Capítulo 2: Sketchbooks
Aquella clase todo el tiempo sugirió un ambiente tenso e incómodo.
Historia del Arte fue una asignatura que no me tocó hasta ese mismo día, y fue extraño ver el salón casi vacío una vez que entré.
Cada carrera estaba dividida en tres secciones. Y nuestra Sección A incluía a intercambiados y coreanos interesados en elevar su nivel de inglés a la perfección. Por ende, y según recuerdo, éramos más o menos 25 alumnos, y ese día solo fuimos seis.
Los presentes éramos solo extranjeros que temían a este maestro, a sabiendas de que su desaprobación implicaba la pérdida del año completo.
—Buen día, señor Choi —saludó amablemente Jess, mientras tomaba asiento a mi lado.
—Buen día —contestó él con voz cansina, al mismo tiempo que acomodaba las gafas en sus ojos.
Correspondía a un alto anciano, muy delgado y con manos curtidas de tanto dibujar.
Bilingüe y experto en la mayoría de las técnicas visuales y plásticas empleadas a lo largo de la historia.
Era una verdadera eminencia según las meticulosas investigaciones que hice en su momento sobre este lugar.
—Señor, usted de casualidad ¿sabe qué está pasando allá afuera? —preguntó Jess, atropelladamente.
—No tengo idea —se encogió de hombros—. Cosas de niños, supongo.
—Oh, ya veo.
—Seguramente algo anunciarán pronto —dijo simplemente, y tras escribir su nombre coreano con tiza en el pizarrón, comenzó.
Fue indiferente ante la falta de quórum para hacer la clase, y para colmo, aprovechó esa oportunidad para que nos presentáramos rápidamente ante él y darnos una formal bienvenida al país.
Había dos japoneses, un ruso y una chica estadounidense como nuestros compañeros de intercambio.
Fue divertido vernos a todos tan nerviosos frente a una presencia tan intimidante como la de ese profesor.
—De acuerdo. Hoy revisaremos el comienzo de todo, naturalmente —señaló—: El arte prehistórico, el cual abarca el paleolítico y neolítico...
La clase avanzó muy lentamente; fueron largos minutos de información fundamental para una buena base en la materia.
Tomé apuntes limpios y con cuidado. Cada cosa que decía me parecía imprescindible, y la verdad, me agradó muchísimo que el grupo fuera pequeño, pues las dudas se reducían y era más fácil para él explicar.
—Por ser la primera vez que nos vemos, vamos a terminar unos minutos antes —anunció de repente, apagando su computador—. Para que vean lo bueno que soy.
Todos rieron incómodamente y comencé a guardar mis cosas.
—¡Pero antes! —exclamó, interrumpiendo la atmósfera de súbito relajo—. Quiero ver un poco más de ustedes, así que hagan rápidamente sketches de ojos, nariz y boca. Uno de cada uno. ¡Vamos!
Aún faltaban quince minutos, así que me pareció un término justo.
Todo el mundo empezó a deslizar los lápices sobre las hojas de cuaderno y el silencio reinó en el lugar.
—¡Rápido! —presionó el anciano, un tanto divertido—. No lo piensen, quiero ver de verdad a lo que me estoy enfrentando.
Traté de hacerle caso, aun cuando siempre calculaba cada milímetro de mis creaciones.
Para poder lograrlo, me dispuse a olvidar lo exigente que era este señor y su temible opinión que, a mí parecer, iba a ser la más valiosa de la facultad.
A Jess le brillaba la frente cuando terminó su par de ojos. Siempre ha sido muy hábil, pero al igual que yo, se le dificultaba trabajar bajo presión.
—Bastante bien —dijo la voz del señor Choi justo en mi nuca. Me sobresalté y él hizo una pausa a mi lado para examinar la nariz que estaba por acabar—, me gusta...
Mis mejillas se enrojecieron y le agradecí con un gesto de cabeza.
Él continuó, con los brazos cruzados, paseándose por cada uno de los pupitres expresando su opinión.
—Muy bien —dijo de nuevo, esta vez mirando el cuaderno de un japonés.
Cuando terminé, escribí mi nombre al pie de la hoja. Lo hice porque más bien sentí que estaba rindiendo una prueba.
