Capítulo 32: 22
Narra Mari
Los años han pasado y por cierto que nada se siente igual. Sigo siendo muy joven, pero a veces creo que he vivido una eternidad.
Mi padre me llamó a medianoche y las lágrimas brotaron por si solas. Dijo que ya debería estar en el correo mi regalo y que lo más seguro era que estuviera en mi puerta por la mañana.
Jess me llamó minutos después quejándose de la línea ocupada, diciéndome lo mucho que me adoraba y que no podía creer lo vieja que estaba.
Me sorprendí relajada hablando en español con ella por más tiempo de lo esperado, y de reojo percibí la admiración de Jin.
Lo cierto es que a estas alturas del semestre apenas tenía tiempo de dormir, así que ni siquiera pensé en planear una celebración. Mi amiga tampoco lo mencionó, porque reprobó el examen de Sombras y ahora debía practicar el triple para pasar.
—Feliz cumpleaños, bebé —me dijo Jin, masajeando mi espalda detrás de la silla de mi escritorio—. Soy el más afortunado de poder pasarlo a tu lado.
Me quejé del dolor de espalda y solté una avergonzada risita, estirándome y haciendo sonar mis huesitos. Me levanté y me fundí en sus brazos.
—Y yo soy la más aburrida por estar estudiando —musité, enterrada en su chaqueta—. Gracias por esperarme.
—Concentrada te ves preciosa. —Me puse de puntillas para besar su mejilla y lo tomé de la mano para llevarlo a la terraza.
Se dejó caer en el sofá exterior mientras yo abría una botella de soju para al menos brindar en mi nuevo año. Jin dio unas palmaditas a su regazo para que me sentara sobre él y así lo hice.
Acarició mi adolorida espalda y la relajó al tocar los puntos correctos. Había estado repasando teoría toda la tarde al llegar de la universidad.
—Mari —me llamó y volteé haciendo un puchero. Ahora solo me llamaba así cuando iba a decirme algo serio—. Esto es en contra de mi voluntad, pero... Jimin insiste en que te lleve mañana.
Me acordé de él y no pude evitar sonreír. Me anegaron las ganas de cargar el teléfono negro y así permitir que me llamara, pero no quería perturbar a Jin.
—¿En serio? —indagué, sin ocultar la emoción de mi voz.
—No puedo asegurarte que Jungkook no esté, ni Namjoon tampoco, porque francamente no lo sé —añadió, como enumerando mis razones para no ir.
—No importa —respondí—, pero Tae y Hobi sí estarán, ¿verdad?
—Sí, supongo que sí.
—Muchas gracias, Jin —afirmé con suavidad—. Me gustaría ir.
Le serví un vasito de soju para relajar su ceño fruncido y se lo bebió. Dejó un beso en mi brazo y gruñó. Me dejó caer a su lado en el sofá para mirarlo mejor, ahora solo dejando mis piernas sobre las suyas.
—Cada vez me gusta menos que vayas para allá —confesó—. Sé que Jimin y tú son amigos, yo puedo entenderlo, pero...
—¿Pero...? —pregunté tras su prolongado silencio.
—Pero no sé si él lo entienda.
Me abstuve de contestar y extendí mí mano para acariciar su cabello.
—Eres preciosa, Mari —continuó cabizbajo—, realmente muy hermosa, lo sabes, y ellos también lo saben...
—Ni siquiera estamos allá y ya estás celoso —dije riendo, enternecida por su aflicción—. Confía en tus amigos, Jin.
Guardó silencio y apretó sus ojos un momento. Luego los abrió y los clavó en el suelo.
—Jungkook confió en mí.
—Sabes que esa es una historia muy distinta. —Aparté mi mano y él de inmediato la agarró—, sabes lo que él hizo. Si te...
—Solo estoy diciendo que conozco a los chicos. Soy hombre y los veo. Los he escuchado hablar de ti, Mari. He escuchado a Tae y a Jim- —se detuvo de pronto como si hubiera hablado demás y mi corazón golpeó mi pecho con tanta fuerza que me costó disimular.
—Si no vas a confiar en ellos entonces confía en mí —insté con obviedad—... Estás tratándome como si yo no estuviera enamorada de ti.
