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Día Uno: Entrevista

Le encontramos semi tumbado en la silla. Tenía la cabeza apoyada en la mesa y un evidente gesto de cansancio reflejado en unas facciones que, pese a la estridente iluminación del techo, que trasformaba la cara de cualquiera en la de un espectro de película, me parecieron bastante agradables.

—Hola.

Saludé de forma informal porque suponía que debía de estar harto del protocolo del interrogatorio. Además, me interesaba que me percibiera como alguien diferencial. Podría ayudarme a establecer el vínculo

—¿Qué tal te encuentras? —Me senté frente a él y Jimin hizo lo propio, junto a mí—. Debes de estar agotado. Has tenido que pasar la noche en vela, ¿verdad?

No se movió y ni mucho menos contestó pero, como ya me lo esperaba, no le importancia. Que no hablara podía tener un sin fin de causas, desde un estado de mutismo hasta un estado de shock, pero también podía no ser nada y guardar silencio simplemente por miedo o cansancio. De hecho, las últimas era las opciones más lógicas.

—¿Te han dado algo de desayunar?

Su cabello castaño se movió en una leve afirmación.

—Me intriga saber lo que nuestro excelentísimo y para nada usurero forense te ha traído —traté de rebajar tensión. Entre que la puerta estaba abierta y que los policías nos controlaban desde lejos como si nosotros fuéramos los acusados, me estaba agobiando—. Cuando yo trabajaba con él, su dieta de "ayuno voluntario obligado" estuvo a punto de convertirme en modelo anémica de pasarela de moda.

El chico levantó la cabeza y me pareció que sus labios entornaban una sonrisa.

—Me han dado café aguado. —Su tono de voz, más grave de lo que decía su aspecto jovial, retumbó en la estancia—. Ha sido como beber agua de color negro con medio bote de azúcar revuelto dentro. —Emitió una mueca de asco que se me hizo simpática—. También me han traído una rosca redonda con agujero en medio. Estaba un poco dura pero, como me sonaban las tripas a rabiar, me la he comido entera sin rechistar.

Analicé sus palabras. Su discurso era fluido, bien hilado y coherente. Miraba a los ojos con normalidad y se mostraba reactivo a mi tono emocional. Tampoco parecía asustado.

—Definitivamente, hay que mejorar el catering —intervine de nuevo—. ¿No te parece...? —Me interrumpí para buscar su nombre en la ficha y mis ojos repasaron las primeras líneas—. ¿No crees...?

"Varón de veintidós años". Leí para mis adentros. "Cuando llegamos al lugar de los hechos, a las cinco de la madrugada, nos está esperando en el callejón trasero de la vivienda de la víctima. Viste camisa blanca, traje de chaqueta azul oscuro, mocasines negros y no presenta signos de violencia. Responde al nombre de Kim Tae Hyung".

—Tae Hyung —completé la frase, y repetí—: ¿No crees, Tae Hyung?

El aludido se incorporó y volvió a asentir, con un brillo amable en las pupilas. Perfecto; le había caído bien.

—¿Me permitirán volver a casa? —me preguntó entonces—. Quisiera poder bañarme y cambiarme de ropa.

—Supongo que dependerá tu grado de colaboración en las preguntas que te hagan.

El joven suspiró y su mirada recorrió la superficie de la mesa.

—Tu también has venido por eso —concluyó, abatido—. Quieres conocer el mensaje y saber lo que debes hacer para obtener la plena felicidad.

Arqueé una ceja, extrañada. No entendía a qué se refería.

—En realidad no —corregí—. Estoy aquí porque has presenciado un homicidio y mi trabajo es valorar cómo te encuentras después de eso. —No dijo nada así busqué su conformidad—. ¿Te parece bien?

No contestó. Parecía haberse perdido en sus pensamientos.

—Tae Hyung —insistí—. ¿Estás de acuerdo?

—No me encuentro mal —respondió, al final, arrastrando las palabras. —No estoy mal —repitió, ya medio enajenado—. Pero me parece normal que te intereses. —Levantó la vista—. ¿Eres psiquiatra? Porque no me gustaría que me mandaras medicación.

—No soy psiquiatra, soy psicóloga —le aclaré y el alivio en su cara fue más que evidente—. Me llamo Eun Mei Te y la persona que ves a mi lado es mi coterapeuta, Min Ji...

