Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

LSR - Capítulo 18 | No hay tierra firme

Nota de autora: el último capítulo que subí (el del sábado) lo junté con el capítulo anterior al mismo, por lo que si apenas vas en la parte en la cual Abigail se golpea la cabeza contra la ventanilla del auto por culpa de Forseti, devuélvete al capítulo anterior (el capítulo 17) y sigue leyendo después de esa escena, allí continúa el capítulo; por otro lado, si vas en la parte en la que todos van en el tren, estás en el lugar indicado. Disfruta este capítulo <3

Si no les sale el capítulo como les describo, eliminen el libro de su biblioteca y vuelvan a agregarlo, así se les actualizará el contenido del libro.



«Se mide la inteligencia del individuo por la cantidad de incertidumbres que es capaz de soportar».

—Immanuel Kant

Sé que las horas pasan, aunque yo siento que el tiempo se detiene. La incertidumbre no es algo a lo que esté acostumbrada, aunque ha estado presente desde el momento en el que conocí a los disidentes. Todo solía ser predecible en mi vida: mi futuro, mi rutina, la vida citadina; Distrito Capital se veía igual todos los días, todos los meses, todos los años, y a mí parecía no importarme. ¿Cuándo dejé de interesarme por descubrir cosas que estaban fuera de mi alcance? Como aquella vez que Martin y yo escapamos de la escuela y corrimos hasta la frontera de la ciudad, frontera que no tenía salida. Sí, lo recuerdo bien, aquellos pedazos de memoria aparecen repentinamente aún, sobre todo cuando duermo.

Preguntarme a mí misma si ahora estoy conectada con mi nombre resulta inútil, pues no sé si me he conectado del todo o si sólo me he acostumbrado a ser llamada Abigail Reed; a veces me siento ella, a veces no, sólo lo olvido, lo reprimo y continúo con mi día. Sin embargo, ahora que han removido aquellas lentillas de mis ojos no puedo evitar volver a sentir que todo mi cuerpo se paralizará y entrará en una nueva crisis existencial. No puedo ver mis ojos, pero pude ver los de Lugh cuando quitó las lentillas y ni siquiera me atreví a observar la reacción de Martin. Siento que aquellos pequeños y transparentes objetos me otorgaban la identidad que había perdido, y no sólo para mí, sino para todos los demás. ¿Ahora dejarán de tratarme como Abigail? ¿Seré de nuevo una extraña mezcla humanoide-humana?

Tal vez el remolino de incertidumbre en el que me he sumido en este silencioso viaje resulta bastante evidente, pues Lugh toma mi mano de manera repentina. Siento un leve cosquilleo recorriendo mi piel y todo mi cuerpo se estremece un poco. No estoy acostumbrada aún a sus repentinas muestras de cariño... ¿cariño? Sí, ha de ser eso, ¿no?

¿Cuándo tuve una muestra de cariño en mi vida? De mi madre, no; de mi hermano, no. Es decir, siempre he sabido que Martin me quiere, pero lo sabemos en silencio; sin embargo, esto que estoy sintiendo con Lugh es algo completamente diferente y nuevo, algo que jamás en mi vida había experimentado y evidentemente él tampoco. Estos pequeños detalles resultan casi intuitivos, como si algo dentro de nosotros nos empujara a hacerlo.

Tomo su mano con las dos mías y la posiciono sobre mi regazo. Él me observa con el ceño fruncido, confundido. Comienzo a recorrer las líneas de su palma con la punta de mis dedos lentamente, apenas rozándolo; puedo notar como se estremece ante mi toque. Yo sólo me concentro en sentirlo. Si alguna vez fue humano, ¿qué es lo que se siente tan distinto en su piel? Sé que no obtendré ninguna respuesta a esa pregunta y no por ello mi mente deja de preguntarla.

De un momento a otro él me detiene y toma mi mano entre las suyas, haciendo lo mismo que yo estaba haciendo hace tan solo unos segundos. El roce de sus dedos en mi piel provoca un cosquilleo mucho más intenso que aquel que siempre siento cuando nos tomamos de la mano. Puedo notar cómo frunce el ceño mientras cierra los ojos ante el tacto de mi piel y entonces sé que él ha de estarse preguntando lo mismo que yo: ¿qué es lo que se siente tan extraño en la piel de ella?

Entonces, sin previo aviso, sus dedos pasan de la palma de mi mano hacia mi muñeca, y luego recorren todo mi brazo debajo del abrigo, su abrigo. Un escalofrío recorre mi espina dorsal y de repente estoy conteniendo la respiración. Nadie se da cuenta de lo que hacemos: los humanoides están tan concentrados en el paisaje que han de estar sumidos en sus propios pensamientos, y Martin duerme plácidamente en el suelo del vagón.

Por primera vez desde que esta extraña situación comenzó observo a Lugh a los ojos y no puedo evitar recordar aquella vez que nos besamos en medio de la carretera, ese beso fue distinto, algo se activó en mí... en otras partes de mí.

Y siento que eso está sucediendo ahora y, a juzgar por la luminiscencia repentina de sus ojos, tal parece que lo mismo le está sucediendo a él.

Baja sus dedos hacia la palma de mi mano nuevamente y una bocanada de aire que estaba conteniendo hace no sé cuánto sale de mi boca. Él sonríe ante este gesto, es una sonrisa tímida. ¿No resulta extraño verlo sonreír? Sí, todavía me quedo embobada cada vez que lo hace, pues antes ni siquiera tenía la capacidad de hacerlo —aparte de una sonrisa sarcástica— y ahora parece que las sonrisas reales comienzan a aflorar de manera natural cada vez que estamos cerca.

Sé lo que ambos estábamos sintiendo con ese toque, puedo notarlo en la manera en la que retira su mirada de mí con prontitud. Agradezco que está oscuro para que no se note de sobremanera el sonrojo de mis mejillas. Quisiera poder sentir ese toque recorriendo otras partes de mí... Vaya, esa es una verdadera revelación.

