Día Once: Flores en el mismo tiesto
—¿Es esa tu respuesta?
Mi desafío hizo el efecto deseado porque Yoo Hyeon, ataviada tal cual la había visto en el flashback, con ropa deportiva negra y el pelo recogido en una coleta metida en una gorra del mismo color, apareció tras la puerta de lo que debía ser el salón principal. Y detrás, caminando como si pisara cristales, iba Jimin.
—Esta es la primera vez que alguien se niega a elegir. —Frunció el ceño y su rostro, desmaquillado y mucho más joven de lo que siempre me había parecido, oteó los pétalos del suelo—. ¿Qué pretendes? —inquirió—. ¿Tirar por tierra tu propia redención?
—"Hay que elegir una". —Recordé el mensaje—. "El tiesto no estaba pensado para dos y, si lo dejas así, seguramente morirán de modo que, ¿cuál arrancar?"
Mis labios dibujaron una mueca burlona. No podía romper su delirio pero sí enfadarla e intentar que diera un paso en falso.
—Todos los seres nacen para morir así que, ¿qué más da lo que elija?
Revisé a mi alrededor. No había nada de utilidad salvo un pequeño jarrón de cerámica escondido en la esquina que me quedaba más lejana.
—Todo lo que amamos con fervorosa pasión en un momento dado se marchitará —continué—. Sea rojo o blanco, no importa lo que se escoja porque tarde o temprano terminará desapareciendo.
—Pero tienes que elegir. —Como la buena psicótica que era, Yoo Hyeon se mantuvo fija en la idea—. ¿No te das cuenta? Te estoy brindando la única oportunidad que tendrás de rectificar y de abrir los brazos al verdadero amor.
—Como dije antes... —Cogí los dos ramos—. Tu no eres nadie para marcar lo que tengo que hacer.
Se los arrojé a los pies y el rostro se le desencajó.
—Sujétala —siseó, con los ojos a punto de salírsele de las cuencas—. ¡Sujétala ya!
Eché a correr. Tenía las piernas acolchadas y la intuición de que las fuerzas me abandonarían en cuestión de segundos pero me las arreglé para llegar al jarrón, lo estrellé contra el suelo y lo convertí en un puzzle de trozos imposible de montar.
Perfecto. Me incliné sobre el más grande pero Jimin, que había corrido como una exhalación, me tiró del brazo y lo alejó de un puntapié.
—Es importante para el ritual que hagas la elección, noona —dijo—. De lo contrario, se te considerará culpable.
—¿Y entonces que harás? —me zafé de un tirón—. ¿Arrancarme el corazón y pesarlo, como Tae Hyung le hizo a Soo Bin para evaluar si merecía ser redimida?
—Yo nunca haría eso.
Forcejeamos. Me agarró por la cintura y yo le propiné un codazo en las costillas que le hizo doblarse, no sin antes tirarme del cuello del vestido, dejándome unos segundos sin respiración.
La falta de oxígeno me nubló la vista. Sentí su presión en los brazos, tratando de inmovilizarme, y empecé a patalear, a saltar y a bambolear el cuerpo hacia delante y hacia atrás hasta que le desestabilicé y caimos de rodillas al suelo, en medio de un mar de pétalos rojiblancos.
—Por favor. —Me soltó—. Por favor, te lo ruego. —Sus ojos marrones me buscaron con desesperación—. Por favor, confía un poco en mí.
Verle de esa manera me recordó a la enorme cantidad de veces en las que se había interpuesto para frenar mis disociaciones, como cuando Yoon Gi había aparecido en el hospital con su amnesia y yo había estado a punto de cometer una estupidez, o la vez en la que Tae Hyung me había acusado, seguramente presionado por presencia de Yoo Hyeon en la explanada, y él me había impedido atacar a los policías que me habían rodeado.
"Lo único que me importa es que estés bien", me había dicho entonces. "Te ayudo y te ayudaré en todo y para todo, ya sea bueno, malo o regular".
Los ojos se me empañaron. ¿Cuánto tiempo había estado gestando el delirio en su cabeza sin que me diera cuenta? Hasta habíamos hablado del tema en el restaurante.
No lo podía digerir. Era demasiado y no podía. ¡No podía!
"El nene precioso necesita que jueguen con él".
—Mentira. —Mi memoria voló a la mañana en el que lo había pillado metido en la web, borrando mensajes—. Todo fueron mentiras pero la culpa es mía por creerte. Nunca debí creerte.
—¡No, yo fui sincero! —Fue extraño que se defendiera sin vacilar—. ¡Y te confesé cómo me sentía! —siguió, como un torbellino—. ¡Y ahora también! ¡Te estoy diciendo que todo irá bien y que estarás bien! ¡Yo me ocuparé de que lo estés! ¿Por qué no me escuchas? ¡Nunca me escuchas!
