
Capítulo 13
Capítulo 13
La Colina Roja, Solaris – 1.836
—Lo sabía. Sol Invicto, lo sabía...
Desconocía cuánto tiempo llevaba sentada en el suelo del sótano, totalmente absorta por todo cuánto albergaba en su interior, cuando una brecha de luz procedente del exterior iluminó su rostro. Iris abrió débilmente los ojos, sintiendo despertar de un profundo sueño, y vio una sombra acercarse. Una sombra alta y esbelta que, tras descender las escaleras a la carrera, se agachó a su lado.
Apoyó la mano sobre su frente y suspiró. Sus ojos oscuros destellaron en mitad de la oscuridad.
—Eres terrible —dijo en tono acusador—. Ahora entiendo por qué no me cogías el teléfono. ¿Cuánto tiempo llevas aquí?
Iris quiso responder, pero no lo consiguió. Tal era el cansancio que sentía que apenas era capaz de mantener los ojos abiertos. Era como si algo tirase de ella hacia la oscuridad, como si no quisiera que despertase.
Algo que la recién llegada ya había visto en demasiadas ocasiones.
La ayudó a incorporarse y, sujetándola por debajo de los brazos, tiró de ella hacia las escaleras.
—¿Quién eres? —acertó a decir Iris, incapaz de reconocer su rostro en la oscuridad—. Tu voz...
—Cállate, anda, necesitas dormir. Cuando despiertes te lo explicaré, pero por el momento basta con que sepas que soy tu salvadora. Ahora, duerme.
El alegre gorjeo de los mirlos blancos del jardín la despertaron. Iris abrió los ojos, logrando al fin liberarse del agotamiento que la había mantenido profundamente dormida durante las últimas doce horas, y se incorporó. No recordaba cómo había llegado a la cama, pero se encontraba en su interior, vestida con un pijama y cubierta con demasiadas mantas como para no haber pasado calor.
Se destapó y bajó. Ante ella, abierta de par en par y con la luz de la mañana iluminando de pleno la habitación, la ventana le ofrecía unas hermosas vistas del jardín. Iris se acercó al cristal, sorprendida al ver las cortinas anudadas en los extremos, y volvió la vista hacia el interior de la habitación. Todas las luces estaban encendidas. Además, había un olor diferente. Un olor agradable y familiar que logró al fin traerla de regreso al mundo real.
—¿Café?
Desorientada, Iris salió de la habitación descalza y recorrió la mansión hasta la cocina. El suelo estaba terriblemente frío, al igual que todo el edificio en sí, pero tal era la sensación de alarma que atenazaba su pecho que no se detuvo. Descendió las escaleras a la carrera, saltando el último tramo, y recorrió el salón hasta lograr al fin encontrar el origen del café: la cocina.
Y en ella, apoyada en una de las paredes, con una taza humeante en la mano y una expresión oscura en la mirada, encontró una mujer.
La misma mujer que el día anterior la había encontrado en el sótano.
Tardó unos segundos en reconocerla, tiempo en el que la extraña aprovechó para acercarse a ella y mirarla algo más de cerca. Sus ojos, de un intenso color castaño, tenían un brillo extraño. Un brillo triste.
—¿Marine? —comprendió al fin—. ¿Marine Vilette? Eres... eres la mujer de mi hermano, ¿verdad?
Marine respiró hondo antes de responder. Tal era el parecido físico de Iris con Frédric y sus propios hijos que necesitó unos segundos para que no se le rompiera el corazón. Cerró los ojos con pesar, sin poder evitar que el recuerdo de su marido tiñese de amargura su alma, y asintió con suavidad.
—Te pareces tanto... —dijo en apenas un susurro, volviendo a abrir los ojos—. A él también le tuve que sacar de ese sótano en varias ocasiones. Sabías cuándo entraba, pero nunca cuándo iba a salir. Era demencial. Deberías tener cuidado.
Iris asintió levemente, avergonzada. Lo cierto era que en el momento en el que había descendido las escaleras y había entrado en la cámara había olvidado absolutamente todo. Dónde estaba, la hora que era, quién era... todo. Y sin embargo, no le había importado. Al contrario, deseaba volver a ir: quería seguir indagando en los secretos que albergaba aquel lugar, pero lo primero era lo primero.
Se esforzó por sonreír.
—Me alegra que hayas venido —dijo al fin.
—Y a mí haber venido —confesó Marine. Se acercó a ella y le tendió la mano—. ¿Iris, verdad?
