
Capítulo 29: Jin
Solo consideré eso como una nueva despedida, esta vez un poco más fraternal debido a nuestra estima. Pero estaba muy equivocada.
Me zafé de él como si tuviera jabón en sus brazos, pero antes de que pudiera dar un solo paso, me lo volvió a impedir.
Sin soltarme, sacó su teléfono y comenzó a tipear.
—Jin.
La voz de Hobi no era un llamado, sino una cautelosa advertencia.
—Me iré con ella —sentenció y guardó el celular—. Me llevaré una de las camionetas. Si tienen algún problema hablen con Nam.
—N-no. —Jungkook logró articular ese monosílabo con mucha dificultad a través de la sangre en su boca. Trató de erguirse, pero no lo consiguió—. ¡No!
—¿No qué? —espetó Jin, acercándose a él—. ¿Quieres un golpe más antes de que me vaya?
—Ya basta —supliqué con la poca fuerza que logré reunir.
Aprovechando su distracción, salí por la puerta lateral y sin calcular mucho el rumbo comencé a caminar. Estaba mareada y hace rato que no me abandonaban las ganas de vomitar.
Traté con todas mis fuerzas de poner mi mente en blanco, porque si me ponía a pensar, temía que me fuera a desmayar.
—Mari, espera —me llamó Jin, pero no volteé—. ¡Mari!
Ya me estaba estresando oír tantas veces mi nombre. Sus pasos corrieron hacia mí hasta que se puso por delante, y sin titubear me abrazó.
Su agarre fue como un cálido analgésico. Inhalé su perfume y pude dejar salir el llanto que tanto me apremiaba al interior.
No podía creer que esto estuviera pasando, ni que algo tan intenso tuviera un final así de abrupto.
—Te llevaré a tu casa, ¿de acuerdo? Te sacaré de aquí —separó mi cuerpo del suyo y vi que había manchado su camisa con mis lágrimas. Levantó mi mentón con su mano, escrutó mi mirada y luego negó con la cabeza—. Baboso —espetó para sí.
Dejé que me guiara hasta una camioneta.
Él tuvo que ponerme el cinturón porque los espasmos de mis sollozos ni siquiera me permitían ver bien.
Cuando se subió, cerró de un portazo y arrancó.
—Tienes claro que no lo sabíamos, ¿verdad? —No contesté—. Mari, los chicos y yo fuimos a jugar golf y él se quedó.
Apoyé mi codo en el marco de la ventanilla para sostener mi cabeza, sin poder sacarme de ella la imagen que vi. Apreté los ojos como si eso la enviara lejos, pero solo se hacía más nítida.
Esa voz chillona diciendo que era su novia, la forma en que lo acariciaba y ese apodo soso denostaba sin duda que no era la primera vez que lo llamaba así.
—Gracias a Dios Jimin me trajo —susurré.
—Te habrías enterado igual, yo no iba a permitir algo así con...
—No sería la primera vez.
Jin guardó silencio y asintió, reduciendo la velocidad.
—Sé que estás herida, pero es cierto. Por algo nos mintió a nosotros también —insistió con suavidad—. Tranquila, Mari. Escucha, voy a llegar a prepararte el café que te gusta, ¿qué te parece? Puedo pedir que lo lleven y...
—¿Siquiera sabes dónde vivo? —inquirí, reticente.
—Todos lo sabemos —respondió—. Nuestra seguridad nos mantiene al tanto. No te abrumes.
Recordé que con la prisa tampoco me había detenido a pensar cómo es que me había encontrado Jimin, y me estremecí, sin tener idea de qué había en realidad detrás de todos ellos.
Quise indagar, pero no tenía cabeza para nada.
Me enfoqué en distraerme con las calles y las personas... Vaya personas, con una vida normal y quizás serena, a diferencia de mí.
Sabía que no era la primera ni la última mujer en el mundo a la que le eran infiel, pero en ese momento se sintió así.
Cerré los ojos el resto del trayecto, concentrándome solo en regular mi aliento.
—¿Qué puedo hacer para que te sientas mejor? —me preguntó Jin, deteniéndose justo frente a mi departamento.
—Muchas gracias por traerme —contesté desabrochando el cinturón, sin tener realmente la respuesta a su pregunta.
—Me sentiría más tranquilo si te dejo en la puerta.
—Está bien.
Cubrió su cabeza con una gorra y cuando se alejó la última persona por la acera, bajé del auto y él me siguió.
Subí las escaleras evitando la entrometida mirada del conserje y respiré hondo cuando estuve frente a mi puerta. Introduje la llave y la abrí.
Ragnar llegó a recibirme como siempre y miró con curiosidad a Jin.