No pude terminar porque nuestro objetivo, que hasta el momento se había centrado únicamente en mí, posó las pupilas sobre mi compañero, dio un respingo y abrió la boca hasta el suelo.

—¡Jimin! —exclamó—. ¡Tu eres Min Jimin!

El aludido se quedó más rígido que el palo de una escoba y a mí por poco se me cae el bolígrafo de la impresión.

—¿Le conoces? —Me volví hacia él, con los ojos tan abiertos como dos canicas—. ¿De qué le conoces?

—No, no. —Su apresurada negativa me llegó en un murmullo inseguro que no me gustó nada—. O al menos creo que no, noona.

"Creo". Ya, claro. Pues a mí me daba que sí y que no me lo diría. Su pasado era un caja completamente hermética y esto no era una excepción.

—¡Sí, hombre! —Nuestro entrevistado arrugó la cara—. ¿En serio no te acuerdas de mí? —Se señaló a sí mismo—. Nos conocimos en la planta de Psiquiatría del Hospital General y quedamos algunas veces en el Club de Tenis.

Jimin se mordió el labio y la cabeza se me disparó. ¿Pero qué demonios? ¿Habían coincidido durante alguno de sus ingresos? ¿Significaba eso que aquel chico tenía antecedentes de Trastorno Mental y que nadie se había tomado la molestia de revisarlos? Y, si se habían reunido en el Club de Tenis, ¿se habrían seguido viendo después? Jimin era una persona muy necesitada de afecto, entregada y capaz de hacer lo que fuera por alguien apreciado, hasta enterrar cuerpos y cabezas humanas, y aquel chico supuestamente acababa de presenciar un crimen y... Y...

No. No, no, no.

—Recuerdo que ibas allí a visitar a tu hermano. —Tae Hyung siguió tirando de memoria, ajeno al revuelo mental que me estaba generando—. Se llamaba Yoon Gi, ¿verdad?

Sentí que los pulmones se me cerraban.

—Te ruego que me disculpes pero realmente no me acuerdo—. El rostro de Jimin se convirtió en una máscara de inexpresividad y sus palabras, pese a educadas, sonaron tremendamente glaciales—. Fue una época un tanto convulsa.

—¡Oh, no, discúlpame tu a mí! —El chico agitó rápidamente las manos, como si se acabara de dar cuenta de que había metido la pata, y le devolvió la reverencia nada más y nada menos que cinco veces seguidas—. Lamento mucho haberte hecho pensar en ello. Lo siento.

Jimin le devolvió una sonrisa que destilaba frialdad y un denso silencio se adueñó de la estancia.

Intenté controlar la respiración. Necesitaba centrarme, reordenar el ambiente y retomar la valoración. Sin embargo, la sola mención de Yoon Gi me había revuelto la cabeza de tal manera que me sentía perdida y no sabía qué decir. Y, para colmo, encima ahora no podía dejar de recordarle frente a mí, con el pijama verde de los ingresos y la sonrisa de medio lado que tanto había amado, mientras yo intentaba no dejarme llevar por los sentimientos y me aferraba a los límites de una ética profesional que con él nunca habían tenido sentido.

—Noona—. La mano de Jimin acarició la mía y su contacto me ayudó a regresar a la sala de interrogatorios—. Noona, ¿quieres que vaya a por agua?

Negué con la cabeza, con los sentidos a medio gas y un agradecimiento inmenso que no pude expresar porque Tae Hyung rompió a hablar de nuevo.

—Esa época tampoco fue fácil para mí. —Se recostó en el respaldo de la silla—. Mi amigo también estaba ingresado y... —Sacudió la cabeza y varios mechones de pelo rebelde se le cayeron por la frente—. No, perdón... — corrigió—. He dicho "amigo" cuando debería de haber dicho "ex amigo" —aclaró, antes de terminar—: Ahora no nos llevamos precisamente bien.

—El tiempo pasa y con él todos evolucionamos y cambiamos —me escuché decir—. Cuando nos ponemos a darle vueltas nos entristecemos pero así somos y así debemos ser. Cambiar es lo que nos permite avanzar.

