Capítulo 2
Llevaban una semana en Roma, en casa de la tía Carina, y David se estaba volviendo loco. Las que parecían unas maravillosas vacaciones familiares, se estaban tornando en un verdadero conflicto para él. En mala hora Robert, su padre, le pidió que hablara con el padre de Julie, su novia, a fin de reservar una suite en el Disney Magic. Su suegro tenía buenas conexiones así que para él no fue difícil hacer el favor. El punto estaba en que también había reservado espacio para su propia hija. Julie le había hecho ver que ella estaba invitada, cuando en realidad no era así. Él y Julie estaban pasando por un mal momento en su relación, por lo que creyó que tal vez un par de semanas lejos de ella serían buenas.
Cuando Julie regresó con la reservación para el Disney Magic, el alma se le fue a los pies. Era demasiado desconsiderado por su parte pedirle que no fuera, y, por otra parte, él no podía dejar de asistir. Luego de un duro semestre para su familia, los Preston se merecían esos días de esparcimiento. Aunque tuvo una pelea con Julie a causa de su atrevimiento, lo cierto es que el asunto no se fue a mayores y que finalmente estaban allí, en Roma, aguardando para partir en el maravilloso crucero que zarparía en dos días desde Civitavecchia, un puerto a unos ochenta kilómetros al noreste de Roma.
David bajó a desayunar. Su tía Carina vivía desde hacía años con un italiano llamado Pietro, que era muy amable. La familia había aprovechado para conocer más la ciudad y hacerle una visita a la tía. En la mesa del comedor estaban reunidos todos: los anfitriones; su padre, un hombre de unos cincuenta años de cabello rubio y ojos opalinos —él se le parecía mucho—; su madrastra, Alice, de cuarenta años, de cabello oscuro, aunque corto; y su hermana pequeña, Annabelle, quien se parecía mucho a su madre y a quien adoraba.
En realidad, eran muy unidos. Él era un adolescente cuando su padre, viudo, conoció a Alice. Él la amo desde el comienzo, pues era una mujer maravillosa. La quiso mucho más después cuando nació Annabelle, la alegría del hogar.
Quien único no estaba en la mesa era Julie, pues seguía dormida.
—Alice, prueba estaba empanada —le instó Carina—, ¡está deliciosa!
La aludida aceptó, con una sonrisa. Sabía que su cuñada lo hacía por su bien, pero ya había comido mucho. Aunque había engordado un poco en las últimas semanas, aún estaba muy delgada.
—Annie, amor, —prosiguió la tía—, ya falta poco para subir a bordo del crucero. ¿Estás ansiosa?
—¡Mucho! —exclamó la niña alegre.
Era la primera vez que la familia se aventuraba a tomar un crucero, y se habían estrenado por todo lo alto: con el Disney Magic y en un viaje por el Mediterráneo y las islas griegas, Italia, Marsella y Barcelona, que duraba unos trece días.
—¿Qué planes tienen para hoy? —preguntó Pietro.
—Pensamos descansar durante el día —explicó Robert—, ya que hemos llevado un ritmo algo intenso en los últimos días. En la noche pensamos salir a cenar y queríamos invitarlos.
—Excelente —sonrió Carina.
—Yo saldré a almorzar con Julie al Ristorante Aroma, se lo prometí —explicó David.
—Ustedes son más jóvenes —apoyó Carina—. Disfruten del paseo y del amor. No hay nada más bonito que viajar en pareja a la edad que tienen ustedes.
David asintió, aunque en realidad no estaba enamorado. Julie había sido su novia durante la Universidad, mientras ella estudiaba diseño industrial y él administración de empresas. Sin embargo, ya no se sentía igual. Habían cambiado mucho, incluyendo las prioridades de cada uno.
Después del desayuno, David subió a la habitación que compartía con Julie. La joven recién se había despertado.
—¡Buenos días, mi amor!
—Buenos días, te perdiste el desayuno —le dijo él, con el ceño fruncido.
—Bajaré enseguida a prepararme algo —Julie se cambió rápidamente y bajó.
David negó con la cabeza y entró al baño. Le había explicado a Julie que lo correcto era que bajara a la hora indicada para comer todos juntos; era una deferencia con su tía, quien con tanto cariño los había acogido. Sin embargo, cuando despertaba a Julie en las mañanas, la chica hacía todo lo posible por continuar durmiendo.
Era muy voluntariosa. Peleaba por las excursiones familiares, ya que para ella lo mejor de la ciudad era salir de compras. Por otra parte, tenía cero paciencia con Annabelle, y eso a él lo sacaba de sus casillas.
