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Capítulo 33: Francesa

Narra Mari

El haber volado sobre mi fervor, arropada con la tela de mi propia pasión, me devolvió de alguna manera la vida.

Jimin y Jin, quienes yo más quería, habían tocado mis profundas fibras de una manera soñada, absoluta.

Cuando descendí, todo se sumió en halagos y entusiasmo.
Hobi me hizo mucho reír intentando trepar una de las telas. Traté de explicarle cómo debía apretar su abdomen para conseguir más fuerza; le indiqué la posición correcta de los pies para anclarse, y subí a otra tela a su lado mientras él lo hacía.

Sin embargo, llegó solo a la mitad y tras un divertido quejido se dejó caer.

A continuación, lo intentó Jimin, quien pudo alcanzar junto a mí un poco más arriba de la mitad.
Solté un gritito de emoción, pero cuando le mostré cómo debía enredar sus piernas, su torso flaqueó y bajó.

—¿Qué pasó? —inquirí divertida, solo para molestarlo.

—Tus brazos lo tienen más fácil, solo deben sostener a una enana.

—Qué mal perdedor, Jimin —bromeó Yoongi y por primera vez lo oí reír con fuerza.

Me deslicé hacia abajo de manera definitiva y unas manos me ayudaron. Sostuvieron mi cintura por detrás, y cuando estuve en el suelo, me soltaron.

—No te pases, Hoseok —espetó Jin y me tensé al escucharlo. Él se acercó y agarró mi rostro con cuidado—. Puedes venir aquí a practicar cuando quieras, bebé.

—Muchas gracias, Jin —contesté con suavidad—. Esto es perfecto.

Frotó cariñosamente su nariz con la mía, me tomó de la mano y me llevó al exterior.

Jungkook ya no estaba, y ni siquiera podía preguntar por él.
No obstante, tampoco habría tenido sentido hacerlo, pues él y Namjoon habían vuelto a la mesa, y con aspecto lúgubre ahora bebían en silencio.

Todos los demás se sentaron y comenzaron a devorar felices el postre ya servido.
Jin no soltó mi mano hasta que me acomodé en la cabecera y se dirigió a ver a Namjoon.
Analizó su estado agarrando un momento su rostro, pero él de mala gana se apartó. Parecía ausente y no entendía por qué.
Jin entonces fue a la cocina y comenzó a servir dos vasos de agua.

En ese momento de lejanía, Tae aclaró su garganta en su sitio a mi lado y captó mi atención.
Correspondí su sonrisa y probé mi helado.

—Es un poco vergonzoso para mí darte esto —comenzó y desde el interior de su chaqueta sacó un papel enrollado con una cinta roja—, pero feliz cumpleaños.

Lo tomé de inmediato con el corazón a mil y sobre mi regazo lo desaté con cuidado.
Frente a mí aparecieron unos grandes ojos, con pestañas largas y pupilas dilatadas, plasmados con líneas temblorosas, remarcadas y errantes, pero lo suficientemente claras para captar que se trataba de mi mirada.
Levanté la vista con desbordante ternura y me descubrí sin palabras.

—A diferencia de ti, que ya puedes hacer ojos sin referencia —observó en voz baja—, yo tuve que mirarte mucho para lograrlo.

Volví a ver el dibujo, acaricié los frustrados trazos finales sobre aquellos que habían sido borrados, y de pronto me pareció la obra más valiosa que había tenido alguna vez en mis manos.

—Está hermoso, Tae.

—No, no me mientas —dijo riendo—. Sé que no está bien.

—Puede que no esté perfecto, pero es precioso —repliqué aún sin poder creer lo que veía—. El arte debe expresar, no solo verse bien, y esto a mí me parece... único, te lo agradezco.

—Fue un placer —respondió, e inclinó un poco su cabeza, caballerosamente—, por favor no se lo muestres a los chicos.

—¿Te da vergüenza? —inquirí enrollando el papel y él asintió—. ¿Y eso por qué? Ya les gustaría dibujar como tú.

—Igual me van a molestar. Hace tiempo venía diciendo que quería mostrártelo.

