
Capitulo 6- El centinela
18 de Abril de 2665. Sistema Krebain. Planeta Midgard. 15:52.
Miraba tranquilo el lugar. Todo alrededor de aquel gran valle parecía pacifico, sin ninguna presencia hostil que pudiera perturbar la serenidad del sitio. El inmenso valle se abría de forma imponente hasta el bosque, bloqueado al sur por una gran cadena de montañas que parecía infranqueable. El color blanco cubría de forma uniforme todo, sin dejar ni un solo resquicio que aporte algo diferente a tanta igualdad. La nieve había comenzado a caer hacía ya un rato largo. No era una copiosa nevada, sino más bien una armoniosa precipitación. Los copos bailoteaban de forma elegante, cayendo en zigzag, para depositarse de manera delicada sobre el suelo. Era un bonito y placido paisaje que traía una inevitable nostalgia al Gélido, que desde las inmediaciones de un gran bosque, observaba aquel hermoso lugar.
El Gélido era un poco más alto que un humano medio normal. Aquel ser era delgado pero esbelto y de constitución fuerte, sin llegar a los marcados músculos que podían desarrollar los seres humanos. Su cuerpo estaba envuelto en un hermético traje azul purpura, compuesto de varias placas de metal flexible bien unidas entre ellas para evitar la salida o entrada de gases. Su cabeza estaba recubierta por un casco ovalado, acabado en dos protuberancias proyectadas hacia atrás. La razón de llevar ese cerrado traje respondía a la naturaleza química de los Gélidos. Estos seres estaban compuestos de silicio, un elemento muy estable a temperaturas bajas, pero inestable a temperaturas altas, sobre todo en su forma orgánica. Eso hacía que en ambientes fríos pudieran prosperar, mientras que en cálidos les era imposible. Para mantenerse, el traje contaba con varios conductos por su interior recorridos por un líquido que mantenía la temperatura a niveles muy bajos. Aunque Midgard era frío, el planeta tenía un terrible inconveniente. Su atmósfera contenía grandes cantidades de oxígeno, un gas toxico para ellos. Por tanto, a su espalda, acoplado, llevaban unos tanques cilíndricos que contenían el único gas respirable para ellos, el nitrógeno. Debido a estos inconvenientes, tenían que llevar siempre estos trajes que los protegían de los ambientes hostiles. Para algunos era una maldición. Los aislaba de su mundo, impidiéndoles tocar o sentir todo lo que les rodeaba. Pero a él, eso no le molestaba. De hecho, consideraba estos trajes una bendición. Sin ellos, quizás nunca podrían pisar otros mundos que tan solo habrían escuchado pro viejas historias.
Tranquilo, observaba el horizonte, ennegrecido por las nubes que estaban descargando la incipiente tormenta sobre él y el sereno bosque. Se tapaba con una raída manta, desde la cabeza a los pies, no por frio, sino más bien para que la nieve no le cayese encima y le mojase el traje. Caminaba, cruzando el borde del bosque, como hacía en su inusual patrulla, al cual había sido designado. Él era un Alfar, soldado de las principales tropas de los Gélidos, la principal fuerza de ataque y la más numerosa. Su pueblo era orgulloso y guerrero y por ello, como parte del a ancestral tradición, todo Gélido tenía que combatir un vez en su vida. Hacerlo en honor del reino y de su amado monarca Odín. Pero nunca quiso ser soldado. De hecho tenía un trabajo, era agricultor. Pero se vio obligado, por las circunstancias, y también por un poso de deber en su interior. No quería matar, pero sabía que no hacer algo por el reino sería vergonzoso. Debía de contribuir. Por ello, se embarcó en esta misión de la cual no se arrepentía. Además, no estaba mal en aquel lugar. Todo tranquilo. No había tenido que entrar en combate en ningún momento, y disfrutaba del tranquilo ambiente. Sería una pena que ese mágico momento se estropease.
Un atronador sonido lo sacó de su placida idealización del mudo. Al alzar la vista, quedó petrificado. Ante sus ojos, veía sobrevolando tanto a él, como al bosque, una gran flota de naves humanas. Rectangulares y con el morro en punta, las inmensas naves relampagueaban los cielos con furia, haciendo que todo a su alrededor se alborotara. Él miraba atónito todo aquello, nunca pensó que fuese a suceder. Que los humanos lanzaran ya un ataque. Pese a todo era inevitable. Sin dudarlo, comenzó a correr. Agarró con firmeza su arma, una lanza fotovoltaica en cuya punta había una célula energética que lanzaba calientes bolas de plasma. Recorrió el bosque entero y llegó hasta un árbol. A su lado, se hallaba una esfera color negra. El Gélido la cogió con ambas manos y accionó un botón justo debajo. La esfera se abrió con un sonido mecánico y reveló su interior, en el cual había una semiesfera de color azul resplandeciente. Esta proyectó la imagen de otro Gélido. El Alfar, sin demora, comenzó a comunicar a su jefe que los humanos habían iniciado un ataque.