Mi corazón, aunque débil, comienza a latir con tanta rapidez como puede. Lugh parece escucharlo, pues me dedica otra mirada curiosa. Ninguno dice nada, sólo nos miramos en silencio mientras el tren continúa su recorrido. Por un momento siento que somos dos adolescentes en aquella época en la que todos quieren explorar y tener aventuras repentinas; si mi memoria no me falla con ese lejano y borroso recuerdo, yo nunca sentí que algún chico lo valiese. ¿Me atraían algunos? Vaya que sí, el ejército está lleno de chicos guapos; ¿pero eran lo suficientemente interesantes? No lo creo. Yo estaba muy enfocada en mi deber, llegó un punto en el que sólo respiraba por obtener un ascenso.

Pero Lugh es diferente, no en un sentido típico, aunque suene contradictorio; Lugh es un ser que ha experimentado el mundo a través de la idea de ser tan solo un robot destinado a acabar con la raza humana, un ser que también está descubriendo otros aspectos de la existencia casi al mismo tiempo que yo; sin embargo, cuando recuerdo nuestra breve conversación en la carretera mi corazón da un vuelco y no es de una buena manera. Él mencionó que los humanoides no sienten amor, pero pueden hacer otras cosas para divertirse entre ellos. ¿Esas cosas implican...?

Sacudo la cabeza. ¿De repente he tenido un pequeño ataque de celos? Tal vez no seamos como dos adolescentes después de todo, él ya ha experimentado algunas cosas que yo no.

Lo escucho murmurar mi nombre, pero mi cabeza comienza a dar vueltas. ¿Acaso se trata de los celos? Siento náuseas y eso es lo que usualmente experimento cuando Lugh y yo nos ponemos... cariñosos; sin embargo, estas náuseas son distintas, me recuerdan a lo que sentí cuando perdí la consciencia mientras estaba con Martin en el bosque. Es como si la última gota de adrenalina acabase de dejar mi cuerpo y ahora el mismo me recuerda que algo malo me estaba sucediendo.

Lugh coloca su mano en mi cuello.

—Tu fiebre no baja.

Pero yo no puedo observarlo con fijeza pues el mundo me sigue dando vueltas y el movimiento del tren no ayuda.

Lugh me toma de los hombros, haciéndome voltear 180 grados. Entonces, algo que no esperaba sucede: me empuja levemente hacia abajo y lo siguiente que sé es que mi cabeza ha quedado sobre su regazo. Quisiera protestar, pero no puedo, resulta cómodo y la sensación de mareo disminuye un poco. Él me observa desde arriba con sus ojos aún emanando un poco de luz.

—Lo leí en un libro —murmura—. Cuando un humano se siente mal es mejor que tome reposo.

—¿Cuántas cosas sobre humanos leíste? —respondo, sonriendo. Cierro mis ojos casi instintivamente, apenas me doy cuenta de lo mal y cansada que me siento.

—Bastantes cosas innecesarias, pero algunas me han servido contigo.

—¿Innecesarias? ¿Como qué?

—La menstruación es el resultado del desprendimiento del recubrimiento del útero cuando el óvulo no es fecund...

—¿Eso es una indirecta? —interrumpo, levantando las cejas.

¿Indirecta? Siento mi cabeza hirviendo, la fiebre comienza a afectarme nuevamente.

—¿Qué? —pregunta, confundido.

—Si el óvulo no es fecundado...

—¿Cómo es eso una indirecta? —Ahora es él quien interrumpe—. ¿Quieres que fecunde tu óvulo? Eso no sería posible, yo no produzco...

Me levanto de su regazo con rapidez al tiempo que escucho protestas de Alai, mientras Forseti se tapa los oídos. Alice, por su parte, parece estar feliz con la conversación que está escuchando.

—Yo no me refería a eso —justifico.

Lugh sonríe de manera irónica ante mis palabras.

—Ya. Me gusta molestarte con las incoherencias que dices como producto de la fiebre, no te lo tomes personal —explica.

Pero yo no puedo responderle. Siento cómo mi estómago se revuelve y pronto abro paso entre los humanoides, saco mi cabeza por la puerta abierta del tren en movimiento y vomito lo poco que tengo en mi estómago. Por un momento la debilidad en mi cuerpo produce una sensación cosquilleante en mis piernas y estoy a punto de caer a través de la puerta, pero alguien me agarra con prontitud antes de que eso suceda.

Cuando volteo, me doy cuenta de que se trata de Forseti, quien me lleva hasta donde Lugh, obligándome a sentarme de nuevo y recostarme contra la pared. La líder se acerca a mí con prontitud, mientras Lugh me observa con preocupación.

—Lo que sea que te está pasando no parece normal —comenta ella—. ¿Qué sucedió en 27?

Sus rostros se duplican, luego se triplican. Cierro los ojos con fuerza mientras me llevo las manos a la cabeza en un intento de ignorar el meneo incesante del vagón.

—No sucedió nada especial en 27, al menos nada que tenga que ver con mi salud.

—Sus ojos. —La voz suave de Alice llega a mis oídos y es lo único que provoca que abra mis ojos.

—Están emanando luz —murmura Lugh—. ¿Eso había sucedido antes?

—No lo sé —respondo, cerrándolos de nuevo—. Tal vez. No puedo ver mis propios ojos.

—Buscaré algo que podamos darle —propone Alai, poniéndose de pie—. Este tren está repleto de suministros, después de todo.

—Iré contigo, no confío en tu criterio para elegir medicamentos —añade Lugh, yendo tras él.

—¿Qué tan difícil puede ser? Hacemos que se trague unas cuantas píldoras, eso ha de ser suficiente.

—¿Unas cuántas? ¿Conoces la palabra sobredosis?

Ambos humanoides comienzan a discutir y sus voces se pierden en la distancia a medida que se alejan. Siento el vacío que dejó Lugh a mi lado y por algún motivo quisiese sostener su mano en este momento.

—La medicina podrá hacerte sentir bien por unas horas, pero algo me dice que lo que te está sucediendo es mucho más incontrolable.

—Los humanos nos enfermamos, Forseti, es normal. Somos debiluchos después de todo —bromeo, pero no tengo la energía suficiente para reír.

—No, Abigail, yo puedo sentir tu fiebre desde aquí —interviene Alice, quien continúa sentada al borde de la puerta—. Froy me dijo que si una fiebre sobrepasa los cuarenta grados centígrados es un tema preocupante, peligroso.

—¿Cómo saben cuánta fiebre tengo? No tienen un termómetro.

