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C i n c u e n t a y u n o




El lunes 9 de noviembre, las chicas y yo decidimos hacer algo diferente y comer nuestro almuerzo en la sala abandonada de arte, donde algunos estudiantes iban a tener relaciones o fumar. Habíamos planeado primero comer en la azotea, pero el mal tiempo indicaba que se pondría peor. Así que, tomamos nuestras cosas y pasamos el rato entre bodegones viejos, arañas, pintura seca, esculturas hechas por estudiantes y telas de aspecto siniestro. El polvillo nos hizo estornudar más de una vez y las telas de araña fueron un problema al comienzo; quejidos, gritos y maldiciones resultaron en una mezcla de enojo y risas. Luego, todo se calmó.

—¿Shan ya no vendrá?

No recuerdo quién formuló la pregunta. Fue algo tímida, aunque logró romper el cómodo silencio que se había pronunciado.

—Al parecer no —respondió Sindy, quien ya iba por el postre: un rico mousse de fresa—. Tampoco responde a mis mensajes.

Rowin, Sindy y María me miraron.

—¿Qué?

—¿Rust te ha dicho algo? —preguntó la expresidenta del Consejo Estudiantil.

—No. Ella ni siquiera ha ido a verlo.

Cierto, y tenía bastantes razones para no hacerlo. Ella había jalado el gatillo y, además, tenía que esconderse igual que los otros chicos.

Rowin, que abría una barra de chocolate, tomó la palabra.

—¿Creen que es porque hay tensión en este triángulo amoroso?

Solté una risa que pareció más un bufido burlón y empecé a juguetear con las sobras de mi almuerzo.

—Lo que pasó entre Rust y yo no tiene nada que ver.

—Corrección —habló María—: Lo que está pasando.

La pequeña y primitiva sala se llenó de sonidos molestos, de esos típicos que tienen intención de hacer enrojecer. Eran como alaridos histéricos de gatos peleando por la noche, pero esa comparación es un tanto fea para reprochárselas a mis amigas. Preferí enseñarles mi lindo dedo del medio a las tres. Aldana solo reía.

Rowin meneó sus cejas.

—¿Y qué tal?

—¿Ah?

—¡El sexo en el hospital, Onne!

Fruncí el ceño, asqueada. Sindy también parecía compartir mi mismo pesar.

—No hemos tenido sexo en el hospital —respondí.

—¡Aish, Rowin! —exclamó la otra Morris, despeinándose—, le diré a tu madre que te quite la cuenta de PornHub.

—¿Cuenta? Yo lo veo gratis en una aplicación.

El triunfo fue de Ro. María fue la arbitró que proclamó la victoria de la Morris adicta al chocolate con una risa llena de sorna dirigida a Sindy, quien no quiso quedarse de brazos cruzados y se echó hacia delante de manera amenazadora.

Aldana detuvo la posible pelea.

—Jamás dejaré de sorprenderme de lo fácil que cambian de conversación, chicas.

María le guiñó un ojo.

—Somos expertas en el tema.

—Ah... —De la nada Sindy suspiró con pesar—. Espero que Shan esté bien. Tú —me señaló con su pequeña cuchara—, si sabes algo de ella, ten el agrado de informarnos.

—Claro que sí.

Una vez todas acabamos de comer, nos marchamos de regreso al comedor para botar las sobras y dirigirnos a la siguiente clase. María, Ro y Sindy iban tres pasos más adelante hablando sobre no sé qué. Aldana y yo teníamos un ritmo más lento y silencioso.

—¿Visitarás hoy a tu chico?

Oír «tu chico» sacó mi lado más torpe.

—No es mi chico. Pero sí, prometí que hoy iría a verlo.

—Pregúntale por Parfait.

Detuve el paso y, por consiguiente, ella también.

—¿Él tampoco responde?

La mirada triste de Aldana lo dijo todo. Bajo la cabeza y jugueteó. Yo la abracé para luego seguir caminando juntas, como si entre ambas nos sostuviéramos y consoláramos mutuamente. Tenía sentido, ninguna de las otras chicas sabían lo que nosotras.

