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Episodio 2

DALLAS

El rojo carmesí de sus labios aparece como flashes en mi cabeza cada vez que cierro los ojos, el modo en el que su respiración agitada parecía encantarle. La adrenalina. Nunca había conocido a una mujer capaz de hacer algo así, y tampoco me había visto en una situación similar. ¿Por qué no dejé simplemente que se marchara? ¿Acaso quería que me pegase un tiro?

—¿Estás bien? —Amber detiene el movimiento de sus caderas sobre mí y jadea con la respiración entrecortada.

—Sí.

—Bien, pues no se te ocurra parar ahora —ordena antes de besarme.

Minutos después me corro pensando en la boca de fresa que estuvo a punto de pegarme un tiro hace un par de días.

—Estás rarísimo —comenta mi novia cuando sale de la ducha de mi habitación privada en el campus de la universidad.

—Y tú paranoica. —Me apoyo en las manos y de un impulso salgo de la cama, desnudo y sudado con la intención de que el agua fría se lleve, no solo los restos de la sesión de sexo matutino, sino también el puto rostro de ese veneno con piernas que no he podido sacar de mi cabeza.

—Lo que tú digas, nos vemos a la noche.

—Adiós.

Escucho cómo resopla y cierra de un fuerte portazo, está cabreada. Y con razón, la he ignorado desde que pasó lo de la cafetería, las cosas con Amber han sido bastante forzadas últimamente. Ella me gusta, la quiero... a mi manera.

El hecho de saber que mi padre me obliga a estar con ella por no sé qué acuerdo diplomático con el puto Senador, me toca las pelotas y hace que mis ganas disminuyan cada vez más.

Siento que mi vida está planeada al milímetro, que la libertad que creo tener en ocasiones no es más que la cuerda que mi padre tiene alrededor de mi cuello, aflojándola un poco para que no me revele. Para que la historia no se repita.

—¿Todavía estás así? —Liam entra sin llamar, como cada mañana, y se tumba en mi cama mientras me seco y me visto—. Amber tenía una cara de cabreo de cojones, tío. Me la he cruzado fuera.

—Estoy cansado, ¿qué quieres que te diga?

—Pues déjala, manda todo a tomar por el culo.

—No puedo, ya lo sabes.

—Lo sé. —Intercambiamos una mirada cómplice y enseguida cambia de tema.

Atravesamos juntos el campus para desayunar, si hay algo que me levante el ánimo son los gofres de la señora Kent, la cual regenta la cafetería principal de la universidad. En cuanto entramos, nos saluda desde la barra y asiente, en señal de que ya sabe lo que queremos y que enseguida estará listo.

—Ahí hay una mesa libre, vamos. —Señala Liam al fondo.

Nos sentamos el uno frente al otro y de nuevo dejo volar mi mente, incapaz de concentrarme en nada más de cinco minutos.

—Tío, vuelve. —Mi amigo chasquea los dedos frente a mi rostro y yo pestañeo varias veces mientras me río.

—Perdona, no sé qué me pasa. —Resoplo y paso los dedos por mi pelo.

—¿Sigues pensando en lo dura que te la puso aquella culebra venenosa?

—Que te jodan. —Niego, pero me uno a su carcajada.

—Te la hubieras follado, ¿verdad? Con pistola y todo.

—No lo entiendes, era como si no le importase nada más que el segundo en el que vivía, como si no tuviese miedo a que la pegaran un tiro.

—Libertad.

—¿Eh? —Frunzo el ceño confundido.

—Ella es una loca que va por la vida pegando tiros y robando aunque no lo necesita, estoy seguro de que no tiene ni casa ni trabajo, y dudo que tenga familia —reflexiona mi amigo en voz alta—. Tú tienes toda tu vida planeada hasta que la palmes, lo que te la puso dura fue esa libertad que ella tiene y a ti te falta.

—Puede ser. —Asiento y dejo que mi visión se nuble, como cuando te quedas embobado mirando un punto en concreto sin pestañear.

Y entonces la escucho.

—Quiero las tortitas con sirope de fresa y mucha nata. —Ríe con la camarera y bromea unos segundos más antes de volver al silencio.

—¿Qué pasa? —pregunta Liam preocupado al ver el cambio en mi expresión.

Sin responder, me doy la vuelta y observo una cabellera morena, muy diferente a la del otro día. Trago saliva y me levanto despacio, doy unos pasos hasta colocarme frente a ella, que está ojeando la carta todavía.

—Eres tú.

La chica levanta la cabeza y, en cuanto veo sus ojos, cualquier duda queda disipada.

—¿Perdona? Creo que me confundes con otra persona. —Parece convencida, pero su tono de voz ha cambiado y, además, lo recuerdo perfectamente. No he podido sacarlo de mi puta cabeza.

—Eres tú, reconocería esos ojos en cualquier parte. Te recuerdo que estuviste a punto de pegarme un tiro.

