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Día Siete: Eres tu

Luché lo indecible por controlarme. Era consciente de que no podía perderme en una desrealización mientras Yoon Gi se mantuviera en un estado metal tan peligroso y, por otro lado, debía atender a las voces que me llamaban fuera de la habitación, donde estaba claro que algo importante había ocurrido. Además, estaba Jimin que, a pesar de que se mantenía a mi lado y no paraba de hablarme, estaba absolutamente sobrepasado por la situación. Lo demostraba el hecho de que se hubiera lanzado a confesarse de aquella forma tan abrupta, como si buscara afianzarme con cualquier cosa y a la desesperada, y, aunque no tenía ni idea de cómo reaccionar ni ningunas ganas de pensar al respecto, tampoco quería que lo pasara mal.

Sin embargo, ¿qué podía hacer? Yoon Gi estaba preso en su propio trastorno, no respondía a ninguna intervención y solo me quedaba esperar lo peor. Bien era cierto que, desde que nos habíamos conocido, las cosas nunca nos habían ido bien pero hasta ese momento había podido mantenerme y luchar contra nuestra separación, contra su amnesia y contra el hecho de que la fiscalía quisiera regresarle a Tokyo porque, al menos, sabía que él estaba bien y en alguna parte pero ahora...

Ahora era diferente. Ahora se trataba de la enfermedad, de un trastorno crónico y muy grave que le arrasaba la identidad a pasos agigantados, y no había más. Ya no había más.

No había forma de frenarlo y mis ganas de luchar se evaporaban a medida que el tiempo pasaba. El incesante zumbido que me presionaba los tímpanos, como un nido de avispas molestas, se negaba a irse. El baile de colores en la alfombra se hacía cada vez más vertiginoso y no me dejaba respirar. Jimin me abrazaba pero no le sentía. No sentía nada.

"No me digas que te has bloqueado".

El eco de mi risa infantil repareció en mi memoria. La cabeza de mi amiga Dae, quemada y arrancada de su cuerpo, rodó hasta mis rodillas. Cerré los ojos.

"¿Qué diría tu chico si te viera así?"

En el momento en el que nos habíamos separado, años atrás, en medio de la agonía y las lágrimas, del caos y de las sirenas de las ambulancias, me había dicho que no me rindiera y que siguiera ayudando a personas como él. Que regresaría. Que volvería conmigo.

"¿Y entonces qué haces? Actúa como le prometiste".

Ya pero...

"Me tienes a mí".

—Noona, no te dejes. —La súplica me llegó como si me hablaran desde una megafonía—. Por favor, no te centres solo en Yoon Gi y valora otras cosas —continuó— . Siempre dices que las personas estamos en continuo cambio y que el pasado no puede determinar el presente. No permitas que una relación que ya no tienes te condicione así.

"Vaya, vaya. El dulce hermanito ha resultado ser un nene muy listo".

¿Cómo?

"Si te dejas llevar por él igual encontramos cosas interesantes".

—Noona... —Volví a escucharle—. Mei...

"Yo lo haré por ti".

Un soplo de fuerzas me invadió de repente y, como por arte de magia, me descubrí en pie. La ansiedad desapareció y, en su lugar, el vacío se adueñó de mis acciones y me empujó fuera del despacho con los ojos empapados en lágrimas pero también con una renovada energía. Tenía que cumplir con Tae Hyung, ¿verdad? Sí, al menos debía hacer eso. Era lo que él querría.

—Espera... —Jimin corrió en post de mí—. ¡Espérame!

No me detuve. Atravesé el pasillo, solitario e impregnado en un tenso silencio, y, como un autómata guiado con un control remoto, me metí en la habitación del acusado, que estaba abierta de par en par. Analicé la cama deshecha, el colchón movido, la colcha hecha una bola en el suelo y la ventana abierta con un roto en el cristal del tamaño de un puño. No había nadie.

—Oye. —Mi ayudante se apoyó en el marco de la puerta, jadeando por la falta de aire—. Oye, ¿estás bi...?

No terminó. Sus ojos siguieron los míos y se posaron en el techo, en donde los restos de una cuerda de amarrar paquetes colgaba atada a la barra de la luz.

"¿Verdad, pequeño Romeo rechazado, que te mueres por ver cómo tus piececitos se retuercen en el aire mientras una cuerda te deja sin respiración?"

Volé a la ventana. Una bocanada de aire frío me congeló las mejillas. No vi nada. Ni policías, ni coches de emergencias ni a Tae Hyung aplastado contra la acera.