—Nosotros podemos controlar nuestra temperatura a nuestro gusto, una herramienta para lograr que nuestro sistema humanoide sobreviva en ambientes hostiles durante la guerra —explica Forseti, sentándose a mi lado—. La cuestión, Reed, es que tu fiebre está sobrepasando los cincuenta grados.

Mi mente reproduce un recuerdo más: Babilonia; Lugh y yo en medio del mar, él controlando su temperatura, yo abrazada a su cuerpo. Pero me duele pensar y la imagen se esfuma con rapidez.

Río por lo bajo. A este punto no sé si me estoy imaginando la conversación o si realmente está sucediendo, aun así, continúo respondiendo.

—Eso no es posible, estaría muerta —puntualizo—. Ningún humano sobreviviría a una fiebre de cincuenta grados. Es más, no creo que alguien haya alcanzado a llegar a ese número.

Por un momento hay silencio. Después de un rato intento abrir los ojos, pero estos se sienten pesados y mis párpados comienzan a doler.

—No olvides que ya no eres cien por ciento humana, Reed —aclara la pelinegra.

Sus palabras me dejan callada, pues a veces suelo olvidarlo. Tiene razón, sólo por eso no estoy muerta, mi parte humanoide compensa un poco el desequilibrio al que mi cuerpo es sometido como producto de la fiebre; sin embargo, eso no significa que mi parte humana no esté sufriendo con el malestar que esto implica, aunque sé que podría ser peor. ¿Cuál es la causa de esto? Intento recordar cada detalle de lo que ha sucedido en las últimas semanas, pero no llega nada a mi mente que pueda relacionar con esto.

Sólo una cosa hace presencia en mi ser, una cosa inconexa y repentina: aquel presentimiento de que algo va a suceder, el mismo presentimiento que había experimentado un par de veces en el pasado y que aparece de la nada sin ningún contexto o explicación posible. Algo se me está escapando, lo sé, puedo sentirlo en lo más profundo de mi ser. Mi cabeza comienza a doler poco a poco como si mi mente se estuviese esforzando por traer a la superficie cualquiera que sea el recuerdo conectado a este presentimiento, pero no lo logra, sólo siento dolor.

Entonces algo más llega a mi memoria, algo que ya había recordado antes: Se trata del proyecto RR.ER, aquel documento que robé de la oficina de mi madre hace ya tanto tiempo. ¿Acaso está eso relacionado con el presentimiento extraño que tanto ronda en mi cabeza?

Pero no tengo mucho tiempo de ahondar en aquellos pensamientos, pues los pasos de Lugh y Alai interrumpen mi ensimismamiento. A duras penas puedo abrir los ojos lo suficiente para ver aquellos dos orbes mercurio pertenecientes a Lugh observándome con fijeza. Él me abre la boca con su mano, mientras que con la otra introduce tres píldoras, posándola sobre mi lengua; después acerca a mis labios una botella de agua la cual me hace beber, tragándome las píldoras. La sensación del agua llegando a mi estómago no es placentera, siento que aquel órgano quiere rechazarla y expulsarla por el mismo lugar por el que entró, al igual que las píldoras, pero eso no sucede.

—Calmarán la fiebre y el vómito por unas cuantas horas —dice Lugh, ayudándome a poner de pie—. Ven, tienes que intentar dormir, quedan muchas horas de viaje.

No sé a dónde me lleva. Los demás se quedan atrás, retomando las posiciones que tenían antes, aunque puedo sentir en mi espalda las miradas de incertidumbre puestas sobre mí. Lugh me lleva tres vagones más lejos, donde han encendido una pequeña lámpara de aceite y han hecho una cama improvisada en el suelo con algunas mantas que han de haber encontrado por ahí. Me ayuda a recostarme, poniendo otra manta doblada bajo mi cabeza a modo de almohada.

El mareo continúa disminuyendo, pero siento mi cuerpo ardiendo al mismo tiempo que escalofríos recorren mi piel. Mi cabeza duele y se siente caliente, y me cuesta pensar con claridad, como si toda la energía de mi cuerpo estuviera enfocada en intentar combatir la fiebre. No es la situación más placentera.

Lugh, quien se había agachado a mi lado para acomodar la almohada improvisada, intenta ponerse de pie con la intención de irse, pero es detenido por mi mano, que agarra su brazo. Fue un movimiento inesperado, ni siquiera yo lo planeé con anticipación. De nuevo, no puedo pensar con claridad, es como si mi cuerpo estuviese guiado por instintos.

Él entrecierra los ojos, confundido. ¿Qué esperaba lograr con esta acción? No lo sé, pero no me importa mucho. Lo observo a los ojos, su rostro comienza a ponerse nítido una vez más a medida que la sensación de mareo y náuseas disminuye.

Parece esperar a que yo diga algo, pero ni una sola palabra sale de mi boca, me he quedado paralizada. Pienso en las ocasiones en las que nos hemos besado; pienso en las cosas que he sentido últimamente, en las cosas que deseo, pero que ni siquiera me he dicho a mí misma con claridad. Pienso en su naturaleza y en la mía, o en el hecho de que ambos fuimos algo distinto originalmente, otro tipo de ser. Si lo que vimos en los laboratorios aplica para todos los humanoides, eso podría significar que las cosas que Lugh siente no son antinaturales, sólo son los rastros de lo que alguna vez pudo sentir como humano.

Sin embargo, sus ojos artificiales siempre sobresalen. ¿Y si no fue humano? Él pertenece a los robots creados para la Tercera Guerra Mundial hace tantas décadas que no quiero contar. ¿Y si lo que vimos es algo que sólo están haciendo con humanoides creados recientemente? Pero esa teoría se derrumba cuando recuerdo que Ariana es una de las originales y ella también estaba en aquel laboratorio. De todos modos, ¿me importa lo que es o no es Lugh? ¿Lo que alguna vez pudo haber sido? No, realmente no; aquellos ojos hipnóticos provocan tantos nervios en mí que sé que ese magnetismo es parte innata de él, no importa qué especie sea.

Siento un revoltijo en el estómago nuevamente, pero esta vez se trata de mariposas, no de náuseas.

