LLR - Capítulo 3 | Reencuentros
«El sol no se ha puesto aún por última vez».
—Tito Livio
Incluso aunque Eva, la ex-rebelde de Heracles, está sufriendo de extrema debilidad, yo vigilo cada paso que toma y cada movimiento que da. Preferiría no llevarla con nosotros, pero si es la única manera de encontrar a la copia y, por ende, a Lugh, realmente tendré que tragarme mis ganas de dejarla atrás.
Por ahora sólo puedo concentrarme en las maravillas de mis nuevos sentidos, a modo de intentar dejar de lado los pensamientos angustiosos. Me enfoco en el sonido de las aves lejanas que Russo y Froy probablemente no pueden escuchar; me enfoco en el relajante movimiento de las ramas de los árboles con el viento, y en el sonido de las hojas que caen como producto de esto.
Es extraño poder escuchar tantas cosas que no podía escuchar antes. Como los corazones de los humanos, por ejemplo. Me he encontrado a mí misma cayendo en el latido de sus corazones desde que desperté, no puedo evitarlo. No sé cómo ignorar el sonido constante que se encuentra presente pero, además, no sé cómo ignorar el hecho de que no puedo escuchar mi propio corazón.
Tal vez comienzo a tener un conflicto con esto. Admito que me gusta tener habilidades que no tenía antes, pero al tiempo siento como si fuera un ser artificial. Realmente, cuando pienso en mi estado de humanoide, es como si pudiera sentir los microscópicos nanos moviéndose a través de mis venas o aferrándose a cada órgano. Casi puedo sentirlos multiplicándose, apoderándose de cada esquina de mi cuerpo. Incluso la sensación del tacto de mi propia piel se siente ajena a mí, como algo que no me pertenece.
Pero me recuerda a la piel de Lugh.
Y es en este momento cuando mis pensamientos vuelven a concentrarse en él y en mi situación. Por más que intente distraerme, no puedo hacerlo. Existen en mi mente cientos de pensamientos tumultuosos y tortuosos: Lugh confiará más en la Abigail humana si llega a despertar; Gannicus cayó en manos de Renée; toda la disidencia está siendo cargada en cientos de camiones de la Gran Nación y su posible futuro yace en el ejército de ojos rojos.
Estamos perdidos. ¿Quién podría concentrarse en algo más que eso?
No sólo estamos perdidos, sin objetivo, sin certeza; también perdimos en el sentido más literal de la palabra: perdimos la batalla, perdimos a nuestro ejército, perdimos nuestra única ciudad en pie.
Un instinto me hace observar a Froy, quien tiene sus ojos fijos sobre mí. Parece que puede notar mi preocupación tal como yo la noto en él.
—Vaya que nos vemos miserables —comenta, volviendo a concentrar su mirada en el camino.
—Lo somos —confirmo, encogiéndome de hombros—. Tenemos muy pocas esperanzas y muy pocas posibilidades.
—Pude contactar a tu hermano —interviene Russo, entregándome el pequeño localizador—. Le di coordenadas de un punto en el que podemos encontrarnos.
—Una preocupación menos —respondo, agradecida.
—La mayor preocupación es que tienen a Gannicus —dice Eva, quién camina dos metros delante de nosotros—. Si me permiten opinar...
—Denegado —interrumpe Froy.
—A no ser que tengas información de utilidad, lo último que quiero es escuchar a una traidora de la disidencia —respondo.
Ella se detiene, volteando a vernos. Sus ojos mercurio iluminan con fuerza.
—¿Cuántas veces debo expresar mi arrepentimiento?
Frunzo los labios, mirándola con desdén.
—El daño ya está hecho y tú fuiste partícipe de ello.
—Dejé a los rebeldes de Heracles hace semanas, no estuve en el ataque de Ciudad Base 30.
—Da igual tu arrepentimiento, Eva. No tenemos ejército, no tenemos líder, no tenemos nada. La Gran Nación ganó, crearán un ejército rojo incluso más grande del que ya tienen y no podremos recuperar a los nuestros. Este es el fin de la disidencia.
—Legión roja —corrige ella, antes de volver a caminar—. Renée llama "la legión roja" a su ejército de humanoides mutantes.
—Eso resuelve todos nuestros problemas, gracias —responde Froy con ironía.
—Lo único que quería opinar es que tal vez no estamos perdidos —continúa, ignorándolo.
—Qué lindo que veas la vida color rosa —dice Froy.
—Lo digo en serio: la disidencia no está derrotada completamente, todavía quedan los rebeldes.
