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Capítulo 40: V

Narra Mari

Desperté apenas amaneció y estaba lloviendo. Ragnar se había refugiado conmigo bajo el edredón de esta desconocida cama y supe que no podía acostumbrarse al entorno.

Jimin y Tae se quedaron hasta muy tarde anoche advirtiéndome de lo peligroso que se había vuelto el volver a la Facultad.
Y Jungkook estuvo un buen rato afirmando melancólicamente que todo había sido su culpa, que las chicas habían reaccionado así al verme con él luego de huir con Hobi, pero la verdad es que eso ya ni siquiera me importaba.

—Eso no era Army, esas eran unas locas —había dicho Yoongi con la evidente intención de calmar los ánimos.

Ayer llegaron el resto de mis cosas.
Algunas de mis plantas, materiales de arte y mis obras. Ubiqué las lavandas que se salvaron en el diminuto balcón de la habitación y pegué el dibujo que me obsequió Tae sobre el catre de la cama.

No obstante, no desempaqué y tampoco pretendía hacerlo, pues eso significaba establecerme por completo y me intimidaba muchísimo.

Sobre el escritorio disponible, había dejado algunos de mis cuadernos y mi computadora, esperando pronto poder retomar mis clases normalmente.

Cuando me levanté, abrí mi maleta y me deslicé en un pantalón de buzo y una amplia sudadera abrigada.

Sabía que ya no podría salir de aquí.
Si ellos estaban encerrados, pues entonces yo también, así que resolví al menos mirar un poco la lluvia desde el jardín.

Al salir del cuarto, el silencio de la casa me dijo que todo el mundo aún dormía.
Bajé las escaleras, y pensando que sería muy grosero llegar y prepararme una taza de café, me decidí a sacar solo una botella de agua.

A punto de abrir el refrigerador, me detuve al advertir la gigantesca silueta de Namjoon.
Estaba de espaldas, callado e inclinado sobre su agonizante bonsái. Tenía un pequeño vaso de agua en su poder y no tardaba en verterlo.

—No es necesario que lo riegues tanto —le dije y se sobresaltó.

Volteó a mirarme y soltó un sonido de hastío. Negó con la cabeza y regresó la vista a su planta.

—¿Ni tampoco que lo saque al sol de la tarde? —dijo con ironía—. Jimin ya me dio tu recado, gracias.

Solo estaba tratando de ayudarlo, pero su actitud no hacía más que empeorar. Asentí aunque no pudiera verme y di media vuelta para volver a la habitación.

—Tus consejos fueron inútiles —añadió—, no me sirvieron de nada.

Pensando que esa había sido su forma de pedir mi ayuda, me acerqué y me ubiqué a su lado.
Creí que de inmediato se apartaría, pero no fue así.
Eché un vistazo al bonsái solo para corroborar que su aspecto había empeorado.
Detecté una rama de hojas comenzando a secarse y fui rápido a la cocina. De un recipiente extraje unas tijeras y se las extendí.

—¿Y qué hago con esto? —inquirió con el gesto endurecido.

—Debes cortar aquí, mira —señalé—. Está gastando demasiada energía en salvar algo que de todas formas se va a morir. Si se lo quitas, ocupará esa energía para crecer.

No dijo nada y solo posó las tijeras sobre la rama. Estaba a punto de ejercer presión cuando advertí un error.

—Así no. —Titubeé varias veces antes de tocar su mano y corregir unos grados su rumbo—. En diagonal.

Su piel ardió bajo mis yemas, así que me retiré de inmediato. No quise mirar su rostro, porque sabía que su expresión sería de asco, así que solo aclaré mi garganta y lo vi cortar.

—En diagonal es más fácil que pueda crecer una rama nueva.

Palpé un momento la tierra seca del arbolito y entendí por qué quería regarlo.
Dirigí mi vista hacia el exterior y se me ocurrió una idea frente al panorama.

—La lluvia le hace mucho mejor que el agua del grifo —comenté.

Namjoon entonces tomó con cuidado la maceta, salió al pórtico y yo lo seguí porque no supe qué más hacer.
Me intrigaba que no me hubiera insultado, así que con ese impulso, salí.