Giró su rostro y sus pupilas parecieron derretirse. Iba a hablar, pero no lo hizo. Su expresión se ablandaba y luego se endurecía, como si no se permitiera creerme.
—Nunca me había sentido de esta forma —continué—. A tu lado soy... la mujer más linda del mundo. Me siento a salvo contigo, Jin, y eso no lo cambiaría por nada.
—Yo siempre voy a cuidarte —susurró, acercándose para juntar su frente con la mía—, pero a veces siento como si fueras a escaparte.
—No iré a ningún lado —respondí, sin saber de dónde sacaba tales conclusiones—. Casi no pareces tú, ¿desde cuándo tan inseguro, Jin? —inquirí un tanto divertida.
—Desde el primer día que te vi, bebé —sentenció deslizando una mano bajo mis rodillas y con la otra envolviendo mi cintura—, no sé qué me hiciste.
Se levantó conmigo en brazos y entró conmigo al cuarto. Sin decir nada, besé su cuello con suavidad y no dejé de mirarlo aun cuando me dejó sobre la cama y se ubicó sobre mí.
—Hazme tuya entonces —musité bajo la disputa de sus ojos. Su mirada tuvo de pronto la misma voracidad que un salvaje incendio y fui consumida.
Nunca he llegado a saber qué fue lo que hice, ni lo que provoqué esa noche en su ser, pero esa noche fui única y exclusivamente de él.
🪐
Los chicos sabían mucho más de mí que yo de ellos, y eso nunca dejó de sorprenderme.
Bajé de la camioneta de Jin arreglando un poco mis zapatillas y de inmediato el aliento se esfumó de mi pecho. Hacía mucho frío, así que todo sería al interior de la casa central. La más grande.
Desde afuera ya se podía ver toda la parafernalia, pero cuando entré, simplemente no lo pude creer.
Todo era muy rosado, muy blanco, y había miles de frutas y flores por todos lados, desvaneciéndome con el aroma.
La mesa de centro parecía aún más grande, y había velas sobre ella.
Jimin estaba inflando un globo rosado cuando se giró al escucharme llegar. Lo soltó de su boca haciéndolo volar y abrió sus brazos.
Una enorme sonrisa se dibujó en mi rostro, y como si hubiera olvidado que Jin estaba detrás de mí, corrí en su dirección y salté.
Él me atrapó como si se tratara de un suave lift y tardó demasiado en bajarme.
—¡Feliz cumpleaños, enana! —gritó tan fuerte en mi oído que reí y me quejé de dolor—. ¿Por qué no enciendes tu celular? —inquirió ahora en un susurro mientras me deslizaba hacia abajo—, ¿acaso voy a tener que pasarte uno yo?
—Jimin, esto es maravilloso —dije apartándome de él, deslumbrada por el entorno—. ¿Tú hiciste todo?
—Sí —respondió con suficiencia.
—Mentira. —La dura voz de Hobi me hizo girar sobre mi eje—. Todos ayudamos. Hola, Mari.
La mirada que plasmó su rostro fue apacible, fácil.
Me sonrió de medio lado y también extendió sus brazos.
Tímidamente me acerqué a él y permití que me rodeara, sorprendiéndome por la firmeza de sus manos.
—¿En serio todos? —pregunté—. ¿Namjoon y Yoongi también?
—No, ellos no —contestó riendo—. Feliz cumpleaños —articuló en voz baja—, chica de las telas. ¿Cuánto cumples?
Me alejé de él y levanté los índice y medio de ambas manos. Los llevé cerca de mis ojos e hice una mueca que hizo reír a Jimin.
—¿Veintidós? —indagó Hobi con una ceja alzada—. No puede ser, eres un bebé.
—Silencio —dijo Jin, tomando mi mano y acercándome a él—. Es hora de que cenemos, no ha comido nada.
—Si estás acostumbrada al chef Jin ahora vas a decepcionarte.
Todos guardamos silencio cuando el peliblanco habló entrando al salón desde el exterior. Se quitó los zapatos igual que nosotros y tomó asiento junto a la mesa.
—Jimin fue el que cocinó —continuó—, así que estás advertida.
Su llegada fría e indiferente no me perturbó. En realidad, me agradó que muy a su manera quisiera estar presente, así que solo asentí en su dirección. Se llevó uvas a la boca y no me miró.
