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Capítulo 43: Acuarela

Sentía mucha vergüenza de volver a bajar y toparme con Jimin.
Igual que una niña pequeña que se acaba de confesar al chico que le gusta, no me sentía capaz de verle la cara ahora.
Yo estaría feliz de pretender que eso nunca pasó, pero honestamente no podía saber qué quería él de mí.

A punto de entrar al baño a lavarme la cara y calmarme un poco, de pronto escuché mi celular vibrar.
Lo tomé solo para darme cuenta de que había recibido un mensaje de un número desconocido.

Estimada señorita Gaillard:
Estamos muy interesados en los trabajos ilustrativos que nos puede ofrecer. Deseamos ver más de ellos para corroborar si son o no compatibles con los requerimientos de nuestros clientes.
Solicitamos a la brevedad el envío de veinte muestras botánicas al correo adjunto, para nuestro porfolio de invitaciones.
La contactaremos si todo resulta ser satisfactorio.
Atentamente,
My Wedding Day – Inc.

—A ver enana, no exageres, solo fue un b-

—¡Tengo trabajo! —exclamé muy contenta al terminar de leer, sin siquiera haberme dado cuenta de que Jimin había entrado a mi cuarto—. ¿Oíste eso? ¡Tengo... tengo trabajo!

—¿Hablas en serio? —inquirió él, igual de emocionado—. ¡¿Es en serio?! ¡No me mientas!

—¡No, Jimin! Dijeron... Bueno, tengo que enviar muestras, pero dijeron que estaban muuuy interesados en mis diseños. Creo... Creo que puede irme bien. ¡Mira! ¡Lee esto!

Él paseó la vista rápidamente por el mensaje con una sonrisa en el rostro.
Acto seguido, tomó uno de mis brazos, y tras envolverlo en su cuello, me levantó en su espalda fácilmente y yo pegué un grito.

—¡Ay, bájame! ¡Me voy a caer! —proferí riendo.

—¡Abran paso a la empresaria! —gritó él, comenzando a correr conmigo escaleras abajo—. ¡Cuánto peso carga en sus hombros esta empresaria!

Carcajeé con la ridiculez de ese apodo, y cuando llegamos al salón, todos nos observaron con divertida curiosidad.

—¿Qué pasó? —preguntó Jin.

—¡La enana ahora tiene trabajo! —anunció Jimin, bajándome por fin.

Todos ahogaron un grito, excepto Hobi, él derechamente aulló.

—¿Es en serio? —inquirió Tae, acercándose a estrecharme entre sus brazos—. ¡Eso es excelente! ¿Qué tienes que hacer?

—Bueno... Es una prueba —reduje un poco mi sonrisa al ver que Namjoon también estaba sentado en el salón—... para diseñar invitaciones de bodas, tengo que enviar más bocetos a ver si los aceptan.

—¡Por supuesto que los van a aceptar! —intervino Jungkook, dándome una rápida vuelta en el aire para luego bajarme—. Sino los mataré.

—Es estupendo, Mari —me dijo Tae—. En serio nos alegra muchísimo. Es... es la mejor sorpresa.

Miré un momento a Yoongi con la emoción viva en mi interior, y con un juguetón impulso, le saqué la lengua.
Su semblante pasó de ser frío a iluminarse como si le diera el sol en tan solo un segundo.
Trató de aguantar la risa mordiendo sus propias mejillas, pero finalmente la dejó salir.

—Habla por ti, Tae, yo siempre lo supe —alardeó Hobi—, siempre supe que encontraría algo pronto.

—No encontró nada —intervino de pronto Namjoon, mirando al frente—, dijo que es solo una prueba.

Todos guardaron silencio y voltearon a verlo con la mirada más horrenda que alguna vez les vi.
Yo solo asentí y bajé un poco la cabeza.

—Siempre tan amable, Namjoon —alegó Jin—. Espero que por tu bien algún día dejes de matar todos los momentos.

—Pero tiene razón —afirmé—, es mejor esperar a que me acepten.

