Capítulo 19: Desenfocada
Me levanté con mucho cuidado de no despertarlo y, sin hacer ruido, me deslicé dentro de una ancha camiseta de pijama que hallé a la mano.
Según mi reloj de pared eran las seis de la tarde, y Ragnar gritaba por comida.
Caminé en puntillas y lo alimenté en silencio. También yo me sentía fatigada, y supuse que Jungkook despertaría peor.
Encendí el estéreo del salón en la estación de radio americana que frecuento, y fui a cerrar la puerta de mi cuarto para no molestarlo.
Ya había pasado.
No era consciente de cuánto tiempo me estuve aguantando, pero al verlo acostado sobre mi cama a torso desnudo y en sueños batallando por recuperar el aliento, supe que había sido demasiado.
Ahora me sentía llena de una satisfacción inmensa y definitivamente acalambrada.
Sentía el sabor de su saliva en mi lengua, tenía restos de su sudor en mi pelo y mi boca palpitaba hinchada.
Estuvimos sumergidos en aquella furia pasional durante toda la mañana y tarde, y tuve que luchar contra el temblor de mis piernas al empinarme para sacar un sartén de las estanterías.
Comencé picando unas zanahorias, sin dejar de pensar en qué sería de nosotros ahora.
Yo no tenía intenciones de apresurarme a formalizar nada, pero entendía que no funcionaba así la cultura coreana.
Comprendía también que la unión de nuestros cuerpos no hacía más que reafirmar nuestro mutuo deseo, que no venía siendo exactamente un secreto.
Sin embargo, no podía negar que había sido fascinante, hechizante y altamente adictivo.
Jamás me habían tocado de esa manera, y aquello era lo que más temor me despertaba. Desconocía mi comportamiento ante una constante de ese calibre.
Vertí aceite en el sartén, pero mi movimiento se paralizó al oír de pronto la profunda y familiar voz de Tae, saliendo de los parlantes en el salón.
Aún no entendía bien cómo era su nombre, aunque lo pronunciara fácilmente el locutor radial, indicando que la canción que comenzaba se llamaba Singularity.
Sabía que su voz era especial, pero no me había hipnotizado de esa manera hasta escucharla oscilar con lentitud.
Como si me despertara de un trance, levanté la botella y me di cuenta de que el aceite casi rebalsaba el sartén.
Distraída, comencé a arreglar el desastre, sin poder concentrarme del todo en mi tarea.
Devolví como pude parte del líquido a la botella y aclaré mi garganta.
En la canción, su voz alcanzaba notas altas e intensas, para luego volver a caer en susurros.
Frente a mí apareció la vívida imagen de la primera vez que lo vi en el lago, con el reflejo acuático de los rayos del sol sobre su rostro, y me estremecí.
Saqué cuatro huevos del refrigerador y dentro de un recipiente los fui rompiendo.
Vi caer las claras muy lentamente, y luego de golpe las yemas. Resolví que su voz me parecía igual de densa que aquella textura, intocable.
Puse arroz en otra olla con agua hirviendo y comencé a picar tomates.
Agregué las zanahorias al recipiente con huevos y batí ambos ingredientes enérgicamente.
Tenía como una nube frente a mis ojos y por más que el chocar del tenedor contra el plato era ruidoso, no podía escuchar nada más que su voz.
Añadí la mezcla al sartén caliente y ni siquiera sé qué fue lo que hice, pero al minuto siguiente un vaso de vidrio se hizo añicos contra el piso de cerámica de la cocina.
Estaba descalza, así que no podía moverme hacia ninguna dirección.
A pesar del estruendo no me sobresalté, pues absurdamente aquella canción todavía tenía secuestrada toda mi atención.
—¿Estás bien? —preguntó la voz ronca de Jungkook—, ¿qué pasó?
De manera ilógica me sentí como atrapada.
Volteé a verlo y no pude decir nada, solo asentí avergonzada a modo de respuesta.
Sus ojos vieron el desastre en el suelo y luego repararon en mis pies.
—Mari, no te muevas —me ordenó y regresó al cuarto.
