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Capítulo 9: Friedrich

Sus ojos brillaban con la luz de los blancos faroles que se encendieron para acompañar el anochecer.

Ambos nos paralizamos y solo nos contemplamos por largos segundos, sorprendidos de que en realidad el otro apareciera.

—¡Lo siento! —exclamó por fin—. Sé que vengo tarde.

Viéndolo así desde la altura me hizo olvidar por completo su retraso, y agradecí al cielo que él mismo me lo recordara.
Crucé los brazos sobre la baranda y me recargué.

—Cinco minutos más y me encuentras en pijama —le dije, sin poder ocultar la sonrisa que se formó en mi rostro.

—Y te verías igual de hermosa que ahora.

Me detuve un momento para deleitarme viendo su cuello estirarse hacia las nubes, como si quisiera alcanzarme. Suspiré y miré el oscuro cielo, fingiendo que me debatía.

—No lo sé... ¿Debería bajar o molestarme? —le pregunté, como pensando en voz alta.

Miró hacia un lado, también como si estuviera pensando.

—Creo que puedes hacer las dos cosas.

Sonreí por última vez y asentí.

Agarré mi cartera y una delgada bufanda negra que mantenía junto a la puerta, y tras una rápida mirada a las flores en mi comedor, salí.

Sentía que el corazón se me saldría por la boca mientras bajaba las escaleras.
Mis pensamientos se atropellaban después de haber creído que sería una tranquila noche en mi casa.

Atravesé las puertas automáticas de la recepción acomodando la bufanda alrededor de mi cuello, y lo vi.
De pie y expectante, con las manos aún dentro de sus bolsillos.

—Hola —lo saludé alegremente cuando estuve frente a él. Hizo una pequeña reverencia y yo también—. ¡Qué frío hace!

—Subamos, encenderé la calefacción —indicó al tiempo que me abría la puerta del copiloto.

Me deslicé al interior del auto, y cuando cerró la puerta, me embriagó por completo el olor de su perfume impregnado en el cuero de los asientos.

Me puse el cinturón y Jungkook se ubicó frente al volante.

—De nuevo lo siento —dijo encendiendo el auto—. Se retrasaron los preparativos, no yo.

—No te preocupes —respondí tranquilamente—. La verdad es que creí que te había surgido un imprevisto... Como no fuiste a clases...

—Era parte de la sorpresa regalarte un día de paz en la universidad —señaló, despegando su vista del camino para mirarme.

Sostuve la conexión un momento, batallando contra la risa frente a su estrategia, y volví mi vista al frente.

—No debiste hacerlo, te perdiste materia importante.

—Sí... Vas a tener que empezar a pasarme tus apuntes.

Solté la risa reprimida y me moví en el asiento para acomodar mis piernas.

—¿Empezar? Creo que ya entendí el propósito de esta cita entonces.

Él se unió a mi suave carcajada y miré de soslayo su rostro cuando se sacó la mascarilla.

—¿Y? ¿Tienes alguna idea de adónde iremos?

—No realmente, quedé con el cerebro frito en la clase de coreano —comenté, echando la cabeza hacia atrás—. ¿Cómo pueden con tantos jeroglíficos?

—Para nosotros tus letras son los jeroglíficos, ¿sabes? —dijo con la vista en el camino—. A mí el inglés todavía me cuesta más leerlo que hablarlo.

Me pareció increíblemente atractivo cuando pasó un cambio con su mano tatuada, y aceleró en una curva con facilidad.

—Pero no te preocupes —continuó—, ahora nos vamos a relajar.

—¿No vienen tus guardaespaldas? —le pregunté, percibiendo aquella agradable intimidad.

—Min-ho viene en el auto de atrás —dijo, dando una rápida mirada el espejo retrovisor—. Pero no, no estará con nosotros.

Asentí y acaricié el cuero del asiento.

—¿Y no me vas a decir dónde es?

Volteó a verme y sonrió.