—Y yo creo que es mejor que comas ahora, bebé —respondió Jin, extendiéndome un delicioso plato de carnes con espeso arroz, que si mal no recuerdo, se llama Bulgogi—, para que tengas energía de trabajar. Ven aquí.

—Comida de empresaria —bromeé y lo hice reír.

Me indicó que me sentara en un taburete de la cocina y obedecí.
Me entregó palillos y tocó mi barbilla. Sonriendo entrecerré los ojos y comencé a comer.

—Yo quiero —dijo Jimin, sacando sin permiso dos trocitos de carne de mi plato.

—Tú dijiste que no tenías hambre, ahora te jodes —sentenció Jin, empujándolo fuera de mi lado.

Mastiqué ahogando risas en silencio y cayendo en la cuenta de lo fatigada que me mantuve durante tanto tiempo.
Los chicos se ubicaron a mi alrededor, muy de a poco, como tratando de que yo no notara que esa era su intención. Todos excepto Namjoon, él claramente no se levantó del sillón.

Yoongi tomó asiento a mi lado, sin mirarme.

—Lo siento —me dijo de pronto y yo le lancé una mirada cómplice a Tae.

—Está bien —afirmé, dándole un empujoncito en su hombro con el mío—, pero me las pagarás.

Giró el rostro, y Hobi y Jungkook estallaron en risas.

—¿Perdón? —me preguntó, y me pareció divertido su asombro por mi reacción.

—Ya oíste —insistí, haciendo un ademán de cabeza—, debería pintarte el cabello por no creer en mí.

Todos volvieron a reír, pero Yoongi no respondió, de pronto con la vista muy fija en la encimera.

—De acuerdo —dijo luego en voz baja.

—¿De acuerdo? —repetí, abriendo mucho los ojos.

—Sí, de acuerdo.

Ahora todos hicieron un profundo silencio, mirándose unos a otros y a la vez buscando los ojos de Yoongi.

—Oye, sé que es lindo verla sonreír, hermano —le dijo Hobi—, pero no es para ta...

—¡Él ya lo dijo! —sentencié jubilosa—. Ha llegado el día.

—¿Qué color necesitas? —me preguntó Jimin—, yo te lo traigo ahora mismo.

—Un cabello tan blanco parece de verdad un lienzo —resolví, imaginando sobre él un millón de posibilidades—. Creo que necesito azul y verde, voy a matizar.

Yoongi hizo una mueca, pero no rebatió.
Los demás continuaron riendo con encendido entusiasmo, y una vez terminé de comer, Jimin regresó con una brocha de cabello, un recipiente y dos tubos.

Le indiqué a Yoongi que tomara asiento en una de las sillas del comedor, y me paré detrás de él.
Su rodilla subía y bajaba, y sentí una satírica diversión embargarme gradualmente.

—Tranquilo —le dijo Jungkook—, no puedes estar en mejores manos.

Ver su cabello desde tan cerca me agitó el corazón. Traté de disimular, pues todos nos estaban mirando como si fuésemos la atracción principal.
Abrí el tubo de color verde y lo vertí sobre el recipiente. Empapé la brocha, y junto a los graciosos vitoreos de Hobi, esparcí el tono sobre su cabeza.
Lo hice solo de medios a puntas.

—Ya no vas a ser más el peliblanco —comenté en voz baja.

—¿Así me decías?

—No sabía cómo te llamabas —me defendí—, no supe tu nombre hasta el final.

Acabé con el color verde, y sobre lo restante en el recipiente, vertí el azul.
Mezclé muy bien todo hasta que apareció un hermoso tono turquesa.
Lo apliqué en sus raíces con mucho cuidado y di ciertos reflejos evitando uno que otro cabello cano.

—No puede ser que haga todo bien —dijo Jungkook en coreano y fingí no entender.

Al terminar, me puse unos delgados guantes que venían junto a los tubos, y masajeé un poco su cráneo para no olvidar rincones imprescindibles.

—¡Listo! —anuncié, feliz—. En cuarenta minutos puedes bañarte y te verás guapísimo.

—Te vas a ver como un duende —le dijo Jimin.

