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LLR - Capítulo 5 | Los separatistas

«No os espante el dolor; o tendrá fin o acabará con vosotros».

—Séneca


Creo recuperar la consciencia rápidamente. No obstante, al notar mis manos amarradas contra mi espalda y la oscuridad producida por una banda cubriendo mis ojos, no podría saber con exactitud cuánto tiempo ha pasado desde el incidente con aquella extraña neblina.

Mis instintos se activan con rapidez e intento tomar tantos detalles del ambiente como me sea posible con el fin de obtener información sobre dónde me encuentro. Mis oídos sólo escuchan respiraciones nerviosas y corazones acelerados, lo que significa que Samuel y sus tres humanos se encuentran cerca de mí, posiblemente en la misma situación. Por ahora, no hay voces resonando en el ambiente, sólo pasos lejanos.

El sonido de estos pasos me indica que ya no nos encontramos en la carretera, pues dejan un eco detrás. Posiblemente hemos sido ingresados a la base militar o hemos sido llevados a algún otro sitio. Extrañamente, mis manos, a pesar de estar atadas, no se encuentran esposadas a la silla en la que estoy sentada, por lo que puedo ponerme de pie con libertad, lo que ocasiona un pequeño ruido cuando empujo levemente la silla hacia atrás.

El suelo bajo mis pies es duro, probablemente cemento. Mis sentidos se afinan aún más; huelo un ligero toque metálico en el aire, similar al de la sangre seca, y siento una corriente de aire fresco que se cuela desde algún lugar cercano, lo cual me hace pensar que podría haber una ventilación en algún punto de la sala. Intento recordar si alguna vez había estado en un lugar similar, pero mi memoria parece borrosa, difusa, como si la niebla no sólo hubiera alterado mi consciencia sino también mis recuerdos.

Entonces, la voz de Martin llega a mis oídos en un susurro:

—¿Crees que Tom haya escapado del grupo que regresó a Ciudad Base 27 y haya delatado nuestra llegada?

—No lo sé —responde Eva, también en voz baja—. Lo único que sé es que quienes han entrado a esta estancia no son humanos.

Parece que se encuentran sentados el uno al lado del otro.

—Han de ser los humanoides rojos —sugiere Martin.

—¿Qué han hecho aquí? —inquiero.

Sé que Martin no puede escuchar mis susurros, por lo que es Eva quien me responde:

—Se han ido llevando uno por uno sin decir nada.

—¿A quiénes?

—Froy y Russo. Los demás, incluyéndote, apenas están despertando.

Suspiro, frustrada.

Las cosas no han salido para nada bien últimamente. Ahora resulta que caímos en garras de mi madre, que es lo único que habíamos estado evitando por días. Pero no puedo permitirnos otra pequeña derrota, tenemos que salir de aquí, como sea. Si no lo logramos, no habrá esperanza para nadie, pues ya no quedará ni un disidente libre.

Doblo mis dedos como puedo e intento desatar la cuerda que aprieta mis muñecas.

—No pierdas el tiempo —señala Eva al escuchar mis dedos rozando con la cuerda—. Han sido humanoides los que nos ataron a ti y a mí, y lo han hecho muy bien.

—Tenemos que hacer algo o estaremos perdidos. Más.

—La suerte no ha estado de nuestro lado, Reed —responde—. Yo también intenté desatar la cuerda.

Entonces, un fuerte ruido metálico hace eco en donde sea que nos encontremos. Alguien entra en la estancia y me toma con fuerza, obligándome a caminar. Puedo escuchar a Martin gritando que me dejen en paz, pero su voz es silenciada con prontitud cuando la puerta se cierra tras de mí.

Eva tiene razón. La persona que me obliga a caminar con afán no es un humano, pues no escucho ni una sola señal de que lo sea. Naturalmente, comienzo a sentir miedo. Los humanoides de la legión roja son mucho más fuertes que nosotros. A pesar de que sólo los vi algunas veces, su superioridad es evidente. Puedo intentar hacer frente, defenderme, pelear, pero no estoy segura de poder ganar.

