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Día Uno: Testigo

—Guárdese eso, ¿quiere?

Señalé el sobre cerrado que el forense Kim Wo Kum, al que los años habían convertido en un individuo enjuto de pelo blanco como la nieve y prominentes arrugas en la frente, estaba a punto de extenderme y me crucé de brazos con la expresión más inexpresiva que pude.

—Doctora Eun... —Su voz, mucho más carraspeante y seca de lo que recordaba, sonó paciente pero al mismo tiempo contrariada—. Mire...

No. No había nada que mirar. Nada.

—Estoy aquí únicamente porque ha dictado una orden de comparecencia hacia mi persona —le aclaré, con frialdad. —No tengo ninguna intención de ponerme a conversar con usted y ni mucho menos de participar en lo que sea que se tenga entre manos.

El forense se estiró en la silla, molesto ante los evidentes dolores de espalda que le aquejaban, y se aflojó el nudo de la corbata. El ambiente se sentía tenso y él no estaba cómodo pero yo, sentada en aquel despacho del juzgado de lo penal, rodeada de libros de leyes con olor a rancio y el pecho cargado de angustia ante lo que me imaginaba que me iba a pedir, lo estaba aún menos. Lo único que quería era terminar cuanto antes y largarme de allí.

—Supongo que no quiere negociar nada —dijo.

—Y yo supongo que usted tampoco tiene nada que ofrecerme —repliqué, sin pestañear.

Se quedó unos instantes en silencio y aproveché para echar un vistazo al ventanal de la puerta. Jimin seguía fuera, apoyado en la pared con las manos a la espalda y unas pupilas marrones cargadas de desasosiego que recorrían sin parar el lugar y que me recordaron que, a pesar de su notable mejoría, seguía siendo un chico sensible y bastaste más vulnerable de lo que parecía. No le hacía ningún bien estar allí.

—Puedo entregarle una condecoración cuando terminemos. —El forense se encogió de hombros, como si dudara de su propia oferta—. También puedo conseguirle un puesto de trabajo fijo en mi unidad, ya que no tiene plaza propia en el hospital.

Una condecoración y un trabajo estable. No necesitaba ninguna de las dos cosas.

—No se esfuerce. —Ladeé la cabeza y le observé rascarse el puente de la nariz, en donde le descansaban las gafas—. Déjelo estar.

—Por desgracia no puedo "dejarlo estar" —suspiró—. Tengo dos víctimas, ningún acusado y una multitud de posibles contratiempos con los que no tengo ningunas ganas de lidiar. —Deslizó el sobre por encima de la mesa hasta quedar frente a mí—. Si fuera tan amable de permitir que le explicara un poco y aceptara echar al menos un vistazo a...

Se interrumpió en cuanto le devolví el documento y sus ojos cansados me devolvieron una profunda consternación. Comprendía perfectamente la situación, claro que sí, pero sus dificultades laborales no eran mi problema y no iba a permitir que lo fueran.

—Señor Kum, si lo que pretende es que analice fotos de cadáveres con corazones expuestos fuera de su cavidad, tripas o... —intenté ser clara pero un repentino nudo en la garganta me dejó sin aire y me obligó a interrumpirme—. Tripas o vísceras... —Rayos; no era capaz de hablar de ello sin echarme a temblar—. Si quiere que analice tripas o vísceras está perdiendo el tiempo.

—Aún no le digo lo que necesito y ya me está poniendo pegas. —El forense se toqueteó la corbata—. Usted no cambia.

—Usted tampoco —contraataqué, recordado el día en que se presentó en el hospital con un puñado de fotos bajo el brazo para pedirme ayuda por segunda vez—. No soy su analista particular, ¿sabe?

—¿Quién ha dicho que lo sea? —se ofendió—. ¿Cree de verdad que la buscaría si no se tratara de un asunto excepcional?

Quería entender que no pero tampoco hacía falta ser muy listo para darse cuenta de que tener un psicólogo asesor para que le sacara las castañas del fuego le venía de perlas.

—¿Qué es lo que quiere?

—Tengo al testigo del homicidio de ayer. —La explicación me llegó lenta, marcada, y con ataque de tos incluido—. Sería maravilloso que testificara para que el juez me asignara la investigación pero el caso es que, después de cinco horas de paciencia e insomnio, todavía no he sido capaz de sacarle ni una sola palabra y empiezo a dudar que eso vaya a cambiar.

Ya. Empezaba a entender.

—Ahora soy más consciente de los males que aquejan la cabeza, ¿sabe? —Se señaló la sien—. Me doy cuenta de cuándo algo no va bien y, créame, ese chico puede que tenga un aspecto normal pero no es "normal". —Me miró con la misma severidad de un profesor sentando cátedra en sus explicaciones—. Se comporta de forma extraña, como si estuviera ido, y temo que eso pueda impedir que atrapemos al culpable.