—Y aún así más alto que tú —repliqué divertida, envuelta por una risa de Yoongi que nunca había escuchado. Jimin me miró boquiabierto y entrecerró los ojos—. No insultes a mi obra de arte.

Me quité los guantes y quise subir a la habitación.
Los ojos de todos estaban sobre mí, y a diferencia de antes, lo único que ahora sentí fue un profundo e incontrolable ardor.

—De acuerdo... Yo... ahora necesito comenzar —anuncié sobre su confusión.

Todos asintieron y recordé que lo que hiciera debía ser escaneado, así que quise intentar algo muy bizarro.

—Oye, eh... Namjoon —Él de inmediato levantó la vista y su boca se entreabrió—. Es que... En tu cuarto vi que tenías impresora, ¿crees que puedas...

—Yo tengo impresora, princesa —anunció Jungkook, dirigiéndose a las escaleras—, ahora te la bajo.

—Todavía no he contestado.

Namjoon elevó su tono de voz e hizo que Jungkook se detuviera.
Volteó a mirarlo y yo también, pero él, en silencio, solo desvió sus ojos una y otra vez.

—¿Y bien? —urgió Jungkook.

—No.

Todos bufaron y yo ni siquiera me decepcioné.
La verdad solo lo había hecho para comprobar si era o no cierta mi sospecha de que nos estábamos llevando un poco mejor.

De mi cuarto escogí varios pinceles y me propuse trabajar con acuarelas.
Veinte diferentes bocetos botánicos era demasiado. A lápiz tardaría cien años, y tenía la esperanza de que el agua de los trazos se secara rápido con el aire acondicionado.

Jungkook dejó su impresora sobre la mesa de comedor y yo bajé con mi computadora y mis materiales.
Se ofreció a ayudarme, pero me negué. Profesionales como ellos distinguirían el cambio de mano en las pinceladas.

Los chicos se dispersaron para permitir que me concentrara, pero Jimin se mantuvo un buen rato a mi lado.
Con detención observaba todo lo que hacía, acomodaba mi pelo cuando se caía encima y cambió varias veces el agua sucia de la acuarela.

Jungkook, Tae y Jin se acercaban constantemente a elogiar mi progreso, y sentía que mi concentración se perdía muy rápido.

Peor aún cuando Yoongi regresó con el cabello brillante, verde y mojado.
Sonreí al verlo y él me correspondió con el gesto menos rígido que logró.

De pronto todo su aspecto había tomado una nueva personalidad. Respondía a un carácter más marcado, mucho más propio y menos silenciado.
Se sintió tan real como si la acuarela de mis pinceles se hubieran tomado el atrevimiento de ser libres sobre él.

—Ahora eres Yoongi mentita —se burló Jimin y todos carcajearon.

—Te queda bien, resalta mucho tu piel —le dijo Jungkook.

—Por supuesto que le queda bien —intervine, sin dejar de dibujar—, no lo elegí porque sí, es un color pensado para él.

Entonces todos tomaron asiento a mi alrededor.
Guardaron silencio para ver cómo trabajaba, pero ahora se había vuelto imposible continuar, sus ojos hacían que me temblaran las manos.

—Chicos —dije luego de aclarar mi garganta—. ¿Creen que pueda estar sola un rato? No puedo cometer errores y quiero terminar antes de medianoche.

Entonces Yoongi hizo una extraña expresión. Una rara mezcla entre análisis y decepción. Sentí mucho vértigo al pensar en que quizás no quería irse.

—Andando —sentenció Jin—. Dejen de desconcentrarla.

Todos se pusieron de pie y se alejaron refunfuñando escaleras arriba.
Jimin fue el último en hacerlo, desordenó mi cabello y cambió por última vez el agua de mi acuarela antes de irse.

Pude volver a mi tarea rápido, y solo al levantar un momento la vista, advertí que Namjoon no se había movido del sofá debido al reposo.
Casi no había reparado en él por lo mismo.
Veía la televisión muy bajita y de vez en cuando cerraba los ojos.

