Capítulo 6
El último día en casa de la tía Carina fue tenso, pues Julie no le estaba poniendo las cosas fáciles. Estaba irritada por que estuviera durmiendo con Annabelle, y él le aclaró que era cuestión decidida y que en el crucero seguiría siendo igual, pues dormirían juntos los tres en una misma habitación.
De Anne había sabido poco. Se escribieron algunos mensajes, pero ella ya estaba en su trabajo, así que tampoco quería importunar demasiado.
Llegó el día de partir. Después de almorzar en casa, Pietro los llevó hasta Civitavecchia. Llegaron en poco más de una hora de viaje a la ciudad portuaria. La compañía Disney asignaba a cada familia una hora de embarque, para hacer el proceso de manera organizada. En el barco podían ir un máximo de 2500 pasajeros, lo cual era un número muy alto.
Civitavecchia era un puerto muy moderno, aunque sus orígenes databan de la época del emperador Trajano. La belleza del mar Tirreno, era indudable. Atracado en el muelle estaba el Disney Magic, un impresionante barco de casco negro y detalles en dorado y blanco, con dos chimeneas decoradas en rojo, recreando las orejas de Mickey Mouse, lo que constituía su sello inconfundible. Era un barco que llevaba trabajando más de veinte años para la compañía, pero que rebosaba vitalidad pues había sido remozado y contaba con los últimos adelantos tecnológicos.
Luego de realizar todos los trámites, la familia entró al barco a través de un túnel que conectaba el salón de embarque con el Disney Magic. Las autoridades les habían dado a cada uno una tarjeta de identificación con todos sus datos. Con ella bastaba no solo para el barco, sino para cuando desembarcaran en los diferentes puertos. Julie apenas había hablado con David, y aquel silencio pesaba un poco sobre el resto de la familia que veía un poco menguados sus ánimos a consecuencia de la pelea. David lo sentía mucho, no hubiese querido nunca ensombrecer en modo alguno aquellos días de vacaciones en familia. Se prometió a sí mismo poner el máximo esfuerzo porque todos disfrutaran de la experiencia.
Tomado de la mano de Annabelle, entró al salón principal del Disney Magic. Allí les dieron la bienvenida a las familias que se congregaban. Annie comenzó a dar saltos de alegría desde el justo momento en el que comenzó a toparse con los personajes animados. Al primero que vieron fue a Mickey Mouse, vestido con un traje de marinero, quien se acercaba a los niños para saludarlos efusivamente. El barco era muy lujoso y el salón principal más aún: la alfombra era de colores, y combinaba a la perfección con las barandas de madera y la escalera que llevaba al segundo piso. Una estatua de Mickey con el timón de un barco en las manos, era la figura emblemática del Disney Magic. Una lámpara hermosa, con motivos marinos, engalanaba el techo.
A cada familia los iban recibiendo los oficiales del barco, les daban la bienvenida y les indicaban el sentido de sus respectivos camarotes. La familia Preston había reservado una Royal Suite, que se hallaba en la cubierta 8 del barco. Cuando llegaron a ella, ya su equipaje se encontraba allí. El servicio había sido muy diligente y no podían quejarse.
La familia quedó encantada con la suite, era muy elegante y hermosa. Resplandecía con su estilo Art Deco, con sus paredes revestidas de madera lustrosa, alfombras, obras de arte y mobiliario de lujo. Era bastante amplia, tenía dos dormitorios separados, dos baños y uno más pequeño. En los sanitarios predominaba el mármol y el granito, brindando un acabado en extremo chic por el contraste entre blanco y negro.
La suite contaba con una sala de estar, un comedor abierto, despensa, bar, refrigerador, cuatro televisores y muchas más comodidades. La habitación principal, con una cama queen, la ocuparon Alice y Robert. La segunda habitación, contaba con dos camas individuales y una litera: ahí dormirían Julie, David y Annabelle. A Julie no le hizo ninguna gracia tener que compartir la habitación con la niña, pero por el momento permaneció en silencio.