18 de Abril de 2665. Sistema Krebain. Planeta Midgard. 15:55.
Sif estaba en la sala artificial, observando con cautela el Conducto. Aquel artefacto de color negro y amplios arcos luminiscentes, era todo un enigma para ella. Pero lo que más le extrañaba, no era su supuesto origen, ni cuál podría su función, sino más bien cuál era el interés que la Xeno-Alianza podía tener en él. La general de las tropas de Gélidos de Midgard no dejaba de preguntarse qué era lo que la Estirpe Cambiante veía tan fascinante en tan raro objeto. Y eso, la inquietaba. Su padre le ordenó proteger este planeta con recelo, guardar el artefacto con fuerza y tesón para evitar que cayera en manos humanas. Según él, a cambio de este servicio, las Quimeras habían prometido entregarles a ellos Midgard, aunque para eso, tendrían que cambiar la atmósfera del planeta. Y en eso, podrían tardar cientos de años. Le parecía una promesa banal y lejana, pero Asgard empezaba a ser pequeño con la creciente población de Gélidos aumentando, así que otra colonia sería perfecta. Fascinada, observó el Conducto detenidamente. Los colores de los arcos, pasaron de ser azul y naranja a verde y amarillo. Muy extraño.
—¡Suma general! —gritaba un Alfar, corriendo estrepitosamente.
Sif giró para ver a su soldado llegar. Aun con máscara, se podía notar en ella cierta preocupación.
—¿Qué ocurre? —preguntó en el idioma alienígena de la especie.
—Uno de nuestros centinelas acaba de informarnos de que una gran flota de naves humanas se dirige hacia la posición de las defensas antiaéreas, muy cerca de la fortaleza Trelleborg.
Los ojos de Sif se abrieron de par en par, aunque apenas eran perceptibles tras el cristal azulado que cubría su rostro.
—¿Cuándo llegarán? —Cada vez sonaba más preocupada.
—Muy pronto, señora —aseguró el Alfar—. Quizás un cuarto de Estrella Brillante. Menos, quién sabe.
Quedó en silencio por un momento. Recorrió la estancia, pensativa, sobre lo que tenía que hacer. Esta era su prueba de fuego, el momento culminante en el que tendría que dejar bien claro si estaba preparada para ser una líder nata. Ya no solo era la líder de las Valquirias, sino general de las tropas de Midgard y de ella más valía que el objeto no acabara en manos equivocadas. Primero fue aquella patrulla y ahora, ya los habían descubierto.
—Muy bien, que las tropas se concentren en el Sur —dijo con decisión—. Las naves humanas podrán atravesar las defensas antiaéreas, así que dejaran a sus fuerzas más atrás. Les prepararemos una encerrona. Pero dejaremos una guarnición en Trelleborg, por si acaso.
—Bien dama Esura, se hará como se ordene. —El Alfar se inclinó en una reverencia hacia su líder y marchó con presteza a dar la información.
Sif salió de la sala del Conducto y recorrió un amplio pasillo hasta llegar fuera. Llegó a una amplia habitación, en la cual había varias capsulas, mantenidas en el aire gracias a un pequeño propulsor colocado justo debajo de estas. Era la zona de descanso de las Valquirias.
—¡Atria! —gritó Sif.
—Si, dama Esura, ¿qué desea? —preguntó una de las Valquirias, que salió rauda de una de las capsulas.
—Tú y cinco de las mejores guerreras, partid ya a Trelleborg. Id al sur y apoyad a las tropas de Alfar. Se acercan humanos.
Atria la observó con extrañeza. La Valquiria era la segunda mejor guerrera tras Sif y ella casi la consideraba como su mano derecha.
—Pero señora, íbamos a celebrar el entierro por nuestra compañera caída en la persecución de la fugitiva humana. Sería un deshonor para ella...
La agarró con fuerza del cuello y la atrajo. Atria acabó a apenas centímetros de Sif. Aunque ninguna podía verse a la cara, ya que les tapaban las máscaras, su subdita adivinó una expresión de ira en el rostro de la general. Notaba el malestar y eso, le daba miedo.
—Escúchame, si tú y las otras guerreras no vais ahora mismo, tendré que celebrar muchos más entierros. Y no es algo que nadie desee.
La soltó. Atria llamó a las mejores guerreras, y tras reverenciar a Sif, partieron sin trémula. Ella volvió a la sala del Conducto. Miró el extraño artefacto de nuevo. Sabía que las cosas se iban a poner muy difíciles. Más de lo que ya estaban.
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