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Final

Narra Mari

Pasando la mano por la punta de una albahaca en flor, la brisa susurraba que había confundido pasión con amor. Esto solo lo hacía para consolarme, para engañarme y hacer un poco más soportable mi dolor.

Han pasado ya tres semanas desde mi partida, y me rehusaba con vehemencia a ver las noticias.
Mi padre estaba colapsado de trabajo y aún debíamos esperar el siguiente semestre para poder matricularme en la escuela de derecho.

Así pues, estaba pasando la mayor parte del tiempo sola en casa, en el jardín particularmente.
Aún en días de lluvia, las flores de mi casa eran lo que más paz me brindaba cuando me encontraba en grave desamparo.

No podía dejar de pensar ni un segundo en ellos, en su bienestar, en qué pensarán de mí, o si todavía piensan en mí para empezar.

Durante un tiempo hubo en el ambiente una tensión fría, como si fuese a estallar algo.
¿Alguna vez había sido verano?, ¿alguna vez había sido todo verde, exuberante y pleno?, ¿había sido real lo que habíamos vivido juntos? Ausente, no soy ni siquiera el fantasma que ya era entonces.

En el delirio de mi soledad de vez en cuando cerraba los ojos y podía jurar que quizás todo lo había imaginado en realidad.
Quizás nunca había salido de mi casa, quizás las lavandas me estaban haciendo alucinar.

Con minucioso amor los soñé durante todas las noches y me sumergí en aquel desvarío solo hasta que percibí el abandono de mi menstruación.

Creí que en el avión me había levantado a vomitar solo por la tristeza y no por otro malestar.
Intenté no alarmarme, porque tampoco tenía ánimos de hacerlo.
Solo eso supuso para mí la confirmación de que todo había sido auténtico, verdad.
Y sintiendo de pronto ganas de ir al baño, terminé rápidamente de desmalezar la ruda y entré a la casa otra vez.

Pareció ser muy oportuno aquel momento, pues mi teléfono comenzó a sonar y me alegré de ver por enésima vez esta semana, el nombre de Jess.

—Buenos días —articuló en tono burlesco—. ¿Este es el número correcto para solicitar servicios de abogacía?

—Cállate, tonta —me quejé y ella carcajeó.

—¿Cómo estás, Mari? Te estuve llamando hace un rato y no me contestaste.

—Estaba en el jardín —le dije, dejándome caer en el sofá.

—¿Y ya no estás en el jardín? —preguntó nerviosa y yo fruncí el ceño.

—No, ¿por qué?

—Porque debe hacer frío allá, Mari, puedes enfermarte.

—Ah, sí... hablando de eso —comencé y aproveché que estaba sola—. No quiero que te paniquees, ¿está bien? Porque yo estoy tranquila.

Ella guardó un prolongado silencio, como ya sabiendo lo que diría.

—No me jodas, Mari.

—No lo hago, Jess —musité—, estoy retrasada.

—Estuviste con todos, ¿no es así?

—No me hagas responder algo que ya sabes.

—¿Y con quién no te cuidaste?

—Con Jungkook, Jin, luego con Nam y tampoco con Jimin. —Apreté los ojos por lo feo... y hermoso que a la vez eso sonaba.

—¡Mierda! —carcajeó y luego ahogó un grito—. No inventes, ¿cómo fuiste tan irresponsable?

—Pero con Jungkook no puede ser —la interrumpí, tratando de hacer calzar fechas—, porque ya pasó mucho tiempo, Jin tampoco. Esto está mal, Jess, no sé por qué estoy tan tranquila, quizás me volví loca.

—Sí, eso creo. Tu papá te va a matar —comentó y froté mi frente para intentar no pensar en eso—. ¿Y sabes qué te va a volver más loca aún?

—¿Qué cosa?

—No sé si quieras saberlo en realidad, pero los chicos dieron un concierto de despedida gratis en Seúl, porque renunciaron a todos sus contratos y ya se retiraron.

Abrí los ojos como platos y me quedé muda un prolongado instante.

—¿Qué tan desconectada tienes que estar para no enterarte de eso, Mari? —reclamó—. Hicieron un gran funeral para Bang PD y después lo anunciaron. Dijeron que desean ser los hombres libres que siempre han sido.

—¿Estás hablando en serio? —inquirí cuando pude hablar.

—En serio —sentenció con una misteriosa nota de emoción en su voz—, no sé... creo que ya es suficiente distracción, ya deberían haber llegado, mira por la ventana, Mari.