Intentó volver a cogerme pero pero esta vez yo fui más rápida y le corté el brazo de arriba a abajo con una de las lozas.
—Me toca, querido. —Introduje los dedos en la incisión, con tanta fuerza, que el cuerpo le tembló–. Te voy a arrancar la piel a tiras por lo que has hecho.
Tiré del tejido por ambos lados y la herida se ensanchó. La sangre, fresca y brillante, empezó a manar y dibujó un primoroso riachuelo hasta el suelo. Un riachuelo en el que no hubiera dudado en sumergirme si su actitud no me hubiera desconcertado y sacado de mi fascinación.
¿Por qué? Su cara contenía el dolor y el brazo le convulsionaba en inequívocos espasmos de sufrimiento pero no hacía ademán alguno por liberarse. ¿Por qué? ¿Por qué no se defendía? ¿Realmente no le importaba lo que yo le hiciera?
"Detrás de ti".
No pude evitar que Yoo Hyeon me clavara la inyección en el hombro.
—¿Piensas que esta vez voy a dejarte campar a tus anchas en mi terreno? —La jeringa rodó por el suelo—. Esta vez no, Mei. Aprendí mucho del día del paraguas.
"Sin piedad".
No supe exactamente lo que hice pero cuando me quise dar cuenta estaba sentada a horcajadas sobre ella, relamiéndome del profundo tajo que le acababa de asestar en plena mejilla.
—Nunca se aprende lo suficiente. —Le rajé el otro lado y, como era previsible, se puso a gritar.
—¡Zorra! —El insulto me arrancó una sonrisa. Ay, pero qué graciosa—. ¡Eres una puta zorra psicópata!
—Un poco tarde en concluirlo, ¿no crees? —Le así del cuello con ambas manos—. Quien se mete con la muerte, muerte recibe.
Quise apretar pero no pude. Los brazos dejaron de responderme y la cabeza comenzó a darme vueltas. Maldición; la medicación. Yoo Hyeon se liberó y, aunque traté de reunir lo mejor de mí para seguirla, no fui capaz y terminé sentada, con el vestido blanco salpicado de sangre y una bruma creciente empañándome la visión.
—El atuendo te favorece. —Su comentario me retumbó como su estuviera dentro de una caja enlatada—. Vas a hacer honor al título que ostentas, novia de la muerte.
No. No iba a terminar así.
—Tienes las horas contadas, fiscal.
—No creo que en tu estado puedas hacerme nada más pero, si lo dices por Min Yoon Gi, la verdad, yo no lo creo. —Fiel a su pompa altanera, abrió los brazos y rodeó el espacio como si el aire fuera suyo—. Con la enorme cantidad de casas deshabitadas que mi familia posee en Seúl, tardará días en localizarte. —Sus pulgares dirigieron hacia sí misma—. Tendrá un CI fuera de serie pero, como ves, yo también soy una fuera de serie. De lo contrario no habría sido tan sencillo convencerle de que me ayudara a joderte un poco, al menos al principio.
Perdí la estabilidad.
—En un inicio, buscaba encarcelarte por meterte en mis asustos —siguió—. Pero, claro, por ese entonces desconocía que estuvieras metida en la elección de la rosa errónea.
No pude hablar. Solo me desplomé. Sentí el golpe en la nariz y el frío de la baldosa pegada en la frente. La sensación de anulación, de ser un muñeco roto perdido en una estantería repleta de juguetes, y el sabor salado de las lágrimas en los labios.
"Él dice la..."
La medicación silenció mi disociación antes de que terminara. Mierda. Alguien me levantó. ¿Qué podía hacer? ¿Qué? Me resistía a creer que nada. ¡Me resistía!
—Yo te sujeto, noona. —El susurro de Jimin me abrazó por detrás—. Respira profundo.
La silueta de Yoo Hyeon se recortó de nuevo ante mí. Llevaba un cuchillo delgado, brillante y perfectamente afilado, que no vaciló en levantar a la altura de mi cuello.
Se acababa. Realmente estaba pasando. Mi tiempo se terminaba y, en medio de mi creciente impotencia, un maremagnum de imágenes comenzó a pasar ante mis ojos.
Vi a mis padres, a mis amigos de Busan y a las cientos de personas que había conocido. Me vi en las jornadas de formación del hospital y en la planta frente a la máquina de café, discutiendo con mi compañero Seok Jin sobre por qué le había dado al botón antes que él. Me vi frente a Jung Kook, tomando notas en el ordenador mientras me hablaba de los miles de inventos que se le habían ocurrido en su noche de insomnio, en la recepción de mi consulta, con la boca echa agua ante las cajas de comida que Jimin me mostraba con gesto avergonzado y sentada en el suelo de la habitación del hospital, sujetando a Yoon Gi de las manos.
