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Capitulo 9- Fuego en el agujero (Parte 2)

18 de Abril de 2665. Sistema Krebain. Planeta Midgard. 16:51.

Desde lo alto del montículo, el sargento Adam Skinner era testigo del horrible incidente. Vio la llegada del aerodeslizador Gélido, el Arvak, directo por el pelotón de soldados de la sargento Muller. Presenció como este lanzaba lenguas incandescentes de plasma rojo que estallaban en brillantes explosiones, tiñendo todo con un intenso brillo escarlata. En ese mismo instante, fue consciente del peligro que corrían Muller y sus hombres. Sin dudarlo, llamó al cabo de su unidad.

—Trae las Fauces del Infierno que llevamos encima, rápido —le ordenó con urgencia.

—Si señor —respondió él, y con prisa, salió corriendo.

El veterano sargento era consciente del peligro que se cernía. Sus años de experiencia le habían demostrado lo peligroso que podía llegar a ser el armamento de los Gélidos y el daño que podía causar sobre humanos. A su memoria llegaban imágenes de antiguas batallas donde veía soldados gravemente heridos, con quemaduras por todo su cuerpo, partes cercenadas o prácticamente consumidas por la acción del recalentado plasma. Incluso el simple contacto con el ardiente aire que emanaba era suficiente como para hervir el cuerpo de alguien y hacerle vomitar sangre. Sabía que en un simple abrir y cerrar de ojos el Arvak podía aniquilar a todo el grupo de soldados. No lo permitiría.

Dos soldados se presentaron llevando en sus espaldas las Fauces del Infierno. Ese era el sobrenombre que había recibido el lanzacohetes M5- 127. Era grande, un gran cañón metálico de forma rectangular con un largo tubo proyectado hacia atrás, donde el soldado tenía que apoyar su hombro, con el gatillo justo debajo. En el cañón, había 4 cámaras donde se encontraban los misiles. Cada cámara contaba con su salida de apertura, por donde el misil salía eyectado. Los proyectiles eran guiados. A través de una pantalla táctil incorporada en el lanzacohetes, el soldado podía guiar el misil para alcanzar su objetivo. Un ingenioso artificio que hacía que cada cohete fuera aprovechado y este diera en el blanco.

 Los soldados comenzaron a cargar el arma. Skinner se dio la vuelta y pudo ver a tres soldados intentando enfrentarse al Arvak. El sargento se alarmó. Esa confrontación directa acabaría con ellos. Se volvió a sus hombres.

—¡¡Daos prisa!! —gritaba nervioso.

—Lo hacemos lo más rápido que podemos —respondió el soldado, mientras acoplaba el segundo misil.

Skinner se volvió al escuchar una súbita explosión. Dos de los soldados yacían en el suelo. El Arvak se giró e iba por ellos. Se acercaba cada vez más y el corazón de Skinner latía tan rápido que parecía que se le saldría por la boca en cualquier momento. En ese mismo instante, otro soldado salió de la nada, colocándose delante del Arvak y empezó a dispararle. El aerodeslizador Gélido se dio la vuelta, en dirección al nuevo atacante. Los otros dos lograron levantarse y saltaron dentro de una zanja. El Arvak disparó una bola incandescente de plasma contra el soldado que le había llamado la atención. El soldado saltó a un lado, pero la esfera estalló y la onda de choque le dio de lleno, quemando medio cuerpo. Para colmo, plasma liquido muy caliente cayó sobre su pierna quemándola y consumiéndola. Acto seguido, el Arvak inclinó su cañón hacia delante y comenzó a disparar chorros y chorros de plasma contra el pelotón de la sargento Muller.

—¿Está listo el lanzacohetes, mierda? —preguntó desesperado Skinner.

