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C i n c u e n t a y t r e s (Parte 2)

Capítulo dedicado a nuestra besha Aldana de la vida real AldanaRs


Parte 2



Por más que insistiera, Aldana no quiso dejarme sola con Claus, así que me acompañó al punto de encuentro donde habíamos acordado juntarnos. Una enorme camioneta negra con vidrios polarizados aguardaba a un lado de la calle. Al verme bajar del auto, dos hombres vestidos de negro bajaron; su sola presencia elevaron mi temor más allá de la estratosfera. A pocos pasos de llegar, Aldana me tomó del hombro para mostrarme su apoyo. Lo agradecí para mis adentros; saber que no estaba sola me armó de valor.

Claus bajó el vidrio de la camioneta y enseñó su rostro. La sonrisa confianzuda que siempre llevaba había desaparecido, evidenciando el descontrol que sentía en ese preciso momento. Deseo haber saboreado por mayor tiempo ese momento.

—Bien, ya estoy aquí, ¿qué quieres?

No me respondió. En su lugar, uno de sus hombres abrió la puerta de la camioneta.

—Suban —nos ordenó.

Aldana dio un paso atrás en negación.

—¿Por qué? —quise saber.

—Más es mejor —respondió Claus—. Además —miró a Aldana—, también está involucrada en esto.

—¿A dónde iremos? —preguntó ella.

—A Polarize. Vamos a llamar la atención de sus novios.

—¿Y si nos negamos? —insistí dando otro paso atrás. Uno de los hombres altos se interpuso en nuestro camino de regreso al auto.

Una risita se le escapó a Claus. Al volverme hacia él, descubrí que portaba su apestosa sonrisa de superficialidad y alarde por la ventaja que nos llevaba.

—Estoy seguro de que no lo harán —dijo—. Vamos, suban, no les haré nada.

Mentía.

En el auto, rodeaba de hombres desconocidos y con Claus exhalando control sobre nosotras, la poca tranquilidad que había sentido en la tarde se esfumó por completo. Los buenos momentos que tuve fueron reemplazados por los recuerdos insistentes de mis otros viajes, imágenes rápidas sobre la habitación en Polarize ocuparon mis pensamientos. Me aterré al caer en cuenta de que mi más grande temor pasaría. No, mejor dicho, estaba pasando. Y como para empeorar las cosas, Aldana también viviría por lo mismo.

Mi amiga y yo íbamos juntas, con nuestras piernas pegadas, abrazadas por la espalda, deseando —probablemente— que no nos separaran. Aldana iba en silencio, con una aparente tranquilidad que se perdía en su mirada angustiada. Yo, por otro lado, no me negué a mostrar mi lado inquieto moviendo sin parar mis piernas. Claus lo notó; hizo un recorrido desde mi pierna hasta mis ojos, y en cuanto los capturó, esbozó una sonrisa.

—Esto no estaría pasando si él no se hubiera ido. Si hay alguien a quién culpar, es a él. Te prometo que yo no quería llegar a estos extremos, ser un bárbaro no es lo mío, pero... como suelen decir, situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas.

—Creí que nunca vería a Claus desesperado —hablé desde mi más roído orgullo, ese que se negaba a doblegarse ante la punzante situación.

—Puedo ocultar lo que siento muy bien, O'Haggan.

No sé si aquella respuesta debía tomármela como una advertencia o una pequeña muestra de lo que era realmente. No pude descifrarlo con total seguridad, por lo que preferí concentrarme en mi real problema: salir de Polarize.

Estacionaron la camioneta en un lugar exclusivo. Al bajar, nos escoltaron —por decirlo de alguna forma— hacia la zona VIP de la discoteca, con un hombre a cada lado, los cuales se aseguraron de que no pudiéramos escapar o mirar más de lo debido. La música zumbaba con fuerza en las paredes, la luz tenue daba ese toque íntimo que el lugar buscaba lograr. Nos hicieron sentar en un sofá largo y esperar. Un hombre alto entró a la habitación para hablar con Claus sobre, al parecer, nosotras; portaba un celular que en un momento apuntó hacia nosotras.

Claus negó con la cabeza, se acercó a mí y me tendió su mano.

—Tu celular, por favor —pidió.

Capté sus intenciones: quería tomarnos una foto para enviársela a Rust desde mi celular.

