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Capítulo 26: Verdad

Los siguientes días Jungkook no hizo más que tratar de sumar puntos conmigo.
Para ser honesta, se sintió bastante bien, y me hizo recordar todo lo que sentí con él cuando era más ingenua y no entendía cómo funcionaba su mente.

No volvió a irse de mi departamento, y en varias de esas noches nos quedamos hablando hasta la madrugada.

Tras el arrepentimiento y la sinceridad de sus ojos, pude ser capaz de romper un poco la capa de hielo que se había formado en mi corazón y comprender a duras penas que las cosas pueden cambiar.

Cada pequeña demostración de mi afecto se volvía una explosión de felicidad en el rostro de Jungkook.
Me cocinó todo el tiempo cosas deliciosas y me hizo reír mientras me ayudaba a repasar mis apuntes.

Cuando asistimos a clases juntos, Jess y Nico suprimieron todo tipo de contacto con él.
Siendo mis amigos dijeron que, si yo estaba feliz, ellos también, pero su opinión al respecto no cambió.

Jess, como una madre, trató de convencerme de que él no era un buen partido, y yo como una hija le dije todo lo contrario.
Aunque sin creérmelo demasiado.

Aquello obligó a Jungkook a ausentarse durante los almuerzos o simplemente a guardar silencio si quería acompañarme estando con ellos.

Mi lado racional agradeció que al menos ningún rumor se esparciera y que nuestra situación pública se mantuviera intacta.

El viernes entregamos nuestro trabajo hiperrealista que Jungkook fue a buscar a su casa.
El maestro dijo que tendría la calificación la próxima semana, pero estábamos bastante confiados.

Ese mismo día, por la noche, Jungkook se hallaba a mi lado dormido profundamente, y yo no podía pegar un ojo.

Estaba particularmente ansiosa, y mi mente aún se cuestionaba por haberle hecho caso a mi felicidad.

Suavemente saqué el brazo de Jungkook de mi cintura, me senté sobre mi almohada y apoyé mi cabeza en la pared.
Verlo a mi lado me embargó de tranquilidad. Su cuerpo semidesnudo se veía mágico bajo el tenue halo de luz lunar.

Para acunar mi desvelo, tomé el control de la televisión. Estaba a punto de encenderla bajito, cuando la vibración del teléfono negro inició.

Me puse muy tensa y de inmediato me levanté sin hacer ruido. Tomé el aparato para que dejara de vibrar sobre el escritorio, pero en él solo vi una ensalada de números.
Por la hora asumí que debía ser un error.

Con el teléfono en mi mano, caminé descalza y en puntillas hacia el balcón, y observé la llamada entrante hasta que desapareció.
Confundida, lo dejé sobre la mesita de la terraza y me senté en la silla, acercando una rodilla a mi pecho.

Era una noche calurosa, y la ciudad en silencio se veía preciosa.
Troné los huesitos de mis manos, y el teléfono comenzó a vibrar de nuevo.
Eran los mismos números. No entiendo quién puede insistir a esta hora.

En voz muy baja contesté.

—¿Hola?

Solo hubo silencio por la línea.
Despegué el teléfono de mi mejilla, pero la llamada no se había cortado. Tomé aire para insistir, pero preferí quedarme callada.

—Hola.

Dijo por fin y comprendí por qué los números se me hacían vagamente familiares.

—Son las dos de la mañana, Jimin —susurré, sintiendo mis manos temblar de la impresión.

—Lo sé, discúlpame —habló bajito y su voz se volvió tan grave que me estremecí—. Mari, no puedo dormir.

Guardé silencio, pues no sabía qué quería que hiciera al respecto.
Yo tampoco podía y ahora menos.

—Estos últimos días la verdad... no he podido dormir muy bien —continuó—. Me siento la peor persona después lo que pasó y... —suspiró—, espero que no lo tomes mal, pero tú cara, Mari... No puedo sacarla de mi mente.

—¿Mi cara? —indagué en un hilo de voz.

—La que pusiste cuando... ya sabes —volvió a suspirar—. Yo sí sabía, Mari, pero entendí que todo había cambiado cuando te presentó oficialmente. Entonces opté por... no decir esa parte de la historia, si no iba a cambiar nada.