Su presencia no era capaz de distraerme, porque además de que se hallaba en el más completo silencio, sentía en mi interior aquel impulso de ser aceptada en esta empresa para conseguir mi propio dinero y dejar de depender, en parte, de la piedad de su alero.

Tan solo llevaba seis de los veinte bocetos.
Traté de buscar entre mis blocs alguno antiguo que pudiera ocupar como referencia o derechamente reciclar, y pude encontrar unos cuantos.

Esto estaba tardando mucho más de lo esperado, y con mi nivel de perfeccionismo ahora mi expectativa se redujo a lograr acabarlos solo antes del amanecer.

🪐

Narra Namjoon

¿Cómo puede ser tan tonta?
En serio, esta chica es demasiado tonta.
Su insistencia de mierda no la va a llevar a ningún lado, y es que tampoco tiene donde llegar si me pongo a ser exacto.

No tiene absolutamente nada.
Esta absurda propuesta que le hicieron a todas luces es falsa. Nadie pediría más muestras si ya tienen varias. Deberían haberla contratado de inmediato si tan conformes estaban con su material.
Claramente notaron que era extranjera y...
Bueno, en fin... Si termino diciendo la verdad siempre soy yo el que queda mal.

Nadie parece haber dormido bien. Todos cargan en su rostro un pesar que francamente me dan ganas de vomitar.
Tratan de disimular su cansancio con el mayor de los regalos, que según ellos, es verla feliz.
Porque esta chica está de muy buen humor ahora, y me cuesta entender que solo una vaga esperanza la haga sentir así.

Detesto que vuelva toda la atención hacia ella sin siquiera intentarlo.
Odio que sea tan obstinada y sensible. Odio que todo lo que haga le salga bien. Odio todavía más esa silueta que consigo arrastra tan agraciada; llena de libertad y placer.

Odio lo que ha provocado en nuestro mundo, en mí mundo. Odio que siga siendo amable aún cuando la trato muy mal. Odio que sus argumentos sean asertivos y que su inteligencia sobrepase el límite de lo normal.

Odio esa risa que hoy ha soltado tan dulcemente. Y sobre todo odio esos ojos... Tan enormes, perdidos y llenos de una ilusión extraviada que desea recuperar.

Odio todo lo que provoca en mí. La tibia lluvia que ha hecho brotar una desconocida sensatez por fin. Odio que genere curiosidad en mis terminaciones. Odio que sea tan pequeña, que sea tan altruista y tan sincera.

Pasé mi mano sana sobre mi rostro, y de pronto me sentí muy perturbado.
Verifiqué muy bien que estuviera distraída y tuve cuidado de que no me descubriera mirando.

Estaba con la vista fija en sus papeles, con un pincel en la mano y la cara manchada.
Atormentada por su propia creación, perseguida por el cruel látigo de la perfección.

Todos habíamos cenado y ella se rehusó para poder terminar. Como siempre obstinada e imperiosa, jugando con el temible fracaso, pero alcanzando el triunfo de manera certera.

Ya había anochecido y yo no me había movido de este lugar.
Fingía ver la televisión y mis piernas hace varias horas ya se habían dormido, pero no quería irme.

Todos al verla en paz y ocupada parecieron relajarse para dormir. Mientras que yo no lograba hacer eso, para mí era demasiado cautivador verla así. Ocupada, prestando atención.

Dieron las dos de la mañana y en ella no se atisbaban luces de terminar.
Comenzó a trabajar de pie cuando el cansancio trataba de vencerla y continuaba.

Cambiaba de pinceles porque ya no tenía ánimos de limpiarlos, y para acelerar el secado pasaba al menos dos minutos de cada boceto solo soplando.

Todo por la suave ilusión de ser aceptada, de recuperar su independencia tras ser abandonada y asumo que poder irse de aquí.
Sin nublarse, sin dejar que las distracciones despierten su frenesí.

Cerré entonces un momento los ojos, abrumado de ver tanto ímpetu poder fallar y descansé mi cabeza en el respaldo del sofá.
Quise leer solo para dejar de pensar, pero preferí dejar a mi mente divagar y así poder cortar de raíz aquello que, contra mi voluntad, estoy a punto de asumir.