Contarle a Jess de momento no era una opción; me regañaría con severos "te lo dije" que aún no estaba dispuesta a enfrentar.
La verdad me daba miedo abandonarme a mi propia mente. Sabía que el dolor sería insoportable sin nadie alrededor, y sus cosas en mi cuarto ahora me provocaban un rechazo atroz.
Me giré titubeando y lo miré.
—¿Podrías quedarte un rato? —pregunté con timidez.
Él asintió con solemnidad y lentamente entró.
De pronto, mi estómago dio un vuelco al asimilar que alguien como él ahora estaba en mi espacio personal. Cerré la puerta y me dio vergüenza que examinara con detenimiento todo el lugar.
—Bueno... aquí es donde vivo —articulé con pudor.
Agradecí haber ordenado antes de la sorpresa de Jimin. Todo se hallaba más o menos en perfecto estado, excepto por algunos libros en mi sofá con los que había estado estudiando.
Me acerqué para recogerlos.
—Lamento que tengas que estar aquí. —Tuve que decir—. Sé que es muy pequeño.
—¿Pequeño? —repitió con diversión—. Esto es gigante para Seúl, Mari, y es adorable. Tienes terraza y flores muy bonitas.
Le sonreí sin ánimos y llevé los libros a mi cuarto.
Mi cama estaba tendida, pero la náusea regresó en cuanto vi el bolso de Jungkook abierto, y sus cosas esparcidas.
Respiré hondo y con mucha velocidad agarré sus dos perfumes, su cepillo de dientes, unos cuantos pinceles y metí toda la ropa esparcida de cualquier manera dentro del equipaje.
El doloroso recuerdo de nuestras veladas más hermosas me invadió y me sentí muy débil. No tuve la fuerza necesaria para cerrar el bolso, pero ya no faltaba nada. Quería volver a llorar, pero tuve esa desgarradora sensación de ya no tener más lágrimas.
Regresé con gesto abatido a la sala de estar, y solo hallé cierta luz cuando vi a Jin inclinado tocando la nariz de mi gatito.
—¿Cómo se llama? —indagó al verme llegar.
—Ragnar.
—Ragnar, me encanta tu nombre —le habló con suavidad y sonreí. Luego tomé aire y tragué con fuerza antes de pedirle el favor.
—Jin, ¿crees que puedas... —titubeé señalando mi cuarto con mi pulgar—, las cosas de...
—Yo me encargo.
Pasó por mi lado y tocó mi barbilla antes de ingresar. Sentí como si una electricidad se mantuviera en mi cuerpo luego de eso, y me dirigí al balcón solo para evitar ver cómo sacaba todo.
No pasaron más de diez minutos cuando alguien llamó a la puerta. Jin le entregó a uno de sus guardaespaldas aquel bolso, habló en coreano de forma golpeada y después cerró.
Volví a entrar con cautela y de inmediato se dirigió a mí.
—Ya está, Mari —anunció y sentí una extraña mezcla entre melancolía y conformidad—. Habrá alguien de punto fijo en tu puerta, así nadie que tú no quieras podrá pasar.
—Está bien —asentí, abrumada.
—Mira lo que llegó. —En su mano tenía una pequeña caja que agitó, sonriente—. Es el café que te gusta. ¿Quieres uno?
Le sonreí de vuelta y asentí. Me ayudaría a estar menos aletargada.
—Sería genial, muchas gracias, Jin.
Entré al baño de invitados a lavarme la cara.
Había sido buena idea pedirle que no se fuera tan pronto, pues de a poco la presión en mi pecho se alivianaba y me permitía respirar mejor.
Regresé y me quité las zapatillas. Me senté en el sofá y encendí la televisión bajita para distraerme mientras veía a Jin ocupado en la cocina.
El olor a ese café al instante suprimió mis náuseas y de nuevo morí por probarlo.
—Ten cuidado, está caliente —me indicó, acercándose a mí con una taza—. Sopla.
Así lo hice y di el primer sorbo cerrando los ojos. Era un fascinante sabor a vainilla, muy dulce y al tragar dejaba una sensación de profunda amargura.
—Me encanta —susurré y lo vi sentarse a mi lado.
—Tienes buen gusto, todos odian esta marca.
Descansó sus manos en su regazo y reparé entonces en las heridas de sus nudillos.
Traté con todas mis fuerzas de olvidar la violenta situación, pero ver eso no me ayudaba.
—Tu mano.
—No es nada —dijo abriendo y cerrando su puño—. En un par de días ya estará mejor.
Mientras hablaba me puse de pie y en el baño empapé un grueso disco de algodón. Agarré un sobre de banditas y volví junto a él.
