Día Tres
Sangre.
Intensa en su color. Cegadora. Cálida. Espesa. Apabullante. Aterradora.
Podría definirla de mil maneras y aún así seguiría encontrando un sin fin de adjetivos nuevos para describir el hipnótico efecto que ese líquido produce en mí. Sin embargo, en esta ocasión, perdida en un lugar oscuro que no reconozco, frente a alguien que se me hace ajeno, la disociación me aturde de forma tan distinta que no soy capaz de admirarlo. Solo quiero saber qué estoy haciendo. Por qué lo estoy haciendo. Quién soy. Qué soy.
Me tambaleo. Apenas puedo respirar y se me nubla la vista. Sé que estoy a punto de perder el conocimiento y quiero gritar, llorar amargamente y pedir ayuda pero la garganta no me responde. Algo en mí es diferente, me enmudece y me hace romper a reír y curiosearme con interés las manos empapadas en ese rojo que marca el final de la vida y que no entiendo de dónde ha salido.
Puede ser mío, aunque no me duela nada, o puede ser de la persona que se acaba de desplomar de bruces a mis pies pero, en cualquier caso, supongo que eso no importa.
—¿Lo ves, mi amor?
Una presión en la cintura me impide caer. Yoon Gi o, mejor dicho, Pang Eo, me acaba de rodear por la espalda haciendo que todo mi peso recaiga sobre él y el estremecimiento de su contacto me recorre de arriba a abajo y me ayuda a disipar levemente la bruma mental que me atonta.
—Eres igual a Yoon Gi y también igual a mí.
Quiero responderle pero las palabras no salen y me tengo que conformar con asirle de los brazos y rogar para que no me suelte. Si lo hace temo perderme y desaparecer para siempre.
—Eres su acompañante en el quiebre y en el dolor de esta sociedad lamentable en donde nadie se atreve a ser como realmente es. —Su aliento acaricia los pliegues de mi cuello—. Eres la que puede admirar junto a él, junto a mí, la pureza y la paz que otorga la muerte tras una vida de hipócrita falsedad — prosigue, en apenas un siseo, antes de concluir—. Vivirás y te harás fuerte en la desolación hasta que nos volvamos a encontrar, nena.
"¿Quieres probar suerte?"
Una voz desconocida retumba entonces en mi cabeza y me presiona los tímpanos de tal forma que todo a mi alrededor se oscurece. Cuando consigo volver en mí, compruebo con angustia que Yoon Gi ha desaparecido y que estoy sola, tiritando por el frío de su ausencia en mi piel, arrodillada frente a un enorme charco de un oscuro espeso que emana el intenso olor del final, con una fotografía en el regazo.
Me inclino sobre ella. Es una toma a color de una balanza dorada con un corazón humano sobre uno de los platillos y una cartulina rectangular en el otro donde se lee una sola palabra escrita en mayúsculas: culpable.
Culpa.
Esa es la emoción que más detesto. Nos hace doblegarnos ante los deseos de los otros, nos obliga a llorar y a golpearnos el amor propio y a veces hasta nos lleva a desear no haber nacido cuando, en realidad, todos compartimos la misma responsabilidad.
"Encuentra la pareja perfecta".
La angustia me vuelve a invadir y rompo a llorar. ¿Por qué estoy así? ¿Qué estoy haciendo?¿Qué?
Yoon Gi.
Yoon Gi, por favor vuelve.
Vuelve conmigo.
Me incorporé de un bote y terminé sentada en la cama, empapada en un sudor frío, con media sábana enrollada en una pierna, la otra media tirada por el suelo y el corazón bombeando a mil por hora. Dios; ¿pero qué demonios? ¿Acaso el caso me había afectado tanto como para mezclarlo en sueños con Yoon Gi y mi pasado con él? Era lo que me faltaba. Si seguía por ese camino pronto perdería la poca estabilidad mental que tanto esfuerzo me había llevado mantener. No podía retroceder ahora. No.
"Culpable".
Eché un vistazo rápido al despertador de la mesilla. Eran la siete menos cinco. Faltaban veinte minutos para que sonara y empezara oficialmente un día que pintaba bastante intenso y no menos complicado. Kim Wo Kum seguía necesitando el informe del testigo pero las fotos, lejos de aclararme, habían multiplicado mis dudas y tenía que recoger más información.
"¿Quieres una flor?"
Respiré hondo y mis ojos revisaron, intranquilos, la cama de al lado. Estaba vacía y perfectamente colocada, sin una sola arruga en el edredón verde, como si nadie la hubiera tocado. Rayos; ¿y Jimin? Recordaba haberle dejado en el salón a eso de las tres de la mañana cuando, harta de revisar manuales, había decidido retirarme a descansar.