Una seca, corta y sarcástica risa escapa de mi garganta. Jamás imaginé algo más osado que una traidora de la disidencia proponiendo que la única salvación de la misma esté en manos de quienes se unieron a Renée, en primer lugar.
—Heracles colaboró en la caída de Gannicus, si es que no lo recuerdas.
Ella está a punto de responderme, pero algo en la distancia llama mi atención y activa todos mis sentidos. Entonces, corro rápidamente hacia el pequeño punto lejano del bosque. Puedo escuchar los pasos de los demás corriendo tras de mí.
Se trata de una pequeña fogata, ahora apagada, pero que todavía emana humo. Alrededor, huellas confusas y casi imperceptibles enmarcan el lugar. Sin embargo, lo que llama más mi atención es que parece que la mayoría de esas huellas han sido borradas por un rastro incluso más grande, como si alguien estuviese arrastrando tras de sí algo muy pesado e inmóvil. No obstante, a falta de humedad en el suelo, el rastro se pierde a pocos metros.
Un suspiro de tranquilidad se escapa de mi boca.
—¡Son ellos! —señalo—. Tienen que estar cerca, todavía hay brasas en la fogata.
—Aquí es donde los vi —añade Eva.
A pesar del ambiente melancólico que veníamos experimentando, puedo notar un deje de emoción en los rostros de mis amigos.
—Enfoca tus sentidos, Abigail —propone Froy, poniendo sus manos sobre mis hombros—. ¿Qué escuchas?
Cierro los ojos e intento buscar pruebas en los sonidos del bosque. Pero es tan difícil, todavía no logro dominarlo. Los sonidos se mezclan: las decenas de aves, las hojas de los árboles, el viento en las copas. Mientras más intento concentrarme en escuchar una sola cosa a la vez, más confuso resulta. El ruido comienza a volverse abrumador a medida que los minutos pasan.
Abro los ojos, encontrándome nuevamente con los de Froy.
—No logro separar los sonidos.
—Podría ayudar —propone Eva.
—Estás tan débil que ni siquiera pudiste escuchar lo que Russo dijo de ti recién nos encontramos.
—Entonces pueden darme esa ambrosía que prometieron y puedo ayudarlos a escuchar.
—¿Para que te fortalezcas? De ninguna manera.
Ella rueda los ojos mientras se cruza de brazos.
—¿Cuánto tiempo llevas siendo humanoide como para no poder controlar tus sentidos y cómo es eso siquiera posible?
—No es de tu incumbencia.
—Está bien, como sea. Entonces puedo intentar describir el truco.
—¿El truco?
—¿Quieres escuchar los latidos de un corazón humano en medio de la inmensidad del bosque, o no?
Suspiro. Me acerco a ella lentamente, hasta que nos quedamos frente a frente.
—Primero, deben de estar relativamente cerca.
Señalo la fogata.
—Puede que lo estén.
—Bien. Lo siguiente es algo confuso de explicar: si tienes suficiente ambrosía en tu cuerpo, puedes cerrar tus ojos e intentar concentrarte en lo que sientes dentro.
Le hago caso.
—Se trata de... —Intenta buscar las palabras exactas para describirlo. Tal parece que es la primera vez que lo dice en voz alta, pues siempre ha sido instintivo para ella—. Es como una fuerza extraña; como si algo hiciera presión en cada centímetro de tu cuerpo.
No puedo evitar abrir los ojos y observar a Russo. Él asiente. Parece que estamos pensando lo mismo: Eva está describiendo, sin siquiera saberlo, a los nanos moviéndose dentro del cuerpo humanoide.
No me hace falta concentrarme mucho en intentar sentirlos, pues los he sentido desde que desperté. Cierro los ojos nuevamente.
—Sí, siento lo que dices.
—Vale. Ahora, concéntrate en la pequeña presión, en la pequeña fuerza presente en tus oídos.
Lo hago. Nuevamente la mezcla confusa de todos los sonidos del bosque y de los presentes se vuelve insoportable.
—Ahora, esto puede sonar extraño, pero no encuentro otra manera de explicarlo: sólo ordénale a esa fuerza que comience a separar los sonidos —concluye.
Abro los ojos nuevamente cuando un suspiro de sorpresa sale de la boca de Russo, quien se acerca a nosotras con prontitud, sacando de su bolsillo una pequeña, aplastada y arrugada libreta y un lápiz que a duras penas es del tamaño de su meñique.
—¿Ordenar? —inquiere el científico.
Eva lo observa como si estuviera mirando a un loco.
—Lo que escuchaste —afirma.
Él nos observa a todos y cada uno de nosotros con la mirada perpleja y la boca a medio abrir, para luego comenzar a escribir algo con afán en su libreta. Sin levantar la mirada, dice:
—Sólo continúen.