—Si quieres aprender, yo con gusto puedo enseñarte —ofrecí con suavidad.

—Gracias, me gustaría mucho —afirmó con timidez y entonces toda la mesa guardó silencio. Los ojos de Tae casi salen de sus cuencas al advertir algo detrás de mí, y yo iba a voltear, pero tomó mi mano para evitarlo—. Mari, no lo escuches y no le digas nada, por favor.

Tras aquel susurro me soltó y miré a los demás. Todos estaban aún más pálidos que él, incluso Namjoon.
Giré mi cara lentamente para ver el motivo de tanta reserva, pero la espalda de Jin se alzó como una pared frente a mí.

—¡Buenas noches a todos! —saludó en inglés una voz masculina, añeja—. Vamos, Jin, déjame verla.

Jin solo se cruzó de brazos y permaneció estático.

—No lo repetiré, muévete. —Su tono pasó de ligeramente divertido a molesto en un instante.

Jin gruñó cual león y con lentitud tomó asiento a mi lado, dejándome expuesta.
Pude ver la macabra sonrisa de la nueva presencia del salón: Un señor varios años mayor que mi padre, de cuerpo bajo y ancho, con lentes ópticos y potestad.

—¡Así que ella es! —exclamó, acercándose a mí—. Así que ella es su... Mari. Ni para cumpleaños hubo tantas flores.

Nadie respondió y me tensé cuando sentí sus transpirados dedos despejar mi cuello de cabello.
Me aparté un poco, pero eso solo le liberó el camino para acariciar la línea de mi mandíbula.

—Es realmente hermosa —comentó en coreano—, es todavía más hermosa en persona que en fotos.

Con una mano, agarró con desmedida firmeza mi rostro para que lo mirara, y así lo hice hasta que me soltó.

Entonces, tiró bruscamente de mi silla, arrastrándome hacia atrás. Todos dieron un respingo en su asiento, pero él solo comenzó a caminar a mi alrededor.
No había que ser inteligente para entender que era el mandamás, pero no sabía cómo se llamaba.

—Veintidós, el número de la suerte —continuó en inglés—. Bailarina, acróbata, artista. Padres europeos, pero nacida en Chile por alguna extraña razón. Su papi le costea un departamento en el límite Seúl-Incheon, estudia Visuales en el Bellas Artes con su amiga Jessica, y tiene un lindo gatito llamado... Ragnar.

Finalizó con una risotada que erizó mi piel y temí al escuchar toda mi vida en los labios de un perfecto desconocido.
Otra vez aquel hombre se atrevió a tocar mi cuello, pero ahora me resistí.

Marianne Gaillard Durand —pronunció mi nombre en un francés tan perfecto que me hizo estremecer—, soy Si-hyuk.

Elevé mis ojos hacia los suyos y le dediqué un breve gesto de cabeza.

Est-ce que tu parles français? —me preguntó y entonces sentí el desprecio emerger de mis entrañas.

Bien sûr, ma mère c'est française. —(Por supuesto, mi madre es francesa), espeté, viéndolo de pies a cabeza.

Elle était française tu veux dire, elle est morte. —(Ella era francesa querrás decir, está muerta.)

Ante la diversión de su mirada, mi barbilla tembló. Bajé la mirada y con muchísima fuerza logré frenar mis lágrimas.

—Ya basta, ¿qué le estás diciendo? —intervino Jin—. Es su cumpleaños.

—Lo sé. Mari —indiferente se dirigió a mí—, je dois parler avec toi. —(Tengo que hablar contigo.)

Et pourquoi voulez-vous qu'ils ne nous comprennent pas? —(¿Y por qué quieres que no nos entiendan?)

Tu es intelligent, tu sais pourquoi. Suis-moi —(Eres inteligente, sabes por qué. Sígueme.)

Recordando las palabras de Tae, negué con la cabeza.

Je ne veux pas, je n'ai rien à dire, monsieur —(No quiero, no tengo nada que decir, señor.)

