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Capítulo 18

Anne terminó de leer con lágrimas en los ojos. La carta de Alice la había conmovido mucho, y sintió que la había juzgado con demasiada severidad. Alice era apenas una niña cuando ella nació, y estaba sola. Había perdido a dos miembros de su familia y a su novio; sin duda eran circunstancias realmente difíciles que hacían más comprensible la decisión que tomó más de dos décadas atrás.

¿Qué hubiese hecho ella de haber estado en su lugar? No lo sabía; no se imaginaba dando en adopción a un hijo, pero debía pensar en la situación en la que estuvo Alice, que era muy dura. A pesar de lo hecho, Alice no había dejado de pensar en ella y había ido al Disney Magic para conocerla.

Su madre llegó en la tarde; Anne tenía preparada la comida para las dos. Aprovechó la cena para contarle sobre la visita de Felicity, los cheques que había recibido y la participación de los Preston en el asunto, lo cual fue decisivo. Corine suspiró, aliviada.

—¡No imaginas cuán feliz me hace esta noticia! —exclamó—. Me tenía muy indignada la manera en la que se comportaron contigo en Recursos Humanos. ¡Es una fortuna que se haya hecho justicia!

—Yo también estoy más tranquila, mamá.

—Por cierto, estos macarrones te han quedado deliciosos —apuntó la madre sonriente—. Se nota que te has inspirado…

Anne se echó a reír, por primera vez en mucho tiempo.

—Ahora dime algo, hija mía, ¿vas a volver a trabajar para el crucero?

—Decidí que no, mamá. El dinero del trabajo de cuatro meses lo he recibido prácticamente completo, y he pensado que es momento de comenzar la especialidad. ¡Escogeré bien a dónde aplicar para hacerme pediatra!

—Me parece una idea excelente, cariño.

—También quería contarte que leí la carta de Alice —le confesó.

—Te has puesto en sus zapatos, ¿verdad? —Corine la miró de manera solidaria.

—La he comprendido mejor —admitió.

—Y eso es excelente, Anne —le respondió de corazón—. No quiero que vivas amargada el resto de tu vida. No tiene nada de malo que te relaciones con tu familia biológica y que los quieras. Sería muy egoísta de mi parte pedirte otra cosa, o estaría muy insegura de tu amor de hija si hiciese eso. Por suerte para mí, no me sucede ni lo uno ni lo otro. Me simpatiza Alice, y sé cuánto me quieres…

—Mucho, te quiero mucho, mamá —Anne se levantó de la mesa para abrazarla—, pero me sigue sorprendiendo que actúes con tanta sensatez…

Corine se echó a reír.

—¡Siempre he sido muy sensata, hija! Te repito que no tengo miedo alguno por este acercamiento. No te llevé en el vientre, pero hice todo lo demás y me alegra no solo que conozcas a Alice, sino que ganes a una hermana.

Anne le dio un beso en la cabeza.

—He pensado que tal vez deba ir a California a verlos —le dijo Anne, volviendo a su puesto—. ¡Fui demasiado dura e inflexible con todos!

—Es una buena idea —apoyó Corine—. Espero que resuelvas todo con David.

Anne se dejó caer sobre la silla, un poco preocupada.

—No sé si él me perdone…

—¡Por supuesto que lo hará! Es un buen chico.

—Hablas como si lo conocieras… —apuntó Anne.

Corine se echó a reír.

—Lo conozco desde hace dos días, me ha llamado en varias ocasiones y hemos hablado de ti. Wendy le dio mi teléfono.

—¡Mamá! —Anne se ruborizó, no cabía de asombro—. ¡No me habías dicho nada!

—Te hallabas demasiado triste y no querías escuchar hablar sobre él. Estaba esperando a que te recuperaras un poco, cariño. Te confieso que David me ha agradado mucho y también hablé con Alice, después de años sin escucharle la voz.

_¿Y cómo están ellos?

—Están bien, aunque algo tristes por todo lo que sucedió —admitió Corine—. Alice quería disculparse por haber ido al crucero sin haber hablado primero conmigo, y lamentaba que la situación se le hubiese ido de las manos. Yo la comprendo, te repito que no tengo reserva alguna con ellos. Alice quería saber también si habías leído la carta, pero le expliqué que aún no te habías decidido.

