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V e i n t i n u e v e

¡Felicidades, cameronN28! Este capítulo va dedicado a ti por responder correctamente cuál es el oficio de los padres/familiares de Aldana :) 



Tenía un conflicto interno (además del que me debato desde que comprendí que haber influido en mi existencia) en que mis desvelos duraban el resto de la noche, lo que me deja con una cara de zombi evidente por el sueño. Quería dormir, anhelaba revolcarme en mis sábanas y soñar, pero no podía.

Ese jueves en la madrugada no fue la excepción.

Estuve toda la noche y madrugada viendo series con Rust, hablando de algún tema emergente que quisiese antojarse a salir de nuestras cabezas. Procuramos evitar meter ruido porque mamá se encontraba durmiendo a unas puertas más allá. Al final, a eso de las seis, Rust decidió marcharse anunciando que pronto volvería por más capítulos y que me valía estar más despierta.

Me hice un caos al mirar la hora porque, a la hora de poner mi roja cabeza en la almohada, no podía cerrar los ojos sin pensar en la experiencia de tener al Rust que tanto me gustaba de los antiguos viajes y saber que tenía posibilidad de cambiar su destino pronosticado de peligros en cuestión de segundos.

El celular casi cae en mi cara el instante traumático en que sonó la alarma para levantarme. Maldije entre dientes para levantarme con pesadez luego, en un tortuoso desplazamiento hasta sentarme al borde de la cama y contemplar un punto fijo durante más tiempo. Al escuchar ruido en el pasillo tuve que fingir que recién despertaba, bostezando y frotándome los ojos.

Me cambié el uniforme en lo que oía a mamá regañar a los gatos porque atacaban sus pantuflas rosas. Entonces, ajustándome el moño sobre la camisa, observé lo demacrado de mi somnoliento rostro reflejado en el espejo, pálido y ojeroso. Fue en un instante, donde mis ojos vidriosos recorrían mi rostro, el que bastó para no querer negarme a la entrega adictiva de los recuerdos previos antes de que el día se opusiera a la noche. Mis manos recorriendo mis labios instintivamente, presa de la sensación que aún latía en ellos.

Demonios, había caído otra vez en las enrevesadas y corpulentas garras del amor y deseo que le tenía a Rust. Pero en esta ocasión el emprendimiento a nuestros sentimientos fue mutuo, ambos tomamos la iniciativa y, a diferencia de nuestro primer beso, resultó solo en eso: un beso. Quizá el despertar de algo más allá de una simple atracción hacia Rust tentó en tirar del gatillo para negarme a volver el tiempo e impedir el surgimiento de Siniester.

—¿Qué haces?

Mamá apareció en la puerta de mi cuarto siendo la causante de mi sobresalto.

—Creo que me saldrá un afta —mentí tras bajar mis manos y ocuparme del moño otra vez.

—¿Cómo estás de la cabeza? —Se acercó para examinarme el rostro, luego puso su mano sobre mi frente.

—Uhm, mejor.

Quedó un momento quieta, de pie frente a mí, lo que me pareció una eternidad de contracciones en mi pecho por mentirle.

—Baja a desayunar —anunció dándose la vuelta, mi organismo tenso por fin suplió al corte de la situación—. Ah, y tienes que limpiar el comedero a los gatos.

Mamá sonaba golpeada y fría.

¿Acaso nos había descubierto? Me negué a creerlo, estuvimos con la puerta cerrada todo el tiempo, procuramos hablar bajo, apenas lográbamos escuchar la serie porque el volumen estaba en 4, literalmente, y por supuesto, no dejé que el testarudo de Rust bajara las escaleras a buscar ningún aperitivo que llenara su rugiente estómago.

Las clases de Química iban más allá del nivel aburrido y, siendo alguien que ya conocía las materias casi a la perfección, una probada de sueño no me vino mal; hasta que el profesor Rimalchi decidió prestarme la suficiente atención y mandarme fuera para lavarme la cara.