Asintió con parsimonia e introdujo las manos a los bolsillos en una actitud amenazadora.
Luego, fijó la vista largamente sobre mí.

—¿Qué está pasando? —presionó Jin.

Je ne vais pas te forcer, mais si tu les aimes un peu, tu viendras avec moi. —(No te voy a obligar, pero si los quieres un poco, vendrás conmigo.)

Les eché un rápido vistazo a todos, cada uno más asombrado que el anterior y me debatí por un prolongado instante.
Ninguno de ellos me había escuchado así antes, tampoco Jin. Y capté por primera vez la atención constante de Namjoon, pues cuando me puse de pie, su mirada me siguió.

—Qué falta de respeto que la hagas hablar en francés, Si-hyuk, no entendemos nada —protestó de nuevo Jin.

—¿Falta de respeto? —inquirió, agarrando mi brazo cuando estuve a su lado—. Eso es lo que sintió ella todos los días al llegar al país, pequeño Jin, ponte en su lugar un rato.

Su falsa modestia era repugnante. Fue muy brusco al arrastrarme fuera de la casa, e irónico que fuera yo misma quien se le acercó.
Forcejeé con su agarre, pero fue inútil. Sentía varios pasos aproximarse a la entrada, pero temí incluso de voltear.

Una vez en el jardín, me empujó dentro del asiento trasero de una camioneta y entonces me sentí desvanecer de temor.

Ocupé el instante que él tardó en llamar al conductor para mirar por la ventana y sorprenderme de ver a Yoongi tratando de sostener a un Jin que no se cansaba de llamarme, y a Hobi conteniendo las inestables insistencias de Jungkook por llegar a la camioneta.
Leía la impotencia en los ojos de todos. Sabía que este era el jefe, y no mucho podían hacer contra él.

Cuando lo sentí ubicarse a mi lado, el auto partió y dirigí mi última mirada suplicante al peliblanco.
Él asintió en mi dirección y no entendí qué quiso decir.

—Mírame —me llamó y volteé temblorosa—. Ah, qué alivio poder hablar inglés, el francés nunca ha sido mi fuerte.

—Pues se le da bastante bien.

—Tranquila —acarició mi mejilla y sentí náuseas—, solo vamos a dar un paseo y te regresaré con tus novios, ¿te parece?

—Son mis amigos —musité con cautela y él carcajeó tan fuerte que retumbaron las paredes de la Ford—, solo Jin es mi novio.

—A ellos los puedes engañar, pero a mí no —espetó con llamas brotando por sus ojos—. Son muy egocéntricos para creer que no los conocías. Yo sí te creo. Pero es raro como la mierda, y a lo único que me lleva a pensar es a que tu plan es hacerlos caer de donde están...

—Eso no es así —repliqué temblando.

—Oh, claro que no —dijo riendo—. ¡Desde luego que no! Por eso tengo una propuesta que a una mujer como tú le va a encantar.

Guardé silencio, temiendo absolutamente por todo, cuando lo vi agacharse y extraer un maletín desde abajo del asiento.
Con un solo movimiento lo abrió ante mí y me sudó todo el cuerpo al ver fajo, tras fajo, tras fajo de billetes, unos sobre otros, bien acomodados.

—Recibirás siete de estas —me informó, fijo en mi atónita expresión—. Cien millones por cada uno de los chicos. En total, setecientos millones de wones, preciosa, solo para ti.

Enmudecida escuché la cifra y me sentí reticente a su repugnante poder.
Vi los billetes agitarse suavemente con el aire acondicionado del vehículo, y sentí también su olor.

—La única condición —continuó, cerrando la maleta—, es que te vayas del país y firmes voluntariamente una orden de alejamiento que yo impondré hacia ti.

Mantuve mi silencio y él insistió con su ademán.

—Setecientos millones, Mari y todos tus problemas se acaban. Solo no tienes que volver a verlos y ya está, ¡es un regalo!

Solté todo el aire y negué con la cabeza lentamente.

—No, señor —declaré y sus gestos se endurecieron—. No sé quién cree que soy, per-

Un firme y sonoro golpe en mi mejilla me hizo callar. Me había abofeteado, y en su mirada se leía la intención de volverlo a hacer.