—Oh, no, no es necesario, en serio.
Haciendo caso omiso agarré su enorme mano y comencé a retirar los excesos de su dorso.
Siempre me ha fastidiado la sangre, y por eso no podía verla tampoco.
Sentí la mirada de Jin en mi semblante concentrado y me sonrojé. Acabé de limpiar todo y con cuidado puse pequeñas banditas circulares sobre sus cortes.
Cuando terminé, lo solté y no me atreví a verlo a los ojos. Ya comenzaba a embargarme una vertiginosa sensación teniéndolo tan cerca de mí y no era oportuna.
—Gracias —me dijo y de nuevo le dio un toque a mi barbilla.
Asentí y me acomodé a su lado con la taza en mi poder. Recargué mi espalda en el sofá y él abrió su brazo para acomodarlo, sin tocarme, detrás de mí.
Era un gesto tan común y natural, pero viniendo de él, me ponía muy nerviosa.
Temí que lo adivinara por el color de mis mejillas, así que las oculté con mi cabello y le di otro sorbo a mi café.
—¿Cómo te sientes?
Sentí sus ojos en mi perfil y fingí ver la televisión.
Sabía que lo decía para corroborarlo antes de irse. No quería que lo hiciera, pero de ninguna manera iba a detenerlo.
—Mejor. Muchas gracias por haberme acompañado.
Soltó una risa y luego negó con la cabeza.
—No me iré hasta que tú me lo pidas —sentenció y sentí por un momento que mi corazón se detenía. Clavé mi avergonzada vista en la espuma del café y luego cerré los ojos.
Percibí que sutilmente acortó nuestra distancia en el sofá y luego deslizó su mano por mi cabello para apartarlo.
—Es horrible verte triste, Mari —soltó de pronto—. Es de los sentimientos más horribles que he tenido y creo que pudiste notarlo.
—Te agradezco que hayas defendido mi honor, Jin —respondí en voz baja—. Para mí también fue horrible verte así de enojado.
—Lo sé y lo lamento —afirmó—, pero por supuesto que estaba enojado. Él nunca supo quién estaba a su lado y ya me tenía harto.
Asentí, sabiendo que tenía razón.
Razón que no había visto así de inmaculada hasta ese minuto. Una nueva oleada de dolor me invadió y llevé una mano a mi rostro para frenar mis lágrimas.
—Voy a dejar de hablar de eso ahora, perdón —se apresuró a decir—. Ya, Mari.
Sollocé sintiendo el vértigo de una montaña rusa sin seguridad embargarme gradualmente. Perdí otra vez el aliento y agarré mi frente.
—Me caigo, Jin —susurré bajo mi llanto—. Siento que me estoy cayendo.
—Y yo te atrapo —urgió con suavidad—, ¿recuerdas? Yo te atrapo.
La calidez de sus grandes brazos me envolvió y me sentí atrapada, tal como dijo.
Sus palabras eran una vez más el consuelo que necesitaba escuchar. Recobré el aliento junto a la calma de su pecho y acarició mi espalda con cuidado.
—Siempre —continuó su voz con grave retumbo—, ¿oíste?
Me aparté un poco de él y enjugué mis lágrimas. Volví a recargarme hacia atrás y acerqué una rodilla a mi pecho, como para sostenerme a mí misma. Ahora su brazo no tenía miedo de rodearme directamente y estrecharme contra él.
—Siempre eres tan bueno conmigo... —susurré sobre mi café.
—Puedo ser mejor.
Mis piernas se contrajeron por los nervios.
Era embriagante oír eso con tal nivel de certeza.
Giró un poco su rostro, dejándolo a una cercanía peligrosa del mío. Sus ojos ahora eran diferentes y no dejaban espacio de mi silueta sin recorrer.
Aún sentado junto a mí, seguía siendo tan alto como si estuviera en un pedestal.
Sintiendo el sabor del café mezclarse con el nudo de mi sufrimiento, mordí mi labio para callarme de una respuesta de la que luego podría arrepentirme.
Su hermosa presencia se me hizo tan imponente como siempre, así que no me sorprendí cuando se acercó a depositar un suave beso en mi mejilla y sentí la humedad de mi rostro recibirlo.
Sus ojos examinaron mis pupilas anegadas con deleite. Como si fuera exactamente lo que quería, como si lo hubiera estado esperando.
Con la pizca de cordura que me quedaba, alejé un poco mi rostro, resistiéndome.
Sin embargo, la fragilidad de mi ímpetu no me permitía sofocar aquella flamante y antigua tentación.