Él, con su enfermedad y su vida complicada, había sido mi esperanza de felicidad y me sentía muy afortunada de haberle conocido. Sus comentarios genuinos eran inimitables, al igual que lo era su sinceridad y esos hilos inexplicables que nos habían hecho conectar desde el principio. Que me hubiera permitido tratar de sanar su alma fragmentada en dos no tenía precio. El amor que me había demostrado, a pesar del tiempo y del trastorno, tampoco. Ni sus ojos oscuros. Esos en los que podría haberme perdido durante horas sin darme cuenta.
Rompí a sollozar. Recordaba su llamada de ayer. Había colgado muy rápido y no había podido despedirme. No le había dicho que le amaba.
—Tranquila. —Jimin se pegó a mi oreja. —Mientras Yoo Hyeon te vestía, yo le mandé la ubicación.
¿Co...? ¿Cómo?
—¡Pero qué...! —La estridencia de Yoo Hyeon retumbó entonces entre las paredes vacías. —¿¡Qué estás haciendo, ah?!
Miles de gotas de un líquido fresco y al mismo tiempo caliente se me resbalaron por el brazo y tiñeron de carmesí la manga de mi vestido. Dios mío. Levanté la vista. Jimin había agarrado el cuchillo por la hoja y lo estaba apretando, sin preocuparse por la herida que le estaba infringiendo, mientras la fiscal, desconcertada, empujaba con todas sus fuerzas para intentar clavármelo en la clavícula.
—¡Suéltalo! —bramó—. ¿Has perdido la cabeza?
—Prometiste que no le harías daño.
—¡Pero la purificación de la sangre es necesaria!
Intentó golpearle para que lo soltara pero él lo vio venir y alcanzó a sujetarle por la muñeca.
—¡Tenemos que vaciar su cuerpo! —Forcejearon—. ¡Hay que hacerlo para que renazca amándote como te mereces! ¿No es eso lo que querías? ¿No lo es? ¡Tiene que morir para regresar!
—Pero los muertos no pueden revivir. He matado lo suficiente como para comprobarlo.
Estaba claro que su adversaria no se esperaba aquello. Lo supe porque se quedó rígida, sin apenas reaccionar cuando se deshizo de ella de un brutal empellón, haciendo rodar el cuchillo lejos, para a continuación volverse hacia a mí.
—Lo siento —musitó—. Sé que no me vas a perdonar y es normal pero...
La locución de la puerta, anunciando que alguien desde fuera había introducido la contraseña correcta, le hizo interrumpirse. El corazón me dio un salto.
—No, no es posible. —Yoo Hyeon retrocedió y miró en todas direcciones, como si buscara dónde esconderse—. ¡No es posible! —Los cerrojos se descorrieron—. ¡No he acabado! ¡Aún no he impartido la ley! —Una mirada completamente salida de órbita se posó sobre Jimin—. ¡Has sido tu, maldito! ¡Tu! —La puerta se abrió—. ¡Me has engañado! ¡Traidor!
Se abalanzó sobre él. Jimin trató de esquivarla y al principio lo logró pero la fiscal era rápida y, tras tres intentos fallidos, consiguió derribarle con una contundente patada en la rodilla. Mierda; no. El metal del cuchillo resplandeció. Dios mío. Quise levantarme y moverme por cualquier medio pero, como no podía, opté por arrastrarme hacia ellos.
Que no le hiciera nada, por favor.
El resto sucedió muy rápido. Yoo Hyeon le asestó una puñalada en alguna parte que las lágrimas no me permitieron distinguir pero no pudo rematarle. En un abrir y cerrar de ojos, se había levantado, con la mano taponando el costado derecho, y contemplaba alucinado como su agresora gemía como una niña pequeña mientras Yoon Gi, con el gesto pétreo como nunca, la arrastraba por el suelo como si fuera un saco asida de la coleta.
—¡Auxilio, ayuda! —imploraba ella—. ¡Auxilio!
Se retorció pero el atacante ni se inmutó y la llevó por todo el rellano hasta la puerta, en donde varias personas observaban sin atreverse a intervenir.
—¡No le dejéis que me mate! —La fiscal se dirigió a ellos—. ¡No le dejéis!
Pang Eo, porque no había duda de que era él, la cogió del cuello y la alzó en volandas contra la pared.
—¡No puedo morir! —siguió gimoteando—. O... Oye... Yo te saque de Tokyo... Y... Teníamos un trato... Te liberé y...