Vi que dejó el bonsái en la suavidad de la lluvia y de inmediato se refugió bajo el techo de la entrada. Viendo que las hojas recibían mucho más que la tierra misma, me incliné sobre el arbolito y sentí las gotas de lluvia comenzar a empapar mi cabello.

—¿Qué estás haciendo? —inquirió bruscamente.

—Quiero que las raíces reciban un poco y ya está —respondí, haciendo delicadamente a un lado las hojas.

—Te estás mojando.

—Igual que él —indiqué y lo miré con una pequeña sonrisa.

Él mantuvo la seriedad de su expresión, así que deshice la curva de mis labios.
Toqué la humedad de la tierra y ahora dejé que las hojas se mojaran libremente solo un poco más.

—¿Cómo es que sabes cuidar un bonsái? —indagó entre dientes.

—Mi mamá era aficionada —le expliqué sintiéndome extrañamente feliz por ese recuerdo—, los coleccionaba, llegó a tener cuatro.

—¿Era?

—Sí, era —afirmé sin mirarlo, rogando porque eso fuera suficiente.

Me puse de pie tomando la maceta con mucho cuidado y se la extendí.
Él la recibió y advirtió que goteaba.

—Ahora debes dejar que decante —continué, despejando un poco la tierra de los orificios de la parte inferior.

Él la sostuvo firmemente y me observó hacerlo.
Mi cabello también estaba estilando, así que cuando terminé, me encargué de estrujarlo, y aproveché su calmado silencio para redimirme.

—Gracias por dejarme estar aquí un tiempo —le dije, viendo cómo desviaba sus ojos cuando levanté la vista.

—Yo no te he dejado hacer nada, no te confundas.

Asentí, rendida ante la intención de mejorar la relación con él, y terminé de apretar mi pelo.

—Cuando deje de estilar estará listo para que lo lleves adentro —le avisé, ahora bajo su mismo tono—, tanto frío lo puede matar.

Su inteligencia de todas maneras le permitió captar esa indirecta, pues sentí el filo de su mirada en mi espalda cuando entré a la casa.
Dejé a un lado mis zapatillas mojadas y subí a la habitación.

🪐

Narra Yoongi

Jamás lo admitiría en voz alta, pero me sentía emocionado como un niño pequeño.
Mari estaba viviendo aquí y era difícil creerlo. Aquello, honestamente, no se había cruzado ni en mis mejores sueños.

Arreglé un poco mi cabello frente al espejo de mi cuarto y subí las escaleras. Ya eran las nueve de la mañana, y esperaba que ella estuviese despierta.
Ni siquiera sabía qué le diría, solo quería verla.

Al cruzar el pasillo que llevaba hasta su cuarto, me detuve frente a la puerta entreabierta. La vi sentada en el suelo, desabrigada gracias a la calefacción.

Su pelo estaba ondulado, como si hace poco se hubiese mojado. Y estaba retratando fácilmente en grafito a su durmiente gato, que se hallaba distendido sobre las mantas de la cama desecha.

La lluvia parecía caer para ella. Para que se inspirara a ser así de bella, y recargué mi cabeza en el marco de la puerta.
Pasaron varios minutos hasta que acomodé mi pelo de nuevo sobre mi frente y toqué.

Ella se asustó, pero al verme, sonrió.

—Hola —dijo con un suave gesto de cabeza—, adelante.

—Buenos días —articulé con la voz más desinteresada que logré fingir.

Entré y vi varias hojas blancas esparcidas por el suelo con hermosos diseños floridos que desde la puerta no había advertido.
Las miré y luego la miré a ella.

—¿Estás dibujando? —pregunté.

¡No! Si seguro está bailando, replicó la vergüenza de mi subconsciente.

—Así es —respondió ella alegremente—. Ragnar es demasiado tierno cuando duerme.

—Así veo —convine, viendo la increíble similitud del retrato con el adorable gatito—. ¿Tienes hambre?

—Sí.

Solté una risa ante la inmediatez de su respuesta y mi mente me atormentó cuando la vi observarme desde abajo con sus grandes ojos.
Creí jamás entender a Jin y menos a Jungkook, pero justo ahora no los culpo de nada.

—Entonces vamos a comer, Mari, ¿por qué no has desayunado? —inquirí—. Esta es tu casa también ahora, puedes hacer lo que quieras.