—Aquí, Mari —Jin me indicó que me acomodara en la cabecera de la mesa y me sonrojé al notar que sería el centro de atención toda la velada.
Él se sentó a mi derecha y con un gesto se dirigió a los garzones dispuestos junto a la encimera.
Dos de ellos se ubicaron frente a mí y me ofrecieron tres diferentes clases de vinos. Tras una breve mirada atisbé que eran de mi país y no contuve mi asombro.
Escogí uno cuyo nombre se me hizo familiar y en un parpadeo mi copa estaba lista.
—Muchas gracias —dije y luego me dirigí a Jin—: Muy buen gusto, señor.
Le sonreí complacida, y él solo tomó una de mis manos y besó el dorso con suavidad.
Jimin se sentó a su lado y Hobi a continuación. Tres pares de ojos estaban firmes sobre mí y miré a un ajeno Yoongi para hallar un poco de serenidad.
Entonces mi vista decayó hacia unos súbitos nudillos tensos deslizándose sobre una cajita en la mesa. Elevé los ojos y esperé encontrarme todo menos la presencia de Jungkook.
Conectó su apesadumbrada mirada con la mía y me sonrió sin alegría.
—Feliz cumpleaños, princesa.
Asentí y agradecí de manera cortés, tratando de pelear contra las ganas de abrazarlo.
—No la llames así —saltó Jin.
Jungkook lo ignoró y se dejó caer en el asiento junto a Yoongi, lejos de mí.
Su cabello estaba húmedo, su vista nublada y su mano derecha amoratada. Traté de no mirarlo por mucho tiempo, a pesar de que me carcomía la curiosidad.
—Tengan la decencia de no pelear en su cumpleaños —intervino Jimin—, gracias.
Llevé la copa a mis labios y degusté el sabor de mi tierra. Tuve que cerrar los ojos bajo el aroma y pude sentirme en casa por un instante.
—Sabe a éxito —comenté y Hobi se echó a reír.
—Jin estuvo semanas buscando estas botellas —dijo Yoongi, abriendo una para él.
—Sí, pero yo las encontré —replicó Hobi con suficiencia—. Qué bueno que te gusten, preciosa, fue un placer.
—¿Podemos detener los apodos por favor? —espetó Jin, batallando por conservar la calma—. ¿Por favor? —insistió—, gracias.
Solté una inevitable carcajada ante su tensa expresión y todos voltearon a verme. Cubrí mi boca con mi mano y agradecí cuando un garzón dejó un trozo de salmón con mucho arroz y especias frente a mí, y todos los demás.
—Mari.
La inconfundible voz de Tae me llamó y volteé como si una cuerda hubiera tirado de mí.
Vestía formal como siempre y ese tono de azul lo hacía parecer un príncipe.
Inclinó su cabeza y yo la mía. Se sentó frente a Jin, es decir, a mi lado. Fue extraño cómo pareció que ese sitio estaba esperándolo a él.
—Lamento la tardanza —articuló con voz grave—. Feliz cumpleaños.
—Qué bueno verte, Tae —respondí contenta—. Muchas gracias.
—No, ¡yo lamento la tardanza! —exclamó la mordaz voz de Namjoon y maldije para mis adentros cuando comenzaba a creer que esto era demasiado bueno para ser verdad.
Entró con camiseta y pantalones cortos. Se me iba la vista en su silueta y me odié. Su pelo castaño estaba más corto que la última vez que lo vi y me miró más fijamente de lo habitual.
Ocupó el otro extremo, la otra puta cabecera de mesa y me propuse no sentirme intimidada al tenerlo frente a mí todo el tiempo.
—Ahora que estamos todos hagamos un brindis por Mari —sugirió con desbordante ironía.
—Por mi bebé —espetó Jin, alzando su copa.
—No, no, no, por la enana —dijo Jimin, imitando su gesto.
—¡Por la chica de las telas! —exclamó Hobi.
—Por el arte —Tae se detuvo un momento al levantar su cristal—... y por la belleza.
Todos guardaron silencio, y aunque busqué sus ojos, no los encontré. Todo mi cuerpo se erizó bajo el tono de aquella última oración. Regresé mis ojos a Namjoon y entonces su expresión cambió.
