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Episodio 3

GIA

Y aquí la tenemos, señoras y señores, la perra posesiva haciendo su entrada triunfal. Amber McConnan, hija del Senador y con un 9.8 de media académica, presidenta del comité de bienvenida a nuevos alumnos y organizadora de todos los bailes de la universidad. Una pequeña joyita. ¿O quería decir zorrita? No estoy muy segura aún.

—Se llama Gia...

—Solo Gia —digo sin más, no se me ha ocurrido ningún apellido y tampoco me apetece inventarme uno que después deba recordar.

—Solo Gia, soy Amber. —Finge una sonrisa y me da un beso en la mejilla derecha—. La novia de Dallas.

Confirmado, zorrita, no joyita.

—Serás algo más aparte de su novia, ¿no? O ¿es eso lo que define tu vida? —cuestiono desinteresadamente mientras vuelvo a bajarme la cremallera del mono de cuero y saco la bolsita de hierba para hacer un par de porros.

—¿A qué te refieres? —pregunta confundida.

—Bueno, no sé, presentarte como su novia te hace quedar como una perra insegura que solo quiere marcar territorio. —Me encojo de hombros y alzo la vista a la vez que paso la lengua por el papel de liar.

—¿Me acabas de llamar perra? —pregunta con toda la ira contenida, lo que solo hace que la diversión de esta fiesta aumente.

—Mmm... creo que sí. —Finjo pensar y después asiento con la cabeza—. Sí. Pero no te preocupes, cielo, eso es que me caes bien. —Le guiño un ojo y después me enciendo el porro, le doy un par de caladas y se lo ofrezco a Dallas, el cual niega con la cabeza y me mira con odio antes de salir corriendo detrás de su novia.

—Joder, debo reconocer que tienes los ovarios bien puestos.

—Te acabas de ganar un poco de misterio —contesto a Liam antes de sacar una pastilla de la otra bolsita y entregársela.

—¿Qué es? —La observa en la palma de su mano.

—Ya te lo he dicho, misterio. Todas las drogas son un misterio, por mucho que sepas su nombre, no sabes el efecto que van a tener en tu organismo, de modo que, ¿qué más da cómo se llame? Siempre será un misterio.

—Me gustas, Gia... Solo Gia. —Ríe y alza la pastilla en mi dirección antes de metérsela en la boca.

Tomo mi dosis de misterio y después acompaño a Liam y a sus amigos a unos troncos cerca de la hoguera más grande, donde nos sentamos un rato y fumamos hierba, bebemos cervezas y reímos hasta que, no sé cuanto rato después, Dallas vuelve hecho una furia.

—Mierda —maldice Liam antes de intercambiar una mirada con sus amigos y levantarse.

—¿Qué pasa? —pregunto desconcertada levantándome también.

—Eh, tío, ¿qué ha pasado?

—Gia, tengo que hablar contigo, vamos. —Tira con fuerza de mi brazo y con una violencia que consigue derramar parte de mi cerveza.

Le miro de reojo al mismo tiempo que me suelto y, cuando trata de agarrarme de nuevo tras soltarse de sus amigos, levanto la pierna y le asesto un golpe en el pecho que consigue tirarlo de espaldas sobre la arena.

—Hostia —dice alguno de los amigos—, ¿de dónde habéis sacado a esta tía?

Tiro el botellín de cerveza, me coloco el porro entre los labios y con ambas manos hago fuerza para sujetar las de Dallas cuando me coloco a horcajadas sobre su cuerpo.

—Como se te ocurra volver a ponerme una mano encima, me aseguraré de que no puedas darle hijos a tu querida Amber en tu puta vida, ¿lo has entendido? —Amenazo en voz baja. Sin embargo, algo en su mirada es diferente, algo ha cambiado.

De un golpe me tira sobre la arena y se levanta, da pasos hacia mí, pero entre sus cinco amigos lo detienen. Entonces Liam me ofrece su mano para levantarme, pero lo ignoro y me pongo en pie por mí misma, totalmente confundida y sin entender por qué este gilipollas está poniendo todo su esfuerzo en que le meta una bala entre las cejas.

—Ven un momento conmigo, por favor. —Me pide Liam preocupado, a quien ya se le ha pasado todo el efecto del misterio y de las cervezas.

Lo sigo en silencio sin quitarle los ojos de encima a Dallas y espero a que hable.

—Dallas es un chico normal el noventa por ciento del tiempo, pero en ese otro diez por cierto se transforma en un puto animal.

—¿De qué coño me estás hablando?

—Tiene un trastorno explosivo intermitente.

—Tiene que ser una puta broma. —Río y doy otra calada al porro.

—¿A dónde vas? Te he dicho que no puede controlarse, Gia —advierte cuando camino hacia Dallas.

—Cariño, sé defenderme solita, pero gracias por la preocupación. Soltadle —pido a sus amigos, los cuales parecen pedir permiso a Liam antes de hacerlo.