—Esa parte de la historia fue la razón por la cual los conocí. Lo cambia todo —señalé—. Pero en el fondo lo sabía. Nunca tuvo sentido que yo llegara a ustedes sin un motivo... como ese.

—Te prometo que no somos así... Yo no soy así —corrigió—. Y habrías llegado a nosotros de todas formas, créeme.

—¿Cómo, Jimin? —urgí un tanto molesta—. Es imposible.

—Yo te... —hizo una pausa—. Vamos... no me hagas decirlo.

Me congelé ante su sinceridad y traté de no malinterpretarla.
Aclaré mi garganta y me aferré a la primera idea.

—Yo la verdad creí que tú me... que tú eras la clase de persona que me advertiría.

—No quería verte sufrir. No era algo fácil de decir y Tae fue demasiado cruel.

—Tae lo único que hizo fue ordenar el caos de mi mente.

—Me enojé mucho con él ese día —confesó—. Pero después entendí que... era justo que lo supieras y que luego de eso decidieras si quieres volver a vernos o no.

—¿Volver a verlos? —ahogué una risa—. Jimin...

—Escucha, antes de que sigas quiero limpiar el camino —se detuvo un momento—. Ahora entiendo que... yo fui quien debió decírtelo, Mari, y me arrepiento mucho de no haberlo hecho. Te pido que me perdones.

Con esa última frase sentí que ambos nos hallábamos igual de decepcionados.
Él era quien más me agradaba y él lo sabía.

—Está bien —respondí con suavidad—. Pero es justo que sepas que no volveré, Jimin.

—Sé que quizás no debe importarte para nada, pero... —Aclaró su garganta—, mañana es mi cumpleaños. Lo voy a celebrar aquí.

Dejé salir todo el aire en una risa nasal.

—No puedo creer que me estés manipulando de esta manera.

—Solo es la verdad, no te estoy manipulando.

—¿Ah, no?

—Bueno sí, un poco —confesó divertido—. Me gustaría mucho que vinieras.

Guardé silencio y pasé una mano por mi cabello para despejar mis pensamientos. La tenue hipnosis a la que me indujo su voz no ayudaba para nada.

—No te tengo regalo —articulé por decir algo.

—Que me perdones sería genial.

—Ya te dije que sí. —No controlé el volumen de mi risa y tapé mi boca, descubriendo que estaba sonrojada.

—Mejor dímelo aquí.

Solté otra risita y no respondí solo para no decirle que no otra vez.
Se hizo un agradable silencio que me permitió oír su respiración ligeramente agitada.

—¿Estás sola? —indagó de pronto, con otro tono.

—Estoy en la terraza.

—¿Dónde está Jungkook?

—Durmiendo —susurré y lo hice reír—. Yo soy la desvelada.

—¿Y por qué no está despierto contigo? —chasqueó la lengua—. Ese niño tiene mucho que aprender todavía.

—¿De ti? —pregunté y de inmediato me arrepentí.

—Sí —respondió y me sentí morir—. ¿Tú por qué no puedes dormir?

—Supongo que tengo mucho en mi cabeza —suspiré—, y últimamente no sé muy bien qué hacer la verdad.

—Bueno, natural. Podrías empezar por llamarme cada vez que te sientas así.

Guardé silencio con una repentina taquicardia.

—O por no colgar nunca en realidad —continuó.

—No, gracias. Si te vuelves mi psicólogo estoy perdida —dije divertida.

—Te debo una, ¿recuerdas? —articuló—. ¿Y por qué susurras? ¿Esto tiene que ser un secreto?

—Susurro porque es muy tarde y no quiero una multa.

—Es temprano, Mari —rebatió—. Pero si quieres puedo ir a recogerte ahora mismo sin hacer ningún ruido.

—Seguro, ya sabes que solo necesito una sábana para bajar —bromeé de vuelta.

—Eso suena bien —dijo y sonaron unas llaves de fondo—. Voy para allá.

—Estás borracho —sentencié riendo.

—¿Lo ves?, ¿quién es la que sí manipula?