Por más que quisiera negarme, tuve que hacerlo porque no estaba en posición de exigir cosas, sino de responder a todos sus deseos por nuestro bien. La ecuación se resolvía simple: «comportarse bien» era igual a «no te haremos nada». Pensé que siendo dos estudiantes —entre ellas la hija de una prestigioso bufet de abogados— tendrían más cuidado, lo cierto es que hay personas que no tienen escrúpulos para nada ni nadie.

Tras tomarnos una fotografía, Claus ordenó a sus hombres a retirarle el celular a Aldana. También nos obligaron a sacarnos nuestra chaqueta y corbata para tomarnos una foto vistiendo solo la camisa y falda del uniforme. Otra foto para enviar y llegaron las bebidas.

—¿Por qué las caras taaaan largas? —preguntó el sujeto alto que había entrado recientemente— Estamos en un Polarize, deberíamos divertirnos un poco.

Con una señal con los dedos y mirada imperial, les pidió al barman —a quien no le parecía extraño que dos chicas de colegio estuvieran siendo forzadas a desvestirse— que nos sirviera dos tragos. Aldana y yo nos miramos a la vez como advertencia de lo que pasaría si aceptábamos beber.

—No le pondremos nada —señaló el hombre—. Bueno... ja, ja... quizás un poco más de alcohol. Pero chicas, están muy rígidas, tienen que soltarse.

Finalizó su pequeño discurso pasando la lengua por sus labios. Aquel gesto me recordó a Claus y sus patéticos intentos de coqueteo. Solo ahí, pensando en la comparación entre ambos, que llegué a la conclusión de que se trataba de Snake, el líder de Monarquía.

Jamás lo había visto, ni siquiera en mis otros cinco viajes. Monarquía se salía con las suyas, él manejaba a sus plebeyos por medio de Claus nada más. Fue toda una sorpresa que se presentaba ante nosotras tan abiertamente, sin esconder su rostro, sin máscaras de por medio.

Por supuesto, había una razón: si no se escondía de nosotras ni tampoco pretendía ocultar sus intenciones, era porque iba a matarnos tarde o temprano. Si Claus no tenía compasión por sus hombres, menos lo tendrían por nosotras.

Los dos tragos nos fueron entregados.

—Beban con confianza, porque la espera será algo larga —dijo Snake. Aldana fue la primera que llevó el vaso a sus labios y le dio un pequeño sorbo, el cual le hizo fruncir el ceño. Snake rio—. ¿Está muy fuerte?

—No acostumbro a beber alcohol —respondió mi amiga, demostrando una serenidad envidiable.

—Ya veo...

La siguiente en probar fui yo. Mi garganta dolió tras beber un sorbo que quemó más de lo pensado. Arrugué mi nariz y me quejé exhalando el aire por mi boca para así aliviar el ardor y lo amargo del trago.

—Bébelo todo y ve al baño. Vomítalo —murmuró Aldana con el vaso ocultando sus labios. Acaté sus palabras. Mientras ella llevaba la mitad del vaso, yo me lo había bebido todo—. Si algo llega a pasar...

No pudo continuar. Uno de los hombres, el que se quedó a vigilarnos mientras Claus y Snake no estaban, se volvió hacia nosotras. De manera tímida le dije que quería ir al baño. Fue otro de los hombres quien me acompañó; se quedó en la entrada del baño, afuera, mientras yo deje correr el agua para que mis arcadas no fueran escuchadas. El baño era espacioso, ideal para ponerme de cuclillas y tratar de vomitar tal cual me lo había ordenado Aldana. Toqué la corona del retrete, me acerqué para observar el agua en su interior, luego me metí dos dedos a la garganta.

Vomitar fue un reto. Tras varios intentos logré vomitar dos veces, pero fue inútil. Sin haberme percatado antes, todo lo que veía a mi alrededor había comenzado a dar vueltas, mi cabeza pesó y, antes de verlo todo oscuro, caí al suelo. Lo último que recuerdo de ese momento fue la entrada de Claus al baño y su rostro borroso examinándome.

Desperté amarrada en la habitación de siempre tras recibir el impacto de un flash en mi rostro. Me dolía el cuerpo, la cabeza y sentía que en cualquier momento volvería a vomitar. Otro destello cegó mi vista. Había tomado otra foto. Poco a poco fui consciente de la situación y traté de liberarme, aunque inútilmente. Me dolía todo. Cerré mis ojos, mi mente se perdía.