—Déjame hacerlo —una súplica que detrás de su suavidad se volvía una orden—. Déjame besarte.
Su voz grave así de cerca fue mi pase libre hacia la insanidad. Hipnotizada por el sombrío deseo impreso en su mirada, y la ardiente herida de mis entrañas, me abandoné a él y besó mis labios bajo el manto de una infundada traición.
Me envolvió un culposo placer al sentir que me había ganado esto, que lo merecía después de tantas veces suprimirlo de mi mente.
Sus movimientos desbordaban calma y profundidad. Lo hacía tan despacio, como si estuviera memorizando muy bien cada movimiento de mi boca.
No me había dado cuenta de lo húmeda que estaba hasta que me acomodé para que me abrazara mejor.
Su mano tomó la taza de café que tenía entre las mías y la dejó sobre la mesita sin apartarse de mí. Un sonido pegajoso emergió de nuestro beso y me hizo jadear sin poder evitarlo.
Jin respiró hondo y movió su lengua una vez de forma agresiva. Luego, volvió a ser suave.
Sujetó mi rostro con su mano libre y con la otra envolvió aún más mis hombros como si no me quisiera dejar ir, y por favor que no lo hiciera jamás.
Concedí su demanda por mi cercanía, y entonces se alejó un momento para mirarme, tomar aire entre sus dientes y volver a besarme, ahora con más fuerza.
Bajó su mano de mi rostro y apretó mi cintura. Nunca me había sentido tan femenina. Todo en él era muy certero, imponente.
Me levantó sin esfuerzo y me ubicó sobre sus piernas. Era hermoso el contraste de su grandeza con mi pequeñez, y casi no podía creer que esto estuviera realmente pasando.
Mis manos fueron libres de desordenar su espeso cabello con cierta desesperación, y mis caderas comenzaron a moverse sobre su pantalón.
No fue mi intención, mi cuerpo solo comenzó a seguir el vaivén de mi boca.
Jin gruñó, y tras él yo también, pues fue tan lascivo de oír como lo era el ritmo que estaba tomando su respiración.
Acaricié un rincón de su comisura y estaba tan mojada que explicaba el sonido sediento que no dejaban de emitir nuestros labios.
Entonces, él tomó mis manos y las inmovilizó detrás de mí. Las apretó sobre mi trasero de tal manera que, en cuanto se alejó para ver mi expresión, desde mi centro emergió un gemido que no reconocí.
—Shh —me indicó lentamente—. Todavía no grites, preciosa.
Obedecí cómo si hubiera olvidado para siempre mi propia voluntad y mordí mis labios para contenerme cuando sentí su lengua deslizarse muy mojada sobre la curva de mi cuello, y luego morder suavemente mi piel.
—Jin.
Mi susurro lo hizo escrutar con un indecible deseo mi rostro. Con mis piernas a cada lado de las suyas, deslizó su mano libre por mi vestido para jugar un momento con su borde, hasta que sus dedos conocieron la suavidad interna de mis piernas, y se abrieron camino hacia su objetivo.
Logré contener un grito, pero cuando su decidida maniobra se encontró con mi centro, aquel sofoco se transformó en un grave gemido que no pude controlar. Mi braga estaba empapada. Su mano apenas la rozó y yo ya estaba apretando sus caderas con mis rodillas.
—¿Más? —preguntó.
—S-sí.
Dos de sus dedos hicieron a un lado la tela y comenzaron a frotar mi delicada piel en una resbalosa onda que rogaba al cielo no se detuviera jamás. Liberó mis manos para agarrar mi rostro y besarme, y yo de inmediato apreté su camiseta para contenerme.
Una inoportuna lágrima resbaló por la esquina de mi ojo cuando dejé caer mi cabeza hacia atrás, aletargada de excitación.
—¿Te gusta que yo te cuide?
De forma tenebrosamente asertiva, enunció el origen de mi secreta fantasía con él.
Erguí mi cabeza y lo miré.
—¿Te gusta que yo sea quien lo haga? —insistió gravemente y emití un sonido de afirmación—. Nadie más te merece, preciosa.
Junté mis cejas con urgente deseo bajo su mirada, aferrándome a mi propio pecho y asentí.
—Eres solo una niña —sentenció dejando de frotarme y apretando su pelvis contra mí—. ¿O prefieres ser mi bebé? —indagó, depositando otro mojado beso sobre mis labios—. Solo tienes que pedirlo. Pídemelo.
El tono de aquella orden me derribó por completo. Me imaginé poniéndome de rodillas solo para complacer su pedido. Y lo hubiera hecho, de no ser por la firmeza con la que me tenía sobre él.