—No, todavía no. Está algo lejos, así que puedes ponerte cómoda —dijo mientras encendía la calefacción con un solo toque.

Una oleada de aire cálido me abrazó y se sintió muy bien.

—¿A qué te refieres con ponerme cómoda?

No respondió y el motor vibró bajo mis piernas cuando aceleró bruscamente a propósito.
Me giré hacia la ventana para ocultar la expresión de placer que se me escapó.

—Los vidrios son polarizados —dijo de repente.

Ahogué un suave grito y me volví para mirarlo.

—Qué insolente —dije fingiendo un ademán de desprecio.

—Solo bromeo —dijo sonriente.

—Tienes un muy buen auto —comenté, recargándome en el cuero de nuevo.

—Gracias, es un Mercedes AMG —dijo orgulloso—, tengo otros cuatro modelos más, pero son de colección.

—Me gusta este.

—Es tuyo —dijo distraídamente con ademán caballeroso, mientras agarraba otra curva muy cerrada.

—¿En serio? Entonces bájate —bromeé.

Volteó a verme como si lo hubiera despertado de una siesta. Me pareció muy gracioso descubrir maneras de descolocarlo.

—¿Sabes manejar deportivos? —me preguntó, aún con esa expresión.

—¿Qué tan distinto puede ser de un auto normal? Aparte de más sensible.

—Algún día te voy a prestar uno y me dirás tú.

Desvié la vista hacia la ventana y no respondí.

—¿Se te pasó el frío? —inquirió.

—Sí, gracias. El aire está delicioso.

No podía dejar de mirar sus manos al volante, ágiles y seguras.
Cuando aceleró para esquivar un camión, súbitamente, se cruzó un auto sin señalizar y Jungkook lo esquivó casi sin desbalancearnos de la ruta.

Puso la palanca en neutro para detenerse en una roja y volteó a mirarme.

—Les diré que lo enciendan allá también entonces —. Sacó su celular del bolsillo y tipeó.

Cuando el semáforo se puso verde otra vez, avanzó un par de cuadras más y disminuyó la velocidad.

—Llegamos —anunció.

Vi por la ventana cómo nos estacionábamos frente a un edificio color caoba, antiguo y solitario. Tenía todo el aspecto de haber sido abandonado. Sin embargo, estaba enrejado y custodiado por tres guardias.

—Yo te abro —me avisó cuando apagó el motor y retiró la llave. Se puso la mascarilla nuevamente y bajó.

Me colgué el bolso al hombro y me di una fugaz mirada en el espejo retrovisor lateral. Retiré el cinturón y me deslicé fuera del auto cuando Jungkook me abrió la puerta.

—Qué grande es este lugar —comenté, ciñéndome la bufanda al cuello.

—Aquí es donde vengo cuando necesito inspirarme.

Hizo una seña al auto que se estacionaba al lado de su Mercedes y me ardió la muñeca cuando su mano la envolvió.

—Buenas noches —saludó a los guardias en coreano. Ellos se limitaron a retirar el candado de la reja y abrirla en silencio.

Atravesé la entrada y me ubiqué a su lado, soltándome suavemente de su agarre.

Tras unos cuantos pasos, comenzó a aparecer ante nosotros un hermoso jardín colmado de brillantes flores y varias estatuas renacentistas esparcidas entre la vegetación.
Todo estaba muy bien iluminado por faroles amarillos que daban un aspecto cálido al lugar.

Me permití caminar despacio para deleitarme con aquella vista espectacular.

—Cada día está más bello este jardín —dijo Jungkook, viéndome con relajada detención recargado contra un farol.

Asentí aún embelesada, y me incliné con cuidado para oler unas preciosas flores que se erguían a mi costado.

—Son muy dibujables —comenté.

—Ya sé que te gusta la ilustración botánica —sentenció, sacándose la mascarilla.

—Es que es maravillosa —respondí—. Creo que lo más bello que puede nacer de la naturaleza son las flores y las frutas.

