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Capitulo 9- Fuego en el agujero (Parte 3)

Tras su primera misión, Evelyn Muller, por aquel entonces con diecinueve años, pudo regresar a su casa en Titán, la luna de Saturno. Allí vivía su familia, en una gran ciudad oculta bajo una inmensa cúpula que los protegía de la atmosfera toxica de nitrógeno y de las bajas temperaturas. Era un mundo aislado, solo luminoso gracias a los intensos focos de luz que se hallaban en la parte más alta de la cúpula, aunque de vez en cuando, si no había demasiada niebla, las grandes placas que recubrían el techo circular se abrían para dejar paso a la escasa luz solar, que aunque tenue, se agradecía.

Aquella ciudad era una de las cuatro colonias establecidas sobre el satélite. Su cometido era el transporte y gestión de las grandes cargas de Helio-3 procedentes del planeta Saturno.  El Helio 3 es un gas estable y no radioactivo, perfecto para su uso como combustible para las naves en viaje interestelar, en concreto, para la energía de contención. Era muy codiciado por todos, y por eso, las colonias de Titán se habían convertido en importante puntos de administración y comercio del susodicho gas. El padre de Evelyn y Scarlett de hecho, trabajaba para la administración encargada de las distintas negociaciones a la hora de comercializarlo, la Confederación, quien de hecho, se apropió de todos los negocios de comercio y extracción de gases tras el Conflicto Colonial. Un monopolio que impedía la libre competencia entre compañías y marcaba los precios de todos los combustibles, pero al menos, la familia Muller tenía un buen nivel de vida.

A su regreso, Evelyn estuvo muy contenta de encontrarse de nuevo en su hogar. Sus padres nunca aceptaron que su hija se alistase, pero al verla tras dos años de ausencia, se alegraron de que al menos, estuviera viva. Pero a quien más le gustó ver fue a su hermana Scarlett. La chica del pelo de fuego, como Evelyn le había apodado por ser pelirroja, sentía plena admiración por su hermana mayor. La idolatraba, era su heroína. Durante su estancia, Evelyn le contó muchas de sus aventuras en el planeta donde fue destinada, Archos VII, aunque omitió las partes más sangrientas. Le relataba sus enfrentamientos contra los Gélidos, como recorrían los desérticos páramos del planeta sobre blindados acorazados o la vez en que tuvo que saltar desde un Buitre justo antes de que este fuese derribado. Relatos, que encandilaban a la pequeña chica. Se llevaba 6 años con su hermana mayor, pero ya deseaba alistarse en el ejército algo que no hacía mucha gracia a sus padres, pero ella se enorgullecía de su hermana. Creía que de mayor, sería tan buena soldado como ahora lo era ella.

El día antes de partir de vuelta a su siguiente misión, en el helipuerto que la llevaría hasta la estación espacial militar de donde partiría al planeta donde tenía que combatir, decidió entregarle algo a Scarlett. Un pequeño recuerdo para que se acordase de ella, meintras Evelyn se encontraba en batalla. Para que le diera fuerzas en los peores momentos y nunca tuviera miedo. Se trataba de un brazalete hecho con varios tiras de cuero sintético de color negro, que había entrelazado con diversas pequeñas piedras de cristalino brillo, cuyo color iba del azul celeste suave, al rojo anaranjado. Se lo dio a Scarlett, mientras esta lloraba a moco tendido, queriendo abrazarse contra su pierna para que no se fuese. Pero tenía que hacerlo, tenía que marcharse. Le dijo que llevara siempre puesto ese brazalete, que lo guardara para siempre y que no lo perdiera.

 18 de Abril de 2665. Sistema Krebain. Planeta Midgard. 17:00.

Ese brazalete, el mismo que se encontraba dentro del bolsillo de Ezekiel Ralston, junto con el hexágono azulado cuya función el joven soldado desconocía. Zeke no comprendía aun porque la sargento mayor  Muller le había dado esa pulsera. ¿Era un regalo de Scarlett a Evelyn y quería que él se lo devolviese? No, no sería él quien lo hiciera, sino la propia sargento Muller. No iba a permitir que nadie más muriese. Se lo había impuesto, era una responsabilidad que tenia con todos. Eso se decía mientras seguía a la soldado Keating.

Aquella chica era más rápida de lo que había imaginado. Corría muy veloz, esquivando rocas, saltando con agilidad, evitando las partes más resbaladizas del camino. Ezekiel estaba frenético. Le costaba seguir el ritmo de la chica, que se movía como una gacela que intenta escapar de su depredador a través de la sabana africana. Ni Kyle corría tanto. Pero tenía que hacerlo, de el dependía que pudiera ayudar a sus compañeros.

