Capítulo uno
CUANDO TODO SE DERRUMBÓ
Usualmente el clima en la Isla de enero a diciembre era bastante agradable, es decir, el sol siempre se encontraba radiante y el cielo despejado. Sin embargo, ahora al observar por mi ventana me encuentro con una lluvia potente y un cielo gris oscuro cubriendo DanWo, vaya día.
Hoy tenía clases en la mañana, exactamente a las ocho de la mañana. Al ya estar arreglado, tomo mi bolso, y bajo las escaleras dirigiéndome hacia la cosa, allí ya se encuentra mi madre, quién bebe café mientras observa la televisión.
—Buenos días, cariño —mamá se levantó de su asiento y caminó hasta mi, dejando un beso en mi frente—. ¿Desayunarás?
—Buenos días. No lo creo, se me está haciendo algo tarde.
—Está bien, compra algo en la Universidad.
—Lo haré. Te amo —besé su mejilla—. Volveré a eso de las doce de la tarde, sólo tengo dos períodos de clases.
—Bien, saluda a Alen de mi parte.
DanWo era una Isla pequeña, pero tenía lo necesario para vivir, nací en la ciudad, pero al año mi madre se mudó acá, ya que mis abuelos vivían en la Isla. La ciudad se encontraba a una hora de aquí, y para poder llegar a ella debíamos hacerlo a través de embarcaciones, que lamentablemente costaban algo así como un boleto de avión. Cosa que mi madre no podría costear.
La Universidad se encontraba a cinco cuadras de mi casa, estudiaba Ingeniería Civil, era una de las pocas carreras que cuenta la Universidad, pero me gusta.
A mitad de camino, la lluvia comenzó de nuevo, en un minuto, ya me encontraba todo empapado. Fruncí mi ceño al ver una enorme cantidad de automóviles estacionados en ambos costados de la calle, ocupaban toda una cuadra, hasta la Universidad.
Al llegar, noté como la Universidad estaba repleta de personas, no sólo estudiantes, también uniformados. Comencé a subir las escaleras de ésta, pero cuando iba a hacer ingreso, una mano se interpuso en mi camino.
—Chico, no puedes entrar aquí —un oficial se dirigió a mí.
—¿Qué? ¿Por qué no?
—Las clases se suspenden por hoy, muchacho —fue lo último que dijo, antes de entrar a la Universidad.
Agité mi cabeza, pensando en qué demonios pudo haber ocurrido.
—¿No te enteraste? —un chico, quién se encontraba sentado en las escaleras, me habló.
—¿No?
—Al parecer alguien murió, encontraron el cuerpo en la Universidad.
—¿Qué?
—Sí, pero aún nadie sabe de quién se trata —el chico se escogió de hombro, observó hacia su izquierda y se levantó con rapidez—. Mierda, es cierto.
Rápidamente giré hacia donde él apuntaba. Allí iban dos oficiales y unos médicos empujando una camilla, fácilmente se podía distinguir un cuerpo, pero éste se encontraba tapado con una especie de papel negro.
Lo único que se podía visualizar eran sus zapatillas. Zapatillas adidas blancas, última colección, que mandé a pedir a la ciudad, a escondidas de mi madre.
Mi vista cayó en mis pies, mi corazón comenzó a acelerarse, mis zapatillas se encontraban en mis pies. Y la única persona quién tenía exactamente las mismas, era Alen.
Sentí como mi respiración se hacía irregular, mi mente sólo daba vueltas, y mis pies comenzaron a tomar vida. Me acerqué, intentando detener a quiénes se lo llevaban.
—¿Qué haces, niño? ¡Detente! —un oficial tomó mi brazo, pero de un rápido movimiento me aparté de él.
—Sólo quiero ver, sólo quiero saber que no es él. Por favor, por favor.
Ambos oficiales se observaron, y con una seña de manos, indicaron sacar aquella capa de plástico negra.
En menos de cinco segundos, mi mundo cayó, mi corazón se rompió, y mis piernas se debilitaron. Alen se encontraba allí, más blanco de lo normal, su sonrisa no estaba, y sus oscuros ojos no se abrían.
Sentí como quitaban mi corazón y le daban puñaladas. Un desgarrador sollozo salió de la más profundo de mi, con delicadeza cubrí sus mejillas con mis manos.