—Confía en mí. —El eco de la fiscal Yoo Hyeon resonó entonces varios tramos por encima de donde nos encontrábamos—. Te doy mi palabra de que lo arreglaremos. De verdad que lo arreglaremos, Tae Hyung.

—Esto no tiene arreglo. —La respuesta, nasal, apenas se escuchó en la lejanía.

Estaban arriba, en algún punto de los pisos superiores.

—Cuando llegó mi turno fallé y Soo Bin murió —sollozó—. Pensaba que... —El llanto le obligó a interrumpirse unos instantes—. Yo pensaba que su alma me amaría si la purificaba pero ahora me doy cuenta de que... —Ahogó un gemido—. ¡Yo tengo la culpa! ¡Murió por mi culpa!

—¡No es culpa tuya, bobo bobalicón, que te sigues liando con todo! —replicó entonces Jung Kook—. ¡Baja! ¡Baja! ¡Baja y págala conmigo, que no me importa!

¿Bajar? ¡Rayos! ¡La azotea!

Patiné hasta ascensor pero lo encontré fuera de servicio. Maldición. Busqué las escaleras y volé peldaños arriba. ¡Demonios! Había aprovechado que los vigilantes se habían ausentado con el asunto de Yoon Gi para intentar ahorcarse pero la cuerda no había aguantado el peso y, tras comprobar los metros de caída que había desde su habitación, se había ido más arriba y en el camino había sido donde Jung Kook le había sorprendido.

Tenía que intervenir. ¡Tenía que intervenir urgentemente!

Sorteé los peldaños de tres en tres y aguanté el pinchazo en el costado por el esfuerzo sin detenerme pero, cuando ya estaba a punto de llegar y la puerta de la azotea se recortaba con su azul metálico en medio de la pared desconchada, Jimin se puso en medio y me interceptó.

—Creo que no deberías ser tu la que hablara con él. Déjame que lo haga yo.

—Déjame pasar.

—No, noona. No estás bien.

—Te he dicho que me dejes pasar.

—No.

"Impresionante el cambio que ha dado. Me encanta".

Ya, me daba cuenta. No solo no estaba acorbadado sino que era capaz de plantarme cara y sostenerme la mirada como si nada. Me preguntaba si había sido así todo el tiempo pero no lo había mostrado.

—Tu consideración es realmente tierna. —Mi otro yo intervino sin que pudiera evitarlo—. Sin embargo, debes saber que, pese a que me considero una persona paciente y compresiva, tu persistencia incesante es algo molesta.

—Me da igual. —Para mi asombro, mantuvo la línea—. Me he pasado media vida clavándome objetos en el cuerpo así que me trae sin cuidado lo que tengas ganas de hacerme. Lo único que me importa es que estés bien y, como siempre he dicho, te ayudo y te ayudaré en todo y para todo, ya sea bueno, malo o regular.

En ese momento recordé el recibidor de aquella casa desconocida y el enorme charco de sangre oscura. La bombillas del portal fundidas y los restos de basura por los rincones. Un cuerpo inerte tirado en el suelo. Un velo de novia ensangrentado sobre la mesa. A Jimin frente a mí, con la mano, rogándome que me anclara, que me detuviera. Pero, ¿detenerme? ¿En qué?

¿Acaso yo...? ¿Yo... ? No, yo no...

—Te lo dije aquel día. —El retazo de la escena emergió en mi memoria como un fogonazo antes de que mi disociación siguiera hablando y el recuerdo volviera a extinguirse, dejándome tan solo el incómodo vacío—. Que no te convenía implicarte conmigo y aún menos enamorarte de mí.

—Lo recuerdo.

—¿Y entonces qué haces, tesoro? —Ladeé la cabeza—. Recuerda que la novia de la muerte solo necesita a la muerte.

—Pero la muerte tiene muchas caras, noona. —De repente le sentí cerca, tan cerca que pude sentir su aliento en la mejilla—. ¿Cómo puedes estar segura de cuál es la tuya?

Fue entonces cuando los goznes de la puerta chirriaron y la cazadora negra de Woo Young, que abandonaba la azotea a hurtadillas rezumando presión por los cuatro costados y con el móvil pegado a la oreja, se topó frente a frente con nosotros.

—Joder. —Su rostro adquirió el color del agua del arroz al hervir—. Mierd... —Se retiró el teléfono y lo escondió en la chaqueta—. Digo, hola.