Muy pronto, el sonido de explosiones, disparos y gritos llego a los oídos de Zeke. Al doblar a su izquierda, Ezekiel vio como ante él se desplegaba una amplia llanura, que avanzaba hasta dar con un montículo, donde ominosa, se elevaba el arma antiaérea de los Gélidos. Y delante de esta, una gran miríada de vehículos y soldados humanos luchaban contra el contingente Gélido que protegía el cañón. Un torbellino de muerte, desolación y guerra donde no había piedad para nadie y solo había dos opciones: O los humanos vencían y destruían el cañón o perdían y la ofensiva resultaría un desastre.

—Tienes cojones de habernos traído al corazón de este infierno—le replicó Keating.

Zeke la miró algo sorprendido por su afirmación. La chica lo miraba algo molesta.

—Créeme, si queremos salvar a mi pelotón, es la única alternativa—respondió él con determinación.

—Bien, pues vamos a ello—dijo esta sin más, mientras descendía por la pronunciada pendiente.

Sorprendido por la inesperada actitud de la chica, fue tras ella. Con cuidado de no matarse fue bajando hasta llegar al suelo, donde todo temblaba bajo sus pies.

A su alrededor, el caos estaba desatado. La llanura era un autentico campo de batalla. Poderosos tanques Rinoceronte de color gris claro muy brillante avanzaban imparables por el terreno, arrollando todo lo que estuviera delante. Con sus dos cañones disparaban sin piedad misiles enriquecidos con uranio, aumentando el daño que ya de por si causaban. Detrás de ellos, jeeps Guepardo de carrocería negra corrían raudos, portando en sus techos ametralladoras automatizadas, con sensores de movimientos que acribillaban a tiros cualquier cosa que detectara. Les seguían Tanques Tarántulas, provistas de patas móviles. Aunque lentas iban portaban un armamento temible, como misiles de perforación, capaces de penetrar cualquier blindaje, además de cañones de plasma, ametralladoras rotatorias e incluso lanzallamas. Junto a ellos, acorazados de transporte Armadillo desplegaban tropas de soldados y usaban el cañón de impulsos que tenían en su techo para atacar  todo lo que se moviera. Alrededor de estos y repartidos por toda la zona, soldados de Infantería Básica combatían contra el enemigo. Se cubrían donde primero pillaban, ya fueran zanjas, agujeros, rocas, árboles derribados, vehículos destruidos. Cualquier cosa era buena como cobertura.  Todos ellos llevaban encima toda clase de armas, desde fusiles de asalto a pistolas, escopetas, rifles de francotirador, ametralladoras pesadas, lanzacohetes, etc. Los Gélidos también combatían con fiereza. Arvaks alineados hacían arder todo con sus cañones expulsando plasma rojo incandescente. Los Alfar defendían cada posición con fiereza. El gran cañón aun no había recibido ningún daño, y el potente disparo protónico cubría el cielo gris con su resplandor verdoso. Keating tenía razón. Aquello era el corazón del infierno.

Los dos soldados comenzaron a cruzar aquel violento campo de batalla.

—Sígueme en todo momento—le dijo la chica—.  Como te pares un segundo, estás muerto.

Aquella advertencia inquietó bastante a Ezekiel. Nada más verla salir corriendo, Ralston fue detrás de ella.  Iba muy rápido, a su alrededor la violencia no cesaba. Recorrieron un buen trecho, cuando de repente, justo delante de Ezekiel, un descomunal tanque Rinoceronte avanzaba imparable, haciendo temblar el suelo, como si un terremoto andante se tratara. Keating le gritó que avanzara, y Zeke, algo alborotado, corrió delante del tanque, hasta llegar a la chica. Justo después, el tanque Rinoceronte disparó por uno de sus cañones. Un intenso pitido llenó los oídos del joven soldado y se tambaleó un poco.

—Vamos—decía Keating con una voz lejana—.  No queda mucho.

Lo agarró de la mano y juntos, fueron hasta una pequeña loma donde varios soldados se cubrían. Mientras un francotirador abría nuevos agujeros en las cabezas de los Gélidos, un capitán trataba de comunicarse con el transmisor de su oído con la base Alfa.

—¿Se puede saber por qué cojones no hay comunicación?—preguntaba con ira el tipo.

—Es posible que estén usando algún tipo de sistema de bloqueo de comunicaciones, señor —respondió uno de sus hombre.

—¡Pues mándenlos a la mierda de una vez!—dijo el hombre gruñendo entre dientes. ¡Necesitamos apoyo aéreo, coño!

Zeke y Keating se quedaron parados al ver al tipo discutiendo. Este gritó con mucha furia y llevó a Zeke a preguntarse si valía la pena dirigirse a él.