—Por favor, no le digas que viajaré a California, prefiero que sea una sorpresa —pidió Anne.

—Muy bien, cariño, se hará como tú digas.

—¿Por qué no vienes conmigo, mamá?

Corine negó con la cabeza.

—Quizás en otro momento, pero no quisiera interferir. Alice ha esperado mucho tiempo por reencontrarse contigo, y prefiero darle su espacio. Además, tengo bastante trabajo.

Anne asintió, su madre tenía razón.

—No obstante —prosiguió Corine—, voy a hacerte un encargo muy importante.

—¿Cuál? —preguntó Anne con curiosidad.

—David tiene que acompañarte de regreso para conocerlo personalmente.

—¡Mamá! —Anne se ruborizó por completo.

—¡Por supuesto! —repuso la enfermera—. Si va a ser tu novio, lo más lógico es que yo lo conozca, ¿no te parece?

—Mamá, no sé si David y yo tengamos futuro juntos… —comentó con pesar.

—¿Por qué lo dices, hija mía? ¡Si se quieren, eso es lo único que importa!

—Olvidas que vivimos en extremos opuestos del país, y que David trabaja en un viñedo. No puedo pedirle simplemente que trasplante las vides a Orlando…

Corine se echó a reír. El comentario de Anne le parecía de lo más simpático.

—¡Por supuesto que no, Anne! Pero no te preocupes en demasía con tanto tiempo de anticipación! —le aconsejó—. Lo primero es que arreglen las cosas, y luego sabrán que rumbo darle a sus vidas. Las relaciones a distancia no son tan malas, y siempre puedes ir a hacer la residencia en pediatría a California.

—¡Jamás te dejaría, mamá! —exclamó la joven angustiada.

—¡Ni yo a ti, mi amor! Por supuesto que me mudaría contigo a California, si eso es lo que deseas.

—¿Hablas de establecernos allí? —Anne no daba crédito a las palabras de su madre.

—Tal vez dentro de un tiempo, Anne —afirmó—. Puedo trabajar en otro estado, para estar cerca de ti. Si tu novio, hermana y Alice están allí, no es mala idea que residamos cerca. Esta casa está llena de recuerdos, es verdad, pero a tu padre lo llevaré conmigo en mi corazón a cualquier lugar que vaya. A veces es bueno apostar por crear nuevos recuerdos, y tal vez California sea el lugar propicio para ello. No hay que apresurarse, por supuesto, pero no me gustaría que renunciaras al amor solo por una cuestión de geografía.

Anne volvió a abrazarla.

—¡Eres única, mamá!

—Todas las madres lo somos —repuso ella con una sonrisa, y le dio un beso.

Anna viajó a California tres días después. Wendy le proporcionó los datos del viñedo de los Preston en Napa Valley, gracias a la tarjeta que David le había dado a la pelirroja antes de abandonar el Disney Magic.

No podía negar que tenía miedo, pero se armó de valor y tomó un vuelo a San Francisco. En el aeropuerto pagó un taxi hasta el viñedo Preston. Napa Valley se hallaba a poco más de una hora de la ciudad de San Francisco, y era una región maravillosa, donde predominaban las montañas, los terrenos plantados de vides, y hermosas casas solariegas.

—Ya llegamos —apuntó el taxista, estacionándose frente a la verja de color negro de la propiedad.

A casi cien metros de distancia, Anne pudo divisar la casa de fachada marrón, que era una preciosidad. Al fondo, como si se tratase de una postal, las vistas de la sierra, ofrecían un hermoso contraste con el verde azulado de sus montañas.

Anne pagó al taxi, y entró. Caminó despacio por el sendero de tierra roja, bordeado de arbustos, hasta acercarse a la propiedad. Llevaba una mochila a cuestas con un mínimo de pertenencias y había reservado un par de noches en un hotel en San Francisco, para no incomodar a los Preston, en caso de que no pudiese quedarse con ellos. ¿Por qué se sentía nerviosa? Su corazón quería salírsele del pecho, y por unos instantes, Anne no se movió de su sitio, tan solo contemplando la vivienda.