—No es mi casa, Yoongi —musitó, incorporándose—. Pero muchas gracias, sí me gustaría desayunar.

Si respondía, temí que pudiera leer mis sentimientos, así que solamente guardé silencio. Ella comenzó a vestirse y yo salí respetuosamente al pasillo, pues llevaba solo una gran camiseta que apenas tocaba sus piernas.

Escuché entonces unos pasos aproximarse enérgicamente hacia la habitación.
Giré la cabeza y advertí la deseosa felicidad en el semblante de Tae, la cual se desvaneció al verme como la ilusión de un escolta en esta entrada.

Lo fulminé con la mirada, pero él, indiferente, dio media vuelta y bajó las escaleras.
Aquellos expertos en lenguaje no verbal se horrorizarían al pasar tan solo media hora en este chiste que llamamos hogar.

Mari salió del cuarto y bajó junto a mi hacia la cocina. Tae y ella se saludaron con un gesto de cabeza y tomó asiento en uno de los taburetes. Estaba mucho más tímida de lo usual.

Mientras se veía perdida en sus pensamientos mirando la lluvia, en silencio, Tae había comenzado a prepararle café.
Así que yo me concentré en verter leche sobre un plato con cereales, para así no tardarme tanto y poder sentarme frente a ella.

Sin embargo, Tae fue mucho más rápido y ocupó ese lugar, extendiéndole la taza.

—¿Dormiste bien? —le preguntó con su ridícula voz excesivamente gruesa.

—Sí, muy bien, gracias.

Yo recién le había deslizado el recipiente, cuando Jimin y Hobi bajaron las escaleras.
Ambos se precipitaron hacia Mari, y Hobi estuvo a punto de rodearla con el brazo, pero Jimin lo apartó de un manotazo.
Ella no se percató de eso, y menos mal.

—¡Buenos días! —le dijo Jimin—. Hoy amaneciste mucho más enana de lo normal.

Empujó una palanca del taburete y la hizo reír cuando este se elevó. La rodeó por los hombros y confianzudamente agarró una gran cucharada de leche con cereal para llevárselo a la boca.

—¡Oye! —se quejó Mari.

—Jimin no seas asqueroso —reclamé.

Esto está asqueroso —dijo señalando el recipiente y dirigiéndose al refrigerador—. Yo le prepararé a Mari un desayuno como corresponde.

—No tenemos tiempo —sentenció la voz de Jin y todos guardaron silencio.

Cuando pensé que iba a hacer otro de sus escándalos, en realidad no fue así.
Su gesto se hallaba ensombrecido y su cabello mojado, pero supuse que la sobriedad le había hecho comprender que por ahora debía hacerse a un lado.

Vi a Mari tensarse cuando él se le acercó, pero simplemente tomó su mano de nudillos heridos y besó su dorso.

—Buenos días, bebé.

Hasta ella misma sabía que se desataría un problema si corregía aquel apodo, así que todos callamos y permanecimos bajo la sombra de actuar como si nada hubiese pasado.

—Hola, Jin —le respondió ella, en voz baja.

—Hoy tenemos reunión —continuó, sacando agua del refrigerador—, en media hora.

Apreté los ojos al igual que Jimin.
La distracción que ella implicaba nos hizo olvidarlo por completo. Era una reunión con la empresa para establecer cuánto tiempo debíamos permanecer fuera del ojo público.

Jungkook entonces bajó vestido y listo para partir. Si-hyuk odiaba la impuntualidad y él mejor que nadie lo sabía.

—Yo conduzco —anunció, agarrando unas llaves de la encimera.

Advirtió entonces a Mari y una sonrisa se deslizó en su rostro. Trotó hasta llegar a su lado y envolvió su cintura.

—¿Cómo amaneció la princesa?

Dejó un breve beso en su mejilla y salió del cuarto con la vista de Jin clavada sobre él.
Ella solo había asentido para responder, pero Hobi la miró con demasiado fuego en su mirada, como si sus propios labios hubieran sido los que tocaron su piel.

—¿Y Nam? —inquirió Tae, poniéndose de pie.

—Nam ya se fue —respondió Jin.

—Vas a quedarte sola un rato, Mari —le dije con seriedad y ella me miró con un dejo de ansiedad—. Puedes comer y hacer lo que quieras.