—Todos ellos se han esfumado —comentó de manera confidente. Era cierto, ninguno de los amigos de Siniester asistieron.

—Se han puesto paranoicos, creen que cualquiera puede traicionarlos.

—Tal vez tengan razón —suspiró—, después de todo, alguien planeó la muerte del sujeto llamado Jaho.

Sí, y en esa muerte ayudé yo.

Si tan solo pudiera viajar... Me aferré a la esperanza de que cuando tuviera mi celular de vuelta, todo se solucionaría; podría regresar, Jaho no moriría por mi causa. Quizás, hasta podría aportar con información para Legión, decirle los planes de Claus.

Mierda. La cabeza me dolió.

—¿Estás bien? Estás pálida.

Aldana lució preocupada. Me había agarrado la cabeza.

Asentí.

—¿Cómo fue que Brendon se involucró con Siniester?

—Dinero. No viene de una familia muy adinerada, estudiar aquí es un privilegio. Dijo que debido a su hermano se metió en el tema de las bandas. Era pequeño y curioso, quiso saber qué hacía su hermano y cuando lo descubrió no lo dejaron ir. Empezó desde muy pequeño repartiendo mercancía, luego se involucró en la defensa y ahora dice que solo es un cobarde.

—No lo es.

—Eso le digo.



Llegué al hospital como ya comenzaba a ser costumbre. No me acostumbraba todavía al ambiente crítico y deprimente, pero atreverme a ir sola era un avance que alabar. Mi pecho se inflaba de orgullo por esto, igual que la primera vez que aprendí a andar en bicicleta.

En la recepción de la habitación estaba el padre de Rustcon un libro entre sus manos. Encontrarme con él me causaba cierta incomodidad, una molestia mental que no me hacía sentir en mis cabales. Pensé desde un principio que se trataba de Rust. Luego deduje se debía a que había jodido su vida con la mujer que de verdad amaba, que era el sentimiento de culpa carcomiendo mis sesos.

—Hola.

Él, sin embargo, saludaba con total normalidad. Su sonrisa me hacía sentir un poco más cómoda para hablarle. En realidad, sacar algún tema de conversación con él era fácil, su personalidad vibrante no evocaba esa aura sombría que percibía con otros adultos. Supongo que esto se debe a que es alguien a quien no le gusta que lo traten de usted, más bien el eterno joven galán de las películas. Gracias al cielo no usa de esas playeras sin mangas que a los cuarentones con complejo de jóvenes tanto les gusta usar.

—¿Alguna vez dejas este lugar? —pregunté mientras dejaba registro de mi visita en la hoja de la recepción.

—Mi hijo está adentro.

—Lo sé —fruncí el ceño—. ¿No será que cuidas que no se escape?

Se echó a reír y dejó a un lado el libro.

—Es Rust, si quisiera huir ya habría salido por la ventana.

Tenía razón, si él no estaba en el hospital, probablemente Rust se habría esfumado como los otros. Aunque era él, iba a escapar tarde o temprano.

—Pero él no se irá si tú estás aquí.

Meneó la cabeza de un lado con una mueca divertida.

—Lo dudo.

—Vaya, este es el lado modesto de un Wilson que no conocía.

Hubo una pausa en la que los dos teníamos sonrisas bobas, no obstante, en un lento proceso de cambio, él se puso serio. La mirada cansada relevaba que había dormido poco, tenía el pelo alborotado y, según noté, llevaba la misma ropa que el día anterior. También me percaté de que su libro lo había colocado sobre una manta. Él realmente pasó la noche un tan horrendo sitio.

—Gracias por visitarlo —dijo—. Nadie, además de ti, su hermana y el otro chico, han venido.

Lo primero que pensé al escuchar «otro chico» fue en Brendon, pero sabía gracias a Aldana que él se estaba ocultando, pues ni siquiera respondía a sus mensajes. Solo una persona se me vino a la cabeza, y sentí miedo.

—¿El otro chico?