—Sí —respondió ella, tomando su mano—. Bueno, en realidad no. Yo...
—Da igual.
Marine le dedicó una sonrisa amistosa, cariñosa incluso, y tiró de su mano para abrazarla. La estrechó con fuerza contra su pecho, sintiendo que al hacerlo parte de Frédric volvía a ella, y durante un instante no fue capaz de decir nada. Ni ella ni Iris, la cual llevaba tanto tiempo esperando reencontrarse con su pasado que no necesitó más para comprender que, incluso sin conocerla, aquella mujer formaba parte de su familia.
Marine le dio un tierno beso en la frente. Seguidamente, recuperando de nuevo la taza, le dio un sorbo y señaló la puerta con el mentón.
—Date una ducha, anda. ¿Cuánto tiempo has pasado ahí abajo?
—¿Sinceramente? No lo sé.
—¿Cuándo entraste?
—Después de hablar contigo...
—¿¡Después de hablar conmigo!? —Marine parpadeó con perplejidad—. ¡De eso han pasado ya tres días! ¡Sol Invicto, podrías haber muerto! ¿¡Qué demonios te pasa!? —Sacudió la cabeza—. Te voy a preparar algo de comer para recuperes fuerza. Mientras tanto date una ducha, ¿de acuerdo? ¡Y cálzate! ¿¡Es que no te han enseñado que no se tiene que ir descalza!?
Una hora después, algo más recompuesta tras la ducha y un desayuno caliente, Iris y Marine salieron al jardín, donde tomaron asiento en uno de los bancos de piedra para tomar un poco el sol. La mañana era agradable, con el cielo totalmente despejado de nubes y una brisa suave que les acariciaba el rostro. Los pájaros cantaban en lo alto de los árboles mientras que los peces nadaban en el estanque.
El mismo estanque alrededor del cual habían correteado durante horas Ginelle y Felin, jugando a perseguirse.
—¿Por qué te fuiste? —preguntó Iris tras unos minutos de silencio en los que se habían limitado a disfrutar de la paz reinante. El mundo parecía haberse detenido para ellas—. Tú y los niños, me refiero. Podríais haberos quedado en la casa.
—Lo tuve claro desde el principio. El día que faltase Frédric, que tarde o temprano pasaría, nos iríamos.
—¿Por qué?
Marine negó con suavidad. A pesar de tener poco más de treinta años, su rostro estaba marcado por varias líneas de expresión muy profundas resultado del estrés. Los últimos años habían sido muy complicados, pero los anteriores no habían sido mucho mejores. Había sido feliz con Frédric, sí, y más aún tras el nacimiento de sus hijos, pero el tipo de vida que habían llevado no había sido fácil precisamente.
—Porque este lugar es Frédric en pura esencia. El edificio, las torres, el jardín, el sótano... todo. Absolutamente todo tiene parte de su esencia y no me veía capaz de seguir aquí sin él. Su recuerdo es muy doloroso.
—Supongo que a veces es mejor poner distancia de por medio —admitió Iris—. Pero tarde o temprano volveréis, ¿no?
Marine se encogió de hombros.
—No entra en mis planes. Costó mucho que los niños se integrasen en sus nuevos colegios. Quién sabe, puede que en el futuro, pero ahora mismo no. Ni ahora ni a corto medio plazo. Estamos bien como estamos.
—Ya... —Iris se encogió de hombros—. ¿Y no te planteas vender la casa?
—¿Venderla? —Marine alzó las cejas—. ¿Y dónde se supone que ibas a vivir tú entonces? —La mujer negó con la cabeza—. No. Frédric me hizo prometer que pasase lo que pasase, que no la vendería. Que este lugar tenía que convertirse en el hogar ancestral de los Sertorian: un lugar al que poder volver. Además, sabía que tarde o temprano aparecerías. De hecho, te fuimos a buscar. Creo que fue hace ocho años, o siete, no lo recuerdo. La cuestión es que intentamos atravesar la frontera para ir hasta Herrengarde, a sacarte de ese orfanato donde te habían metido. Le dije a Frédric que era una locura, que no nos iban a dejar pasar... pero bueno, tu hermano era bastante cabezota, así que cogimos el coche y fuimos hacia allí.
—¿Y os dejaron pasar?
Marine respondió con una carcajada llena de alegría. El mero hecho de recordar los tiempos en los que se había dejado llevar por las locuras de Frédric le hacía sentir viva.
