
Capítulo 41: Lluvia
Narra Yoongi
Por más que traté de descansar, no lo conseguí.
Cerraba los ojos y constantemente veía los de ella, traicionados, y de cierta forma también manipulados.
No quise hacerla sentir mal, pero mis impulsos se apoderaron de mí y solamente no me supe callar.
Por mi culpa Jimin le había gritado. Con confianza ese problema me lo había contado únicamente a mí, y yo lo revelé como si no me hubiera importado.
Reuniendo todo el valor que pude, pasadas las tres de la mañana, decidí hacer una locura e ir a despertarla. Necesitaba hablar con ella, aunque no pudiera explicarme, aunque me trabara al disculparme...
Salí de mi cuarto y odié ver cómo estos pelmazos dormían tan tranquilamente luego de lo que había pasado. Ninguno está siendo consecuente y ya me están hartando.
Subí las escaleras rumbo a su habitación tratando de no hacer ningún ruido, pero me detuve en seco cuando, desde el pasillo, escuché ardientes bramidos de la inconfundible voz de Tae.
Mis ojos se dilataron y agucé el oído.
Incrédulo de estar oyendo lo que creía, el cólera subió por mis pies como si en realidad me estuviera hundiendo en él.
Me apegué a la puerta y todo se escuchó más claramente. No podía ser cierto que este perro se estuviese aprovechando de la desolación de Mari, no luego de todo lo que dijo esta tarde.
Cuando lo oí maldecir puse mi mano en la manilla.
Decidido a entrar para detenerlo a golpes, de súbito la escuché a ella.
Mi boca se entreabrió y mis dedos de pronto no tuvieron fuerza para abrir la puerta.
Sus quejidos eran breves, asustadizos, y mi centro comenzó a hormiguear.
Como el canto de una sirena, me sentí morbosamente cautivado. Sacudí la cabeza para evadir el efecto, pero solo sentí mi boca secarse.
Eventualmente dejé de escuchar a Tae y en mis oídos solo estaba la voz de ella. Traté de controlarme, pero la presión en mi pantalón comenzó a dolerme.
Caminé hacia el vacío cuarto contiguo y abrigado bajo la certeza de que los demás dormían, me recargué sobre la pared y pude escucharla mejor.
La madera de su cama había comenzado a chocar casi contra mí mismo. En sus gemidos ahora se atisbaba una suave nota de dolor mezclado con profundo placer. Y sin poder contenerme ni un segundo más, deslicé la mano bajo mi pantalón y atrapé las súplicas de mi virilidad.
Fue muy fácil imaginar que era yo quien la hacía gritar así. La cercanía me ayudó y me embargó el fuego de saber que ella estaba disfrutando.
Aun así, yo podría hacerlo mucho mejor.
Hay momentos en los que guarda silencio, Dios mío, eso nunca le pasaría conmigo.
Frotándome, se acompasaron mis propios jadeos con los de ella.
No fue mucho el tiempo que me tomó complacerme, pues su voz realmente me condujo, sin tocarme, a un nebuloso y temprano nirvana.
Me quité la camiseta rápidamente y atrapé mi descarga justo ahí, escuchándola gemir y bajo su propio orgasmo sucumbir.
Una vez en el baño, me limpié todavía embelesado. A través de la ventana advertí que el cielo comenzaba a aclarar, y una ruin envidia tomó mi lugar. Con todas mis fuerzas quise ser el maldito de Tae y ver salir el sol junto a ella.
Traté de sofocar ese sentimiento, pero solo se volvía más y más intenso.
Busqué un motivo diferente para mi rabia, pero solo conseguí una falsa tregua con mi razón, convenciéndome de que esto había sido un abuso de su parte, y para nada un acto de buena intención.
Fue lo que encontré para no enloquecer. Para refugiarme de los flagelos de mi mente antes de que fuera a amanecer.
❄️
Narra Mari
Cuatro.
He estado en los brazos de cuatro hombres que han provocado lo indecible en mí.
No podía apartar de mi mente los cariñosos labios de Tae, ni su mirada haciéndome sentir la mujer más deseada del mundo.