Los ojos mercurio de Eva se enfocan en los míos una vez más.
—Es lo que te dije, sólo concéntrate en esa presión o fuerza y ordénaselo.
—Es algo confuso, en efecto —contesto.
—No encuentro mejores palabras para describirlo. Es instintivo y automático en mi caso; sólo escucho lo que deseo escuchar.
Asiento lentamente, no muy segura de si puedo lograr lo que dice, pero lo intento.
Cierro mis ojos y me concentro en el sentido de la escucha. Los sonidos del bosque y de los humanos que se encuentran a mi lado se mezclan una vez más. Ni siquiera sé cómo puedo ordenar a los nanos de mis oídos que hagan lo que yo quiero.
Primero, sólo lo pienso: "nanos, escuchen sólo latidos". Me río ante lo absurdo de mi propio pensamiento. Por supuesto, no funciona, pero lo repito una y otra vez.
Siempre me gustaron las aves, pero parece que hoy están particularmente intensas. A pesar de no saber nada de su naturaleza, podría jurar que un par de ellas se está reproduciendo en la distancia, pues sus sonidos son realmente insoportables y sólo logran desconcentrarme.
A eso se le suma el fuerte roce del lápiz de Russo contra su libreta, y el hecho de que su corazón se aceleró de un momento a otro; la respiración de Froy, junto con los sonidos de su estómago hambriento; las garras de alguna ardilla al enterrarse en el tronco del árbol que está escalando; algún animal de tamaño mediano bebiendo agua de algún arroyo.
Puedo escuchar todo y a la vez nada. Se siente tal como encontrarme en medio de la recepción de Torclon una vez más mientras mi madre termina su trabajo: decenas de científicos hablando al tiempo, el sonido del tecleo en varios pares de computadores, el escáner de seguridad de la entrada detectando si hay presencia de armas en las personas que entran, los pasos de todos los científicos sobre el liso y pulido piso blanco.
Mucho ruido, poca información. Todo mezclado, todo insoportable.
Así se siente justo ahora. Los sonidos de la naturaleza deberían ser relajantes, pero justo ahora provocan que quiera enterrarme bajo tierra. No puedo lograr que los nanos me obedezcan, no puedo. Todo continúa combinado: las aves, los demás animales, los árboles, los neumáticos de los autos contra el suelo...
¿Autos?
Abro mis ojos con ímpetu. Todos están atentos a mi descubrimiento.
—¿Lo lograste? —inquiere Eva.
—No —respondo.
Froy resopla.
—Pero escucho algo más entre todo el ruido.
Y, sin darles explicación, doy un giro de 180 grados y comienzo a correr.
—¿Por qué siempre corres sin explicar nada? —Se queja Froy, antes de seguirme, igual que todos.
Esta vez no voy a su ritmo, sino que permito que mi velocidad humanoide tome control de mí. A medida que me acerco más al ruido de los motores de los autos, más cosas comienzo a escuchar: voces, muchos más latidos de corazones, pesadas botas militares sobre la tierra. Son ruidos combinados con todos los demás sonidos del bosque, pero son demasiado perceptibles.
Y tengo que acercarme a esos ruidos, pues es algo instintivo, una corazonada.
Y esa corazonada no falla.
Me detengo en el borde del claro, ocultándome tras la línea de árboles. A los demás les toma un par de minutos más llegar hasta donde yo estoy, pero puedo sentir su sorpresa al ver lo que yo estoy viendo.
Justo en medio del claro, a unos cincuenta metros de distancia, hay dos camiones militares completamente inmóviles, pero con los motores aún encendidos. Unos veinte soldados de la Gran Nación han rodeado algo y le apuntan con sus armas, mientras quien sea que sea su comandante le grita a ese algo que se rinda.
Puedo ver de reojo cómo Froy se lleva la mano a la boca y cómo Russo observa atónito la escena. Incluso Eva, que no sabe nada de esto, también tiene su boca y sus ojos abiertos de par en par.
Los militares han rodeado a la copia Abigail, quien parece estar amenazando con soltar algo que tiene en su mano derecha, algo que parece ser una granada. Ella tiene los dedos de su mano izquierda sobre el seguro de la misma. Se encuentra de rodillas, intentando proteger con su cuerpo algo que yace en el suelo.
Y cuando confirmo de quién se trata, todo mi mundo comienza a tener algo de sentido una vez más. Lugh es quien yace en el suelo completamente inmóvil, con sus ojos cerrados y su cabello chocolate cubriendo una pequeña parte de su rostro.