Partí al baño con ánimos de caerme por el pasillo para quedarme ahí, existiendo y respirando, pero durmiendo. No suena mal ahora que lo pienso, puedo disfrutar de ese enriquecido momento en mi imaginación, porque cuando llegué al baño no hizo falta agua para despertarme.

Había un mensaje escrito en el espejo.

Me quedé tan sorprendida... Pensé que el mensaje iba dirigido a mí, que tú habías viajado hasta aquí para amenazarme o algo por el estilo, o que quizás, alguien del colegio se había puesto en mi contra porque me vio con "Siniester". No obstante, ningún cuestionamiento dio abasto el hecho de que ese mensaje tenía un destinatario ya marcado: Shanelle Eaton.

Anhelando volver a clases sin toparme con alguien, terminé encerrándome en mi cubículo preferido al escuchar voces cercanas a la puerta. Fue efectivo deducir su entrada al baño también.

Abrí un poco la puerta para mirar por la rendija, encontrándome a dos chicas. Apenas pude verles la cara.

—¿Crees que lo vea? —le preguntó una a la otra.

—Claro que lo hará, suele venir al salir de clases.

—¿Qué más era?

—Las fotos.

Observé que ambas chicas se movían de un lado a otro. Estaban agitadas, hablaban con la voz golpeada y elevada a pesar de que lo estaban haciendo.

—Aquí las tengo —dijo la primera chica luego de permanecer en silencio.

—Perfecto.

—¿Algo más?

—No abrir la boca.

—Y comprar un lápiz labial nuevo.

Sus risas y murmullos que se perdieron poco a poco evidenciaron su marcha. Por fin pude salir del cubículo que por primera vez me pareció asfixiante. La escena que vi resultó más allá de lo perturbador. No solo estaba escrito el «Ahora estás sola PERRA» había otros insultos en el espejo y fotos de Shanelle con los ojos marcados en una equis y la boca rota. Además, dos velas encendidas como si se tratara de un ritual.

Me dediqué a romper las fotos, tirar las velas y limpiar el vidrio hasta que las clases concluyeron. El timbre sonó y estaba más pálida a como lo estaba cuando entré a clases. No entendía nada, y mientras más trataba de desenlazar los motivos por lo que dos chicas harían tal cosa, más me dolía la cabeza.

Decidí dejarme una foto, la más horrorosa, todo para enseñarla a Inspectoría con el fin de explicarles todo y darles detalles de qué estudiantes eran. Pero, justo cuando salía de la sala de Química tras buscar mis cosas, el destino se encargó de plantar a Rust y Brendon en mi camino.

No, en realidad no lo llamaría una coincidencia, ellos me estaban buscando.

—Hola.

Mi saludo sonó tan fuera de lugar, incómodo con creces. Sonreí con cinismo, pretendía que todo estaba bien, que mi nuestro fatal con tal macabro escenario en el baño solo pertenecía a un viejo recuerdo de alguna película.

Ambos chicos me devolvieron el saludo con un sutil movimiento de mano.

—¿Pasa algo? —pregunté tornándome seria.

Brendon asintió, volviéndose más serio que yo. Me tensé a tal punto que una punzada caló en mi espalda. Tuve que tragar saliva mientras me preparaba mentalmente para la supuesta mala noticia que rebosaba en el rostro de Brendon, quien comenzó a hablar con inquietud.

—Mañana es el cumpleaños de tu amiga y me preguntaba si... no sé... tú, siendo su amiga, aunque sé que llegaste solo este...

Brendon estaba más que nervioso, Rust tuvo que darle un codazo para regresarlo a la Tierra.

—Solo dile, hombre —le animó con cierta pesadez.

—Ah, pues... —continuó Brendon—. Y-yo quería comprarle algo.

Sonreí más relajada, inevitablemente. La intención de Brendon me pareció adorable y, al parecer, a su mejor amigo también; Rust trazó una media sonrisa en cuanto Brendon pudo concluir su petición.

—No le compres nada —respondí—, lo mejor que puedes darle de regalo es algo hecho por ti.

La duda caló más hondo que el propio nerviosismo de Brendon.

—¿Algo hecho por mí?