—¿Y los humanos?

—Sí, también, pero la naturaleza no tiene expectativas, simplemente es.

Mis ojos se posaron en una réplica casi exacta de un David en mármol que se alzaba majestuosamente frente a mí en aquel jardín.

—Una manzanilla no desea lucir como una rosa, porque sabe que perdería sus cualidades —continué—. Así como una guinda no se pregunta por qué no fue una uva, pues entiende que las dos regalan distintas experiencias al que las prueba —mientras hablaba salían de mi boca nubes de vaho—. Un árbol nunca quiere ser el de al frente. La naturaleza no se compara y por eso es hermosa.

Guardó silencio y observó también la estatua a mi lado. Lo miré sesgadamente y sus ojos se movían como si fuera la primera vez que la veía.

—Así que esto es lo que se siente hablar con una artista —comentó en voz baja después de un rato.

—Tú también eres un artista.

Soltó una breve risa nasal y bajó la mirada un segundo.

—Sí... pero es diferente.

—Como se supone que debe ser —añadí en voz queda, preguntándome si había prestado atención a lo que dije.

Se giró hacia mí e hizo una pausa para mirarme de hito en hito sin decir nada.

Este chico sí que sabía jugar cartas con sus gestos, y manejaba el arte de poner nerviosa a una chica.
Lo miré fijamente y pareció notar mi actitud imperturbable frente a su calculada expresión.

Eché un último vistazo a la bella escultura y comenzamos a caminar por el sendero de tierra del jardín, que cada vez parecía tornarse más verde y tupido.

A lo lejos ya comenzaba a aparecer la entrada del edificio.

—Todas las réplicas que ves aquí las mandé a traer de Mónaco —añadió de repente, introduciendo las manos en los bolsillos.

—¿Y no de Italia?

—Solo David es de Roma. Me agradó que te detuvieras en él.

—Me llamó la atención que fuera tan igual. Las réplicas italianas son estudiadas, y asumo que muy solicitadas, por ser las más fieles a lo original.

—Por eso no pude encontrarlas. Parece que soy el único en el mundo que no sabía —dijo bromeando.

—Sé cómo se siente —comenté distraída por otra majestuosa escultura de una mujer que se erguía a nuestro paso, y escuché su grave risa a mi lado—. Todas están hermosas igualmente, y en este jardín lucen muchísimo más que entre paredes.

Continuamos caminando por aquel sendero que nos condujo a una ancha puerta de nogal. Delgadas enredaderas crecientes la bordeaban y una pequeña alfombra recibía a nuestros pies. Jungkook introdujo una gran llave en la cerradura.

La madera crujió y desprendió un aroma añejo.
Una vez abierta, se extendió frente a mí un amplio pasillo vacío y apenas iluminado por el débil haz de luz restante del cielo.

—Sígueme —me indicó y así lo hice.

De alguna manera, sentí inadecuado estar en una casona a solas con él.
Sin embargo, también comprendí que era su única opción libre de multitudes, tal y como le había pedido. Era agradable aquella privacidad en ausencia de las tormentosas miradas.

Doblamos en la esquina del pasillo y nos adentramos en otro, pues era abrumadoramente grande ese lugar. En el fin de aquel corredor, de pronto, vislumbré una tenue luz anaranjada que parecía hesitar dentro de una habitación.

—Aquí almaceno todas las obras que me inspiran —me dijo cuando estábamos por llegar—. Algunas me las han regalado, otras las he comprado, otras las he hecho yo.

Crucé el umbral y en el pecho se agolpó mi aliento.

No sabía cómo actuar, ni por dónde comenzar.
Una indescriptible sensación de bienestar me embargó y, hechizada, me aventuré a observar todo al detalle.