Quiero soltar mi agarre cuando él alza una ceja ante mi insistente mirada silenciosa, pero mi mano no obedece. Aunque resulta un tanto intimidante no logro quitar mis ojos de él y sólo sé que quiero más.

Lo atraigo hacia mí con fuerza, una fuerza que ni siquiera sabía que tenía en este momento. Él tiene que posicionar sus manos en el suelo para evitar que todo su peso caiga sobre mí. Ahora se encuentra encima de mí, confundido; sus ojos han comenzado a iluminar de tal manera que puedo notar cómo la luz se refleja en la piel de mi rostro. Permanecemos así por unos segundos: en silencio, observándonos fijamente. Las palabras no son necesarias, es como si pudiéramos comunicarnos con la mirada.

Él se acerca a mi rostro con prontitud cuando el silencio y la distancia comienzan a tornarse insoportables. Cuando sus labios tocan los míos siento un escalofrío recorriendo mi espalda y un extraño y agradable vacío inundando mi pecho. Mis brazos rodean su cuello y él me atrae aún más hacia él posicionando su mano bajo mi espalda. Nos besamos con rapidez, casi afanados, como si nos hubiese hecho mucha falta hacerlo. Apenas puedo tomar pequeñas bocanadas de aire entre cada beso mientras entierro mis dedos en su cabello.

Para otros esto resultaría antinatural; para nosotros quizá solía serlo, pero el que fuese prohibido, inimaginable y nunca antes visto lo hace incluso más atractivo. Cada beso suyo se siente irreal, tal vez esto me haga aún más traidora que antes: traicioné a la Gran Nación, traicioné a los disidentes, traicioné a mi madre, ¿ahora estoy traicionando a la humanidad? Qué bien se siente hacerlo.

Sus labios escapan de los míos y comienzan a besar mi cuello. Abro los ojos con ímpetu mientras siento mi cuerpo estremecerse. Esto es algo que jamás había sentido, es una especie de cosquilleo casi insoportable, pero en un buen sentido, no encuentro mejor manera de describirlo. Cierto sonido se escapa de mis labios y esto parece enloquecer a Lugh de alguna forma, pues me aprieta contra él con incluso más fuerza y puedo sentir sus dedos enterrándose en mi espalda. Sus besos se vuelven más intensos y siento que comienzo a sudar, y no es por la fiebre. No sólo siento estas agradables sensaciones en la piel de mi cuello, también comienzo a sentir cosas increíbles en otro lugar.

Vaya, Abigail, ¿qué es lo que está sucediendo? ¿Cómo es que pasaste de odiarlo a muerte a sentir estas cosas en aquellos lugares por él?

Cuando está a punto de bajar más allá de mi cuello yo no puedo evitar preguntarme: ¿y si algo lo mismo con él? ¿Sentirá las mismas cosas que yo? No sé cómo logro interrumpirlo y no sé de dónde saco la fuerza para intercambiar posiciones, lo único que sé es que logro posicionarme sobre él, con mis piernas encerrando su torso y cuando estoy arriba puedo sentir algo particular debajo de mí y sonrío cuando sé que no soy la única experimentando cosas en aquellos lugares.

De alguna manera que no logro prever Lugh me quita el abrigo con agilidad y yo me quedo paralizada, pero una sonrisa se dibuja en mis labios. Me acerco lentamente a él. Primero rozo mis labios con los suyos, pero cuando él intenta alcanzarlos para un beso yo me desvío a su cuello, tal como lo hizo conmigo. Puedo sentir el agradable aroma que caracteriza su ropa: el de plantas aromáticas, el mismo olor que tienen sus abrigos, pues suele guardar pequeñas hojas en sus bolsillos. Estas esencias florales me emborrachan momentáneamente y no puedo hacer más que disfrutar de ese aroma que es tan particular de él. Ahora mis labios están rozando su cuello y, cuando finalmente planto pequeños besos en su piel él me aprieta con tan fuerza que por un momento me quedo sin aire.

Al parecer sí siente las mismas cosas que yo sentía y una sonrisa de satisfacción aparece en mis labios.

—Reed —nombra con impaciencia. Sus ojos iluminan con extrema intensidad—. Qué es lo que tanto esperas.

—Oh, nada, sólo me gustaría verte rogando —bromeo.

—¿Quieres que un humanoide le ruegue a una humana? —inquiere, levantando las cejas—. ¿Quieres que yo le ruegue a una humana? —Hace especial énfasis en la palabra «yo».

Pero no me da tiempo de responderle, pues coloca su mano en mi nuca y me atrae hacia sus labios con afán.

Este beso es incluso más apasionado que el anterior, ahora ninguno de los dos puede esperar. Él mete su mano bajo mi blusa y recorre mi espalda con lentitud. La extraña sensación de su piel sobre la mía continúa sacándome de este mundo y cada vez más de aquellos sonidos se escapan de mi garganta. Yo no puedo aguantarlo e introduzco mi mano bajo su camiseta, sintiendo sus músculos y la piel de su abdomen y su pecho.

Es la primera vez que sentimos otros lugares que no sean nuestras manos o nuestro rostro y a este punto siento que la ropa comienza a estorbar; sin embargo, mis manos pierden su fuerza repentinamente y todo mi peso cae sobre él.

Mi respiración es irregular por una combinación de nerviosismo como producto de la situación con Lugh y malestar como producto de lo que sea que está pasando con mi cuerpo desde hace unas horas. Él lo nota y me posiciona de nuevo sobre la cama improvisada.

Toca mi cuello y mi frente y de un momento a otro su rostro comienza a verse doble nuevamente.

—Estás muy caliente, incluso más que hace un rato —dice, preocupado.

—Bueno, tú me pusiste caliente —respondo sin pensarlo.

A pesar de estar viendo a dos Lugh en este momento puedo notar con claridad cómo sus ojos se abren como platos y escucho cómo carraspea con nerviosismo.

—Me refería a la fiebre —aclara, pero una sonrisa coqueta aparece en sus labios después de un rato—. Pero qué bueno saber que no fui el único que se sintió caliente hoy.