—Listo, jóvenes, ahora sí terminamos por hoy. Me llevaré sus sketchbooks porque son ustedes seis solamente —dijo y comenzó a recoger sus cosas—. Revisaré un poco sus apuntes y corregiré sus bocetos, pero no comenten esto... No quiero que se vuelva una mala costumbre.
Algo intimidante había en su mirada, así que todos asintieron en silencio y se prepararon para extender sus blocs.
—Aguarden. Eh... Disculpa. ¿Cuál era tu nombre? —elevé la mirada y me di cuenta de que me estaba hablando a mí.
—Mariana —contesté.
—¡Mari-ana! Ella me agrada —señaló alegremente—. Mari, ¿podrías juntar los cuadernos de tus compañeros y llevarlos a la sala B de profesores? —me preguntó como si tuviera la posibilidad de negarme.
—Claro, señor —me puse de pie—. ¿Dónde queda la sala B?
Rápidamente, dibujó un improvisado mapa en un trozo de papel cortado que halló sobre su mesa y me lo extendió.
—Está detrás del gimnasio, justo en frente de la segunda caseta de seguridad. ¡Muchas gracias, Mari!
Y sin más, se retiró del salón a toda velocidad.
—Mierda —me quejé en voz baja mientras me colgaba la mochila al hombro.
Todos me dedicaron miradas compasivas y apilaron sus cuadernos en mi pupitre.
Cuando se retiraron, dirigí mi mejor mirada suplicante a Jess.
—No —dijo y se levantó—, no me vas a hacer caminar otra vez bajo este sol. Además, quiero saber qué está sucediendo en el gimnasio.
—¡Oh! Ahora mágicamente te interesa.
—Ay, vamos. Estamos en receso, solo echemos un vistazo. ¿No te da curiosidad que nadie haya entrado a clase?
Resoplé y agarré los cuadernos de mala gana.
—Ve tú si quieres.
Salí del salón con el peso a cuestas, deseando regresar a la frescura del aire acondicionado.
—Tu sí que tienes suerte —se burló.
Agarró tres cuadernos y caminó a mi lado, quejándose a cada instante del calor y lo desagradable que le resultaba estudiar garabatos de la prehistoria.
Yo sólo la escuché y en mi mente traté de ubicar la sala B, porque en el recorrido de ayer no había visto nada parecido.
A medida que nos íbamos acercando al gimnasio, se oía más y más fuerte un rumor de voces aceleradas. Las puertas se hallaban abiertas de par en par y, hasta donde se podía ver desde fuera, las gradas parecían colmadas.
—Yo te cuento qué sucede ahí dentro —anunció y con un solo movimiento me devolvió los pesados blocs—. No pretendo quedarme más de cinco minutos.
—Está bien —suspiré rendida y apreté el estómago para caminar sin tambalearme.
El receso duraba veinte minutos, y me pareció demasiado corto considerando la distancia entre salones.
Me pareció tremendamente injusto que esto me lo dejara solo a mí. Comprendía que su edad no le permitía cargar peso, pero podría haber dejado al menos que alguno de mis compañeros lo hiciera... Qué poca caballerosidad.
Además, no recordaba en absoluto la inmensidad del gimnasio. Después de casi tres minutos caminando, apenas me había acercado a la parte trasera.
Seguía avanzando con el vestido pegado a mi espalda cuando vislumbré la segunda caseta de seguridad.
Suspiré de alivio por un momento, pero cuando frente a ella no vi ningún salón, me volví a frustrar. Liberé una mano como pude y agarré el mapa; lo examiné con detención, pero seguía sin ubicarme.
—¿Qué mierda? —me quejé.
Cuando levanté la vista, advertí cómo después de recibir la venia del guardia de la primera caseta, una gran camioneta negra entraba con cuidado a la facultad.
Me distrajo un momento su ostentosidad, y no entendí por qué en vez de seguir al estacionamiento, el conductor aparcó su auto justo detrás del gimnasio, solo unos cuántos metros más allá de mí.
Arrugué los ojos para ver más claramente a la distancia y seguía sin aparecer ese salón.
Giré mi cabeza a ambos lados y no parecía haber nada parecido en la cercanía.
Respiré hondo y me empecé a desesperar.
Pensé por un momento preguntar a uno de los guardias, pero no me sentía con la suerte de que hablaran inglés.
