Día Nueve: Folie à Deux
Se hizo un breve silencio. El juez se rascó el mentón y las teclas del ordenador del secretario se me colaron como un taladro en los oídos.
—Bueno, señor Min. —Nadie se atrevió a mover ni un músculo—. No es que no quiera darle la palabra pero, si deseaba participar, tendría que haberlo solicitado formalmente antes de empezar.
Aguanté la respiración. En los juzgados la burocracia era una materia absurda que sólo servía para enlentecer pero que, sin embargo, todos seguían al pie de la letra.
—Lo sé —respondió él, sin mudar su tranquilidad—. Pero estaba tan concentrado en el analizar el caso y cumplir con los requerimientos que su Señoría firmó y por los que se me permitió regresar a Seúl que no he caído en el papeleo.
Increíble. ¿En serio ese era Pang Eo? Le repasé con disimulo de pies a cabeza. ¿Cómo demonios podía imitar tan bien a Yoon Gi? Y, sobretodo, ¿por qué? ¿Por qué lo hacía? Siempre le había gustado diferenciarse, alardear de psicopatía y expresarse a placer sin importar quién estuviera escuchando. ¿Quizás para que la fiscal no volviera a inyectarle sedantes? No, seguramente eso le importaba un comino. ¿Para evitar que le encerraran en una habitación? Tampoco, podía escaparse sin problemas.
—Lo entiendo, créame, pero las cosas no se hacen así. —Kim Hoo Bin negó con la cabeza—. Ese "papeleo", como usted lo llama, es la base del orden de nuestro oficio y no es apropiado hacer caso omiso y saltárselo.
—Como usted diga entonces.
Pang Eo se estiró en la silla y cruzó unas pierna por delante de la otra. Cualquiera que no lo conociera diría que se había conformado.
—Sigan armando sus divertidas conclusiones, que yo, con mucho gusto, les escucharé en silencio.
—¡Por supuesto que vamos a seguir! —Aunque la cosa no iba con ella, Yoo Hyeon se dio por aludida y se metió en la conversación, envalentonada y sacando pecho, con un orgullo que se me hizo demasiado similar al de mi antiguo compañero de formación, Kim Seok Jin—. Ten por seguro que seré yo quien consiga zanjar este caso —presumió—. Sacaré la verdad a la luz y le daré a las víctimas la justicia que se merecen.
—De lo primero no me cabe ninguna duda. —La respuesta fue instantánea—. En cuanto al resto, no quiero ofender tu frágil ego, pero se me hacen afirmaciones un tanto cuestionables.
—¿Y eso por qué?
El juez volvió a rascarse la barbilla. Debía conocer de sobra los antecedentes de Yoon Gi porque, a juzgar por su reacción cuando le había pedido agilizar el interrogatorio, parecía tomarse muy serio su opinión.
—¿Está cuestionando la trasparencia del proceso que dirijo?
—Dios me libre de semejante osadía.
Si hubiera tenido algo en las manos seguro que se me habría caído. Ay; madre mía.
—¿Entonces? —insistió—. A ver, hable y explíqueme.
—Me gustaría pero acaba de decir que no puedo. Resulta que se me olvidó rellenar el papel.
Cientos de murmullos se dispersaron por la habitación. La fiscal palideció, al forense le dio un ataque de tos y Kim Hoo Bin tuvo que beberse un vaso entero de agua para evitar perder su "excelentísima" compostura y retomar la palabra después de pedir orden a base de golpes en la mesa.
—¿Se está riendo de mí?
—¿Lo parece?
—Hable, por favor.
—¿Y qué desea que le cuente? —La réplica, formulada con una expresión penetrante que parecía poder analizar el interior de cualquiera, me permitió, ahora sí, reconocerle—. Va a tener que concretar para que no me pierda entre sus miles de normas.
Uf. Le estaba vacilando. Quería sacarle de sus casillas, reírse de él un rato y, de paso, aprovechar su enojo para manejarle con más facilidad.