Se estaba dando una ducha muy relajante, cuando los gritos de Julie y Annabelle lo tomaron desprevenido. Cerró el agua para escuchar mejor y sí, no se había equivocado: eran las dos peleándose. Se cubrió con un albornoz lo más rápido que pudo y entró en la habitación.
—Me pegó —Annabelle, llorando, corrió a abrazarse a él.
La mirada que le dedicó a Julie era para asustarse. La joven de pelo castaño y ondulado dio un paso atrás.
—¡Estaba usando mi maquillaje! —se defendió—. ¿Sabes lo que cuestan? ¡Pequeña insolente y malcriada!
David separó a Annabelle de su regazo y comprobó que, en efecto, tenía todo el rostro manchado con los pintalabios y polvos de su novia.
—Annie, no puedes tomar las cosas de las demás personas si preguntar antes, ¿de acuerdo? —dijo en voz baja.
—Pero me pegó... —se quejó la niña de nuevo.
—Y no lo volverá a hacer —le dijo él, dándole un beso en la cabeza—, te lo prometo.
—¿Sucedió algo? —la alta y espigada figura de Alice se divisó en el umbral de la puerta. La mujer miraba extrañada la escena.
—Una pelea, pero ya está solucionada —le explicó David, intentando controlar la situación—. ¿Puedes llevarte a Annabelle?
—Por supuesto —contestó la madre de la niña, no sin antes dirigirle una mirada a Julie—. Ven conmigo, cariño, y cuéntame lo que sucedió...
Annie corrió hacia su madre y unos segundos después desaparecieron de la habitación. David cerró la puerta y se volteó hacia Julie, indignado.
—¿Has perdido la cabeza? ¿Cómo vas a pegarle a mi hermana? —le increpó airado.
—Fue solo una palmada, ella exagera...
—Aunque así hubiera sido, no tienes derecho a ponerle una mano encima —replicó—. En nuestra casa no se educa así. A los niños no se les golpea.
—Eso explica por qué está tan maleducada —rebatió la joven—. ¡Mi maquillaje cuesta una fortuna!
—Está bien, estuvo mal que lo hubiese tomado sin tu permiso, pero es una niña, no puedes reaccionar así. Tal parece que la pequeña malcriada eres tú.
Julie se rio, desafiante.
—¡Basta ya, David! ¡Me tienen harta todos ustedes! Annabelle es una niña insoportable. ¡Odio con todas mis fuerzas tener que estar aquí con ustedes! No quería ir a ese tonto crucero, odio los barcos y odio a los niños...
Julie se arrepintió de inmediato por haber dicho tamaña cosa. Sabía que aquel comentario desafortunado podría dañarla.
—Estás aquí porque lo decidiste así. Estas eran unas vacaciones familiares, no te pedí que vinieras...
—¡Íbamos a ir juntos a Hawai y no quisiste! Lo único que podía hacer era venir a este crucero para poder estar contigo.
—No quería ni podía ir a Hawai, Julie —respiró hondo—, te lo expliqué en su momento. No estábamos pasando por un buen momento y te pedí tiempo. En vez de respetarlo actuaste a mis espaldas y te incluiste en el crucero sin consultarme.
—¡Quería arreglar las cosas, David! —exclamó ella.
—Pero las cosas no están bien —afirmó él.
—¿Esto es por lo de Annabelle? Puedo pedirle disculpas, si quieres...
—No es solo por lo de Annabelle —respondió—. Es por todo. En primer lugar, por nosotros, que ya no somos los mismos. En segundo lugar, porque piensas solo en ti y desde que estás en Roma no has hecho otra cosa que entorpecer los planes de la familia.
Julie volvió a reírse.
—¿Soy responsable porque me parezcan aburridos los museos y prefiera estar a solas contigo?
—Eres egoísta, porque este viaje no es en pareja, es en familia —contestó él—. Sabes muy bien por todo lo que ha tenido que pasar mi padre, Alice, la niña... Lo único que has hecho desde que llegamos es hacernos la vida más difícil con tus exigencias, reclamos, y peleas con Annabelle. A veces pienso que tienes su edad.
—Eres muy injusto conmigo, David —le refutó—. He intentado acercarme a ustedes, pero me cierran las puertas. Creo que estás buscando un motivo para alejarte de mí, si es así no tienes que ser tan creativo...
Julie estaba despechada, pero no se percató de que David seguiría sus palabras al pie de la letra.