El último misil ya estaba cargado. Uno de los soldados se colocó el arma sobre el hombro con la rodilla derecha flexionada y disparó, orientado hacia el Arvak. El proyectil salió disparado con un sonoro chirrido. El otro soldado tenía en sus manos la pantalla táctil. En ella, se veía a través de una mini cámara acoplada en el misil, hacia donde se dirigía este. Usando su dedo, el hombre dirigía la trayectoria del proyectil. La cámara al principio, solo mostraba la palidez de la nieve, pero enseguida, avistó el aerodeslizador. El vehículo se movió un poco, pero estaba tan enfrascado descargando su artillería, que no reparó en el misil.

Este impactó con una violencia desmesurada. La explosión hizo que fuego azul surgiera del costado del vehículo. Este viró a la derecha, seguramente sus ocupantes estarían confusos ante lo que les ocurría. Sin perder tiempo, el soldado abrió fuego de nuevo y su compañero, con el dedo en la pantalla táctil, dirigió el siguiente directo a por el Arvak. 

El vehículo se movió, girando su cañón en dirección hacia sus atacantes. Skinner observaba entelerido. Sentía cada pulsación de su corazón retumbando con un sonoro eco en todo su cuerpo. Su sudor recorría su piel. El misil se estrelló justo detrás del blindado negro, en los tanques de combustible. Una inmensa llamarada de un intenso rojo escarlata se elevó hacia el cielo, como si un Ave Fenix estuviera renaciendo de sus cenizas. El intenso fuego rojo se entremezcló con las llamas azules que ya salían del interior del vehículo. Era un hermoso espectáculo, pero no por tan impresionante visión, sino por el hecho de que habían salvado las vidas de muchos. 

Skinner estaba muy emocionado. Miró a sus hombres y una gran sonrisa de júbilo se dibujó en su rostro. Después, volvió su mirada al escenario. Un poco lejos del Arvak, vio a alguien agachado al lado del cuerpo ya inerte del soldado suicida. Usó la mira de su rifle para ver mejor. Reconoció enseguida a ese hombre.

18 de Abril de 2665. Sistema Krebain. Planeta Midgard. 16:54.

Ezekiel permanecía al lado del cuerpo ya sin vida de Chang. Compungido, veía el terrible estado del coreano, incapaz de hacer otra cosa más que mirar con impotencia. Esas últimas palabras que él había dicho, quedaron grabadas dentro de su mente. Para colmo notaba algo. Una extraña sensación en el aire. Un horrible llanto, un lamento, que le dejó  helado. Incapaz de moverse, escuchaba esa extraña voz, etérea e inhumana, que parecía gemir de dolor ante el horror al que asistía. Zeke estaba atrapado en ese trance, sin percatarse de la presencia de Kyle, que se encontraba a su lado.

—Lo siento mucho, tío—dijo este mientras le ponía una mano en su hombro.

Ralston no pudo más. Dos lagrimas caían de sus rostro, solo el leve preludio de la congoja que le iba a entrar. Comenzó a sollozar y Kyle se arrodilló a su lado para abrazarlo. Zeke se derrumbó, incapaz de poder contener todo el intenso dolor y rabia que recorrían su cuerpo. Ver morir a Chang de forma tan horrible fue la gota que colmó el vaso.

—No pasa nada Zeke —decía Kyle a su amigo, mientras lo apretaba mas con sus brazos con fuerza.- El se sacrificó. Lo hizo por nosotros.

El sargento Otomo se acercó. Vio el cadáver de Chang y quedó en shock. No tenía ni idea de que hacía ese soldado ahí, pero desde luego, de no ser por él, ahora ellos estarían muertos. Miró a Ezekiel, que lloraba por la muerte de su amigo. Decidió acercarse.

—Ralston, la muerte de tu amigo no fue en vano. Sera recordado por esto con honor—dijo el sargento, con voz algo áspera y entristecida.

Zeke fue poco a poco calmándose. Se levantó, apartándose de Kyle y vio que tres hombres se acercaban. En ese mismo instante, reparo en que el Arvak había sido destruido. No pudieron ser ellos, estaban en la zanja cuando el vehículo gélido empezó  a atacar. Entonces, vio al trío de personas que tenían justo delante y fue consciente de lo que había sucedido.