Una densa tensión atenazó el rellano. Jimin dio un respingo y se apartó. El recién llegado carraspeó, incómodo, no sin antes dirigirme una extraña mirada que preferí ignorar.

—¡Ah, WooYo! —Mi acompañante trató de adoptar una actitud de normalidad—. ¿Tu también estás aquí? Últimamente te veo en todas partes.

—Lo mismo digo.

—Debe ser cosa del destino, que quiere que quedemos y hablemos —continuó Jimin, esgrimiendo una de sus sonrisas—. Igual deberíamos hacerle caso porque, Woo, en serio, aunque soy muy consciente de lo que...

—Okey, ¿de qué quieres que vaya la conversación? —le interrumpió éste— ¿De cómo estuve al punto de despeñarme por aquel terraplén por tu culpa o de cómo me dejaste tirado a mi suerte con esos putos locos del instituto?

—WooYo, yo...

Me hubiera gustado seguir escuchando. El pasado de Jimin era un misterio del que solo conocía pequeños retazos y quería saber los motivos que habían motivado aquella animadversión. Sin embargo, no podía entretenerme.

La prioridad estaba en la azotea y precisamente allí fue donde, tras unos segundos de oscuridad en la que perdí completamente el sentido, me descubrí, en medio de una ventisca considerable y de un mar de trajes negros que observaban cómo Tae Hyung, subido al borde de la cornisa, contemplaba, lloroso, los metros de caída hasta la acera.

Ay, cielos. ¡Cielos!

—Mire, señor Kim, déjese de Hara Kiris y de lamentaciones, que se está jodiendo usted solo y así no va a solucionar nada.

Reconocí la inconfundible figura encorvada de Kim Wo Kum hablándole desde una distancia prudencial mientras la fiscal, al otro lado, le miraba con evidente histeria y Jung Kook, con la rodilla puesta en la misma cornisa, lloraba desconsolado.

—¿Por qué no quiere nuestra ayuda? Podría entrar en el programa de protección de testigos y todo se arreglaría.

—No. —Los mechones de color castaño bailaron al compás del viento—. Es el momento del cambio de turno.

—¡Pero qué turno ni qué historias, hombre! —El forense, ya desesperado, extendió los brazos y le arengó a que bajara, sin éxito—. ¿No se da cuenta de la cantidad de sandeces que dice por minuto? Ande, sea razonable. ¡Piense un poco! ¡Piense en sus padres!

—Tae, por favor... —gimoteó Jung Kook—. ¡Si bajas te haré tortitas americanas! ¡Te regalaré mi cama, que te dormías siempre en ella! ¡Te pondré como coautor de todos mis inventos!

—¡No! —La negativa retumbó por todo el edificio—. ¡No lo paras! ¡Así no lo paras! ¡Encuentra la pareja perfecta! ¡No lo paras!

Demonios. Sonaba a juego. A reto. Un reto delirante.

—¿Y, si te tiras, lo pararás?

Me abrí paso como pude y mi jefe, aliviado y enfadado a partes iguales, me cedió el lugar, murmurando, eso sí, un sin fin de improperios relacionados con la tardanza.

—El nuevo turno saldrá igual de mal que los anteriores y habrás muerto por nada —razoné, a ciegas—. Eso por no hablar del estado irreconocible en el que va a quedar tu cuerpo, claro.
No contestó. Me aproximé a la barandilla y me apoyé en ella. El cabello se me peinó hacia atrás.

—¿Sabes cuántos metros hay hasta ahí abajo? —Señalé los puntitos del fondo que, como pequeñas hormigas, se movían por entre las calles, centrados en la vorágine de su día a día—. Vas a quedar como un queso derretido de curiosa y pegajosa consistencia rojiza.

El comentario le hizo levantar cabeza, estupefacto.

—Durante la caída y hasta que te conviertas en una pasta pegada a la acera realmente complicada de limpiar, evocarás todo tipo de recuerdos y personas y, seguramente, te lamentarás de haberte tirado —continué—. Lo sé porque los humanos tenemos la manía de arrepentirnos cuando sabemos que es el final.

—¿Y entonces...? —pareció dudar—. ¿Entonces qué tendría que hacer?

—No lo sé —le devolví—. Tirarte, ¿no? —usé la intención paradójica—. Terminar aplastado e irreconocible es lo que quieres. —Se mordió el labio y proseguí—. Aunque igual podrías ir contra del reto de la pareja perfecta y encontrar la forma de evitar que cambie el turno a pesar de que no hayas conseguido casarte.

—Eso no puedo hacerlo.