—Para nada. Nos pararon en la frontera y tu hermano se puso tonto con los legionarios del puesto de control. A veces tenía arrebatos de grandeza y creyó que diciéndoles que formaba parte de la Armada bastaría para que nos dejasen pasar. Cuando le dijeron que no por tercera vez, empezó a ponerse nervioso... total, que pasamos una noche encerrados en un calabozo.
—¿¡En serio!? —Iris no pudo contener la carcajada.
—Sí. Tuvimos suerte de que nos dejasen hacer una llamada. Contactamos con Garland, y él a su vez con el general Cysmeier. Si no hubiese sido por él, probablemente nos habrían acusado de desacato a la autoridad oficialmente, o de haber intentado escapar, o sabe el Sol de qué. Pero vaya, que habríamos tenido problemas más graves. Por suerte, el general logró que nos dejasen volver, y aunque Frédric fue amonestado, logró que le retirasen todos los cargos. A partir de entonces, aunque quiso intentarlo en varias otras ocasiones, se lo impedí. Después de lo que había pasado no podíamos volver a jugárnosla.
—Totalmente comprensible —admitió Iris—. Podría haber llamado.
—Lo hizo, pero tu directora no quería que hubiese contacto entre vosotros. Decía que te habías integrado muy bien y que lo único que iba a conseguir era desestabilizarte... que cuando fueras de mayor de edad, elegirías. —Marine negó con la cabeza—. La muy perra... ¿cómo se llamaba? ¿Leona?
En el fondo, poco importaba cómo se llamase. Liona Wesler no quería que los dos hermanos mantuviesen contacto, y aunque durante los primeros años había sido complicado frenar el ansia de Frédric, con el tiempo había conseguido apagar esa llama.
—Frédric siempre te tuvo muy presente —prosiguió Marine—. Con el paso de los años llegó a la conclusión de que nunca os veríais, pero quería que, cuando él muriese, tú pudieses seguir con la "tradición".
—¿La "tradición"?
La mujer asintió levemente.
—Sí. Ven, te lo enseñaré... pero que no se te vaya la cabeza otra vez, ¿de acuerdo? No sé qué demonios os pasa cuando bajáis, pero a tu hermano le pasaba lo mismo. Se ponía fuera de sí. Él decía que era porque entraba en comunión... que era como si ese lugar sacara su parte más animal. Personalmente creo que iba mucho más allá.
—¿Más allá? ¿A qué te refieres?
Marine respondió apoyando la mano sobre su pecho, a la altura del corazón.
—Pues a que no es algo físico, sino espiritual. Algo que él llevaba dentro... y que probablemente tú también. —Una sonrisa melancólica despertó en sus labios—. Venga, vamos.
Volver a bajar al sótano le daba cierto respeto. Aunque lo ansiaba, saber que había pasado casi tres días en su interior despertaba sus dudas. ¿Qué había estado haciendo durante todo aquel rato? Deleitarse de las maravillas de su interior, sí, zambullirse en todo lo que su hermano había estado estudiando durante aquellos años... ¿pero y qué más? Había parte de su estancia que no lograba recordar, y en cierto modo creía que era precisamente por lo que decía Marine. Porque cuando Iris bajaba a aquel sótano, algo despertaba en ella.
Algo que hasta entonces no sabía ni que existía.
La cámara subterránea albergaba los tesoros que Frédric había obtenido a lo largo de todos aquellos años: un gran mapa estelar grabado en el suelo, cuya pintura dorada lograba proyectar una imagen 3D de las estrellas, cinco estanterías totalmente repletas de documentación, libros y recopilaciones de datos, tanto propias como de otros, una maqueta de un imponente buque de guerra cuyo mascarón de proa tenía forma de halcón, y otros tantos objetos que, diseminados por el gran despacho subterráneo, convertían la cámara en un pequeño templo.
Un templo en el que las emociones de Iris se desbordaban cada vez que sus ojos se encontraban con cada una de las estrellas que componía el mapa astral. Una vez más, no coincidían con el real, pero había mucha verdad en ellas. En lo más profundo de su ser, Iris sabía que aquella arquitectura cósmica existía en algún lugar.
Y era precisamente aquel lugar alrededor del cual había girado la vida de su hermano. Frédric había vivido y muerto buscando aquel místico lugar donde, según los escritos, se encontraba la civilización perdida de los Guardianes del Destino...
—Una vez más aquí... sabía que tarde o temprano volvería, pero no tan pronto.
Mientras que Iris no pudo resistir la atracción de la cámara y se adentró en ella, Marine se quedó en la entrada, observándola con inquietud. Para ella, aquel lugar era una puerta al pasado que le costaba atravesar.