—Sí, algo cocinado por ti, con mucho amor y buenas intenciones. —Lo medité unos largos segundos—. Un muffin no estaría mal, y una tarjeta. Aldi es de las románticas de antaño.

—Lo anotaré.

No le recriminé el que haya tenido que anotar tal cosa, los azules ojos de Rust llamaron más mi atención. Él esperaba que lo recibiera con una mejor cara.

—¿Por qué no pareces feliz de verme?

Abrí mis labios, pero de ellos no salió palabra alguna pues mi aire se quedó contenido dentro de mi boca. Dudé, lo hice porque sabía, muy a mi pesar, que si le enseñaba la foto a Rust él definitivamente volvería con Shanelle para evitar que la amenaza volviera.

—Tengo algo que mostrarte. —Me removí en mi lugar, tímida e insegura. Saqué de mi chaqueta la fotografía de Shanelle y se la entregué—. Había más, y algo escrito en el espejo con lápiz labial.

—Hijo de puta.

Era justo la reacción que Rust podía tener, y la que esperaba, mas ésta venía con un agregado extra. Dio media vuelta sobre sus talones, emprendiendo un camino hacia un nuevo y bien focalizado destino.

—¿A dónde vas? —preguntamos Brendon y yo a la vez.

—Con Gilbertson.

Su amigo y yo nos miramos ante la respuesta, habidos en conocerlo como la palma de nuestra mano.

—No sé si fue él... —empecé a decir—. Vi a dos niñas.

Rust se detuvo, ya alterado y con la expresión descompuesta.

—¿Quién si no? —espetó—. Gilbertson debe haberles pagado.

Emprendió el paso arrugando la foto y la tiró a un lado. Los estudiantes se hacían a un lado asustados de ser golpeados por Siniester, esquivándolo como si tropezarse en su camino concluyera en una muerte segura. Tal vez no se alejaban mucho de esto, porque Rust iba cual toro avanzando, empujando a cualquiera que no se moviera de su trayecto hacia Claus. Brendon lo seguía para convencerlo de no hacer nada imprudente, y yo iba más atrás, con la foto arrugada.

Divisamos a Claus sentado en el borde de la pileta con la estatua del fundador de Sandberg, charlando con sus amigos y dos chicas. Rust se apresuró y Gilbertson no pudo prever el puñetazo que recibiría el momento en que se levantó para encarar al tan mal afamado Siniester.

Hubo un chapuzón, Claus cayó al agua, luego hubo silencio que dieron lugar a cientos de carcajadas llenas de burla.

—Estás muerto —amenazó Claus, levantándose—. Ya enterrado.

No dijo más; se acomodó la ropa mojada, salió de la pileta y se marchó con su grupo.

El ultimátum de Claus Gilbertson no resultó ser una simple amenaza que escupía con odio por la humillación, sino que iba más allá de las palabras, avanzaba hacia los hechos; lo entendí cuando al salir de Sandberg un grupo de chicos observaban con pasmo la moto de Rust hecha añicos.

Y de nuevo mis intenciones de salvarle el trasero a Rust confirmaron lo que hacía unas horas no lograba decidir: Si acababa con Siniester no habría amenaza, no habría muerte. Llegué a casa, hice un cálculo mental de acuerdo con la fecha en que Rust decidía marcharse de su casa y viajé.

Una vez escuché que una idea es como un virus que se aloja en la cabeza y no te suelta jamás. Empieza como algo pequeño que se va agrandando hasta volverse una esperanza, un cambio, un motivo por el cual vivir. Te aferras a la idea como el ser humano a la vida misma. Yo puedo ser un ejemplo de la veracidad de esto, con mi imprudencia por no seguir el curso natural de las cosas; o bien, Rust puede serlo, con la idea que creció dentro de sus pensamientos al no tener la familia que siempre deseó. Mi misión se convirtió en dirigirme a ese Rust y quebrar su idea primordial.

