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Capítulo 1 | La Gran Nación

"El pueblo es una fiera de múltiples cabezas".

—Alexander Pope.


El día se siente particularmente pesado; no porque estuviésemos llenos de deberes, sino porque en toda la ciudad existe cierta tensión referente a unos cuantos temas que han comenzado a generar disturbios. El lugar en el cual trabaja mi madre es un conjunto enorme de edificios y rascacielos que encierran en ellos las principales instituciones gubernamentales: Ministerio de Ciencias y Desarrollo, que en su fachada tiene el nombre Torclon, y así es como les gusta ser llamados; el Ministerio de Trabajo; el Ministerio de Educación y el Ministerio de relaciones políticas, que en su fachada lleva el simple nombre MOC, y así estamos acostumbrados a llamarles; en el MOC es donde se encuentra el poder administrativo del Distrito Capital, donde nos encontramos, y las ciudades base, que también son controladas por el mismo gobierno.

Egan Roman es el actual mandatario de la Gran Nación, nuestro país. El él recae todo el poder político de las ciudades base y el Distrito Capital; a pesar de que existen representantes de diversos sectores de la población que tienen voz y voto en la gobernación de las ciudades, esto es sólo una fachada que ha impuesto el MOC. Mi madre, quien trabaja en Torclon, el ministerio más cercano al MOC, es quien nos ha confiado esta información a mi hermano y a mí. No existen tales representantes, pero eso es lo que las personas creen.

Cuando salgo del edificio, después de la breve visita a mi madre, puedo ver a mi hermano a la distancia, caminando con su particular afán, aunque no lo haya en realidad. En la plaza central se divisan algunos grupos de personas haciendo panfletos en el suelo, pues hoy la Universidad Distrital ha convocado una marcha frente a los edificios gubernamentales debido al alza en el precio de la matrícula universitaria. Es la primera vez en décadas que se ha alzado este valor y, a pesar de tener causas justificadas, para algunas personas es difícil acoplarse a la nueva normativa.

Se estima que las marchas se tornen violentas en algún punto, y es por ello que la seguridad ha comenzado a reforzarse en los perímetros cercanos al centro gubernamental. A esta hora, las calles de la ciudad están llenas de personas; algunos observando a los manifestantes llegar poco a poco; otros, haciendo sus labores diarias sin intención alguna de ser partícipes de las protestas.

Cuando mi hermano y yo pasamos obtenemos algunas miradas curiosas por parte de los transeúntes. Esto es común para nosotros, pues la forma en la que estamos vestidos indica cuál es nuestro cargo en esta sociedad. El uniforme negro es indicativo de una unidad específica de los militares: el EMA; escuadrón móvil antidisturbios. Nosotros somos los encargados de proteger a la población civil en caso de que un disturbio violento comience en la ciudad. Pero esto no ha sucedido en décadas; la última vez que el EMA tuvo que salir del cuartel en modo operación fue hace noventa años, cuando la rebelión de los humanoides sucedió. Hoy en día, todo permanece con la calma a la que ya estamos acostumbrados, y usar el uniforme es sólo señal de pertenencia a la unidad. Por si acaso, dicen nuestros superiores.

Es por ello que si quieres ser parte del ejército, primero has de pertenecer al EMA. Somos la unidad más inútil hoy en día; nuestros entrenamientos son realizados con el único objetivo de ser promovidos a una unidad distinta. A pesar de esto, como a cualquier miembro de la milicia, la población civil nos demuestra respeto. El entrenamiento de un soldado del EMA lleva normalmente cinco años. Por cinco años entrenamos seis días a la semana, doce horas al día.