Entonces, mientras soy llevada a un lugar desconocido, no puedo evitar recordar la primera vez que me crucé con Lugh, la primera vez que escuché su voz. Estábamos en Cartago, yo era una prisionera, con mis ojos vendados tal como ahora, y él y Alai nos llevaban a lo que sería nuestro primer encuentro con cientos y cientos de humanoides bajo la cúpula del antiguo Capitolio.

Sólo espero poder encontrar una manera de volver a verlo y tomar algún tipo de ventaja en nuestra terrible situación.

Comienzo a prepararme mentalmente para un posible encuentro con Renée. ¿A dónde más me estarían llevando? Todavía hay un precio por mi cabeza en cada una de las ciudades de la Gran Nación. A pesar de que Gannicus se convirtió en la prioridad de mi madre y por un tiempo ella pareció darle menos importancia a mi captura, no significa que no tengamos asuntos pendientes. Después de todo, Russo tiene razón: fui yo quien provocó las manifestaciones y el hecho de que Renée no haya tenido más opción que declarar ley marcial en toda la nación.

Por supuesto, la ley marcial implica que los militares tienen la potestad de hacer lo que les venga en gana con los civiles, pero no significa que Egan, es decir, Renée, no continúe al mando.

El haber descubierto que mi madre no sólo es la directora de Torclon, sino que es la mandataria de la Gran Nación escondida tras una identidad falsa, me paralizó en su momento. No obstante, mientras más pienso en el tema todo parece tener más sentido. Conociéndola como la conozco, sé que es egoísta, egocéntrica y adicta al orden. No soltó ni una sola vez el mando de Torclon y sé que su sed de poder es infinita.

Tal vez solía pensar que mi madre tenía sus límites, que tal vez detrás de su máscara de frialdad se encontraba una mujer cansada y con un gran problema de adicción al trabajo, como para pasar más tiempo en Torclon que en casa. Pero, pensándolo bien, inconscientemente siempre sentí que ella y Egan tenían mucho en común. Tal vez era su manera fría de hablar, tal vez era su lenguaje corporal, la manera en la que ambos entrecierran sus ojos al dar discursos. Sí, eran bastante parecidos en muchas cosas más, pero yo solía pensar que justamente por eso es que Egan había mantenido a mi madre en el poder de Torclon: por ser muy parecida a él, no por ser él.

Ahora ni siquiera resulta alarmante el hecho de que Renée haya mantenido cierta mortalidad con ayuda de los nanos, siendo ella no sólo Egan Roman, sino dirigentes anteriores también. A pesar de que Russo no especificó cómo llegó mi madre a esa posición o cuánto tiempo exacto lleva en ella, la manera dictatorial en la cual la nación ha sido dirigida desde antes de la guerra se parece mucho a la manera de actuar de Renée.

Aprendí sobre dictaduras en los libros de Lugh. Ese término ya no existe hoy en día, jamás he escuchado a un humano mencionarlo. Si existe, ha de estar guardado en la memoria colectiva como una forma de gobierno de un pasado que han querido hacernos olvidar.

Entonces, comienzo a sentir cierta nostalgia por el hecho de que ni siquiera recuerdo dónde dejé el libro de Ciro. No sólo me pregunto por el paradero del objeto, sino también del hombre; me pregunto por cuánto tiempo fui prisionero de la Gran Nación y por cuánto tiempo lo han mantenido vivo con nanos. No hay otra manera de explicar que no haya muerto hace muchísimo tiempo ya.

Volviendo al libro: creo que estaba en el bolsillo del abrigo de Lugh. Entonces, me detengo abruptamente ante un pensamiento estremecedor: ¿dónde está el abrigo? Porque no lo tengo puesto desde que desperté, eso es seguro.

El humanoide me empuja con brusquedad, obligándome a retomar el camino. El abrigo de Lugh permanece en mi mente, no sólo por el hecho de que haya sido el último que en verdad tenía, sino porque, entre toda la adrenalina y la confusión del momento, no había pensado en un detalle importante: cuando vimos a la copia y a Lugh siendo cargados en camiones militares en el bosque, la copia llevaba puesto el abrigo.

Ese abrigo estaba conmigo cuando perdí la conciencia en las ruinas. Yo lo tenía puesto, estoy casi segura de ello.

