Capítulo 13
Después de un día de navegación, el Disney Magic arribó a Nápoles, un destino muy esperado. Anne logró descansar ese día, por lo que pudo reunirse con David y su familia en la Piazza del Plebiscito, uno de los lugares más concurridos de la urbe napolitana. Lejos del barco, David y Anne ya no disimulaban su amor: se querían, y todos estaban felices por verlos juntos. Annabelle no podía esconder su entusiasmo, ya que la simpatía que sentía por la doctora, crecía por día.
En Nápoles tuvieron un itinerario lleno de paradas, para no perderse nada: visitaron el Palacio Real, en la propia Piazza; la Basílica de San Francisco de Paula; el Palacio de la Prefectura; y el Palacio de Salerno. Para combatir el calor, compraron en un puesto helado artesanal, que era una verdadera delicia.
También visitaron la Cappella Sansevero, y admiraron el Cristo Velato. La leyenda decía que el velo que lo cubría se había convertido en roca gracias a un líquido inventado por el Píncipe di San Severo, un gran alquimista. Además, la capilla tenía otros objetos misteriosos e interesantes para ver.
Luego, anduvieron por la zona de Spaccaapoli, que conectaba la ciudad antigua del norte con la del sur, admirando alguno de los edificios más representativos, como el Duomo, y los artistas y artesanos que estaban en las calles. La visita a el Castel dell´Ovo, y al Castel Nuovo, fue también espectacular, y en este último, Annabelle se sentía como si estuviera viajando al pasado, a una época medieval y ella fuera una de las doncellas del castillo.
Las fotografías no faltaron: decenas de retratos en grupo, en parejas, o madre e hijas, inundaron las galerías de David, Alice y Anne, ya que compartían entre ellos todas las instantáneas tomadas. Alice estaba muy feliz, incluso estaba tan rejuvenecida, que parecía hermana de Anne, en lugar de su madre. La extrema delgadez, el cansancio, iban dando paso a un ánimo revitalizador que alegraba a todos.
Lamentablemente, no tenían tiempo suficiente para ir hasta Pompeya, la ciudad que sucumbió a la explosión del volcán Vesubio en la antigüedad, que estaba a unos cuarenta minutos de allí. En cambio, buscaron un excelente lugar para comer pizza napolitana, ¡estaban en la ciudad indicada!
Después de salir del restaurante, Anne y David entraron a una tienda de souvenirs, tomados de las manos. Annabelle, Alice y Robert, prefirieron quedarse en una pastelería de la misma calle, comprando algunos dulces.
David aprovechó la intimidad para darle un beso a Anne, en la puerta del establecimiento, sin percatarse de que alguien más los estaba observando.
––¿David?
El aludido se giró hacia la mujer que lo saludaba, interrumpiendo el beso. El rostro se le hacía familiar, pero de inmediato comprendió de quién se trataba.
––Soy Alex, la amiga de Julie, ¿te acuerdas que nos presentaron hace unos días?
––Sí, te recuerdo ––él no pudo evitar que su rostro se ensombreciera. Anne, a su lado, mantuvo la calma.
––¡Qué casualidad encontrarte aquí! ––exclamó la chica––. La pobre Julie tuvo que quedarse en el barco. Estaba muy aburrida… Por cierto, ¿te conozco? ––le dijo a Anne––. Tu rostro me es familiar, pero no recuerdo que nos hayan presentado antes…
––No, no se conocen, ––respondió David evasivo––. Alex, si me disculpas, tenemos prisa.
Diciendo esto, la pareja caminó unos metros y dobló en una esquina.
––Perdona que no te haya presentado como mi novia ––se excusó él––, pero la escuchaste: es amiga de Julie, y no quería revelar tu identidad…
––Hiciste bien ––asintió la joven––. Espero que no me reconozca…
––¡No creo! Son muchas personas en el barco…. No te preocupes, Anne, todo estará bien. Sé que es algo incómodo, pero…
Anne se inclinó sobre la punta de sus pies y le dio un beso. David había conquistado su corazón, y lo único que deseaba era aprovechar todo el tiempo que les quedara juntos.