Mira nerviosa a ambos lados y se levanta, sujeta con fuerza mi muñeca y prácticamente me arrastra hasta el cuarto de baño. Me pregunto cómo puede tener tanta fuerza.

—Todavía puedo hacerlo si no cierras esa preciosa boquita —amenaza tras cerrar la puerta y asegurarse de que no hay nadie dentro.

—¿Qué haces aquí?

—¿Y a ti qué coño te importa?

—De todos los sitios a los que podrías haber ido, estás en mi universidad.

—La universidad no te pertenece, egocéntrico. —Pone los ojos en blanco y se cruza de brazos, después recorre mi cuerpo con absoluto descaro y se detiene cuando regresa nuevamente a mis ojos.

—¿Y bien? —pregunto con una ceja arqueada.

—¿Qué?

—Acabas de escanearme, ¿he aprobado?

—Eres imbécil. Deberías huir de la tía que estuvo a punto de matarte, no encerrarte con ella en el cuarto de baño. ¿Acaso eres un suicida?

—No habrías disparado —digo convencido.

—No tienes ni puta idea de quién soy o de lo que soy capaz. Ahora hazte a un lado y finge que no me conoces.

GIA

Sonrío cuando ya no puede verme, salgo del cuarto de baño y no me detengo hasta estar en mi mesa, sobre la cual ya están mis tortitas bañadas de nata.

No soy idiota, sabía que podría encontrármelo y, algo dentro de mí quería hacerlo, quería volver a verlo y, no sé, tal vez divertirme un rato con él. Sin embargo, no tengo ninguna prisa, nadie me espera en ninguna parte, así que, ¿por qué darle el hueso al perro ya cuando puedo dejar que pase hambre un poco más?

Si hay algo que me encanta es saber cosas sobre la gente y que ellos no sepan nada de mí. Sé que su hermano murió cuando tenía diez años, conozco el nombre de su novia y sé incluso en la facultad que estudia. Él no sabe ni mi nombre.

—Tío, ¿qué cojones te pasa? ¿Quién es esa? —Escucho cómo le pregunta su amigo.

—Nadie, me he equivocado —dice bien alto para que yo lo escuche.

—Pues ella parecía conocerte. Oye, eh, tú.

Cierro los ojos para llenarme de paciencia y dibujo una encantadora sonrisa antes de darme la vuelta.

—¿Me llamas a mí?

—Sí, ¿de qué conoces a mi amigo?

Dallas me observa aún de pie y aguarda a mi respuesta impaciente.

—De nada, lo he confundido con otra persona, disculpad la interrupción.

—Ya... Lo que tú digas. ¿Quieres desayunar con nosotros? —pregunta después con una sonrisa seductora.

Intercambio una mirada con Dallas, percibo su nerviosismo y eso me encanta, es como un cachorrito moviendo la cola para que lo saquen a pasear.

—Claro, ¿por qué no?

Levanto mi plato de la mesa y me siento dentro del banco donde estaba él, de modo que cuando se acerca, nuestros cuerpos se tocan por el espacio reducido.

—Bueno, ¿eres nueva? No me suena haberte visto por aquí.

—Sí, me he mudado hace unos días. Estoy buscando trabajo.

—Ah, o sea que no vas a la universidad.

—No. —Río y doy un bocado a las tortitas.

—Bueno, pues yo me llamo Liam y él es Dallas.

—Un placer conoceros, chicos.

—¿Y tú te llamas...?

Dudo en si decirles mi nombre real o no, pero lo más probable es que Dallas no se crea nada de lo que diga, así que si le digo mi nombre de verdad, pensará que no es ese.

—Gia.

—¿Gia? —pregunta el castaño en cuestión—. ¿Es diminutivo de algo?

—De Gia. —Sonrío con cinismo y doy un bocado más.

—Qué misteriosa —bromea Liam y se aparta para que la camarera pueda dejarles sus gofres con chocolate.

—Cuéntanos algo sobre ti, Gia. —Dallas gira el rostro hacia mí y sonríe, yo imito su gesto a la vez que le doy un pisotón con el tacón de mis botas y él tensa la mandíbula para no gritar de dolor.

—Me he mudado desde Ámsterdam porque ya estaba cansada del olor a marihuana.

Liam rompe en una carcajada y necesita dar un trago a su bebida, Dallas y yo intercambiamos una mirada que consigue hacerme arder por dentro.

—O sea que manejas buen material —deduce el rubio con interés.

—Pide por esa boquita.

—Los porros te sientan fatal. —Le recuerda Dallas antes de comenzar con su desayuno, aunque estoy segura de que preferiría comerme a mí.

—Porque lo que nos venden aquí es una porquería, seguro que Gia tiene hierba de la buena, ¿a que sí?

—Primeras calidades, cielo.

—Estupendo, tú y yo vamos a llevarnos muy bien.

Le guiño un ojo y dejo que Dallas se desespere por saber que va a tener que ser un buen actor de hoy en adelante.

Este juego será divertido.