—Veremos la película que me debes cuando llegue, enana, ¿oíste?

Ella nuevamente solo asintió y Jimin revolvió su cabello antes de salir.
Yo también salí junto a Tae, pero me detuve en una esquina al ver que Hobi no se apartaba de ella.

—¿Estarás bien? —le preguntó él, en voz baja—, puedo quedarme si quieres.

—Estaré bien —afirmó Mari—, gracias Hobi.

Él extendió su palma como a la espera de algo.
Ella, confundida, le dio la mano y Hobi en seguida besó su dorso.
Luego, se puso de pie y yo reanudé mi camino.

Hablaba mejor de nuestra propia madurez el que ya no nos peleáramos por este tipo de cosas, sabiendo la clase de sentimientos que tenemos por ella.
Solo no sabía hasta qué punto esto se podía considerar correcto. Supongo que mientras ella no se sienta ultrajada, todo está bien... ¿cierto?

❄️

Narra Mari

En cuanto se fueron lo único que sentí fue adrenalina recorriendo mi cuerpo.
No podía creer que me hallaba a solas en esta mansión. Respiré hondo varias veces hasta que lo único que escuché fue silencio.

Terminé de comer con el estómago apretado.
Lavé los platos sucios y fui a darme una ducha. Se sintió muy bien hacerlo en el baño de mi nuevo y hermoso cuarto, a pesar de que fuera solo momentáneo. La amplia lluvia artificial relajó todos los músculos de mi cuerpo.

Al salir, tendí muy bien la cama y le di de comer a Ragnar. Me vestí con calzas oscuras, una bonita blusa blanca de botones a presión y despejé mi rostro con un delgado cintillo dorado.

Viendo lo pequeño que era mi escritorio y confiando en que no volverían en un buen rato, bajé con mi computadora a la gran mesa de comedor y comencé a organizarme desde ahí.

Hace un par de días no cargaba mi celular personal, dudaba mucho que mi padre me quisiera llamar y ya había entendido que Jess no tenía nada que decirme.

Así que, ingresando a varias páginas en Google, arrojé mi currículum a una mezcla de lugares.
Entre ellos, varias agencias de limpieza para hoteles, unas cuantas empresas de diseño en donde clarificaba que era estudiante de bellas artes, pero que contaba con expertiz en la ilustración, e incluso me ofrecí a un par de cafés para hacer medio tiempo los fines de semana.

Deslicé un poco mis dedos hasta que mis ojos se abrieron como platos al ver un brillante anuncio debajo de todas las ofertas.

Circo del Sol – Se necesita acróbata (en aro o telas) ¡Urgente! Llamar al 94-859317
500.000.- por noche

Estaba escrito en inglés, así que asumí que no les importaría que yo fuera extranjera.
Atraída por la cifra, anoté el número y el nombre del lugar en una hoja.

—¡Ma-ma-mariii! —exclamó la voz alegre de Hobi, seguido de muchos pasos y sentí que mi estómago se caía.

No podría ocultar todo lo que tenía sobre la mesa a tiempo sin levantar sospechas. Rogué al cielo porque no se interesaran o no se molestaran como Yoongi si descubrían mi intención de trabajar.

—Mierda —mascullé entre dientes.

Los vi entrar a los siete, y puse mi mejor cara de disimulo. Comencé a recoger muy lentamente papeles de ilustraciones que envié de muestra y cerré todas las ventanas del ordenador.

—¿Les fue bien? —indagué suavemente.

—Sí, bien, estaremos aquí un mes —dijo Jungkook, quitándose su chaqueta—, pensamos que sería mucho más la verdad.

—Ay, enana, ¿qué tanto tienes aquí? —preguntó Jimin, acercándose a la mesa—. Creí que tu examen ya había pasado.

—Oh, no es nada, solo estoy... repasando un poco mis apuntes antiguos.

—¿Y por qué sacaste tu pasaporte? —inquirió con una sonrisa confundida.

Abrí la boca para tratar de sacar una excusa, pero no pude hablar.

—Porque está buscando trabajo —soltó Yoongi y todos voltearon a verme—. Su padre dejó de enviarle dinero, y tiene que costear materiales y su departamento.

Lo miré con toda la decepción que sentí, pero él solo negó con la cabeza.

