Capítulo 16: Extranjera
Su nombre solamente se me hizo muy común, pues tenía muchísimos compañeros de carrera que se llamaban como él.
Era más alto que Jungkook, por lo que a su lado me veía pequeña y perdida.
El camino se despejó de maleza mientras lo seguía, y en cuanto salimos de aquel bosque, pude ver frente a mí una inmensa fortaleza de casa, y su lado otra, y luego otra más.
El terreno se asemejaba al de un vasto campo de golf. Ignoraba por completo que en Corea existieran lugares así.
Todo el entorno me pareció aún más verde. Los angostos caminos de tierra estaban en perfecto estado, había piscina, lujosas parrillas y hermosos sofás de exterior.
—¡Jungkook! —gritó aquel chico tan fuerte que me asusté. Se rio de mi reacción y siguió exclamando cosas que no entendí.
Entró a la casa y no me invitó a pasar. Y a decir verdad, tampoco habría entrado, pues no deseaba cometer ninguna imprudencia en un lugar como este.
El húmedo jardín que rodeaba la casa estaba saturado hasta lo infinito de toda clase de flores.
La cabeza me daba vueltas debido al perfume, y tuve que acercarme a unos lindos tulipanes a ras de suelo cuando los vi tan blancos que parecían flotar.
Fue entonces cuando sentí varios pares de pasos detrás de mí. De inmediato me incorporé y me giré rápidamente.
Eran tres chicos más, además de Jin, saliendo uno tras otro de la casa.
Vestían chándales, camisas holgadas y sandalias, y todos se detuvieron al verme.
Los observé sin mirar fijamente a ninguno, pues a simple vista era abrumador darme cuenta de que cada uno era más guapo que el anterior.
—Ella es Mari, chicos —dijo en inglés la voz de Jin—. Viene a estudiar con Jungkook, y escuchen esto... Preguntó si yo trabajaba para él.
Esto lo dijo como algo para reír, pero ninguno lo hizo.
En ese momento me permití detenerme sobre la familiar mirada de aquel chico que parecía sacado de una fotografía antigua, y lo reconocí como el tal... Tae.
—A ti te conozco —dije impulsivamente en su dirección—, te vi en el lago de mi facultad.
Su boca de inmediato se entreabrió para decir algo, pero en cambio guardó silencio y solo asintió.
Luego mi vista pasó sobre un desconocido peliblanco que apartó su indiferente mirada cuando me fijé en él, y después me detuve sobre aquel rubio de labios llenos que conocí ayer en el salón de baile.
—A ti también —le dije y me sonrió de la misma manera que en aquel lugar.
Recordé de pronto las sofocantes palabras de Jess al hablarle de él, y sentí un inmenso vértigo al caer por fin en la cuenta de quiénes eran todos ellos.
—Eres la chica de las telas.
Cuando Jimin dijo eso, el peliblanco volteó de nuevo a mirarme.
—¿Qué? —dijo Jin, esta vez muy serio—. No es cierto.
Su escrutinio se volvió tan intenso que me intimidó. Arrugué en un puño una esquina de mi vestido para aplacar mi inquietud y bajé la mirada.
—Jin qué haces hablando en inglés, suenas ridículo.
Desde el interior de la casa salió un chico delgado con pantalones cortos y las manos en los bolsillos. Parecía que recién despertaba, porque estaba despeinado y habló en ese inglés a modo de burla.
Se detuvo en seco al verme y me observó con descaro de pies a cabeza.
—Mira Hobi... Ella es Mari —le explicó Jin—. No nos conoce.
—Sí me acuerdo de ella —espetó el tal Hobi atropelladamente. Su voz era igual o más gruesa que la de Tae—. Espera... ¿Qué dijiste?
Jin no le contestó.
Reparé una vez más en los ojos de todos y comencé a sentirme muy incómoda al poseer toda su atención.
—Fascinante, ¿verdad? —La voz de Jungkook detrás de mí me hizo girar—. Espero que lo hayan disfrutado porque dudo que les vuelva a pasar.
Sus ojos se encontraban fijos sobre los de Hobi, con una sonrisa petulante.
—¿Disfrutar qué? —inquirí bruscamente para llamar su atención.
—Discúlpame, Mari. Quería que los chicos vivieran lo mismo que yo cuando te conocí. Han pasado años desde que alguien no nos reconoce y... —se interrumpió al reparar en mi vestido—. ¿Por qué estás mojada?
—¿Para eso me pediste que viniera?
Guardó silencio y analizó mi cara, pasmado por la sombra de mi expresión.
—Eso no está bien, Jungkook, al menos debiste avisarle. —Reconocí la suave voz de Jimin detrás de mí y me tragué las ganas de llorar de vergüenza.
—No... Es decir, sí. O sea... Es que tenemos que... Oh, vamos, no es para tanto —dijo y soltó una risa que pareció más de nervios que de gracia.
—¿Te parece divertido?
Sentí las mismas cosquillas que en el auto al escuchar la profundidad de aquella voz pronunciar un inglés incluso más perfecto que el mío.
Volteé cuando vi que el rostro de Jungkook empalideció.
Ni mi padre era tan grande como aquel hombre.