—¿Quién es este tipo?—preguntó a Keating.

—El capitán Bergman—contestó ella de inmediato— Es quien sabe donde andan los médicos.

Bergman parecía muy ofuscado. En cuanto vio a los dos soldados, se sorprendió mucho. Les lanzó una mirada inquisitiva que no invitaba a la idea de que fuera a ayudarlos.

—¿Se puede saber qué coño hacen aquí, soldados?—preguntó el capitán Bergman bastante molesto.

—Somos los soldados April Keating y Ezekiel Ralston—contestó ella rápido— Veníamos para solicitarles médicos, capitán Bergman.

El capitán Bergman los miró extrañado.

—¿Y para qué cojones iba a movilizar a mis médicos?—seguía preguntando incrédulo— Los necesito aquí más que en ningún otro sitio.

Una explosión de plasma tuvo lugar justo al lado de ellos. Se agacharon a tiempo, y por fortuna, no hubo heridos.

—El pelotón del soldado Ralston ha sido masacrado por un Arvak—explicó Keating, alzando la voz para que se la escuchara por encima de las explosiones—.   Hay muchos heridos, y sin no son atendidos enseguida, morirán.

Aunque tapado por una braga y unas gafas de sol, Zeke pudo notar en el rostro del capitán un claro signo de aspereza. Suspiró, y se dejó apoyar en una roca. En ese mismo instante, uno de los hombres de Bergman cayó rodando al suelo. Gritaba dolorido, mientras se llevaba las manos a su cara. Al atenderlo, Zeke vio que tenia medio rostro quemado, con la piel deshaciéndose en finos hilillos y la carne roja expuesta. Aunque era una visión desagradable, Ralston hizo acopio, y cogió al soldado, apoyándoselo de un hombro. Bergman, alarmado, les hablo:

—Llévenlo al puesto medico. Está por aquí detrás, por debajo de un terraplén de tierra . Hay varios médicos, pero dudo que puedan acompañarles.

Bergman se subió al montículo y comenzó a disparar contra los enemigos. Keating cogió al soldado herido por el otro brazo, y apoyándoselo en su propio hombro, empezaron a marchar al puesto medico.

El puesto medico se encontraba en la zona sur del campo de batalla, al este. Era una zona de tierra baja, muy amplia, y gracias a ese subnivel, los  heridos estaban protegidos del fuego enemigo. Varios soldados, a cubierto tras unas rocas, cubrían la parte delantera, mientras que el flanco izquierdo estaba protegido por vallas de seguridad láser, que solo dejaban pasar a seres humanos. Aquellos que no lo fuesen, eran cortados en pedazos. El derecho era un barranco.  Zeke y Keating llegaron con el soldado herido y quedaron impactados por lo que veían. El suelo estaba plagado de filas enteras de soldados gravemente heridos. La mayoría con quemaduras, ya fuera en la cara, las piernas o algún brazo. También en el torso, el estomago o la espalda. A otros, les faltaba algún miembro, ya fuera pierna o brazo. Aparte había facturados, conmocionados por alguna exposición o aquellos que habían inhalado un poco del gas emitido por las explosiones de plasma. Todo era un mar de gritos y alaridos. Médicos solo habían cinco, teniendo que atender a posiblemente alrededor de 40 heridos, un número que aumentaba progresivamente.

Se adentraron en el lugar. Por entre medias de loa soldados, veían recorriendo de un lado para otro, robots auxiliares con pequeñas ruedas, que con una jeringa en el principio de su brazo mecánico, proporcionaban calmantes a los convalecientes. En algunas zonas, se veían robots cirujanos, colgando de postes metálicos, que con sus brazos extensibles, provistos de objetos punzantes como tijeras o bisturí, intentaban operar a algún herido. Un médico, un hombre con casco blanco en cuyo centro llevaba dibujado una cruz roja pasó por su lado. Zeke lo detuvo a tiempo.

—¿Qué quieres?—preguntó alborotado el tipo—¡Tengo prisa!

Zeke notaba la urgencia en su rostro. En las manos tenía varios parches curativos, una superficie adhesiva con un cristal encima, que contenía una solución que desinfectaba y sanaba heridas, aunque solo las más pequeñas. Se suponía que cada soldado de Infantería Básica debía llevar cinco encima, pero en esta operación, no les habían entregado tantas.

—Necesitamos que nos ayudes—dijo Zeke con presteza.

—No creas que eres el único —habló él mirándole fijamente a los ojos—.   Aquí hay cuarenta heridos que también lo necesitan.