Algunos detalles propios de Disney, también formaban parte de la decoración: un muñeco de peluche del pato Donald, una imagen de Mickey y Minnie en una de las paredes, y otros pequeños objetos, completaban el ambiente perfecto del barco.
Luego de acomodar sus cosas, David salió con Annie a la terraza. Era amplia y cómoda, perfecta para disfrutar de varios atardeceres en el barco. Aún no había zarpado, así que se podía ver bien el muelle. Las personas desde el puerto de Civitavecchia, les decían adiós a los viajeros quienes, desde distintas cubiertas del barco, también se despedían.
David pensó en Anne; ahora sí que estaría cada vez más lejos de ella, o al menos eso creyó. En ningún momento pensó que ella podría estar trabajando tan cerca. Sin embargo, con nostalgia, le dijo adiós a la costa italiana, pensando en los lindos momentos que le regaló una desconocida.
—¿Por qué estás triste? —le preguntó Annabelle.
—No estoy triste, cariño —David la sentó sobre sus piernas—. Estoy emocionado por estar en este crucero contigo.
Annie batió palmas, estaba realmente muy contenta.
—¡Quiero ir a la piscina mañana, hermano! —pidió.
—Te prometo que iremos. Estoy seguro de que la pasaremos muy bien.
Alice y Robert se unieron a ellos en la terraza y se sentaron a su lado. Su padre tenía en las manos un cronograma de actividades y horarios. A los pasajeros del barco los dividían en grupos: unos comían más temprano, y luego veían un show; el segundo grupo hacía lo mismo, pero en distinto orden. Así se garantizaba que todos pudieran cenar sin grandes aglomeraciones y que pudieran disfrutar de las propuestas recreativas del Disney Magic.
—A las seis nos corresponde ir a comer —le explicó su padre—, y luego podemos ir a ver el musical a las nueve.
—¿Dónde comeremos esta noche? —preguntó Alice. Ella sabía que el barco tenía un sistema de organización rotatorio, para que cada noche cenaran en un restaurante distinto.
—Hoy nos corresponde en el Rapunzel´s Royal Table, nada más y nada menos —comentó Richard.
—¡Sí! —gritó la niña alegre.
—Y luego de cenar veremos el musical de Cenicienta —concluyó su padre.
—¡Me encanta Cenicienta, papá! —exclamó la niña, con sus ojos azules brillando, cual si fueran estrellitas.
—Lo sé, cariño —repuso con una sonrisa. A pesar de considerarse un padre viejo para Annabelle, ponía todo su empeño por mostrarse interesado en las cosas que a la niña le gustaban.
—Annie, vamos a tomar una ducha antes de ir a comer —le dijo su madre—. ¿Qué te parece si te estrenas alguno de los vestidos que te regaló la tía Carina?
—Ya sé cuál quiero, mamá: el rosa de bolitas blancas —respondió con mucha autoridad.
—¡Muy bien! Ese será.
Alice sonrió, tomó a Annabelle de la mano y entraron juntas a la suite. Robert y David permanecieron un tiempo más en la terraza, en silencio, hasta que el padre se decidió a hablar.
—¿Estás bien?
—Julie me lo está poniendo bien difícil —contestó lacónico. Robert ya lo imaginaba, pues la muchacha hablaba poco con ellos y no mostraba ni el más mínimo entusiasmo por el barco.
—Tenle un poco de paciencia, hijo; no debe ser fácil para ella estar aquí con nosotros tras haberse terminado la relación… Siento pena de ella.
—Yo también —reconoció—, pero en ningún momento la he engañado, papá. Antes de venir al Disney Magic le había pedido tiempo, pero ella se empeñó en venir y desde que está con nosotros no pone ni el más mínimo empeño por integrarse… ¿Debía seguir adelante con la relación si me sentía mal en ella?