—A ver si eso te aclara la mente, mocosa —espetó con impaciencia—. Lo diré solo una vez más: Setecientos millones para ti, Bangtan para mí. Es sencillo, ¿lo entiendes?

Con un vigor que emergió desde mis entrañas, sabiendo que no saldría ilesa de eso, volví a negar con la cabeza y cerré los ojos, teniéndolos solo a ellos en mi mente.

—Ni por todo el dinero del mundo —musité y esta vez el golpe fue mucho más fuerte. Su mano ahora estaba empuñada, por lo que mordí mi mejilla y por una esquina de mi boca comencé a sangrar.

—¡Eres una serpiente! —exclamó tan cerca de mi cara que sentí gotitas de su saliva rociarme—. No tienes idea de todo lo que les ha costado alcanzar la cima. Pero está bien. Si tú no te quieres apartar... Army lo hará.

Efectuó el último golpe, seco y certero en la misma mejilla y esta vez se me escapó un quejido de dolor.
Llevé mi mano a mi rostro ardiendo.

—Señor —lo llamó el conductor, mirándome fríamente por el espejo retrovisor—, este auto está intervenido, señor, lo lamento mucho...

—¿Qué? —inquirió con violencia Si-hyuk—. ¡¿Qué?! ¿Me montaste en la maldita camioneta de Suga, tarado? ¿¡Cómo puedes ser tan imbécil!?

—Le juro que no me fijé, señor, se ve igual que...

—Devuélvete a la casa —ordenó—. ¡Ahora!

No entendí a lo que se refirió con intervenido, pero de algún modo me alivié al escuchar el apodo del peliblanco y el hecho de que volveríamos a la casa.
Solo quería que se terminara este maldito día para poder apartarme de este nivel de maldad.

Toqué mi boca para limpiar la sangre, pero de pronto, sentí la firme mano de Si-hyuk empuñar mi cabello por detrás y jalarme hacia él.

—No creas ni por un segundo que he terminado contigo, latina de mierda.

Me soltó y se alejó de mí como si le diera asco.
Yo me acerqué lo más posible a la ventana y supliqué en silencio que el conductor acelerara.

Apreté mi gesto con repulsión al oírlo dirigirse a mí con palabras soeces que no vale la pena repetir, y cuando al fin volvimos a entrar al terreno de los chicos, vi que todos ellos estaban en el porche aguardando.
Ya era bien entrada la noche, así que las luces amarillas de los faroles iluminaban sus ensombrecidos semblantes.

La camioneta entró tan rápido que solo alcanzaron a voltear al escucharla llegar. Apenas se detuvo, abrí la puerta, y de una patada en la espalda, caí de rodillas sobre el césped.

Sin tener fuerza para levantarme por el dolor que me provocó la zuela de su zapato, oí el vehículo alejarse a gran velocidad desde el suelo.

Jungkook, Jin y Jimin comenzaron a correr hacia mí, el último siendo ferozmente más rápido que los demás. Traté de incorporarme para no sentirme tan humillada, pero seguía sintiendo el estrago de aquella patada.

Jimin se arrodilló en el pasto mientras corría y su velocidad lo deslizó hasta quedar frente a mí.
Buscó mi rostro y vio la sangre de mi boca. Pasó su pulgar sobre ella y yo me aparté avergonzada.

—Por la mierda, Mari, por la mierda —se quejó y me rodeó con sus brazos para levantarme.

Dejé que así lo hiciera y aclaré mi garganta para frenar las lágrimas. Jin y Jungkook ya estaban a mi lado, al igual que todos los demás.

—Estoy bien —dije asintiendo y limpiando la tierra de mi pantalón.

—Por supuesto que no estás bien, ese bastardo te golpeó —espetó Tae, con un duro tono—. Te dije que no fueras con él, te lo dije ¿sí o no?

—Ya basta, claramente no le dejó opción —Jin apartó a Jimin y tomó mi rostro entre sus manos con demarcada melancolía y las cejas muy juntas—. ¿Qué te dijo, bebé? ¿Qué fue lo que pasó?