—¿Pero qué quiere? —Su Señoría, que no estaba acostumbrado a que le cuestionaran, entró a la primera—. ¿Que le dé permiso para hacer y deshacer lo que le parezca? ¿Que le permita cuestionar lo que se le antoje sin límites ni normas?
—Eso se lo está diciendo usted solo.
— Mire, dejemos el tema y hable, se lo pido.
—Pero no tengo el importantísimo papelito.
—¡Olvídese ya de eso! —El juez, más rojo que un fresón de temporada, aspiró como un toro y se remangó los pliegues de la toga hasta los codos—. Tiene mi permiso, ¿de acuerdo? ¡Lo tiene así que proceda! ¡Proceda, pregunte y haga lo que quiera!
—Pero, Señoría. —Yoo Hyeon, claro, trató de protestar—. Esto es una irregularidad muy...
—Usted cállese —le cortó—. Quiero escuchar al señor Min.
Que la ordenaran silencio de forma tan abrupta le debió sentar peor que una patada en el estómago porque, aunque no dijo nada, se estiró la chaqueta, como si el hecho de alisar la ropa le ayudara a contener la ira, y se esfumó y yo, repentinamente embebida en el taconeo de sus zapatos de diseño, me volví a abstraer.
Los míos eran parecidos. ¿Qué había hecho con ellos? ¿Y con el vestido negro de fiesta ajustado? ¿Lo habría tirado? Al fin y al cabo, se había llenado de manchas. Manchas de una vida arrebatada. Manchas de un final que había sido mi comienzo. Manchas que clamaban paz pero que solo habían evocado dolor.
—¿Dónde estudiaste?
La voz de Pang Eo me sacó de mis pensamientos. ¿Y eso a qué venía? Él lo sabía. Recordaba haberle hablado a Yoon Gi de mi época universitaria, cuando tuve el incidente con Ho Ra en los baños, y también del instituto y de mi "desencuentro", por llamarlo de alguna manera, con aquel estudiante que agredía a su novia en los pasillos y que me había tirado la mochila al intentar detenerle.
—Busan. —Mis labios temblaron al contestar—. Estudié en Busan.
—¿Hiciste allí la Preparatoria?
—No salí de mi ciudad natal hasta que no tuve el contrato de Formación en el hospital.
—¡Ah, es verdad, cierto! —Mi interlocutor se palmeó la frente, como si acabara de caer en cuenta de la obviedad—. Perdona, como mi mente está llena de agujeros, se me había olvidado. —Me dedicó una flamante sonrisa—. Entonces es todo.
¿Eh?
—Ya hemos terminado.
Parpadeé, fuera de jaque.
—¿Cómo va a terminar si acaba de empezar? —La cara de Kim Wo Kum, como la del resto, se convirtió en un cuadro de arte abstracto—. ¿Eso es todo lo que quería saber?
Pang Eo ni siquiera le miró. En lugar de eso se sacó un viejo teléfono de carcasa amarilla del bolsillo y, bajo el asombro general, comenzó a trastearlo.
—¡Hombre, pero qué hace! —El forense continuó, escandalizado—. Apague eso, que aquí los móviles están prohibidos, y céntrese. Mucho se queja de no intervenir y ahora que puede no lo aprovecha.
—Si se enfada le va a dar tos. —Por supuesto, él siguió a lo suyo—. Me estoy comunicando con mi hacker personal.
—¿Hacker?—Mi jefe arqueó las cejas.
En ese preciso instante el proyector se reinició y una cuenta atrás se reflejó en la cal blanca.
Cinco, cuatro...
Yoo Hyeon se acercó al aparato y le dio un par de golpes.
Tres, dos...
—¿Pero qué le pasa a este cacharro? —Trató de apagarlo—. ¡Maldito chisme!
Uno...
Un baile de conocidos corazoncitos de colores se plasmó en la superficie.
Era la web. La web de parejas.
—Esta historia comienza cuando yo estudiaba la preparatoria en Daegu y una niña muy simpática y alegre llamada Kim Shin Hye desapareció sin dejar rastro mientras se dirigía a casa de su amiga Soo Bin que, casualidades de la vida, resulta que es la tercera víctima en este caso.