Aguardo a Dallas con calma, unos metros por delante. Cuando llega hasta mí y trata de sujetarme por el brazo de nuevo, lo retiro antes de que pueda hacerlo, no es la primera persona agresiva con la que trato en mi vida, ni mucho menos.

—Ven conmigo —exige.

—Tira. —Señalo la playa con la mano sin que me toque y puedo notar cómo las suyas tiemblan y su pecho sube y baja al inhalar de forma apresurada—. Si se te ocurre tocarme, te parto el brazo. —Le advierto con la mirada cuando va a dar un paso en el camino equivocado.

Dallas cierra los ojos, y aprieta los puños e inhala y exhala para sí mismo durante algunos segundos antes de obedecerme y apartarse del grupo hacia la orilla del mar, donde no hay nadie.

—El cachorrito se ha convertido en hombre lobo, menuda sorpresa. —Paso la lengua por mis labios y sonrío cuando veo el esfuerzo que está haciendo por controlarse.

—Amber me acaba de dejar —dice sin mirarme, con la vista perdida en el horizonte, en el océano frente a nosotros.

—¿Y eso debería importarme porque...? —Muevo una mano en signo de interrogación y entonces él se gira.

—Creo que sospecha quién eres.

DALLAS

La sonrisa divertida desaparece de su rostro en una fracción de segundo. Puedo ver cómo traga saliva y llena sus pulmones de aire, da un par de caladas seguidas al porro y después se acerca a mí despacio. Hago un esfuerzo sobrehumano por seguir los consejos y las pautas de mi psicoterapeuta para controlar los impulsos de ira dentro de mí.

—¿Ves esta pistola? —pregunta cerca de mí, sin temor alguno por cómo acabo de tratarla segundo antes. Aunque teniendo en cuenta que ella me amenazó con un arma y casi me secuestra, creo que estamos igualados. Asiento a su pregunta y ella la saca de la funda—. Tócala, acaríciala.

—No quiero.

—¿No quieres? —Alza una ceja y dibuja una sonrisa cargada de nerviosismo, sus ojos se cristalizan por su propia ira y entonces levanta la pistola y me la mete en la boca.

—Gia. —Consigo pronunciar, y una explosión de sensaciones se forma en mi interior cuando la carga. Su mirada parece vacía ahora, igual que un pozo verde sin fondo.

—Te juro por Dios que como vea un solo policía preguntando por mí, o note un pelo que se me eriza en la nuca por sentirme mínimamente amenazada o perseguida, tu novia será enterrada con un puto agujero en la cabeza.

—¡Eh, chicos! —Liam nos llama desde la hoguera, no puede ver lo que Gia está haciendo porque se ha colocado estratégicamente para que así sea, pero sé que está más preocupado por ella que por mí.

Sujeto sus muñecas y tiro despacio de ellas para que saque el arma de mi boca, no despego mis ojos de los suyos en ningún momento hasta que consigo que apunte al suelo. Le pone el seguro y vuelve a guardarla en la funda segundos antes de que Liam llegue hasta nosotros.

—Preciosa, necesito un poco más de misterio de ese tuyo, ¿qué me dices? —Tira de su mano con una sonrisa y ella transforma su expresión en una fracción de segundo.

Traga saliva y entonces vuelve a ser la Gia divertida y risueña que pretende hacer creer a todos que es, pero yo la he visto. He visto su vació. He sentido la soledad que la persigue con una sola mirada, y del mismo modo he podido darme cuenta de qué es lo que más le importa en la vida; lo que la mueve y la motiva: su libertad.

Me uno al grupo poco después, cuando consigo calmarme y bajar mis pulsaciones a un ritmo que la doctora consideraría "normal". Acepto el porro que la misma Gia me pasa antes de cantar a coro junto al resto de mis amigos una canción de hip-hop que está sonando.

De vez en cuando nuestras miradas se cruzan, igual que dos imanes que no pueden evitar atraerse, pero al mismo tiempo se repelen cuando se dan cuenta de que ambos son polos negativos. Eso somos nosotros, dos personas negativas que de algún modo se han encontrado y solo podrían hacerse mal el uno al otro. Sin embargo, ya dicen por ahí que los humanos somos los únicos animales que tropezamos dos veces con la misma piedra; creo que con ella tropezaría una y otra vez sin importar la caída.

Son las tres de la mañana cuando ya se ha marchado casi todo el mundo de la playa, Gia está menos borracha de lo que quiere aparentar, aunque no ha parado de beber en toda la noche. He estado observándola y, aquí, entre universitarios y gente con un futuro prometedor, parece una más, solo que con una capacidad para integrarse que no había visto nunca.

Es la única chica de grupo y no se siente para nada fuera de lugar o excluida, al contrario, es el centro de atención y le encanta. Solo se ha puesto un poco a la defensiva y ha dejado ver su verdadero yo cuando mis amigos han intentado coger la pistola para jugar.

—Tenéis que traerla a todas las fiestas. —Ríe West cuando ya vamos caminando por el paseo marítimo de regreso a la universidad.

Gia sonríe y pasa un brazo por encima de sus hombros, le da un beso en la mejilla y luego comparten un porro. Otro más, he perdido la cuenta de ellos.

