espasmo le convulsionó de arriba abajo.
—Y lo harás. —No me di cuenta de que Mei estaba a mi lado, invadida en lágrimas como yo, hasta que la escuché—. Lo harás.
Le acarició el cabello y su tacto le hizo sonreír. Realmente la amaba, se notaba.
—Saldrás de esta, al igual que lo hice yo, y nos iremos a casa. —Ella sollozó—. Jimin, por favor, aguanta.
Volvió a convulsionar, esta vez más fuerte. Mei me ayudó a romperle la camisa y le sostuvo de los brazos para que yo, ahogado en desesperación, pudiera empezar con la maniobra cardiorrespiratoria.
Se estaba muriendo. ¡Joder; mi hermano se moría! No podía irse así. De ninguna manera. Habíamos pasado demasiadas cosas juntos. Habíamos estado siempre juntos. Era insustituible. ¡Lo era! Por bien o mal que hubiera hecho las cosas, lo era. ¡Maldita sea!
Me pareció que echaba la cabeza hacia atrás, en un intento agónico por respirar. ¡No, joder! ¡Prefería ser yo! ¡Prefería mil veces morir yo! ¿Por qué cojones se había puesto en medio? ¿Por qué?
—¡Jimin, vamos! —Mei siguió llamándole—. ¡Vamos, tu puedes!
—Noona... —Intentó tocarle el rostro pero no tenía fuerzas y al final fue ella la que le agarró—. Prométeme que vas a comer adecuadamente. —Mei agitó la cabeza a ambos lados, angustiada—. Prométemelo... —insistió él—. Y también que dormirás tus horas y... Y que no te saturarás de trabajo.
—Lo haré pero tienes que... —Las lágrimas no le dejaron seguir—. No quiero hacerlo sin ti.
—Ves que... Podías confiar en mí... Le he salvado...
—Has sido muy valiente.
—Él lo fue más —replicó—. Mató a papá por mí y enfermó por mí... —Empezó a ahogarse—. Pang Eo.. Creó toda esa colección de muertes por... Mi culpa y... Se lo debía. —Me miró—. Te lo debía, Hyung.
—Deja de decir estupideces. —Me esforcé por hablarle como siempre, pese a que no sentía mi propio cuerpo y me sentía morir—. No me debes nada, tonto. Lo hice porque quise y lo volvería a hacer.
—Y yo, Hyung. —Sus labios se movieron en una sonrisa—. Cuida de Mei y vive... Vive por los dos.
Aquello fue lo ultimo que dijo y a partir de entonces todo se convirtió en un enorme agujero negro en mi alma, en mi mente y también en mi corazón.
Grité mucho y lloré más. Me abracé a su cuerpo, le toqué la cara incontables veces, en busca de un milagro que me lo devolviera y casi me resultó imposible apartarme cuando los médicos de emergencias aparecieron para ratificar su muerte.
La muerte de mi única familia. Del niño dulce y amable que me buscaba al anochecer para regalarme los caramelos que le traía la vecina, su verdadera madre. Del que lo había dado todo, para bien y para mal, por mí.
Mi hermano.
Mi hermano del alma.
Es común pensar que un duelo fuerte une a los allegados que lo están sufriendo o que es más llevadero si uno se apoya en los demás pero en mi caso la pérdida supuso un mazazo demasiado intenso y empecé a arrepentirme de todo, hasta de haber regresado.
Mei también se encontraba muy mal y se echaba la culpa continuamente por haber priorizado nuestra relación por encima de los años de convivencia Jimin y por no haberle dicho que, después de todo, sí había sentido algo por él. Y yo, tan hecho mierda como ella, empecé a verme como la nota discordante que se había metido entre ellos y lo había jodido todo.
—Creo que lo mejor es que hagamos el duelo por separado —le propuse una tarde, mientras empaquetábamos archivos de la consulta en cajas—. Ni tu ni yo estamos en un momento adecuado para estar juntos.
Ella me observó unos instantes, con la cinta adhesiva entre las manos.
—Es cierto que estamos en una etapa dura —dijo—. Pero preferiría seguir a tu lado.
—Pero yo no quiero.
Me dirigió una mueca interrogante y, aunque no era la idea, el duelo habló por mí y le solté lo que nunca debí de haberle dicho.
—Tendrías que haberle elegido a él. Si lo hubieras hecho seguramente ahora estaría vivo y nos estaríamos ahorrando todo este dolor.
Ella, claro, se levantó, desairada, y arrojó la cinta al suelo.
—¡Pues sí, tendría! —exclamó—. ¡Para empezar porque él nunca me hubiera dejado, el contrario que tu, que con esta ya son tres veces las que me mandas a la mierda!
—No por mucho gritar va a dar la impresión de que te importa más que lo haga.
—¿Cómo?
—Si —me reafirmé, hosco—. Por mucho que te empeñes, no vas a ser capaz de estar conmigo porque nunca vas a dejar de pensar en Jimin.
—Que te den.
Esa fue la última vez que la vi. Estaba demasiado ofuscado por el dolor y regresar a mis cabales me costó mucho tiempo así que, cuando recapacité un poco y fui a buscarla, ya se había marchado.