—Buenas noches, Jimin —me despedí de pronto con una voz que no reconocí.

—Te veré mañana —preguntó y afirmó al mismo tiempo.

—Duerme bien, ¿sí?

Colgué sin tener idea de lo que había pasado.
Tenía las manos frías y las mejillas calientes.
¿Estaba coqueteando conmigo? ¿Yo le había coqueteado de vuelta?
Me levanté de la silla pensando que solo había sido una amigable interacción, sin poder ni querer ahondar más en el asunto.

Cuando volví a mi cuarto, Jungkook roncaba todavía más fuerte que cuando me levanté, y un escalofrío adrenalínico me recorrió por completo.

Avancé en silencio por el pasillo y saqué una mantita de la habitación de invitados para instalarme en el salón a ver la televisión.

Con un antojo dulce de medianoche, me dirigí a la frutera y escogí la manzana más grande que vi. Tras observarla un segundo, no tardé en reconocerla como el obsequio aún fresco de Jin.

Me dejé caer en el sofá, cerré los ojos y la mordí.

🪐

—Jimin me invitó a su cumpleaños hoy.

Jungkook dejó de cepillarse los dientes como si le hubieran dado un golpe en la nuca. Giró mecánicamente hacia mí, mientras me terminaba de vestir.

—¿Perdón?

—Ayer me llamó —comenté con sinceridad—. Se disculpó amablemente por lo que pasó y me invitó.

Escupió la pasta en el lavamanos y salió de mi baño pasándose una mano por la frente.

—¿En qué momento, Mari?

—Anoche.

—¿Y por qué no me despertaste? —inquirió de inmediato.

—Porque te veías agotado, Jungkook —dije y acomodé mi pelo mojado—. Jimin es mi amigo, y si te parece bien me gustaría ir.

—Si me parece bien... —repitió con sarcasmo y luego guardó silencio.

Él sabía que coartarme una situación así le restaba puntos a su actitud, y yo también.
No se hallaba en posición de negarme nada, pero igual me quedé callada y pasé a su lado para entrar al baño a encrespar mis pestañas.

—¿Qué tanto te dijo para que tú misma me pidas ir allá, princesa? —Trató de suavizar su tono con la última palabra—. Habíamos quedado en que no volverías.

—Un cumpleaños es importante para mí —añadí suavemente—. Por eso te pregunté si te parecía bien.

—Agh. —Enterró su cabeza en mi espalda y enredó sus brazos en mi cintura—. Está bien.

—¿Sabes qué le puedo regalar? —pregunté emocionada.

—Nada —respondió a secas—, volveremos temprano...

—¡Un abrebotellas! —lo interrumpí riendo—. Eso sería muy divertido.

Soltó una risa conmigo y me hizo voltear para dejar un lento beso sobre mis labios.

—Eres adorable —dijo cuando se apartó. Besó el puente de mi nariz y se apartó para terminar de vestirse—. A Jimin le gustan las flores, ¿sabes? Como toda una niñita.

Ignoré su comentario sin sacar la idea de mi mente. Flores, pensé, flores, flores.

🪐

Ya estaba a punto de oscurecer.
El cielo estaba anaranjado y a lo lejos distinguí movimiento de preparativos.

Me había puesto un pequeño vestido negro, en honor al calor y al desconocimiento de qué tan formal sería la situación.

Jungkook se veía igual de bien que siempre y montábamos su Mercedes, que por fin había sido arreglado.

Estaré en el cumpleaños de Jimin, con todos los demás. Deséame suerte.

Le escribí a Jess antes de bajarme del auto con el corazón a mil.

—Será en el patio trasero —me indicó Jungkook, haciendo un gesto para que lo siguiera.

Asentí impresionada. ¿Acaso no les parecía suficiente el terreno delantero?

—¡VINISTE!

Aquel grito de Jimin me tomó desprevenida.
Venía desde mi lado derecho y ni siquiera alcancé a voltear antes de que su cuerpo chocara con el mío.

Sus brazos me levantaron y me dieron una rápida vuelta en el aire que me hizo reír.
Esa fue la primera vez que me abrazó y no debió haberse sentido tan bien.
Le dediqué una pequeña sonrisa cuando me bajó, y acomodé mi vestido.