—Muchas noches, cuando estábamos en casa, tenía que venir a buscar a tu hermano para que subiese a cenar —comentó con amargura, de brazos cruzados—. Podía pasarse horas y horas entre los libros, estudiando.
Iris respondió con un asomo de sonrisa mientras se acuclillaba junto a la gran mesa de roble que había al fondo de la cámara para comprobar el contenido de los cajones. En el primero había varios cuadernos de cuero con las páginas llenas de mapas y paisajes. En el segundo, en cambio, había un gran maletín lleno de frascos de pintura y distintos pinceles.
Iris lo dejó sobre la mesa y encendió la lámpara para poder ver su contenido más de cerca. Había un auténtico abanico de tonalidades verdes y azules que, junto a algún otro color suelto, bastaban para dar vida a todo tipo de mapas.
Encontró también herramientas de dibujo: lápices, gomas, reglas y un cartabón de metal de aspecto pesado. También un compás y carboncillo, aunque lo que realmente llamó su atención fueron las distintas plumas que guardaba en una caja de cristal. Sus puntas tenían diferentes formas y medidas, perfectas para adaptar el trazo.
—Si buscas seguro que encontrarás sus álbumes de fotos —exclamó Marine—. Cada vez que salíamos a navegar y alcanzábamos un destino nuevo podíamos pasarnos jornadas enteras investigándolo, explorándolo. Frédric decía que incluso en el mundo conocido de Gea, aún quedaban muchos misterios y lugares por descubrir.
—¿Formabas parte de su tripulación?
Marine asintió.
—Al principio sí, hasta que nació Ginelle. Después no me quedó más remedio que dejarlo. Una de dos, o era unirla a la tripulación, con lo que ello comportaba, o quedarnos aquí.
—Y decidiste quedarte aquí.
Una vez más, la viuda de Frédric asintió.
—Lo decidimos entre los dos. No fue fácil, pero sí lo mejor. Era cuestión de tiempo que acabase pasando lo que pasó...
—Aún no sé cómo murió —reflexionó Iris, cerrando el maletín de pintura—. Leí que había sido durante una operación, pero poco más. ¿Qué pasó?
—¿De veras quieres saberlo? No es del todo agradable.
Iris se encogió de hombros.
—Nunca es agradable.
—No, desde luego, pero este caso es especialmente truculento... pero te lo explicaré. Eso sí, quiero que antes me digas una cosa. Y sé que probablemente vaya a parecerte una estupidez, pero... ¿qué ves en el suelo?
Sorprendida ante la pregunta, Iris se apartó del escritorio para poder verlo en su total plenitud. Incluso desde la distancia, la imagen era abrumadora.
—Un firmamento —respondió—. No es el conocido, pero tengo el presentimiento de que es muy real. No es un dibujo al azar precisamente.
—Ya... —Marine cerró los ojos por un instante, asimilando su respuesta, y asintió con la cabeza. Si antes había tenido alguna duda, su respuesta la había disipado—. Frédric era el capitán de la nave Leviatán, una fragata de tamaño medio con cabida para cien tripulantes. Durante los primeros años no llegábamos ni a la mitad de su capacidad, no había grandes inversiones en nuestra causa, pero durante los últimos años estábamos a tope, con una lista de espera de marinos ansiosos por unirse a la causa. Marinos que, por supuesto, no sabían la verdad que se ocultaba tras nuestros viajes. Para ellos, Frédric Sertorian era el explorador por excelencia: el marino que se lanzaba al océano en busca de aventuras, surcando sus aguas hasta entonces no conocidas. La realidad, sin embargo, era diferente. ¿Has conocido ya al Almirante?
Iris negó con la cabeza.
—No.
—Tarde o temprano lo conocerás, estoy convencida. Sebastian Liraes es un hombre singular. Es todo un soldado, no te voy a mentir, recto y severo, algo corto de miras incluso a veces, pero también tiene mucho de sabio. Su padre, que en el Sol lo proteja, era un magus de la Academia de Hésperos. No uno especialmente conocido ni poderoso, pero sí un visionario. Él creía en la existencia de una civilización más allá de los límites del mundo conocido. Los Guardianes del Destino, los llamaba, y según su teoría se encontraban muy al sur, más allá de Rodenia y Serenia.
Para poder darle mayor detalle, Marine abrió uno de los cuadernos que había pintado Frédric y le mostró uno de los mapas de Gea. En él, tal y como había advertido, se prolongaba el océano del Verano muy al sur, hasta perderse en los márgenes. Y allí, más allá de lo que parecía ser un muro de agua, se encontraba el hogar de los Guardianes del Destino.