Siento el calor subir a mi rostro. ¿Es posible sonrojarse más de lo que ya estaba? La fiebre me hace soltar la lengua. Estoy a punto de protestar, pero el revoltijo en mi estómago vuelve y la arcada involuntaria de mi cuerpo alerta a Lugh con prontitud. Él toma una cuenta vacía que encuentra que se encuentra en una repisa y la coloca bajo mi boca antes de que el vómito salga una vez más.

—Bueno, Reed, tanto asco te dio tocarme —bromea, pero no puede evitar traslucir la preocupación en el tono de su voz.

—Eres un tonto humanoide, qué esperab...

Pero mi voz se detiene cuando siento una sensación insoportable de ardor recorriendo mis venas. Aprieto mis labios con fuerza con el fin de evitar dejar salir cualquier sonido de dolor que pueda preocupar a los demás, pero no puedo evitar revolcarme en la cama ante la quemante sensación que experimento, tal como sucedió en el bosque. Lugh intenta socorrerme, pero nada puede detener lo que estoy sintiendo. Esta vez, sin embargo, la sensación desaparece después de un minuto, aunque para mí se sintió como una hora. Me duele mover hasta el más pequeño músculo y mi cuerpo se siente liviano, como si estuviese flotando.

Los ojos de Lugh iluminan nuevamente ante lo que acaba de suceder y aunque me cuesta abrir los ojos puedo oler su preocupación, si es que eso tiene sentido.

—Las medicinas no funcionaron, de hecho, parece que lo empeoraron todo —murmura, más para él que para mí—. Y acabas de vomitar las píldoras.

Intento formular teorías sobre lo que está sucediendo, pero no puedo mantener mi concentración enfocada en un solo pensamiento. Si los conocimientos médicos de Lugh no pueden ayudarme, ¿entonces qué podría?

Por primera vez en mucho tiempo comienzo a sentir un poco de temor. No sé si moriré, si algo salió mal con la experimentación que llevaron a cabo conmigo, existen muchas posibilidades y ninguna es certera.

Lugh parece estar sumergido en sus propios pensamientos, como intentando encontrar una respuesta o una solución. Si mi fiebre ha aumentado más que antes eso sólo significa que mi temperatura corporal ahora es incluso superior a los cincuenta grados. ¿Y si me debilito a tal punto que mi parte humana muere? No puedo evitar pensar en una especie de separación en mi cuerpo y qué pasaría si una de mis dos naturalezas no puede resistir más, ¿la otra parte compensaría el daño?

Él me dice algo que no logro entender, pues estaba escuchando a mi propia cabeza. Se pone de pie y se va con rapidez. Vuelve unos minutos después con un pequeño frasco de medicamentos. Esos suministros han de ir a los hospitales de las ciudades más grandes, hospitales que sólo los ricos pueden pagar.

—Tal vez si te sedamos... —Saca una píldora del frasco. Parece estar haciendo cuentas en su cabeza—. Esto sería suficiente para dormirte por algunas horas, al menos hasta que lleguemos a nuestro destino.

—¿Y qué esperanzas hay en nuestro destino? Sólo revisaremos si Renée se encuentra allí. —Mi voz está apagada, debo hacer un gran esfuerzo para poder hablar con claridad.

Él aprieta sus puños con enojo y sus ojos emanan un poco de luz, algún recuerdo lo está perturbando.

—Estamos hablando de Torclon. Si yo no puedo ayudarte, uno de sus científicos locos lo hará —explica, sentándose a mi lado—. Y si no cooperan, yo mismo me encargaré de hacerles desear que nunca hubieran existido.

Su repentina idea violenta me parece tierna. Vamos, es su forma de demostrar que le importo.

Pero tal como él mismo lo mencionó: estamos hablando de Torclon, su fortaleza subterránea ha de estar armada de soldados en cada esquina, no existe forma de que saquemos a un científico sin que nos asesinen primero.

A no ser...

Mis ojos se abren con ímpetu provocando un repentino dolor en mi sien. Siento como si un bombillo se hubiese iluminado en mi cerebro.

—Tal vez no tengas que obligar a nadie ni desearle que nunca hubiese existido —señalo—. Tal vez alguien quiera ayudarnos.

Un «pff» irónico sale de su boca al tiempo que rueda los ojos, pero cuando nota mi seriedad parpadea con rapidez.

—¿Estás hablando en serio? ¿Quién querría ayudarnos? A ti, a mí, a nosotros... Disidentes, traidores, enemigos de la nación...

—Russo —pronuncio con firmeza.

Cierro los ojos para evitar que el dolor de mi sien aumente. Entonces recuerdo mis encuentros con él en Torclon, que probablemente fueron muchos más de los que están almacenados en mi cabeza. Lo poco que sé de él es que se encuentra bajo las órdenes de Renée sólo porque no tiene otra opción.

—¿Russo? —La voz de Lugh me saca de mis pensamientos.

—Él fue el científico encargado de llevar a cabo mi transformación.

—¡¿Qué?! —grita. Estoy segura de que los demás pudieron oírlo—. ¿Quieres cooperar con el monstruo que te convirtió en esto? ¿El que te torturó?

Por primera vez puedo notar indignación trasluciendo en las palabras de Lugh. Ha desarrollado muchas más emociones últimamente.

—Russo es bueno, Lugh. Él fue quien ayudó a escapar a Martin y rompió la pequeña central de control que me tenía sometida antes de mi fallida ejecución.

—Es lo mínimo que podía hacer.

—No, no fue lo mínimo, gracias a él continúo conservando un poco de mi humanidad y gracias a él los recuerdos han vuelto a mi cabeza poco a poco. Russo desobedeció a Renée, no completó la experimentación al cien por ciento.

Mis palabras parecen calmarlo de manera inmediata. Asiente lentamente al tiempo que deja salir un suspiro.

—Está bien, buscaremos a Russo —acepta, encogiéndose de hombros—. Pero quiero que sepas que soy un humanoide rencoroso. Después de todo, él colaboró en tu tortura.

Río levemente. No hace falta que lo diga, sé que es un humanoide rencoroso cuando se trata de Torclon y la humanidad en general, aunque el que sienta distintas por mí ya es un gran avance.

Se acerca e introduce la pequeña píldora en mi boca y me ayuda a beber de otra botella con agua. Al menos esto podrá asegurarme un pequeño descanso y no tener que aguantar el malestar que siento por unas cuantas horas. Permanece a mi lado, observándome.