Volverlo a ver es como volver a escuchar música después de meses de silencio. Incluso aunque sólo haya pasado un día desde la batalla, incluso aunque se encuentre inconsciente, sólo verlo provoca que mi moribundo corazón quiera luchar contra los nanos con tal de volver a latir con la misma intensidad de antes.
Lo amo, lo necesito.
Mi cuerpo actúa sin yo pedírselo: hago ademán de correr hacia ellos, pero antes de siquiera poder dar dos pasos, Eva me agarra con la poca fuerza que tiene y me devuelve tras los árboles.
—Ni siquiera con toda la ambrosía del mundo podrías contra veinte soldados.
—Tengo que proteger a Lugh —digo entre dientes, pero ella niega con su cabeza con ímpetu.
—Abigail... ella... quien sea, parece estarlo defendiendo —responde, evidentemente confundida.
—Incluso se mueve como tú —murmura Froy, pues sabe que lo escucho—. No había dimensionado la gravedad del asunto hasta ahora.
—Ni siquiera yo lo había hecho —añade Russo.
—Se ve muy... real —concluye el joven.
Su mirada preocupada va de la copia a mí y de mí a la copia. Parece estar dudando, en verdad no sabe quién es quién. Pero no tengo tiempo para esto.
—Tenemos que hacer algo.
—No podemos hacer nada —señala Eva.
Sigo su mirada y entonces entiendo lo que quiere decir.
Parece que, ante algo que le ha dicho el comandante, la copia deja la granada sobre el suelo.
—Si le hacen daño, les juro que acabaré con todos y cada uno de ustedes —dice ella, con mi propia voz.
Sacudo la cabeza. Cada vez es más confuso el verme y escucharme a mí misma desde otra perspectiva.
—La doctora Reed es una mujer de palabra —anuncia el comandante.
—Cuéntame un chiste mejor —responde la otra Abigail.
Entonces, al ver cómo protege el cuerpo inconsciente de Lugh, me doy cuenta de que ha bajado la granada y ha dejado de pelear porque sabe que lo mejor para ambos, al menos por ahora, es no oponer resistencia.
—Pues la copia parece menos impulsiva que tú —se mofa Froy—. Digo, algo más racional y todo.
—No es hora de bromas, Froy —regaño.
—Casi corres hacia un grupo de veinte soldados sin pensarlo dos veces.
—Harías lo mismo por Alice.
—Heaven —corrige—. Recuerda que su verdadero nombre es Heaven.
—Lo harías —confirmo al notar que no respondió a lo que dije.
Él permanece callado. Por supuesto que haría lo mismo por ella.
La Abigail copia se pone de pie lentamente, con sus manos arriba en señal de rendición. Pronto, un soldado se le acerca y esposa sus manos tras su espalda.
Algo no tiene sentido.
Frunzo el ceño con fuerza y observo a mis amigos, confundida.
—¿Por qué estarían llevándosela así? —inquiero.
—¿A qué te refieres, Abigail? —pregunta Russo.
—Si la copia está con Renée, ¿por qué la tratan como a una amenaza?
Entonces, silencio. Nadie tiene una respuesta.
Me paso la mano por el cabello mientras observo atónita la escena que se desarrolla a cincuenta metros de nosotros. En verdad la están tratando como a una prisionera, como a una enemiga. Pero no tiene sentido, no es posible que esto esté sucediendo. La copia ha sido enviada por Renée, estoy cien por ciento segura.
No obstante, parece que los demás no lo están tanto.
—Y si...
—Ni siquiera te atrevas a decirlo, Froy —amenazo, levantando mi índice a modo acusatorio—. Ni te atrevas a dudar de mí, de quién soy.
—Abigail, nada de esto tiene sentido. Si se llevan a la copia de esta manera, sólo hay tres posibilidades, y ninguna es conveniente —refuta.
—Ya te dije que no quiero escucharte —recalco, volviendo mi vista hacia los soldados.
Ahora están subiendo a Lugh a uno de los camiones, y entonces comienzo a perder la paciencia.
—De nuevo esa actitud —señala el chico.
—¿Te parece "una actitud" el que no quiera escuchar cómo dudas de mí?
—Se supone que somos un equipo y debemos ayudarnos y escucharnos, así que sí, me parece una actitud.
Eva retrocede unos pasos, parece que lo último que quiere con su falta de ambrosía es escuchar una discusión que no le importa.
No le respondo a Froy, pues estoy demasiado enfocada en observar cómo están a punto de llevarse a Lugh sin que yo no pueda hacer nada. Y entonces, el impulso de ir corriendo hacia él comienza a llenar mi cuerpo. Pero por un momento, las palabras de Froy y las advertencias de Eva tienen sentido en mi mente: no puedo yo sola contra tantos soldados. Lo único que lograría es que me capturen.