Se marchó, dejando al joven soldado con las palabras en la boca. Viendo que nadie les atendería, dejaron al maltrecho hombre con el que cargaban en una de las filas. Uno de los robots, un cilindro de medio metro de color blanco marfil, extendió su brazo mecánico y pinchó con la jeringa al incapacitado, metiéndole calmantes que hicieron que el hombre se relajara.  Acto seguido, Zeke se dirigió a Keating:

—Quédate aquí. Buscare a alguien y enseguida nos largaremos.

Ella solo asintió. Zeke comenzó a correr y vio a un par de personas al lado de un hombre, que no paraba de gritar. Encima de este, un robot cirujano, extendía sus alargados y delgados brazos hacia el cuerpo del herido. Ezekiel podía ver como los médicos trataban de curar una horrible herida que el hombre tenia en el estomago, un gran agujero abierto por plasma recalentado del cual manaba sangre.

—Maldita sea, lo estamos perdiendo—dijo uno de ellos, una mujer que miraba a una pequeña pantallita, una lamina de cristal en el cual se veían  las constantes vitales de la persona.

—¡Joder, no, no , no!—gritaba desesperado el otro médico, un hombre.

Se empezó a escuchar un sonoro pitido, indicativo de que las pulsaciones del corazón disminuían. Ezekiel fue testigo de cómo el robot cirujano colocaba uno de sus brazos en el pecho del hombre y usando descargas eléctricas, intentó reanimarlo. Viendo su ineficacia, uno de los médicos le inyectó una dosis de adrenalina, que hacía que la actividad celular del cuerpo aumentara más deprisa. Le clavó la jeringa y esperaron a que este se estabilizara, pero hacía rato que las constantes vitales estaban por debajo del nivel óptimo. Estaba muerto. Mientras la mujer notificaba la fecha y lugar del fallecimiento en un pad de datos, el hombre se percató de la presencia de Ezekiel. Éste sin dudarlo, se puso recto y se presentó.

—Soldado Ezekiel Ralston. Necesito que venga urgentemente con nosotros. En mi unidad hay muchos heridos, necesito que los atiendan. Estamos un poco lejos, pero si partimos ahora, llegaremos pronto.

—Pues vais a tener que traerlos hasta aquí. Nosotros no nos podemos mover. Hay muchos heridos.- Dijo el hombre tajante.

A Ezekiel se le hizo un nudo en la garganta. Empezaba a perder los nervios y eso no era bueno. Pero no podía permitirse más condescendencia.

—Solo necesitamos a un par de vosotros. Tan solo para estabilizarlos. Nada mas—dijo con tono calmado mientras le tocaba el hombro.

El tipo se giró con brusquedad, apartándole la mano de un golpe. De repente, Zeke sintió como las zarpas del hombre lo aferraban del cuello de la chaqueta. Veía en los ojos del medico una rabia inconcebible a punto de estallar.

—Escúchame capullo, ¿te crees que tus amigos son los únicos que necesitan ayuda médica?  —dijo el hombre con voz grave y siniestra— Mira a tu alrededor. Aquí hay gente que también se muere, y nos necesitan. Muchos ni siquiera llegan a sobrevivir y al Alto Mando no les importan sus vidas. Para ellos, estos soldados no son más que personal prescindible. Así que no creo que lloren por las muertes de tus amigos.

Zeke se llenó de una gran ira. Quería golpear a ese hombre, pegarle por lo que acababa de decir, pero antes de poder hacer cualquier cosa, el medico le dio un fuerte empujón, haciéndole caer de espaldas contra el suelo.

—¿Quieres hacer algo bueno por tus compañeros? —El hombre lo miraba con desprecio— Pues coge tu arma y ayuda a destruir ese cañón de una puta vez. Es lo mejor que podrías hacer.

Se levantó dolorido. Notaba la frustración del médico. Estaba claro que se encontraba muy mal por la muerte de tantas personas. Eran vidas en sus manos y las perdía, sin poder hacer nada, pero le sorprendió el cinismo y poco tacto que tenia. Eso solo es algo que se desarrolla cuando llevas mucho tiempo luchando por gente como esa. No se iba a dar por vencido. Ya se disponía a buscar a otro médico cuando una repentina voz, lo puso en alerta.

—¡Se acerca un Drakar!—gritó alguien alarmado.

Zeke vio como varios soldados corrían hasta llegar a la improvisada murallas de rocas que se encontraba delante del puesto medico. Ezekiel fue tras ellos, y abriéndose paso, se colocó en primera línea. Desde ahí, vio llegar el Drakar.