—Alen, amigo, abre tus ojos. Por favor, hazlo —sollocé—. Mamá te envía saludos.
Esperé, realmente lo hice, esperé que él se levantara, y se riera de mí por estar llorando, pero ese momento nunca llegó. Sentí como intentaban alejarme de él, pero no lo iba a permitir. Nadie lo separaría de mí.
Apoyé mi frente con la suya, un escalofrío me envolvió al notarlo tan helado.
—¿Tienes frío? —susurré, y envolví más mis brazos alrededor suyo—. Por favor.
Una sacudida me alejó de él, un oficial intentaba alejarme de él.
—Suéltame, idiota —lo empujé con fuerzas.
Pero sólo logré llamar la atención de ambos oficiales. Luché, por supuesto que lo hice, me volví loco al ver que los médicos siguieron su camino, alejándome de Alen. Intenté correr hacia él, pero no me dejaban.
—Por favor, suéltenme, sólo quiero ir con él. Por favor, por favor, por favor —susurré, aún sollozando e intentando quitar sus manos de mí.
—Cariño, escúchame, soy yo, cielo. Debes calmarte, por favor —mis ojos no se quitaban de aquella camilla, pero al sentir un suave tacto cubrir mi piel, mis ojos se encontraron con los de mi madre.
—Mamá, es Alen —murmuré.
Ella me abrazó, apoyé mi cabeza en su pecho, fue allí cuando logré llorar, me desahogué, sufrí. Sufrí porque ya no tendría a mi amigo a mi lado, sufrí porque él estaba sufriendo, y yo no lo sabía, sufrí porque no estuve con él cuando todo esto pasó, sufrí porque... Sólo sufrí.
Los siguientes dos días los pasé junto a él, era totalmente devastador verlo en un ataúd, deseé muchas veces que la situación fuera distinta, intentar ir hacia el pasado y evitar su suicido, porque eso arrojó su autopsia, un suicido.
Pero aquella palabra no calza en mi cabeza, Alen nunca se demostró depresivo, nunca guardó silencio, siempre estaba riendo, feliz, él era la luz de nuestra amistad.
El día del funeral llegó, no sé con exactitud que ocurrió, no sé qué vestí, no sé a qué hora fue. Sólo me mantuve quieto, con la vista puesta en el ataúd, donde estaba Alen, no pude llorar, creo que los días anteriores dejé caer todas mis lágrimas.
Cuando acabó todo, mamá me llevó a casa, y me preparó café, junto a unas galletas caseras.
—¿Te encuentras bien? —susurró mamá, acariciando mi cabello.
—Supongo —me encogí de hombros, y bebí de mi café.
—Sabes qué Alen siempre estará contigo, ¿verdad? Sea donde sea, estará contigo.
—Lo sé —suspiré, y golpeé suavemente la taza—. Mamá.
—Dime, cielo.
—Alen no se suicidó. Toda la mierda que están hablando de él, es falso. Y yo más que nadie lo sé —alejé la taza de mis manos—. Alen odiaba las drogas, nunca tuvo problemas con sus calificaciones, era el mejor, amaba a su familia, y les gustaba las mujeres, problemas con su sexualidad no tenía. Entonces, ¿por qué el suicido?
—Cariño, tal vez él tenía otros problemas, más graves, que no pudo llegar a contártelo —tomó mis manos, brindándole cariño.
—No, mamá. Yo lo hubiese sabido. Él no se suicido.
—Justin, lo encontraron colgado en la sala de la Universidad, todo muestra que fue un suicido —soltó un suspiro y besó mi frente—. Iré a ducharme, cualquier cosa, me llamas.
Asentí.
No obstante, nadie me quitaría de la mente sobre la causa de la muerte de Alen. Porque él no acabó con su vida. Algo me lo dice, es como un presentimiento que tengo. Y estoy seguro que Alen desearía poder descansar en paz, y para eso, la razón de la muerte de él, debe salir a la luz.
Y yo lo descubriré. Descubriré el porqué de todo esto, hasta posiblemente, un quién.
🔎👁🔍
¡Primer capítulo aquí! Alen se encuentra en multimedia☝🏽, para que se hagan una idea de él.
Perdón por capítulo tan corto, pero debía escribir lo justo y necesario como primer capítulo.
En el próximo ya se viene todo el misterio🤭👀.
¡Dejen sus votos y comentarios!
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