—¿Y por qué no ha acudido al Servicio de Psiquiatría del hospital? —me resistí a ceder—. ¿Por qué tengo que ser yo?

—¿Qué le ha pasado, doctora?

La pregunta me sentó peor que una patada en el estómago pero me reprimí. Tenía gracia que lo preguntara precisamente él.

—¿Cómo puede plantear que deje a una persona tan importante en manos de un personal que no va a poder controlarle como se debe? —continuó el anciano—. ¿No es usted la que decía que había que proteger la dignidad de los enfermos y respetarlos como merecen?

Me mordí el carrillo. Sí pero... Pero... Dios; maldito forense. ¿Por qué me estaba haciendo esto?

—¿No le prometió a alguien que siempre iba a intentar ayudar al que lo necesitara?

Demonios.

Me levanté de un salto, con tanta fuerza, que la mesa tembló.

—No se le ocurra seguir por ahí. —Mi voz sonó más amenazante en alto que dentro de mis pensamientos pero no me molesté en disimular. —No se atreva —murmuré—. Por su propio bien no se atreva.

—Doctora Eun, lo último que deseo es evocarle dolor.

No lo dudaba. Pero le importaba más el testigo o, mejor dicho, el caso. Resolver el caso al precio que fuera.

—No me vea como un desalmado, por favor. —Se levantó—. Le tengo en gran estima y sé que lo que le estoy pidiendo no es fácil —reconoció—. Yo también hubiera preferido no tener que hacerlo pero, por desgracia, es importante que salga de la burbuja en la que se ha escondido y me ayude. No podemos permitir que algo como lo de Daegu se repita otra vez.

Escuchar aquel nombre me secó la garganta.

Daegu.

Recordaba aquella especie de mansión desvalijada y quemada con una nitidez fotográfica que daba miedo. Con solo cerrar los ojos podía sentir la oscuridad del sótano, los hierros de los alambres del sofá de salón arañándome las piernas al esquivarlos, la sangre embarrada por el pasillo y la cabeza de la enfermera, con su alfombra de flores y su corona de tripas en la cabeza, sobre la mesa de la cocina. De hecho, si me esforzaba un poco más, era incluso capaz de aspirar el olor a musgo mojado y a hojarasca del bosque que había detrás de la casa.

El bosque.

En él habían hallado la fosa de cadáveres en estado de esqueleto que Jimin, en su desesperación asustadiza, había cavado y por la que aún hoy cumplía condena por encubrimiento. Allí habían desenterrado los restos de la hermana de Seok Jin y también allí se había desatado del todo el trauma de Hoseok y su obsesión psicopática por coleccionar cabezas de chicas parecidas a ella. Y, en medio de todo ese dolor cristalizado a lo largo de los años, de esa angustia latente capaz de convertir a cualquiera en un monstruo, había estado Yoon Gi.

Y yo. Yo junto a él.

Una descarga de electricidad me recorrió la enorme cicatriz que me atravesaba el abdomen, regalo de aquellos días, y el aire dejó de entrarme en los pulmones. Sentí la misma asfixia bloquearme la garganta, el calor de unas manos masajeándome el pecho y la humedad de las lágrimas saladas en la comisura de los labios. Un murmullo en mis oídos, lejano, rogándome desesperadamente que viviera. Una súplica y al mismo tiempo una promesa.

"Te prometo que encontraré la manera de regresar a tu lado pero mientras tanto no te olvides de quien eres y sigue ayudando a personas como yo".

Demasiado tiempo había pasado desde entonces. Tanto que, viéndome ahora, bien podría parecer que nunca hubiera movido ni un dedo por cumplir con ello. Sin embargo, aquella frase era, al margen de Jimin, lo único que me seguía tomando en serio.

—Doctora...

Parpadeé varias veces seguidas.

—Lléveme ante el testigo —accedí, vacua—. Le haré una valoración.

Las desmejoradas mejillas del hombre se ensancharon en una sonrisa de satisfacción.

—Una entrevista significa exactamente "una entrevista" —me apresuré a aclarar, y repetí, vocalizando a cámara lenta—. Una sola entrevista.

—Ya, ya, sí. —Mi interlocutor agitó las manos en el aire, con ademán resignado. —Me ha quedado claro. —Abrió la puerta del despacho—. Si dice que solo una, entonces será solo una. —Salió—. Por favor, sea tan amable de acompañarme.

Le observé caminar hacia los letreros del área restringida, arrastrando la pierna izquierda entre murmullos de esfuerzo, y suspiré, decidida a seguirle pero, en cuanto puse los pies en el pasillo, Jimin salió a mi encuentro y me interceptó.