—Hablaré con tía Carina para que permanezcas en la casa durante nuestra ausencia; cubriré los gastos de tu vuelo a Barcelona y nos reuniremos allí cuando el crucero termine...
—Espera... ¿qué estás diciendo? ¿Quieres que no vaya al crucero?
—Tú misma has dicho que estás harta de nosotros y que no te gustan los cruceros. Lo más lógico es que te quedes aquí y luego vueles a Barcelona para regresar a casa todos juntos. Con la tía Carina no hay problema alguno, hablaré con ella y...
—¡Ni sueñes que me voy a quedar aquí! No ve voy a apartar de ti, ¿me estás entendiendo?
—Lo nuestro terminó, Julie —respondió él con aplomo—. Que vayas o no al crucero no cambiará nada. No pensaba decírtelo así, ahora, pero es lo mejor para los dos.
—¡No puedes estar hablando en serio! —gritó ella.
—Baja la voz, por favor. Nunca he estado tan seguro en mi vida de algo. Lo siento, pero esto no da para más.
—¡Eres un imbécil! —vociferó.
David se percató de que Julie no dejaría de utilizar contra él todas las ofensas que conocía, así que decidió vestirse rápidamente y salir de la habitación. Había hecho un gran esfuerzo por dominar su malhumor frente a ella, pero si continuaba escuchándola, se pondría peor.
Cuando salió de la habitación, se topó con su padre y con Alice, quienes estaban aguardando por él con el rostro muy serio.
—Hijo, queremos hablar contigo, por favor —pidió Robert.
David asintió y se dirigieron a la habitación que ocupaban ellos. Fue Alice quien primero habló. Era una mujer muy calmada, lo cual era una gran virtud ya que con ella se podía dialogar casi de cualquier cosa.
—Annabelle me explicó lo que sucedió —dijo sin preámbulos—. Comprendo que la niña no tiene por qué tomar sus cosas y ya lo he hablado con ella, pero Julie se ha pasado del límite...
—Lo sé —reconoció David apenado—. Lo siento mucho, Alice —continuó tomándole la mano—. He hablado con ella, pero está muy alertada y lo cierto es que la relación de nosotros no da para más. Yo jamás la invité al Disney Magic, fue ella quien habló con su padre y recién me ha dicho que odia los cruceros y a los niños.
—¿Qué quieres decir? —intervino Robert preocupado.
—No pensaba hacer esto en mitad de nuestras vacaciones, pero me he separado de Julie. ¡Ya no puedo más! —exclamó.
—Hijo, ¿no te estarás precipitando? Espera a llegar a casa para tomar mejor una decisión de esa clase. Es cierto que Julie tiene un carácter difícil, pero está sola, a nuestro cuidado, y su familia ha confiado en nosotros...
—Papá, las cosas con Julie no tienen arreglo. Precisamente por lo que dices pensaba posponerlo, pero no soporto continuar con esta situación. Julie es una adulta, puede hacer lo que le plazca. Le he ofrecido hablar con la tía Carina para que la deje quedar por los trece días que estaremos en el crucero y luego pagar su boleto a Barcelona para que se reúna con nosotros y regresar todos juntos, como debe ser. Si no le gusta los cruceros y nuestra relación está en crisis, es lo mejor que puede hacer -afirmó-. De cualquier forma, unos días en Roma siguen siendo una gran opción...
—¿Y crees que ella acepte? —preguntó Alice—. Tampoco me agrada, pero no quisiera que tuviéramos problemas con su familia...
David se encogió de hombros.
—Dice que quiere ir con nosotros, pero le daré tiempo para que lo piense —respondió—. De lo que sí estoy convencido es de que lo nuestro no tiene solución.
Alice asintió, hacía tiempo que lo veía venir y David se veía muy firme en su decisión.
—Está bien, hijo —le apoyó su padre.
—Lamento los inconvenientes que les pudo haber causado —David le dio un beso a Alice en la cabeza—. Los quiero, y deseaba que estos días fueran perfectos, no llenos de peleas.
—Nada puede ensombrecer la dicha que siento de tener a mi familia conmigo en unas hermosas vacaciones —contestó Alice, con una tenue sonrisa.
David abrazó a su madrastra y luego a su padre.
—Nos vemos más tarde —anunció.
—¿A dónde vas, hijo?
—Voy a dar una vuelta, necesito despejar la cabeza, pero no se preocupen por mí. Hasta pronto.
Y dicho esto, el joven de cabello dorado desapareció de la habitación, con la cabeza aún hecha un hervidero.
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