—Lo siento, Mari, pero no voy a dejar que sigas con esta tontería.

—Para mí no es una tontería —repliqué.

—Espera, ¿qué? —Jimin se tensó a mi lado—. ¿Por qué no me dijiste que tuviste un problema con tu padre?... Creí que éramos amigos.

—¿Y por qué hablas en pasado? —espeté irritada—. Sabía que iban a reaccionar de esta forma. Necesito conseguir empleo, eso es todo.

—No estás hablando en serio, Mari —articuló Jin, riendo con ganas.

—Dime ahora mismo cuánto cuesta ese maldito departamento —intervino Hobi, uniéndose a las carcajadas de Jin.

—No lo haré —rebatí, con la vista fija en la mesa.

Jimin entonces fue muy brusco al arrebatarme el cuaderno que estaba cubriendo con mis brazos y leyó lo último que había anotado. Sus mejillas se encendieron y su mirada se oscureció.

—¿Un circo? —inquirió con dureza—. No me jodas, Mari, ¿un circo? ¿Qué vas a ir de payasa?

Yoongi le quitó el cuaderno y tras leer rápidamente, lo dejó caer bruscamente sobre la mesa en mi dirección.

—Oye, oye —Tae le tomó el brazo, pero este se zafó—. Contrólate, no le tires las cosas.

—Necesitan una acróbata en telas —le expliqué a Jimin suavemente para calmar su ánimo—. Se los agradezco mucho, pero es buen dinero, puedo pagar el alquiler y la comida durante varias semanas si lo hago unas cuantas noches.

Jimin apretó los ojos y se cubrió los oídos hasta que dejé de hablar.

—¡YO gasto quinientos mil wones cuando voy a almorzar, Mari! —exclamó, muy molesto—. No te dejaré, así de simple, no te voy a dejar hacer esa estupidez.

—Pero no te enojes conmigo —le dije, herida por su tono de voz y su semblante entonces se suavizó.

—Eres una egoísta contigo misma. Aguantas todo por nosotros, ¿por qué mierda no dejas que te ayudemos? —presionó Yoongi.

—Porque quiero que me vean como una igual —declaré con la voz ya frágil—, no como una carga.

Todos se callaron y posé mi vista un momento sobre Namjoon. Él solo escuchaba atentamente, sentado, con la vista clavada en el piso.
Quise que dijera algo, pues sabía que él estaría de acuerdo en que trabajara y me largara, pero solo guardó silencio.

—¿Qué carga, Mari? —se quejó Jin—. Eres lo mejor que...

—Estás perdiendo el tiempo —continuó el peliblanco.

—¿Tiempo de qué, Yoongi? —espetó Tae—. ¿Tiempo que puede pasar con nosotros?, ¿eso es lo que quieres decir?

Mi pecho se apretó y comencé a recoger mis cosas.

—Tiempo que puede pasar estudiando... o descansando de toda la mierda que ha pasado por culpa de ustedes —respondió.

—Oh, sí cómo no... —se burló Tae—. Sigue fingiendo que es por ella. Todos ustedes lo único que hacen es intentar controlarla a su antojo. ¡No hagas esto, haz mejor esto otro! —exclamó, sobresaltándome con su vozarrón—. Es increíble que estén haciendo este escándalo solo porque quiere trabajar. Yo también quiero ayudarla, pero dijo que no ¡y ya está! ¿O es que acaso no tienen las neuronas para entenderla?

—No, no llores, princesa —urgió Jungkook, acercándose a mí.

Levanté una mano de inmediato y él se detuvo, prestando atención a las palabras de Tae.
Sentí la mirada de Namjoon también sobre mí, y por lo mismo frené todas mis lágrimas. Llena de impotencia, cerré mi computadora y la apilé junto a mi cuaderno y mis papeles.

—Ya, enana, ven aquí, no quise gritarte.

Me zafé del agarre que había comenzado Jimin y caminé hacia las escaleras.

—Oye, no te vayas —insistió.

Cerré los ojos de rabia y solo al voltear los abrí. Miré su semblante arrepentido con ironía y pregunté:

—¿Me permiten subir a la habitación? —Todos guardaron silencio—. ¿Puedo? —insistí.