—¡Noona! ¡Noona! —exclamó, con la ansiedad pintada en la cara—. ¿Qué es lo que han encontrado? ¿Hay un patrón de asesinatos? ¿Uno serial? —me soltó, como una ametralladora y sin respirar—. ¿Por qué te ha llamado? ¿Qué te ha pedido? Porque te ha pedido algo, ¿no?

—No pasa nada —respondí, en automático—. Solo voy a hacer una intervención puntual con un testigo y ya está.

Sonreí, con la intención de quitarle importancia, pero él, que después de tres años ya me conocía demasiado bien, emitió un resoplido de angustia y me agarró de los hombros.

—¿Un testigo? —La aprehensión le tembló en la voz—. ¿Qué testigo? —insistió en saber—. ¿Uno del homicidio ese? ¿El de los corazones y la balanza?

—Regresa a la clínica.

Le tomé de las manos pero se apartó y los brazos se le cayeron a los lados del cuerpo. Como me temía, la noticia le había dejado bastante conmocionado.

—Yo iré después —continué—. En un rato.

—Noona... —Su murmullo sonó asustado y demasiado ahogado—. Un testigo... Un testigo de algo así como... Como... Algo como... —Meneó la cabeza a ambos lados y sus reflejos rubios tintinearon en el aire—. No... No creo que sea una buena idea... No... No, noona...

Por supuesto que no lo era. Pero me sentía en la obligación moral de ver a esa persona al menos una vez y, si era posible, darle alguna pauta.

—Luego nos vemos— me despedí—. No te preocupes.

Jimin agachó la cabeza, con los ojos perdidos en algún punto del suelo, y yo, mucho más insegura de lo que en otro tiempo hubiera estado, me apresuré a perderme en el interior del corredor, envuelta en un repentino frío que me atenazó los brazos y las piernas a pesar de que la calefacción estaba prendida y no había ventanas por ninguna parte.

Atravesé la zona de los interrogatorios, un pequeño hall abandonado con un jarrón de flores chillonas artificiales realmente espantoso y crucé por delante del juzgado de instrucción número cinco, con sus bancos de madera y su tarima desierta, hasta que, por fin, localicé a Kim Wo Kum. Me esperaba sentado en una silla de plástico frente a una estancia abierta custodiada por nada más y nada menos que tres agentes de policía armados hasta los dientes.

Casi se me abre la boca hasta el suelo. Pero qué... ¡Dios mío! ¿De verdad tenían al testigo vigilado así? ¿No decían que padecía un trastorno mental? De ser cierto, ese despliegue de seguridad tan abrumador lo único que haría sería agravar sus síntomas.

—Debe estar muy nervioso.

El comentario me pilló de improviso y di un bote, sobresaltada.

—¿Qué se supone que estás haciendo? —me volví hacia mi inesperado acompañante—. Es mejor que te vayas.

Jimin, todavía con el gesto en tensión, se mordió el labio y negó, despacio, con la cabeza. Ay, cielos.

—Voy a hacer la entrevista contigo, noona.

—No puedes —zanjé, sin medias tintas. No era capaz de garantizar que estuviera bien y no estaba dispuesta a asumir el más mínimo riesgo al respecto—. El tema te puede remover y hacer mucho daño.

—También a ti, noona.

Ya pero no.

—No quiero verte mal otra vez —hablé con el corazón en la mano—. No creo que pudiera soportarlo, ¿sabes?

—Tampoco yo podría soportar que te ocurriera algo a ti —contraatacó—. No te voy a dejar sola. No podré ayudarte mucho pero al menos estaré a tu lado y te acompañaré —dictaminó y, ante mi cara de estupefacción, añadió—: Siempre estaré. En todo.

Ese par de palabras provocó que el cuerpo se me relajara y que el frío se diluyera de mis articulaciones como por arte de magia. Era abrumador y bastante absurdo que su presencia me calmara de esa manera. ¿En qué momento había empezado a necesitarle así?

—¿Está lista, doctora? —La impaciencia del forense, que se había levantado de su asiento y nos esperaba dándole golpecitos al suelo con el pie, se hizo eco en el corredor—. No le quiero meter prisa pero a las once me va a llamar el juez y ya son las diez.

—¿No tendría que darme primero los datos del sujeto? —Me acerqué lo más despacio que pude, casi con parsimonia—. ¿Acaso quiere que entre a ciegas y me lance "a la aventura"?

—¡Caramba con usted, señorita Eun!

Kim Wo Kum me alargó un dossier de color marrón con un largo número de serie en la solapa.

—Aquí tiene ficha —resopló—. Y, por favor, sea tan amable de dejar de causarme jaquecas y empiece.

Un homicidio a todas luces retorcido espera su investigación.
Un testigo inusual necesita ser valorado.
A veces el destino se muestra caprichoso y coloca las piezas del juego en un tablero nuevo que recuerda demasiado al de una partida anterior.

Todo esto y mucho más en la próxima actualización.
No te lo pierdas.

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