Jungkook tiró de mi antebrazo y me tambaleé hasta quedar a su lado. Le fruncí el ceño ante su brusquedad, pero él solo siguió caminando.

—Lo siento, hermano —dijo Jimin­—, es que estoy muy feliz de que estén todos.

—Claro que sí —espetó Jungkook,.

—Vengan, ya casi está todo listo. Será algo tranquilo, no tenemos permitido hacer cosas muy grandes aquí —me explicó.

—Y como Jimin siempre hace lo correcto... —continuó Jungkook, y le recriminé con la mirada que dejara de ser tan enojón.

Rodeamos la casa lentamente, y mi mandíbula casi se desprendió al ver la preciosidad de aquel panorama.

Un toldo transparente, adornado de muchas luces amarillas, protegía la alargada mesa de centro y a la vez permitía ver las estrellas.

El jardín resultó ser una pequeña colina que dejaba ver toda la ciudad desde cualquier silla.

Había al menos veinte botellas de espumante y vino por doquier.
Y sobre el mantel, variedad infinita de frutas, pescados, carnes e incluso pastelitos.

El aire estaba muy tibio. El clima era perfecto para estar justo aquí, pero aún así llegaron miembros del staff e instalaron dos gigantescas estufas de llama azul que culminaron la perfección de aquel ambiente.

—¿Qué es esta belleza, por favor? —pregunté sin aire y ambos se echaron a reír.

—Que bueno que te guste, Mari —me dijo Jimin—. Tú te sientas aquí.

Me indicó la silla que quedaba un puesto más lejos de la cabecera y la movió para mí.
Me senté quedando en la mejor posición para admirar Seúl y le agradecí con un gesto de cabeza.

—Iré a buscar a los demás —me avisó, y cuando Jungkook se giró a saludar a un joven mayordomo que llegaba con más comida, me dedicó un lento y profundo escaneo de pies a cabeza.

Fingí ofenderme con diversión, abrí la boca y giré mi rostro de golpe.
Escuché su risa hasta que se alejó.

Dejé mi bolso sobre mi regazo, y de pronto sentí los labios de Jungkook sobre mi cuello. Cerré los ojos y me incliné a un lado para despejarle el camino.
Sus besos eran tan húmedos que sonaban, y solté una risita cuando me hizo cosquillas.

—Estoy celoso como el demonio —me confesó al oído—, no debí dejarte venir con este vestido.

—¿De qué hablas? —pregunté, haciéndome la ingenua—. Es bonito.

—Es demasiado bonito —se quejó y yo solo le sonreí cuando se irguió—. ¿Te gusta esta vista?

—Me encanta.

—Tengo un departamento en Busan en donde es todavía más linda. Voy a llevarte allá —sentenció—. ¿Tienes frío?

Negué con la cabeza y dejé que depositara un fugaz beso en mis labios.

—Voy al baño, ya vuelvo —me avisó. Deslizó su chaqueta de cuero por sus brazos, la colgó en la silla a mi izquierda, y entró a la casa.

Odiaba admitirlo, pero jamás me había sentido tan... costosa, en mi vida.
El lado oscuro de mi madre siempre me dijo que la belleza atraía el dinero, no al revés, y aquello nunca me pareció cierto hasta ahora.

Extendí mi brazo hasta alcanzar una pequeña uva de una enorme fuente llena de ellas, y me la llevé a mi aguada boca.

Fue entonces que escuché el carraspeo de una garganta a mi espalda y volteé.

Tae había llegado con un fino traje sastre del mismo color de mi vestido. Su corbata burdeo resaltaba su tono de piel y expelía el buen gusto por los poros.

Primero miró a ambos lados, luego dedicó un vistazo al interior de la casa y finalmente se acercó a mí.

—Estás preciosa.

Su voz se sintió tan profunda que casi me desvanecí. Con todas mis fuerzas mantuve la compostura y le sonreí sutilmente.

—Gracias, tú también te ves muy bien.

Mojó sus labios al detener largamente su mirada sobre mi rostro y aparté la vista.
Volvió a aclarar su garganta y lo escuché tomar asiento a mi derecha.