Sin embargo, me veo en obligación de salir de mi ensimismamiento pues, después de un par de minutos, llegamos a un lugar en el que me obligan a sentarme y, prontamente, me quitan la venda de los ojos.

La luz blanquecina es insoportable por un momento. Entonces, cuando mis ojos se ajustan a la misma y mi visión se aclara, espero encontrarme sola con el humanoide que me trajo hasta aquí en espera de que Renée aparezca y me otorgue su discurso de odio y me sentencie a muerte... otra vez.

No obstante, el silencio es absoluto e, incluso, un poco abrumador. En verdad no hay presencia de humanos en este lugar. Y eso lo compruebo cuando observo al frente.

Tras una larga y elegante mesa se encuentran dos pares de ojos humanoides observándome con fijeza. Pero entonces, la enredadera de confusión en mi mente se vuelve incluso más grande cuando noto la ausencia del color rojo en los iris de estos humanoides. Sólo encuentro color mercurio y azul neón.

Me cuesta mucho asimilar lo que estoy viendo. Volteo levemente sobre mi hombro para encontrarme con la mirada del humanoide que me trajo hasta aquí. Él, al igual que los demás, es uno de los originales. No lo conozco, ni a ninguno de los que se encuentran sentados frente a mí.

Se trata de una mujer y un hombre. Ella se inclina sobre la mesa y me clava la mirada de tal manera que comienzo a sentirme intimidada, por algún motivo. Su cabello es rojo, pero no un rojo sangre como el de Alice; el de esta humanoide es del color de las llamas. La luminiscencia azul neón de sus ojos enmarca las facciones de su rostro mientras una sonrisa, que esta vez no sé describir como real o falsa, se dibuja en sus labios.

Todos están vestidos de negro. Por la forma en la que me observa y en la que los demás parecen estar esperando a que hable, ella parece ser su líder.

¿Por qué estoy viendo humanoides originales en lugar de humanoides de la legión roja? ¿Por qué no hay ni un solo militar presente?

—Por fin conozco a la infame Abigail Reed —dice finalmente.

Su voz es suave, contrastando con la dureza de su expresión.

—Aunque he de admitir que te ves un poco diferente a los carteles de "se busca" y las transmisiones del gobierno.

Por primera vez en mucho tiempo, mi impulsividad no sale a flote. Me encuentro, de hecho, algo paralizada ante la situación. Intento descifrar las intenciones de Renée con lo que sea que pretenda con estos humanoides. ¿Son rebeldes de Heracles que decidieron quedarse de su lado?

—¿Los ratones te comieron la lengua, Abigail Reed?

Ella frunce el ceño. Parece que mientras más tiempo permanezco en silencio y mientras más tiempo fija su mirada en mí, un cierto deje de desconcierto aparece en sus ojos, aunque no dura mucho tiempo.

—Creo que son reales —dice el humanoide que se encuentra a su lado.

Él, contrario a ella, tiene el cabello muy oscuro; negro azabache, como el carbón. Sus ojos son similares a los de Lugh, aunque siempre he encontrado que los de Lugh son los más hermosos que he visto entre cualquier humanoide.

—Eso parece. Se están iluminando —señala ella.

Están hablando de mis ojos. Parece que por un momento pensaron que llevaba lentillas.

—Entonces tú no eres Abigail Reed —afirma ella.

—Lo soy.

Alza las cejas.

—Por fin hablas —responde—. La Abigail Reed que todo el mundo conoce era humana.

—Lo era —contesto rápidamente—. Renée experimentó conmigo y, bueno, es una larga historia.

—Tenemos mucho tiempo para historias largas.

Ella sonríe una vez más. Definitivamente, cuanto más la miro, más comienzo a deducir que es una sonrisa falsa.

—Quiero hablar con ella —solicito con firmeza.

—¿Con quién?

—Con Renée.

Ríe, todavía sin retirar su mirada de mí.

—¿Con Renée?

—Ustedes han de ser rebeldes de Heracles.

—Gracias a la vida no he visto a ese insoportable ser desde que terminó la primera rebelión —recalca con una mueca de fastidio.

Ahora soy yo quien frunce el ceño con fuerza.