—Vamos, Lugh, esto tardará un poco en hacer efecto, no te quedes allí mirándome tan fijamente.

—¿Te intimido?

—Eso quisieras.

Pero no tengo energías para discutirle, él ganará esta pequeña batalla verbal.

—Bueno, tal vez me pones un poco nerviosa —continúo—. Estaría menos nerviosa si te recuestas a mi lado.

Él levanta una ceja mientras frunce los labios. Observa el pequeño espacio a mi costado derecho y permanece paralizado un momento, como si no supiese qué hacer. Le toma todo un minuto terminar de decidir su siguiente acción y al final hace justo lo que le pedí.

Cuando se recuesta a mi lado mis nervios aumentan incluso más, por supuesto que no estaría menos nerviosa.

—Es extraño que todavía nos cueste admitirlo —digo, cortando el silencio—. Digo, acabamos de... casi...

Carraspeo, las palabras no salen de mi boca. Él menea la cabeza, pensativo.

—Creo que se trata de orgullo. —Su voz ahora es más baja y la tensión de su cuerpo parece desaparecer poco a poco—. El orgullo siempre impide que los sentimientos afloren de manera natural.

—Tu orgullo de humanoide y mi orgullo de humana.

—A ti te enseñaron a odiar a los míos y yo aprendí a odiar a los tuyos, así ha sido toda nuestra existencia —complementa—. Aquel odio es casi innato, impide admitir que el orden natural de las cosas ha sido alterado, porque ahora sólo queda admitir que los ideales de odio que tanto defendía simplemente se han derrumbado por culpa de un solo ser que apareció de la nada y que además es hija de la mujer más horrible que ha pisado esta tierra.

Esto último lo dice tan rápido que apenas puedo retener las palabras en mi mente. Ladeo mi cabeza hacia él, sonriendo.

—Vaya que te desespera —observo—. Qué orgullo tan herido.

Él también ladea su cabeza. Ahora nos miramos fijamente, tan solo unos centímetros separan nuestros rostros.

—Tú me desesperas, Reed —responde en voz baja—. Pusiste mi mundo patas arriba, aunque intenté impedir que sucediera.

Por un momento olvido respirar. No entiendo cómo alguien puede lograr paralizarme tan solo con unas palabras.

—Yo también intenté impedir que hicieras lo mismo con el mío —confieso.

Mi mano está rozando la suya y poco a poco entrelazamos nuestros dedos con un deje de timidez.

—Fallamos —susurra—. He de admitir que me asusté, Reed. Tan solo imagina haber vivido décadas solo con un manojo específico de emociones y que de repente comiences a sentir cosas nuevas, desconocidas, cosas que intentas comprender pero que no tienen respuesta alguna.

Su mano libre se acerca a mi rostro y acaricia mi mejilla con suavidad. Este gesto inesperado me estremece. Cierro mis ojos ante el tacto y ante la agradable sensación que genera su piel sobre la mía.

—La peor parte: comenzar a sentirlas por culpa de un miembro del bando enemigo. No sabía qué hacer, cómo reaccionar; sólo pensaba en lo mal que estaba, sentía que estaba traicionando a la disidencia, que estaba traicionándome a mí mismo.

Fallamos, sí que fallamos, pero era inevitable hacerlo. Estos sentimientos son tan nuevos para él como lo son para mí y de alguna forma me alegra que podamos vivir esta extraña primera vez juntos. Tiene razón sobre el orgullo, pues el orgullo está herido; después de todo, llevamos toda nuestra existencia pensando que ambas razas no pueden convivir juntas, pensando que la otra no merece existir. Pero qué importa el orgullo; yo soy una traidora y él un disidente, a este punto da igual lo que piensen los nuestros; sin embargo, entiendo la sensación, pues yo me sentí igual, pero ¿lo cambiaría?

Volteo mi cuerpo levemente para quedar recostada sobre mi costado y poderlo observar mejor.

—¿Te gustaría cambiarlo? —inquiero—. Si Russo pudiese reprogramarte y eliminar esos nuevos sentimientos, ¿lo harías? Porque él podría.

Él permanece en silencio ante mi pregunta y frunce el ceño. Puedo notar cómo decenas de pensamientos pasan con rapidez en su cabeza mientras retira su mirada de la mía. Entonces siento miedo ante la posible respuesta, incluso a pesar de la fiebre siento como si todo mi cuerpo se pusiese helado de un momento a otro. Mi respiración se torna irregular con cada segundo que pasa y su silencio comienza a preocuparme. Hago ademán de responder, pero cuando mi boca se abre sus ojos mercurio vuelven a fijarse en los míos.

—No cambiaría absolutamente nada, Reed —confiesa—. No te cambiaría por nada, ni cambiaría el haberte conocido si pudiese volver en el tiempo.

Ahora soy yo quien se queda en silencio, completamente en shock. Sus palabras provocan un revoltijo en mi estómago y de nuevo siento que no existe suficiente aire en el ambiente que pueda llegar a mis pulmones. Comienzo a balbucear con nerviosismo, ni una sola palabra lógica sale de mi boca. Él ríe con suavidad, volviendo su mirada al techo. A este punto he logrado detectar que la luminiscencia de sus ojos es distinta dependiendo de lo que sea que esté sintiendo: cuando está molesto o tiene sentimientos negativos estos iluminan de una manera casi cegadora, el color mercurio se torna incluso más intenso; cuando está nervioso sus ojos también iluminan con intensidad, pero de una forma un tanto más suave, aunque suene contradictorio; es como si el color mercurio de aquella luz se aplacara un poco y en su lugar fuese un tenue gris igual de atractivo.

—Me pusiste sentimental y te hice olvidar el lenguaje básico, creo que es mejor dejarlo hasta aquí —bromea, volviendo a reír—. Ha sido un gran avance, si contamos también el que casi cumplo tu sueño de fecundar tu óvulo, aunque yo no pueda hacer eso.

Mis mejillas han de estar tan rojas como un tomate y me atraganto con mi propia saliva ante el recuerdo de lo que sucedió hace un rato; por un instante siento el mismo cosquilleo de antes bajando por mi cuello. Volteo a mirar el techo también, no puedo mirarlo al rostro en este momento.