—Eso es... Sigue así... —escuché en algún lejano de mis pensamientos.

Volví a ser parte de la oscuridad, de la nada, a pensar incongruencias. Ni siquiera recuerdo qué soñé o si desperté una vez más. Yo solo estaba existiendo, lejana a todas las atrocidades que pudieron hacerme. ¿Sentí algo? La verdad, no lo sé. Quizás lo hice, puede que haya puesto resistencia, pataleé, grité y pedí ayuda. «Quizás», solo en eso se puede quedar.

Cuando los efectos de la droga pasaron, me encontraba amarrada sobre la cama, bajo la luz tenue de una lamparilla atornillada en la pared, justo sobre la cabecera. Vestía la prenda de siempre y sentía el mismo aire frío de las veces anteriores. Mi piel se erizó en el recorrido lento de un choque eléctrico al descubrir que el hombre enorme ya no estaba sobre mí, sino que en aquella habitación solo estábamos Claus y yo.

Los lobunos ojos del sucesor de Monarquía me veían desde la butaca. Bebía con paciencia y de vez en cuando jugueteaba con el líquido revolviéndolo con un estudiado movimiento del vaso. Sonrió cuando logré notar su presencia, seguro se burlaba de mi intento por cubrirme.

—No seas tímida, no eres la primera chica que veo así. Y seguro que no es la primera vez que lo hago contigo, ¿verdad?

Se bebió todo el trago de golpe y dejó el vaso sobre una pequeña mesa junto a la butaca. Con movimientos limpios, haciendo gala de su gran tamaño, caminó hacia los pies de la cama. La luz tenue de la cabecera iluminó parte de su cuerpo y cara, mas sus ojos seguían en las sombras.

—Claro que no, esto ya lo viviste —se respondió—. Lo que me resulta extraño es que no lo has evitado. Tú, con la flamante habilidad de poder ver el futuro, no has podido evitar... esto. ¿O es que no has querido?

Hice una mueca de desagrado. Podía haberle escupido en la cara de lo repulsiva que me pareció su insinuación.

—Ya entiendo. No has podido. ¿Sabes que no tienes que comportarte así conmigo? ¿Por qué no asumes que he ganado?

—Porque todavía no lo haces —farfullé. Apenas pude escucharme, tenía la garganta seca y adolorida.

Claus avanzó sobre la cama como lo haría un felino: lento, cauto y silencioso. Se colocó sobre mí, con sus piernas y manos apoyadas en la cama.

—Eres tú la que está amarrada, no yo.

—¿Y luego de esto? Cuando salga de aquí...

—¿Salir? Cariño, eres más ingenua de lo que pensaba. ¿Realmente crees que vas a irte sin más? Este es el lado VIP y tú estás amarrada.

Fui tentada a contarle que en los antiguos viajes había sido rescatada por Rust, que tenía la convicción de que aparecería derribando la puerta como ya lo había antes, que se tardaba porque entre todas las habitaciones no podía hallar dónde me tenían, pero que ya le había advertido sobre el 14 de noviembre, que estaba en la última habitación y que usara máscaras para no tener futuros problemas.

Nada de eso le dije, claro, mejor que lo tomara por sorpresa.

Claus se agachó hacia mi rostro, con su perfil recorrió mi piel hasta mi cuello y ahí se detuvo para oler. Quise apartarlo, me moví para evitar cualquiera de sus roces. Él respiró con fuerza el aroma de mi piel.

—¿Sabes cuánto quería esto? Si no lo hice antes es porque soy caballeroso.

—No me jodas...

—Lo digo en serio. Pude tenerte tantas veces así... —Su aliento contra mi cuello me pareció asqueroso y los besos que fue dejando sobre mi piel, también—. Sucede que a mí... —se acomodó para sentarse sobre mis piernas— Me gusta ir más allá.

Agarró una almohada y empezó a asfixiarme con ella. Fue un momento eterno en el que anhelaba algo de aire, incluso si fuese desde un pequeño agujero entre la sábana y la almohada. Claus reía con ánimo, empezó a menearse sobre mí, encantado por la forma en que poco a poco me arrebataba la vida.

En el último momento, cuando comenzaba a irme, se detuvo.