Hoy, sin embargo, es un día excepcional. Por primera vez en décadas tendremos un trabajo. Cuando paso por la plaza central veo a un militar superior, vestido con su particular uniforme camuflado, y no puedo evitar sentir cierta envidia. Martin y yo hemos sido parte del EMA desde que él tenía 17 años y yo 16. Cuatro años han pasado desde entonces. Sin embargo, sé que algo se avecina, y esa información la obtuve de mi madre. Se está planeando una operación que mi unidad llevará a cabo, y cada detalle se encuentra en la carpeta que Martin lleva en sus manos. ¿Por qué la unidad más baja de todo el conjunto militar llevará a cabo esta operación? Además de estar bien entrenados somos, a la vez, la unidad más inactiva. ¿Qué mejor forma de llevar a cabo una operación ultra secreta, que encargándosela a aquellos que nunca tienen trabajo, después de todo? Los demás al menos trabajan cuidando la frontera, nosotros nos limitamos a entrenar sin un fin. Supongo que el sobre que ha enviado mi madre ha de estar relacionado a las marchas y, por ende, la operación también.

No obstante, logro distraer a mi escurridiza mente hacia pequeños detalles que nada tienen que ver con las ineficientes protestas. He de admitir que mi vida no ha dado muchas vueltas abruptas e interesantes, y cabe la posibilidad de que me haya obsesionado de forma mesurada a mi vida militar. Si frente a mí existiese la posibilidad de elegir qué camino tomar para el resto de mis días, mi reacción no sería dubitativa: el ejército. Ni siquiera consideraría la posibilidad de atravesar la frontera, hacia esas montañas frías y desiertas, a terminar mi vida como una ermitaña. Sé que muchos elegirían ese camino, pero nunca piensan en las posibles consecuencias que podría traerles.

Dicen que más allá de la frontera, que es cuidada de forma estricta, los caminos comienzan a deteriorarse hasta que sólo queda tierra. Las montañas son peligrosas, porque entre ellas se esconden, de forma estratégica, las ciudades disidentes, donde fueron a parar los humanoides que una vez sirvieron a nuestra sociedad. Seres sin alma, que a pesar de tener apariencia humana y reacciones corporales que podrían asimilarse a las de una persona viva, no son más que simples máquinas fabricadas en antaño para ponerse al servicio de la guerra.

Cuando el mundo solía ser más grande habían dos facciones que estaban en constante tensión política y militar: la Occidental y la Oriental; Rusia y sus aliados, y los Estados Unidos y sus aliados. Poco sabemos hoy en día de su historia, pues toda fuente de información fue destruida al finalizar la guerra. Lo que sí sabemos, sin embargo, es algo que ha quedado como recordatorio de la rebeldía que puede llevar a la destrucción de un pueblo: nuestra sociedad occidental fabricó cientos de miles de máquinas con habilidades que superaban a cualquier fuerza humana. Robots, androides, humanoides, son muchos los nombres que recibieron en su momento; fueron creados por Torclon, que fue y continúa siendo el centro científico más grande del mundo. Programados para la guerra y la destrucción, estos humanoides vencieron a los Orientales. A pesar de que la población mundial se redujo en un noventa por ciento nosotros ganamos la guerra, y todo gracias al invento de Torclon.

No obstante, el sabor de la dulce victoria iría tornándose en amargo poco a poco, pues poco conocían los científicos acerca de los claroscuros de estas máquinas sin alma, a pesar de haberlos creado ellos mismos. De alguna forma, los humanoides que lograron sobrevivir a la guerra obtuvieron una especie de consciencia que se salió del control de los científicos Pedían un espacio para su vida en el Distrito Capital; exigían derechos que no les pertenecían, e incluso suponían que podían acceder a cargos políticos. Tras las respuestas negativas la única reacción de los humanoides fue la violencia. Al fin y al cabo, para eso fueron hechos. A pesar de interminables intentos de desactivación por parte de Torclon todo desembocó en una rebelión, y los humanoides ya no estaban del lado de los humanos: se convirtieron en Disidentes. Huyeron por las montañas y crearon ciudades disidentes, de las cuales escuchamos muy poco hoy en día.

La ironía es que las tensiones políticas y militares que hubo entre Occidente y Oriente en antaño, hoy se ven reflejadas en una nueva realidad: Distrito Capital versus Ciudades Disidentes. Sólo se habla de estas tensiones en las sedes del gobierno, aunque son más suposiciones que otra cosa, puesto que realmente no hemos escuchado de ellos en mucho. Mi madre no nos habla de ello, pero Martin y yo somos lo suficientemente escurridizos para escucharla en sus reuniones sin que se dé cuenta de que estamos allí.

