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Capítulo 4: CNN

Apenas crucé la puerta de mi departamento Ragnar llegó a saludarme con la cola en alto, feliz de verme.

Retiré las cosas de mi mochila, y aunque fueran apenas las dos de la tarde, comencé a prepararme un relajante baño de tina.

Me esperaba un largo fin de semana. Aquella era mi intención. Esperaría a que la gente entrara en razón o simplemente hasta que ese chico se fuera.

No pude evitar recordar lo asustado que se veía cuando me acerqué a hablarle detrás del gimnasio.

Supuse que los escoltas no me abordaron porque notaron que no suponía ningún peligro para él.

Cerré la llave de la tina cuando estaba a punto de rebalsarse y me deslicé entre el agua y las burbujas.

Noté lo tensos que se encontraban mis músculos, por lo que recargué mi cabeza en la almohadilla para relajarme.

Pronto descubrí que no podía sacarme de la cabeza tales oscuros ojos.

Ahora que lo pensaba bien, sí me gustó que me mirara, según Jess, tantas veces durante la clase; pero esto solo ocurría por la excesiva cantidad de atención que él recibía, y que aun así, decidiera dedicar parte de la suya a mí.

Me pareció de lo más amable para ser tan famoso. Y pensé en lo injusto que se sentiría que la misma causa de tu éxito también coartara tu libertad.

Salí de la tina cuando el agua se entibió. Me sequé y me calcé mi pijama.

Aún no me acostumbraba a aquello de la cama a ras de suelo, pero sin espacio para más quejas, me tumbé sobre ella y no tardé en quedarme dormida.

🪐

A la mañana siguiente, encendí la televisión con el propósito de distraerme un rato y busqué algún canal internacional.
Necesitaba una desconexión y eso implicaba, al menos, no escuchar noticieros coreanos.

Cuando encontré el CNN aquel idioma familiar fue música para mis oídos.
Lo dejé sonar y me levanté de la cama para prepararme unas tostadas, imaginándome que estaba en otro lugar.

A punto de encender la licuadora, escuché la voz de la reportera en la televisión hablando del dichoso tema en cuestión.

—Una locura absoluta se ha desatado en la Facultad de Artes de la Universidad de Corea del Sur, debido a la llegada de uno de los integrantes de la conocida banda BTS, Jeon Jungkook, a sus dependencias.

—Así es —continuó la voz de otro reportero —. La banda anunció, en su más reciente entrevista, la intención de pausar la creación de un nuevo álbum con el propósito de, justamente, darle tiempo a Jungkook de finalizar la carrera que siempre ha querido estudiar.

Por inercia me acerqué al televisor.

—¿Pero la banda continuará dando conciertos? —preguntó la mujer.

—En Corea del Sur sí —contestó el reportero—, lo que se interrumpe es el lanzamiento de nuevos sencillos, y la gira europea que tenían presupuestada para el próximo año será pospuesta hasta nuevo aviso.

—Entiendo. Bueno... No es una noticia tan mala para sus seguidoras después de todo.

—No, lo malo es el caos que tomó lugar en la Sede Internacional de la Facultad ayer, cuando todas las alumnas y, por lo visto también, fanáticas del cantante se desesperaron por estar cerca de él, llegando a rodear todo el recinto, impidiendo la salida de autos y por supuesto la realización de una jornada normal de clases.

—Sin tomar en cuenta que Jungkook les pidió encarecidamente que no lo hicieran apenas llegó —añadió la reportera.

—En efecto. Una lamentable situación que esperamos se normalice y se aborde con la madurez natural de chicas mayores... Porque no estamos hablando de adolescentes, sino universitarias —dijo el reportero, riendo lacónicamente.

El matinal comenzó a mostrar imágenes de la facultad desde una vista aérea en vivo, y mi mano voló hacia mi boca.

No cientos, sino miles de personas rodeaban la universidad.
Militares custodiaban las entradas para que no se colara nadie por la fuerza, pues había chicas con pancartas en coreano y en muchas se repetía la palabra Army.

Supuse de inmediato que estaban protestando contra el ejército que no las dejaba pasar.

—No puede ser cierto —dije impactada.

No quería ni pensar en la locura de las chicas adentro. Esperaba con todas mis fuerzas que Jess no fuera una de ellas y que recordara nuestra conversación de ayer junto a Nicolay.

Luego de unos minutos la noticia terminó y volví a la cocina, temblorosa y distraída.
Vertí la leche para el batido y activé la licuadora.
El ruido aplacó la canción que había comenzado a sonar en la televisión.

Traté de pensar en alguien a quien yo admirara en demasía y entender, aunque fuera vagamente el comportamiento de todo el mundo, pero no lo conseguía.

No sentía natural conectar con una emoción de ese tipo y ya está, pues insistir tanto en eso no me estaba llevando a ningún lado.

Con mi desayuno me senté en la terraza junto a mis plantas, que ese día olían especialmente delicioso.

Comí en paz, recibiendo luz solar.
Ragnar me acompañó frotando su cuerpo contra mis piernas y haciéndome reír cuando se acostaba mostrando su pancita.