Me tiene tan confundido, que no sé si le gusta uno o le gusta otro, tiene muestras de cariño con todos mis amigos y creo que ellos están igual de desconcertados que yo.

—Oye, ¿dónde vives? —Le pregunta Liam—. Estamos llegando a nuestra residencia y, a menos que pretendas pasar la noche con alguno de nosotros —ríe y le guiña un ojo—, no vamos a dejar que vayas sola andando a donde quiera que te alojes.

—Vaya. —Se carcajea la morena—. Agradezco enormemente vuestra sensibilidad y preocupación, pero podéis quedaros tranquilos, sé cuidarme sola.

—Eso ya lo hemos visto, menuda hostia te ha dado, tío. —Ríe Conan dándome un empujón en la espalda.

Yo pongo los ojos en blanco e ignoro el comentario.

—Tengo dos camas, puedes quedarte en mi habitación si quieres. —Aprovecho para decirle cuando mis amigos se adelantan bromeando sobre gilipolleces.

—Gracias. —Asiente ella para mi sorpresa.

Mi espalda cocha violentamente contra el armario del dormitorio cuando su cuerpo me empuja a la vez que mi boca se ve invadida por su lengua. Bajo la cremallera de su mono de cuero despacio, y el solo sonido de estar haciéndolo ya consigue ponérmela dura. Sin embargo, cuando desciendo la mirada y me encuentro con las tetas más perfectas que he visto en mi vida, termino por dejarme caer de rodillas ante ella y acabar de desnudarla.

—Eres una puta diosa —digo mientras beso su vientre y ella estalla en una carcajada.

Gia jadea y hunde los dedos en mi cabeza por los espasmos que mis besos le provocan entre los muslos, me pongo de pie de nuevo y la beso a la vez que la levanto en brazos para tumbarla en mi cama.

Nuestros labios no son capaces de separarse para nada más que sonreír y dejarnos llevar por este momento, este instante en esta habitación; esta conexión que sabía que tenía con ella cuando aún no nos habíamos ni siquiera besado esta mañana en la cafetería.

—¿Tienes condones? —pregunta tras colocarse encima de mí y ocuparse de quitarme los pantalones y la ropa interior.

—En la cartera.

—¿Y dónde está ahora la jodida cartera? —maldice mientras se levanta y va moviendo prendas del suelo, desnuda y con una amenazadora confianza en su propio cuerpo. En toda ella—. ¡La tengo! —Ríe y tira todas las tarjetas y el dinero en busca del dichoso preservativo.

Los dos hemos bebido mucho y, a pesar de saber perfectamente lo que hacemos, las carcajadas nos acompañan durante toda la sesión de sexo que mantenemos antes de quedar completamente exhaustos, tumbado el uno junto al otro en mi cama.

Me coloco de lado para mirarla, embobado por este momento y sintiendo que ahora mismo puedo rozar el cielo con los dedos.

—Ni se te ocurra —dice cuando abro la boca para hablar—. Todo lo que estás sintiendo ahora mismo es por las pastillas y el alcohol, así que despeja tu mente de cursilerías y ahórratelas.

—Realmente eres una fiera, eh. —Río y ella me imita, gira la cabeza hacia mí y luego vuelve a mirar el techo.

—Follas bien.

—Follo de puta madre.

Estallamos en una carcajada que dura unos cuantos segundos antes de volver a quedar en silencio, con el único sonido que hacen las hojas de los árboles al otro lado de la ventana abierta.

—¿Todas las habitaciones de la residencia son como esta? —pregunta poco después.

—No, solo algunas. Depende de lo que pagues por ellas, aquí hay gente de mucha pasta.

—Sí, muchos hijos de peces gordos. —Asiente y se inclina para coger el cinturón de policía que traía con el disfraz, saca de una goma el paquete de tabaco y de él dos cigarrillos.

—Gracias. —Acepto el que me ofrece y estiro la mano por encima de ella para alcanza el mechero de la mesilla.

Mi boca queda tan cerca de la suya que no puedo evitar volver a besarla, sus labios dibujan una sonrisa y, después de devolverme el beso, me empuja hacia atrás para volver a tumbarme en la cama.

—No te quedan condones, así que olvídalo.

—Estás demasiado buena, no puedo olvidarlo —susurro mientras me muevo hacia la parte baja de la cama para colar la cabeza entre sus piernas.

—Bueno, eso sí puedes hacerlo. —Gime y después se ríe mientras intenta encender el cigarro.

No tardo demasiado en conseguir que se corra, y ella tampoco. Esta vez sí que nos quedamos satisfechos del todo y puedo notar cómo las pulsaciones bajan, y el alcohol y el sueño empiezan a hacer efecto.

—¿Dónde vas? —pregunto medio adormilado cuando siento cómo se levanta de la cama y empieza a vestirse.

—Shh, duérmete.

—No te vayas.

La única respuesta que obtengo por su parte es una pequeña risa antes de escuchar el ruido de la puerta cerrándose.

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