Tras la completa quietud, miré a Yoongi devolviéndole su frialdad de siempre y al pasar por su lado le susurré un pequeño "gracias" a Tae, por decir todo lo que estaba en mi mente.

Subí las escaleras y cuando estuve en el cuarto, cerré la puerta.

🪐

Dejé salir mis lágrimas tranquilamente cuando corroboré que nadie me había seguido. Hubo una gran pelea luego de que yo subiera, pero hablaban en coreano y dejé de comprender.

Un atroz letargo me envolvía al sentir maniatada mi vida desde todos sus aspectos.
En algún momento debía volver a mi departamento y comenzar a valerme por mí misma.
Agradecía sus intenciones, pero Jimin no tenía ningún motivo para gritarme.
Y esa fue la peor parte.

Luego de una siesta, ignoré el rugir de mi estómago vacío y me levanté al baño del cuarto.
Bebí agua para calmar mi hambre y mojé mi rostro. Después, me puse una gran camiseta y encendí la calefacción antes de dormir.

Apagué todas las luces, y en silencio, escuché el suave arrullo que la imparable lluvia me brindaba.

Di vueltas y vueltas en la cama intentando dormir inútilmente. Me costaba muchísimo pensar. Los chicos me volvían demasiado proclive a su voluntad, y parecía que no hubiera nada que lo pudiera evitar.

Según mi reloj de muñeca, ya eran las tres de la mañana y yo no había pegado un ojo.
Di otra vuelta en la cama un tanto acalorada, cuando de pronto escuché el suave chirriar de la puerta del cuarto abriéndose.

Me paralicé y no quise mirar por temor a haberlo imaginado. Sin embargo, a continuación escuché dos suaves golpes y un susurro muy grueso:

—¿Mari?

Me erguí sobre mis codos y traté de ver a través de la oscuridad.

—¿Tae?

—Sí —susurró—. ¿Puedo pasar?

—C-claro —balbuceé sin saber qué ocurría.

Lo vi entrar con un pantalón de franela y una camiseta oscura. Cerró la puerta muy despacio tras de sí, y lo distinguí mejor cuando se acercó a la tenue luz que brindaba la noche.
Vi sus ojos reparar en la desnudez de mis piernas y aclaró su garganta.

—Lo siento —le dije, cubriéndome con la sábana.

—No, yo siento molestarte a esta hora —musitó, sentándose en el borde de la ventana frente a la cama.

—¿T-te pasó algo? —indagué, nerviosa.

Soltó una pequeña risa que no supe cómo interpretar.

—Todos fueron horribles contigo y me preguntas si me pasó algo a mí —su voz baja se tornó muy profunda y me desconcentré—. El saber que estás triste no me deja dormir.

—Gracias por preocuparte —respondí, apoyándome en el respaldo de la cama—, yo tampoco puedo dormir. Tengo... demasiadas cosas en mi mente.

—Lamento lo que pasó con tu papá.

—Eso es algo que voy a solucionar —repliqué de inmediato—, no tienen por qué cargar con mis problemas.

—Tu cargas con todos los nuestros, Mari —hizo una pausa—. Me encantaría ayudarte y que no tuvieras que hacer nada, pero yo respeto tu decisión. Puedo ayudarte a conseguir trabajo si así lo deseas.

—Necesito mantener mi propia valía, Tae —urgí en voz baja—, es lo único que me queda.

—¿Y qué pasa si no logras conseguir un buen empleo? ¿Vas a irte y ya?

Guardé silencio y desvié la mirada.

—Eso es a lo que me refiero, eso es lo que temen todos, esa es la peor pesadilla de Jimin —insistió—. Fueron unos imbéciles como siempre, y te pido perdón en sus nombres, pero eso es a lo único que apuntan, incluso Yoongi, Mari, a evitar que te vayas.

—Y no lo entiendo —susurré pasando una mano por mi pelo—. Todo sería muchísimo más fácil si yo solo... me fuera de aquí, Tae, y desapareciera... Te lo digo a ti porque sé que no se lo puedo decir a nadie más.

—Yo siempre te he dicho la verdad, ¿no es así? Aunque te duela lo he hecho —asentí—. Entonces créeme cuando te digo que todos se mueren si te vas, Mari, incluyéndome.