Encontrarlo no resultó simple, un descalabrado e inquieto niño como Rust me tuvo largos minutos de búsqueda en la ciudad siendo solo una niña con poco dinero y una bicicleta. Fui a su casa, su colegio, el campo de juegos, el estadio donde solía ir para ver a alguna estrella del beisbol, algún parque de diversiones de Los Ángeles. Finalmente, bajé a Santa Mónica y lo busqué en el parque de atracciones, bajo el enorme puerto, la playa y luego me marché hacia los peñascos.

Allí estaba Rust, jugando con su bate, bateando una pelota hacia la misma roca enorme donde nos sentamos cuando llegó a casa por la mañana para juzgar a mamá. Su pelo era rubio total, sin los reflejos castaños de sus diecinueve años; traía puesta la camiseta blanca de su equipo favorito de beisbol y también una gorra del color que lo representaba; estaba mucho más delgado y más bajo de lo que imaginé que sería, de hecho, nuestra estatura era la misma; sus ojos azules se asimilaban al celeste cielo que aquella tarde, pero noté que uno estaba más rojo e hinchado, supuse que por alguna pelea.

Ver al Rust miniatura me encendió el pecho de tal forma que ansié correr y abrazarlo, poder sentir su calor corporal contrastando con el mío y su olor entrando por mis fosas nasales para quedarme con ese distintivo aroma una vez que volviera.

Me quedé con el trote perdido a medio camino. Rust notó mi presencia, espantado.

—¿Qué? —preguntó esquivo, ocultando su cuerpo bajo un hombro y brazo levemente levantados— ¿Por qué me miras así?

Mi primera vez viéndolo así de pequeño, ¿de qué otra forma podría haberlo mirado?

—Hola, Rust —saludé con una sonrisa que enseñaba todos mis dientes y marcaba mis pecas—. Eres difícil de encontrar.

Frunció sus cejas y apoyó su querido bate en su hombro izquierdo.

—¿Te conozco?

«No ahora, sí más adelante», pensé.

Claramente decirle que venía del futuro no serviría.

—¿Qué le pasó a tu ojo?

—¿Te conozco? —insistió marcando la voz. Sorprendente, cargaba su mal humor desde niño.

—Fuimos a una clase de beisbol juntos... —contesté dubitativa— Hace tiempo. Me echaron porque no atajaba la pelota —agregué pateando una piedrecilla que cayó en su zapatilla. Por supuesto, esto era una vil mentira—. Y... ¿qué le pasó a tu ojo?

Evitó el contacto visual antes de removerse internamente y encoger los hombros, entonces respondió en voz baja:

—No pude batear.

—¿Quieres algo de ayuda? —Sus mejillas se encendieron.

El Rust de aquellos tiempos sí se sonrojaba, ¿eh? Muy adorable verlo con las mejillas rojas al escucharme.

—No, estoy bien.

Bajó el bate preparándose para darle a la pelota, permitiendo que vea su poco formado perfil.

—¡Oh, vamos! Practicar contra una roca taaaan enorme no sirve —desdeñé, tomándome el atrevimiento de acercarme—. Si te avergüenzas por no...

—No me avergüenzo —me detuvo antes de concluir, formando un gesto serio en su rostro.

—¿Entonces por qué no practicas con los del equipo?

—Porque me expulsaron.

—Oh. —Eso tenía algo de sentido—. ¿Por no batear?

—Porque no bateé y un idiota hijo de mamá se rio de mí. Lo golpeé y me expulsaron —añadió, lanzando la pelota al aire pero sin lograr batearla—. Hasta llamaron a mi viejo... —empezó a contar con la voz apagada y perdiéndose entre, quizás, algunos recuerdos—. Él me regañó y todo... Bah, si mal no recuerdo así él y mamá se conocieron, todo porque su hija le pegó a alguien y mamá era la directora del instituto.

—Muy típico de ti... —me pronuncié yo, pensando en voz alta como, seguramente, lo hacía él.

—¿Dijiste algo?

—Que yo habría hecho lo mismo —tuve que decir, dibujando una sonrisa algo traviesa. Rust se limitó a elevar una ceja juzgando mi comentario y observó en silencio cómo me encaminaba hacia la pelota de beisbol tirada en el suelo y la recogía—. Anda, trataré de lanzarla con cuidado para no dañar tu otro ojo.