Cada vez era peor. Cada vez olvido más a qué vine y quién soy.
La humedad de la sábana fue la única huella del fuego de la noche. Por primera vez no sentí el ahogo de brazos reteniéndome, ni la urgencia de complacer una vez más.
Solo había ausencia, ruidosa y voraz.
Dentro de mí aún estaba muy ardiente el deseo, pero no se sentía como algo bueno, más bien me envolvió el temor.
Me levanté y me deslicé bajo un pequeño vestido que encontré. Con el frío que hacía no tenía sentido, pero ya qué era eso para mí.
Sobre ellos cuatro ahora versaba toda mi debilidad, y qué diría mi mamá, por favor, qué pensarías de mí, mamá.
Sin tener el control de mis tormentosos pensamientos, traté de aferrarme a todas las palabras que recordaba de su consuelo, y casi sintiendo el frescor de la lluvia sobre mi piel, salí del cuarto justo cuando el reloj marcó las diez.
🪐
Narra Tae
Antes de levantarme estuve bastante rato mirándola, pues a diferencia de ella, yo no había dormido nada.
Extendí mi brazo y con mucho cuidado acomodé el caos de su cabello detrás de su oreja para que me permitiera ver su níveo rostro.
Ahora más que nunca temía ante su propia magia y la fuerte atracción que ejerció sobre mí.
Peor que la heroína, peor que cualquier otra droga que alguna vez yo haya llevado encima.
Había agotado el espacio entero de mi alma, y solo sus ojos cerrados me hicieron emerger de aquel sueño como de un desierto viscoso.
Activo, caluroso, secreto. Ni aun muerto pretendía revelar esto, no solo por la consciencia de lo que implicaría en sus básicas y estrechas mentes, sino porque en este momento ella está conmigo. Porque sé que el porvenir existe, pero yo no soy su amigo.
Dejé un beso en su coronilla y sentí doler mi cuerpo al alejarme. Como si ahora de mí no dependiera, como si en realidad ella y yo tuviéramos imanes.
Me puse de pie sin dejar de verla como nadie la ha visto, aunque la mirara desde el crepúsculo del día hasta el de la noche, toda una vida entera.
Quise quedarme, pero decidí prepararle al menos algo de beber. Podía jurar que había perdido peso, y tampoco comió casi nada ayer.
Abrí la puerta y sin hacer ruido bajé las escaleras. Creí que no había nadie despierto hasta que vi el pelo blanco de Yoongi en la cocina.
Me causó mucha gracia verlo tan temprano.
—Buen día —le dije divertido y él volteó a verme con un enigmático semblante encendido—, voy a prep-
Y entonces mi cuerpo se estrelló contra el suelo.
Ni siquiera sentí dolor porque no tenía idea de qué había pasado. Su puño apretado fue lo único que me hizo entender que me había golpeado.
—Límpiate la boca —me ordenó, y aturdido, llevé una mano a mis sangrantes labios—. No te reviento la cara porque no quiero que Mari siga pensando que una vez más es su culpa.
—¿Qué te pasa? —balbuceé, tratando al mismo tiempo de rezar porque no fuera lo que estaba pensando—. ¿Cuál es tu problema?
Tras soltar una risa sardónica, me escupió certeramente la camiseta.
—Abusaste de ella —declaró—. Te aprovechaste... Siempre te has aprovechado de su fragilidad y de su desamparo en este país. Tu máscara ya se cayó y eres un depravado.
Guardé silencio y tragué con fuerte dolor las palabras de mi hermano.
—Y si llegas a decir "no", Tae, te juro que te mato —finalizó, apartándose—. Te lo juro, ya me tienes harto.
Me levanté solo cuando él se fue.
Enjuagué mi boca con un poco de agua con sal en el lavaplatos y reí sin cuidado.
Ese tonto solo estaba celoso, y jamás lo había visto así. Hasta cierto punto me gusta verlo atreverse a expresar algo con tanta vehemencia. Y yo que creía que ella no nos podía enloquecer más...