Esa voz en la radio ya me estaba haciendo sentir ebria, continué batiendo la mezcla y sin dar un solo paso la dejé caer lentamente sobre el sartén con aceite caliente.
Cuando Jungkook volvió, escuché el crepitar de los cristales bajo sus botas y de pronto mis pies ya no tocaban el suelo.
—¿Qué estás haciendo? —me preguntó—, pudiste haberte cortado horrible.
—Estoy con calcetines —me defendí, no muy segura de si lo dije en voz alta o lo pensé, porque Jungkook solo negó con la cabeza.
Entró de nuevo a la cocina y agarró la escoba de una esquina. Barrió todos los pedazos de vidrio con cuidado y luego con la pala los recogió.
Yo me pasé una mano lentamente por la frente, para intentar enfocarme y entender mejor lo que había pasado.
—¿Estás escuchando a Tae? —me preguntó Jungkook.
—No lo sé —mentí—, es la radio.
—Es muy buena esa canción.
Aclaré mi garganta y volví a asentir.
Cuando no hubo vidrios a la vista, volví a entrar a la cocina y di vuelta la mezcla en el sartén.
Jungkook dejó caer los últimos trozos en el basurero y la canción terminó.
—¿Qué estás cocinando? —indagó—. Huele rico.
—Tortilla de zanahoria con arroz y tomate —le dije divertida y ahora un poco más concentrada—. Lamento no tener un menú más elegante.
Soltó una breve risa y me hizo voltear agarrando mi cara con ambas manos.
Dejó un lento beso sobre mis labios y tuve que ponerme de puntillas para alcanzarlo bien.
Sus manos me apretaron bajo la larga camiseta y me hicieron pararme sobre sus botas.
Al yo estar sin zapatos, su altura se volvía abismal. Acaricié con inaguantable intensidad sus brazos y, sin darme cuenta, ya me hallaba acorralada contra la pared otra vez.
Su lengua casi no daba lugar al movimiento de la mía, y su pelvis no tardó en simular embestidas contra mi centro.
Me quejé de dolor al sentir su tibia presión dura como una roca, y solo cubierta por la fina tela de su bóxer.
Lo aparté suavemente y noté que confundió mi sonido al ver el imborrable fuego de sus ojos y su salivación excesiva.
—Ven a la ducha conmigo —me pidió, levantándome con ligereza.
—Me duele, Jungkook —le dije divertida, sintiéndome palpitar—. Ve tú, yo tendré la comida lista cuando salgas.
Me bajó con cuidado y escrutó mi expresión.
—¿Te hice daño?
—Bueno... después de tantas veces lo extraño sería que no me hubieras hecho daño.
Dejé un fugaz beso en su mejilla y entré de nuevo a la cocina. Volteé por segunda vez la tortilla, añadí un poco de sal al arroz, y sobre mi vientre vi sus brazos envolverme por detrás.
—Lo lamento —me dijo con voz grave.
—Pues yo no —dije riendo—. Fue perfecto, casi pienso que fue un sueño.
—Tú eres un sueño —susurró—. Y eres mi novia, ¿sabías?
Abrí los ojos como platos y casi tiré la botella de aceite.
—No, no sabía —repliqué, zafándome juguetonamente de su agarre.
—Bueno, ¿quieres s...
Llevé una mano a su boca y acaricié sus labios mirándolo a los ojos, rogando porque comprendiera mi mensaje.
Me puse de puntillas para besarlo y callé sus palabras.
—Debemos terminar nuestros ojos, ¿recuerdas?
Me observó en silencio un par de segundos, luego me dedicó una pequeña sonrisa de medio lado y asintió. Se dirigió a mi baño y yo continué cocinando.
Honestamente solo no concebía la idea de convertirme en su...
Renunciaría a gran parte de mi vida tal y cómo la conocía. Me vería irremediablemente reconocida por estar a su lado, y no me sentía dispuesta a que el odio colectivo hacia mí solo fuera in crescendo.
Sin embargo, su actitud me decía que no pretendía mantenerlo en secreto, y me intimidaba tener que aprender a lidiar con ello.