Skinner no se podía creer lo que había visto. Ezekiel Ralston, aquel joven muchacho al que conoció en el puesto de reclutamiento, ese que se mostraba tan reticente a luchar, a tener que ser parte de aquella contienda, estaba allí, tratando de destruir un vehículo gélido. Una autentica misión suicida, según se mirara. Si no hubiera sido por ellos, ahora probablemente, Ezekiel y sus compañeros estarían muertos.

—¿Están bien?—preguntó Skinner al observar como los tres soldados se le acercaban.

—Soy el sargento de artillería Claude Otomo del cuarto pelotón de la Compañía Lobo, ¿Quién es usted y a qué Compañía pertenece?

—Sí, soy el sargento Adam Skinner—dijo este algo sorprendido por la inesperada pregunta de Otomo—. Séptimo pelotón de la Compañía Cobra. Somos de la misma tropa amigo.

El sargento de artillería le sonrió, pero aquella sonrisa era mas bien agridulce. Estaban pasando por un muy mal momento.

—Vamos, hay que comprobar si el resto de vuestra unidad se encuentra bien—dijo Skinner rápidamente.

El grupo comenzó a correr en dirección hacia donde Muller y el resto se hallaban. Mientras avanzaban, Skinner miró a Ezekiel. El sargento notó la tristeza que embargaba al chico. Se alegraba de que estuviera vivo, pero por alguna razón, notaba que para él, aquello era un terrible sufrimiento. Hay quien no se recupera de la guerra. Que  hereda secuelas devastadoras de las terribles experiencias que viven. Con quince años a su espalda, Skinner había logrado soportar esto como podía, pero no así compañeros, a los cuales vio derrumbarse, incapaces de poder soportar lo que veían. Los horrores que presenciaron. Las abominable cosas que tuvieron que hacer. Nadie está hecho de piedra. Es difícil llevar una vida normal tras haber experimentado todo eso. Mientras avanzaban, decidió hablar con él.

—¿Está bien, soldado Ralston?—preguntó el sargento. Desde que había llegado no había hablado con el chico.

Este le dirigió una leve mirada, pero fue suficiente para que Skinner comprendiese que no. La persona que había visto morir delante del Arvak debía ser un amigo suyo.

—Estoy bien señor, no se preocupe—contestó él con cierta frialdad, lo cual preocupó a Adam mucho más.

—Siento mucho lo que has pasado Ralston, nadie quiere vivir esas cosas pero...—Se quedó  en silencio. Ezekiel lo miraba sorprendido.

Delante de ellos, se encontraba el muro de piedra donde Zeke y sus compañeros se habían cubierto durante el primer tiroteo. Apoyados contra este muro y la pared rocosa del desfiladero colindante, se encontraban casi todos los soldados del pelotón de la sargento mayor Muller. Algunos muertos, la mayoría gravemente heridos, con quemaduras y laceraciones.

—¡Mierda!  —espetó Otomo—, ¡No hay más que heridos!

Los dos sargentos se acercaron hasta una mujer soldado de piel morena que atendía a un herido. Era la cabo Miranda Cruz. Al verla sana y salva, tanto Ezekiel como Sandler se quedaron aliviados.

—Cabo Cruz—llamó algo agitado Otomo—,  ¿dónde se encuentra la sargento mayor Evelyn Muller?

Cruz saludó a ambos superiores. Zeke pudo ver que en su mejilla derecha tenía una quemadura en forma de una larga línea negra, que la recorría desde la oreja hasta llegar a la boca. Era muy fina, y casi no parecía dejarle un aspecto feo y deforme, pero a un así, indicaba que había estado en peligro.

—Síganme—dijo con voz algo fría.

