Capítulo 12
La familia Preston estaba algo cansada, luego de un día de paseo por Santorini. David apenas había visto a Julie pues la chica había hecho una nueva amiga en su día de Spa, y fue a comer con ella al restaurante Cabanas, inspirado en un paseo marítimo de playa con vista al mar, a través de sus hermosos ventanales. David lo prefirió así, solo se preocupó por llevar a la joven hasta el restaurante, donde conoció a la nueva amiga. Se trataba de una chica que, al parecer, tampoco estaba disfrutando al máximo de sus vacaciones familiares.
––David, ella es Alex, mi amiga ––la presentó––. Alex, él es David…
––¡El famoso David! ––exclamó la joven, dando a entender que habían hablado mucho de él.
David fue cortés al saludar, pero no demoró en regresar a la suite. Annabelle se había dado un baño y estaba viendo una peli en la habitación, momento en el cual Alice aprovechó para hablar con su familia.
––Ha sido un día espléndido ––se adelantó en decir Robert.
––Todo ha salido a las mil maravillas ––apuntó David.
––Anne sabe que es adoptada ––confesó Alice muy nerviosa––. Todavía no creo que me lo haya confiado. Dice que ni siquiera a ti te lo había dicho, David.
––No, no me lo ha dicho; pensé que no lo sabría.
––Pues sí lo sabe ––afirmó la mujer.
––Eso es bueno, mi amor ––le dijo su esposo––, así cuando sepa que tú eres su madre biológica, el golpe será menos traumático.
––No se lo voy a decir.
––¿Qué? ––Robert no entendía nada––. Alice, mi amor, por eso vinimos…
––Vine a conocerla y a establecer una relación con ella, no a decirle la verdad ––añadió asustada––. Tengo miedo de que no me lo perdone… Prefiero su amistad, a que me rechace si sabe el lazo que en verdad nos une.
––Alice, yo creo que haces mal, mi amor. Pienso que puede ser peor si la relación avanza y no le dices la verdad y luego lo descubre de alguna manera. ¿No has pensado que tal vez Corine se entere de que la hemos conocido?
––No lo había meditado ––admitió––, pero no creo que Corine le diga la verdad, incluso sabiendo que me he acercado a ella. Es muy probable que Corine respete mi silencio, si finalmente opto por no confesarle la verdad.
––Alice ––habló David al fin––, hay algo que no estás considerando en todo esto y que es muy importante…
––¿De qué hablas?
––Yo estoy interesado en Anne de verdad ––le confesó––, es una mujer increíble. Sin embargo, el conocer tu secreto se ha vuelto una barrera entre nosotros. Te debo lealtad, Alice, pero tampoco me siento bien de ocultarle algo tan importante a la mujer que quiero.
––David tiene razón ––apoyó su padre––. Lo estás colocando en un dilema.
––Y lo siento, David; tal vez te parezca muy egoísta, pero no puedo prometerte que antes de que termine el viaje yo le diga la verdad ––Alice tenía mucho miedo.
David se levantó y se sentó a su lado en el sofá.
––Te entiendo, Alice ––le dijo, tomándole la mano––, sé que es difícil y en modo alguno pretendo presionarte con una historia que solo tú debes contarle, pero también te pido que pienses en las consecuencias de postergar, indefinidamente, un secreto que, de conocerse en circunstancias no adecuadas, puede tener efectos devastadores e incontrolables para todos. Es mejor que Anne conozca la verdad, de tus labios y bajo tus propias condiciones, que de otra manera.
––Sé que tienes razón, David ––asintió––, pero no estoy preparada y ni convencida de cuándo lo esté.
David y Robert dieron por terminada la conversación, pues no podían insistir más. Alice sabía las consecuencias de hablar, y de permanecer en silencio también, pero solo a ella cabía decidir.
David no supo mucho de Anne en dos días, pues ella debía trabajar. El barco pasó por el puerto de El Pireo, Atenas, y luego paró en la maravillosa isla de Mykonos. Ese día Anne descansaba, así que no dudó en invitarla a bajar a tierra: “lleva traje de baño” ––fue una de las cosas que le indicó.
Anne no estaba muy decidida, pero finalmente aceptó. Mykonos era una de las más maravillosas islas griegas, a la que bien se le podría dedicar más de unas escasas horas. Si Santorini tenía unas vistas maravillosas, pero no unas playas de infarto, Mykonos lo tenía todo.
El grupo se reunió en el puerto nuevo y de ahí tomaron un barco hasta puerto viejo, y luego un autobús hasta la playa Plats Gialos, que era una verdadera maravilla: el sol estaba brillando, el cielo despejado, y el agua en calma. El mar allí era de color turquesa, casi verde, recordando las tonalidades del Caribe.