No sabía qué pasaría de ahora en adelante, y esa era la única verdad.
Terminé de cocinar y me deslicé bajo la ducha del baño de invitados. Se sintió muy bien despojarme de aquel miedo, aunque fuera un momento.
Me bañé con agua apenas tibia con la intención de aminorar la inflamación de mi intimidad.
Al salir me vestí con un ligero vestido negro y dejé mi cabello suelto.
Jungkook se había puesto solo los pantalones debido al calor, y había acomodado toda la comida sobre la mesa de centro del salón.
El arroz humeaba y había sacado dos botellas de soju del refrigerador.
Estaba hablando por teléfono, no se veía contento y su cabello goteaba.
—Bueno, yo veré lo que hago —reclamó con tono elevado—. Yo no firmé nada, así que no tienen ningún derecho a reclamarme.
Me senté a su lado y agité una botella antes de abrirla.
—Primero con los piercings, después con los tatuajes... ¿Cuándo van a entender que al final del día voy a hacer lo que a mí me plazca? Ya ríndanse de una vez —hizo una pausa para resoplar—. No quiero seguir hablando contigo, ni siquiera hablas mi idioma, no sé qué haces trabajando para mí. Pásame a Min-ho.
El resto de su conversación fue en un encendido coreano que no entendí en absoluto.
Serví un poco de soju para mí, y él extendió su vaso para que se lo llenara. Así lo hice y de un golpe se bebió el contenido.
Quise comer, pero verlo así de alterado me había quitado el hambre.
Aguardé con paciencia a que colgara, y cuando lo hizo, solo se recargó hacia atrás y bufó.
—¿Estás bien?
—Estos idiotas se creen dueños de mi vida, y ahora sí que no se los voy a aguantar.
—¿Es sobre mí? —indagué con recelo.
Se tomó un momento antes de responder.
—No querían que fuera a la universidad en primer lugar. —Negó con la cabeza—. Y ahora están armando un escándalo porque te vieron salir de la casa ayer. Dicen que arruinará toda la imagen de Bangtan.
Y tienen razón, quise decir, pero no lo hice.
—Pero esto tiene que ver solo conmigo —continuó—. Tú estás conmigo, no tienes nada que ver con los chicos.
Mantuve mi silencio, y serví un poco más de soju para los dos.
—¿Crees que me hagan algo? —le pregunté con cautela—. Ya sabes... los directores, o quienes trabajan para... ustedes. ¿Es posible que algo me pase? Lo digo en serio.
Volteó a verme con el ceño fruncido y la boca entreabierta. Sacudió la cabeza, como si no me hubiera oído bien.
—No son delincuentes, Mari —dijo con obviedad—. Yo jamás permitiría algo así, primero renuncio a la agencia, y saben que al país no le conviene que haga eso.
Asentí y evité su mirada, tratando de no demostrar mi más absoluto temor al escucharlo decir algo así.
—Sé lo que estás pensando —resolvió—. No te asustes, Mari, se van a entender conmigo siempre. Y te aseguro que nadie se atreve a...
—Está bien —contesté, solo para que dejara de hablar del tema—. Te creo.
Se inclinó sobre la mesa para sacar un trozo de tortilla y comenzar a devorarla enérgicamente.
Se sirvió arroz en abundancia y bebió soju como si fuera agua.
Yo mastiqué en silencio pequeños trozos de tomate, sintiendo la cabeza en cualquier parte.
Subí mis piernas al sofá y encendí la televisión.
—Esto te quedó delicioso —dijo con la boca llena—. ¿Tú no comerás nada?
—Estoy comiendo —le señalé el pequeño trozo de tortilla que recién había agarrado.
Se limpió las manos con una servilleta, luego las comisuras de su boca y se sentó un poco más cerca de mí.
Su brazo me rodeó la cintura y en un segundo me sentó sobre él.
Se me cerraron los ojos al sentir el aroma a jabón de su piel y recargué mi cabeza en la curva de su cuello. Terminé de masticar y tragué en silencio.