A pesar de su nombre, nada tenía que ver con el famoso navío que pilotaban los temidos vikingos. Aun así, el desasosiego de verlos llegar era idéntico. El Drakkar era un vehículo de transporte Gélido, un aerodeslizador, que al igual que el Arvak, también tenían unos impulsores que le permitían flotar sobre el suelo. Pero era más grande y alargado que este. Con el morro en punta y de un color negro tan oscuro como los ojos de una bestia rabiosa, el Drakkar se desplazaba con maestría silenciosa. Se colocó de lado, y Zeke pudo ver seis puertas selladas, colocadas en el lateral de la nave. De repente, estas se abrieron y de ellas salieron Alfar.

—¡¡Aquí viene!!—profirió uno de los soldados.

Los disparos no tardaron en hacerse ver. El Drakkar había dejado una docena de Gélidos que usaban el vehículo de cobertura. Solo algunos, otros se movían hacia la derecha, cubriéndose en escombros y rocas. Ezekiel comprendió que ya no le quedaba otra alternativa, tenía que luchar, aunque solo fuera por salir vivo de aquel infierno. Sin dudarlo, comenzó a disparar contra sus enemigos, los cuales les superaban en número, pero ellos pelearían con fiereza.

Enfrascado en los disparos, Zeke empezó a escuchar una serie de zumbidos muy rápidos. De repente, las rocas tras las que se cubrían comenzaron a iluminarse con un súbito resplandor azul.

—¡Cubríos, deprisa!—advirtió un de los soldados.

Haciendo caso de lo que le habían dicho, Zeke se recostó sobre el suelo. Un estruendoso coro de explosiones comenzó a sonar en todas partes. Polvo y nieve cubrieron su cuerpo. Se levantó y nada más asomarse por encima de la roca, los disparos de plasma de las armas de los Gélidos le recibieron de nuevo. Agachado, preguntó a uno de los soldados que había a su lado que clase de arma era la que le había disparado antes.

—Es un arco de luz—respondió este con voz baja— Sus proyectiles son flechas con cargas de plasma adheridas a estas. Cuando se clavan en el enemigo, las cargas estallan al instante.

—¡No, mierda! ¡¡A mí no!!—dijo uno de los soldados con un grito desgarrador.

Zeke y el resto vieron la flecha clavada en la pierna. Antes que esta detonase, uno de sus compañeros le asestó una patada en el pecho y el hombre cayó rodando. Entonces, a una distancia prudencial la flecha explotó. Una gran luz azul iluminó a todos como consecuencia de la explosión. Ezekiel se quedó boquiabierto ante lo que acababa de ver. En ese mismo instante, un soldado le gritó.

—¡¡Deja de mirar como un gilipollas y dispara!!—espetó el hombre mientras todos los soldados volvían al combate.

El tiroteo continuó. Ezekiel mató de un tiro en la cabeza a un Gélido. Cada vez se le daba mejor matar alienígenas, aunque no  se enorgulleciese de ello. Uno de sus compañeros recibió un disparo en el cuello, quedando tendido en el suelo enseguida mientras el recalentado plasma devoraba su carne. Fue a socorrerle, pero otro soldado él dijo que lo dejase allí, que poco podía hacer por él. Volvió a su cobertura y siguió disparando, con una gran desazón en su cuerpo.

—¡Chupaos esta mamones!—decía un tipo que apareció de la nada con un lanzacohetes M5X. Disparó un misil que fue directo por los Gélidos. La explosión era grandilocuencia destructiva.

Los soldados precian recuperar algo de optimismo, al ver que aun contaban con semejante armamento. Pero eso, iba a cambiar muy pronto.

El Drakkar, hasta ahora ajeno a la batalla, volvió a moverse, colocándose justo delante de ellos. Su techo comenzó a abrirse, y ante los incrédulos ojos de los soldados de Infantería Básica, vieron surgir algo inimaginable.

—¡Jotuns!—vociferó desesperado otro soldado, que parecían asignarse por turnos el gritar cada alarma.

Una pareja, para ser más exactos. Más altos que los Alfar, portaban un traje provisto de una armadura adicional que protegía varias partes de su cuerpo. Eran placas metálicas de color gris cemento, que resaltaba por encima del habitual traje color azul purpura. Eran bestias de gran musculatura y fuerza. Uno blandía una maza y el otro un hacha de desproporcionado tamaño.

Nada más verlos, todos los soldados concentraron el fuego sobre ellos. Pero de nada servía, la armadura hacían que repeliesen todas las balas. Zeke veía con temor, como los Jotuns se acercaban poco a poco. Comenzó a sudar y era solo cuestión de tiempo que el pánico le invadiese. Pero entonces, un grito lo centró.

—Usad granadas.