—Genial, ¿no? Tener el control sobre una vida es lo que más me excita. Yo soy el que decide cuándo mueres.

Entre jadeos y tos, formulé las palabras que me dieron algo de tiempo.

—Voy a matarte —le dije—. Esa vez, cuando me preguntaste cómo morirías, te mentí. Lo sé. Quien va a matarte seré yo, maldito perro asqueroso.

Se echó a reír flexionando su cuerpo hacia atrás. Pude ver todas las venas de su cuello hincharse.

—Y yo muero de ganas de que llegue ese momento —soltó en un tono rebosante de burla—. Yionne O'Haggan, estoy tan feliz de no haberme equivocado contigo... Incluso ahora, atrapada conmigo, sacas algo de valor. Admiro tu determinación, las ganas que tienes de aferrarte a la vida, pero la vida es cruel y no todos pueden lograr lo que desean. Y si lo hacemos, luego no tenemos idea de qué hacer. Tú ya tuviste tu deseo, ahora quiero tener de regreso el mío.

Colocó la almohada sobre mi cabeza y la enterró con fuerza sobre la cama. No obstante, la quitó antes de desmayarme.

—¿Alguna vez te dije qué fue lo que pedí? —le escuché preguntar. Yo poco reaccioné a su pregunta, así que me dio una bofetada para que reaccionara— ¿Me estás escuchando?

Negué con la cabeza.

—Te preguntaba sobre si alguna vez te dije qué pedí.

—No...

—¿No qué?

—No lo hiciste.

—Ah... —hizo una pausa y formó una mueca cínica—. Es una linda historia de amor no correspondido. ¿Sabías que Rust y yo fuimos alguna vez buenos amigos? Éramos niños y por temas familiares nos llevamos bien —comenzó a contar mientras se desvestía—. Fuimos inseparables. Yo lo acompañaba a sus clases de béisbol y él pasaba el rato conmigo cuando mi padre trabajaba. Pudimos forjar una relación poderosa, pero lo arruinó todo —sus ojos se encendieron en fuego—. No pudo aceptarme, ni pudo aceptar lo que sentía por él. Su rechazo fue más doloroso que las golpizas que papá me daba. Me marcó como un fierro caliente en la piel de un animal. Dijo que jamás podría verme con los mismos ojos que yo lo veía a él y se alejó, me dejó solo con todos los problemas que tenía en casa. Desde entonces prometí que haría pagar cada segundo del dolor que me causó. Por eso voy a hacerlo desaparecer, incluso de tu cuerpo.

Se aventó en mi contra dispuesto a darme un beso, pero se detuvo al ver mi expresión. No recuerdo qué hice o sentí, simplemente me limité a mirarlo con el fin de comprobar si su historia con Rust era real. La furia en su voz, la pérdida de su mirada en los recuerdos... Claus hablaba desde el odio, como si de verdad odiara cada una de sus palabras.

—¿No me digas que has creído lo que conté? —inquirió.

Yo permanecí seria.

—Créelo si así deseas, después de todo, algo tiene que justificar mi odio hacia él.

Con la almohada trató de ahogarme y yo aproveché de tomar aire. Aguanté la respiración durante un tiempo, actué como una desesperada en busca de aire y luego dejé de moverme. Fingí haber perdido el conocimiento para que me liberara. Y funcionó: Claus Gilbertson había caído. Con mis ojos cerrados pude guiarme de sus movimientos con lentitud; como era lo bastante astuto, me golpeó en la cara para saber si reaccionaba. No me moví ni un centímetro. Tras su comprobación, primero acarició mis piernas y luego mis brazos. Acomodó mi cabello para poder verme la cara y besó mi mejilla. Formó un pequeño camino de besos y saliva hacia mi boca. Nuevamente tuve que aguantar la respiración. Bajó hacia mi cuello y allí se detuvo. Mi corazón latía con fuerza, palpitaba tentando a salirse de mi tórax y creí que había notado las pulsaciones en mi cuello.

Pero no. Claus se había detenido porque afuera se había armado un alboroto y, al parecer, trataba de agudizar su audición. Sin apartarse de mí, giró su cabeza hacia la puerta y expuso su cuello. No lo dudé dos veces, solo permití que mi instinto de supervivencia emergiera y lo mordí. Mis dientes se clavaron en su piel con fuerza, igual que lo haría un animal salvaje. Apreté mi mandíbula hasta conseguir una buena porción de piel mientras Claus gritaba de dolor. Desgarrarle la piel vino acompañado de sangre. Mucha sangre caliente cayendo sobre mi cuerpo desnudo y sudoroso.