—¿Cómo has estado? —me preguntó luego de un momento.

—Bien. ¿Y tú?

—Bueno... —hizo un ademán de cabeza—. ¿Cómo hiciste para que tu ausencia se sintiera extraña estos días?

Solté una breve risa.
No sabía si eso solo lo estaba diciendo por cortesía, así que no supe qué contestar.
Todo pleito pasado se me estaba olvidando al verlo vestido de esta forma, hablándome de esta forma.

—¿Dices que te has sentido extraño entonces? —indagué.

Tronó la boca.

—Extraño es poco. Me he sentido... cruel —confesó y recordé las palabras de Jimin—. No lamento lo que te dije, pero sí la forma, y ese día no pude disculparme debidamente.

—Ni lo menciones —le dije con suavidad—. Por ti entendí todo esto. Fuiste sincero conmigo... el único que se atrevió a serlo. Te agradezco la forma y el fondo de lo que dijiste.

—¿Qué cosa dices que entendiste? —preguntó con evidente confusión.

—¿Entonces yo debo disculparme o no? —intervino la voz de Hobi antes de que pudiera contestar—. También fui sincero contigo.

Volteé y lo vi cargar un casco de moto bajo su brazo izquierdo.
Su cabello azabache estaba revuelto y llevaba una chaqueta de cuero idéntica a la de Jungkook.
Lo miré con indiferencia hasta que inclinó su cabeza lentamente.

—Lo lamento —dijo y al erguirse clavó sus ojos con descaro sobre mi figura.

—La verdad tú no tienes por qué —respondí—. Fue algo que no me sorprendió de tu parte, así que no hay problema.

Su expresión entonces cambió y albergó algo parecido a la rabia.
Escuché a mi lado la encendida risa de Tae que me hizo cosquillas, pero no dejé de mirarlo.

Jimin volvió y sentí cómo mi rostro se iluminó. Ahora vestía una camisa blanca arremangada y un oscuro pantalón de lino que resaltaba curvas que no sabía que tenía.
Hizo un extraño saludo con Hobi y ambos se fundieron en un pequeño cotilleo.

—¿Qué tomarás? —me preguntó Tae, desviando mi atención.

—Tinto, por favor.

Él asintió y estiró su brazo para alcanzar una botella del centro de la mesa. Con un destapador a mano comenzó a encargarse del corcho, y yo por el rabillo del ojo de repente advertí la llegada de Jin.

Ahora su cabello era de un vertiginoso negro, y se veía mejor que nunca. Sus cortos mechones caían sobre su frente en ondas perfectamente acomodadas.

También vestía de blanco y negro, y hasta acá me llegaba el olor de su loción. Hizo un barrido con la vista al lugar, y cuando iba a detenerse sobre mí, hice como que no lo había visto.

Sin embargo, no tardé en sentir el aire autoritario de su presencia acercarse.

—Arriba, Taehyung —ordenó su voz en coreano y fingí no entender. Tae soltó un sonido de desaprobación, pero obedeció.

Clavé mi vista sobre el bello momento en que las luces de la ciudad se encendieron, y traté de ignorar la tensión que me produjo Jin al ocupar el asiento a mi lado.

Dio un solo tirón al corcho de la botella y dejó caer vino sobre mi copa.

—Hola, Mari.

—Hola —respondí con frialdad, y cuando terminó de servirme, hice un pequeño gesto con mi cabeza sin mirarlo—. Muy amable, gracias.

Jungkook se sentó a mi lado izquierdo y dirigí toda mi atención hacia él y su oportuna llegada.

El peliblanco que ahora conocía como Yoongi, bajó de un vehículo al pie de la colina junto a Namjoon. Vaya nombres complicados.

Ambos vestían informales y ninguno me quitó los ojos de encima en cuanto repararon en mi presencia. Me saludaron con un gesto de cabeza que correspondí y abrazaron a Jimin cuando estuvo desprevenido.

—¿Solo vino, princesa?, ¿no comerás nada? —me preguntó Jungkook.

—Estoy bien por ahora —respondí, sintiendo la mirada de Jin arder sobre mi perfil.