Su piso estaba en alquiler, su consulta era un local de alimentación, en el hospital nadie sabía dónde había ido y en su móvil saltaba una y otra vez el buzón de voz. Y, así, me quedé solo, deambulando sin rumbo por las calles y saltando de motel en motel con el alma hecha pedazos, llamándola en silencio.
Mei...
Lo sentía. Lo sentía mucho.
"Ay, Yoon Gi".
Me erguí.
"Yoon Gi, Yoon Gi, Yoon Gi..."
Me limpié los ojos y, de repente, el agua en los dedos se me antojó ridículamente absurda y molesta.
—Veamos que tenemos por aquí. —Volqué los botes de lápices y una cantidad penosa de bolígrafos de plástico que no servían ni para hacer círculos, gomas de borrar de colorines y un puñado de sacapuntas rodaron por la mesa—. Solo al loado equipo judicial se le ocurre tener cinco sacapuntas y ni un solo lápiz —observé, divertido—. Qué lastimosas cabecitas.
Registré los cajones. Descarté grapadoras, clips, papelitos de colores... Anda, unas tijeras. Me las metí en el bolsillo, junto un rollo de cinta adhesiva y un puñado de vendas para torceduras que, por azares de la vida, aquel viejales que se resistía al imperante llamado de la jubilación guardaba preciosamente, y salí.
Fue muy sencillito atravesar el pasillo, coger las llaves del flacucho de conserjería mientras se mandaba besitos felices por videocámara con la novieta que, más pronto que tarde, le cambiaría por el jefe, y cortar los cables de la caja de seguridad del edificio lo que, automáticamente, apagó las cámaras y desbloqueó las puertas. Y así, a paso lento, rodeado de gente alarmada que corría por la caída del sistema, subí a la habitación de reclusión siete, esperé en el hueco de la escaleras a que los policías de guardia fueran llamados para poner orden y entré.
—¿Quién es? —La estridencia de la vocecita desquiciada por su pésimas dotes de jardinera me resultó de lo más graciosa—. ¿Wo Kum?
No le di pie a incorporarse de la cama ni a hacer ningún molesto sonido que pretendiera perturbar la paz de mi obra. Simplemente le estrellé la frente contra el cabecero de madera, le metí una bola de algodón en la boca, que a continuación sellé con la cinta, y le até de pies y manos con las gasas.
—No sabes lo feliz que me ha hecho saber que tu juicio ha ido lento y que aún sigues aquí. —Corté la sábana a tiras—. Dejar las cosas a medias me tenía sin dormir.
Enrollé la tela alrededor de su cuello y la muy miedica empezó a temblar y a llorar, sabedora de lo que le esperaba, aleteando torpemente como una pajarillo herido que trata de alzar su último vuelo.
—Eso es, mi apreciada cuidadora de rosas, llora mucho.
Até el extremo de la sábana rota al cabecero hasta que la improvisada cuerda tensó y entonces empecé a tirar.
—Ten presente en tu mente que "el mensaje no estaba claro y que no sabías qué flores tenían que ser". —Se retorció en la cama y gimió unos instantes que se me hicieron sublimes—. Es "tu turno".
Apreté, implacable, hasta que su cuerpo dejó de moverse y entonces saqué el móvil y le tomé un par de fotos.
No estaba mal. Es decir, faltaban muchos detalles y extrañaba un poquitillo de tripas y un toque de desmembramiento pero, ¡qué se le iba a hacer! Ya habría situaciones más propicias para recrearme.
"Colección". Titulé el archivo. "Obra uno: la florista del hermani..."
Las molestas lágrimas me interrumpieron.
¡Ah! Yoon Gi... Mi buen Yoon Gi...
Estaba bien, lo entendía.
"Obra Uno" rectifiqué. "Esto va por Jimin".
TRILOGÍA DISOCIATIVO
Escrita por Aladrada
Primera edición 02.06. 2018 | 13.08.2021
Reescritura 01.06.2022 | 02.09.2023
Gracias a todas las personas que me han apoyado de alguna forma, bien con votos, bien con comentarios o mensajes durante el camino que ha supuesto escribir (y volver a escribir por segunda vez) la Trilogía Disociativo. Poner el punto y final a la obra no ha sido fácil pero estoy muy feliz y satisfecha de haberla podido crear, editar y corregir de la forma que quería.
Muchas personas me pidieron un final feliz pero, en mi opinión, una historia como esta no podía tener un final de película sino un final real y acorde al hilo argumental.
Jimin tenía que morir (y me costó lo mío, es mi personaje adorado) porque su historia, su vida y sus problemas mentales eran demasiado grandes como para resolverse bien. Y, en cuanto a Yoon Gi, lo planteé como si fuera un reinicio al libro uno, una especia de "volvemos a empezar".
En cualquier caso, tengo un capítulo extra guardado dirigido a aquellas personas que deseaban leer un final diferente. No es el final que yo como autora quiero que tenga mi trilogía. Sin embargo, estoy dispuesta a publicarlo como un extra.
Les dejo como despedida la galería de personajes.
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