Claus gritó con más fuerza, sus movimientos eran torpes pero rudos, lo que me dio la facilidad de forcejear con más fuerza y tratar de soltarme. Llevó ambas manos a la herida y quiso cerrarla, pero la sangre que escurría de su cuello era interminable. Los ojos con los que me miró eran la definición de odio. Rabioso y colmándose de adrenalina, agarró una especie de navaja de la mesilla con los tragos  y fue en mi contra. Logré empujarlo con mis piernas y él cayó al suelo. Más tiempo a mi favor en el que intenté liberar mi otra mano.

Echando un grito agónico, Claus se puso de pie. La navaja brillaba en su mano.

Hubo más ruido del exterior.

La puerta se abrió de golpe y expuso a una persona vestida de negro que cubría su rostro con una máscara de conejo.

Siniester.

Era Siniester apuntando con una pistola al interior.

—¡Detente! —le ordenó.

Al escuchar la voz de Siniester, una sonrisa ensangrentada se formó en los labios de Claus.

—Al fin llegas. Ya estaba extrañando tu presencia.

Se volvió hacia Siniester y dio un paso hacia atrás, junto a la cama.

—Quédate en tu lugar —insistió Siniester con firmeza y se quitó la máscara para enseñar su rostro serio—. Vamos.

—¿O qué? Tú no vas a matarme, Rust, eres demasiado voluble y débil para asesinar a alguien.

—No te lo digo a ti —le respondió Siniester.

—Me lo dice a mí —murmuré justo detrás de Claus.

Haberme dado la espalda fue el peor error que pudo cometer, porque mientras se dirigía a Siniester, yo había podido escapar. Así que en su espalda, mientras él no podía verme, le arrebaté la navaja de su mano y se la enterré en el cuello. Más gritos. Claus cayó al suelo para revolcarse como un cerdo. Su dolor no me produjo ni una pizca de compasión, estaba tan llena de ira que me senté sobre su cuerpo, al igual que él en la cama, y le enterré la navaja en el pecho. Una, dos, tres... Se la enterré hasta que la hoja se rompió. Y cuando eso pasó, seguí golpeándolo.

Rust me agarró por la espalda para detenerme. Tomó mi rostro, me dijo unas palabras que no entendí, se colocó la máscara y luego me sacó de la habitación. Su mano sostenía la mía con fuerza.

Afuera todo era un desastre. Gritos, llantos, disparos... Polarize se había convertido en una concentración de caos.

Nos dirigíamos a la salida el instante en que me detuve de golpe, como si frente a mí hubiera una pared.

—¿Y Aldana?

—Brendon la debe estar buscando.

Polarize era más grande de lo que aparentaba, y entre una lucha de bandas —hombres de Legión y los Bohemios contra los de Monarquía—, el lugar parecía un laberinto. Rust estaba perdido, no sabía hacia dónde ir, por lo que tuve que ayudarlo a guiarse. Buscamos por todos los rincones y en las habitaciones disponibles sin dar ni con Aldana ni con Brendon. Para empeorar las cosas, los disparos atrajeron a las autoridades y ellos cerraron el sector. Rust se quitó la máscara y parte de su vestimenta para hacerse pasar por un civil cualquiera y no levantar sospechas. Corrimos hacia el primero piso, esquivando a unas cuántos hombres familiarizados con Siniester y luego regresamos a la zona VIP para comprobar nuevamente que Aldana y Brendon no encontraban allí.

Fue una sorpresa amarga descubrir que en la última habitación el cuerpo de Claus no estaba en el sitio en que había matado.

—Miren lo que le hicieron a mi muchacho —dijo una voz a nuestras espaldas. Nos volteamos con rapidez, descubriendo que era Snake quien cargaba el cuerpo en sus brazos—. Matarlo de una forma tan... horrenda.

Dos hombres lo acompañaban en la entrada: uno amenazaba a una herida Aldana y el otro a Brendon.