En las paredes de aquella enorme estancia podía apreciar inmaculadas y distinguidas obras de arte. Entre ellas, algunas del maravilloso pintor Caspar David Friedrich, otras de Juan Luna, Iván Aivazovski e incluso Claude Monet.
Unas cuantas, adornadas con un marco dorado tan fino y brillante que dolía mirarlo.
Me sentí desvanecer al pensar que fuera de oro.

Toda la colección de aquel lado tenía un místico dejo de nostalgia, y por ende mucho negro, mucho verde, mucho azul.

—No puedo creerlo —logré pronunciar en un hilo de voz, incapaz de disimular mi deleite.

Me ardían los ojos, ansiosos por no dejar de mirar.

Volteé lentamente, cada vez más fascinada por todo mi alrededor, y advertí que en el centro de la habitación se hallaba una manta extendida en el suelo. Sobre ella una canasta de fresas, un platillo con finos chocolates y dos botellas de espumante: una color rosa y la otra dorada, ambas dentro de una gran cubeta de hielo.

La luz anaranjada que vislumbré desde el exterior resultó ser una suerte de proyector que, desde una esquina, emitía destellos abstractos en movimiento, dándole un aspecto surreal a todo el lugar.

Y justo en frente de la mantita, tres enormes e impolutos ventanales a ras de suelo ofrecían una perfecta vista al espeso jardín ya recorrido.

Por un sólido instante creí estar dentro de un sueño.

—¿Te gusta? —me preguntó Jungkook con voz pausada, como con cuidado de no despertarme.

Me observaba con las mejillas encendidas y la fuerza de una nueva determinación.
No había olvidado que estaba a mi lado, pero no estaba segura de cuánto tiempo había pasado.

—Me encanta —pronuncié en cuanto pude.

—Ahora sí digo en serio lo de ponerte cómoda. —Sonrió mientras se sacaba la chaqueta y la colgaba en un perchero junto a la puerta.

En silencio, y aún atrapada en la atmósfera del lugar, pisé fuera de mis zapatos y los dejé a un lado de mi cartera. Me desprendí también de la bufanda y la boina, y caminé por toda la habitación, observando detenidamente los cuadros.
El suelo de madera se sentía calentito bajo mis calcetines.

Jungkook cerró la puerta y el aire rápidamente comenzó a entibiarse.

—¿Estos son los que hiciste tú? —le pregunté indicando la pared opuesta a la entrada, repleta de lienzos sin marco de clásicas obras de la época romántica.

—Sí. Hubo un tiempo en que me dediqué únicamente a estudiar a los maestros, y gracias a eso... adquirí las técnicas necesarias para entrar a la facultad —habló ubicándose a mi lado—, sino ni de broma me hubieran aceptado.

—¿Presentaste un porfolio? —inquirí, sorprendida de que la universidad hiciera aquel filtro con él.

—Claro, igual que todos.

—Qué bien.

Además de los estudios, tenía algunos que parecían genuinamente salidos de su cabeza.
Había retratos, varios paisajes nocturnos o días nublados y mucho gris.

—Casi parece que estabas triste cuando los hiciste, hay tonos muy opacos, sobre todo en los de este lado —dije señalando un lado de la pared con pinceladas muy irregulares y agresivas.

—Estaba estresado. Estaba en un tour demasiado... intenso y no tenía tiempo de practicar.

Asentí a modo de respuesta.

—Los opacos siempre me han parecido... tristemente muy hermosos, y extrañaba pintar —continuó—. Cada vez que lo hacía... me sentía nostálgico. A veces solo podía hacer nubes cargadas de agua y nada más.

Guardé silencio y me sumergí muchísimo en los ojos de un niño a punto de llorar dibujado a la perfección en tinta china.

Vi de soslayo su perfil, contemplando las versiones incompletas de sus sueños ante si.

—Te vino bastante bien esta pausa entonces —le dije suavemente—. Aun así, es precioso. Cada sentimiento tiene su encanto, incluso el más incómodo.

—Ahora estoy haciendo lo que siempre he querido —dijo con un conmovedor aire de suficiencia, cruzando los brazos sobre el pecho—. Por fin no hay sentimiento incómodo.

Tratando de indicarle sin palabras que se sentía bien oírle decir eso, volteé a verlo y le dediqué una lenta sonrisa.

Satisfecha con el último vistazo a las exquisitas pinturas que vi al otro lado del cuarto, caminé hacia la mantita y me hinqué sobre ella. Agarré una fresa y la mordí.

Jungkook me siguió con la mirada y luego se ubicó a mi lado.
—¿Quieres? —me preguntó, inclinándose a escoger una de las botellas.

—Chardonnay, por favor. ¿Tú también beberás?

—Sí —asintió sacando dos copas de la cubeta—, pero Min-ho conducirá de vuelta, así que no te preocupes.

Comenzó a abrirla con cuidado, pero antes de que terminara de girar el metálico seguro, el corcho voló hacia el techo y se me escapó un gritito que lo hizo reír.

Bebí un pequeño sorbo cuando recibí el frío vaso y sabía delicioso.

—Tienes muy buen gusto, la verdad, en todo. Debo felicitarte —le dije.

—Me alegra que todo sea de tu agrado —dijo bebiendo un poco de su copa también.

—¿Sueles pintar aquí? —le pregunté al notar un cúmulo de lienzos en blanco apilados en una esquina.

—Claro, la iluminación es buenísima. Hace dos meses que se ha convertido en mi estudio cuando necesito inspirarme... a solas.

—Ya lo creo. Ver tantos Monet hace que me den ganas de pintar —dije apoyando una mano en la suave lana de la mantita, acomodando mi postura—. Y los de Friedrich... ¿Me creerías si te dijera que tienes exactamente mi cuadro favorito ahí colgado?

—¿Cuál? —preguntó con una sonrisa, volteándose rápidamente—. ¿Mujer frente al sol poniente?

—Monje en la orilla del mar.

Me miró y enarcó las cejas.

—Eso no me lo esperaba. Sinceramente creí que eras más de Monet... con lo preciosas que haces las flores.

—Monet es magnífico, pero son dos corrientes muy distintas.

—Sí, claro —concordó, llevándose la copa a los labios—. A mí Monet me vuelve loco, cada día aprendo algo nuevo de sus trazos. A veces no entiendo cómo no se abrumaba con tanto que interpretar.

—Yo creo que sí se abrumaba. En su ancianidad sufrió de cataratas y notó su deterioro. Una de sus últimas obras "Wisteria" es prácticamente abstracta —dije masticando otra jugosa fresa—. Pero no es el padre del impresionismo por nada.

—Y considerando lo lento que es el proceso del óleo... —añadió en voz queda—. A Namjoon le caerías bien, a él también le gusta indagar en la vida de los artistas para entender mejor sus obras.

Asentí lentamente con expresión un poco confundida y él, tras una pausa de ojos nerviosos, soltó una risa.

—Es decir —tartamudeó—... No de esa forma.

—¿Él es integrante de su grupo? —le pregunté elevando una de mis cejas.

—Sí —asintió—, pero no hablemos de eso.

Sonreí y simplemente mordí otra frutilla.

Me causó algo de ternura ver su comportamiento ante alguien que lo miraba desde su misma altura. Debía ser muy fácil hablar con chicas que ya lo amaban solo por existir. Tan fácil que probablemente se volvía un proceso invariable, así que de cierta manera lo comprendía.

—¿Y Friedrich? —me preguntó.

—Ay, Friedrich —suspiré y solté una pequeña risa que él imitó—. Sus obras me traen una sensación de incomodidad muy familiar. Como si cada cuadro fuera un recuerdo... Es algo que tengo con su estilo. Sus trazos son tan propios, tan únicamente de él... Y a la vez me fascina imitarlos.

—Me agrada mucho tu conexión con los colores.

—Gracias —sonreí—. Aún hay mucho que aprender en estos años de carrera.

—¿Siempre quisiste venir a estudiar a Corea? ¿Cómo es que estás aquí? —me preguntó, acercándose un poco a mí.

Bajé la vista hacia el aroma de mi vaso.

—La verdad es que fue idea de Jess. Ella siempre quiso venir porque su familia es de acá y... Un poco la acompañé, un poco me dio curiosidad.
Los programas artísticos aquí son mejores que en mi país... Y no estaría sola.

Convencida de que él ya sabía cosas de mí debido a su previa investigación, no quise darle más detalles.

Asintió lentamente.

—Me alegra... Fue una buena decisión.

Escuché el rumor del viento y volteé a ver cómo agitaba agresivamente los árboles del jardín.
Desde el tibio resguardo de aquel estudio, la atmósfera se volvió acogedora.

—Gracias por invitarme. Esta parte de ti es un poco personal para ser la primera cita —dije con gesto de broma—, pero está bien.

—Sí... Es bastante personal la verdad, pero algo en ti me hace sentir seguro de mostrarlo —coincidió—. ¿La primera? ¿O sea que habrá más?

Tan solo lo miré divertida y no respondí.

Bebí el último sorbo que me quedaba y él hizo lo mismo. Después, agarró la botella y se apresuró a llenar ambas copas otra vez.

La velada me parecía cada vez más agradable, a pesar de que se notaba que no acostumbraba a salir con chicas que no lo conocieran.
Muchas cosas de las que decía parecían premeditadas y su nerviosismo revelaba que sabía que yo lo notaba.

Sin embargo, aquel tira y afloja me resultaba entretenido.
Me complacía cuando captaba que estaba tratando con una mujer que lo miraba de frente y no desde el pie de su pedestal.
A pesar de su inmenso atractivo, yo no cedía el control.
Su prestigio no lograba hacerme olvidar que era un hombre como cualquier otro.

Conversamos largo y tendido acerca de sus inicios con la pintura y de cómo de niño siempre fue el mejor de su clase dibujando.

Descubrí que se volvía aún más conversador y hábil con el inglés con dos copas de espumante en su cuerpo. Su acento y sus antiguas anécdotas escolares me hicieron mucho reír y podía sentir el brillo en mis ojos.

Me sirvió la tercera copa, pero no tenía intención de tocarla, pues con la suavidad de la lana ya comenzaba a imaginar que estaba en una nube.

—¿Te puedo pedir un favor? —soltó de pronto, apoyando la cabeza sobre su muñeca, recostado—. ¿Me alcanzarías un chocolate? Es que no me quiero mover.

Extendí una mano y de la fuente escogí un oscuro bombón. Sin pensarlo, lo acerqué a su boca y al instante me avergoncé de haberlo hecho. Jungkook recibió el trozo con una sonrisa y en mi pulgar e índice sentí la humedad de sus labios cuando se cerraron.

Disimulé mi nerviosismo retirando la mano y llevándome despreocupadamente la copa a los labios.
Muy a pesar de que no quería beber más, vi cómo Jungkook siguió el trayecto del licor mientras masticaba y mis piernas se tensaron.

—¿Quieres pintar un poco? —me preguntó incorporándose lentamente—. Tengo de todo.

—Suena bien —dije contenta—, usemos acrílico para que no tengas que traer agua.

—Genial. —Con un impulso se levantó y caminó hacia la esquina del cuarto para sacar un pequeño atril y un lienzo de uno de los muebles corredizos. Luego, recogió un par de brochas esparcidas en una mesa y agarró dos cajitas con tubos de pintura dentro.

Puso el atril y las pinturas frente a la manta y dejó caer los pinceles.

Algo acalambrada de tanto estar recargada en mi muslo, me senté sobre mis rodillas y aparté el pelo de mi cara suavemente.

—¿Qué se te ocurre que hagamos? —pregunté, tronando mi cuello para relajarlo antes de comenzar.

No oí respuesta y busqué su mirada.
Su ojos me observaban más intensos que en toda la noche y sentí un vértigo desconocido.

—Eh... No lo sé. —Aclaró su garganta—. Algo abstracto puede ser... para no pensar tanto.

—No sé trabajar el abstracto —confesé agarrando un pincel y acariciando las suaves cerdas—, pero creo que es porque no lo entiendo.

—Sí que lo entiendes —aseguró y rápidamente se sentó a mi lado con las piernas cruzadas—. Mira... ¿Qué color elegirías para expresar cómo te sientes ahora?

—El amarillo.

—Bien, entonces haz primero una figura geométrica con ese color —me indicó abriendo el tubo correspondiente.

—Hay una técnica que amo hacer con este pincel que me parece muy útil... para esferas al menos. Primero empapas bien... —Así lo hice—.  Luego, apoyas justo el centro de madera del pincel y sin miedo haces el giro completo con la muñeca.

Apareció un círculo amarillo casi perfecto en el vacío del lienzo y me sentí orgullosa.

—Wow —profirió en voz baja.
Abrió otro tubo de pintura, empapó el pincel y un círculo de color rojo apareció al lado del mío, un poco más irregular pero bien ejecutado.

—¡Eso es! —exclamé contenta.

—Y ahora que ya está "arruinado" qué más da —señaló, refiriéndose al proceso—, puedes hacer lo que quieras, solo la idea es que sean pinceladas sin ningún patrón.

Me tomé la libertad de abrir un tubo azul y exprimir una cantidad considerable sobre el pincel. Lo deslicé sobre el lienzo y formé una línea recta hacia abajo sobre mi círculo amarillo, permitiendo que la pintura se mezclara y naturalmente formara un tenue color verde.

A continuación, Jungkook hizo una línea roja similar al lado de la mía, y con una perpendicular unió su círculo con el mío, en silencio.

Que pintara sobre mi trazo fresco se me hizo un gesto tan íntimo que me estremecí.
Extendí esa línea perpendicular en una espiral hacia arriba y me puse a hacer manchones en el borde de la figura.

Sus líneas siempre seguían a las mías, y transformó su color rojo en un tono vino más denso con púrpura.

—Ni Picasso se atrevió a tanto —bromeé y él soltó una carcajada.

Mientras acercaba su copa casi vacía de espumante a su boca, contemplaba el lienzo.

Di unos últimos toques de amarillo al azar y negué con la cabeza ante el resultado final.

—Es solo expresión, así que a su manera está bien —resolví, dejando el pincel dentro de un vaso.

—No sé, yo lo veo y puedo imaginar mil cosas —confesó—. Quizás se lo podríamos mostrar al señor Choi a ver qué opina —dijo, batallando por mantener una expresión seria.

—Pero qué buena idea, le decimos que es arte contemporáneo —le dije, riéndome con ganas.

Él se unió a mis carcajadas por unos agradables segundos, hasta que sentí mis mejillas doler. Recuperé el aire suspirando.

—¿Te apetece que te lleve a cenar? —me preguntó mientras cerraba los tubos.

Consulté mi reloj fugazmente: Eran las once y media de la noche.

—No, muchas gracias. Me levanté muy temprano y preferiría descansar —respondí suavemente—. Por hoy estuvo genial.

—¿Entonces sí cenaremos otro día? —preguntó lentamente, sin despegar sus brillantes ojos de los míos.

—No faltará la oportunidad.

Me dedicó una atractiva media sonrisa y me ofreció su mano de apoyo para levantarme, caballerosamente. La acepté y una electricidad recorrió mi cuerpo cuando apretamos el contacto. Me incorporé y lo solté.

Estiré un poquito mis piernas y caminé hacia la entrada. Me calcé mis botines, envolví mi cuello con la bufanda y tomé mi cartera.
Me sentía levemente mareada, pero estaba cómoda.

De pronto y sin titubeo alguno, Jungkook tomó mi mano y entrelazó sus dedos con los míos antes de abrir la puerta y salir de la bella estancia.
El fuego de su agarre se sintió demasiado agradable como para soltarme.

Salimos de la casona despedidos por el chirrido de la puerta y atravesamos el jardín con lentitud.
Su mano se sentía firme y grande, y tuve cosquillas en la parte baja de mi estómago.

—¿Quieres que te pase a recoger el lunes para ir a la facultad? —me preguntó volteando a verme.

—No hace falta, vivo tan cerca que a veces vale la pena caminar.

Dos guardaespaldas esperaban junto a los autos a la salida del jardín. Y los tres guardias del lugar, dentro de sus respectivas casetas de seguridad.
Jungkook y yo nos deslizamos dentro del asiento trasero de una alargada camioneta y solté su mano para acomodarme mejor.

Él pasó un brazo por el respaldo del asiento, rodeando mi espalda sin tocarla y se acercó a mí.

—Buenas noches —saludé a uno de los escoltas que se subió para conducir, tratando de disipar mis sensaciones.

—Buenas noches, señorita.

—Buenas noches, Min-ho. A casa de Mari, por favor —le indicó Jungkook.

—De inmediato, señor.

La camioneta partió junto al Mercedes de Jungkook a nuestro lado. Y desde el centro de la camioneta, comenzó a subir una persiana oscura entre el conductor y nosotros, evitando todo contacto.

Fingí no asombrarme y aproveché de mirar mi teléfono para aplazar un poco la intensa privacidad que habría entre Jungkook y yo.

Tenía un mensaje de buenas noches de mi padre e insistencias curiosas de Jess.
Guardé mi celular y descansé mis manos sobre mi regazo.

—¿Cómo lo pasaste? —me preguntó en voz baja.

—Lo pasé genial, Jungkook, todo fue estupendo —respondí suavemente.

Lo miré a los ojos sin volver el rostro, pues su semblante estaba solo a centímetros del mío.
Pude sentir su aliento húmedo en mi mejilla y toda la piel de mi espalda se erizó.

Tenía claras intenciones de besarme, y francamente yo también.
No obstante, no me sentía cómoda con que fuera en el asiento trasero de su camioneta y todo mi instinto gritaba que era demasiado pronto.

Me permití mirar sus carnosos labios con un deseo descarado y luego sus profundos ojos, para luego apartar la vista y posarla en la ventana.

Él se retiró hacia atrás, entendiendo mi lenguaje y estiró una de sus piernas de forma relajada.

—¿Cuándo te apetece salir de nuevo? —inquirió.

—Esta salida aún no termina y ya piensas en la otra —comenté riendo.

—Así es.

Guardé silencio un momento y crucé una pierna sobre la otra, apretándome.

—Coordinemos en la semana algún día, así alcanzamos a despejarnos antes del primer examen.

—Me parece.

Recargué mi cabeza hacia atrás, encontrándome con su brazo y dejé que el viento de la ventana abierta jugara con mi cabello.

El resto del trayecto fue en un relajante silencio, y cuando el escolta estacionó frente a mi edificio, Jungkook se bajó audazmente conmigo.

—No hace falta, es peligroso —observé girándome para verlo de frente.

—No hay nadie —señaló despreocupado.

Con mis botines de tacón, la brecha entre él y yo era menor.

—Resultó ser un muy buen plan después de todo —dije contenta, pensando en mis previas negativas.

—Fue muy poco rato.

—Estuvo bien, el tiempo vuela cuando uno se divierte —dije simplemente. Y sin mucho premeditar me estiré para depositar un fugaz beso en su mejilla. Su piel se sintió suave y con el olor de su colonia me sentí temblar—. Que descanses.

—Buenas noches, Mari —se despidió con media sonrisa.

Me alejé caminando al interior de la recepción, y con la misma vergüenza de una niña de quince años, no me giré.

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