—En seguida voy yo también, noona —me había dicho.
Y. Pues estaba claro que no lo había hecho.
—Dongsae —le llamé por su sobrenombre, aún presa de los nervios, y la voz me salió tan baja que ni yo misma me escuché—. ¿Dongsae? —repetí, un poco más fuerte—. ¿Te has quedado dormido en el sofá?
Como no obtuve respuesta y tampoco me sentía con fuerzas de hablar más alto, salí del dormitorio, descalza y abrazándome el cuerpo para mitigar el frío matutino.
—Dongsae... —Los sonidos se me perdieron en el susurro—. Jimin...
Le localicé sentado en la mesa del comedor, de espaldas a la habitación, abstraído en el ordenador portátil. ¿Seguía trabajando?
Me acerqué, despacio, y forcé la vista. No llevaba las gafas así que mi visión de lejos dejaba mucho que desear pero los colores morados del fondo de la pantalla y las casillitas rectangulares para introducir texto no me resultaron para nada familiares. No, aquella interfaz no era la de la biblioteca virtual.
Avancé un poco más, lo justo para verle borrar la parte más reciente de caché del historial de búsqueda.
"Conver_ Akane_25" Alcancé a leer, de refilón. "¿Existen los...?"
Las letras desaparecieron ante mis ojos y un repentino desasosiego se me clavó en el pecho.
—¿Qué estás haciendo? —La pregunta me salió sola, con demasiada aspereza y un punto extra de inquietud y él, pillado de improviso, dio un respingo y cerró de golpe el navegador—. ¿Estás chateando?
—Perdona, no te he sentido levantarte, noona. —Su contestación indispuesta acarició el aire de forma extraña—. ¿Ya no tienes sueño? —Se volvió, con una medio sonrisa esquiva que me alarmó todavía más—. Es temprano.
—Eso mismo digo yo —contraataqué—. Que es muy temprano para estar aquí haciendo vete a saber el qué. —Le señalé con el dedo acusador la cama y a continuación el ordenador—. ¿Qué ocurre?
—Te agradezco mucho que te preocupes pero de verdad no es necesario.
Aquella frase me sentó fatal. Entendía que la inhibición fuera parte de su personalidad pero no me encontraba bien y no podía manejarlo con la entereza y comprensión de otras ocasiones.
—Todo está bien —continuó en su explicación—. Yo también me acabo de levantar y no estaba haciendo nada importante.
Ya. Por eso lo había borrado, ¿verdad? Porque no era "importante".
—¿Desayunamos juntos? —Esbozó una tímida una sonrisa—. ¿Kimchi? ¿Arroz con pollo? ¿Verduras? —enumeró los tupper que teníamos almacenados y sus pupilas se ensancharon en dos rayitas brillantes—. Hay para elegir.
—No, gracias.
Le di la espalda y volví a la habitación, en silencio. Puede que no tuviera lógica pero sus evasiva me estaban empezando a hacer sentir terriblemente traicionada.
—Noona...
—Me tengo que arreglar —Abrí el armario y rebusqué alguna indumentaria que me quedara medianamente formal—. Voy a volver al juzgado.
—¿Ahora?
—Sí.
No se atrevió a objetar nada, claro. En lugar de eso se quedó de pie frente al dormitorio, observándome mientras me metía en el baño con una angustia que todavía se le notaba cuando, ya aseada y vestida, volví a poner los pies en el salón con la americana bajo el brazo y un bolso en el hombro bastante más elegante que la vieja mochila que me solía acompañar.
—¿Puedo ir contigo? —murmuró.
—Hoy no.
Me apreté el recogido del pelo, quité el cerrojo de la puerta y pulsé el interruptor del ascensor como si me fuera la vida en ello. No quería darle vueltas pero lo que había visto me había dejado muy preocupada y fingir lo contrario no era materia sencilla.
—Supongo que estaré mucho tiempo así que no me esperes para la comida.
—Lo siento. —La disculpa me llegó lejana—. Lo siento mucho.
Desvié la vista al contador de números rojos. Estaba tan intranquila que prefería no mirarle.
—¿Qué es lo que sientes exactamente?
—No tener el valor de hablar —respondió—. Aunque me gustaría y... —Se interrumpió unos segundos—. De verdad quisiera —remarcó—. Noona, por favor, perdóname.
—No creo que te tengas que disculpar. —Las compuertas metálicas se abrieron y tiré del cierre anaranjado exterior—. Que quieras contarme algo y no te atrevas significa que tienes un problema de confianza conmigo que voy a tener que empezar a asimilar.