Como un acto mecánico, Zeke cogió una de sus granadas cilíndricas. Pulsó el botoncito encima de esta y una luz roja comenzó a parpadear, como indicativo de la detonación. Esperó un poco, y la arrojó. Esperaba que su excelente puntería tirando piedras le fuera a ser útil contra las granadas. Afortunadamente, así fue, ya que cayó justo delante del primer Jotun. Al mismo tiempo, 4 más lo hicieron. Y antes de que los Jotuns pudieran esquivarlas, estallaron en violentas explosiones.  Zeke se cubrió acurrucado contra la roca, con la cual parecía haber desarrollado un vínculo especial. La nieve volvió a caer por encima, aunque en menor proporción que la anterior vez. Todos se asomaron, expectantes del o que iban a encontrar.

Los Jotuns aun seguían en pie. Pero parecían conmocionados, y el primero, el que portaba la gran maza, sangraba. Gotas color purpura goteaban de su armadura. Tendría una hemorragia interna. Los disparos continuaron de forma indiscriminada. Entonces Zeke vio al tipo del lanzacohetes apuntando al primero.

—¡¡A cubierto!!—gritó alarmado Ezekiel. Ahora era su turno de avisar a sus compañeros.

El misil salió disparado a reacción e impactó en el brazo del Jotun. Este salió volando metros de distancia, mientras un torrente de sangre violácea se derramaba de la herida, dejando un gran charco espeso de liquido purpura sobre la nieve. El ser cayó de lado, y agonizante, se arrastraba sobre la nieve. Su compañero, paso a su lado, ignorándole.

Ezekiel y el resto masacraron a tiros al superviviente, pero ni se inmutaba. Los disparos los repelía con facilidad. Avanzaba muy lentamente y no parecía en principio representar una gran amenaza. Se detuvo a unos cincos metros de los soldados. Zeke quedó extrañado ante eso. No comprendía porque el Jotun se había quedado parado de esa forma. Vieron como se agachaba, flexionando las rodillas y arqueando su espalda, quedando en la misma posición en la que estaría un atleta que fuera a correr un sprint. Le pareció una acción muy rara por parte del Gélido. Nada más lejos de la realidad.

Antes de que pudieran reaccionar a tiempo, el Jotun cargó con furia contra los soldados. Fue muy rápido. En un abrir y cerrar de ojos, ya estaba delante de un par de soldados a los cuales no les dio tiempo de disparar, ya que el Jotun blandió su hacha en un perfecto arco horizontal seccionando la cabeza de uno, y clavando el filo cortante de la hoja en el otro, cuyo cuerpo dio varias vueltas en el aire, quedando a los pies de Ezekiel. Acto seguido, se giró por el tipo del lanzacohetes, quien antes siquiera de poder apuntar con el arma, tenía el hacha clavada en su cabeza.  Su cuerpo aun pataleaba por las reacciones nerviosas que trataba de controlar su ya dañado cerebro. Con una sed de sangre imparable, el Jotun inició una horrible matanza. Agarró a un soldado de su cabeza y estampó su rostro contra una roca completamente redonda, la cual, comenzó a llenarse de su sangre. Con cada golpe, más y más hemoglobina llenaba la superficie fría de la piedra. A otro, le pisoteó el pecho con tanta fuerza que le resquebrajó las costillas, clavándose estas en sus órganos. Sangre roja salía de su boca. Y por si eso no fuera suficiente, el Jotun elevó su gran hacha hacia el cielo y a continuación la hundió en el rostro del pobre soldado quién profirió un último alarido antes de irse con la Parca. Al último, lo agarró de una pierna y lo volteó en el aire con tanta fuerza, que al caer su espalda y varios huesos se quebraron con el impacto.

Zeke asistió con horror al dantesco espectáculo. Acurrucado en una esquina visionó la sádica actitud del Jotun hacia sus compañeros. Como se ensañó a gusto con cada uno. Y ahora que había acabado con todos, iba directo a por los heridos. Serian una horrible masacre. Mientras el Jotun daba la espalda a Ezekiel, este vio el lanzacohetes M5X. No se lo pensó dos veces. Fue directo por el arma. A su lado, yacía el cuerpo del artillero, con un gran tajo en su cabeza, del cual manaba hasta una parte rosada de su cerebro. Apartó la mirada y se centró en el lanzamisiles. Lo cogió. Pesaba mucho, pero con un pequeño esfuerzo, logró colocárselo en el hombro. Vio que estaba cargado. Descendió la pequeña rampa de tierra y se colocó justo detrás del Jotun. Estaba nervioso. Era la primera vez que usaría un arma de semejante calibre. Y solo tenía un disparo. Si fallaba, el Jotun se volvería y aplastaría su cabeza contra el frio suelo. Sería el fin de la partida. Temblaba un poco, pero gracias a la mira, un círculo verde fosforescente, pudo precisar la trayectoria del disparo. Dudó un poco. Palpó el gatillo un par de veces, pero finalmente lo apretó. El arma casi parecía volar de sus manos ante la grandiosa detonación. El misil salió directo por el Jotun e impactó con una fuerza implacable. Este salió despedido hacia delante y logró a duras penas incorporarse. Al verlo completamente erguido, pudo comprobar el alcance de la destrucción. Un gran boquete abierto en su caja torácica. Restos de vísceras de un color violáceo muy claro aun colgaban de la herida. El Jotun se giró. Zeke tembló, pero solo fue algo momentáneo. El Jotun se desvaneció y su pesado cuerpo precipitó contra el suelo. Sintió un gran alivio, pero una repentina explosión hizo que se pusiera en guardia.

