Ahí estaba, esposado a una silla, con un moretón en el ojo, y un tajo en la frente de cinco centímetros (que aún no había sido atendido).

Los ineptos de la ambulancia le dieron prioridad al sujeto que podría tener muerte cerebral.

Mis ojos se mantienen clavados en el policía que me vigila; no se deja intimidar por mi aspecto, ni por el duelo de miradas que enfrentamos. Me mira como si fuera un criminal. No soy un criminal; pero de ser el caso, yo no estaría tan confiado.

Sabe lo que le conviene porque, al final, aparta los ojos de mis heridas.

Escucho la voz de mi padre y la del abogado a través de la puerta, discrepan con el director acerca de mi expulsión, y con los policías acerca de mi posible condena por intento de homicidio.

Volteo los ojos con fastidio.

«Por favor», no fue un intento de homicidio, y tampoco lo ataqué. Sólo lo golpeé. Ni siquiera estoy seguro de haber sido yo él que hizo la mayor parte del trabajo en esa pelea. Pudo ser cualquiera.

Ocuparon el término «locura» para zafarme de esa bronca. El abogado convenció al jurado de que tuve un brote psicótico temporal, o alguna mierda por el estilo. Acordaron no enviarme a la correccional si, en su lugar, me encerraban en una clínica de rehabilitación psiquiátrica.

Mi padre aceptó el trato.

Me expulsaron, obviamente; pero eso no me importó. Me daba lo mismo mi futuro. No tenía por qué luchar por algo, si tenía la certeza de que no iba a resultar bien. Mi vida, lejos de tener sentido, carecía de pulso.

Mi padre se despidió de mí con una palmada en el hombro, y me deseó la mejor recuperación. «¿La mejor recuperación?» Si fue por su culpa que todo esto pasó. ¡Él fue quien nos abandonó! ¡Fue él quien me hizo esto! ¡Él dejó que ella se...!

No me controlé y, crucé su cara con un puñetazo. Ahí mismo, enfrente de mi abogado, la jueza, los testigos y el jurado. Me abalancé sobre él y lo golpeé en el estómago, pecho y cara. Mis nudillos se mancharon de su sangre y la mía. Sostuve su cabeza entre mis manos y la azoté contra el suelo, antes de ser detenido por seguridad.

Mi padre no presentó cargos; su imagen hubiera sido afectada si demandaba a su propio hijo.

🜲 🜲 🜲

Conviví con verdaderos locos en ese centro psiquiátrico. Aunque yo no estaba loco, sólo era un ser infinitamente cansado. Vivir en ese lugar no me hacía sentir menos enfermo, sino como un animal salvaje. Estaba encerrado mientras el mundo seguía su curso. Y las terapias de grupo no me ayudaban a socializar como al resto de los internos.

Me sentí estancado. Respirar se convirtió en una droga de la que estaba obligado a inhalar las veinticuatro horas del día. Aunque ignorara al fantasma de mi pasado, siempre lo hallaba rondando a mi alrededor, acechándome y retrocediendo mi supuesto avance.

La institución mental tenía un precepto: «Tú eres un mar púrpura en un campo verde». Y ¿qué clase de mamada significaba eso? No lo sé. No tenía sentido decirnos que éramos diferentes a los demás. Uno lo sabe cuando siente el peso de su familia sobre sus hombros. Te cuesta trabajo respirar, comer y dormir. Te agobias, y te sientes aún peor cuando descubres que has pasado la mitad de tu vida preocupándote de lo que otros sepan de ti, en lugar de averiguar antes lo que tú quieres saber de ti mismo.

Por no ser como los demás: te haces menos. Pero, de todas maneras, no hay cura para la locura social.

Pasaba los días en confinamiento sintiéndome como la reputisima mierda. Porque los detalles, incluso los insignificantes, pueden hacer la diferencia. Y a mí no me importaba hacer un cambio en mi vida con tal de seguir adelante.

No hablé por una semana, no me moví o pestañeé por cinco días. Fue como si mi mente hubiera puesto una barrera contra todo instinto que pudiera lastimar aún más mi maltrecha alma. Quizá eso quería decir la frase del lugar: Sin importar cuánto tiempo te tome cambiar, al final, nadie nos acepta completamente.

He hecho cosas de las que me arrepiento, pero ninguna tan grave como la que le hice a mi madre.

Cuando autorizaron mi salida, mi padre me recibió en su casa. Pero ya no era como antes; ahora me tenían miedo, él y su nueva esposa e hija perfecta. Todos me tenían miedo. Y, creo que, a una parte de mí, le molestó causar miedo. Estúpido, lo sé. Sé que no debería interesarme, pero... me entristecía que no confiaran en mí.

🜲 🜲 🜲

Tuve un sueño el primer día que estuve en mi nueva habitación. Ella estaba ahí, yo estaba ahí, y él también estaba ahí. Pero... él no me ayudó a salvarla.

Ella estaba de pie en el umbral de la puerta. Me observaba, impasible, mientras yo gritaba, lloriqueaba y maldecía.

Me desperté sudando, y con un extraño nudo atravesando mi pecho y estómago. Era el tatuaje. Me quemaba la piel como si me hubieran inyectado ácido.

Mi conciencia me repudió: De no haber sido tan pendejo y orgulloso, ella seguiría con vida. Pude haberlo impedido.

«Debí responder la llamada de mi madre.»

Mientras yo estaba haciéndome un tatuaje, fumando y quejándome de sus lloriqueos con mis amigos, ella se... Ella se fue.

No podía respirar.

Revivía el día en que todo comenzó.

El aire que me arrepentía de haber respirado, abandonó mi cuerpo.

Cada día, cada semana, cada año que pasaba: empeoraba. Los medicamentos me adormecieron, los terapeutas corrompieron lo que quedaba de mí. Nada me importaba. Aprendí que lo mejor era no sentir nada, así no probaba de antemano lo que sabía que no iba a resultar bien.

Sólo quiero que el dolor se acabe, por favor. Quiero que el dolor termine.

«¿Cuándo voy a tener mi golpe de suerte?»

🜲 🜲 🜲

Empezamos tristes :( pero es necesario.

Éste es Bruno. Nació como un escape de mis propios pensamientos depresivos. Gracias a él supe que estaba bien sentirse mal de vez en cuando, siempre y cuando no permitas que la tristeza domine tu día.

Gracias por leer... :)

Por cierto: Lo que escribo no significa que me haya pasado a mí o le haya pasado a alguien que yo conozca.

Inventé la mayoría.