Encajé mi mandíbula abriéndola y cerrándola varias veces. No puedo creer que ese flacucho pueda pegar un derechazo tan fuerte.
Bebí un largo sorbo de café para despabilar y vi llegar a la somnolienta silueta de Namjoon al salón.
—Hola, Tae-Tae —me dijo, restregándose el rostro—. Yo también quiero café, por favor.
En silencio abrí varias cápsulas, corroborando que la blandura de su tono no albergaba la idea de lo que había pasado anoche.
Llegó Jimin a continuación, y también solo refunfuñó de sueño y del pesar de querer salir y no poder por la lluvia y nuestro encierro.
Al parecer solo fue Yoongi el que me escuchó.
Estaba terminando de caer el café para ella, cuando la vi bajar por la escalera.
Se me derritieron los ojos y Jimin y Nam lo notaron. Voltearon a verla, pero ella solo enunció un frágil:
—Buenos días.
—T-te estaba preparando café —balbuceé sin saber cómo decirle que no la había dejado sola por querer.
Ella no me contestó y siguió caminando.
La cabeza de Jimin se movió junto a su trayecto hacia la salida y luego se levantó para poder mirarla a través de la ventana.
Nam lo imitó, y con evidente confusión, la observó.
Hacía muchísimo frío, y ella solo estaba con calcetines y un corto vestido. Se paró debajo de la lluvia y miró los colores irrecuperables del cielo.
Casi se pudo advertir sobre ella el martirio de su mente, y no supe si su barbilla había comenzado a temblar por frío o por angustia.
Jimin se inquietó, pero cuando hizo ademán de salir con ella, Namjoon lo frenó poniendo una mano sobre su pecho.
—Déjala.
Aquella fue la primera palabra que él dijo en entero beneficio de ella, y me estremecí.
En silencio los tres la observamos, y yo quería decirle tanto...
Quería decirle que hace tiempo me tenía enamorado, que lo que pasó no había sido sino el camino que tomé para llegar a su corazón.
Pero mi ausencia ya había hablado por mí.
Por esa torpeza me quise lapidar, a pesar de no saber si a eso se debía su dolor en realidad.
El vestido comenzó a adherirse a su cuerpo y su figura como siempre me atrapó.
Cada curva era demarcada y las gotas resbalando por su escote solo hacían que mi mente recordara.
Estaba completamente empapada, por segundos su semblante demostraba alivio, luego profunda nostalgia.
Como si ni siquiera supiera qué sentir, como si ahora el agua fuera lo único capaz de consolarla.
De pronto comenzó a caminar sobre el césped.
Dio una suave y delicada vuelta sobre su eje, y dejó caer un segundo su cuello hacia atrás, presa de un delirio.
Mi cobardía me ralentizó, pues tras un solo parpadeo ella ya no estaba.
Jimin entonces arrebató mi oportunidad y se precipitó. Apartó la mano de Nam, y bajo el trémulo diluvio, la persiguió.
🥃
Narra Mari
Necesitaba a mi mamá. Quería oír su voz. Quería aventurarme a lo infinito de suponer qué me diría en esta situación.
Escudriñé en mi mente maneras de hacerlo, como siempre hacía cuando estaba perdida.
Me dirigí rápidamente al salón obsequiado por Jin y cerré la puerta.
Tras una fugaz mirada al enorme espejo, vi que mi boca se había tornado tenuemente púrpura por el frío.
Sin pensar en nada más, salté sobre una tela, y mucho más rápido de lo que me creí capaz, ocupé la última fuerza de mis brazos para envolverme, levantar un extremo de la tela y hacer una serie de nudos hasta crear una suerte de hamaca cerrada que me contuvo.
Adentro pude descansar y con los ojos cerrados imaginé que estaba en los brazos de mi mamá.
El movimiento de mi subida aún me estaba meciendo y eso fue lo único que por un instante me apartó de las permanentes ganas de llorar.
Si me relajaba lo suficiente incluso podría dormir y perfectamente quedarme para siempre justo aquí.