Inquietos, los soldados siguieron a Cruz. Apoyada contra la fría pared de roca, estaba la sargento mayor Evelyn Muller. Todos quedaron horrorizados al ver que a la sargento le faltaba media pierna, incluso la rodilla había desaparecido. Tenia una venda improvisada envolviendo por encima del corte, seguramente para que no perdiese sangre.

—Dios Santo—suspiró Sandler.

Skinner se acercó a la mujer. Se encontraba semiinconsciente. Ladeaba la cabeza, con los ojos entornados y la boca un poco abierta. Respiraba con dificultad.

—¿Que ocurrió?—preguntó preocupado.

La cabo no demoró demasiado su respuesta. Sus ojos verdes claros empequeñecieron ante la marcada expresión de tristeza que puso.

—Las primeras explosiones nos  pillaron de improviso. Dieron a varios de nuestros compañeros, así que tuvimos que evacuarlos. Una de las explosiones me alcanzó—Se llevó una mano a su mejilla, palpándose la herida que había sufrido—.   La sargento me ayudó a levantarme y juntas, socorrimos a un soldado herido. Hubo otra explosión muy cerca. A mí me lanzó a varios metros, pero a la sargento la dejó cerca del muchacho. Fue a socorrerlo de nuevo, pero hubo otra explosión de nuevo—Quedó en silencio por un leve instante—. Cuando me acerqué, el soldado aun ardía, y a ella, su pierna estaba completamente quemada, apenas unida por la articulación de la rodilla parcialmente calcinada.

El silencio reinó sepulcral en el ambiente. Nadie dijo nada. A Cruz parecía costarle respirar. Recordar todo era una experiencia muy dura.

—Ha perdido sangre. La herida no fue cauterizada y está agonizando —concluyó Skinner, quien había estado analizando a la sargento mientras la cabo les relataba todo.

—¿Vienen médicos en su unidad?—preguntó nervioso Otomo, a la espera de un golpe de suerte.

Lamentablemente, Skinner negó con la cabeza.

—Perdimos a nuestro medico al venir aquí.

—La nuestra se quedó socorriendo a los heridos en el lugar del accidente del Buitre.- Intercedió Ezekiel. Ya no estaba tan mal como antes, pero se notaba que la situación le había calado.

—Ya veo—concluyó Skinner.

Los dos sargentos se alejaron. Ezekiel se acercó a ver a Muller. Antes, la había visto como una mujer enérgica y aguerrida, dispuesta a luchar hasta su último aliento. Ahora, yacía inerte, tan solo esperando a la muerte. Mientras tanto, Sandler se acercó a Cruz.

—Eh, Miranda, ¿estás bien?—preguntó este de forma cálida.

—Si—contestó ella con un dejo de voz que parecía mostrar más distanciamiento que otra cosa— ¿Y vosotros?

—Si no llega a ser por Chang, Zeke y Otomo estarían muertos.

—Oh Dios.  —Cruz estaba muy sorprendida—¿Chang está bien?

Kyle negó con la cabeza. La cabo comprendió, pero no se echó a llorar. Solo dejó que una expresión de pena la envolviera.

Zeke se colocó cerca de la sargento Muller. Pensó en ella, en lo que le había pasado a su hermana. Scarlett había sido atravesada por una lanza, y se encontraba en coma en la Base Alfa. Y ahora ella, había perdido una pierna y luchaba por sobrevivir. Sentía un profundo dolor en su cuerpo, arraigándose cada vez más. En aquellos últimos minutos había visto cosas horribles. Soldados muriendo sin ni siquiera tener oportunidad de hallar la paz. Otros gravemente heridos, pidiendo clemencia al universo para no seguir sufriendo. Recordó a Chang, dando su vida para salvarlos. Se preguntaba el sentido de toda aquella maldita guerra y si de verdad, valía la pena dejar morir a tantos. De repente, sintió algo aferrándose a su traje.