Le sacaba al menos una cabeza al más alto de los presentes.
Su presencia solo me causó temor, y sus ojos, que ni por un segundo me miraron, se veían llenos de una furia sostenida.
Vestía más formalmente que los demás, e introdujo sus manos a los bolsillos de una manera tan lenta que pareció que en cualquier momento explotaría.
A todas luces parecía el jefe de este grupo.
Hubo un silencio tan absoluto que pude escuchar a la hierba con el viento susurrar.
—Responde, ¿te crees muy gracioso? —insistió, ahora dando unos pasos hacia él que me hicieron retroceder a mí. Jungkook negó con la cabeza—. No seas imbécil y sácala de aquí.
—Tenemos que hacer un trabajo —explicó Jungkook sin mirarlo.
—Me importa una mierda —espetó severamente—, que se vaya ahora.
—Lo vamos a comenzar y luego la iré a dejar...
—¿A dejar? —lo interrumpió y soltó una irónica carcajada—. Te volviste loco.
—No es necesario que hables así —intervino de nuevo Jimin.
—Tú cállate.
No podía creer que me encontraba expuesta a esta situación tan incómoda gratuitamente.
En medio de esos siete hombres, juro por mi vida que jamás me había sentido tan molesta y cautivada al mismo tiempo.
Me estremecí cuando una brisa, de pronto muy fresca, levantó ligeramente mi vestido y casi todos repararon en su movimiento.
—Puedo irme por mi cuenta, no tengo ningún problema. —Traté de sonar inalterable.
—No —dijo Jungkook—. Vamos a trabajar y nos iremos, fin del asunto.
—Haz caso a lo que te dicen, Jungkook, no discutas tanto. —Por primera vez oí la voz pausada del peliblanco, pero me sentía demasiado nerviosa para mirarlo.
—A la casa no van a entrar —aseguró el gigante.
—Iremos al estudio —finalizó Jungkook, acercándose a mi lado y agarrando mi antebrazo para que lo siguiera.
Me sentía enfadada, avergonzada y frustrada.
Solo venía a hacer un trabajo de arte y de pronto me había convertido en el centro de un problema.
—Fue un placer conocerlos —dije tratando de que no sonara tan falso.
Incliné mi cabeza y dediqué mi última mirada a Jimin, quien parecía ser el único educado y empático conmigo.
Me zafé del agarre de Jungkook y comencé a caminar en completo silencio rumbo a una pequeña casa cuadrada al otro lado del campo, que al menos estaba más cerca de mi auto.
—Estás temblando —me dijo Jungkook en voz baja, tratando de seguir el ritmo de mis zancadas—. No quiero volver a decirte que ocupes el teléfono que te pasé.
Tenía nulas ganas de hablarle, así que guardé silencio y crucé mis brazos sobre el pecho para contenerme.
—No me digas que entraste por el río...
—Seguí la dirección que me entregaste, Jungkook —espeté, sin poder disimular mi enfado—. Te recuerdo que no soy de acá.
Ingresé al calor de aquel estudio y agradecí al cielo por fin estar fuera de la vista de los demás.
Se encendió una cálida luz, y sin mirar mucho el entorno, solo me quité la mochila y comencé a buscar mis pinceles.
Jungkook se ubicó justo detrás de mí, tan cerca que pude sentir su respiración. Tomó una de mis manos, pero yo en seguida la aparté y caminé hacia el primer lienzo en blanco que vi.
—¿Ocuparemos este? —inquirí—. Creo que es buena idea que solo hagamos ojos, es rápido y seguro. Voy a comenzar.
—No, espera.
Ya había hecho el primer trazo cuando su mano rodeó mi muñeca, deteniéndome.
Nuevamente la aparté, esta vez con un poco más de esfuerzo debido a su firmeza.
—Solo quiero que entiendas que es muy refrescante para nosotros conocer a alguien como tú —me explicó—. Quería que lo volvieran a sentir después de tanto tiempo.
—Entonces soy una atracción de circo —aseguré, analizando sus palabras—. Me haces pasar vergüenza solo para refrescar a tus amigos. Me parece genial.
—Claro que no. No lo veas de ese modo...
—No hay otro modo de verlo —lo interrumpí impaciente—. Para empezar, creí que vivías solo, y no me advertiste para que mi reacción fuera real. Me haces llegar sola y entrar por detrás como una... Como una delincuente, por no decir otra cosa.
Apretó su boca y el marcado hueso de su mandíbula se movió.
—Ya basta, Mari, no digas eso.
—Imagina la imagen que acabo de crear de mí, solo por no saber quiénes son ustedes.
—Hablaré con ellos —afirmó en voz baja.
Bufé y negué con la cabeza, regresando mi atención al lienzo.
—Déjalo así, Jungkook, y comencemos, ¿sí? Se está oscureciendo y todavía debo conducir una hora de vuelta a casa.
Continué deslizando la mina sobre el bastidor y vi de reojo cómo él pasaba una mano por su cabeza.
—No quería estropearlo. A veces soy muy inmaduro y no pienso antes de actuar —señaló, buscando mis ojos que por supuesto no encontró—. Lo lamento.
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