Tras el pavor de advertir la luz de esa afirmación, volví a erguirme y sin cuidado la miré.
Gravísimo error, pues a continuación solo sentí que iba a enloquecer.

Su mano se hallaba relajada, sin pincel. Su brazo extendido sobre hojas en desorden y su cabeza recargada sobre él.
Esos insoportables ojos estaban cerrados y la evidente suavidad de su piel parecía haberse incrementado con el cansancio.
Su respiración estaba acompasada, vencida, y yo negué con la cabeza.

Sin pensarlo demasiado, oí crujir mi espalda al levantarme, y con débiles pisadas caminé hacia la cocina. Puse a hervir agua y luego vertí café cargado sobre una taza.

No había nada más en mi mente que el tratar de retribuir su compañía de esta mañana, aunque mis fibras se rehusaran, aunque supiera que de esto no sacaría absolutamente nada.

Dejé la taza a su lado sobre la mesa y ni siquiera ese ruido la despertó. Carraspeé con fuerza y entonces se sobresaltó. Restregó un poco sus ojos y buscó el pincel perdido.

—Lo siento —musitó con la vista inquieta por volver a enfocarse.

¿Por qué insiste en disculparse por todo?

Entonces reparó en la taza de café. Me miró durante un breve segundo en el que sentí todo mi interior perecer y luego regresó a sus hojas.

—Es para ti —le indiqué, asumiendo que no me creía capaz de hacer algo así.

Volvió a mirarme con esa marcada confusión en sus ojos y luego de hacer una dudosa pausa, asintió.

—Gracias.

Con sus pequeñas manos acuareladas tomó la taza y se la llevó a la boca. Sintió primero su buen olor y luego bebió.

—¿Cuántos te faltan? —indagué, viendo en mi reloj que ya eran las cuatro de la mañana.

—Tres.

—Puedes levantarte temprano mañana y terminarlos —sugerí con el tono más amable que conseguí—. D-deberías descansar un poco.

—Quizás valga de algo mi esfuerzo si ven que lo envío a esta hora —dijo sonriendo con marcada ilusión—. El café va a ayudarme.

—¿Sabes que puede que no te acepten, verdad? —inquirí, sin poder soportar la idea de que luego la desecharan.

—Lo sé —respondió sin mirarme—, pero prefiero no perder la esperanza hasta que no me quede otra opción.

Hizo una pausa para darle otro sorbo a su café y mirarme con cierta diversión.

—Ahora entiendo porqué te gusta Nietzsche.

Aguanté una risa y negué con la cabeza.

—No tiene nada de malo ser realista —aseguré, viendo cómo se tensaba cuando me atreví a tomar asiento a su lado.

—¿Ah, no? —replicó, elevando un poco una de sus cejas—. ¿Cómo sigue tu brazo?

Entonces guardé silencio.
Sentí un profundo y absurdo temor de que hubiera leído mi mente durante todo este rato. Desvié la mirada cuando ella trató de buscarla.

—La gente suele emborracharse cuando quiere evadir su realidad —continuó en voz baja—, entonces no entiendo cuando dices eso.

Con una increíble habilidad dio por terminada una hermosa flor de loto esquinada.
No fui capaz de responder, pues estaba en lo cierto otra vez.

—¿Y tú por qué no vas a descansar?

—Dormí bastante durante la tarde —mentí—, y ahora no tengo sueño.

Ella solamente asintió e hizo sonar su espalda, capturando toda mi atención.
Tomó todo su cabello que hace rato le molestaba, y se hizo una cola que amarró con una liga.

La piel de su cuello quedó al descubierto y durante un tormentoso instante pude sentir su sabor en mis papilas.
Las esquinas de mi mandíbula comenzaron a doler por un ardiente pensamiento que no debí tener, y pasé una mano por mi boca para deshacerme de toda esta sensación que no me puedo creer.