A mí, a la verdadera Abigail, basta decir.
Puedo ser de más ayuda para Lugh estando fuera, que estando junto a él. Pero debo hacer algo, necesito saber a dónde lo llevan,
Entonces, la sensación de un pequeño objeto haciendo bulto en el bolsillo de mi pantalón despierta mi instinto. Tomo el pequeño localizador con el cual Russo pudo encontrarme, el mismo con el que le envió las coordenadas a mi hermano. Observo al científico, preguntándole con la mirada si lo que estoy a punto de hacer tiene sentido.
Él asiente, entonces yo comienzo a correr por el borde de la línea de árboles, todavía ocultándome tras la misma. Lo único que necesito es acercarme lo más que pueda a uno de los camiones, y lo máximo que logro es una distancia de unos treinta metros desde otro punto del bosque.
El camión más cercano es aquel donde han subido a la copia, quien se encuentra en la parte trasera del mismo, junto con unos ocho soldados. Por suerte para mí, la parte trasera es totalmente destapada y, cuando comienzan a calentar los motores, uso el fuerte ruido de los mismos y la distracción de los soldados para disimular el sonido de la caída del localizador cuando lo lanzo hacia el camión.
El pequeño aparato cae detrás de uno de los bancos de la parte trasera, por lo que ha quedado oculto. Eso espero.
Entonces, los soldados emprenden camino, y lo único que puedo hacer es quedarme de pie en el mismo lugar, observando cómo se llevan a Lugh a un lugar por ahora desconocido para nosotros.
Camino de regreso hacia donde están los demás. Froy todavía parece atónito ante lo que acaba de presenciar. Por su parte, Russo está pensativo, como si estuviese intentando desenredar en su mente las posibilidades de un clon que parece humano.
Eva se encuentra recostada contra un árbol. Su cuerpo parece pesado, como si apenas pudiera sostenerse a sí misma. Su mirada se ve somnolienta, aunque no pueda dormir.
—Me gustaría tomar la ambrosía que prometieron, si no es mucha molestia.
Me encojo de hombros.
—No tenemos ambrosía.
Ella alza las cejas y se acerca a mi tan rápido como puede.
—Me prometieron ambrosía si los guiaba a Lugh.
—¿Nos hubieras guiado a Lugh si no te hubiéramos prometido dártela? —inquiero.
—Sí —afirma—. Sólo quería asegurar lo que más necesito justo ahora. No he comido desde que me fui de Babilonia.
Russo se interpone entre nosotras.
—Lo que Abigail quiere decir es que agradecemos tu ayuda, pero nosotros también teníamos que asegurar lo que más necesitábamos, que era encontrar a Lugh.
—Rompiendo una promesa, vaya.
—Eres libre de irte y buscar ambrosía por tu cuenta —sugiero.
Ella me observa con el ceño fruncido.
—No tengo a dónde ir —murmura.
—Nosotros tampoco.
—Pero quiero ir con ustedes —afirma.
—Estás loca si piensas que podríamos llevar con nosotros a una traidora de tu nivel —respondo, dando media vuelta.
—¿Que no eras tú la traidora más buscada de la nación? —Me detengo abruptamente—. Traicionaste a todos los que más querías múltiples veces desde que te fuiste del Distrito Capital.
—Las cosas que hice las hice porque no conocía nada mejor, o porque era lo mejor para las personas que más quería.
—¿Entonces tú tienes permitido cometer traiciones y ser perdonada, pero yo no?
Quisiera refutar lo que dice, pero no encuentro palabras para hacerlo.
La palabra "traición" ha sido parte de mi identidad desde que Renée nos envió en aquella primera misión a la capital disidente. Ser una traidora de varios niveles me costó por mucho tiempo la capacidad de perdonarme a mí misma y de aceptar que siempre hice lo que creí correcto por el bien de mis seres queridos, no con la intención de herirlos.
Y, por algún motivo, no me es difícil encontrar sinceridad en la manera en la que Eva me habla. A pesar de que apenas la conocí hoy, lo que está sucediendo con ella es imposible de disimular. Aunque su apariencia parece perfecta, casi artificial: como el intenso mercurio de sus ojos, su mirada tan plana como una roca, o su cabello negro bien peinado en una trenza, como si no llevara semanas en la intemperie, veo una pizca de humanidad en ella. Tal como lo dijo Russo: su naturaleza humana está resurgiendo. La humanoide parece estar experimentando verdadero arrepentimiento, culpa y agonía.