Un labrador dorado interrumpió sus pensamientos, y comenzó a ladrar. Debía ser el perro de Annabelle, pensó. El can se acercó a ella, de mal genio, y Anne recordó que David le había advertido una vez que no era muy sociable.

—Tú debes ser Buzz —le saludó Anne.

El perro la miró un tanto sorprendido, al reconocer su nombre y su ladrido cambió. Ya no era amenazador, sino más simpático.

—¡Hey! —exclamó Anne pasándole la mano por la cabeza—. Parece que te agrado.

Fue Robert quien se asomó al porche, a ver por qué ladraba Buzz. Se sorprendió mucho cuando halló a Anne.

—¡Cielos! —exclamó el hombre con una amplia sonrisa—. ¡Esta sí que es una gran alegría! Por favor, pasa.

Anne le saludó de vuelta, aunque estaba un poco cohibida.

—Lo siento, vine sin avisar —se disculpó, mientras subía los peldaños del porche.

—Las mejores cosas llegan sin avisar —repuso él dándole un beso—. Esta es tu casa, y sé que todos se pondrán muy contentos cuando te vean. ¿Has llegado bien?

—Sí, he tomado un taxi desde el aeropuerto.

—¡Pero Anne! —se quejó Robert haciéndola pasar al salón principal—. Te hubiese ido a recoger.

—No quería molestar —se excusó ella—. He reservado en un hotel en San Francisco por el fin de semana, pues quería venir a saludarles y…

—¡Qué va! —exclamó Robert—. ¡Te quedas con nosotros! ¡No se diga más!

Anne le agradeció y se quedó mirando el salón principal de los Preston. Era amplio y luminoso. Desde una de las puertas se podía divisar a los lejos, el campo de vides. ¡Qué hermosura!

—¡Alice! ¡Alice! —comenzó a gritar Robert.

Anne se ruborizó al escucharlo, y sonrió. Robert tenía una voz profunda que se podía escuchar claramente en toda la propiedad.

—¡Estoy en la cocina! —le escuchó decir a Alice a lo lejos—. ¿Qué sucedió?

—Ven ahora mismo acá y échale agua a la sopa, tenemos a una invitada —contestó su marido.

Anne sonrió con sus ocurrencias, pero al cabo de un minuto vio aparecer a Alice, quien venía de la cocina con un delantal puesto.

—¿Dices que tenemos una visita? —Alice se interrumpió cuando vio a Anne. Su rostro cambió por completo, se notaba que estaba muy emocionada más aún cuando advirtió que la chica llevaba puesto el vestido que le compró en Santorini.

—Anne ha venido a vernos —contestó el hombre, mediando entre los silencios de madre e hija—, pero las dejaré sola para que conversen. ¡Iré a avisarle a David! —añadió mientras le guiñaba un ojo a la más joven.

Alice se despojó del delantal y se acercó a Anne, dubitativa. Ella le dio un beso en la mejilla y Alice le tomó una mano por un instante, ambas continuaban sin poder hablar.

—¡Me alegra mucho que hayas venido! —exclamó Alice al fin, intentando esbozar una sonrisa.

—Siento haber llegado sin avisar…

—Ha sido mejor así. Es una muy bonita sorpresa —añadió Alice con el corazón en un puño.

Anne intentó poner en orden sus pensamientos.

—Lamento mucho la manera en la que me comporté en el barco —le dijo—. Sé que fui demasiado dura. He venido a disculparme.

Alice negó con la cabeza, tenía lágrimas en los ojos.

—Soy yo quien debe rogar por tu perdón —respondió—. ¡Por todo!

—No tienes que hacerlo —continuó Anne—. He leído la carta y he comprendido las circunstancias. No tengo nada que perdonar, y sí mucho tiempo por recuperar.

Diciendo esto, Anne se inclinó y le dio un abrazo. Las lágrimas de Alice humedecieron su hombro, pero en esta ocasión, eran lágrimas de felicidad.

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