Con un impulso grave y evidente, subí la mano hasta llegar a su liga y con rapidez la deslicé hacia abajo hasta quitarla. Su cabello cubrió nuevamente su cuello y regresó a mi la ilusión de serenidad.

—¿Qué haces? —alegó ella, viéndome estoico ante tal atrevimiento. Frunció el ceño e insistió—. ¿Por qué hiciste eso?

Abrí la boca para decirle alguna pesadez que me zafara del oprobio, pero no logré hacerlo.
Dejé la liga sobre la mesa y me puse de pie tan bruscamente que mi hombro dolió. Me alejé rápido del salón y entré a la seguridad de mi estudio del primer piso.

Cerré la puerta y paseé de un lado para otro frotándome con mi mano libre la cabeza, corroborando que solamente Mari estaba dentro de ella, nada más.
Me dejé caer sobre la silla de mi lugar, y como si me hubieran dado un golpe, me sentí aturdido.

La vi a través de la ventana polarizada volver a amarrarse el cabello y darse palmaditas en la frente para concentrarse.
Entonces tuve la necesidad de compararla con algo para darle por fin un nombre a todo esto que me está matando.

Es caótica, gris, hermosa.
Logra envolvernos a todos como si en realidad nos contuviera, como si en realidad desde siempre ella nos perteneciera.
Igual que esta ciudad, Seúl, la que me vio nacer y probablemente me verá volar.
La que la recibió y ahora no la quiere soltar.
Agarré una hoja y comencé a escribir sin parar.

¿Por qué suenas igual que alma?
¿Qué clase de alma tienes?
¿Qué es lo que me mantiene a tu lado así?
Ni siquiera tengo nada que recordar de ti.
Ahora estoy tan harto.
Tu expresión gris es la misma cada día.
No, ya no tengo miedo de mí.
Porque me he convertido en parte de ti.

Mi rostro estaba empapado y ni siquiera lo había notado. Sin perder la inspiración, agarré con fuerza el lápiz y me atreví a sacar de mi pecho el único pesar que ha removido mi mundo entero.

Si amor y odio son la misma palabra, te amo Seúl.
Si amor y odio son la misma palabra, te odio Seúl.

Las últimas frases las diría en inglés, sí, para que ella pueda entenderlo con la misma claridad que yo en este minuto siento.
Aquí saldrá una gran canción, la primera que será genuinamente extraída de mi corazón.

Volví a verla con cautela y de nuevo se había dormido sobre sus obras.
A pesar de que su taza estaba vacía.
A pesar de que la esperanza no la abandona.

He peleado por tanto tiempo contra un sentimiento que ni siquiera puedo reconocer, que este finalmente pudo conmigo... y me torció el brazo, como si algo de eso pudiera aprender.

—Deberías estar descansando —la voz de Hobi me asustó y me obligó a disimular mis lágrimas—. ¿Oye, qué te pasa?

—Nada.

Giré mi asiento hacia la computadora apagada y torpemente fingí mirarla.

—¿Qué te pasa, hermano? —insistió, viendo desde la ventana lo mismo que yo.

Me quedé callado largo rato, observando su cansancio y su respiración.
Observando todo el arte que ella misma había creado para acunarse a su alrededor.

—No lo sé, Hobi —contesté al fin.

Él solo posó una mano sobre mi hombro sano con suavidad. La barbilla me tembló frente a la batalla de mi debilidad y bajé la mirada.

—Sí que lo sabes —respondió él, y sonó abatido.

Iba a decirme algo más, pero no lo hizo.
Oí solo una melancólica risa de su parte y luego abandonó el estudio.

Mis manos sudaban y había comenzado a temblar. Darme cuenta de que estoy equivocado es un hecho que durante toda la vida me ha abrumado, pero el haber dormido de manera constante sobre un deseo descontrolado, me otorga un alivio inmenso el despertar.

Cuestionando mi propio ser y no traicionando nunca más a la certeza que encontré, ya ni siquiera sé cómo voy a actuar... o si voy a poder hacerlo en realidad.
Porque jamás había estado tan cerca de la belleza, jamás me había enamorado de la verdad.

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