Este colgante capullo no me permitía ver nada más que su propio color, y un atribulado pensamiento me convenció de que era el único lugar en que verdaderamente me hallaba fuera del alcance de los demás.
—Mari.
La voz de Jimin se escuchó después del abrir y cerrar de la puerta. Oí un prolongado silencio y luego el sonido de sus pasos.
—Oye... ¿Podemos hablar?
Para nada deseaba hacerlo, no después de cómo me había tratado.
No contesté y continué quieta. No deseaba pelear, pero tampoco arreglarlo. Escuché sus pasos otra vez caminar pausadamente de allá para acá.
—Entonces lo haré yo —musitó vencido—... No debí hablarte así ayer, Mari, pero me asusté. Esa es mi única explicación. Ya no quiero que te expongas pudiendo perfectamente no hacerlo.
Mantuve mi silencio.
—Y me molestó mucho que no me contaras lo de tu padre —continuó—, ¿por qué Yoongi sabía y yo no, Mari? Lo vuelvo a decir... Creí que éramos amigos.
Apreté aún más mis ojos.
—Quiero ayudarte. Quiero verte tranquila y no me dejas... Sigo sin creer que quieras ir a un circo... Obviamente van a aceptarte de inmediato si audicionas —hizo una pausa y lo oí resoplar—. Todos van a mirarte y me fastidia.
Abrí los ojos y mis impulsos me movieron.
Agarré la tela y me aferré a ella. Con mi mano libre solté el nudo que formaba el capullo para que este desapareciera y lo miré.
Su cabello estaba estilando, su ropa también se veía húmeda y sus ojos estaban muy abiertos, observándome.
Con el rugir del querer seguir escuchándolo, había demostrado mi interés apareciendo.
—Ya baja de ahí, enana, estás empapada y vas a enfermarte.
Relajé mis manos y mis pies y me deslicé hasta tocar el suelo.
Me crucé de brazos luchando por disimular el frío que sentía, y él se acercó a mí.
—Te fastidia que pueda valerme por mí misma —afirmé como pude—. Te fastidia que no quiera perder el control de mi vida.
—Eso no fue lo que dije.
—¿Y entonces?
—Tú me oíste bien —replicó de inmediato—. No quiero que te vean... sobre la tela, ni que te griten cosas... Mari, voy a hervirme en celos.
Bajé la mirada y dejé que las frías gotas que resbalaban por mi vestido me calmaran.
Me intimidaba la convicción que sus palabras cargaban.
—Ahora yo soy el que está celoso, enana, y perdóname —confesó—. Si quieres hacerlo, hazlo, pero quiero que sepas cómo me siento.
—No tiene ningún sentido —rebatí—. Yo podría decir lo mismo cada vez que te subes a un escenario. Te miran, te gritan cosas. Y no lo hago, porque sé que estás trabajando.
—Eso es totalmente diferente.
—¿Cómo? —insistí, tratando de hallar un rumbo. Él apartó su frustrada vista y yo entonces asentí con ironía—. Está bien, Jimin, no me expliques nada. Nunca lo haces después de todo.
Sin mirarlo me despedí con un gesto de cabeza y avancé para irme de ahí.
—No, no, oye. —Me detuvo y se paró frente a mí otra vez—. Lo mío está todo medido y controlado. Solo ven lo que yo quiero que vean —urgió—. En cambio tú mostrarás... la parte más hermosa de ti... y no quiero.
Viendo el debate de sus ojos no pude evitar conmoverme. Sabía lo que sentía, pero aun así no terminaba de cerrar en mi lógica.
Su tono se había tornado quejumbroso igual que el de un niño pequeño, y estaba muy cerca de mí.
—Perdón por cómo actué ayer —musitó, pasando una mano por mi rostro, haciéndome cerrar los ojos—, no debí gritarte, no debí.
Asentí para responderle y sus brazos me rodearon la cintura en un fuerte abrazo que correspondí. Enterró su cabeza en mi cuello y sentí el cariño de su piel. Era sin duda diferente, me hacía sentir envuelta en un ilusiorio halo de ángel guardián.
—No estés enojada conmigo.