Los Alfar habían penetrado el perímetro de seguridad. Zeke corrió y vio con horror lo que los gélidos hacían a los heridos. Clavaban sus lanzas en sus cuerpos. Otros los freían a plasmazo limpio. Los más sádicos quemaban partes de sus cuerpos sin ningún rubor. La mayoría de los heridos estaban sedados, así que no sufrían, pero aquellos que aun estaban conscientes, debían estar soportando un dolor horrible. Se dijo, que no lo permitiría.

Revisó su armamento y vio que le quedaba poca munición. No se acordó de recargar antes de partir en busca de médicos. Comenzó a inspeccionar el lugar en busca de algún arma y encontró un cadáver. Era el del primer médico al que intentó reclutar. Ahora, estaba muerto. Entre sus manos, halló un fusil de asalto Víbora, mucho mejor que el Sable que llevaba encima. Se lo quitó y Zeke lo sopesó con ambas manos. Era perfecto. Alimentado por una especie de fuerza que manaba de su interior, sintió una súbita euforia. Sentimientos de toda clase recorrían su ser. Miedo, conmoción, valentía, furia. Ralston empuñó su fusil de asalto y nada más ver al primer Alfar, le descerrajó tres tiros que hicieron que este cayera fulminado. Luego, vio a otros dos clavando sus puntiagudas lanzas en el pecho de un hombre que imploraba por su vida desesperado. Antes de que se percataran de su presencia, el joven soldado mató a ambos sin demasiados aspavientos. Al acercarse al hombre,  ya estaba muerto. Furioso como nunca antes había estado, corrió a gran velocidad. Cada Gélido que veía no era más que un simple objetivo que era eliminado con precisión quirúrgica. Tan imbuidos estaban en sus asesinatos, que apenas eran conscientes de que un soldado humano los estaba masacrando a todos. Dejó un largo reguero de cadáveres tras de sí.

Cuando llegó al hangar de vehículos, los Gélidos trataban de cruzar las vallas láser de esa zona. Algunos, no se percataban de las medidas de seguridad humanas, y al cruzar por entre las vallas, estaban accionaban los láseres, que al tocarlos los hacían arder. Zeke miró divertido la escena.

—¡¡Ralston!!—gritó una sorprendida Keating.

Se alegró de verla. De algún modo, sabía que tenía que haber sobrevivido, ya que ella tenía pinta de ser una superviviente nata, aunque en la guerra uno no se podía fiar. Fue hacia ella y esta le sonrió. Si por él fuera la abrazaría. Pero no había tiempo. Los Alfar consiguieron cruzar el perímetro defensivo. A cubierto tras unas cajas, Zeke y Keating luchaban contra los enemigos. Ralston, vio el lanzagranadas acoplado al rifle y lo disparó contra un grupo que intentaba entrar. La explosión resultante mató a varios. Se separó de ella y salió de la cobertura para matar a un par que habían conseguido escapar. Mató a uno y el otro consiguió avanzar un pequeño trecho, antes de que Zeke lo abatiera.  Keating lo llamó desde lejos.

—¡Buen trabajo!—le gritó la soldado, exaltando su valor.

En ese mismo instante, Zeke vio como la expresión de alegría paso a una de susto repentino. Keating señaló y, justo al girarse, el muchacho recibió un terrible golpe en la espalda que le hizo caer al suelo bocabajo. Se arrastró, buscando incorporarse, cuando sintió que algo lo cogía de la pierna y lo arrastraba por el suelo. Acto seguido, fue estampado contra una de las columnas de metal que sostenía a los robots cirujano. Sintió un incipiente dolor en su espalda. Giró un poco y alzó la cabeza, algo aturdido. Ante sus ojos, tenía una increíble visión. Una criatura alada envuelta en un halo de brillante luz, que le confería un aura celestial. Solo que ese ser no era un ángel. Era una Valquiria.

