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Capítulo 5

Compartieron un taxi en silencio, hasta el hostal. Los dos sabían que era un despedida, ya que Anne no volvería a los Estados Unidos hasta dentro de cuatro meses y ninguno de los dos imaginaba que se encontrarían de nuevo muy pronto, en el Disney Magic, pues no habían hablado con tanto detalle acerca de sus planes.

Era el momento de decirse adiós. ¿Por qué lo lamentaban, si apenas eran dos desconocidos? Había anochecido, y Anne sentía que también en su corazón se había puesto el sol. Lo echaría de menos, sin si quiera haberse acostumbrado a su presencia y lamentaba dejar atrás las sensaciones que él le había hecho sentir.

—Mi promesa sigue en pie, ahora más que nunca —dijo él, rompiendo el silencio—. Iré a verte a Orlando, en cuanto regreses. Mientras estaremos en contacto. Tú tienes mi teléfono y yo tengo el tuyo.

Ella asintió. Habían intercambiado datos antes de subir al taxi, conscientes de que se acercaba el momento de separarse.

—Intenta no comer cacahuetes —comentó ella con una sonrisa, aunque no podía negar que estaba un poco desalentada.

—Tú evita los mariscos y los novios —le pidió él con otra sonrisa.

David le dio un brevísimo beso en los labios y se despidió de ella. Anne bajó del auto y entró al hotel. No sabía si se volverían a ver, o aquel breve idilio había durado lo que una hermosa tarde de verano.

David le pidió al taxi que lo llevara a La Terrazza dell´Eden, uno de los restaurantes más lujosos de Roma, en donde cenaría su familia. El restaurante ocupaba el ático del hotel Eden, situado en la vía Ludovisi 49, y poseía una estrella Michelín. La comida era muy buena, el salón era muy lujoso y contaba con una increíble vidriera de cristales con vistas a la ciudad, que en la noche resplandecía.

No tenía muchos deseos de comer nada, pero aquella era una despedida. En dos días partirían en el crucero y debían reciprocar la gentileza con la que la tía Carina y el tío Pietro los habían recibido. Sin embargo, su cabeza y su corazón estaban con Anne…

Estaba muy agradecido con ella por lo que había hecho, pero sobre todo por el tiempo que le había dedicado. En las pocas horas que compartieron juntos, pudo advertir que la joven doctora tenía un gran corazón y era una mujer maravillosa. ¿Volverían a verse? ¿Tendría aquella historia algún futuro? Aquellas eran las preguntas que martillaban en su cabeza constantemente; sin embargo, el sabor de los labios de Anne continuaba en su boca, y para él, se trataba del néctar más exquisito.

Cuando subió al ático del hotel, su familia ya estaba a la mesa. Aún no habían ordenando, aguardando por él y para amenizar la espera, degustaban de una copa de vino.

—¡David! —exclamó Carina—. ¡Te esperábamos!

—Lo siento, me retrasé un poco pero ya estoy aquí —dijo sentándose en su puesto—. ¿Dónde está Julie?

—No quiso venir —contestó Alice.

—Está disgustada contigo, cariño —prosiguió su tía—. ¿No hay posibilidad alguna de que se reconcilien?

—Ninguna —respondió resuelto. Cada vez estaba más seguro de eso.

—Nosotros no tenemos inconvenientes en que Julie se quede unos días más con nosotros —añadió Pietro—, pero nos ha dicho que se embarcará con ustedes en el crucero.

David suspiró. Le quedaba alguna esperanza de que Julie, por el bien de todos, desistiera, pero si era su decisión, tenía que aceptarla. Él no volvería atrás, de ninguna manera, pero intentaría que el viaje fuera lo más tranquilo posible.

—Muchas gracias, tíos, por la disposición. Yo lamento mucho los problemas que podamos haberles causado, pero las cosas no están bien y no podía continuar con Julie por más tiempo. La quiero mucho, es una buena chica pese a sus problemas de carácter, pero hemos madurado a tiempos distintos y seguir juntos era insostenible.

—Muy bien, hijo —intervino su padre—. Cerremos este tema de una buena vez y centrémonos en lo que vamos a ordenar. Todos tenemos hambre, además nos despedimos de Roma y de la familia hasta una próxima visita.

—¡Ya pronto estaremos en Disney Magic! —exclamó Annabelle, feliz. Para nadie era un secreto que esa era su parte favorita del viaje.

—Así es, mi amor —Alice le dio un beso en la cabeza—. Ya falta menos.

Su esposo, del otro lado de la mesa, compartió una mirada significativa con ella. De todos los comensales, era el único que sabía lo que aquella frase quería significar.

Anne llegó a la habitación de su hostal con una sonrisa en el rostro y el corazón acelerado. Se podía ser feliz con muy poco. En esta ocasión, un beso era una razón poderosa para sentirse en las nubes.

—¡Anne! —la voz de Wendy le dio la bienvenida.

—Hola, ¿qué tal tu día?

—Estupendo, amiga, pero estaba preocupada por ti… ¿Cómo has pasado tu domingo? —Wendy permaneció un instante observándola con detenimiento—. Tienes un brillo en los ojos, Anne. ¿Qué sucedió?

La joven se rio y se sentó sobre la cama.

—He intentado seguir tu lista —fue lo único que dijo.

—Ya lo noto. Esa blusa está preciosa, ¡me hace feliz que hayas seguido mis consejos! ¿Qué tal el almuerzo? ¡No me digas que gastaste mucho!

—Para nada —rio Anne—. No gasté ni un centavo.

—¿Cómo? ¿Acaso no fuiste a comer?