Iba a seguir hablando, pero su respiración se cortó cuando nuestras miradas se encontraron.
Se hizo en la habitación un silencio sepulcral y la lluvia pareció intensificarse.

—Una cosa es que creas que es lo mejor —continuó—, ¿pero tú quieres irte?

Observé su semblante bajo la oscuridad y cómo sus ojos recorrieron un lado de mi pierna que la sábana ya no cubría.

—No —respondí.

—¿Y por qué bajas la mirada? —inquirió, ahora con un dejo de diversión—. ¿Te pongo nerviosa?

Devolví la vista a sus ojos y sentí mis manos transpirar.

—La verdad es tu voz —confesé al fin—. Tu voz nunca me deja concentrarme.

—Es solo porque estamos a oscuras.

Guardé silencio y volví a bajar la mirada, sintiéndome de pronto muy tensa bajo sus palabras.

—Tu siempre me has puesto muy nervioso —continuó, posando su vista en la ventana—. La única vez que te mentí fue cuando iba a subir al escenario y te dije que tus ojos me calmaban.

—Oh, ya veo, entonces no siempre me has dicho la verdad como tanto repites —susurré divertida—, es bueno saberlo.

Volteó a verme y sus ojos me atravesaron. Mantuve su mirada y ladeé un poco mi cabeza, demostrándole falsamente que no me intimidaba.

—¿Quieres que te diga la verdad ahora?

Mi piel se erizó bajo su voz y mis ojos se cerraron un momento.

—Depende —contesté.

—¿Depende de qué?

Entonces él se levantó y me sentí caer de vértigo. Acortó la breve distancia que lo separaba de mi cama y lo observé desde abajo.

—¿Me va a doler? —indagué con desconocida inocencia.

—No, no. —Subió una rodilla a la cama y comenzó a gatear hacia mí, haciéndome perder el aliento—. Esta es una buena verdad.

Sentí el peso de su cuerpo sobre el colchón y el suave ronroneo que efectuó al acercarse a mí.
Retiró la sábana que cubría mis piernas y ubicó su rostro a centímetros del mío.

Observó el deseo en mi expresión largamente y me sentí perdida. No supe en qué momento había pasado a esto, pero ahora solo podía ver su rostro bajo la oscuridad y la lasciva tentación escondida en su mirada.

Mordí mi labio y él soltó un pequeño quejido antes de atraparlo.
Su boca era exigente y sus ojos cerrados me hicieron entregarme por completo a sus demandas.
Su lengua tímidamente buscó la mía y volvió a gemir suavemente cuando la encontró.

Sus manos envolvieron mi rostro con firmeza y profundizaron el ruidoso crepitar de nuestra saliva.
No quise tocarlo por temor a que fuese a desaparecer, así que solo arrugué la sabana cuando se acercó todavía más a mí.

Me besaba como si por mucho tiempo lo hubiese deseado, como si en realidad yo lo hubiera llamado. Gruñó varias veces y me hizo sentir muy débil.

Todavía sin dimensionar lo que estaba a punto de pasar, solamente pensé en su constante valentía para defenderme a pesar de todo, y la lujuria inhumana que me despertó su sola presencia desde el día en que lo vi, de pie en ese lago, tan elegante, tan guapo.

—No puedo creerlo —susurró sobre mi boca.

Se alejó un poco de mí para quitarse la camiseta con cierta urgencia y permitirme ver su bellísimo abdomen bajo la oscuridad.

De pronto, ubicó sus manos en el pliegue de mis rodillas y las tiró con firmeza hacia abajo, despegando mi espalda de la madera y haciéndome ahogar un grito.

Meses de deseo contenidos en sus entrañas, presagiaban que sus maneras podían llegar a ser aún más excitantes.
Volvió a besarme y se inclinó sobre mí hasta dejarme pegada al colchón.

Ahora sí me atreví a tocar su ondulado cabello negro y toda la suavidad de su piel. Solté un gritito de emoción que lo hizo reír gravemente y morder mi labio.

Acarició mi cintura por debajo de mi camiseta y comenzó a juguetear con el borde de mi ropa interior.
Se despegó de mi boca para admirarme desde su erguida altura y pasó una mano por su rostro como queriendo despertarse.