—Parece una locura —admitió Marine—. Pero su teoría se basaba en unos escritos antiguos de los Hijos del Verano. Como ya sabes, los Hijos del Verano era la civilización previa a los albianos como hoy los conocemos. Se dice que era un pueblo lleno de magia y de saber... gentes que vivían en comunión con Gea. Pues bien, además de controlar la naturaleza y la magia con mayor facilidad que nosotros, los Hijos del Verano eran expertos navegantes. Y aunque en sus cartas de navegación más extendidas no se mencionaba este lugar, existen unas en concreto en las que sí que se habla de ellos. De los Guardianes del Destino, me refiero.
—Pero dices que es solo una carta de navegación en concreto... podría ser una invención, ¿no? ¿A quién perteneció?
Marine se encogió de hombros.
—No tenemos la más mínima idea, han llovido siglos desde entonces, pero el maestro Liraes barajaba la posibilidad que perteneciese a alguna tribu nómada. Piratas, quizás. Sea como sea, como bien dices, no tiene mucho sentido darle tanta importancia a una única carta de navegación. Sin embargo, hubo un conjunto de filósofos y eruditos que, durante los tiempos de la Primera Emperatriz, la estudiaban. Al parecer, la propia Albia tenía a un equipo de exploradores a su servicio cuyo objetivo era dar con ese lugar. —Marine se encogió de hombros—. La cuestión es que, hace ya varias décadas, Sebastian Liraes, siendo y aun oficial de alto rango, decidió seguir con los estudios de su padre e iniciar su propia búsqueda. Y me dirás... ¿así, de repente? —La mujer dibujó una sonrisa amarga—. No, no fue tan fácil. Alguien se cruzó en su camino que volvió a despertar ese fuego que ya creía apagado. Alguien que...
—Laurent Malestrom —comprendió Iris de inmediato.
Marine no pudo evitar que un gemido de pura sorpresa escapase de sus labios. Se llevó la mano a la boca con horror, creyendo comprender la verdad de lo ocurrido, y negó con la cabeza.
—Mierda... ha ido a por ti, ¿verdad? ¡Sol Invicto, debería haber aparecido antes! Mierda, mierda, mierda, mira que me lo advirtió Frédric... me lo dijo, pero... —Sacudió la cabeza—. ¿Te ha hecho daño?
Iris no supo qué responder. Malestrom no le había hecho daño, era innegable, pero podría habérselo hecho. Además, la había manipulado; la había utilizado como a una marioneta para conseguir a su mujer estatua, y después se había olvidado de ella...
O al menos eso creía. Realmente nada de lo ocurrido con aquel hombre y el chico del halcón estaba claro. Era como, si de alguna forma, una película de irrealidad lo cubriese todo, deformando sus recuerdos.
—¡¡Iris!! —Al ver que no respondía, Marine la cogió con fuerza por los hombros—. ¿Te ha hecho algo o no?
—No, no... no. Lo he conocido, pero poco más...
—¿Cómo has sabido entonces que era él?
Como respuesta, Iris dedicó una fugaz mirada al suelo.
—Lo vi en su despacho. El firmamento, me refiero. Me llamó mucho la atención...
—¿Fuiste a su despacho? —Marine palideció—. ¿Por qué? ¿Qué te dijo? Iris...
Viendo que el miedo teñía su mirada, Iris decidió no profundizar más en aquel tema. Era evidente que le preocupaba, y aunque no llegaba a entender el motivo, prefería seguir con la historia. Era tan apasionante que ni tan siquiera la sombra del magus, que no era pequeña precisamente, podía eclipsarla.
—No me dijo nada, tranquila. Nuestro encuentro fue el resultado de un cúmulo de casualidades. Pero si te quedas más tranquila, antes de que pudiese decirme nada, un par de agentes de la Unidad Hielo me sacaron de su Cúpula de Estrellas. Según me dijeron, los envió el propio legatus.
—¿El legatus? Te refieres a Cysmeier, ¿verdad? —Dejó escapar un suspiro—. Siempre salvándonos... si es que hay cosas que nunca cambiarán: ese hombre es un Santo. —Marine se acercó al escritorio y tomó asiento en el borde—. De acuerdo, no te diré demasiado sobre ese cerdo, solo que no te acerques a él. Es peligroso... es mentiroso y manipulador. Desconozco por qué le mantienen, yo lo habría expulsado de Solaris hace mucho tiempo, y creo que Cysmeier también, pero sin duda es una de las peores personas que he conocido jamás.