—¿Entonces ustedes siempre han trabajado con Renée?

—Sigues insistiendo en tu madre.

—Si no son rebeldes de Heracles, deben estar con ella.

—¿Y qué te hace pensar eso, Abigail Reed? —inquiere ella, recostándose contra el espaldar de la silla.

, bueno, te lo acabo de decir —señalo—. Si están en contra de nosotros, sólo significa que están con alguno de ellos.

La humanoide pestañea por primera vez desde nuestro encuentro, tal vez en un intento de expresar sólo con gesto que lo que yo estoy diciendo no tiene sentido para ella.

Se levanta de su silla y se acerca a mí lentamente.

—¿Dónde crees que estás? —pregunta.

Se cruza de brazos. A juzgar por la manera en la que me observa, parece que su pregunta es genuina en lugar de amenazante.

—En una base militar de la Gran Nación —respondo.

—En eso estás en lo correcto —afirma.

—Una base que se supone que estaba abandonada.

—Eso también es correcto. Se supone —resalta.

—Y si ustedes están aquí, entonces están con Renée.

Ella levanta sus manos, pidiéndome que calle.

—En verdad, Abigail Reed, ¿qué te hace pensar que estaríamos del lado de uno de los seres más despreciables del planeta?

Yo hago ademán de ponerme de pie, pero el humanoide tras de mí me empuja por los hombros, obligándome a permanecer sentada.

—Estoy cansándome de los acertijos. Me gustaría saber de una vez por todas qué quiere Renée y por qué no viene a verme.

La humanoide da un falso suspiro, mientras asiente lentamente.

—Entiendo: crees que sólo existen tres bandos.

Por más que quiera encontrar rasgos de manipulación en la manera en la que me habla, no logro hallar ninguno, lo que hace que la situación sea incluso más confusa que antes.

—Para ti sólo existen la Disidencia; Heracles, lo que sea que signifique que Heracles sea un bando para ti —enumera—, y Renée.

¿Acaso esta humanoide no sabe sobre la traición de Heracles y su grupo de rebeldes? Meneo la cabeza mientras intento digerir lo que me está diciendo.

—No estoy entendiendo lo que quieres decir —expreso.

Ella se encoge de hombros, volviendo a mirar a su compañero.

—Lo siento, creo que olvidamos presentarnos —añade, mirándome una vez más—. He ahí la fuente de tu confusión.

Extiende sus manos en señal de falsa bienvenida.

—Somos los separatistas —introduce.

El otro humanoide se pone de pie cuando ella los introduce.

—Mi nombre es Valkyrie —dice ella.

—El mío es Orson —complementa él.

Todavía no tengo claridad en la situación. Jamás he escuchado sobre separatistas. Desde mi primer encuentro con los disidentes, no los han mencionado ni una sola vez. ¿Se supone que es algo nuevo? ¿Algo que surgió como producto de los recientes acontecimientos en la Gran Nación y la disidencia?

Niego lentamente con la cabeza mientras cierro los ojos en un intento de mermar la migraña que ha comenzado a surgir de repente.

—¿Cómo lograron huir? —inquiero—. Supongo que escaparon de Babilonia.

—No hemos huido. Te encuentras en Midgard y esta es nuestra ciudad.

No huyeron de Babilonia, no eran rebeldes de Heracles, no son aliados de Renée. Entonces, ¿qué son?

Valkyrie nota mi confusión y entonces vuelve a tomar asiento.

—No existen sólo los tres bandos que habitan en tu cabeza, Abigail Reed. Los separatistas existimos desde que culminó la primera rebelión —explica.

—No estamos con Renée Reed, pero tampoco estamos con la disidencia —complementa el hombre.

Frunzo el ceño con fuerza. Cada palabra que dicen sólo añade más confusión a mi cansada mente. Justo ahora se me hace imposible asimilar lo que están diciendo. ¿Humanoides que no están con la disidencia? Sólo conozco a Heracles.

—¿Desde la primera rebelión? —inquiero.

—Cuando la primera rebelión terminó, se tomó una decisión colectiva sobre el futuro de la disidencia. Todos decidieron irse con Gannicus, a excepción de nosotros.

—¿Cuántos de ustedes son?