Observé las furiosas lágrimas acumuladas de Jungkook durante un momento, el semblante rígido de todos, y decidí no empeorar el asunto.

—Solo me dijo que más me valía ser buena amiga y los cuidara, se preocupa por ustedes —afirmé con toda la certeza que logré reunir y sonreí débilmente—. Fue algo rudo, pero eso es todo.

Jin parpadeó con lentitud y volteó a ver a los demás en un gesto que no pude descifrar.
Jungkook estiró una mano y puso un mechón de mi cabello detrás de mi oreja.
Todos guardaron silencio y yo también.

Vi a Namjoon con las manos en los bolsillos y la vista en el suelo. Era el que estaba más lejos de mí, pero aun así fue quien habló.

—Eso no es verdad —declaró en voz baja—. No seas mentirosa.

—Esa era mi camioneta —intervino Yoongi—. Cuando voy conduciendo a veces se me ocurren ideas para canciones, así que le instalé micrófonos.

Me quedé callada y sentí mis mejillas enrojecerse. Bajé la mirada y asentí, entendiendo lo que eso significaba.

—Oímos todo. Rechazaste setecientos millones —continuó de manera solemne—. Eres leal. Tienes todo mi respeto.

Volví a asentir, avergonzada y muda por alguna razón. Lamenté que hubieran escuchado.
Ese tal Si-hyuk los estaba protegiendo, aunque eso implicara mi maltrato.

Jimin entonces se me acercó, levantó mi mano y besó mi dorso con cuidado. Acarició con su pulgar mi piel y sus ojos se mantuvieron sobre los míos hasta que fue empujado.

—No hagas eso —sentenció Jin.

—¿O qué? —replicó Jimin, ya sin paciencia—. ¿Vas a golpearme? Adelante. Es lo único que sabes...

—¡Ya basta! —exclamó Yoongi y me sobresalté—. ¿Pueden mirarla un segundo? ¡Todos!, mírenla.

Una lágrima resbaló de mi ojo, pero de inmediato la limpié. No deseaba empeorar mi aspecto que ya de por sí era lamentable.

—¿A qué ha renunciado ella por nosotros? —continuó—... Y no pudimos darle un maldito buen cumpleaños. Esto ni siquiera es culpa de Si-hyuk, es culpa de ustedes por no saber ocultarla bien.

—Desde que se involucró con Jungkook ya es imposible ocultarla —observó Tae.

—Conociendo nuestro mundo, ustedes sabían que tarde o temprano algo como esto iba a pasarle —rebatió Yoongi—. Deberían haber sido inteligentes y alejarse de ella si tanto la querían.

Jimin soltó una lacónica carcajada, pero el peliblanco lo ignoró.

—Son unos egoístas —espetó con fervor—. Dicen protegerla de Army cuando en realidad debieron protegerla de ustedes.

Tanto Jungkook como Jin se hallaban con la vista gacha, penitentes. Jimin no soltaba mi mano. Tae estaba furioso. Hobi estaba acuclillado con la cabeza entre sus manos y Namjoon ahora no dejaba de mirarme. Conecté mis ojos con los de él y solo imaginé que quería que desapareciera.

—Tienes razón, Yoongi —afirmé con dificultad—. Siempre ha sido lo mejor para todos el que yo me vaya en realidad, y no los vuelva a...

—No —me interrumpió y se acercó a mi—. Ya no.

Tuve que mirarlo hacia arriba igual, pues su altura era muy similar a la de Jimin.
Su cara bordeaba la inexpresión. Tan fría que por un buen momento me pareció azul.
Sus ojos recorrieron el ardor de mi mejilla izquierda y se detuvieron sobre la herida de mi boca.

—Después de oír tu valentía, yo mismo no te dejaré partir.

Jin se tensó a mi lado, pero por primera vez observé su falta de vigor para intervenir.
Y yo sentí entonces un equilibrio tal que nunca creí obtener. Como si fuera lo más bello que alguna vez escuché decir.

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