—Por ti —dijo alzando fríamente su copa en mi dirección—. Felicidades, pequeña.
Todos llevaron la copa a sus labios y Namjoon bebió su contenido de un golpe.
Ese sobrenombre solo fomentaba mi desprecio hacia él. Sabía que lo decía para enfrentarme, a todas luces su cometido era burlarse, así que bebí y lo ignoré.
Hambrienta comencé a comer, cobijada por las bromas de Jimin y el buen humor de Tae.
Todos los temas trataban de mi corta de edad, no sé por qué pensaron que era mayor, Yoongi en especial.
A medida que avanzaba la cena, otra vez noté cómo las botellas se vaciaban muy rápido.
Jin tuvo que levantarse al baño y Jimin de inmediato tomó su lugar a mi lado. Carcajeé al verlo tastabillar y aún más cuando comenzó a tener problemas para servirse espumante.
Agarré la botella y yo lo hice. Él cubrió su rostro avergonzado y luego se dirigió a mí.
—Siempre bebo demasiado cuando estás aquí.
—¡No importa! —exclamé riendo a través de la música que hace rato había comenzado a sonar—. Es mi cumpleaños, está permitido.
A pesar del encendido cotilleo de los demás, de reojo vi cómo Jungkook fulminó con la mirada nuestra interacción, pero no le presté atención.
—Tu cumpleaños... —repitió feliz—. ¿Estás muy ebria para recibir tu regalo?
Puso esa mirada que siempre me dedica a propósito, así que puse mi mano sobre sus ojos y lo empujé divertida. Él solo carcajeó y se volvió a acercar a mí, expectante.
—A mí todo esto me parece más que suficiente —respondí—. Verte inflar globitos rosados fue fantástico.
—Oh, no, no. No es un regalo material.
Él entonces se removió en su asiento, nervioso y mojó sus labios antes de hablar. Yo ladeé un poco mi cabeza, confundida.
—Baila conmigo, Mari —dijo al fin y mi boca se entreabrió.
—¿Aquí? —pregunté sorprendida.
—No, en el techo —respondió riendo—. Por supuesto que aquí, enana. Ven.
Se puso de pie y me extendió una mano que acepté. Agradecí en mi fuero interno que ese día hiciera frío, porque me vestí con calzas y con ellas podía bailar tranquilamente.
Creí que nunca me lo pediría, pero la verdad ahora ningún momento me parecía mejor que este.
No quise voltear a ver si nos miraban, solo asumí que sí y me concentré. El sofá había sido removido, así que teníamos mucho espacio disponible.
—Hace años que no improviso —confesé en voz baja, aunque estábamos a metros de los demás.
Él levantó la mirada de su celular y comenzó a sonar una suave pieza de piano desde un estéreo que nunca supe dónde estaba.
—¿Con Jungkook nunca bailaste así? —susurró y yo negué con la cabeza. Él entonces agachó la mirada y dejó su teléfono a un lado—. Mejor no digo nada.
Cuando entendí por primera vez la esencia de la danza contemporánea, también entendí que debía aferrarme a algo que expresar.
Debía entrar en un personaje, y no yo, sino ella, habría de bailar.
Repitiendo su última frase en mi cabeza, cubrí con ambas manos mi boca y lo miré directo a los ojos.
Su expresión fue estoica, por un segundo imperturbable, y me alejé de él.
Bajé las manos, di media vuelta y comencé a caminar mirando mis pies.
Seguí las notas queriendo que viniera a mí. Y no pasaron más de tres tiempos hasta que sus brazos me detuvieron. Uno envolvió mi abdomen, el otro mi pecho. Acaricié mi mejilla con su dorso, cerré los ojos un momento y luego me aparté.
Bajo el dinamismo de un sensible cello, giré una vez sobre mi eje para de nuevo estar frente a él.
Pasé mi mano por su rostro en una caricia que no llegó a tocarlo realmente y él tomó mi muñeca.
Nuestros cuerpos comenzaron a amoldarse al encendido movimiento. Trasladamos el peso libremente y olvidé por completo el vino y todos mis tormentos.