Dos días después, el Disney Magic atracaba en el puerto de Livorno. David echaba de menos a Anne, pues ella estaba trabajando, e incluso le tocaba guardia. Al día siguiente, en cambio, llegaban a Villafranche, Francia, y David aspiraba a que Anne pudiese ir a tierra por al menos un par de horas.
Era el día onceno del crucero, por lo que en dos días más llegarían a Barcelona y terminarían viaje. Aquello entristecía a David, pues faltaban cuatro meses para que Anne pudiese regresar a los Estados Unidos.
––Debemos tener cuidado, David ––le dijo ella cuando se vieron en el puerto de Villafranche––. ¿Julie te ha dicho algo?
––No, no me ha comentado nada; estoy convencido de que la amiga no le contó nada, de lo cual me alegro. No te estoy escondiendo, Anne, pero prefiero no crear un problema.
––Tienes razón. ¿Dónde están los demás? ––preguntó.
––No quería preocuparte, pero Annabelle tiene un resfriado y prefirieron quedarse en el barco. Sin embargo, tanto Alice como mi padre me insistieron en que la pasáramos bien. Queda tan poco tiempo para que concluya el viaje y te echaré mucho de menos que...
––Yo también ––respondió ella––, no imaginas cuánto me pesará estar lejos de ti…
David la abrazó y le dio un beso en los labios.
––Prométeme que me esperarás y que nada se interpondrá entre nosotros ––le pidió él.
––¿Qué podría interponerse entre nosotros? ––preguntó ella extrañada.
––No lo sé, ––David pensaba en el secreto, pero no podía decirlo––, solo quiero que sepas que te quiero, Anne.
––Yo también te quiero, David ––afirmó ella, dándole otro beso.
La pasaron muy bien juntos. Rentaron unas bicicletas para recorrer la Riviera, y finalmente se decidieron a ir al menos una hora a la playa. David la abrazó, no quería dejarla ir, la necesitaba mucho.
––Amo a mi familia, pero ya ansiaba estar a solas contigo ––le dijo en el agua.
––Yo también. Son todos muy amables, y me alegro mucho de haberlos conocido. Por cierto, Alice me contó de su enfermedad, es bueno saber que se está recuperando. En estos días de crucero he sido testigo de su mejoría.
David asintió.
––Alice es una mujer maravillosa, pero ha pasado por mucho ––le contó––, más de lo que imaginas. La enfermedad fue un proceso difícil en nuestras vidas, pero todos confiamos en el éxito de la cirugía. Que bien que Alice te lo contó, eso indica que te tiene mucha confianza…
––Yo también le hice a ella una confesión ––admitió Anne––. No te he dicho que soy adoptada…
David le dio un beso en la nariz.
––Te quiero ––repitió––, y anhelo saber todo de tu vida, pero el hecho de que seas adoptada no supone ningún problema, al menos no para mí. ¿Te hace mal confesarlo?
––No me gusta hablar de ello; lo supe cuando estaba en la adolescencia y fue duro para mí. En mi infancia siempre decían mis amigos que no me parecía a mis padres, pero yo nunca le di importancia hasta que supe que era verdad que era adoptada.
––¿No te gustaría conocer a tus padres biológicos? ––era una pregunta bastante difícil.
––No lo sé ––se quedó pensativa––, pienso que no. Prefiero no saberlo nunca. He tenido una buena vida y unos padres maravillosos, no quiero saber nada de quien me abandonó.
––Anne, a veces las circunstancias son difíciles, no se puede juzgar sin conocerlas… ––le aconsejó.
––Tienes razón, pero soy más feliz sin saber nada. Además, es improbable que conozca a mis padres biológicos, así que dejemos el tema ahí ––le pidió ella.
David la complació, no quería molestarla, mucho menos en ese momento en el que finalmente estaban a solas, disfrutando de su día juntos.
Cuando David regresó a su camarote, se encontró con que Annabelle tenía fiebre, al parecer la gripe le había pegado fuerte. El joven entró a la habitación de Alice, donde reposaba Annabelle en la cama. La mujer estaba a su lado, con el álbum de fotografías de Anne en las manos.
––¿Cómo está ella? ––preguntó David preocupado.
––Tiene un poco de fiebre, pero el médico que estaba de guardia hoy dice que solo es gripe. ¿Qué tal tu día con Anne?