Mi ensimismamiento es interrumpido por una niña de vestido azul que corre frente a mí y por poco colisiona con mis piernas. Mis reflejos han sido suficientes para detenerme a tiempo y observar que la pequeña lleva en sus manos un panfleto contra el gobierno, apoyando las marchas estudiantiles de la Universidad Distrital. No puedo evitar resoplar ante el nivel de manipulación que tienen quienes sean que sean sus padres sobre esta niña, pues ella ni siquiera entiende de qué tratan las protestas y mucho menos tiene la capacidad de comprender el plan gubernamental que hay detrás de las alzas del valor de la matrícula. Nuestros superiores en el EMA nos han advertido acerca de las actitudes violentas que usualmente los protestantes traen encima, y por nada del mundo es apto llevar niños a una marcha.

Dejo de lado esos pensamientos cuando me doy cuenta de que mi hermano me lleva mucha distancia, y entonces debo comenzar a correr para alcanzarle. Lo que más disfruto de andar por la ciudad a estas horas, casi al atardecer, es el olor a café recién hecho que sale de los locales de comida. A pesar de no disfrutar de su sabor, el olor del café me trae cierta calma, sobre todo si está en compañía de una buena brisa fresca. El invierno se acerca y desde ya se pueden sentir sus manifestaciones: el cielo es más gris de lo usual; los árboles comienzan a perder todas sus hojas y la brisa es más fría que en meses anteriores. Lo bueno es que este clima logra despejarte.

A medida que avanzamos en nuestro camino, las calles comienzan a sentirse más solas. La mayor actividad se encuentra en el centro y sólo aquellos que tienen menos dinero son los que viven en los suburbios, cerca de las afueras; usualmente son analfabetas, es decir, aquellos que no pudieron ir a la universidad o ser parte del ejército.

El conjunto militar se encuentra en la entrada de la ciudad, más allá de los suburbios. Naturalmente, nadie puede entrar ni salir de la ciudad si no pasa primero por el control militar. Cuando llego al cuartel principal estoy falta de aire, pues mi mente se ha concentrado en otros pensamientos en lugar de regular mi propia respiración.

Martin ya ha entregado a Sergen, nuestro superior, la carpeta que le ha enviado mi madre. El hombre canoso me observa con el ceño fruncido cuando me acerco a ellos, toda cubierta de sudor, pues perseguí a mi hermano por casi siete calles.

—¿Alguno de ustedes le echó un ojo a la información contenida? —inquiere con tono amenazante.

Observo a Martin con una ceja levantada. Él niega rotundamente con la cabeza, con la expresión de tranquilidad típica que siempre denota. Yo hago lo mismo y observo a mi alrededor: decenas y decenas de soldados se están alistando para salir hacia la Plaza Central, pues las protestas comienzan en poco.

—Prepárense. Cuando estén listos, búsquenme en el cuartel trasero.

Sergen se lleva un cigarro a la boca y nos deja solos. Martin y yo comenzamos a caminar hacia la sala de preparación, donde nos despojamos de nuestro uniforme diario y nos ponemos el de operaciones especiales. Al quitarme el uniforme el aire frío golpea mis brazos, pues debajo sólo tengo una blusa básica que uso siempre para intentar acondicionarme en los entrenamientos. Me pongo encima la cazadora negra que es más pesada que la anterior, en cuyos brazos se lee la palabra EMA, pequeña y plateada, acompañada del símbolo del gobierno, un círculo plateado con una mano empuñada y levantada. Me cambio las botas por otras un poco más pesadas y envaino mis armas en el cinturón. Luego, tomo mi carabina M4 y la cruzo por mi espalda, para después tomar mi cabello en una coleta alta.

Mi cabello es ondulado y castaño, y a menudo me cuesta hacer que se quede en su lugar. Si supiera cómo peinarme como las mujeres de la unidad ceremonial del ejército tal vez lo haría, pero parece conllevar mucho trabajo. Por ende, una coleta alta es siempre la mejor opción.