El clima estaba perfecto para dar un paseo y pensé en qué otras cosas podían faltar en el departamento.
Mientras hacía la lista en mi mente, escuché mi teléfono sonar en la cocina.

Rápidamente me levanté, dejé el plato sobre el fregadero y miré la pantalla.

—Jess —dije cuando atendí—, ¿cómo va todo? ¿cómo estás?

—Mejor ni te digo —contestó sonando un poco angustiada—, las chicas están peor que ayer, Mari, tuvieron que venir los militares.

—Así vi en las noticias.

—Cerraron todos los edificios y ahora dejan pasar solo con previa identificación —se quejó—. Parece una maldita dictadura por culpa de estas tontas.

—Pues a mí me parece bien, mientras no demuestren que pueden controlarse...

—Es una porquería para la imagen de la facultad.

—Ese no es nuestro problema —señalé e hice una pausa—. ¿Cómo estás tú?

—Yo bien, un poco alterada todavía, pero ya voy camino a la cafetería con Nicolay.

—Me alegro, salúdalo de mi parte.

—Lo haré... ¡Pero oye! No solo te llamaba para quejarme —dijo riendo—, tengo noticias.

—Pues cuéntame —le dije mientras me servía un vaso de agua y volvía a sentarme en la terraza.

—Jungkook me hizo un gesto desde lejos preguntándome dónde estabas.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo y me quedé muda por un segundo.

—Estás especulando, Jess. Te quedaste pegada con lo de ayer.

—No, estoy segura. Yo sé lo que vi y te tengo una enorme envidia en este momento —confesó con voz divertida—, pero al menos me vas a poder contar todo si es que te habla.

Cerré fuertemente los ojos.

—Sí, sobre eso...

Hice una pausa y ella esperó pacientemente.
Pasé una mano por mi frente y rogué al cielo que no se molestara.

—Como que... Yo ya hablé con él.

Se hizo un silencio en la línea que se prolongó por varios segundos.
Revisé mi pantalla para ver si se había cortado la llamada, pero no era así.

—¿Qué? —preguntó de pronto y sonó ofendida—. ¡¿Qué?!

—No te enojes, Jess. No te lo dije porque ya estabas muy nerviosa ayer como para arrojarte esta bomba, solo estaba esperando a que estuvieras más tranquila... ¡Como ahora! Así que te lo contaré todo...

De pronto escuché un ensordecedor grito por la línea y suspiré aliviada al notar que su emoción había reemplazado a la rabia.

—¡Eres la peor! —exclamó—, ¡cuéntame ahora, maldita! ¿En qué momento?

—Fue cuando fui a dejar los cuadernos a esa tal sala del señor Choi, detrás del gimnasio. Estaba perdida y lo vi salir de un auto. Creí que era un alumno antiguo así que le pedí indicaciones.

—No puede ser... —dijo abrumada—, ¡no puede ser! ¿Y qué te dijo?

—Que no sabía, que era su primer día. Le dije que yo también era nueva... No sé, Jess, me pareció atractivo así que hablamos cosas tontas.

—¡¿Pero qué cosas?! —urgió.

—Le dije que era mejor que entrara a oír el anuncio que darían en el gimnasio, que su recorrido podía empezar por ahí —dije y de pronto me sentí muy avergonzada—. De seguro piensa que soy una idiota.

—Ahora entiendo todo.

—Nada, Jess, no hay nada más.

—Eres una maldita suertuda, no puedo creer que esto esté pasando... Debiste obligarme a ir contigo.

—¡Y qué iba a saber yo que habría un maldito famoso detrás del gimnasio, Jess! —hice una pausa para escuchar su lloriqueo fingido—. Te pasó por no querer ayudar a tu mejor amiga.

—Ya cállate, no puedo creerlo.

Súbitamente se escuchó el timbre sonar de fondo en la llamada y supe que era hora de que ella volviera a clases.

—No... Mari, fuera de broma —dijo de pronto—, me encanta. Esto es... Un sueño. Y aunque no lo quieras aceptar estoy segura de que llamaste su atención.

—Me da igual, Jess.

—Ajá.

—Es en serio. Ya ves cómo gritan por él, no tengo interés en involucrarme con nada que tenga que ver con eso... Ni menos las multitudes.

—Prométeme que me vas a contar todo de ahora en adelante.

—Como siempre.

—Está bien —contestó—. Tengo que irme a clase otra vez. Te llamaré luego, te quiero mucho.

—Y yo a ti, Jess. Hablamos y ten cuidado con la gente.

—Lo tendré, adiós.

Admito que sentí muchísima curiosidad por googlearlo y averiguar quién era él realmente y por qué causaba tanta obsesión.
Pero al mismo tiempo me rehusaba.
Se me hacía mucho más fácil imaginarme que era solo un hombre normal.

Cuando comenzó a dolerme la postura en la sillita de la terraza, me levanté y me dispuse a ordenar mi habitación.

Se estaba acercando la hora de almorzar, pero de repente se me había quitado el hambre.

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