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Su sudadera roja había caído a el piso, su camisa estaba a medio abrir y aquella mujer no dejaba de lanzarle miradas intensas, acariciaba su pecho descubierto se frotaba contra su pantalón, aceleraba su corazón que cuando sintió un dolor en su masculinidad miró horrorizado como ella llevaba su mano hasta ese bulto escondido que nunca antes había sido manipulado por otro que no fuera meliodas
—Señorita por favor, le ruego me suelte. Y no soy un cliente con el que pueda satisfacerse yo...— se quedó callado, ella había deslizado el cierre de su traje de coneja liberando sus dos móntalas suaves ante su vista, decirle la verdad era lo único que parecía salvarlo —Soy virgen — susurró con pena. Al instante Elizabeth se detuvo mirándolo con unos ojos abiertos como platos. No sabía si es que se derritió de ternura al ver su declaración tan avergonzada o si se encendió mas, sería la primera mujer en probar el miembro oculto de aquel hombre
—Me llamo Elizabeth —meliodas solo pudo enredar sus manos en la cintura de la mujer, así que así se llamaba la mujer que lo tomaría esa noche
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