—No es eso.
—¿Y entonces qué es?
—Es... —titubeó—. Vale. —Suspiró pero, antes de que pudiera replicarle, cogió aire y continuó— Sé que vas a estar muy ocupada pero, ¿podrías intentar comer conmigo hoy, por favor?
El ofrecimiento me hizo volverme pero sus pupilas marrones me esquivaron y terminaron en suelo del rellano.
—Que digas que no confío en ti me resulta muy duro porque en realidad es todo lo contrario —continuó—. Además, yo... Yo... Bueno... Te... —Se entrecortó—. Disculpa, lo que quiero decir me pone muy nervioso y necesito prepararme un poco mejor antes de hacerlo. —Por fin levantó la cabeza—. Come conmigo, te lo suplico, y te prometo que trataré de hacerlo.
Me hubiera gustado mantener un poco más el enfado pero su cara de buena voluntad y sus mejillas avergonzadas consiguieron ablandarme y hacerme aceptar y, cuando llegué al juzgado, tras una hora y media de atascos, pitidos y peatones inconsecuentes atravesando la calzada sin mirar, el frío provocado por la vertiginosa altura del techo y la solemnidad de la escultura de la diosa de la Justicia que había en el hall, hicieron que asunto desapareciera definitivamente de mi cabeza.
—El Excelentísimo Forense Kim Wo Kum está ocupado en un asunto urgente y se ausentará al menos un par de días.
La voz carrasposa a fumador del hombrecillo enjuto de la ventanilla de recepción me sentó peor que un jarro de agua fría por la cabeza. Genial. Después de tantas prisas, ahora resultaba que se había largado.
—¿Le tomo nota? —siguió el protocolo—. ¿Quién me ha dicho que es?
Introduje por el hueco de la ventanilla el volante que me habían preparado y que me habilitaba como analista criminal.
—La Doctora Eun, ah, sí, ya. —El funcionario analizó el papel con cara de obviedad, pese a que saltaba a la vista que en realidad no tenía ni idea de quién era yo—. ¿Entonces quiere que le deje una nota?
—En realidad he venido a entrevistar a Kim Tae Hyung. —Recogí la documentación, con la mejor de mis sonrisas—. Sé que es pronto pero puedo esperar. ¿Le importaría facilitarme la ficha de la víctima mientras tanto?
—El señor Kim ya no se encuentra en las dependencias judiciales.
Diantres. ¿Y entonces dónde estaba? Maldito forense; me exigía de todo pero luego él hacía lo que le daba la gana. Capaz y lo había ingresado en alguna parte antes de irse.
—¿Le tomo ya la nota? —El operario me dirigió un ademán impaciente—. ¿Sí o no? —Y, antes de que pudiera decirle nada, finalizó—: No tengo todo el día.
Caramba.
—¿Sabes algo? —Las réplica emergió de mis entrañas como un resorte, tan rápido que no fui consciente hasta que me vi apoyar los brazos en la ventanilla—. La falta de educación es algo que detesto— me escuché con la amabilidad mudada en una actitud mucho más opaca—. No te imaginas cuánto.
—¿Está tratando de amenazarme o algo así, señorita?
—Tráeme lo que te he pedido —insistí—. ¿O prefieres que moleste al forense y le comente que me estás obstaculizado porque quieres irte a desayunar?
El hombre torció el morro y se levantó, arrastrando la silla hacia atrás con cajas destempladas pero, por suerte para él, la situación no pasó a mayores y su sombra desapareció tras el cuatro trasero en busca de los documentos, dejándome sola en medio de un sepulcral silencio que se me antojó tétrico a más no poder.
El edificio estaba prácticamente desierto y tan escaso de decoración que parecía un edificio dejado a su suerte en donde lo único destacable, a parte del techo ribeteado en dorado y el detector de metales, era la escultura de Temis, con su túnica griega, los ojos vendados y una balanza en una de las manos.
Una balanza...
"Culpable".
Contuve el aliento y las imágenes de la víctima se deslizaron de repente, una a una, ante mis ojos.
Se trataba de una mujer y no parecía tener mucha más edad que yo. Las fotografías la mostraban tumbada en el suelo del recibidor de su casa, completamente desnuda, con los brazos colocados con cuidado sobre el abdomen y los ojos, al contrario que los de la diosa, abiertos de par en par. El cabello, castaño claro, lucía esparcido deliberadamente por el piso, brillante y peinado, y una incisión en la garganta que se notaba que habían limpiando hacía juego con un pecho abierto en canal del que solo emanaba oscuridad coagulada. De hecho, una de las cosas que más me había llamado la atención había sido la limpieza y la poca sangre. Eso y que la chica en cuestión me sonaba mucho. Demasiado.