—No, por supuesto que no, pero tal vez debiste ser más firme con ella antes de habernos venido a Europa. Quizás hubiese sido mejor tomar esta decisión en casa y no aquí, David. Tener el corazón roto no es bueno para nadie, menos para una chica que está lejos de casa y que deberá estar varios días junto al novio con el que ha peleado. Te repito que siento pena de ella, y te pido que seas un poco más indulgente.
—Está bien, papá —cedió—, pero mi decisión de no continuar con la relación es inalterable.
—De acuerdo, pero puedes intentar ser más amable con Julie, hijo. ¿Acaso estás así por la joven que conociste?
—La decisión de separarnos la había tomado antes, papá —le recordó—, pero no puedo negarte que después de conocer a Anne, solo puedo pensar en ella.
Su padre le dio una palmadita en la espalda.
—Ten cuidado con esas ilusiones, hijo; no sabes cuándo la volverás a ver y apenas la conoces… No quiero desanimarte, pero tampoco deseo que te aferres demasiado a algo que ni siquiera existe.
David asintió. Su padre se levantó para entrar a la suite, y lo dejó solo. Él se quedó pensando en todo lo que le había dicho. No quería estar peleado de Julie, pero tampoco estaba enamorado, y no podía engañarla. Ojalá pudiesen llegar a un acuerdo de paz que les permitiera disfrutar de los venideros días con la armonía que ahora faltaba.
Tomó su teléfono y pasó un mensaje:
“Hola, Anne, ¿cómo estás? Pensaba en ti y me preguntaba qué estarías haciendo. Yo en breve iré a cenar con mi familia y luego veremos un show con mi hermana. Ella está muy entusiasmada. Te echo de menos. Un beso”.
Anne demoró unos minutos en contestar, pero lo hizo:
“Hola, David, me alegra saber de ti. Hoy estoy de guardia, hasta mañana, así que mi noche será larga. Que pasen una bonita velada en familia. También te echo de menos, y pensar en ti a veces me distrae del trabajo. ¡Qué peligro! Un abrazo”.
Él sonrió con aquel mensaje. Le parecía incluso que podía escuchar su voz o sentir la suave piel de su mejilla debajo de los dedos. Era increíble que una desconocida dominara de esa manera sus pensamientos. ¿Estaría perdiendo la cabeza?
Cuando David entró a la suite se encontró con Julie, quien también había tomado una ducha y se había vestido con un elegante y atractivo atuendo negro, que dejaba al descubierto parte de su escote. Él no pudo negar que estaba bellísima con aquel maquillaje que resaltaba sus pómulos y la línea de sus ojos. Tragó en seco e intentó apartar la mirada. Ella le sonrió, pero no dijo nada.
—Iré a prepararme para la cena —comentó él, y desapareció.
El Rapunzel´s Royal Table era un restaurante elegante y hermoso. El mobiliario era de estilo, como si hubiese sido pensado para la propia realeza. Del techo pendían decenas de lámparas amarillas, como las que en la peli lanzaban al cielo, haciendo así un directo guiño a la película animada.
Annabelle estaba muy contenta, pues durante la cena había un grupo musical, los Snuggle Dickling Thungs, y estaban Flynn Rider y Rapunzel, que cantaban y bailaban, animando la velada.
La comida estaba deliciosa, como primer plato la familia probó distintos manjares: raviolis de carne con setas en salsa de vino tinto; tartar de atún fresco con pepino, mango y wasabe en una mayonesa de chile dulce; sopa de espárragos verdes y brócoli y una ensalada de salmón ahumado con aderezo de perejil.
Como plato principal, David pidió pollo asado con limón y tomillo con col rizada con mantequilla y nabos tiernos; su padre y Julie filete de lubina a la sartén en una vinagreta de trufa con champán, y Alice pidió una costilla de ternera asada con papas y zanahoria dulce. Para Annabelle, en cambio, hubo que pedir un menú infantil, más acorde con sus preferencias, quien finalmente se decantó por un plato de macarrones con queso.