—Yo lo quería como a un hijo —Snake avanzó hacia la cama y dejó a Claus ahí. En efecto, estaba muerto y con la ropa cubierta de sangre—. Le enseñé de pequeño todo lo que sabía. Era perfecto, un chico excelente.

—Era un puto enfermo —le respondió Siniester entre dientes.

Aquella falta de respeto provocó la ira de Snake. Con un limpio movimiento de cabeza, le hizo una señal a los hombres para que sacaran sus armas y apuntaran a Aldana y Brendon en la sien.

—Me gustaría saber —Snake se paseó entre nosotros—, quién fue la persona que lo mató.

—Fui yo —se apresuró en decir Brendon—. Yo lo maté. Mátame a mí.

Snake se rio de la misma forma burlesca que lo hacía Claus.

—No mientas, yo sé que tú no estabas aquí —le dijo—. La pregunta va para ellos dos.

Supuse que estaba jugando con nosotros, si Rust decía que había sido él, entonces mataría a Brendon; si yo confesaba la verdad, entonces mataría a Aldana. No iba a matarnos a nosotros, quería que padeciéramos lo mismo que él.

—¿Y bien?

Su insistencia fue devastadora. Esperaba con impaciencia una respuesta.

Crucé miradas con Aldana, también con Brendon. Quería confesar, decirle que yo lo había asesinado, pero no quería que mi amiga muriera.

—Yo lo maté —masculló Siniester. Su semblante se oscureció al dirigirse hacia Snake. Lo miró a los ojos, buscaba demostrar que era franco—. Yo maté al hijo de puta que tenías como sucesor.

Snake lo miró con seriedad y bajó la mirada hacia sus manos.

—Qué raro... Tus manos están limpias.

Miré mis manos cubiertas en rasguños y sangre.

—Lo digo en serio.

—Lo dices para protegerla a ella —me señaló con una sonrisa.

Hizo una señal y dos fuertes disparos sonaron. El tiempo se pausó durante un instante, después se volvió lento. Vi la sangre volar en pequeñas partículas y a Aldana cayendo sin vida. Escuché el sonido de su cuerpo azotarse en el suelo y el grito desgarrador que Brendon emitió.

Todo pasó lento, como en una película.

Ni siquiera pude procesarlo.

Ni siquiera lo puedo procesar ahora, mientras escribo esto con lágrimas en los ojos.

Ella no merecía morir así. Era buena, sincera, una persona confidente, de voz apacible, leal y alguien paciente, que te escuchaba de verdad. Tenía tantas características buenas que parecía de otro mundo, pero se involucró en uno erróneo.

Su muerte desencadenó el enojo de Brendon, quien en un rápido movimiento se quitó al hombre que lo tenía agarrado y le robó su arma. El disparo que le dio a Snake fue certero, justo en la frente. El hombre que le disparó a Aldana reaccionó y le dio tres disparos mientras Siniester corría a embestirlo. Brendon cayó sobre el cuerpo de Aldana, agonizando. Otros dos disparos se escucharon por la habitación: uno para cada hombre. Siniester bajó su arma con lentitud, no obstante, Rust la tiró de inmediato al suelo para socorrer a su amigo.

—Haz algo —me decía con los ojos llenos de lágrimas. Desesperado, colocaba sus manos sobre las heridas de bala—. Vamos, ¡reacciona! ¿Por qué estás ahí de pie? Regresa, sálvalo... —Brendon agarró la ropa de Rust y tiraba de ella en un gesto inconsciente, entonces ya no hubo movimientos con sus manos, ni quejidos... Solo silencio—. Vamos, amigo, aguanta. Yo sé que tú eres valiente.

No podía moverme por más que quisiera, estaba estática en mi lugar. Tampoco podía hablar para decirle a Rust que hace segundos que su amigo había dado su último respiro.

—Vamos, Brendon, despierta... —decía y luego se dirigía a mí—. Puedes regresar en el tiempo, ¿qué esperas?

Rust lloraba mientras me pedía ayuda una y otra vez,  y yo lloraba porque Aldana yacía sin vida justo al lado de ambos.






Estoy así: 

Aersh quién es de Monarquía para partirle la madre? :))))

okno

Bueeeeeeeeeeh, ya saben qué pasó el 14 de noviembre. Estoy bien sad así que solo veo a decirles eso. Bais :(

PD: ¿Notaron la referencia con Perdida? 7u7 Si saben cuál es, comenten!

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