Había varias personas en la playa, pues era una de las más lindas de la isla, y con el buen tiempo, no eran los únicos que querían disfrutar del verano.
––¡Qué lindo! ––gritó Annabelle, en cuanto sintió las suaves olas romper en sus pies.
––Annie, no te alejes de la orilla ––le pidió su madre.
––Yo entraré con ella al agua ––apuntó David––. Las espero.
Alice y Anne se quedaron bajo la sombra de unas sombrillas, sentadas en las sillas reclinables, viendo el paisaje. Robert, David, y Annie ya estaban en el agua, pasándosela en grande. Alice aún no se había cambiado de ropa, mientras que Anne ya lucía un bonito bikini de color rojo.
––¿Está bien? ––le preguntó a Alice, al ver que la mujer suspiraba.
––Sí, estoy bien, no te preocupes es solo que… ––no sabía si decírselo––. He bajado mucho de peso, y no me siento a gusto con mi cuerpo. En la piscina del barco me sucedió igual, pero hice un esfuerzo por Annabelle. De cualquier forma, es una tontería mía.
––Nada que nos haga sentir mal es una tontería ––repuso Anne––. ¿Está bien de salud? No tiene que responderme si no quiere… ––se apresuró a decir.
Alice se giró hacia ella y le sonrió.
––Estoy mejor, me he ido recuperando ––afirmó––, pero me operaron de cáncer de mama hace unos meses.
––¡Oh! ––Anne no se lo esperaba.
––Los médicos dicen que se encontró a tiempo y que la cirugía salió bien ––le tranquilizó––. Sin embargo, luego de la operación y durante el tratamiento de quimioterapia, bajé bastante de peso. No quería comer nada…
––La comprendo, son efectos secundarios. Sin embargo, no se desanime, confíe en lo que le han dicho los médicos: que todo salió bien.
––Eso espero, ––le dijo Alice con otra sonrisa y tomándole la mano––, fueron meses muy duros para todos, especialmente para Annabelle, pero creo que ya todo va a quedando atrás. A pesar de ello, la enfermedad me hizo comprender que hay cosas en la vida que no se pueden postergar…
––Se refiere a viajar o a compartir unas vacaciones en familia, ¿verdad?
––También ––asintió ella, pensando en que lo más importante había sido conocer a su hija––. Hay muchas cosas que no nos atrevemos a hacer por miedo, o porque creemos que tenemos tiempo de sobra para hacerlas. Yo comprendí que debía estar en paz conmigo misma y hacer todo aquello que creyera importante.
––Una valiosa filosofía, sin duda: trazarnos metas y cumplirlas…
––Tienes razón. Por fortuna me siento mucho mejor de salud y creo que sobreviviré a esta enfermedad. Tengo mucho ánimo y fuerzas para continuar, y en las últimas semanas he ido recuperando lentamente mi peso…
––¡Eso es estupendo! Cualquier cosa que necesite, puede contar conmigo. No soy especialista, pero a veces basta solo con escuchar a las personas para que estas se sientan mejor.
––Gracias, Anne; me siento mucho mejor luego de haber hablado contigo, ¿qué te parece si entramos al agua? Los chicos y Annie nos esperan…
Anne asintió y poco después se bañaban todos juntos en las azules aguas de la playa de Mykonos, que parecía un verdadero paraíso.
Un par de horas de playa fueron suficientes para pasarla en grande. David conversó mucho con Anne, aunque no se atrevió a nada más frente a su padre y Alice. Annabelle también estuvo mucho tiempo cerca de ellos, pues simpatizaba mucho con Anne y adoraba a su hermano.
Luego de darse una ducha en la propia playa, los viajeros tomaron un autobús hasta Little Venice, uno de los barrios más románticos de la isla, situado en Chora Mykonos, también conocido como Mykonos Town. El lugar estaba repleto de elegantes y hermosas casas antiguas, situadas al borde del mar Egeo, con sus balcones de madera de color azul o rojo, mirando hacia el océano.
La zona, inicialmente de pescadores, ahora albergaba un área comercial vastísima, nutrida de comercios, bares, restaurantes, clubs nocturnos, y otros espacios para recibir la no despreciable avalancha de turistas. La familia Preston eligió el Kastro´s Restaurant para comer. Era un bonito lugar, con vistas al mar, aunque se ubicaron en una parte techada, pues el sol ya comenzaba a sentírseles a todos en la piel, tras el baño de mar.