Ni siquiera se me había ocurrido pensar que los tres humanoides presentes en esta sala no son los únicos que habitan esta base militar.

—Oh, no podemos darte esa información aún —argumenta ella—. Lo único que te diré por ahora es que éramos una minoría en comparación a todos los disidentes que decidieron hacer sus ciudades junto con Gannicus.

—¿Por qué no fueron con él?

No puedo evitar pensar en que hemos caído en garras enemigas. Si no están con Gannicus, significa que están en su contra. No obstante, Valkyrie parece notar lo que estoy pensando y se apresura a corregir mis pensamientos impetuosos.

—No somos y jamás seremos enemigos del gran líder de la rebelión.

—Gannicus siempre tendrá nuestro respeto y admiración —añade Orson.

—Realmente, Gannicus nunca buscó el poder, pero fue elegido como líder de la disidencia por todos los humanoides, incluyéndonos. No obstante, él siempre permitió que todos tomáramos nuestro propio camino. Los separatistas elegimos el nuestro lejos de la disidencia.

—¿Con qué objetivo?

—De nuevo, no podemos darte esa información aún.

—¿Y todos los disidentes sabían de la existencia de los separatistas?

—Desde un inicio.

—¿Por qué nunca los mencionan?

—Simplemente decidimos formar nuestra propia sociedad, así como ellos decidieron formar la suya —explica ella—. Desde la rebelión, ya no tenemos mucho qué ver. Pero el que hayamos elegido un camino separado no significa que seamos enemigos.

Aunque no me hayan dado la información que más curiosidad me causa, como cuántos son o cuál era su objetivo al separarse de los disidentes, por lo menos tengo claro que se trata de un grupo de humanoides que tomó un camino separado. Parece que han vivido en esta base desde que la primera rebelión humanoide terminó.

—Así que, si no son enemigos de la disidencia, ¿por qué nos tienen como prisioneros?

—Porque entraron en nuestro territorio, así de simple —aclara, encogiéndose de hombros—. Y nos gustaría saber por qué.

A pesar de que todo lo que dice suena convincente, ¿cómo puedo confiar realmente en que todo lo que dicen es cierto? Sólo tengo una manera de comprobarlo.

—Antes de darles esa información, ¿Eva podría reconocerlos? —inquiero.

Valkyrie ni siquiera lo piensa dos veces. Con un movimiento de su cabeza, indica al humanoide que se encuentra de pie tras de mí que vaya por Eva, y así lo hace.

Pasan un par de minutos de silencio. Ni siquiera puedo escuchar sus pasos hasta que se encuentra cerca de la puerta. Este lugar parece estar bien insonorizado, pues ni siquiera mi oído humanoide es capaz de captar ruidos a una alta distancia.

La puerta se abre. Eva entra a la estancia, guiada por el otro humanoide. Tan pronto le quitan la venda y sus ojos se encuentran con los de Orson y Valkyrie, una mirada de asombro se dibuja en su rostro, ni siquiera ella como humanoide es capaz de disimularlo.

—Separatistas —dice Eva, dirigiéndose a mí.

—¿No están con Renée? —le pregunto.

—Odian a la Gran Nación tanto como cualquiera de nosotros —afirma ella.

—¿Y Heracles?

—No. Los separatistas no traicionarían al líder de la rebelión.

—Cuánto tiempo —interviene la pelirroja.

—Han pasado décadas —saluda Eva.

—Casi un siglo —responde Orson.

—Veo que han prosperado.

—No podríamos decir lo mismo de ustedes, al parecer.

Ordena al otro humanoide que desate nuestras manos y por fin tengo una carga menos.

—Por dónde empezar —responde la pelinegra.

—Podrían comenzar con Heracles, ya que parece que lo odian más de lo que ya se le puede odiar.

—Traicionó a Gannicus y formó un grupo de rebeldes que se alió con Renée Reed —explica Eva, yendo directo al grano.

Entonces, las expresiones en los rostros de Valkyrie y Orson cambian drásticamente. Realmente parecen sorprendidos. Eva frunce el ceño.

—Ustedes en serio no saben todo lo que ha pasado —dice, más como afirmación que como pregunta.