—Hace tiempo quería que lo hicieras —confesé entre jadeos—. Tardaste demasiado.
Su mano se encargó de derribar la barrera que contenía a su ser, mojó sus dedos con saliva y me preparó.
—Sí, bebé, lo siento tanto.
—Ay, Jin, no me llames así que me voy a correr ahora —grité y comprimí mis piernas.
—No, no —me ordenó, deteniendo todos sus movimientos—. Todavía no te vas a correr.
—Tienes demasiado poder...
—Sí. —Frotó su cúspide contra mi expuesta feminidad, y me estremecí ante el recorrido que haría dentro de mí—. Te gusta que todos me obedezcan.
—S-sí —bajo la autoridad excitada de su voz, resolví que hace tiempo venía leyendo mis pensamientos—. Sí, Jin.
—A mí también me gusta tu poder —articuló con grave retumbo—. Sobre todo el que tienes sobre mí.
Mis piernas prensaron a las suyas al sentir que sus ojos me penetraron primero que él. Atrapó mi grito con su boca cuando me embistió en profundidad.
Se retiró solo para volver a entrar, y luego emitió un sonido gutural.
Me presionó para aumentar la frecuencia de la resbalosa unión, y envolví mis brazos en su cuello cuando me levantó para recostarme sobre el sofá.
Volvió a deslizarse lentamente dentro de mí y mordí sus abultados labios, como si así pudiera sentir para siempre su sabor.
Su boca se me hizo fácil de recorrer de esa forma, y comencé a mecerme suavemente debajo de él, deslizando mis uñas por su camisa.
El que ambos no hayamos podido siquiera esperar a desvestirnos, le agregaba una nota extra de erotismo a la situación.
Su mirada comenzó a perder fuerza, pero sus manos se volvieron aún más firmes alrededor de mi cintura, sin permitir que me moviera demasiado.
—Oh, Mari —se quejó, ahora de un modo más intenso—. Estoy fantaseando de nuevo.
—No lo estás —gimoteé—. No pares.
En medio de mi agitada respiración, de pronto una de sus manos se cerró alrededor de mi cuello, y con su pulgar y medio, me apretó. Solo lo hizo hasta cierto nivel y me derrumbó.
La leve falta de aire me llevó al límite, y no tardé en notar cómo se aproximaba la inevitable explosión de mi placer.
Entre suspiros cortados, me sentí flotar en el aire cuando me cambió de posición y otra vez quedé sobre él. No esperé ni un segundo para comenzar a deslizarme encima de su figura a punto de colapsar.
Su miembro se sentía casi tan alto como él, y se me escaparon sollozos ante tal insoportable estímulo.
Su mirada estaba clavada en mi entrepierna, siseando al ver la fricción.
Y justo cuando comenzó a frotarme de forma simultánea a mi movimiento, lágrimas de placer se deslizaron rápidas por mis mejillas y se mezclaron con el perfumado sudor de mi cuerpo.
Jin ahora observaba mi rostro con fiereza e indecible fascinación.
—Todo va a estar bien, bebé, estás conmigo ahora —sentenció bajo un tono tan varonil y protector que me hizo gemir como una niña—. Ven aquí —subió sus dedos y los introdujo tan lento dentro de mi boca que no supe qué hacer, más que envolverlos—. Eso, así.
El pudor y la cordura me habían abandonado hace rato. Ahora estaba poseída por la espléndida tensión concentrada en mi intimidad que no tardaba en estallar.
Devoré con ahínco la dulzura de su mano, imaginando una y mil barbaridades.
El delicioso ruido que emitía mi lubricada piel se volvió más rápido, y sus jadeos sonaban ya muy marcados cuando sentí la ola de espasmos embargarme e impedirme dominar mis movimientos para nada más que cerrar los ojos.
Me entregué a lo involuntario de mi cuerpo sobre él y sentí una presión profunda que me hizo soltar grititos muy agudos.
—No sabes lo hermosa que eres, Mari, voy a...
Jin dejó caer su cabeza hacia atrás, siendo presa de aquel clímax que a mí ya me había visitado.
El volumen de sus gritos se ahogó. Vi su expresión y me pareció no querer dejar de verla nunca más. Apretó mi cintura con sus brazos y no tardé en sentir cómo bañaba por completo mi interior.
No nos habíamos cuidado, y no podía importarme menos.
Cuando su extensa descarga cesó, no demostró ningún interés en apartarse de mí. En lugar de eso, solo alzó su mentón, reclamando un beso que concedí en profundidad.
No me arrepentía de nada, ni por un segundo.
Me sentía completamente a salvo de un modo nuevo, ahora de un modo real.
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