"El mensaje no estaba claro".
Las repetitivas palabras de Tae Hyung me sobrevinieron para acompañar la visión de aquella balanza con el corazón de la muerta en el plato, colocado en una silla detrás del cuerpo, a modo de altar.
"No sabía qué flores tenían que ser".
¿Podría referirse a la ofrenda de la tumba? ¿Sabía que ella iba a morir? ¿Por eso había ido? O quizás... Quizás... ¿Y si en vez del testigo era el autor y estaba fingiendo?
—No le encuentro sentido.
El inesperado comentario me hizo dar un respingo. A pocos metros de donde me encontraba un chico de cabello rubio, con una cazadora de cuero y una cantidad nada despreciable de pendientes en las orejas, contemplaba la estatua perdido en sus pensamientos.
—¿Perdón? —Le dirigí una mirada confusa—. ¿Me hablas a mí?
—Mira bien —prosiguió, sin atender a mi reacción—. Realmente no tiene sentido.
Eché una rápida ojeada a los pliegues de la vestimenta, sin comprender. Repasé el brazo pegado a la pierna y el que sostenía la balanza, y terminé en el rostro solemne, con cara de fallo. Yo no notaba nada anormal.
—Es una cagada impresionante. —Se acercó al letrero del pie—. Josep Antoletti—. Leyó el nombre del autor—: Me da que nuestro J.A no tenía mucha idea de cómo funciona el mundo.
—¿Crees que la justicia no debería representarse así? —me atreví a preguntar, aún medio perdida.
—No sé. —Se rascó el mentón—. Creo que tendría más lógica que viera para poder condenar.
Mastiqué la reflexión. En el homicidio, la víctima había sido presentada con los ojos abiertos de par de par.
—¿Por qué estás aquí? —Le mostré mi carta de identificación. La conversación me empezaba a dar un tufo extraño que no me estaba gustado—. ¿Te han citado para algo?
—Estoy aquí para controlar a un amigo —contestó, sin mirar el papel—. Está pasando por un mal momento porque alguien que aprecia mucho ha sido detenido y tenía miedo de que le diera por presentarse aquí para intentar verle. —Suspiró, como si se tratara de quitar una pesada carga de los hombros—. Menos mal que no ha sido así porque que se hubiera liado una muy gorda.
Una idea de lo más peregrina se me cruzó entonces por la mente. ¿Hablaba de Tae Hyung?
—¿Tienen problemas? —indagué, procesando a toda velocidad la mejor forma de sonsacarle con sutileza—. ¿Tu amigo y el detenido no se llevan bien?
El chico se encogió de hombros.
—A saber. —Puso los ojos en blanco—. Antes compartían piso y se entendían estupendamente pero la cosa cambió de repente y se convirtió en un odio alucinante —continuó—. Creo que algo les enfrentó pero hablar de eso es tabú por ambas partes. —Su cara de resignación me hizo entender que no mentía—. Yo lo único que sé es que desde entonces mi amigo está fatal. Llora a todas horas, no hace más que recordar épocas pasadas y, pese a que me consta que aquel tipo le trató como si fuera una mierda, quiere reconciliarse con él.
Vaya. Pobrecillo. No había peor cosa que aferrarse a quien te desprecia.
—¿Crees que podrías presentarme a tu amigo? —Se me ocurrió pedir. Era una oportunidad de oro para recoger datos y, de paso, quizás también para ayudar desde la terapia a sanar esa relación rota—. Yo llevo el caso del chico del que hablas y a lo mejor le puedo...
—¡Aquí lo tiene!
La silueta del antipático señor de la recepción reapareció de golpe e invadió todo mi campo visual.
—Ala, tenga. —Me alargó con altanería una carpeta marrón—. Sea feliz y trabaje mucho.
No pude replicar. Sin duda se lo hubiera merecido pero su llegada había espantado a mi fuente de información, que se apresuraba a salir del edificio sin decir ni adiós y no podía permitirme perderle.
No.
No, no, no.
—¡Oye, espera un momento! —Me acomodé el dossier bajo el brazo y corrí tras él—. ¡Espera!
El hilo se empieza a estirar y a enrevesar.
Jimin parece ocultar algo.
Una amistad perfecta se rompió.
Nadie quiere hablar.
Y, en medio de todo, una chica muerta con el corazón puesto en una balanza está despertando el monstruo de Mei.
Te espero en la próxima actualización.
No te pierdas.
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