Las piernas se me tensaron cuando vi que todos comenzaron a ocupar sus asientos.

Me sorprendió que Jimin se sentara justo frente a mí. Creí que ocuparía la cabecera, pero esa la ocupó Namjoon. Tae y Yoongi quedaron a cada lado del cumpleañero, y Hobi al otro extremo de la mesa.

—Antes de comenzar —dijo Jimin, poniéndose de pie junto a su copa de espumante—, quiero decir que recibo los veintiséis contando mis bendiciones. Por primera vez en diez años, pudimos tomarnos un descanso que nos ha traído tranquilidad y nos ha permitido encontrar la felicidad en cosas que no veíamos por estar tan ocupados.

>>Me siento feliz de estar aquí con ustedes, hermanos, como siempre y como nunca —sonrió—. Agradezco el poder decir por fin estas palabras en inglés, un idioma con el que batallamos durante tanto tiempo. Y, por supuesto, también agradezco la presencia de Mari aquí —me miró—. Mi amiga..., y novia de Jungkook —agregó riendo—, porque sin saberlo y por accidente, sobre su tela me recordó mi pasión por el cuerpo humano y todo lo que este puede hacer.

Conmovida bajé la mirada y me sonrojé.

—Sin importar lo que pase siempre serás bienvenida aquí —continuó y lo volví a mirar—. Gracias a todos por estar aquí. Salud.

—¡Salud! —repitieron todos y alzaron sus copas. Yo lo hice un poco más lento que los demás, y brindé viéndolo fijamente para desearle suerte.

Él me sonrió antes de beber y no dejó de mirarme incluso cuando acabó.

—Cuida los ojos, Jimin —alegó Jungkook—. Solo porque es tu cumpleaños, tarado, ¿oíste?

Él soltó una carcajada y asintió. Se sentó y agarró un pedazo de carne con un tenedor.

—Veo que al final no era un hasta nunca —bromeó Namjoon, pero ni siquiera lo miré.

—Eso sí que no, Nam —advirtió Jimin, con la boca llena—. Es mi cumpleaños y la tratarás bien.

—No la he tratado mal.

Solté un grito cuando el corcho de una botella de espumante salió disparado y me eché a reír cubriendo mi boca.
Volteé a ver que Hobi, quien había sido el responsable.

—Lo siento, siempre me asusto —dije a modo general.

—Lo siento, muero de sed —dijo Hobi, imitando mi tono de voz—. No puede ser, qué viejo estás, Jimin.

—Y aún así más joven que tú —contestó él.

—Mari se va a aburrir con esta tropa de ancianos —comentó Jungkook—. Nos iremos temprano, para que sepan.

—¿Aburrir? —repitió Jimin, alzando las cejas—. Habla por ti, hermano, aquí no se va a aburrir. Juguemos a algo.

—¿Jugar? —preguntó Namjoon—. ¿Qué acaso somos sus niñeros?

—Esta noche serán lo que yo quiera —rebatió Jimin, dándole un sorbo a su copa—. Verdad o reto.

—Trillado —espetó Jin a mi lado—. Con eso sí que se va a aburrir.

—Nunca he jugado —rebatí de inmediato.

—¿Lo ven? Ese tipo de comentarios me hace dudar de que todo lo que diga sea real —continuó Nam.

—Bueno no me crean —contesté riendo—. ¿Si uno no dice la verdad te retan a hacer algo? —le pregunté a Jungkook.

—Sí, princesa, pero...

—¡Genial! —exclamó Jimin—. Ya entendió. Comencemos.

—¡Agh! —se quejó Yoongi, haciendo una mueca de disgusto—. Yo no haré ningún reto ya les digo.

—El reto será beber, abuelo —le explicó Hobi—, relájate. Yo empiezo, Namjoonie, ¿Verdad o reto?

—Verdad —contestó él, dándole un sorbo a su copa de todos modos.

—¿Hace cuánto no estás con una chica? Te veo muy amargado últimamente.

Jungkook carcajeó muy fuerte.

—Pues no lo sé, la semana pasada, no cuento los días como tú. ¿Mi turno? —aclaró su voz—. Jin hyung, ¿verdad o reto?