––Excelente.
David se sentó al lado de la cama y le dio un beso a Annabelle en la frente. La niña estaba dormida.
––Anne me confesó que es adoptada.
––¿Te lo dijo? ––Alice no salía de su asombro.
––Sí y… ––no sabía cómo decírselo––, le he tocado el tema sobre sus padres biológicos y…
––No desea saber quiénes son ––dedujo Alice, con tristeza.
––Eso me dijo, pero ella no sabe que ya conoce a su madre. Alice, si hablaras con ella…
––No, David ––volvió a interrumpirle ella––, y mucho menos lo haré luego de lo que me has dicho. Prefiero conservar la relación que tenemos y no romperla con un secreto de esa naturaleza.
––Está bien. ¿Sabes de Julie?
––Creo que está fuera, con una amiga suya… ––Alice no tenía cabeza para seguirle el rastro a la demente de Julie.
––Me iré a dar una ducha, luego vengo a ver a Annabelle.
––De acuerdo, yo dejaré a tu padre con ella pues quiero ir a la tienda de regalos, al área de venta de medicamentos, para comprarle el Afrin a la niña ––se refería a unas gotas nasales descongestionantes que le vendrían bien para su gripe.
David fue hacia su habitación para tomar el baño, antes de entrar a la ducha recibió un mensaje de Anne:
“¿Cómo sigue Annie?”
“No muy bien, tiene fiebre y está algo decaída. El médico la vio y dice que es una gripe”.
“Espero que se mejore pronto”. ––le contestó ella.
“Gracias, mi amor”.
Anne se quedó preocupada con las noticias sobre Annabelle, pues le había tomado cariño a la niña y se lo contó a Wendy.
––Quisiera ir a verla, pero me preocupa encontrarme con Julie. Debí haberle preguntado a David si ella estaba en el camarote.
––Eso puedo respondértelo yo ––afirmó la pelirroja, que se estaba librando de su disfraz de Ariel––. Hace poco la vi con una amiga, debe haber sido la misma que David y tú se encontraron en Nápoles, iban a comer a Cabanas.
––¿Estás segura?
––¡Segurísima! Me topé con ellas. Julie es inconfundible, pues aunque ya no anda en silla de ruedas, sí lleva muletas. La otra chica iba acompañada por su hermana, quien se quiso hacer una foto conmigo. Yo estaba justo en Cabanas, ayudando en la animación, cuando las vi llegar.
––Si es así, me arriesgaré a ir a la suite para saber de Annabelle.
––Y de paso le das otro besito a David ––se burló Wendy––. Anda, ¡ve! Yo me voy corriendo al teatro, que dentro de poco tendremos función.
Anne le lanzó un beso a su amiga y desapareció hacia la suite de los Preston.
Conocía bien el camino, aunque solo había estado una vez: la noche en la que Julie sufrió el accidente. Fue Robert quien le abrió la puerta, y la hizo pasar con una amplia sonrisa, como era acostumbrado en él.
––Hola, Anne, ¿cómo estás? Me dijo David que la pasaron de maravillas…
––Así es, pero vine porque me quedé preocupada por Annabelle. David me dijo que estaba con fiebre…
––En efecto ––le confirmó apesadumbrado––, parece gripe. Si quieres puedes pasar a la habitación a verla; David se está bañando y Alice fue a comprarle un medicamento a la tienda de regalos.
––Muchas gracias, con permiso.
Anne entró a la habitación; la lamparita de noche estaba encendida, y Annabelle estaba durmiendo. La chica se acercó y colocó su mano encima de la frente: estaba algo caliente, pero no demasiado. Se sentó a su lado en una butaca, pero al hacerlo sintió que había algo en el asiento que le molestaba.
Se puso de pie, y solo notó una manta, pero debajo de ella había algo más: parecía un álbum de fotos. Con curiosidad lo tomó y no pudo evitar mirarlo, pensando en que tal vez se tratarían de instantáneas de Annabelle o de David. Se quedó asombrada cuando se reconoció a sí misma de bebé: revisó nerviosa cada página del álbum, pero en todas ellas se encontraba ella, en distintos momentos de vida…
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