Estoy lista antes que Martin, quien siempre suele llevarse un buen tiempo al cambiar su uniforme. De hecho, siempre suele llevarse tiempo en todo; su tranquilidad excesiva a veces resulta agobiante para mí.

—Qué tal si te apuras —pido.

—Qué tal si te esperas —responde con rapidez, observándome desde el suelo, donde está amarrando sus agujetas con especial paciencia.

Suspiro, observando a mis compañeros. Un detalle me parece sorprendente, y es que la mayoría de aquellos que pertenecen a mi unidad se dirigen hacia la salida en lugar de ir al cuartel trasero, donde Sergen nos espera. Decido no prestarles mucha atención y cuando Martin por fin está listo nos dirigimos al punto de reunión indicado.

Al llegar, nos llevamos la sorpresa de que sólo habemos ocho personas en total en esta sala, donde Sergen nos observa entrar uno por uno fijamente. Tiene la carpeta de mi madre en su mano derecha, y con la izquierda sostiene una caja pequeña de cigarros. Es por eso que sus ojos negros siempre parecen inyectados de sangre, pues estoy más que segura de que esos cigarros contienen algo más que nicotina. Él sólo duerme dos horas al día y aun así parece más despierto que todos nosotros juntos.

Cuando entramos, cierra la puerta y nos hace formarnos en línea horizontal, mirando al frente. A mi lado, Luke Thomas golpea ansioso su palma contra su pierna, sin poder ocultar la emoción que siente ante nuestra primera misión importante. Nos han pintado las protestas como actos violentos que requieren intervención del EMA y, teniendo en cuenta que nuestro único trabajo es entrenar y en caso de otros, cuidar la frontera, las sedes del gobierno y las calles desiertas del Distrito, tener nuestro primer trabajo relacionado verdaderamente al EMA es de por sí un reto emocionante.

Sin embargo, Sergen permanece en silencio por veinte eternos minutos.

—Ya se han ido los demás, comandante —señala Luke, interrumpiendo el silencio que sólo Sergen puede cortar.

El hombre lo observa con una mirada matadora y el pelirrojo de Luke de repente se ha quedado tan tieso como una tabla. Nadie más se atreve a decir palabra alguna, y yo no seré la excepción. Mi hermano comienza a mostrar cierta expresión de impaciencia, cosa que nunca sucede en él, y puedo notar que todos comienzan a tenerla también.

—Los he citado aquí porque ustedes tienen una labor diferente el día de hoy —explica con voz fuerte.

Creo haber escuchado un suspiro de decepción proveniente de alguno de mis compañeros. Yo también me desanimo un poco, pues no entiendo por qué nos ha pedido usar el uniforme de operaciones especiales.

Detrás de Sergen, una pantalla grande ha comenzado a sonar el himno de Ciudad Distrital y ahora transmiten la llegada del EMA a la Plaza Central, donde una multitud de alrededor de doscientos estudiantes está gritando cánticos y levantando panfletos frente a las sedes del gobierno. Ya todas las unidades del EMA están dispuestas en lugares estratégicos de la plaza y calles aledañas, pero nosotros continuamos aquí encerrados.

No obstante, la decepción grupal que sentíamos se ve opacada con las noticias de nuestro superior. Sergen levanta la carpeta en vista de todos, y comienza a hablar más lento de lo normal:

—El día de hoy se ha dispuesto una misión especial y ustedes han sido cuidadosamente elegidos para la misma. En esta carpeta están contenidas las instrucciones de Torclon y MOC, instrucciones que debemos seguir al pie de la letra.

Coloca sus manos detrás de su espalda y comienza a caminar armónicamente, pasando frente a cada uno de nosotros. De fondo, las voces de cientos de protestantes llegan a nuestros oídos por medio de la pantalla.

—Desde hace unos meses hemos estado recibiendo notificaciones de algunas ciudades base indicando la presencia de disidentes armados en los alrededores, obstruyendo de forma clara la seguridad de los comerciantes al transportarse de una ciudad a otra. Esto significa explícitamente que el abastecimiento de suministros entre ciudades se ha visto afectado. Además, hace una semana un comerciante de pescados de la Costa Este desapareció sin dejar rastro mientras se dirigía a las ciudades del sur para realizar su intercambio mensual.