Mi voz temblorosa no le causó cuidado, siguió con tu tono de voz normal.

—Sí, está dentro ahora.

¿Alguna vez te has sentido tan nerviosa que no puedes mantenerte en pie? Yo creí que caería al suelo. Mis pasos eran temblorosos, mi cabeza formulaba toda clase de encuentro o escena. Temblé por completo hasta dar con la puerta de la habitación. Antes de agarrar el pomo y abrir, respiré hondo y conté:

1...

2...

3...

Clic. La puerta se abrió.

Entré al cuarto y me encontré enseguida con dos figuras varoniles. Rust estaba de pie junto a su cama mientras que la otra estaba de espaldas a mí, mirando en diagonal hacia él. Pude reconocerla con facilidad, había pasado demasiado tiempo con él. Al escuchar la puerta cerrarse, ambos voltearon en mi dirección. La tensión chispeaba en el aire. Ni siquiera pude moverme.

Claus al verme sonrió y alzó los brazos al aire.

—¡Dios salve a la reina!

—¿Qué haces aquí? —pregunté, aunque no lo suficientemente alto para que me oyera, estaba tan conmocionada que solo fue una exhalación rasposa.

Claus avanzó para encontrarse frente a mí. Con su confianza característica, pasó un brazo por detrás de mis hombros y me apretujó contra su cuerpo. Mi rechazo fue absoluto: lo empujé con furia y fui con Rust.

Claus continuó:

—Me preguntaba cuándo vendrías, ya se me estaba haciendo aburrido discutir con él.

Rust maldijo entre dientes e intentó ir en su contra. Yo lo retuve para que no hiciera algo impulsivo, agarrándolo de su vestimenta.

—Su Alteza, siempre preocupándose por los plebeyos...

Claus hablaba con una teatralidad admirable y ridícula, se había metido en su papel de monarca a fondo. Caminó con paso pomposo, igual al de un gato, y se posicionó a unos pasos de nosotros. Rust se puso frente a mí.

—Déjala en paz —le ordenó—, ella no tiene nada que ver con esto.

—Qué equivocado estás...

Claus me miró con ojos lobunos y sonrió enseñando sus colmillos. Rust, quien comprendió el gesto, bajó su perfil hacia mí buscando alguna explicación. No pude ni mirarlo, estaba muriendo por dentro sabiendo lo involucrada que estaba con Claus. Me mordí el labio reteniendo las palabras que planeaban salir descontroladas de mi boca como excusas titubeantes.

—Oh... ¿No te lo dijo? —Dio más pasos hasta situarse a los pies de la cama— Tu linda chica estuvo ayudándome con algunos planes que tenía en Monarquía.

—Cállate, Claus —bramé.

—Ella fue la responsable de la muerte de Jaho —agregó—, gracias a Yionne te estás ocultando como una rata. ¿No es genial? Es una monarca de tomo y lomo, la reina que yo estaba buscando.

—Mientes...

La adrenalina en el cuerpo de Rust había subido con rapidez. Su respiración descontrolada se acrecentó cuando, en uno de sus tantos impulsos, atacó a Claus y lo agarró de su ropa. La risa burlona del monarca fue alarmante, igual a la de un demente que ha hecho alguna fechoría.

—Mírala... —le dijo— ¿De verdad crees que miento?





Pregunnnnnnnnnntaaaaaaaaa: ¿cómo creen que reaccionará Rust?

Creo que en algún momento Rust tenía que enterarse de lo que Onne hizo, ¿verdad? Pero que peniwis que se lo dijo Claus. 

¿Qué creen que Santa hacía en el hospital? 

Chamaques, les aviso que esta semana y la próxima estaré un pelín ocupada, pero trataré de traerles el siguiente capítulo lo antes posible. Eso sí, mi prioridad es el cap. final de Perdida.

Por cherto, resubiré La opción correcta, que es la versión bkna de Rompiendo tus reglas y Obedeciendo tus reglas, para que vashan a guardar la historia en sus beshas y pervertidas bibliotecas.

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