—Me fui de Babilonia tan pronto supe que lo que Heracles predicaba no era correcto —prosigue—. No pretendo que la disidencia me perdone, sólo pretendo hacer las cosas bien.
—No hay disidencia —señalo—. Ya no más.
—No puede ser el fin —responde.
—¿Sientes esperanza? —inquiero—. ¿Sientes arrepentimiento?
Ella se paraliza ante mis palabras, observándonos en silencio. Parece que estuviese intentando encontrar en su mente alguna manera de explicar algo que no es normal. Porque para ella todavía no es normal lograr sentir cosas más allá de las emociones necesarias para la guerra para la cual fue creada.
—Sé que no me creerían si lo digo, sé que pensarán que estoy mintiendo sólo para ganarme su favor —explica, finalmente—. Pero es la verdad: sí, siento arrepentimiento y siento esperanza. Y no me pregunten cómo, ni cuándo sucedió, porque yo todavía no lo entiendo.
Entonces, al notar la confusión en su voz, sé que no está mintiendo. Observo a Russo y a Froy; el científico asiente mientras el chico se encoge de hombros.
—Te creemos —resuelvo.
Ella frunce el ceño, como si no pensara que fuese a ser tan fácil.
—No voy a mentir: me sorprende —expresa.
—Simplemente sabemos cosas que tú no —respondo.
—¿Entonces puedo ir con ustedes? —pregunta.
Yo asiento, antes de volver mi mirada al científico.
—Llévanos donde Martin, Russo.
Caminamos unas dos horas sin parar. Russo nos lleva hacia el punto de encuentro que le ha propuesto a Martin. Puedo escuchar el pequeño río desde mucho antes de que lleguemos, pero lo que me sorprende al llegar es que, justo a un costado del mismo, se encuentra una vieja y oxidada estatua con el símbolo del puño levantado de la Gran Nación. Al leer la borrosa descripción, me doy cuenta de que esta estatua ha estado aquí desde antes de la primera rebelión disidente.
—Qué lugar tan específico —señala Froy, observando también la estatua.
—Conozco la ubicación de al menos dos docenas de estas. Las usaban en la Tercera Guerra como punto de encuentro.
Eva se deja caer sobre una roca. Parece que su energía ahora es prácticamente nula.
—Bien. Ahora tenemos que esperar —digo.
Me quito las botas y los calcetines y me remango el pantalón hasta la rodilla. Me adentro en el pequeño río mientras Froy fabrica una lanza improvisada para cazar algunos peces. La sensación fría del agua contra mi piel es relajante, pero a la vez es extraña. Si los nanos toman control de todos los órganos, la piel es definitivamente uno de ellos. Por eso siempre se sentía tan particular la piel de Lugh.
Lo que me sorprende ahora es que el sentido del tacto en mi piel también parece haber mejorado. Aunque suene loco, es como si pudiera sentir cada microscópica partícula individual de agua que choca contra mis piernas. Es una sensación particular que no podría describir con palabras de manera exacta.
Desde que emprendimos camino hacia este lugar, mi mente sólo ha pensado en Lugh. No pude ver mucho de él, pues los soldados se interponían en la vista. Sólo sé que era él, inconsciente, inmóvil, tal como lo dejé en las ruinas antes de perder la consciencia. El mero recuerdo de Lugh cayendo inconsciente cuando huíamos de Ciudad Base 30 me carcome el alma, si es que todavía existe un alma dentro de mi cuerpo humanoide.
Entonces, puedo ver ante mí, como si mi mente proyectara aquella escena, cómo caían todos los demás disidentes a mi alrededor. Gannicus, Alice, Forseti... ¿Volveré a verlos? ¿Cuánto tiempo tomará hasta que los transformen en humanoides rojos? Sólo ha pasado poco más de un día desde aquella terrible batalla, nuestro peor fracaso. La única esperanza que me queda es que Renée necesita a los disidentes para aumentar números en su legión roja. ¿Pero qué hay de Gannicus? Nada bueno puede surgir de que Renée lo tenga en sus garras.
Sólo espero que podamos llegar a ellos antes de que los transformen. El mero pensamiento de ver a mis amigos y a Lugh convertidos en seres irreconocibles me provoca el comienzo de un ataque de ansiedad. Pero debo concentrarme en no perder las riendas, el enfoque y la energía intentando calmar la creciente ansiedad que siento. No sé cuánto tiempo estaré sin ambrosía, y ver el efecto que tiene la falta de la misma en Eva no es nada esperanzador.