Al escuchar la palabra disidentes nos es inevitable no darnos miradas entre nosotros. De ellos sólo se escucha hablar en las calles, por décadas no hemos recibido noticias relevantes por medio del gobierno que traigan alguna información nueva sobre los disidentes. Ellos están escondidos, lejos de toda ciudad, pero al parecer ahora están acercándose por algún motivo a los humanos, cosa que no ha sucedido desde la rebelión.

—La perturbación a la seguridad pública de nuestros ciudadanos y la desaparición de uno de ellos es una clara amenaza de su parte. Sabemos que han existido tensiones militares constantes durante años, pues hemos recibido misivas de nuestros exploradores indicando la fabricación clandestina de armas en algunos puntos de las zonas montañosas; sin embargo, estos puntos desaparecen en cuestión de días y no se han considerados suficientes para ser tomados como amenaza directa. Pero ahora se están acercando, y es por eso que Torclon requiere intervención inmediata.

Él vuelve a levantar la carpeta en el aire y todos nuestros ojos se dirigen a ella. Inevitablemente pienso en mi madre, y entonces Martin y yo nos miramos con confusión. ¿Desde cuándo mi madre y su equipo están planeando una intervención en los disidentes? Ella es la directora de Torclon, pero nunca pensamos en sus labores actuales, pues no tenemos muchos indicios sobre ellas.

—Torclon ha estado trabajando por siete años en encontrar una forma de desactivar masivamente a los disidentes y dejarlos completamente obsoletos. Si esas máquinas piensan atacarnos, no lo duden: acabarían con nosotros sin pensarlo un solo segundo. Para eso están diseñados, su única función sobre este planeta es la destrucción; y desde la rebelión de los humanoides, su única función es la extinción de la raza humana.

Ése es el mito que se oye rondar en todas partes. Los ciudadanos del Distrito están en constante estado de alarma, pues la primera noticia del día que se ve en la televisión en el canal gubernamental, único canal que existe, es una propaganda del MOC mostrando las atrocidades que pueden cometer los disidentes, entre ellas, la extinción de toda la raza humana. Advierten que aunque permanezcan silenciosos fueron, son y serán siempre nuestra mayor amenaza. Nuestra creación se levantó contra sus creadores, es la primera frase que escuchamos en el día, y la última que escuchamos antes de irnos a dormir.

Cuando Sergen menciona que Torclon ha estado trabajando por años en una manera de desactivar a los humanoides, entonces pienso en el ascensor misterioso en el gran edificio blanco de Torclon, al que siempre vemos acceder a mi madre. Lo único que sé es que son pocos los que pueden entrar y que ese ascensor va hacia abajo, no hacia arriba. Siento la mirada de Martin nuevamente sobre mí y mis ojos se cruzan con los suyos. ¿Tendrá algo que ver lo que se hace en Torclon a niveles subterráneos, con los disidentes? ¿Es allí donde están elaborando el método para desactivar a los humanoides?

—Pero como todo invento en el mundo científico se requiere de experimentación, y para experimentar se requiere de un espécimen. Adivinen: Torclon tiene el método, pero no tiene el espécimen.

Entonces mis ojos se abren como platos y de repente el ambiente se torna tensionante. Creo que sé qué quieren de nosotros.

—No estarán pensando... —interviene una chica de piel morena y facciones fuertes. Su frase se ahoga a la mitad cuando su voz comienza a tornarse temblorosa.

Sergen levanta una ceja, observándonos uno por uno como si fuésemos los seres más débiles del planeta.

—Los hemos elegido por ser los más fuertes, pero sus miradas sólo demuestran miedo. ¿A qué le temen?

—¡Es una misión suicida! —exclama Andrew, un chico pelinegro que a simple vista se ve flacuchento, pero es más fuerte que muchos de nosotros.