Se dejó caer al suelo, versó sobre su cintura y yo lo recibí. Era como librar una constante batalla por mantener el control de nuestros pensamientos, pero cuando desde el piso me alzó en el aire, comprendí lo buen bailarín que era y me relevé.
Extendí mis brazos como si tuviera alas y me hice un ovillo cuando me dejó caer. Confié en que me atraparía y así fue.
Me dejó de pie y me empiné hacia adelante recogiendo una de mis piernas, mientras él retenía mi antebrazo con firmeza. Tiró de mí para acercarme a él, y sentí que todo empezaba otra vez.
Lográbamos posturas preciosas.
Formas y torsiones que solo llegué a hacer así de exactas con mi madre, y me provocó tanta nostalgia que no quise detenerme más.
Lo abrazaba y lo volvía a soltar. Él me envolvía y yo me volvía a apartar. El mundo no existía alrededor, y parecía que no lo hubiera hecho jamás.
Mi cuerpo y el suyo se reconocieron. Casi podíamos adivinar nuestro próximo movimiento.
Y ya al final lo hacíamos más lento. Mis calcetines resbalaban fáciles por la madera al girar y sus manos dirigían absolutamente todo mi accionar.
Cuando efectué mi última vuelta, le di la espalda y dejé caer hacia atrás mi cuello, aletargada. Su pecho me recibió, envolvió su mano con la mía y las levantamos junto a consumidos suspiros.
Trazamos en el aire un círculo imaginario que culminó en un medio abrazo, pues nuestras manos libres quedaron muy cerca, pero no se tocaron.
Me giré para verlo y ya nada era igual.
Nuestras respiraciones agitadas eran tan similares como una sola. Sonreí con timidez y le dediqué un breve gesto de cabeza.
—Gracias —articulé sobre la música—, Jimin.
Sus ojos subían y bajaban por mi rostro. Su expresión ahora era demasiado seria. Temí que no hubiera disfrutado como yo y reduje mi mirada.
—Lo siento si estuvo mal —hice una ligera mueca avergonzada—, como dije, hace años no...
Jimin respiró para hablarme, pero aplausos inundaron la estancia antes de que pudiera hacerlo. De todos modos, su ímpetu era débil y se volvió indescifrable por un prolongado momento.
Yoongi, Tae y Hobi palmeaban con energía, este último soltando incluso gritos de alegría.
Jungkook ahora tenía la vista perdida, Jin estaba de pie con presencia encendida, y la mirada de Tae ahora no la comprendía.
Caminé de vuelta hacia la mesa, sonrojada ante su exagerada ovación. Estaba cansada, así que tomé un breve sorbo de vino y me sentí mejor. Jimin aún se hallaba congelado, de pie en el salón.
—Eres asombrosa, Mari —me dijo Hobi—. ¿Hay acaso algo que hagas mal?
Iba a decir que cantar se me daba fatal, pero aún tenía la respiración agitada, y los ojos de todos sobre mí, no me ayudaban.
—Bueno, Jimin me...
—¿Cómo es que recibes primero un regalo de él y de mí no? —se quejó Jin, envolviendo mis hombros por detrás.
—Estabas en el baño —intervino Yoongi—. No me digas que ahora hay que esperar a su majestad para hacer cualquier cosa.
—Ven aquí —continuó Jin, ignorándolo.
Hizo que me pusiera de pie otra vez y entonces me percaté de que Namjoon ya no estaba ahí.
Se hallaba recargado contra la barra, bebiendo un licor marrón sin fin.
Su gigantesca espalda estaba tensa y solo se volteó cuando escuchó hablar a Jin.
Me llevó al exterior y sentí vértigo al escuchar cómo todos nos seguían. Jin dejó de protestar, resignado a que de todos modos lo harían.
Caminé descalza un momento a través de las flores del infinito jardín y pronto ingresé a otra parte de la casa. Jin de inmediato cubrió mis ojos con su mano y una estremecedora adrenalina me recorrió.
Escuché cómo se abría una puerta y de pronto su boca estuvo cerca de mi oído.
—Esto es para ti, bebé, solo para ti, espero que te guste.
Descubrió mi mirada y desde entonces lo que alguna vez me pareció especial, jamás volvió a ser igual.
Estaba dentro de un enorme salón de baile, una de las paredes era solo de espejo, la otra de ventanales con una perfecta vista al jardín trasero.