No pudo seguir hablando. La presión en su garganta fue demasiado fuerte y su tez empezó a amoratarse en un claro indicio de asfixia. La iba a matar.
—Ya es suficiente, señor Min. —El tono carrasposo del forense se abrió paso por entre sus hombres—. Use esa cabeza brillante que Dios le ha dado y piense en usted y en la doctora que tanto dice querer. —Se acercó, cauteloso—. No haga lo que siempre hace, para variar, y entréguemela viva.
—No va a salir bien, viejito asmático.
—Hyung, no lo hagas —intervino Jimin—. Hazle caso y no lo hagas.
No obtuvo respuesta.
—¡Hyung! —Sus pupilas ansiosas se posaron sobre mí—. Nonna, deténle.
Podría intentarlo pero la cosa era que yo también quería Yoo Hyeon muriera. Se había aprovechado de la fragilidad mental de personas maravillosas para asesinar a mansalva y dudaba que la justicia convencional le pudiera dar la pena que...
No, ¿pero qué locura estaba diciendo? Había que entregarla y obedecer la ley. Era lo correcto. De lo contrario, Yoon Gi sería condenado de nuevo.
"No, cielo".
Pero...
"A ella sin piedad".
Escuché al forense volver a insistir en que la soltara. En que debía confiar en él y recordar el trato que había conseguido con el juez, sin éxito, y me decidí.
—Supongo que has valorado los pormenores de lo que supondrá que hagas una obra de arte con esa mujer, ¿verdad, queridísimo mío? —Puse mi mejor tono—. Ya has considerado que la libertad de Yoon Gi quedará anulada y que volverá a Tokyo, esta vez sin posibilidad de salida, y aún así te parece bien.
—Males menores evitan un mal mayor.
—¿Qué? —La respuesta me pilló fuera de jaque—. ¿Qué quieres decir?
—Tu y él, los dos. Irá mal.
Rayos. Cómo... Que... Mal... ¿Mal?
—Estaremos peor si se queda encerrado. —A pesar de que no entendí ni una palabra, seguí rebatiendo—. Entonces sí que nos irá mal.
—¿Estás dispuesta a afrontar la consecuencia a pagar, amor?
"No".
—Sí —contradije a mi mente.
La soltó.
Su cuerpo, medio inerte, se deslizó por la pared como un trapo y el alivio se reflejó en las caras de los presentes, incluido Jimin, que se aproximó para levantarme y, de paso, darme el abrazo más fuerte que había recibido en la vida.
—Mei... —Me llamó por mi nombre—. Mei, perdón —sollozó—. Yo... No sabía qué hacer... —La explicación se le entrecorto en hipos—. Quería que me amaras, que me prefieras antes que a Yoon Gi pero al mismo tiempo me daba cuenta de que estaba mal... Y... Y...
—Está bien. —Le correspondí—. Está todo bien, ¿vale? Te contagiaste un poco del delirio.
—Aún lo noto... —Escondió la cabeza en la curvatura de mi cuello—. Una vocecita dentro de mi cabeza me dice que el ritual podría haber hecho realidad mi deseo y a la vez hay otra me repite lo que Yoon Gi me dijo sobre lo de rectificar y... —Le acaricié el cabello empapado en sudor—. Te quiero y a él también.
—Yo también te quiero, hermano. —Las palabras de Yoon Gi le hicieron levantar la cabeza—. Da igual las meteduras de patas o los errores que cometas, te quiero.
—Hyung...
Me quedé embobada viendo cómo se abrazaban, entre lágrimas, con ese afecto tan increíble que los unía. Independientemente de mí, ninguno de los dos estaba solo. Se tenían el uno al otro para reconfortar la adversidad de sus corazones dañados. Se habían tenido siempre y ahora, por fin, Jimin tomaba conciencia de ello. Por fin.
Sin embargo, como solía ocurrir, las palabras de Pang Eo no tardaron en convertirse en realidad y la consecuencia de no acabar con la vida de la fiscal llegó segundos después, acompañada de las palabras que ella misma gritó cuando, ya recuperada de la anoxia, empujó al forense y le arrebató el revólver del cinturón.
—¡No puede haber dos flores en un mismo tiesto! —Apuntó a Yoon Gi—. ¡La flor roja cae!
Apretó el gatillo. Yoon Gi empujó a Jimin hacia atrás y le apartó de la trayectoria.
No. Corrí hacia él. ¡No!
Un sonido atronador me taponó los tímpanos cuando el cargador se vació. No sentí nada y tampoco vi nada.
Solo sangre.
Sangre manando a borbotones.
Un mal menor evita uno mayor, había dicho Pang Eo.
Llega el desenlace.
No te pierdas el último capítulo.
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