La pasaron muy bien, la cena estuvo deliciosa y el espectáculo mantuvo a Annie todo el tiempo entusiasmada. Incluso Julie hizo un esfuerzo por conversar más, y mostrarse más amable con todos, lo cual David agradeció. Por eso, cuando la joven le pidió que fueran a tomar una copa después, él no quiso negarse.
Robert, Alice y Annabelle se dirigieron al teatro Walt Disney para ver el musical, mientras él y Julie se acercaron a un bar para compartir una copa de vino tinto. Él sabía la chica que no era aficionada a los musicales, mucho menos infantiles, así que decidió ceder un poco y acompañarla.
Se dirigieron a la cubierta 3, donde se hallaba el área de solo adultos. Julie quería ir a un club a bailar, pero David no era para nada dado a la danza y aquello le parecía demasiado; finalmente se decantaron por Keys, un piano bar elegante y más tranquilo, donde pudieron sentarse para tomar la consabida copa.
—Gracias por acceder a venir —le dijo ella con una sonrisa.
David asintió. El mesero se acercó y él pidió una copa de vino tinto para cada uno. Como sabía de vinos, él mismo escogió la botella que era de su preferencia, un merlot de una cosecha excelente.
—Julie —comenzó él, luego de beber un poco—, quiero que la pasemos bien en el barco, y que todos hagamos un esfuerzo. Sé que no son las vacaciones ideales que imaginabas y que nuestra relación acabó, pero no hay necesidad de que continuemos peleando.
Ella le tomó la mano por encima de la mesa, y le sonrió.
—David, ¿qué nos ha sucedido? —preguntó retórica—. Nos queríamos… ¿Por qué no podemos intentarlo?
Él sentía un nudo en la garganta. Hacía muy poco estaban juntos, y a veces la costumbre pesaba mucho. Sin embargo, intentó que ni la belleza de la mujer que tenía enfrente ni la bebida nublaran su juicio.
—Es mejor que no, Julie. Te quiero mucho, pero ahora mismo no puedo engañarte dándote esperanzas —le dijo de corazón—. Es mejor no pensar en lo que sucedió e intentar pasar unos días agradables con la familia. Tal vez, cuando estemos de regreso en casa, podamos hablar con más detenimiento. Ahora no quiero que nos llenemos de recriminaciones, mi objetivo es que nos relajemos todos.
David apartó su mano, con el pretexto de llevarse la copa a los labios. Julie frunció el ceño, no estaba para nada contenta con lo que le había dicho, así que continuó bebiendo.
––Julie, creo que es mejor que no sigas bebiendo ––le pidió él––. ¿Por qué no nos vamos a la suite?
––¿Para qué? ––replicó ella en voz más alta de la conveniente––. ¿Para dormir con tu hermanita? ¡No puedo creer que me abandones, David!
David frunció el ceño, molesto.
––Baja la voz, Julie, nos están mirando ––le advirtió echando una ojeada a las mesas vecinas––. Ahora mismo nos vamos a la suite.
Julie no estaba borracha, pero tenía un cierto estado de embriaguez que la hacía comportarse de forma más desinhibida.
––Vámonos, por favor ––insistió David.
Julie se puso de pie, pero negó con la cabeza:
––Si quieres irte con tu hermanita, puedes hacerlo: yo me voy a bailar.
––Julie… ––él intentó detenerla.
––Estoy de vacaciones y soy una adulta, David. Por favor, déjame en paz…
Él no pudo detenerla, solo le pidió que no bebiera más, y se dirigió a su suite. Era cierto que Julie era una adulta, y él no podía seguir de niñero toda la noche, acompañándola en un plan que no le apetecía en lo absoluto. La noche tranquila que él ambicionaba, estaba a punto de convertirse en una pesadilla.
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