Comenzó entonces a retirar mi braga muy lentamente y yo se lo permití con ardiente inquietud. Siseó al ver la humedad y se alejó un poco más de mí.
No entendí qué estaba haciendo hasta que musitó:

—Déjame probarte.

Se inclinó y en seguida sus labios se cerraron sobre mi intimidad, comenzando a paladear con tanto ahínco que perdí por completo la noción de dónde estaba. Sentí mis propios ojos tornarse blancos y solté un gemido incontenible.

—Shh, sin gritar, hermosa —me indicó con voz irregular—, o nos van a escuchar.

Continuó besando muy ruidosamente mi delicada piel y acallé mis propios gritos con una almohada. Sus manos viajaron debajo de mi camiseta hasta abrazar mis senos. Los acarició libremente y los apretó hasta oirme jadear.

Su lengua se había vuelto muy sabia sobre el punto correcto, y mis caderas no tardaron en moverse involuntariamente a su compás.
Comencé a sentir la tensión acumularse alrededor de él y oscilé sobre sus labios.

—Estás empapada, eres deliciosa —jadeó sin dejar de lamer—. Eso, en mi boca, en mi boca, por favor.

Tuve que morder el dorso de mi mano para callar el grito del terrible orgasmo que me embargó.
Fue demasiado largo y él sonaba demasiado complacido como para detenerme.

Tras vivir mi último espasmo, quedé rendida.
Dio besos castos a la parte interna de mis muslos y se saboreó al erguirse sobre mí.
Ya estaba completamente derrumbada en placer y ni siquiera me había penetrado.

Me besó y su boca ahora estaba muy dulce.
Alargó la mano para sacar algo de la mesita de noche y pronto advertí que era un preservativo.

—¿Sientes lo deliciosa que eres? —indagó, pegando su frente con la mía—. Mira, otra vez.

Volvió a besarme y presioné su nuca para que no se alejara. Con una mano apretó mi cintura y con la otra comenzó a despojarse de su pantalón.

Bajé la vista un momento y ahogué un grito al notar que su virilidad era casi tan gruesa como su voz.

Abrió el envoltorio casi sin que me diera cuenta y paseó un momento dos de sus dedos sobre mis anegados pliegues.
Dejó de besarme para oírme gemir y se llevó sus empapados dedos a la boca. Su mano era preciosa, hábil, y verlo disfrutar de mi sabor de esa manera me estaba haciendo desvariar.

A continuación, fui yo quien ahogó su grito con mi boca, pues se deslizó dentro de mí y no tardamos en descubrir que yo estaba ardiendo.

Un resbaloso sonido, deleitante e intenso nos envolvió y me hizo no creerme por completo lo clandestino y perfecto que era este momento.

Entrelazó sus manos con las mías sobre mi cabeza y me embistió con tanta energía como su pelvis le permitió.
Tratábamos de estar callados, pero a medida que pasaban los minutos se volvía más y más imposible. Su hermosa voz se quebraba en profundos quejidos y respiraciones entrecortadas.

—Estoy en la luna, Tae —gemí y lo hice soltar una bella risa—, es verdad.

Me besó en profundidad sin dejar de moverse y entonces lo empujé, hice que se recostara y fácilmente me deslicé sobre la firmeza de su miembro.
Me moví muy lentamente sobre él y me desprendí con suavidad de mi camiseta.
Él sujetó de inmediato mi cintura y no me permitió seguir.

—Oh, por favor —se quejó tan fuerte que tuve que cubrir su boca—. Vendré todas las noches —anunció entre jadeos—, todas las noches en la luna, Mari.

Solo tuve que insistir un poco más hasta que sus manos soltaron mi cintura y me permitieron oscilar sobre él un par de veces como si estuviera bailando. Su mirada se perdió en mis ojos indecorosos y su entrepierna se distendió.

Su gutural gemido reclamó un lugar en la habitación y me hizo colapsar una vez más.

Varios truenos encubrieron nuestro momento, la lluvia ahora era un torrencial diluvio y casi parecía nuestra culpa.

Tae se irguió para abrazarme y atrapar para siempre este instante.
Sus ojos me encontraron bajo la penumbra absoluta y sus manos acariciaron toda la noche cada rincón oculto de mi piel; desnudando todos mis deseos y todos los temores más profundos de mi ser.

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