Justo en ese momento, un chico bajó de aquella camioneta y cerró la puerta de golpe.
Se veía mayor que yo y parecía más bien un alumno antiguo.
Llevaba una camisa negra arremangada que dejaba al descubierto sus antebrazos. El derecho completamente tatuado.
Aquello no era algo común en la ciudad, pero sí dentro de la facultad de artistas.
Con eso en mente fui hacia él para pedirle indicaciones, implorando que supiera hablar inglés. Caminé más lento cuando ya estuve cerca, pues se veía muy concentrado en su celular.
—Disculpa —lo llamé con la voz más suave que pude lograr.
Él de inmediato se sobresaltó y levantó su mirada, asustado.
Todo su rostro estaba tenso, y sus ojos, muy negros, viajaban desde mi cara al papel que llevaba en la mano, una y otra vez.
—Hola —lo saludé cordialmente con una sonrisa, pensando que simplemente era muy tímido—. Lo siento, necesito ir a dejar esto al salón B de profesores —le dije y me acerqué un poco para mostrarle el mapa—. El señor Choi me dijo que es por aquí, pero no logro ubicarme.
Examinó el papel y lentamente sus facciones se comenzaron a relajar.
No pude dejar de mirar su rostro y mis piernas se tensaron. Su piel blanca y tersa era preciosa, su carnosa boca rosa, su nariz gruesa y recta, y el piercing de su ceja derecha le daban un aspecto ridículamente atractivo.
Su altura era intimidante, pero su postura era ahora un poco más tranquila.
Se volvió nuevamente a mí y sostuve su mirada unos segundos.
—Lo siento, no soy de aquí —me dijo en un bien pronunciado inglés.
—Oh, entiendo —suspiré y negué con la cabeza—. Yo soy nueva por eso estoy perdida.
Volví a mirar por última vez el papel arrugado antes de guardarlo.
Él asintió con una sonrisa casi imperceptible. Guardó su celular en el bolsillo de su pantalón y también introdujo sus manos, como a la espera de que dijera algo.
—Bueno, gracias de todas maneras —incliné un poco mi cabeza, como había visto que se despedían aquí, y comencé a alejarme.
—Me refiero a que este es mi primer día —dijo de pronto y me detuve.
Él dio unos breves pasos hacia mí.
—Qué bien —comenté amigablemente—. Al menos ya sabes hablar inglés.
—Sí, pero tengo que estar siempre practicándolo.
—Aquí tienen un programa bilingüe, así que podrás hacerlo —le dije sin poder despegarme de sus oscuros ojos—. Oh, y el estacionamiento es por allá —señalé a la distancia, recordando que su auto estaba a nuestro lado.
Él se giró rápidamente para ver.
—Sí, lo sé —asintió—. Es solo que quería conocer un poco mejor el lugar primero.
—Bueno... Empezar por el gimnasio es buena opción porque parece que anunciarán algo importante.
—¿En serio? —preguntó esbozando media sonrisa.
—Sí, están todos ahí dentro.
—¿Y qué hay de ti? —Noté otra vez su mirada muy intensamente sobre mí, como si tratara de leer cada uno de mis gestos.
Hice un ademán de cabeza y señalé con la mirada los cuadernos que cargaba.
—A mí hoy me tocó hacer los mandados —bromeé.
—Oh, ya veo —asintió divertido.
La espalda comenzaba a darme puntadas y su mirada excesivamente penetrante me aceleraba mucho el corazón.
El bárbaro sol tampoco ayudaba, así que resolví que era momento de irme.
—Bueno, tengo que...
—¿Cuál es tu nombre? —me interrumpió.
—Mariana —respondí—, pero Mari está bien, ¿y el tuyo?
Entonces su expresión cambió.
Sus cejas se elevaron y me escrutó aún más.
Elevé mis cejas también y le sonreí confundida por su reacción.
Guardó silencio un momento y después dijo:
—Jeon Jungkook.
Asentí, aún sin entender qué le había causado tanta incomodidad.
—Un placer conocerte —me despedí haciendo otra ligera reverencia, y esta vez él hizo lo mismo.
—Igualmente.
Me alejé rápidamente del lugar igual de perdida, pero con una extraña emoción, sin pensar en nada más que en la profunda negrura de sus ojos.
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