—¿Qué pasó? —inquirió con suavidad—. ¿Por qué tienes esa cara de gruñona?
Me reí y negué con la cabeza, incorporándome un poco para dejar mi vaso vacío sobre la mesa.
—Nunca te había visto enojado —le dije—. Supongo que fue extraño, eso es todo.
—¿Enojado? Solo tenía una piedra en el zapato —dijo y sonrió conmovido—. ¿Cómo podría estar enojado, Mari? Si ha sido el día más perfecto que he tenido.
Agarró mi rostro y dejó un tierno beso sobre mi mejilla. Me relajé sobre él, hundiéndome aún más en su regazo.
—No dejaré que nadie arruine esto. Ni siquiera yo.
—¿Cómo podrías arruinarlo, Jungkook? —susurré, cautivada por su voz. Mi vista viajó desde sus ojos a sus labios una y otra vez—. Si aquí el perfecto eres tú.
Antes de que terminara de hablar, se abalanzó con desenfreno sobre mí.
Me presionó contra la colcha del sofá y sus rodillas se encargaron de abrirme como una flor. Sus manos inmovilizaron a las mías y muy pronto nuestros gritos estremecieron todo el departamento.
🪐
Avanzamos con el trabajo de arte como pudimos, pues nos dimos cuenta de que era casi imposible separarnos.
Varias veces tuvimos que corregir errores, ya que Jungkook insistía en hacerme cosquillas, besarme y acorralarme cada vez que decía algo que le parecía divertido.
El proceso iba regular, así que en la semana deberíamos continuar.
Se hizo de noche, y durante la tarde su celular no paró de sonar. Contestó agresivamente las primeras dos veces, pero luego de notar mi cambio de expresión, dejó de hacerlo y simplemente lo apagó.
Sabía que estaba metido en un grave problema, pero yo ya no podía hacer más.
A medida que avanzaban las cariñosas horas a su lado, la presión en mi pecho se fue ablandando, y di más lugar a mi propia felicidad.
Los ojos de Jungkook se veían genuinamente encendidos, y reía con mucha facilidad.
Pedimos sushi para cenar, y solo cuando terminó de comer, me preguntó:
—¿Me puedo quedar?
Fingí sentirme ofendida mientras recogía los platos ocupados y los dejaba ruidosamente en el lavavajillas.
Volteé y perfeccioné mi exagerada expresión.
—Por supuesto que no —sentencié—. Eso es ilegal aquí, ¿o no?
Soltó una larga carcajada, suspiró y se levantó del sofá.
—Lo que te voy a hacer esta noche es ilegal.
Ahogué un grito y lo miré de pies a cabeza.
Di media vuelta y comencé a caminar hacia mi cuarto, ignorando sus ojos divertidos.
—No sé —suspiré—. No soy yo la que se duerme primero.
—Porque me dejas agotado.
Al ver que lo ignoraba, agarró mi antebrazo y me obligó a girarme para mirarlo.
Respiró sobre mi boca sin hacer nada y mordió sutilmente su labio inferior al ver el escote de mi vestido.
—Es imposible no darte hasta desmayarme, Mari —confesó con voz grave y comenzó a desabotonarme con lentitud.
Lo empujé suavemente y él se dirigió a mi cama. Con el deseo vivo en mis entrañas entré en silencio al baño a lavarme los dientes.
Jungkook reía encantado ante mi familiar resistencia y me esperó pacientemente, encendiendo la televisión.
Cuando terminé, me quité los aros y apagué la luz del corredor.
—Tienes que enseñarme eso que haces —me dijo, apoyando los brazos detrás de su cabeza.
—¿A qué te refieres?
—Ya sabes... Eso de volar sin alas.
Sonreí conmovida por esa linda alegoría y comencé a gatear hacia él sobre mí cama.
—Bueno... Tú no eres una tela, pero puedo treparte fácilmente.
Volvió a reír con ojos fascinados y permitió que me sentara sobre él.
Me observó con detención durante un cerrado minuto, y luego alargó su brazo para acariciar mi rostro.
—Eres bella, Mari —susurró—. Realmente muy bella.
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