La comida era excelente, pero entre las alergias reinantes, debían pasar de platos muy demandados como los mariscos, pulpo, ostras y otros frutos del mar. Se decantaron finalmente por filetes, pollo y ensaladas griegas para acompañar sus comidas.
Anne volvía a experimentar entre ellos, esa sensación de familiaridad, que tanto le sorprendía y gustaba. Robert era muy simpático y sencillo; Alice era amable, pero además despertaba en ella un sentimiento de apego que no podía explicar; Annabelle era una fuente inagotable de alegrías, y entre ellas existía una hermosa camaradería y David… David le hacía latir aprisa el corazón… Aunque no habían tenido momentos de intimidad, estar con él era demasiado bonito, y no podía negar que cada minuto que pasaba, estaba más deseosa de probar de nuevo sus labios.
––Hagamos un brindis ––propuso Robert, cuando les llevaron las copas de tinto––. Por Anne, que ya es parte de nuestra familia…
La aludida se ruborizó y miró a David un instante, creía que lo decían por él, aunque en verdad el asunto era mucho más serio de lo que imaginaba.
––¡Por Anne! ––exclamaron David, Alice y Annabelle con sus copas, la niña por supuesto que de agua.
––Y por ustedes ––apuntó la joven––, porque me han acogido como si lo fuera.
El corazón de Alice dijo: “lo eres”, pero solo David y Robert la comprendieron.
Cuando terminaron la comida, David propuso que fueran a visitar los molinos, que era uno de los puntos más emblemáticos de Mykonos y estaban muy cerca. Annabelle estaba cansada, y Alice también, así que prefirieron quedarse en el restaurante, tomando un refresco y disfrutando de la vista.
––Pero vayas ustedes ––los animó Robert––, estoy convencido de que vale la pena verlos.
David consultó en su teléfono cómo llegar, y la verdad es que estaban bastante cerca: a menos de quinientos metros andando, que eran aproximadamente unos seis minutos de camino. Anne lo acompañó, no podía negar que tenía deseos de estar a solas con él.
David, no más salir del restaurante y echándole culpas a lo irregular del terreno, le tomó la mano. Aquel gesto reavivó un recuerdo no muy lejano, de aquella tarde en Roma, en la que estuvieron muy cerca el uno del otro.
Los molinos de Mykonos eran una de las imágenes más típicas de la isla; ya no funcionaban, y algunos no estaban del todo conservados, pero eran una belleza y representaban lo que en otro tiempo fue una importante industria. Mykonos estaba en medio de la ruta marítima del Mediterráneo, por lo que en la época de la República de Venecia, era un punto clave para abastecerse.
Los molinos se encontraban en zonas donde batía el viento, lo que significaba que la mayoría de ellos tenían una envidiable vista del mar. Los jóvenes quedaron fascinados cuando vieron aquella imagen, casi quijotesca, de cuatro molinos de color blancos, con techo de paja, mirando hacia el mar…
––¡Qué belleza! ––exclamó Anne acercándose a ellos.
Se ubicaron de frente al mar, con los molinos a sus espaldas, para contemplar, desde la altura a la que se hallaban, el azul del agua y las embarcaciones de la costa. El viento agitaba el cabello de Anne, quien se había quedado pensativa, observando las tonalidades del cielo, y la belleza del paisaje.
––Me alegra ver esto contigo, Anne ––le dijo David, abrazándola por detrás y colocando su cabeza en el hombro.
––A mí también contigo. Tu familia es encantadora, me siento muy bien con ustedes…
David la rodeó hasta que se colocó frente a ella.
––Eres lo mejor de mis vacaciones ––le confesó––, pero te quiero a mi lado más que para unos pocos días de verano.
––David… ––Anne estaba muy nerviosa.
––Anne, sabes que no te he mentido: no existe ninguna otra mujer en mi vida que no seas tú. ¿Crees que si fuera un engaño te hubiese abierto las puertas de mi familia? Ellos jamás se prestarían para semejante cosa…
––Sí, ya sé que me dijiste la verdad ––admitió––, pero…
––¿Ya no sientes nada por mí? ––le preguntó mientras le acariciaba la mejilla.
––¿Cómo puedes pensar eso? ––Anne por fin se abrió––. Estás en mis pensamientos desde que te conocí, David… Ya sé que es demasiado pronto, pero lo que siento por ti es real.
––¡Al fin! ––exclamó él aliviado con una sonrisa; sin embargo, la sonrisa no demoró en volverse un beso, tan estremecedor como el primero.
Las aguas del mar Egeo fueron testigos; los molinos en los que ya no batía el viento, también lo fueron. El sentimiento era compartido, y nada como un beso para hacer crecer al verdadero amor.
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