Sintiendo mi estómago caer de vértigo, volteé bruscamente y entonces los vi.
Emergiendo como mágicas burbujas desde dos grandes camionetas, los chicos miraban confundidos la entrada de mi casa, quizás preguntándose si estaban en la dirección correcta.

—J-Jess...

—Te quiero mucho, Mari. No tiene que hacerle sentido a nadie excepto a ti. Siempre he querido que seas muy feliz. Ya verás tú lo que haces con tu padre —carcajeó—, yo ya los llevé hasta ti.

Me colgó sin dejarme decir nada más y no pude contener al instante mis ganas de llorar.
Los vi de nuevo por la ventana, cada segundo más confundidos. Todos vestían mayormente de blanco y cada uno cargaba un ramo de rosas de diferente color.

Salí al jardín de mi desolado campo, muy conveniente pues no había nadie alrededor mirando. Mi vestido ondeó con la suave brisa que traía el calor del verano y al verme, aquellos siete pares de ojos se iluminaron.

Temerosa casi no pude acercarme, pues para variar, pensé que todo era parte de una agresiva alucinación.
Pero no era así, las sonrisas de Jimin y Jungkook se ensancharon tanto que parecía difícil que cupieran en su rostro.
Caminé hacia ellos y los miré a todos un momento.

—Hemos dejado todo por ti —habló Namjoon, quien se encontraba en el centro—, por eso nos tardamos. Y lo hicimos con el mayor alivio que alguna vez hayamos podido sentir.

—Lo único que se interponía entre tú y nosotros, éramos nosotros mismos —dijo Tae, acercándose para tomar mi mano—, y ya no más, Mari.

—Tae nos hizo entender —intervino Jungkook— que para una mujer tan maravillosa como tú, un solo hombre no es suficiente. Fue fácil de comprender cuando fuimos sinceros como nunca entre nosotros y recordamos todo el daño que te hicimos por reclamarte igual que a una propiedad.

—Fuimos unos hipócritas —añadió Jin, con ojos aguados—. Durante toda nuestra carrera dijimos que la gente debía escucharnos con la mente abierta, y nosotros no fuimos capaces de abrirla contigo para protegerte y ponerte en primer lugar.

—Ya tendrás mucho tiempo para elegir a uno de nosotros... —continuó Nam.

—O no es necesario que lo hagas en realidad —interrumpió Tae—, pero hasta entonces... solo vuelve con nosotros, preciosa.

Sentía el frenesí de mis lágrimas rodar, pero no recuerdo un día que me haya embargado tal nivel de belleza y felicidad.

—No puedo creer —balbuceé— que vinieran hasta acá.

—¿De qué hablas, enana? —exclamó Jimin, sin poder contenerse al abrazarme y darme una vuelta en el aire—. Todo el tiempo tú fuiste a nuestra casa, ¿pensaste que no vendríamos por ti?

—Claro que sí lo pensó, y a mí eso me ofende muchísimo —agregó Hobi y yo carcajeé.

Me vieron reír detrás de mi emoción y entonces ellos hicieron lo imposible.
Cuando Jimin me bajó, formaron naturalmente un medio círculo frente a mí y todos flectaron una rodilla hasta tocar el césped.

—No, por favor —musité cuando mis manos volaron a cubrir mi boca debido al impacto.

—Mari. —Namjoon insistió y abrió la misma pequeña caja frente a mí—. Contigo somos ocho, como un infinito, no puede ser casualidad.

Solo en ese momento reparé en el anillo de oro que todos llevaban en su mano izquierda, y la expresión de indecible enamoramiento que el brillo en sus ojos dejaba para siempre al descubierto.

—Es solo la ilusión —intervino Jimin, tratando de sacarme del shock—, no podemos casarnos todos en realidad.

—Habla por ti, hermano, yo puedo lograr lo que sea —dijo Jungkook con suficiencia y todos rieron.

En seguida dije sí ante una pregunta que ni siquiera hizo falta formular.
Namjoon fue el primero en abalanzarse sobre mí, seguido de Yoongi y luego todos los demás, y lo agradecí pues en cualquier momento me podía desmayar. Me faltaban brazos para abrazar, pero ahora me sobraba corazón para poderlos amar.

Besitos por todas partes, caricias sin principio ni final. Jimin envolvió mi cintura por detrás y permitió que Jin besara mis labios en profundidad.
Frente a eso confirmé que no me hallaba ni remotamente cerca de llegar a describir cuánto los había extrañado.