DALLAS

Es imposible que esto salga bien, si antes no podía sacarla de mi cabeza, ahora no podré sacarla tampoco de mi vista. ¿Cómo se supone que voy a arreglar las cosas con Amber teniendo a esta puta fuerza de la naturaleza tan cerca?

Gia es explosiva, no solo en sentido figurado, sino que estoy seguro que donde sea que está alojada, tiene explosivos de verdad, armas para frenar un tren y no sé cuantas cosas más.

Ella es todo lo opuesto a lo que mi padre siempre ha querido para mí, y eso hace que todo sea aún más atrayente.

—Esta noche hay una fiesta, ¿por qué no vienes?

Lanzo una mirada asesina a mi amigo cuando la invita a la fiesta de Halloween que se celebra todos los años en la playa.

—¿Hay que ir disfrazado?

—Claro, es Halloween —ríe Liam.

—Genial, los disfraces son mi especialidad —dice ella mirándome a mí—. Supongo que ahora tendréis que marcharos a clase, ¿en qué curso estáis?

—Último año, Ciencias políticas —contesto yo para no quedarme fuera de la conversación.

—Uh, qué importante y aburrido suena eso. —Se carcajea ella, a lo que Liam se une y ambos chocan el puño por encima de la mesa—. ¿Así que tenéis veintitrés años?

—Sí, ¿tú?

—¿Cuántos me echas? —Le pregunta a Liam con una sonrisa traviesa.

—¿Años? —Ambos ríen y yo me empiezo a tensar por estar en medio de esta situación.

—Puedes echarme lo que quieras, pero sí, ahora mismo años.

—¡Vaya! —Mi amigo no sale de su asombro y por su risa sé que Gia, si es que ese es su verdadero nombre, lo pone nervioso—. Bueno, creo que tienes nuestra edad, más o menos.

—Más, tengo veintisiete.

—No los aparentas —digo sinceramente y apoyo mi rostro en una mano para mirarla.

—Supongo que eso es un cumplido. —Sus ojos se posan en los míos y de nuevo siento esa extraña conexión que no tiene con Liam, por muchas gilipolleces que se digan.

—Supongo.

—Bueno, ahora sí que deberíamos irnos a clase. ¿Nos vemos entonces esta noche?

—Claro, seguiré a la multitud, seguro que os encuentro.

—Podemos quedar en alguna parte si quieres —sugiere Liam encogiéndose de hombros.

—No te preocupes, os encontraré.

—De acuerdo...

Me levanto sin haber terminado de desayunar, y los dos nos despedimos de Gia para irnos a la primera clase de un largo día. No puedo evitar dar un último vistazo hacia ella antes de salir por la puerta, pero ella está centrada en sus tortitas.

—Qué tía más rara. —Apuramos el paso para no llegar tarde mientras mi amigo comenta sus primeras impresiones sobre la chica que no he podido sacar de mi cabeza desde hace dos días—. Pero qué buena está.

—No está mal —digo sin más.

—Bueno, ahora sí que tengo claro que te pasa algo. —Se detiene en medio de la calle y me coloca una mano en el pecho para frenarme.

—Calla, imbécil. —Río intentando quitarle hierro al asunto y que me deje en paz—. Seguro que esta noche se me pasa después de un par de cervezas.

—Y luego otras dos —dice él sonriendo mientras retomamos el paso.

—Y luego otras dos —añado a nuestro mantra personal antes de salir de fiesta.

—Y luego dos más —retomamos a la vez en medio de una carcajada.

Amber baila para atraerme bajo su disfraz de vampiresa sexy, intento prestarle atención, pero inevitablemente no paro de buscar a Gia por la playa. Hace dos horas que empezó la fiesta y no hay rastro de ella por ninguna parte, aunque, conociéndola lo poco que la conozco, juraría que nos esta observando desde alguna parte. Quizá piense que he aprovecha la oportunidad para traer a la policía y tenderle una trampa, pero lo cierto es que ni siquiera se me ha pasado por la cabeza.

—Mira quien viene por ahí.

Volteo la cabeza en la dirección que Liam me indica y veo a una morena de pelo corto, ataviada con un ajustado disfraz de policía acercándose. Lleva todo el equipo, esposas, porra, linterna, e incluso un arma, la cual no dudo que es de verdad.

El característico pintalabios carmesí acompaña a sus labios, haciendo que brillen y se me antojen igual de apetitosos que una fresa recién recogida.

—Os dije que os encontraría —dice a modo de saludo.

—Dos horas tarde, preciosa —contesta Liam dándole un beso en la mejilla.

—Tenía que ir a recoger un par de cositas. —Tira hacia abajo de la cremallera del mono de cuero que lleva y nos muestra dos bolsitas escondidas en su escote, una con pastillas blancas y otra con hierba—. Una no debe presentarse a ninguna fiesta con las manos vacías, ¿no os parece?

—¡Ahora sí que empieza la fiesta! —celebra mi amigo dando un grito exaltado a la vez que levanta a Gia del suelo y ambos giran entre carcajadas.

—¿Quién es esta?

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