—Verdad, por supuesto —dijo y de reojo vi cómo se cruzó de brazos, remarcando sus músculos a través de la camisa.

—Sabes que te obedecemos en todo, ¿alguna vez te ha calentado tener el control? —indagó con una mueca de diversión que jamás había visto—. ¿Te pone que nunca te digamos que no?

—¿Todo va a ser sexual? —se quejó Jin—. No, no me pone que ustedes no me digan que no, desde luego.

—¿Y una chica?

—Ah, esa es otra pregunta. Mi turno, Mari —me tensé, pero no volteé—. ¿Verdad o reto?

—Verdad.

—¿Por qué Artes Visuales en Corea del Sur?

Miré a Jimin y a Tae al responder.

—Bueno... La familia de mi mejor amiga es de acá. Ella siempre quiso estudiar en esta facultad y me convenció de que su programa artístico era mejor. Supongo que la seguí.

—Eso se llama lealtad —señaló Jungkook.

—Mi turno —dije contenta, haciendo mi cabello a un lado para formar una pared entre Jin y yo—. Jimin, ¿verdad o reto?

—Verdad —respondió con una sonrisa que pudo iluminar todo el lugar.

—¿Por qué dices que te apasiona el cuerpo humano? —indagué, llevándome ahora una fresa a la boca.

—Empecé siendo bailarín de contemporáneo y... —Observó mi expresión de sorpresa y puso la misma—, ¿qué?, ¿tú también?

—Sigue las reglas —le advirtió Jungkook.

—Lo siento. Mi turno, Mari, ¿tú también bailas danza contemporánea? Lo sabía...

—Pimero fue ballet y después contemporáneo y telas —respondí y él no volvió a despegar sus ojos de mí—. Mi turno. —Lo pensé bien y tuve que beber un poco antes de hablar—. Namjoon, ¿verdad o reto?

Su mirada se posó en mí con profundidad y se mantuvo un momento así antes de contestar.

—Verdad —elevó una ceja.

—¿Te enoja o te gusta verme aquí hoy? —pregunté divertida.

Soltó una breve risa y empujó el interior de su mejilla con su lengua. Agarró la copa y de un solo sorbo se bebió el contenido.
Todos pegaron gritos y aplaudieron.
Jimin le había pedido tratarme bien, y amé poder aprovecharme de eso.

—Mi turno —dijo—, Jungkook, tú que dices estar tan enamorado y tienes el brazo todo rayado, ¿te vas a tatuar a Mari?

Mis ojos se abrieron como platos y sentí un mareo. Volteé y lo vi hacer una mueca hastiada.

—Eso, Nam, asústala por mí, gracias. —Agarró su copa y bebió todo el vino de un golpe. De nuevo todos gritaron—. Mi turno, Hobi, ¿cuándo me vas a dejar conducir tu moto?

—Qué aburrida tu pregunta. Nunca, jamás. Mi turno, Tae —vi su expresión cambiar a la diversión absoluta—: ¿Quién es la mujer más hermosa que has visto en tu vida?

Todos se tensaron y comprendí que era una broma interna.

Tae gruñó, agarró su copa y me miró durante un breve momento antes de bebérsela.

Esta vez no hubo gritos y más bien se sintió una incomodidad que no comprendí.

Hobi reía tan fuerte que aplaudía.

—Eres un idiota —espetó Tae—. Yoongi...

—Yo iré por el reto. —Vació su vasito de soju de un golpe—. Ustedes solo preguntan estupideces. Mari —se dirigió a mí y no me lo esperé—, ¿estás aburrida ahora?

Nuestras miradas se conectaron y entendí lo que quería que pasara.

Sonreí sutilmente, tomé mi copa y bebí su delicioso contenido arrullada por otro feliz grito de todos.

Cuando terminé, levanté el cristal vacío hacia Yoongi, haciéndolo sonreír hasta que pude ver sus encías por un segundo.

—No permitiré que nadie se aburra en mi cumpleaños —exclamó Jimin, dando un golpe en la mesa—. Jungkook, ¿te enojarías si le pido algo a Mari?

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