Una risa sonora proveniente de nuestro superior inunda la habitación. Su risa se mezcla con los gritos provenientes de la pantalla, donde de la nada la multitud ha enloquecido y están comenzando a lanzar piedras contra las unidades del EMA. Ha anochecido y las escenas de la pantalla son confusas, sólo se alcanza a ver la tonalidad naranja del ambiente debido a las mechas de fuego que llevan algunos protestantes, y un montón de personas corriendo frente a la cámara. Entonces, el EMA abre fuego cuando la multitud se encara a ellos, pero no puedo prestar mucha atención, pues la voz grave de mi superior vuelve a tomar poder de la estancia.

—Ustedes son los soldados mejor entrenados del ejército. ¿Querían trabajo verdadero? ¡Ahí tienen su trabajo! Hemos detectado una ciudad disidente a quince kilómetros de aquí, bien escondida de la vista de los curiosos. La misión de ustedes siete es simple: la ciudad cuenta con un viejo sistema de túneles subterráneos que se extiende a tres kilómetros de la entrada principal. En la madrugada no hay más que un par de disidentes cuidando la entrada. Las calles están solitarias a esa hora, pues las hemos espiado desde el aire por tres meses seguidos y conocemos bien su rutina.

Toma una pistola pequeña de una mesa cercana. Esta pistola es una que jamás había visto en mi vida, pues no parece tener espacio para introducir cartuchos. Sólo tiene el símbolo del gobierno. Sergen aprieta el gatillo, pero no sale una sola bala del arma.

—Lo único que tienen que hacer, bola de asustadizos niños, es tomar a uno de los disidentes que hacen guardia, ya sea de la entrada o en las calles, llevar este pequeño artefacto a su cabeza y activar el gatillo. No me pregunten cómo funciona, porque no soy científico, pero esta cosa desactivará al humanoide por tres horas. Traigan al humanoide. Eso es todo.

—¿Y cómo saben que funciona? ¡No tienen disidentes para experimentar! ¡Es por eso que vamos a ir en primer lugar! —pregunta una chica rubia, cuyo nombre no recuerdo.

—Esta cosa es la que usaban en la guerra recién creados los humanoides, para desactivar momentáneamente a cualquiera que presentara fallos. Puedes ir tú misma a la sede de Torclon a preguntarles cómo funciona, pero juzgando por cómo van las protestas, no creo que tengas mucho éxito en llegar, Amanda, ¿no?

Amanda agacha su cabeza y permanece en silencio.

—Tom será el comandante de esta misión —señala a un chico alto y rapado, quien tiene un gran tatuaje abstracto en el cuello. Él se para al frente, al lado de Sergen—. Él conoce a detalle todo el plan, el mapa y su única misión es seguir sus instrucciones. ¿Alguno de ustedes se cree incapaz de hacerlo?

El silencio reina en el cuartel. Yo opto por no mostrar expresión alguna, pero por dentro no puedo negar que tengo miedo.

—¿Alguno de ustedes se cree incapaz de hacerlo? —repite, alzando la voz considerablemente.

—¡Como ordene, señor! —gritamos todos al unísono.

—Más les vale estar aquí para el primer rayo del sol —advierte, asintiendo con la cabeza a Tom—. ¡Por la Gran Nación!

Tom comienza a caminar hacia la salida y todos lo seguimos instintivamente. Martin y yo nos quedamos de últimos en el camino hacia la salida, y sólo el viento frío que golpea nuestros rostros al salir nos hace reaccionar.

Mientras esperamos que todos suban al camión blindado mi hermano coloca su mano en mi hombro.

—Necesitaríamos a tres de nosotros para vencer en fuerza a un solo humanoide —susurra.

Yo asiento, a pesar de saber esto, pues es lo que nos enseñan desde el primer día de entrenamiento. Y entonces mi corazón comienza a latir con rapidez cuando llega mi turno de subir al camión. Ahora no hay marcha atrás, y soy consciente de que podríamos morir esta noche.



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¡Hola, queridos lectores!

Aquí estoy con un nuevo libro. Siempre quise escribir ciencia ficción, por lo que de verdad espero que les guste este nuevo proyecto. Díganme cómo les va pareciendo. Nos vemos pronto con un nuevo capítulo.

Con cariño,

Carolina.

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