Y desde el techo pendían, no una, sino una docena de finas telas amarradas firmes y preciosas a las vigas. Todas en diferentes tonos de blanco y rosa. No lo pude creer, tuve que cerciorarme de que no soñaba y comencé a caminar entre ellas.
—Este salón es todo tuyo —continuó Jin, con el orgullo tiñendo su voz.
No podía siquiera contestarle. Imaginar algo así para mí no podía ser cierto. Pasé la mano por una de ellas y su calidad me abrumó. En silencio escuché llegar a los chicos y volteé para verlos sentarse en el piso del lugar.
Me costaba recuperar mi aliento, presa como siempre de mis sentimientos.
—¿Cómo es que esto es real? —pregunté a modo general.
—Eso es lo que debería preguntarte yo a ti —respondió Jin, ubicándose junto a los demás.
Me tomé un momento entre las telas, sumergiéndome en el ensueño de esta fantasía.
Todas sus miradas desbordaban de aquello que no estaban dispuestos a decir con palabras.
Entendí que esperaban a que las usara, y la verdad es que ahora no tenía ningún problema.
Estaban todos menos Namjoon, y eso hizo que me distendiera.
Giré un poco mis muñecas para prepararlas y arrullada por la suave música que aún sonaba desde el cuarto contiguo, de un salto subí.
Confirmando el deseo de lo que alguna vez solo quiso ser, sobre sus ojos me suspendí; sintiendo todo eso que, Dios mío, no debo sentir.
🪐
Narra Hobi
Ella se deslizó en nuestras vidas no queriendo hacerlo. Esa es la respuesta, esa es la razón.
Y debería hablar por mí, lo sé, maldición, pero conozco demasiado bien a mis amigos como para fingir que no está pasando esta situación.
Asciende por mi cuerpo un deseo intruso, un deseo que no se siente mío por su altísimo nivel de traición.
Al mayor, al menor.
En lo alto la veo girar, etérea y difusa en esa tela sobre la cual todos la vimos por primera vez en realidad, porque a pesar de que Jungkook lo niegue, yo sé que abrió sus ojos respecto a ella justo ahí, en ese lugar.
En todos mis extensos años como bailarín, me avergüenza decir que, a diferencia de Jimin, jamás aprecié este estilo como tal.
Siempre rodeado de gritos, cámaras y de mujeres que esperaban de mí todo lo que no les podía dar, jamás me pareció tan hermosa una chica, más que aquella que no es de aquí, y que tampoco conoce su lugar.
Serena, intensa. Se aferra y luego se deja caer, como si quisiera vivir y morir a la vez.
La forma en que sujeta su propio cuerpo, la forma en que solo confía en ella misma al hacerlo, guarda una melancolía tan bella que no me permite dejar de mirar.
Envuelve también su cuello, como ahogando los rastros de todo su pesar, como si de verdad creyera que nadie la va a rescatar.
Su cuerpo es el de una muñeca. Firme, constante, perfecta.
No debería venir más, por favor que no vuelva jamás. Siempre ha tenido toda la razón al querer escapar, pues cada vez que regresa, todos caemos por ella un poco más.
Tras echarnos a todos una rápida mirada, Jungkook se retiró como si se fuera a desmayar, y junto a su partida, Namjoon llegó.
Estaba más ebrio que nunca. Sus ojeras se habían tornado rojas y miró a Mari solo a través del cristal, muy lejos, sin aceptar que también quería entrar.
De un momento a otro, sacudió la cabeza y se alejó. Entonces yo me alivié, ya que si él la llegase a desear, aunque fuera solo por un fugaz instante, ninguno de nosotros tendría la más mínima oportunidad, nunca más.
Somos tan toscos, tan bruscos.
Enterrados bajo una fama que la asusta y la maltrata por buscar su propia felicidad, como si fuera culpable por hacerlo, como si ellos no fuesen a actuar igual.
No merece esto. No la merecemos a ella y esa es la única verdad.
Miro a mi lado y Jimin ni siquiera repara en cerrar su boca. Él es el más perdido de todos nosotros, lo puedo sentir, y no lo culpo ni lo provoco. Porque no sabe llegar a ella y... maldita sea, yo tampoco.
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