—Y sin embargo, forma parte de vuestra historia.
Muy a su pesar, Marine asintió.
—Aunque con un objetivo muy diferente, Malestrom también estaba llevando a cabo una búsqueda similar a la nuestra. Aunque claro, esto viene de muy atrás... Malestrom se cruzó en la vida del Almirante muchos años atrás. En ese entonces no era el cabrón que es ahora, o al menos no se mostró como tal. Probablemente lo engañó. Sea como sea, se conocieron y juntos retomaron los estudios del maestro Liraes. Retomaron el proyecto Destino, y avanzaron muchísimo en la búsqueda... hasta que, llegado a cierto punto, acabaron separándose. La visión del magus y la del Almirante eran muy diferentes gracias al Sol Invicto. Un tiempo después, tu hermano se unió al Almirante Liraes. —Marine miró de reojo el suelo—. Fue el primero de todos... y el más importante. El Almirante buscaba a alguien que fuese capaz de leer las cartas de navegación. Alguien que fuese capaz de orientarse a través de las estrellas, y Frédric era ese alguien.
Sorprendida ante la afirmación, Iris negó con la cabeza.
—Creo que no lo entiendo. Leer cartas de navegación no es complicado. Necesitas el conocimiento, está claro, pero cualquiera puede hacerlo. ¿Por qué cogió a Frédric entonces? ¿Era un experto en la materia?
—¿Experto? —Rio—. En absoluto, en ese entonces tu hermano sabía muy poco sobre navegación.
—¿Entonces?
—En realidad, es mucho más fácil de lo que crees... —Marine señaló el sueño—. Tú ves un firmamento: yo no veo nada. De hecho, absolutamente nadie ve nada salvo gente como tú o Frédric. Es... es como si tuvieseis algo especial en vuestro interior. Un don... algo. No lo sé. Laurent lo tiene, Frédric lo tenía... y ahora tú. —Dejó escapar un suspiro—. En cuanto el Almirante sepa que has vuelto, no dudes que se pondrá en contacto contigo. Aún no ha olvidado lo que pasó con la Leviatán, pero estoy convencida de que tarde o temprano volverá a intentarlo. Lo lleva dentro... al igual que lo llevaba Frédric. —Hizo un alto—. Y retomando el tema, me preguntabas cómo murió. No te voy a mentir, lo cierto es que no sé exactamente qué pasó. La Leviatán desapareció un día cualquiera, tras un mes de expedición, y tanto la nave como toda su tripulación no volvieron a aparecer hasta cinco semanas después. —Respiró hondo—. Muertos. Mis compañeros aparecieron ahorcados en los Riscos de la Abadía de las Reinas, al sur de Rodenia. Y Frédric... —Los ojos de Marine empezaron a brillar—. El cuerpo de Frédric apareció decapitado junto al resto. De su cabeza, sin embargo, nunca supimos nada. Desapareció... o sabe el Sol Invicto qué hicieron con ella esos monstruos. La Leviatán, simple y llanamente, la hundieron.
Marine permaneció unos segundos en silencio, tratando de silenciar el dolor que despertaba en ella aquel recuerdo. Había sido muy impactante saber que su marido había desaparecido en alta mar, pero mucho más las condiciones en las que había aparecido. La Leviatán había sido atacada, era evidente, y creían saber por quién. Por desgracia, ni habían encontrado huellas, ni probablemente jamás lo conseguirían. En la guerra por alcanzar a los Guardianes del Destino, todo valía.
—Liraes decidió suspender la campaña después de lo de la Leviatán. La pérdida de Frédric y los suyos fue un golpe brutal... algo de lo que aún intentamos recuperarnos. Sin embargo, no puede ser el final, Iris. Los asesinos que acabaron con tu hermano y el resto siguen ahí fuera, tratando de dar con esa civilización... y sabe el Sol Invicto para qué. —Negó con la cabeza—. Para nada bueno, tenlo por seguro. Y él siempre lo negará, y el Almirante me prohibió decirlo, pero estoy convencida de que ese cerdo de Malestrom está detrás de todo esto. Intentó que tu hermano se uniese a su causa, y al ver que no lo conseguía, juró que acabaría con él. Y al final lo consiguió. Fue cosa suya, estoy segura. No hay pruebas, pero lo siento en lo más profundo de mi alma, Iris. Ese hombre es un monstruo.
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