—Si te soy honesta no sé lo que hago, sólo me dejé guiar por mi instinto —admito con vergüenza—. En otros tiempos prefería matar mi tiempo entrenando en un intento de conseguir un ascenso de la inutilidad llamada EMA, nunca lo he...

Pero me da mucha vergüenza decirlo en voz alta; sin embargo, a él parece no importarle.

—Está bien, yo nunca lo he hecho con una humana —dice.

Sus palabras provocan aquella horrible sensación nuevamente, esa cosa llamada celos.

—¿Con cuántas humanoides lo has hecho?

—¿Estás celosa? —Puedo notar por el rabillo del ojo cómo alza una ceja con diversión.

—No, sólo es curiosidad.

Una breve risa escapa por su garganta, él sabe que se trata de celos; aún así no puedo evitar reír con él.

—Da igual, ahora me doy cuenta de que es como si nunca lo hubiera hecho —comenta—. Las cosas que sentí contigo hace un rato son diferentes: el tacto de tu piel, la sensación de tus labios, lo que se siente besarnos. Es todo distinto cuando se trata de un cuerpo humano, al parecer, podríamos decir que ambos somos inexpertos.

Sonrío, aunque él no pueda verlo. Sé a lo que se refiere incluso aunque yo nunca haya sentido a un chico, sólo sé que la piel de Lugh se siente extrañamente agradable, como fuera de este mundo, es algo que no se asimila a mi propia piel.

Esta conversación está interesante —bastante, he de decir—, pero mis ojos comienzan a sentirse pesados, aquella píldora está haciendo efecto; no obstante, hago lo posible para mantenerme despierta, hace mucho no pasaba tanto tiempo con él.

Lo entiendo, las pocas veces que llegamos a rozar nuestra piel de manera accidental cuando todavía éramos una especie de enemigos siempre se sentían distintas.

Hablando sobre humanos y humanoides un pensamiento viene a mi mente, algo que no había recordado hoy de esta manera específica: estoy ocultándole un secreto que podría cambiar la forma en la que ve todo. Parpadeo con rapidez mientras aprieto un poco más su mano, la cual todavía sostengo. Humano, Lugh solía ser humano. Por un instante la idea repentina de confesarle lo que sé viene a mi mente, pero entonces recuerdo la promesa que le hice a Martin; de igual manera, aunque no hubiese prometido nada a mi hermano sé que no sería capaz de decírselo a Lugh. ¿Cómo podría reaccionar? No sólo por el hecho de enterarse de que yo lo sabía y lo estuve ocultando, sino por el hecho de ser consciente de que alguna vez fue lo que tanto odia: un humano.

Trago saliva, no sé qué hacer. Sólo se me ocurre hacerle una pregunta.

—Lugh, hablando de Russo y de lo que Torclon me hizo a mí: si tuvieses la oportunidad de transformarte en humano, ¿lo harías?

Él resopla e inmediatamente sé la respuesta.

—La humanidad esclavizó a los humanoides por décadas, nos negaron derechos básicos correspondientes a un ser con consciencia propia, han masacrado a los nuestros por mucho tiempo incluso aunque no hemos devuelto el ataque y, por último, pero no menos importante: bombardearon nuestras ciudades, ciudades que nos tomó años construir y hacer prosperar en nombre de nuestra libertad.

—Así que no —concluyo con nerviosismo.

—Jamás —enfatiza.

No muevo ni un músculo y no parpadeo por un minuto entero. Ahora menos valor tendré de confesarle lo que sé en un futuro, me pregunto cómo reaccionará cuando lo sepa y temo encontrar una respuesta.

Pero no puedo mantener mis ojos abiertos por mucho tiempo, pues poco a poco siento que me desconecto del mundo y ni siquiera el deje de adrenalina provocado por esta conversación puede mantenerme despierta.

—¿Por qué me preguntas eso? —Es lo último que le escucho decir antes de quedarme dormida.

Cuando abro mis ojos la oscuridad se ha transformado totalmente y ahora el ambiente está levemente iluminado por la luz del día que se escapa a través de los orificios en las paredes de este vagón. Lugh no se encuentra a mi lado, pero no me da mucho tiempo de pensar en un porqué; cuando me levanto de mi cama improvisada pierdo el equilibrio por un par de segundos. Mi cabeza se siente inflada, como si estuviese a punto de estallar, pero me siento un tanto mejor que anoche, aunque no tengo muchas energías, al menos ahora el mundo no se ve doble y el movimiento del tren no me está provocando náuseas.

Me pongo el abrigo con rapidez y camino a través de los vagones en busca de comida, la cual no me cuesta encontrar. Si no tengo ambrosía al menos tendré que suplir el hambre natural que comienzo a sentir en mi estómago. Aunque me da miedo vomitar lo que como devoro con rapidez dos bananas, una cajita de jugo y una lata de atún. Puedo sentir cómo un poco de energía comienza a germinar en mi cuerpo y un suspiro de alivio sale de mi boca.

Me topo con suministros de higiene y me alegro al encontrarme con una caja de cepillos de dientes y otra de crema dental; algo tan simple como esto se siente como gloria. Me lavo los dientes con tanta brusquedad que lastimo mis encías, pero la sensación de frescura y el dejar atrás el sabor a vómito no tienen precio.

Cuando por fin tengo el estómago lleno —aunque no sé cuánto tiempo dure así— y los dientes limpios, retomo mi camino hacia el vagón en el que se encuentran los demás. No me cuesta llegar. Martin se encuentra despierto y me observa con alivio. Se acerca a mi con rapidez y coloca una mano sobre mi frente, la cual retira con prontitud como respuesta a un reflejo natura. Se sostiene la mano con la otra y me observa con el ceño fruncido.

—Estás hirviendo —comenta.

—Pero no tanto como ayer —agrega Alice, quien se acerca y me da un fuerte abrazo—. Lugh me comentó el cambio de planes.

—¿Qué cambio de planes?

—Que secuestraremos a Russo —responde Forseti.

Yo levanto mi dedo índice en un intento de verme un poco más fuerte.

—Pediremos su ayuda —corrijo—. No lo vamos a secuestrar.

—Oh. —Alai suena decepcionado. Abro mis ojos con brusquedad cuando me doy cuenta de que estaba afilando una navaja, la cual guarda en su pantalón con lentitud.