Sus palabras retumbaron como si estuviera en lo alto de una montaña. ¿Que qué? ¿Habían sido amigas?
—Coincidencias a parte, lo importante del asunto fue que su desaparición, además de volver loco de remate a su hermano y de conmocionar media ciudad, dejó solo y desamparado al niñito que la había estado amando muchos años en silencio y que había cometido la tontería de construir todo un mundo de ilusiones en torno a ella.
Los corazoncitos dejaron paso a tres columnas de dígitos que se deslizaron hacia abajo y se combinaron de forma vertiginosa hasta que, como si de una llave se tratara, una secuencia consiguió abrir una conversación del foro que se encontraba cerrada con un candado digital.
"Encuentra la pareja perfecta". El título del hilo me hizo dar un bote. "Creado por: Kim Shin Hye".
Pero qué... Qué... Un click y el contenido se desplegó.
"Hobi, perdóname por todo. Te mereces ser feliz y encontrar a alguien que te valore como realmente mereces. Podría ser tu momento. Podría ser el de quien esté leyendo estas líneas. Podría ser tu partida. Tu turno".
Me froté los ojos. ¡Dios mío! ¡Jimin me había hablado de eso!
—Supongo que su inteligencia les permite ver el parecido con las frases de Kim Tae Hyung —continuó—. Y supongo que esa misma inteligencia tan pizpireta les hará entender que si esto se escribió al hilo de un desamor en una escuela de Daegu quien lo hizo debía ser un estudiante de allí y acabamos de escuchar que la doctora vivió en Busan.
Cielos. Entonces yo... Yo no había... Pero...
—¿Y cuál es su hipótesis entonces? —El juez trató de mantener la tranquilidad, pese al impacto de la información—. ¿Qué idea le patina por la mente?
—Que ese estudiante sintió lástima por Hoseok y escribió una disculpa de parte de Shin Hye con la intención de reconfortarle. —El análisis nos dejó a todos con la boca abierta, yo incluida—. Que lo hizo porque se sentía identificado con el rollo depresivo de amar en silencio, la pureza del sentimiento y los suspiros del que da todo sin esperar nada a cambio, y que, armado de una repentina necesidad de sacar a otras personas de la situación que él vivía, decidió ofrecer la oportunidad de encontrales la pareja perfecta a través del "turno" o, dicho otro modo, planteándoles una elección.
Ra... Rayos...
—Hoseok fue el primero —prosiguió—. Sin embargo, él no superó nunca a Shin Hye y, por tanto, su turno se mantuvo sin utilizar hasta que falleció y pasó a otra persona, y ahí fue cuando el juego realmente empezó.
Aquella revelación produjo un alboroto tremendo. Era como una cadena de eslabones. Una en la que todos terminaban compartiendo el mismo concepto. Algo parecido a lo que había estudiado en Psicología Social cuando se hablaba de las sectas, en donde un emisor con ciertas habilidades era capaz de convencer y traspasar ideas anulando el juicio crítico del receptor sin importar la locura que transmitiera. En Salud Mental había también algo similar. Era el Folie à Deux, un estado delirante consistente en...
¡Madre mía!
—¡Es un trastorno psicótico compartido! —Me levanté de la silla, llevada por el fogonazo—. ¡El homicida tiene un delirio de amor y lo contagia a la persona que elige!
Las pupilas del juez se movieron, atónitas, de Pang Eo a mí antes de volver al primero.
—A mí no me mire, yo soy el loco y ella la experta en locos pero, si la hipótesis le interesa, podría autorizarle a investigarlo y pedirle un informe pero, claro, ¿quién soy yo para sugerir nada?
Aproveché la alucinante ayuda que acababa de recibir y di un paso al frente. Sentía la presión de todos los ojos sobre mí pero mi determinación había vuelto y ahora sabía dónde buscar. Por fin lo sabía.
—Señoría, quiero hacerlo —me escuché—. Déjeme hacerlo.
El forense volvió a romper en tos y Yoo Hyeon se apoyó en el borde la mesa, con sumo disgusto.