Valkyrie se pone de pie y enciende un proyector portátil. Entonces, el himno de la Gran Nación inunda el lugar. Sin embargo, a pesar de tener sonido, la proyección no muestra nada, sólo estática constante.

—Esto ha estado así por mucho tiempo. Incluso interceptar las comunicaciones de MOC ha resultado imposible últimamente —explica.

Eva baja su mirada, como preparándose mentalmente para lo que va a decir a continuación.

—Así que no saben nada —murmura—. Valkyrie, Orson: Heracles traicionó a Gannicus, formó un grupo de rebeldes que se alió a Renée.

—Y Renée creó un nuevo ejército de humanoides, mucho más fuerte que nosotros —añado—. Le llama la legión roja.

Con cada palabra que decimos, los ojos de ambos humanoides comienzan a iluminar con intensidad. Entonces, esto es más que suficiente para indicarme que lo que dicen es cierto: no son rebeldes, no están con Renée. La reacción de los ojos a situaciones adversas es imposible de disimular.

—Pero eso no es lo peor. —Eva me mira y se queda en silencio, como si me estuviese delegando a mí la responsabilidad de entregar las peores noticias.

Los separatistas nos observan con atención, esperando ansiosamente que las palabras salgan de mi boca.

—La disidencia cayó —explico finalmente, sintiendo una opresión en el pecho—. Gannicus cayó.

Valkyrie, quien se encuentra de pie, retrocede unos pasos y debe apoyarse sobre la mesa. Ambos están paralizados. Sus expresiones, extrañamente, están mostrando una gama de emociones mucho más alta que la de un humanoide normal. Puedo notar el dolor en sus rostros, la impotencia, la tristeza, el enojo. Es como si todo su mundo de repente se estuviese derrumbando sobre ellos.

—No queda nadie —culmina Eva—. Sólo quedamos nosotros y los traidores de Heracles. Todos los demás han sido desactivados y se encuentran capturados. Nuestra teoría es que serán reprogramados y convertidos en los nuevos humanoides.

—Humanoides que no piensan, no recuerdan, no tienen identidad —complemento—. Humanoides bajo el control total de Renée.

Orson se lleva las manos a la cabeza mientras intenta asimilar lo que acabamos de decirle. Ella, por su parte, hace ademán de hablar, pero le cuesta un momento retomar la compostura.

Estas son reacciones que no pueden ser una farsa. Una parte de mí se inclina a creer que estos humanoides han desarrollado muchas más emociones con el pasar de las décadas. A pesar de que los disidentes son totalmente leales, a pesar de que sé que les duele de alguna manera la pérdida de los suyos, jamás los he visto en un estado de alteración emocional tan alto como el que estos separatistas están mostrando justo ahora. Si no sabían nada de esto, significa que Russo y Froy, de haber sido interrogados primero, mantuvieron el silencio.

—Trae a los demás prisioneros y avísales a todos los separatistas que habrá una asamblea urgente esta noche —ordena Valkyrie al humanoide que nos trajo hasta aquí.

Él permanece paralizado, como si se encontrara en estado de shock. Sólo después de unos segundos sacude su cabeza y logra concentrarse en su tarea, saliendo con prisa de la estancia.

—Respondiendo a tu pregunta, vinimos porque necesitamos los equipos de Torclon para rastrear el lugar al que se han llevado a Lugh —añado—, lugar en el que probablemente se encuentren todos los demás.

Ella asiente.

—Supongo que todo se fue a la mierda —expresa—. Permitiremos que usen los equipos y que se queden en Midgard.

—¿Nos ayudarán a rescatar a los demás?

Entonces, se miran entre ellos por unos segundos. Valkyrie se acerca a nosotros con la expresión más desesperanzadora que se puede tener.

—No somos tantos como para hacer frente a la milicia y a la Gran Nación —comunica—. Y, lamento decepcionarnos, pero si este nuevo ejército de humanoides es tan diferente a nosotros y tan fuerte como dicen...

Toma una pausa y baja su mirada. A juzgar por la forma en la que está actuando, pareciera que se encuentra sumida en un completo estado de caos.

—Entonces posiblemente nos enfrentamos al fin de nuestra especie —concluye.

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