Lugh no está muerto, sólo está desactivado. Lo mismo pasa con los demás. Por ahora, es lo único bueno que queda.
Decido concentrarme en ayudar a Froy a atrapar peces para él y Russo, y lo logro sin la ayuda de una lanza. El chico desecha su arma improvisada y se dedica a atrapar los peces que le lanzo sin siquiera mirarlo. Algunos se resbalan de sus manos, otros son lanzados hacia la tierra, donde Russo, algo asqueado, les da un golpe en la cabeza con una roca.
Cuando terminamos nuestra pequeña misión de caza, hacemos una fogata para cocinar los peces. Ambos hombres comen como si no hubiera un mañana, pudiendo por fin satisfacer su necesidad de alimentarse.
El sol se mueve en el firmamento a medida que las horas pasan, y todavía no hay rastro de Martin. No obstante, Russo me tranquiliza, haciéndome saber que él se encontraba mucho más lejos que nosotros.
—¿Podrías ver la ubicación del localizador mientras esperamos? —inquiero de manera impaciente—. Necesito saber a dónde han llevado a Lugh. Y donde sea que él esté, posiblemente estén los demás.
El hombre asiente, tomando otro pequeño aparato de su bolsillo, comenzando su búsqueda. Observa la pantalla con intranquilidad. A medida que pasan los minutos y no obtengo respuesta de su parte, comienzo a angustiarme ante la idea de que el plan no haya funcionado.
—¿Y bien? —inquiero.
Él suspira, negando lentamente con la cabeza.
—El localizador está activo, pero no me da ninguna ubicación.
—Pero estaba funcionando cuando lo teníamos.
—Está funcionando —corrige—. Sólo hay una explicación para la falta de datos: se encuentra bajo tierra.
Por supuesto: Torclon y sus escondites y laboratorios subterráneos.
Las palabras de Russo se clavan en mí como cientos de cuchillos. La poca esperanza que tenía se desvanece por completo. Era el único plan que tenía, ni siquiera existe un plan B.
Llevo mis manos a mis ojos y comienzo a respirar, aunque me duele. Sólo necesito calmar la ansiedad que comienza a surgir ante la idea de no volver a ver a Lugh y a los disidentes nunca más.
No obstante, lo que Russo dice a continuación me despierta una vez más:
—Las sedes subterráneas de Torclon tienen su propio sistema satelital, todo lo que entra se conecta a ese sistema, pero es invisible para todo lo de afuera. No obstante, todavía podemos encontrarlos.
—¡Perfecto! ¿Qué tenemos que hacer? —exclamo.
—Bueno, necesito conectarme al sistema de Torclon.
—¿Y qué necesitas para hacerlo?
—Estar en una sede de Torclon —explica, frunciendo el ceño.
—¡Já! Sería más fácil volver a la luna fabricando un cohete de cartón, que escabullirnos en una sede de Torclon en nuestro estado actual —interviene Froy.
Suspiro con frustración.
—Dos humanos, una humanoide moribunda y una humanoide que no sabe controlar sus habilidades, eso es todo lo que tenemos —concluye.
—No ayudas mucho, Froy.
—Podríamos simplemente construir una cabaña en el bosque, plantar nuestras propias verduras y vivir como perdedores hasta que muramos de pena moral —continúa, ignorando lo que dije mientras se lleva otro pescado a la boca—. Bueno, hasta que los humanos muramos. Ustedes dos podrían vivir con pena moral por toda una eternidad.
—No es imposible —interviene Russo, provocando que Froy alce sus cejas en señal de sorpresa—. Todavía hay bases militares en pie, aquellas que fueron abandonadas después de la tercera guerra. Torclon es el gobierno, Torclon es la milicia: si accedemos a una base militar, aunque abandonada, podré usar los equipos y acceder a la ubicación del localizador.
Asiento con energía mientras siento la fuerza de la esperanza volviendo a apoderarse de mí.
—Tú sólo dinos a dónde ir —respondo.
—¿Y podemos ir con ustedes?
Todos volteamos al tiempo al escuchar aquella voz que salió de la nada, una voz que conozco demasiado bien. Estaba tan concentrada que ni siquiera lo escuché llegar.
Mi hermano me observa con una mezcla de extrañeza, alegría y asombro. Me pongo de pie con ímpetu y me dirijo a él. Sus ojos están fijos sobre mí, analizando cada movimiento que hago.
Cuando estoy a un metro de él, me detengo.
—Así que ya sucedió —comenta—. Ya no eres humana.
—¿Continúas molesto conmigo? —pregunto. La última vez que nos vimos no quedamos en los mejores términos.