—Bueno... —El aludido tamborileó con los dedos en la mesa—. ¿Cree que podrá traerme un informe adecuado?
—Lo intentaré.
—No lo intente, hágalo —replicó, y se dirigió a Pang Eo, que se había distanciado y mantenía la mirada perdida en los corazoncitos del proyector—. Señor Min, trabaje con ella y ayúdela.
Una tenue satisfacción le asomó por la comisura de los labios.
—¡Oh, pues claro! —accedió—. Lo haré siempre y cuando me asegure por escrito que no me devolverá a Tokyo y me permita completar el tratamiento que empecé con mi psicóloga aquí presente porque, ¿sabe algo? —Unas pupilas genuinas y rebosantes de sinceridad se clavaron sobre el juez con tan buena voluntad que poco me faltó para creerle yo también—. Aunque pueda no parecerlo, yo de verdad quiero curarme.
—¿No cree que está pidiendo mucho teniendo en cuenta los antecedentes penales que arrastra?
—Si consideramos que Kim Tae Hyung advirtió de que un turno nuevo había empezado y que ustedes están más perdidos que un elefante en una cacharrería, igual no tanto.
Una sonrisa se me escapó sin querer. Desde luego, el giro que había dado, comentario de elefante incluido, era asombroso.
—¿Y usted de que se ríe? —Su Señoría se lanzó a regañarme—. ¿Le parece que estamos en una situación divertida?
Me apresuré a negar con la cabeza y él suspiró.
—En fin, lo que pide me parece bien —concedió, antes de levantarse—. Les doy tres días para traerme algo útil.
La toga se perdió tras la puerta y me sentí como si alguien me hubiera quitado una losa de los hombros. Los brazos se me convirtieron en dos trozos de gomaespuma y los pulmones, doloridos por haber estado aguantando el aire, comenzaron a trabajar con normalidad por primera vez en días. Era como si acabara de despertarme de una pesadilla horrible y el alivio de poder contemplar la realidad me hinchara el corazón.
Yo no había matado a esas chicas. No lo había hecho y poco importaba que la cabeza se me emborronara en ideas dispares o que los flashbacks jugaran al tenis con mis neuronas. A Pang Eo no se le escapaba ni una y, si decía, que yo no había sido era porque realmente no había sido.
Y luego... Yoon Gi... Él... Él ya no tendría que irse y yo... Yo...
—Ahora te toca a ti darme lo que quiero, amor.
Levanté la vista. En medio del jaleo de sillas, de las voces de la fiscal protestando mientras seguía a su Señoría y del forense secándose el sudor de la frente con un pañuelo, mi salvador se me había aproximado y ahora le tenía tan cerca que casi podía escuchar los latidos de su corazón.
—La verdad, ha sido pelín dificilillo sacarte del lío. —Se inclinó y el calor de su aliento me acarició la oreja—. Suerte que me vas a recompensar cada segundo que te he dedicado, ¿verdad, mi vida?
Retrocedí. No. No podía dejarme obnubilar.
—Suena a que no puedes vivir sin mí pero, descuida, que te compensaré por tu invaluable consideración. —Di lo mejor para responder—. Solo permíteme hablar con Yoon Gi.
—Ais, vaya. —Chasqueó la lengua—. Eso va a ser un tanto complicado, princesa.
El aire me abandonó. ¿Y si...? No, calma. Calma. Estaba jugando. Pang Eo estaba jugando, como siempre. Sí, como siempre.
—¿Por qué lo dices? —me arriesgué—. ¿Tan pletórico te sientes de ser la identidad al mando que te asusta ceder el timón?
—Sálvale. —Un escalofrío me recorrió el espinazo—. Hazlo antes de que desaparezca.
La intervención de Pang Eo ha dejado a Mei libre de culpa y presente y pasado empiezan a tener un denominador común:
un Trastorno Psicótico Compartido.
Pero, ¿quién es el caso primario?
Y, ¿qué le ocurre a Yoon Gi?
Todo esto y mucho más en la próxima actualización.
¿Te lo vas a perder?
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