—¿Qué pensabas hacer con eso? —inquiero.

—Pedirle su ayuda —responde, encogiéndose de hombros.

—¿No podré estrenar mi nuevo juego de cuchillos? —pregunta Alice, bajando la cabeza y alejándose a paso lento hacia la puerta del vagón.

Estoy a punto de responder, pero Lugh aparece de la nada frente a mí, cayendo del cielo y haciéndome sobresaltar. Al parecer se encontraba en el techo, tal vez echando un vistazo al camino.

Nos observamos en silencio por un momento.

—Tal vez puedas usar tus cuchillos para cortar la tensión sexual que existe entre esos dos —sugiere el rubio a Alice.

Martin se aleja de mi con una mueca de asco y Lugh sólo sonríe con ironía.

—Al menos ya puedes ponerte de pie, dormir ayuda a que tu cuerpo se recupere un poco.

—Sí, pero no sé cuánto tiempo aguante, todavía me siento débil.

—Faltan pocos minutos para llegar a nuestro destino —anuncia.

Lo único que no han planeado es cómo sacaremos a Russo de allí.

El tren ha recorrido tantos kilómetros que el paisaje ha cambiado de manera drástica. No veo bosques cerca y las montañas ahora son una sombra lejana. Aquí hace un poco más de calor y el paisaje se ve un tanto más desértico, como si el pasto y los árboles no tuviesen suficiente agua, suficiente color.

Lugh observa el pequeño localizador de Froy y da el visto bueno para saltar. El tren no se detendrá. Se acerca a mí y se agacha levemente, indicándome con un movimiento afanado de sus manos que me suba en su espalda. Yo no protesto, después de todo he de guardar la poca energía que acabo de obtener para después y, además, sé que yo no caería de pie, Martin tampoco; sin embargo, él es el primero en saltar y no pasa mucho tiempo hasta que el vagón queda completamente vacío. Entonces, sin previo aviso, Lugh corre con rapidez hacia la puerta y en cuestión de un salto ya nos encontramos en tierra firme.

Pongo mis pies en el suelo y observo al tren perderse en la distancia. Aquí no hay más que uno que otro árbol cada tantas decenas de metros, pasto seco y los rieles oxidados del viejo tren.

—Tres kilómetros —dice Lugh, observando el punto en el localizador—. Allí está Renée, o al menos el auto que la sacó de 27.

Todos se reúnen alrededor de nosotros y de manera instintiva comenzamos a buscar con la mirada algún tipo de entrada hacia los túneles subterráneos de Torclon, pero simplemente no hay nada.

No tenemos de otra más que comenzar a caminar hacia la dirección en la cual se encuentra Renée y estar atentos a cada centímetro del camino. Por un momento me pregunto si siquiera encontraremos una manera de entrar, pues dado el panorama parece que será una misión bastante difícil. Naturalmente y dado el estado en el que me encuentro me voy quedando atrás poco a poco. Lugh vuelve a mi lado, pero le advierto que sería una pérdida de tiempo y, después de mucho insistirle, acepta adelantarse con los demás y que Martin sea quien vaya a mi paso.

Mi hermano remueve sus manos con nerviosismo y sólo cuando los demás se encuentran a unos cincuenta metros de nosotros me atrevo a decir lo que se está pasando por mi mente.

—No vinimos a asesinar a Renée, sólo a comprobar dónde se encuentra —advierto a Martin.

Él suspira, asintiendo lentamente.

—Tal vez la necesidad de venganza sí comienza a consumirme.

Puedo entender lo que siente y sé que no es una emoción con la que puede lidiarse de manera sencilla. Yo también guardo mucho odio hacia Renée dentro de mí, también quisiera vengarme, pero intento reprimir mis impulsos al menos hasta que encuentre el momento justo para dejarlos salir. Tal vez así no vuelva a herir a nadie con mis acciones.

—Te prometo que nos vengaremos, pero cuando sea el momento.

—Si no hubieses perdido la memoria no estarías diciendo eso, ya hubieses sido la primera en intentar vengarte.

Meneo la cabeza, tal vez tiene razón.

—Supongo que es producto de la confusión que ha provocado en mí el intentar unir las piezas de mi vida pasada sin saber nada de ella —respondo, pensativa—. Tal vez pronto recupere mi identidad al cien por ciento y el odio que siento hacia Renée explote por completo.

—Sólo está contenido, a mí también me sucedió, pero cuando el cien por ciento de los recuerdos volvieron a mi mente todo cambió. Creo que...

Se detiene abruptamente, observando al suelo con el seño fruncido. No dice nada y yo sólo sigo su mirada. Allí están las huellas de los demás, que ahora se encuentran un poco más lejos, pero entonces algo llama mi atención, lo mismo que se la llamó a él.

Nos agachamos al tiempo y yo remuevo con rapidez la tierra que oculta lo que estamos viendo: se trata de un pequeño sensor que ilumina en rojo de manera intermitente; el sensor tiene el tamaño de una moneda y está enterrado en el suelo casi mezclándose con la tierra. Mi corazón da un vuelco cuando veo otra tenue luz roja a unos diez metros de nosotros, estos sensores están por todos lados.

—Son sensores de movimiento —expresa Martin con extrema preocupación trasluciendo en su voz.

Su mirada inquieta se dirige hacia las cuatro figuras de los humanoides a la distancia, y entonces sé a lo que se refiere.

Me pongo de pie con rapidez y comienzo a correr hacia ellos, aunque ya están muy lejos. Ellos pisaron estos sensores antes que nosotros, ellos corren peligro.

—¡Cuidado! —grito. El eco de mi voz se multiplica tres veces más. Ellos se detienen y me observan—. ¡El suelo...

Pero mis piernas se detienen con ímpetu cuando veo cómo los cuerpos de Lugh, Alai, Alice y Forseti desaparecen en el suelo bajo la tierra que parecía ser firme; el  suelo se ha abierto a modo de trampilla. Lo último que escucho es el sonido metálico de la misma al volverse a cerrar. Está cubierta de pasto y se mezcla con el ambiente de manera imperceptible. 

*****

Próximo capítulo: sábado 22 de octubre.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro