Capítulo 44: Ilusión
Narra Mari
Todo estaba muy duro, áspero.
El cansancio me había vencido hace rato y no lograba sobreponerme del todo.
Los bocetos estaban escaneados, ya solo me faltaba redactar el correo y enviarlo.
Al menos, técnicamente, había cumplido mi propósito de acabarlos antes del amanecer.
Esto lo pensé bajo mi sueño, pues mis ojos se rehusaban a abrirse.
—Ay, Mari —se quejó la voz de Hobi, pero solo lo atribuí al caos de los oníricos encuentros.
—¿Se quedó dormida aquí? —alegó ahora la voz de Jimin—, por favor no me digas que durmió aquí...
—Cállate, no hables tan fuerte —espetó Hobi.
Solamente sentí un murmullo de cosas extrañas, unos brazos rodearme y posteriormente me hallaba suspendida en el aire.
Recargué mi cabeza en el familiar aroma de Hobi y se sintió tan bien que pronto me sumí en el sueño otra vez.
Así fue hasta que mi cuerpo se encontró con el frío edredón de una cama. Abrí un poco los ojos y vi que era mi cuarto... O bueno, mi provisorio cuarto.
Dentro de los brazos de Hobi me hallaba en paz, tanto así, que me sentí mal cuando se alejó y emití un quejido.
—¿Qué? —me susurró, riendo—. Tienes que seguir durmiendo, preciosa.
Le indiqué con un breve movimiento que se acostara a mi lado, pero no lo hizo.
En su lugar, sentí su tibia mano acariciar mi rostro. Luego, entrecerré los ojos al sentir que se levantaba, miraba algo desde la puerta y volvía a sentarse a mi lado, poniéndome muy contenta.
Su olor lograba que fácilmente yo me durmiera, y su cálido contacto se sentía todavía mejor en el suave limbo en el que estaba sumida.
Se me escapó otro sonido de placer y ni siquiera fui capaz de abrir los ojos cuando sentí sus labios sobre los míos.
Así el aroma se volvía todavía más intenso y abrí mi boca buscando más de eso.
Ahora fue él quien jadeó al encontrar nuestras lenguas y no tardar en empapar mi cavidad.
Quiero mucho a Hobi, él es muy bueno conmigo, he sido libre de acción y pensamiento con él, y sus maneras tan dulces y solo atrevidas cuando deben ser, no me provocan nada más que un intenso y sostenido placer.
Nuestro beso crepitó cuando él lo intensificó, y no tuve intención alguna de apartarme de él ni de su recuerdo.
Apretó mi cintura, atrapó el pequeño gemido que se me escapó, y yo acaricié su cabello con el mismo débil ímpetu que uno posee en los sueños, hasta que se separó.
Saboreé mis propios labios sin abrir los ojos y mantuve en mí aquel dulzor.
—No hagas eso —reclamó en un hilo de voz.
Tomó mi rostro con una mano, me besó una vez más y lentamente se retiró.
Recibida aquella alta dosis de dopamina, satisfecha me di la vuelta y abracé una almohada para caer más profundo en este real ensueño que decidí vivir.
Sentí cómo Hobi daba suaves palmaditas a mi trasero, y luego lo oí decir:
—Esto es mío, no te olvides.
Y me hizo reír.
Dio un último cariñoso beso a mi mejilla y me arropó con cuidado antes de salir.
🪐
Narra Yoongi
—No quiero que le digan nada —profirió Jimin y me hizo reír su fervor en aquella orden—. Estoy hablando en serio, nada. Primero veamos si la aceptan, puede que trabajen bajo otra modalidad.
—¿Qué modalidad, Jimin? ¿La modalidad de estafar? —rebatió Namjoon y todos guardamos silencio—. Por favor no sean estúpidos.
—¿Y qué hacemos entonces? —urgió Jungkook—. Voy a comprar esa maldita banquetera y le daré el trabajo.
—No es una banquetera —intervine con calma.
—Claro, Jungkook, y así alimentas todos los rumores. ¿Crees que nadie va a enterarse de tu adquisición? —continuó Nam—. Ella envió todos sus datos a ese lugar.
—No vamos a hacer nada —sentenció Jin—. Ella se va a dar cuenta y nosotros estaremos aquí para apoyarla.
—Eres una mierda, Jin —le dijo Hobi en cuanto bajó las escaleras—, una real mierda. Solamente quieres...
—No nos va a creer si le decimos la verdad —intervino Tae, somnoliento—. Lo único que conseguiremos es que nos vuelva a odiar.
—Oh, entonces está bien que le roben sus diseños —resolvió irónicamente Namjoon—, porque eso es lo que va a pasar, le van a robar.
—¿Y a ti desde cuándo te importa tanto? —inquirí, viendo algo extraño nadar sobre sus ojos.
—Es una injusticia —respondió de inmediato—, y una fea que me cuesta dejar pasar.
—¡Oh! ¡Todos tranquilos que ya llegó el justiciero! —exclamó Jimin.
—Dejen... de gritar —pidió Hobi, temblando por mantener la calma—. Ella está durmiendo, dejen de gritar.
Pasó una mano por su cabello y todos guardaron silencio.
Eran las ocho y media de la mañana y no podía creer que yo también me incluyera al tener ánimos de pelear. Estábamos todos en pijama menos Namjoon, él traía la misma ropa de ayer.
—No sé ustedes, pero yo haré que se distraiga —sentenció Jimin, abriendo el refrigerador para sacar agua—. Estaré en el salón de telas con ella hasta que se le olvide.
—¿Por qué siempre es contigo? —se quejó Hobi—, no lo entiendo.
—El baile nos une, amigo
—Yo también soy bailarín.
—Ah, pero no de su estilo.
Jungkook entonces soltó una trastornada risa y se levantó de la mesa, dejando de mirar los dibujos de Mari.
—A ver, imbéciles, ¿por qué insisten en hablar de ella como si yo no estuviera aquí? —preguntó y todos nos echamos a reír.
—Ya perdiste esa facultad hace rato, Jungkook, por favor ponte al día —le dijo Jin—. Mari ha comido como la mierda todos estos días. Esperaremos a que despierte y prepararemos un rico asado para ella. Todos juntos, y la haremos reír mucho. Hoy hará calor, así que estaremos afuera.
Además de que a nadie le pareció una mala idea, la autoridad de su voz tampoco nos dejó otra opción.
Todos se dispersaron tras sus últimas palabras y yo también.
Ignoré olímpicamente la fantasmagórica silueta de Nam con la vista clavada en la ventana, pues sabía que su brazo herido lo estaba haciendo delirar, y entré al baño de mi cuarto.
Miré mi nuevo tono de cabello y me sentí realmente ridículo.
No podía creer que hubiera sido capaz de eso con tal de conseguir su perdón. Si fui muy obvio me da igual, ella dijo que me veo bien y eso es genial.
Ni el grueso rocío de la ducha hizo que mi mente se alejara de ella.
De su sonrisa, de su silueta.
Siento que no puedo hablar bien cuando está cerca, mis pensamientos entre sí se atropellan.
Quisiera gozar de una gran elocuencia para poder decir siempre todas las palabras correctas, pero lamentablemente esa no es mi esencia, y no es justo para una mujer como ella.
❄️
Narra Mari
Una etérea suavidad recorrió parte de mi rostro y mi cuello, obligándome a despertar.
Acostumbrándome a la suave brillantez del lugar, cuando enfoqué la vista, vi que Tae se hallaba recostado a mi lado, con una leve sonrisa y la mejor de sus miradas.
Me avergoncé de que me viera tan dormida, así que enterré mi rostro en la almohada y lo oí reír.
—¿Acaso vas a dormir hasta mañana? —me preguntó, retumbando en mis oídos su bella voz.
Sus dedos acariciaron mi pelo y buscaron mi barbilla hasta alzar mi rostro para verlo.
Parpadeó lentamente y el marrón de sus ojos me pareció aún más bello.
Sintiendo el descanso energizar mi cuerpo, acomodé mi posición para estar más cerca de él, y el calor de sus brazos en seguida me envolvió.
La puerta estaba cerrada, así que de cierto modo me sentí a salvo bajo el retablo de su familiaridad.
En la curva de su cuello acomodé mi cabeza y él recargó la suya sobre mí.
—Vine a despertarte para que fueras a comer —habló y sentí su pecho vibrar.
Emití un sonido de aprobación, y ambos guardamos un silencio tan absoluto, que no tardé en comenzar a oír sus latidos.
Aletargada bajo una suave diversión, levanté una mano e hice que dos de mis dedos caminaran sobre su pecho al compás de su corazón.
Sintiendo los finos hilos de aquel suéter junto a su enternecida risa, de pronto su mano envolvió la mía y juntó nuestras palmas, haciendo notorio el enorme contraste de tamaño.
—Wow —susurré, tratando de alcanzar las puntas de sus dedos, en vano.
Se llevó mi dorso a la boca y presionó largamente sus labios sobre él.
Miré con detención la hermosura de sus ojos cerrados, pues si no conociera la situación, cualquiera diría que es un hombre enamorado.
Cuando alejó mi mano, volteó con lenta decisión su rostro y lo acercó al mío.
Bajo el terrible delirio de su cálida respiración, tocó su nariz con la mía, y sin previo aviso, me besó.
Lo hizo de forma casta y breve. Sus labios estaban tibios y muy tenues.
¿Qué lograría negándome si no es lo que deseo de verdad? De igual forma nadie lo sabría, así como no saben muchas cosas de mí en realidad.
Acabados bajo la sutil competencia de la que piensan que nunca me voy a percatar, jamás me importaron menos las consecuencias, jamás me atrajo tanto el dejarme llevar.
Le dediqué una suave sonrisa cuando me separé, y me puse de pie. A mi nariz llegó un intenso olor a carbón y me emocioné.
—¿Qué están haciendo de comer? —indagué, tratando de mirar por la ventana—. ¿Puedo ir a ver?
Sentí un inmenso vértigo en cada una de las fibras de mi ser, cuando Tae me giró, envolvió mi cintura y su boca me atrapó otra vez.
Me empiné para alcanzarlo mejor y lo oí gruñir cuando puse mis manos en su cuello.
El presente era el secreto. El indecible y perpetuo castigo de todos los recuerdos.
Un millón de mariposas emergieron desde mi centro al ser consciente de lo que ocurría en este preciso momento. La ensoñación comenzó desde que lo vi en ese lago, insisto, desde que su voz se convirtió en mi tormento.
Y ni siquiera la noche pasada me había parecido tan íntima como este breve instante en el tiempo.
Sus brazos me alzaron con facilidad y, en busca de una pausa de aire, se alejó un poco y me volvió a mirar.
Reparé entonces en que yo con él me sentía muy agradecida. Su eterna y genuina sinceridad, junto al misterio de sus ojos, detuvo una y mil veces mi agonía.
—Ha-haremos asado de... no sé qué —susurró y mis pies tocaron el suelo otra vez.
—Ya veo —afirmé, tratando de no reír.
Le di una suave caricia a su mejilla y lo esquivé para abrir mi maleta y escoger un nuevo vestido, pues la tarde caía de forma calurosa.
—En seguida bajo entonces —le avisé—, voy a bañarme.
—Te acompaño.
Me giré para verlo y ahogué una risa.
Él tímidamente me sonrió y sus ojos recorrieron libremente mi silueta.
—No, Tae, estoy bien así —le indiqué con suavidad.
Di un saltito para alcanzar a besarlo, y escuchándolo reír, cerré la puerta del baño.
Me duché saboreando cada pizca de calma en mí, con cierta ansiedad, como si me fuera a quedar sin ella en cualquier momento.
Me puse un ligero vestido floreado, dejé libre mi cabello mojado y cuando bajé las escaleras estaba iniciando un atardecer muy anaranjado.
—Despertó la bella durmiente —se burló Jin, ingresando desde fuera con su camisa blanca llena de manchas de ceniza—. ¿Cómo estás, bebé?
—Muy bien —respondí contenta.
Sus brazos me rodearon en un abrazo y me hizo cosquillas en la cintura como siempre hacía cada vez que me ponía un vestido.
Extrañamente, en vez de sentirme triste por los recuerdos, ahora solo me hizo reír.
Él sigue aquí, y sus ojos siempre me dicen que no se irá a ningún lado.
Me aproximé a la mesa donde había dejado todo tirado, ordené los papeles y en la computadora me puse a redactar el correo.
—¿Qué haces? —inquirió Jin.
—Envío lo solicitado.
—Déjalo así, Mari —intervino Jungkook, entrando al salón—, todos te estamos esperando afuera para comer.
—Es solo apretar un botón —dije con la vista fija en la pantalla.
Ambos guardaron silencio y esperaron pacientemente a que terminara.
Sentí una inmensa emoción de por fin poder marcar el paso inicial que posiblemente abrirá el camino de mi anhelada independencia.
Cuando todo fue enviado, me levanté sintiéndome como si mi vida estuviera resuelta, y salí a la enormidad del jardín delantero.
Seguí el fulgor de una llamarada crepitante justo en medio de todo el verdor y a un lado de la piscina.
Todos estaban conversando y calentando malvaviscos sobre una ramita a su alrededor.
Nos vieron llegar y Jimin de inmediato se puso de pie. Me indicó que me sentara donde estaba él, pues llegaba más directo todo el calor.
En medio de Tae y Namjoon.
Así lo hice y me quedé observando un buen rato las dispersas llamas de aquel fuego.
—¿Cómo puede ser que esté anocheciendo tan rápido? —preguntó Tae a mi lado.
—Todos ustedes tienen el sueño trastocado —señaló Hobi—, eso es lo que pasa.
—Pero es un lindo atardecer —comenté, viendo el cielo lentamente tornarse color rosa pálido—. Hace años no estaba junto a una fogata.
—Bueno, la hicimos para ti —dijo Jin, extendiéndome una varita con carne—, para que disfrutes un día como se debe.
—Oh, muchas gracias —afirmé, dejando salir una nerviosa risa.
Comí en silencio la mayor parte del tiempo.
Todos estaban muy habladores y más divertidos de lo usual. Me sacaban muchas carcajadas, una tras otra, sin parar. Devoré dos varitas de carne y un malvavisco solo bajo el deleite de escucharlos siendo felices, siendo amigos.
En un momento caí en la cuenta de que nunca los había visto pasar más de una hora sin discutir, y fue una de las cosas más hermosas que vi en mi vida.
La unión más allá de sus diferencias estaba soldada. Me detuve largamente en el semblante de cada uno y sentía en mi interior un cariño especial, una especie de deseo incomprendido, pero sumamente incondicional.
No sabía hasta qué punto ellos me querían a mí.
Si lo hacían de manera fraternal, o solo lo demostraban porque sí.
Como fuese, me sentía sujeta por una disfuncional familia, algo inquieta, pero igual de intensa que la que yo perdí.
Cuando cayó la noche, cayeron también las temibles botellas de soju. Me serví un poco en un vaso pequeño, confiando plenamente en mi estómago lleno.
A mi lado, Namjoon con su mano libre bebía sin mesura. Solo hizo una mueca cuando soportó tres vasos al hilo, y elevé la complicidad de mi vista a Yoongi, quien frente a mí, ya me estaba mirando con diversión.
—¡Que no estoy ebrio! —exclamó Jimin un tanto molesto, disimulando un eructo que lo delató.
Reí con fuerza y Tae, a mi costado se contagió.
—Párate de manos si no lo estás —lo reté.
—¿Crees que no puedo hacerlo? —inquirió sonriendo y viéndome con ojos abrillantados.
En un solo movimiento, efectuó una momentánea invertida que terminó por derrumbarlo sobre el césped al instante, haciéndome carcajear de una manera increíble.
—¡Oh, arriba Jiminssi! —gritó Jungkook ahogado en risas.
—Ya cállense —se quejó él, acomodando el desajuste de su camiseta—. No debí seguir órdenes de alguien que está peor que yo.
Se acercó a revolver mi cabello.
—¿Yo? —inquirí con exagerada expresión—. Yo estoy perfecta, no te compares.
—No, no, yo sí que la vi ebria —soltó el bocón de Hobi—. Tengan cuidado que se pone a romper vasos.
Todos rieron y yo me cubrí el rostro de la vergüenza.
Me uní a las carcajadas solo cuando Hobi comenzó a disculparse por su nulo decoro y el resto de la velada jugueteé a estar enojada con él.
—Haz el truco de la botella —me pidió cuando me levanté a buscar más soju.
—No quiero.
Todos le aullaron a modo de burla, pero solo vi la flama del deseo vivo en sus ojos.
No pude evitar recordar aquella noche en que me negué fervientemente a algo por lo que terminé gritando.
Lo ignoré aún más solo para provocarlo y agité la botella de soju en mi poder antes de abrirla.
—A que no puedes bailar sin caerte —me dijo Jimin.
Todos guardaron un repentino silencio al verme de pie y le di un rápido sorbo a mi vasito.
Con el alcohol recorriendo libremente mis venas, y aprovechándome de la absurda atención que había capturado, relajé mi cuello e hice un círculo con mi cabeza, arrullada bajo la música del parlante de Jungkook.
A continuación mecí suavemente mis caderas, a un lado, luego al otro.
Con la diversión subiendo por mi cuerpo, me detuve abruptamente y examiné con rapidez el lascivo semblante de todos, deteniéndome en especial sobre Yoongi y su curiosa expresión.
Aquel cabello verde toda la noche estuvo atrapándome.
—¿Qué? —me preguntó Jimin, cayendo recién en la cuenta de que su boca estaba abierta.
—Ni crean que me van a hacer bailar estando ebria —contesté, volviendo a sentarme.
—Ay, enana, creí que estabas perfecta.
—Lo está —dijo suavemente Hobi, y yo me llevé un dedo a los labios, indicándole que se callara.
—Todos están ebrios —sentenció Jin, aguantando un hipo—, así que guarden silencio.
Yoongi soltó una carcajada y estoico bebió directamente de su botella como si nada.
En un punto de la noche me vi tremendamente fascinada por su resistencia y las miradas que me dedicaba cada vez que tenía la oportunidad.
Yo fingía no verlo, pero sobre mi falta de sobriedad ya casi no lo podía evitar.
Volví a guardar un prudente silencio cuando el tema de conversación cambió a antiguos recuerdos de ellos en los que yo no podía participar.
Los escuché con mucha atención, hasta que vi la mano de Namjoon estirarse para alcanzar mi vaso sobre la mesita que teníamos en frente.
Sirvió con cuidado un poco de soju en él, y luego se sirvió a sí mismo.
—Gracias —le dije, sin poder creer que un gesto así proviniera de él.
Él asintió una sola vez y recién ahí reparé en que su silla estaba muchísimo más cerca que al principio de la mía.
—¿Estás bien? —me preguntó al ver la mueca que hice al beber.
—Sí.
Con una determinación desconocida recorrí el tono canela de su tez hasta llegar a sus ojos.
Vi cómo el cristalino brillo del alcohol no le permitió desviar la vista como usualmente hacía y de alguna manera eso me gustó.
—¿Y qué hay de ti? —me aventuré una vez que tal conexión se hubo prolongado demasiado—, ¿el soju no te sabe a 'vayamos a dar un paseo en bici'?
Lo vi tratar de contener una risa que rápidamente dejó salir. Sus ojos se volvieron demasiado pequeños, y resguardada en la distracción de los demás, reí con él.
—No —respondió.
—¿Y cómo sigue tu brazo?, ¿te duele mucho?
—No, no me duele. Yo creo que el doctor exageró.
Quise decirle que debió haberse visto y burlarme, pero no me atreví.
—¿Sabes algo? —continuó y dirigí toda mi atención hacia él—. A mi bonsái le salió una flor.
Mi mano voló a mi boca y no pude ocultar mi emoción.
—No te creo, ¿hablas en serio? —indagué y lo hice reír otra vez—, me estás mintiendo.
—Claro que no, mira.
Del bolsillo de su pantalón extrajo su teléfono, tecleó un par de cosas muy rápido y me enseñó una foto. Su arbolito se veía muchísimo mejor, y de la rama cortada ahora salía una brillante y roja flor. Quise decir algo, pero no logré hacerlo.
—Es increíble, estuvo meses y meses a punto de morir —comentó y tronó la boca—, no sé cómo lo hiciste.
—Sí lo sabes. Incluso tú cortaste esa rama, no yo.
Él negó con la cabeza y me llegó una oleada del varonil aroma que despidió su cuello.
—Yo ya había intentado eso —confesó, sirviendo un poco más de soju para él y para mí.
—¿O sea fingiste no saber qué era lo que te estaba diciendo?
—No fingí nada, solamente no te dije nada —corrigió—. Pero tú lo tocaste y... no sé, realmente no sé qué fue lo que hiciste.
Me tomé un momento para pensar mi respuesta, viendo cómo su lenguaje corporal estaba ahora muy cerca. Mis delgadas piernas cruzadas casi rozaban la gigantez de las suyas, y no me había dado cuenta.
—Solo deseé que de verdad mejorara —musité, haciendo que sus ojos me volvieran a ver—. Y así fue, ¿no?
Sin aguardar demasiado, noté que fácilmente comprendió que me refería a mi relación con él.
Soltó una breve risa y asintió.
—Sí, pequeña, sí mejoró.
Mi estómago dio un vuelco al oír por primera vez ese apodo sin que fuera una irónica burla.
Estiré mi pierna hasta ubicar mi zapatilla junto a la de él, dándole la razón.
—Jimin tiene razón, eres muy pequeña —susurró, viendo con detención nuestros pies.
—Entonces yo voy a llamarte... Pie Grande —resolví con ayuda de la avidez del soju.
—Puedes llamarme Nam —afirmó y despegó la vista del suelo para verme.
Mantuve otra vez su mirada, viendo el reflejo del fuego sobre sus ojos.
—Está bien —convine, divertida—, Nam...
Ambos guardamos un breve silencio y bebí del vasito que él me sirvió.
—Suena mejor Man —bromeé, rompiendo la extraña cursilería que nos envolvió, y él muy ruidosamente carcajeó.
Todos se quedaron callados y sentí un extraño e infundado temor.
—Ya está, Nam, estás demasiado ebrio —sentenció Hobi, envuelto en una extraña aura que lo aproximó hacia él—. Esto no le hace bien a tu hombro.
—Ve a acostar a Nam —ordenó Jin a Jungkook en coreano—, tiene que estar muy perdido para reírse con Mari.
Nam no rebatió y no se sintió agradable. Tan solo se puso de pie y fue escoltado por Jungkook hasta el interior de la casa. Yo bebí el último sorbito de soju que restaba de la botella y me acomodé mejor en la silla.
—Creo que todos deberíamos ir a dormir —añadió Jin—, ya son las tres.
Jimin y Tae tastabillaron al incorporarse y ambos se alejaron recargados en el otro.
—Buenas noches, Mari —se despidieron, casi al unísono.
—Que descansen —contesté suavemente.
Yoongi, Jin y Hobi se levantaron y me hicieron un ademán de cabeza para que los acompañara.
—Voy a quedarme aquí un rato, ustedes vayan. —Jin frunció el ceño y tuve que continuar—: Dormí mucho todo el día, me iré cuando me sienta cansada.
Los tres con los ojos hinchados de sueño no tuvieron más remedio que asentir.
Se alejaron lentamente recriminándose lo mucho que habían bebido entre sí.
Ya quedaban pocos vestigios de la ardiente fogata. Ahora más bien era solo la ilusión de ella, aún humeaba pero era imperfecta.
Miré al cielo, pero todos mis sentidos me dijeron que las estrellas no eran mi única compañía en ese momento.
Sin estar muy segura de mi sospecha, ni saber de quién se trataba, agucé aún más mi oído y decidí confiar en mí.
—Es horrible espiar a las personas —declaré en voz alta, con cierta diversión en mi voz.
Oí una breve risa ahogada y posteriormente el crepitar de hojas secas bajo pisadas.
—No creo que se considere espiar si ya sabes que estoy aquí.
La voz de Yoongi no hizo nada más que relajarme. Corroboré que esperaba que apareciera cualquier otra persona, menos él.
—Es tarde —continuó—, ¿por qué quieres quedarte aquí?
—Supongo que estoy muy mareada todavía para dormir.
Me puse de pie y él se aproximó para caminar a mi lado. Seguí un breve sendero que me dejó a una orilla de la bonita piscina.
La luz de la luna llegaba a reflectarse sobre ella, dejando una vista muy linda.
—No mientas —me respondió luego de un buen rato de silencio—. Quieres estar sola para ponerte a pensar cosas. Lo extraño es que aún no me has pedido que me vaya.
Dejé salir una suave risa por la certeza de su afirmación.
—Porque no quiero que lo hagas —confesé, divertida—. Estar contigo es lo mismo que estar a solas... Aunque no digas mucho, me haces sentir muy cómoda.
—Solo digo lo que tengo que decir.
No respondí y solamente asentí. Viendo de reojo cómo apartaba su verdoso cabello de su frente.
—A mí antes me caías muy mal —agregó, haciéndome reír.
—Oh, no me digas.
—Pero siempre sabes qué decir, eres muy inteligente —continuó—. No tardé en notar que no te importaba todo nuestro poder. Fuiste valiente frente a Si-hyuk... y eso sí que me cayó muy bien.
—No me lo recuerdes.
—No me digas qué hacer —replicó, haciendo que mi estómago hormigueara. Me dedicó una linda sonrisa y devolvió su vista a las inertes hojas sobre la piscina—, a mí no.
Ahora no podía apartar mis ojos de él, y crucé los brazos para disimular el escalofrío nervioso que me embargó.
—¿Y por qué me estás mirando así? —indagó sin voltear—. Si alguien te ve diría que te gusto.
Sintiendo el resbaloso impulso del soju, y confiando nuevamente en mi certeza, me entregué a la curiosidad y atrapé la soga que lanzó con su broma.
—Y quizás no está equivocado —contesté.
Y entonces él se detuvo por completo.
Durante un instante pareció no respirar, hasta que de pronto, su semblante se ensombreció, tomó mis dos muñecas con una sola mano, y con brusquedad me empujó hasta dejarme a punto de caer sobre la piscina, sujeta solo a su voluntad.
—¡¿Qué estás haciendo?! —grité, aterrada—. Yoongi, por favor, por favor no vayas a soltarme.
—Quizás un poco de agua te haga volver a tus cabales —gruñó—. No forcejees. Acepta que estás confundida y entonces te soltaré.
—¡No voy a hacerlo! —me quejé—. Tu nunca has jugado conmigo, jamás. No querías que me fuera, y fuiste el único que lo demostró en lugar de solo decírmelo —argumenté—. ¿Acaso crees que soy de piedra? Acabas de admitir que te agrado.
—¿Y eso qué?
Mi respiración agitada junto al alcohol agolparon todas mis inseguridades.
—¿Entonces me mentiste?, ¿sigues despreciándome? —inquirí con la voz quebrada—. ¿De verdad no sientes nada por mí?
Su mirada se distendió y su entrecejo muy sutilmente se juntó.
Y así como su expresión se relajó, su mano también lo hizo, y entonces me soltó.
—¡Mari!
Lo siguiente que sentí fue el agua gélida envolver toda mi vergüenza y no quise salir a la superficie. Claro que sigue despreciándome, qué otra porquería creí.
Abrí los ojos y en la penumbra acuática vi un montón de burbujas amontonarse a mi lado.
Bajo el shock me costó comprender que él también se había lanzado.
La firmeza de sus manos envolvió mi cintura, pero pataleé para apartarlo.
Lo empujé y pude al fin respirar cuando emergí. Tosí para expulsar el agua clorina que había entrado a mi sistema y aparté mi cabello del rostro.
Lo oí alzarse a mi lado y me apresuré a salir por la escalerilla que divisé frente a mí.
—M-mari —balbuceó—, Mari, perdón, perdóname. Yo no quise...
—Vete a la mierda.
Congelada y estilando, comencé a caminar rumbo a la casa, oyéndolo salir a él también del agua.
No me siguió, pues bien sabía que solo volvería todo aún peor.
Hecha una bola de vergüenza por ser rechazada, y herida por ser literalmente desechada, traté de no hacer ruido al entrar a la casa y subí a ese cuarto dejando a mi zaga un camino de agua.
Bajo el calor de la ducha, solté lágrimas y finalmente me pude calmar. Sin embargo, mi orgullo y toda mi dignidad no me estaban permitiendo pasar ni un minuto más en este lugar.
Al salir, Ragnar parecía observarme con una sabia seguridad en sus ojos, y sin pensarlo, lo metí con mucho cuidado junto a su arenero en su jaulita.
Verifiqué varias veces que se mantuviera el absoluto silencio de la casa mientras guardaba mis pocas cosas esparcidas en mi maleta como podía.
Ahora veía el beneficio de nunca haber desempacado en realidad.
Dejé a cuestas mis plantas y mis prendas empapadas que no podía guardar, junto a varios dibujos que ya no deseaba recordar.
Cubrí mi cabello con una gorra y mi rostro con una mascarilla para proteger mi identidad.
Me colgué la mochila en la espalda, tomé a mi gatito, y rezando por no toparme con nadie, comencé a bajar.
Solo escuché varios ronquidos por aquí y por allá, y cuidé donde pisaba para no tropezar.
Si Yoongi, quien para mí era el rey de la sinceridad, había logrado confundirme así de mal, me daba francamente un activo temor lo que estuvieran haciendo conmigo los demás.
Una vez fuera, atravesé el jardín hasta la antigua entrada por el río.
El primer sendero que tomé para llegar hasta aquí. Sabía que ese era el único punto sin seguridad y me aproveché de que el anochecer había menguado muchísimo el caudal del río.
Me quité los zapatos, lo atravesé descalza y crucé la oscuridad del bosque solamente con la determinación de mi memoria y la linterna de mi celular.
Cuando divisé la calle, caminé lo suficiente hasta encontrar un taxi.
Llegando a mi estropeado departamento a las cuatro de la madrugada, con orgullo de mi propia valía y el corazón más roto que todas mis ventanas, temí no solo por mi entereza, sino por qué pasará cuando todos despierten... mañana.
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