—He tenido tiempo de reflexionar, lo que dijiste tiene sentido. Da igual si soy yo quien acaba con Renée.
—Así que podemos ser hermanos otra vez —afirmo, pero hay un deje de duda en mi voz.
Martin ríe levemente, cruzándose de brazos.
—Nunca hemos dejado de serlo, Abi...
No le doy tiempo de terminar. Me lanzo contra él y lo encierro en un fuerte abrazo, tan fuerte que puedo sentir el aire siendo expulsado de forma violenta de sus pulmones. Suavizo mi agarre cuando siento que corresponde a mi abrazo.
Tener a mi hermano junto a mí, vivo y sano, me llena de una satisfacción y alegría que no puedo explicar. Nos han arrebatado tantas cosas últimamente, que me parece imposible saber que este abrazo es real, incluso aunque siempre supe que él había permanecido a salvo en Tebas. Si pudiera llorar, lo haría, pues este sentimiento es tan grande que siento que explotará en cualquier momento.
—Por lo que más queramos, no volvamos a separarnos, Martin.
Él asiente, mientras da un paso hacia atrás.
—Nunca —afirma, sonriendo—. Además, no vine solo. Encontré a ciertas personas cerca a Ciudad Base 30.
Alzo las cejas, confundida. Me distraje tanto con él que ni siquiera percibí todos los sonidos que se esconden en el bosque tras él. Entonces, unas diez personas caminan hacia nosotros. Ni siquiera tengo que fijarme en el rostro del rubio que corre hacia mí, pues sólo su voz ya resulta bastante familiar.
—Samuel. —Sonrío, recibiendo su abrazo.
—¡Abigail! Ni siquiera te molestes en explicarme lo de tus ojos, Martin ya me lo dijo. —Se lleva el dedo índice a la boca, indicando que es un secreto.
Asiento, mientras observo a los demás acercarse.
—Mi gente y yo intentamos acercarnos a ayudar a cuantos civiles pudiéramos, pero los militares tenían control total de Ciudad Base 30. No pudimos hacer nada.
Sin embargo, no le respondo. Mis ojos se han encontrado con otro par de ojos nada agradables. El hombre me sonríe con ironía, levantando sus manos esposadas en señal de saludo.
—Me gustaría saber qué está haciendo Tom aquí.
—¿No te alegras de verme? —inquiere sarcásticamente.
—Sólo ignóralo —responde Martin—. Tuve que traerlo conmigo. Después de todo, es de las pocas personas que tiene información sobre lo que sea que la Gran Nación esté tramando.
—Y estoy muy dispuesto a ayudar —añade Tom.
Ni siquiera puedo soportar su voz. Ruedo los ojos antes de ver cómo Martin saca algo de su mochila, algo color azul.
Puedo escuchar a Eva suspirando con asombro cuando mi hermano saca varias bolsas de ambrosía.
—Traje todas las que pude de Tebas, pensé que las necesitarías.
—Gracias. —Sonrío.
Tomo una y me acerco a Eva, quien está de pie a unos cuantos metros de nosotros. Ella observa la bolsa entre mis manos como si se tratase de una droga: sus pupilas ultra dilatadas sólo demuestran la enorme necesidad que siente por este líquido azul.
Estiro mi mano, ofreciéndole la ambrosía, pero antes de que pueda agarrarla muevo mi mano con rapidez.
—Si siquiera piensas en traicionarnos con Heracles...
—No hace falta que lo adviertas, Abigail, sé lo que puede pasarme.
Asiento, entregándosela finalmente.
Ella la abre con brusquedad y se la lleva a su boca de manera afanada. Cierra sus ojos con fuerza mientras comienza a beber y un pequeño sonido de satisfacción se escapa de su garganta. Puedo notar cómo recobra fuerzas con cada trago que da. Incluso pareciera que su piel toma mejor color, que sus ojos se iluminan más.
Russo se acerca a mí, sacándome de mi ensimismamiento.
—Se me ocurre una base militar, sé a dónde debemos ir —confirma, asintiendo con emoción—. Descubramos dónde está Lugh, la copia y, potencialmente, todos los nuestros.
*****
¡Primer capítulo de la maratón de esta semana!
¡Hola! Espero que se encuentren muy bien.
Me fui un tiempo, lo sé. Primero andaba de viaje, luego me hicieron una cirugía. Pero estoy de vuelta, y a modo de compensación por la espera, toda esta semana habrá maratón de actualizaciones.
Un capítulo por día hasta el viernes :D Si puedo publicar sábado y domingo también, les haré saber.
Muchas gracias por su apoyo y por su paciencia. Espero que les guste <3
Carolina
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