Contuve la respiración cuando la suela de su zapatilla acarició el borde de la cornisa y el azote del viento le hizo tambalearse. Ay, Dios mío. ¡Dios mío!

—Me gustaría pero no tengo fuerzas ni ganas de luchar.

—¿Y si te ayudo?

—¿Cómo podrías? —volvió el rostro hacia abajo—. ¿Acaso no lo sabes? —musitó—. Eres tu.

Me quedé de piedra. ¿Yo? ¿Yo qué? ¿El qué?

—La terapeuta de Milly y de Soo Bin, la que da los consejos en la página web —aclaró antes de que pudiera decir nada—. Esa eres tu.

¿Cómo? No, imposible. Me acordaría o... ¿O no?

"Y. M".

El aire se me atoró en el pecho. Yoon Gi y Mei. La búsqueda de la pareja perfecta.

"Y. M".

Un sin fin de ideas enrevesadas se me agolparon en la cabeza. Los flashback de los últimos días empezaron a ir y venir sin cesar y la actitud protectora de Jimin y su afán en no dejarme profundizar en la investigación comenzaron, por fin, a cobrar sentido. Un sentido espantoso.

—¡Eres tu! ¡Tu! —Tae Hyung reafirmó la acusación y buscó a la fiscal, que nos observaba, alternativamente, desconcertada—. ¡Es ella! ¡Ella!

A partir de ahí las escenas se sucedieron vertiginosamente. Kim Wo Kum dijo algo a cerca de la importancia en no precipitarse en sacar conclusiones pero Yoo Hyeon, mudó el bloqueo por un orgulloso gesto de triunfo personal y me convocó a interrogatorio. Un par de hombres se me acercaron. Retrocedí. El frío de la barandilla me caló en la espalda y el aire me echó todo el cabello en la cara.

—No me haga tener que sacar una orden de detención. —La amenaza revolvió intensamente a mi otro yo—. Sería una desgracia para su nombre y su estatus profesional.

El tipo que tenía más cerca me agarró del brazo y trató de arrastrarme. Unas intensas ganas de tirarle boca abajo y aplastarle el cráneo se apoderaron de mí. Sin embargo, no llegué a hacer nada porque Jimin se metió en medio y le apartó de un fuerte empujón.

—Noona... —Me tomó la mano—. Noona, tu solo respira y no te preocupes, ¿vale? Por favor, no te preocupes.

Respirar... Ya... Sí... Claro...

—Señor Min, no complique más la situación y hágase a un lado —requirió entonces Yoo Hyeon, áspera—. Dados sus antecedentes, si interfiere en donde no le llaman, le devolveré a prisión y me aseguraré de que no salga ni aún con todos los intentos de suicidio del mundo.

Ni siquiera regresó a mirarla.

—Hazle caso —arranqué las palabras con dificultad—. Jimin, por Dios, hazle caso.

—Te dije que no te dejaría sola. —Lejos de cumplir con lo que se le ordenaba, se acercó más y, antes de que pudiera objetar nada, me acarició la mejilla y me abrazó—. Si caes y no puedo sostenerte, caeré contigo.

Le rocé la espalda, medio aturdida, llorosa y con todos los sentimientos revueltos y patas arriba pero, cuando apenas mi cuerpo empezaba a refugiarse en el calor que me brindaba, Tae Hyung volvió a gritar.

—¡Necesito que pare! —exclamó, aterrado—. ¡No quiero más turnos! —Sus ojos volaron, con una angustia descomunal, hasta el fondo de la explanada—. ¡Por favor, páralo! ¡Tu puedes! ¡Seguro que puedes porque eres muy listo! ¡Mucho! ¡Tu vas a entender el mensaje! ¡Páralo!

Todos nos volvimos.

Allí, junto a la puerta azul, estaba Yoon Gi, de pie y como si nada le hubiese pasado, y verle bien me produjo tal alivio que me olvidé de mi propia situación y, sin darme cuenta, rompí a llorar.

Había regresado y daba igual si no había sido por mí.

Lo importante era que lo había hecho.

El caso ha dado un abrupto giro y ahora todos los ojos están puestos en Mei y en su posible relación con las víctimas, y los flashbacks del pasado parecen ir en la misma dirección.
Sin embargo, no está sola. Jimin ha dado un paso al frente y parece dispuesto a lo que sea con tal de ayudarla.
¿Cambiará el turno, como dice Tae Hyung?
¿Aceptará Yoon Gi su petición para frenarlo?

Todo esto y mucho más en la próxima actualización.
No te lo pierdas.

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