Los ojos azul claro de Evelyn Muller se clavaron en el joven soldado. Esta, lo asió con fuerza atrayéndolo, hasta que sus caras quedaron a escasos centímetros. Zeke notaba como la fuerza de la sargento volvía, al menos, por un instante. Ella se quedó mirándolo. Su boca se abría en una leve expresión de aflicción, con sus dientes insinuándose un poco por la comisura de sus labios. Zeke atisbó como uno de los tatuajes, una caótica espiral, envolvía de sus ojos hasta la nariz en una larga extensión curvada, que parecía tener vida propia.

—Cuida de Scarlett—le dijo sin vacilación.

Zeke notó como la mano de la sargento se posaba en la suya y le dejaba algo. Acto seguido, esta cerró los ojos y se dejó caer a un lado. Nervioso, Zeke llamó a Sandler y a Cruz.

—Mierda, está inconsciente otra vez —dijo Cruz agitada.

Kyle llamó a Otomo y a Skinner. Cuando estos vieron la situación, decidieron que era hora de tomar cartas en el asunto.

—Hasta que el cañón se destruya, no podremos solicitar evacuación para los heridos—dijo con tono pesimista Skinner—.   Y no podemos trasladar a los heridos. Sería peligroso

—¿Y qué propone, sargento?—preguntó nerviosa Cruz.

El sargento observó a Muller. Yacía con los ojos cerrados, mientras a su lado, Sandler trataba de reanimarla.

—Hay que traer a unos médicos hasta aquí—concluyó—.   Por lo menos, para que estabilicen a los heridos.

—¿Y donde los buscamos?—preguntó Otomo, mirándole fijamente.

Skinner se mantuvo dubitativo unos segundos, meditando la mejor estrategia. Tras quedar callado, volvió a hablar.

—Las Compañías Cobra y Piraña están asediando el cañón. Sé que han instalado un puesto medico y que hay mucho personal. Si enviásemos a alguien para pedirles que vinieran.

—¿Donde se encuentra?—preguntó de forma inesperada Ezekiel Ralston.

Todos los allí presentes no se esperaban aquello. Mucho menos Skinner.

—Está muy cerca, solo hay que seguir el desfiladero y el arma antiaérea se verá perfectamente.

—Bien, entonces iré en busca de ayuda—dijo sin más el soldado Ralston.

—¡¿Qué!?—exclamó sorprendido Sandler— Zeke espera.

Kyle fue a su lado. Ambos amigos se miraron. Ezekiel notó la preocupación de Sandler. Ellos dos se habían estado cuidando el uno al otro toda su vida, ayudándose y no dejando que nada ni nadie los lastimara.

—Iré contigo—dijo él, empuñando su rifle con firmeza.

—No tío—dijo Zeke, poniéndole una mano en el hombro—Tu quédate y cuida de la sargento Muller. Sé que lo harás bien.

Su voz se agrietó. Estaba  punto de llorar otra vez, pero se aguantó. Se despidió de Sandler con una palmadita en la espalda. Este, lo miraba claramente preocupado. Iba ya a irse cuando Skinner lo detuvo.

—Me alegra ver qué quieres ayudar soldado Ralston, pero no permitiré que vayas solo—. La mirada del sargento mostraba una clara preocupación.- Que uno de mis hombres te acompañe.

El sargento llamó a un soldado. Era chica algo baja, pero de constitución atlética. Un mechon de pelo color magenta le caía por la frente dándole un aire coqueto.

—Keating, acompañaras al soldado Ralston hasta el puesto medico que se encuentra en el asedio del cañón—le dijo Skinner—.   Id rápido, y procura que no le pase nada.

—¡Bien señor!—contestó ella con presteza.

Luego, Ezekiel y Keating comenzaron a correr. Zeke miró por última vez el lugar, del cual se iba alejando cada vez más y más. En su corazón, notaba el miedo incipiente que había nacido en su interior desde que comenzase la batalla, y que ahora surgía de forma malévola, para recordarle, que las vidas de muchos ya se habían ido, y que otras muchas lo harían muy pronto. Era elección suya que no fuera así.

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