—No lo estoy —contesté en un hilo de voz—. Lamento no contarte lo de mi papá... Es que fue horrible y no quería repetirlo. Yoongi solo me encontró.
—Está bien —afirmó y acarició su mejilla con la mía—. Solo quiero que me respondas una cosa más.
—Si no te gusta no lo haré —adiviné sus pensamientos, retribuyendo la vez que él contuvo cariñosamente mi desbalance en el baño—. No iré a ese circo.
Soltó el aire como si hubiera dejado de dolerle algo y me estrechó aún más entre sus brazos.
Me levantó un momento en el aire y luego hizo que me parara sobre sus zapatillas.
Tal gesto me hizo reír, porque sin siquiera decírmelo me hizo sentir muy enana.
Suavemente me aparté de él para no seguir pisándolo y observé sus ojos.
Iba a decirme algo, pero comencé a tensarme bajo su cercanía. Me alejé un poco más y escuché la puerta del salón abrirse nuevamente.
La figura de Yoongi apareció y largamente me miró. Lo vi abrir y cerrar la boca varias veces queriendo hablarme, hasta que endureció el gesto y finalmente lo hizo.
—Estás mojada, v-ven a secarte —ordenó con frialdad.
Débilmente sonreí, advirtiendo que esa fue la frase más cariñosa que alguna vez me había dicho.
Asentí y me aproximé a la entrada.
Pasé a su lado en silencio y noté que había dejado de llover.
Caminé a solas por un sendero más seco y entré a la casa.
Bajo la mirada de Tae y Namjoon, subí las escaleras en silencio y avergonzada de estar empapada. Cuando llegué al cuarto rápidamente entré a la ducha y dejé que el agua caliente elevara mi temperatura.
Sequé muy bien mi cabello y me vestí de forma abrigada. Tendí el desastre de mi cama y mejoré un poco mi aspecto con una fina capa de maquillaje.
Un poco más armonizada, decidí también echar un vistazo a mi teléfono.
Lo cargué y me sentí desvanecer al ver llamadas perdidas de mi padre, recientes.
Iba a presionar su nombre para hablarle, pero mi celular empezó a vibrar con su foto en grande.
Deslicé el dedo por la pantalla y temblorosa lo escuché.
—¿Mari? Hija, ¿por qué no me contestas? —urgió, acongojado y muy tenso—. Estaba a punto de llamar a la policía.
—No creí que tuvieras nada más que decirme.
—¿Cómo me puedes decir eso? —alegó con dolor—. Mari, vi lo que pasó en tu departamento. El ataque salió en las noticias. No puedo creerlo, desde ayer me tienes...
—Después de que me llamaras perra incluso creí que te alegraría —repliqué, resentida.
Guardó silencio a través de la línea y yo tomé asiento en la cama, pensando que me rebanaría con sus palabras.
—Lo siento tanto, mi niña —enunció con voz quebrada—. Sé que no he sido el mejor padre del mundo, estoy... estoy perdido...
—No confías en nadie más que en ti mismo, ese es tu problema.
—Probablemente, Mari. Yo... no quise tratarte de esa forma, pero entiende que el peligro que estás corriendo, el pensar que estás allá sola, me causa una terrible impotencia.
No contesté y a mi alrededor sentí forjarse una capa impenetrable de profunda molestia y jactancia ante su tardío arrepentimiento.
—No voy a quitarte el financiamiento —declaró en voz baja, como para obtener una respuesta—. Ya está el dinero en tu cuenta como siempre, y tienes cien mil más para que arregles los ventanales, hija.
—No los necesito —respondí, orgullosa—. Conseguiré empleo y lo haré por mi cuenta, gracias.
—Por favor, Mari, no seas así... ¿Dónde estás?
—En el departamento —mentí con enfado y rapidez—. ¿Dónde más?
—Debes estar muerta de frío, mi niña... Por favor, dale uso al dinero y envíame fotos de cómo queden todos los arreglos. Necesito saber que estás bien, sabes que estoy en medio de un caso que no me...
—Tengo que irme, papá —finalicé—. Ragnar está inquieto, hablamos luego.