Con un traje blanco resplandeciente, con franjas doradas recorriendo en finas líneas, la Valquiria se veía imponente, con sus también doradas alas de metal completamente extendidas. Ezekiel quedó extasiado con semejante visión. Pero enseguida volvió a la realidad al ver como la Valquiria blandía una larga lanza en sus manos, de cuya punta emanaba un resplandeciente brillo azul claro. Empuñó decidido su fusil y abrió fuego contra la Gélido. Para cuando quiso darse cuenta, esta le esquivó. Zeke la siguió con su mira, pero esta se movía rápidamente. Cada vez que la buscaba esta se esfumaba enseguida. Dejó de apuntar. Vio que solo jugaba con él. Ella seguía moviéndose con gracilidad y elegancia, mientras daba vueltas a su alrededor. Entonces, decidió disparar a quemarropa.

La Valquiria se percató de la nueva estrategia de Zeke. Para ella hasta ahora solo había sido un juego, una forma de divertirse a costa del soldado, pero había llegado la hora de acabar. Con una rapidez espasmódica, la Valquiria se elevó en el aire y se lanzó directa por Ralston. Este, al verla, apuntó directo para darle y empezó a disparar. Ella le embistió con mucha fuerza, casi sentía como el corazón y parte de sus órganos iba a salírseles por la boca. Cayó maltrecho al suelo. Con su mirada buscaba a Keating, pero a lo lejos solo veía a Gélidos avanzando y disparando. Sentía una descorazonadora sensación de que todo iba mal. Un súbito golpe en la cara parecía recordarle lo que tenía pendiente. Todo le daba vueltas y no parecía saber ya ni donde encontraba. Sintió algo cálido derramándose por su cara y al pasar su mano por la mejilla, vio que era sangre. Su fusil de asalto estaba a un par de metros. A gatas, fue directo para cogerlo. Era su bote salvavidas, pero un estrepitoso golpe hizo que no llegara a alcanzarlo.

Rodó varios metros. Al alzar un poco su cabeza, vio a la Valquiria andando directa por él. Se veía imponente, todopoderosa. Como una diosa. Imparable, se acercaba cada vez más. No podía permitírselo. Zeke sacó su pistola e intentó disparar contra ella, pero la Valquiria fue más rápida. Clavó su lanza en el brazo de Ralston, quien enseguida soltó su arma al sentir el punzante dolor atravesando hasta su hueso. Emitió un sonoro grito. Se revolvió intentando zafarse. La Valquiria lo notó, y apretó su lanza, aumentando el dolor. Poco a poco, Zeke fue cediendo. Finalmente, se rindió. Ya no valía la pena luchar. Había perdido. 

Vio como la Valquiria se agachaba a su lado, observándolo con curiosidad y desprecio. Su casco tapaba su cara por completo y solo veía dos inexpresivos cristales circulares de color azul oscuro, por los cuales seguramente vería el mundo exterior. Dijo algo en su idioma. No lo entendió, pero creyó que sería algo despectivo. Le arrancó la lanza, sintiendo como la sangre se derramaba. La Valquiria blandía su alargada arma con maestría, dándole vueltas circulares, pasándosela de una mano a otra. Entonces, le puso la punta por donde tenía el nódulo energético por el que expulsaba el plasma. Sintió el sofocante calor que irradiaba y quedó cegado por la intensa luz azulada. Este era su fin. Tuvo la misma sensación mientras se estrellaba el Buitre, cuando una explosión lo lanzó por los aires, incluso en las sucesivas escaramuzas que tuvo con los Gélidos. Pero esta si sería definitiva. Quiso recordar a su familia. A sus amigos. A Kyle. Pero nada de eso venia a su cabeza. En su lugar, una enigmática voz, lejana pero profunda, resonaba en los resquicios de su mente. Al principio floja, pero muy pronto se hizo más fuerte.

Planetas enteros arderán, estrellas inmensas se apagaran, galaxias de extensión inimaginable se colapsaran.

Zeke vio algo, por encima de la cada vez mas difuminada la Valquiria, en el cielo. Un resplandor de color verde, como si el espacio entero se estuviera replegando sobre sí mismo. Y vio a quien le llamaba.

Cada átomo de tu cuerpo, cada partícula que te compone, ¡todo les pertenece!

Sus ojos se empezaron a cerrar. La oscuridad le envolvía. Se sentía bien. En casa. Nunca vería ese horror.

Miles de voces gritan angustiadas en la inmensidad del cosmos. Nadie ha escuchado jamás sus advertencias. Han sido ignoradas. Pero ahora tú, les prestaras atención. Tú escucharas lo que tienen que decir. De ello, dependerá la supervivencia de tu mundo, de miles más.


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