Mi desafiante comentario funcionó.

Lo cierto es que Rust era pésimo bateando. Peor que eso, no podía darle a la bola jamás y, si lo hacía, ésta no avanzaba lo suficiente. Sus movimientos eran torpes y mal evaluados, se manejaba por el instinto, como el Rust de grande, y sus acciones terminaban perjudicándole. No había una determinación, sino que un resquemor que no existía en la figura altanera y testaruda del chico que me enamoré.

Supongo que ahí estaba el gran cambio que se formó gracias a las bandas. Y no estaba mal que fuera seguro de sí mismo la mayor parte del tiempo, me gustaba que tuviera una personalidad fuerte, sin dejarse pasar a llevar. No obstante, también me gustaba el Rust pequeño, con sentimientos frágiles e inseguridad, que no aparentaba, que no había decidido volverse un hombre tempranamente y que, sobre todo, trataba de seguir sus sueños.

Flaqueé de nuevo, indecisa sin saber qué hacer: dejaba al Rust de siempre, el chico que personificaba a Siniester, o cumplía con la razón por la que me encontraba en el pasado.

Tanto pensamiento hizo que me perdiera y no viese venir la pelota. Terminé con la cabeza en la estratósfera por un momento, desequilibrando mi cuerpo al borde de una terrosa caída.

Rust corrió hacia mí para ver cómo me encontraba y terminó disculpándose por el horrible chichón que me dejó el pelotazo. La acibarada práctica llegó a su fin, optamos por un descanso luego de caminar algunos minutos hacia el bazar ideal de Rust, el mismo donde le compré su pack de cerveza.

Esta vez fueron dos jugos y un descanso en la vereda.

Decidí tomar la determinación de hacer lo que me parecía correcto. No iba a perpetrar en la mente de Rust o lavarle el cerebro para que no dejara su casa y se uniera a las bandas, pero sí influiría para que reflexionara sobre la relación con su padre.

—Mi padre —comencé con fragilidad.

—¿Qué?

—Mi padre murió hace un tiempo, en un accidente, volvíamos de un paseo y pasó. Fue rápido y muy doloroso. No puedo recordar mucho, trato de evitarlo. Su muerte fue rápida, pero su recuerdo es muy... persistente, no puedo librarme de él, incluso estando aquí. Lo extraño muchísimo, más al pensar que ese día, en el paseo, no lo traté precisamente bien. Por ejemplo, en el auto, me quejé de su música y lo critiqué por no aceptar mis gustos musicales. Es algo tonto, mínimo, pero que se agrandó con su partida. —Rust me escuchaba con más atención de la que esperaba. Sus ojos azules estaban incrustados en mí—. No hay día en que no extrañe a mi papá...

Hubo un silencio en que ninguno de los dos decir algo, ni siquiera terminamos de beber nuestros jugos. No dijimos nada, pero nuestras actitudes decían mucho.

Como no siempre podía hacerle caso a la vulnerabilidad de la situación y en mí despertaba ese don de la confrontación, abrí mi boca para encarar a Rust directamente, sin despojarme de mi tono blando y suave bien poseído por mi edad.

—¿Valoras a tu padre?

Rust no respondió, arrugó la caja del jugo y la tiró a la calle, molesto. Se levantó en un silencio fúnebre que marcaba lo dolido que se encontraba por la mención de su padre. Más allá de otro gesto airado, agarró sus cosas para marcharse.

—Creo que deberías valorarlo más —añadí levantándome también—. Mientras puedes, mientras lo tengas, mientras no lo pierdas... —No respondió—. ¡Vas a extrañarlo, Rust! Te hará falta...

La alarma de mi celular sonó, todo lo vi negro. Al despertar me encontré en mi cuarto, sobre mi cama, con un dolor de cabeza y una presión en mi nariz. Me levanté con dificultad a la espera de saber qué tanto había cambiado el futuro.




¿Qué cosas habrán cambiado en el futuro? :O

io cé 7u7






















pero no te woa dizir :X

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