—Supongo... —titubeó, no muy convencido—. Pero... No sé... Yo le ayudé mucho, acepté todas las rayadas mentales que tenía, y en cambio él... —La voz se le quebró—. Él me dio de lado a la primera de cambio y se juntó con un tipo súper raro que parecía salido de una película de bandas callejeras y con el que se pasaba la vida hablando de no sé cuántas cosas sobre la distintas formas de morir.

Vaya. Teniendo en cuenta lo que acababa de pasar, esa información era, como mínimo, interesante. Mucho.

—Encima, no contento con retirarme la palabra, dejó la casa que compartíamos sin decir ni adiós y se cambió de número de teléfono.

—Noona... —Jimin se inclinó discretamente sobre mi oído, buscando la confidencialidad entre terapeutas—. ¿Todo eso no suena un poco raro?

Asentí sin apartar la vista del testigo.

—¿Habría que intentar localizar a ese ex amigo e interrogarle?

—Seguramente —respondí—. Aunque también tenemos que ir con cautela con los datos porque no sabemos si son fiables —expliqué, antes de matizar—: No tenemos un diagnóstico.

—A mí no me parece que Tae Hyung tenga ningún trastorno mental.

En eso estaba de acuerdo. Pero Kim Woo Kum había visto algo y yo quería saber lo que era.

"El testigo se muestra dócil y colaborador". Regresé a la ficha de identificación, en busca de alguna idea que me permitiera intentar reproducir la supuesta conducta anormal por la que me habían llamado. "Habla con normalidad pero no es capaz de responder a ninguna de las preguntas que se realizan en torno al homicidio y la víctima, aunque sabemos que ha sido él que el que nos ha llamado para alertarnos. También nos intriga los dos ramos de flores que lleva. A ese respecto solo nos dice que iba a casarse y que no sabía qué color sería el elegido".

Eché un vistazo a mi alrededor. La sala estaba prácticamente vacía y, aparte de la mesa y las sillas en donde estábamos, solo había una librería antigua llena de tazas y platos de cerámica decorativa llenos de polvo pegada a la pared del fondo. Y allí, en la balda inferior, localicé los dos enormes ramos de rosas, uno blanco y otro rojo, envueltos en un papel rosado que había sido abierto.

—¿Las flores son tuyas? —me la jugué—. ¿Son para alguien?

El gesto del chico mudó a una expresión opaca.

—Me las encargó —murmuró.

—¿Quién?

—Yo iba a casarme —contestó—. Pero el mensaje no estaba claro y no sabía qué flores tenían que ser.

Y ahí estaba. Era un calco exacto de lo que acababa de leer.

—¿Y qué diferencia hay entre unas y otras? —intenté tirar del hilo— Me refiero a los colores de los ramos.

Se quedó en silencio.

—¿Con quién te ibas a casar? —esgrimí lo único que se ocurrió para seguir—. ¿Tienes pareja?

—No estaba claro —volvió a repetir, ajeno a mi pregunta—. El mensaje no estaba claro. No sabía que flores tenían que ser.

¿Qué era eso? ¿Un automatismo verbal?

—Tae Hyung... —La suavidad de la voz de Jimin resonó entonces en un intento de ayudarme—. Yo no soy psicólogo como Mei y, por lo tanto, no se me da tan bien como a ella analizar cosas.

—Yo iba a casarme. —El aludido continuó en las mismas—. Pero el mensaje no estaba claro. No sabía que flores tenían que ser.

¿Una ecolalia? ¿Una resonancia? Rayos; no tenía ni idea.

—Yo tampoco tengo nada claro, la verdad —prosiguió Jimin, imperturbable—. Te vas a sentir ofendido y seguramente decepcionado conmigo, y me da mucha vergüenza admitirlo, pero no entiendo qué es eso del mensaje. —Su rostro esbozó una expresión de timidez— ¿Serías tan amable de explicármelo, por favor?

El aludido le devolvió una sonrisa robótica.

—El mensaje no estaba claro —murmuró de nuevo y, para mi sorpresa, añadió—: Encuentra tu pareja perfecta.

Tae Hyung iba a casarse pero el mensaje no estaba claro y no se sabía qué flores tenían que ser.
¿Cómo afrontarán Mei y Jimin el difícil acertijo que se les presenta?
¿Quién debe encontrar la pareja perfecta?

Todo esto y mucho más en la próxima actualización.
¿Te lo vas a perder?

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