—¡Por supuesto que sí! Pero le salvé la vida a un muchacho que sufrió un shock anafiláctico. Le tuve que inyectar, y el restaurante no me cobró por la comida. Terminé con el joven en el hospital. Por fortuna fue solo un susto. Él es norteamericano, como nosotras.

—Y eso me lo dices porque…. —Wendy no podía creerlo—. ¡No me digas que lo besaste!

Anne asintió, sonrojada.

—En la Fontana di Trevi, siguiendo tus indicaciones. ¡Todo lo he cumplido, Wendy! Y lo mejor de todo es que este chico me gusta muchísimo…. Se llama David.

La pelirroja se dejó caer sobre la cama con la boca abierta.

—¡Oh! ¡Estoy tan emocionada por ti! Por favor, Anne, quiero todos los detalles…

Anne le contó todo sobre su día y lo más importante: la tarde que había pasado con David. Wendy se iba entusiasmando cada vez más, pero Anne intentaba mantener los pies en la tierra.

—Wendy, mañana temprano nos vamos al barco. No hay posibilidad alguna de que nos volvamos a ver hasta dentro de cuatro meses, si es que el cumple su promesa y no se ha olvidado de mí.

—Pero tienes su teléfono, ¿verdad? —su amiga asintió—. ¡Pues entonces mantendrán el contacto! No te desanimes, Anne: las cosas bonitas llevan su tiempo. Míranos a Nick y a mí cuántos meses no tuvieron que pasar para que finalmente estemos juntos…

—Tienes razón, y hablando de Nick, quiero que también me narres tu día. ¿Qué hicieron?

Wendy suspiró, su sonrisa adornó su expresivo rostro y comenzó a contarle a Anne sus aventuras. Era su mejor amiga, y entre ellas no existían secretos.

Cuando la familia llegó a la casa, Julie estaba durmiendo. David así lo agradeció, para no pelear. Entró de puntillas a la habitación para tomar su ropa de dormir y luego se dirigió al cuarto que ocupaba Annabelle, para dormir con ella. Después de dejar sus pertenencias, se dirigió a la alcoba de sus padres para desearles las buenas noches.

—Hijo, ¿estás bien? —le preguntó su padre—. Te noto un tanto extraño y apenas comiste en la cena.

David suspiró. No había querido narrar lo que le sucedió frente a sus tíos y hermana, para no preocuparlos, pero decidió que debía ser sincero con Alice y Robert.

—Hay algo que no les he contado —confesó, sentándose en el borde de la cama—. Sufrí una anafilaxis por una crema de cacahuete que comí accidentalmente en el almuerzo. Tuve que estar un par de horas en el hospital en observaciones, pero ya estoy bien.

—¡Hijo! —exclamó Alice, quien en ocasiones lo llamaba de esa manera—. ¿Cómo no nos dijiste nada?

—¡Cielos, David! Eso es muy grave, ¡debiste habernos avisado de inmediato!

—Tranquilos, no sucedió nada. No les avisé porque no quería preocuparles, además conocí a un ángel que me salvó la vida.

Robert y Alice se miraron extrañados y David sonrió, dispuesto a contarles un poco sobre Anne.

—Ella es increíble —resumió—, y ya sé que apenas la conozco y que recién he salido de una relación de mucho tiempo, pero ella me hace feliz. Esperaré pacientemente a que termine su trabajo para volver a verla. Serán cuatro meses muy largos, pero confío en que valdrá la pena. Ya sé que dirán que soy un loco, pero…

—No eres un loco, hijo —le interrumpió su padre—. Me ha sucedido exactamente lo mismo dos veces en mi vida: la primera, con tu madre; la segunda, con Alice. Los flechazos ocurren, pero el amor necesita de tiempo para madurar, así que te aconsejo que tomes las cosas con calma.

—Eso haré. Estaremos en contacto y pensaré bien cada paso —les tranquilizó.

—Me alegra que estés bien e ilusionado, cariño mío —le dijo Alice dándole un beso sobre la cabeza—. A veces en la vida hace falta soñar. ¡No hay nada más maravilloso que eso!

—Gracias a los dos. Buenas noches —se despidió al fin.

Antes de ir a dormir con Annabelle, David bajó al salón de estar de la casa. Estaba muy tranquilo pues sus tíos se habían retirado ya. El joven tomó su teléfono y buscó el contacto de Anne. Sentía que el corazón le latía muy aprisa y no sabía bien qué escribir. ¿Qué le dices a alguien que apenas conoces y que no sabes cuándo volverás a ver? Intentó no dejarse agobiar por tantas interrogantes que no tenían respuesta, y escribió un simple mensaje:

“Buenas noches, Anne. Solo quería que supieras que me alegro mucho de haberte conocido. Espero que nos podamos ver muy pronto, ese es mi deseo. Gracias por salvarme la vida, te la confiaría una y mil veces. Un beso grande”.

Anne lo leyó de inmediato. También estaba muy emocionada. Tuvo dudas sobre qué responder, pero él continuaba en línea, probablemente aguardando por ella, así que respondió todo lo rápido que pudo, pese a sus temblorosas manos.

“Me alegra que mi paciente favorito esté bien. Yo también me alegro de haberte conocido, a pesar de las circunstancias. Todo lo demás fue perfecto. Hasta pronto, David. Otro beso”.

Él sonrió. Dejó la conversación así, para permitirle descansar, aunque dudaba que él pudiera conciliar el sueño tan rápidamente. Su corazón estaba en la Fontana di Trevi, y con esos recuerdos anidando en su pecho, se retiró a su habitación para continuar soñando con ella, aunque fuese despierto.

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