Al acariciar su rostro, vi que el anillo en mi dedo ya estaba ubicado, y ni siquiera sentí cuándo lo deslizaron.
Ahora era de oro, con siete diamantes incrustados.

—Ya vámonos, Mari —intervino un encendido susurro de Jimin sobre mi oído.

Jin se separó sonoramente de mí y juntó su frente con la mía.

—No tengo idea de qué le voy a decir a mi padre —confesé con la respiración agitada.

—Yo puedo hablar con él, o cualquiera de nosotros puede hacerlo —dijo Jin—. Que uno se haga pasar por su novio y díganle que se van a casar. Ya eres grande, Mari, y eso es algo que él no te puede reclamar.

—O no es necesario —comentó Jimin—, ¿estás sola, verdad?

—Sí.

—Entonces ahora sí que nos podemos escapar —apretó mi cintura emocionado y me hizo cosquillas.

—¿Y qué hay de mi gatito? —indagué riendo, muy nerviosa tratando de pensar a toda velocidad.

—¿Te refieres a mi amigo aquí? —preguntó Yoongi, viendo divertido cómo Ragnar se frotaba enérgicamente contra sus piernas. En seguida lo tomó en brazos y lo acarició con cuidado—. No te preocupes, entre gatos nos entendemos.

—Corre, bebé, prepara una mochila y listo, te compraremos todo lo demás —urgió Jin.

Jungkook y Jimin corrieron conmigo al interior de mi casa. En mi habitación pronto hallaron el canil de Ragnar, y yo arrojé mi celular encima de la cama.

Guardé mi computadora solo para conservar algo de mi vida pasada, un poco de ropa interior, mis cuatro vestidos favoritos y salí corriendo con la adrenalina de una bomba a punto de explotar a mi espalda.

Todos ya nos esperaban listos para partir.
Salté al interior de una de las camionetas con Namjoon al volante y tuve que gritar de alegría cuando esta arrancó a toda velocidad.

🪐

El viaje en ese jet privado me había dejado agotada, pero tenía muy pocas ganas de dormir.
Habiendo dejado mi teléfono olvidado, me había desconectado de todo el mundo menos de mí.

Al cruzar la puerta de lo que ahora realmente se sentía como mi casa, me senté en el sofá.
Abandonándome al excitante miedo que me embargó en el trayecto hacia acá, al pensar en el mundo que se había abierto ante mí de la nada y sin esperar.
Pensando que ahora mi único dilema en las mañanas sería tratar de averiguar a quién besaré más.

Namjoon se sentó a mi lado y dándole palmaditas a su regazo me indicó que me sentara sobre él.
En seguida así lo hice y troné mi cuello, dándome cuenta de lo tenso que estaba. La enorme mano de Nam acarició mi espalda largamente y cerré los ojos un momento.

Cuando los volví a abrir, Jungkook estaba frente a mí. Acarició mi cabello hasta dejarlo detrás de mi oreja y con esa voz grave que conocía muy bien, me preguntó:

—¿Estás cansada, princesa?

Jimin, Hobi y Yoongi miraron de reojo, al igual que Jin, quien había soltado mi mochila en el piso del salón.
Tae ahora se había sentado al lado de Namjoon y ni siquiera me había percatado.

Nam no detuvo en ningún momento sus caricias que ahora habían emigrado hacia mi cintura, y luego hacia mi espalda baja.
Escruté con el recuerdo vivo de toda mi sed, las encendidas facciones de todos y negué con la cabeza, sabiendo perfectamente porqué.

—No —contesté—, no estoy cansada.

Jungkook bajó a besarme con aquel exceso de saliva que siempre lo invadía como si me preparara, y de alguna forma comencé a oír la respiración de todos agitarse.
Sonoros "mmm" de la voz de Yoongi, y el repentino movimiento de la pelvis de Nam me hicieron abrir los ojos.

Todos estaban mirándome peligrosamente, y el que los hubiera extrañado tanto no ayudaba en nada a mí autocontrol, como si específicamente eso fuera lo que querían lograr al tardarse tanto en dar vida a este efusivo amor.

Las firmes y preciosas manos de Tae separaron con mucho cuidado mis piernas, y las manos de Nam subieron por mi cintura hasta romper con urgencia el cierre delantero de mi vestido.

De la impresión no pude evitar gemir, recordando lo que me esperaba ahora con tan solo pedir.
Y viéndolos a todos acercarse lentamente con vivo deseo hacia mí, cerré los ojos y ante ellos simplemente... me rendí.

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