Colgué antes de que pudiera responderme, y sin pensarlo dos veces, entré a mi banco en línea a través de mi celular, y devolví la totalidad de la suma recibida al remitente.
Lo hice muy decidida y atrapada en la certeza de no querer tener nada que ver con sus lastimeros favores. Si había decidido no ayudarme, pues no necesitaría su ayuda y ya está.
Revisando temblorosamente mis escuálidos ahorros, recé porque alguno de mis ofrecimientos artísticos hubiera resultado.
—¿Todo en orden?
Me hallaba tan sumergida en mis pensamientos que no escuché a Tae entrar. Ni siquiera sé si tocó la puerta. Asentí con un súbito nudo en mi interior al verlo.
—Debiste haberte congelado allá afuera —comentó y se ubicó de cuclillas frente a mí para quedar a mi altura—. ¿Por qué hiciste eso?
—Quería sentir la lluvia.
—Dime la verdad —musitó alcanzando con su vista, como siempre, más allá de lo evidente.
—Pronto estaré mejor —respondí en voz baja.
Él acarició mi mejilla con cuidado, observándome de hito en hito.
—Sabes que me tienes aquí —afirmó en un susurro.
—Sé muy pocas cosas ahora mismo —confesé—. Mi mente es un desastre.
—¿Quieres... que vuelva esta noche? —indagó con parsimonia y yo solté una risa de pura decepción, preguntándome si me había escuchado—. No me refiero a eso, yo...
—¡Enana te estás tardando tres años! ¡Ya baja de una vez!
Sin responder me levanté de la cama esquivando a Tae y bajé las escaleras, tratando de aferrarme al breve sentimiento de calma que tuve antes de hablar con mi padre.
—¿Y por qué me apuras? —le pregunté a Jimin, riendo al verlo sentado en el sofá rodeado de cosas para comer.
—Tú me debes una película —respondió como si fuera obvio—. Salió la última de Búsqueda Implacable, ven aquí.
—No he visto ninguna de las anteriores —dije, sentándome a su lado frente al gran televisor.
—Qué ignorante —se burló y sonrió cuando golpeé su hombro—. Yo te explicaré.
Mientras Netflix cargaba, llegó silenciosamente Yoongi. Se sentó sin mirarme en un sillón cercano desde el cual también podía disfrutar de la película.
Recogí mis piernas cómodamente y comencé a comer palomitas, ahora un poco más tranquila, entendiendo que una buena parte de mi sensibilidad se estaba debiendo al hambre.
—¡Búsqueda Implacable, sí! —exclamó Hobi, saltando el respaldo del sofá y dejándose caer a mi lado—. Liam Neeson es un dios.
—Oye, esta es mí película con la enana —alegó Jimin—. Te dije que est...
—Ay guarda silencio, enano —replicó Hobi—, está empezando.
Traté de concentrarme muy bien en el inicio de la extraña película para no verme tan perdida. Sin embargo, la vista constantemente se me iba hacia la lejanía de Yoongi.
Ensimismado, parecía tener muchas cosas por decir, calladas. De pronto subió la vista, sus fríos ojos me atraparon y de inmediato dejé de mirarlo.
Supongo que aproveché de reflexionar con ahínco, bajo mi desconcentración, las palabras de Tae sobre la intención de Yoongi al delatarme.
No parecía que fuera eso. No era acorde a su personalidad, pero tenía mucho sentido... y esa resolución me hizo temblar.
—¿Sigues con frío? —me preguntó Jimin suavemente.
—No, estoy bien, gracias.
Hobi omitió mi respuesta al levantarse y segundos después regresar con una mantita para mí. La recibí y con una media sonrisa le agradecí.
Me había llevado un puñado de palomitas a la boca cuando desde el exterior vi llegar corriendo a Jungkook, mojado y muy agitado.
Todos lo miramos impactados. Trató de regular el nerviosismo de su respiración, y dejé de masticar cuando anunció:
—Ayúdenme por favor, está inconsciente —profirió—. Nam... Nam tuvo un accidente.
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